sábado, 22 de agosto de 2015

Vinum vita est, el consumo de vino en la antigua sociedad romana

Detalle de mosaico con crátera de vino, Villa romana de Carranque, Toledo

El vino poseía  un atractivo especial para las sociedades antiguas, constituyendo  un bien de prestigio. Formaba parte de un ceremonial de hospitalidad que ayudaba a las relaciones sociales compartiendo los alimentos y la bebida durante una comida que podía tener un significado ritual.



 El cultivo de la viña era un elemento de civilización por que los bárbaros no solían beber vino. La posesión de viñedos implicaba riqueza y  poder dentro de la sociedad y con el paso del tiempo el consumo de los vinos más selectos empezó a considerarse un signo de lujo y refinamiento que permitía al anfitrión de un banquete homenajear a sus invitados más ilustres.

En el campo se bebía el vino de los viñedos más próximos, sobre todo, en las fiestas religiosas relacionadas con el ciclo agrícola, en las que se rogaba a los dioses por la fecundidad y salud del ganado y la fertilidad de las tierras o se agradecían las buenas cosechas con ofrendas de alimentos y vino. En estas ocasiones no estaba tan mal visto alcanzar cierto grado de ebriedad como muestra de alegría, aunque sin llegar a la locura que podría llevar a cometer ciertos actos de los que luego hubiera que arrepentirse.

“Que cada cual prepare para sí por todo lo alto banquetes y mesas festivas en la hierba y un lecho también. Llegado a este punto, el joven, bebido, lanzará a la muchacha imprecaciones que inmediatamente después querría hacer vanas con los votos. Pues fiero aquel para la suya, llorará él mismo estando sobrio y jurará que actuó enajenado.” (Tibulo, Elegías, II, 5)


Mosaico de Baco con cortejo, Museo Arqueológico Regional, Alcalá de Henares, Madrid

El vino liberaba de las preocupaciones del alma, potenciaba la audacia, estimulaba la conversación, agudizaba el ingenio e inspiraba  para las artes. Pero entre sus efectos negativos resaltaban la falta de mesura, el impedimento de guardar secretos y la ausencia de memoria.
Pero su capacidad para aliviar las penas e inducir al sueño lo hacía deseable para los males de amor.

“Añade vino y alivia las recientes desgracias con la bebida, de modo que el sueño ocupe los ojos vencidos del cansado y nadie despierte al que inunda sus ojos con mucho Baco en tanto descansa su desdichado amor.” (Tibulo, Elegías, I, 2)

El vino se utilizaba como bebida sustitutiva del agua en lugares donde esta no reunía las condiciones mínimas para considerarla potable, o también donde escaseaba y era muy cara, lo que provocaba que el vino a su vez,  se sirviese sin diluir.

"En Rávena prefiero tener una cisterna a una viña, porque podría vender más cara el agua." (Marcial, Epigramas, III, 56)

En gastronomía formaba parte de los ingredientes usados al cocinar.  Los menús descritos por los grandes escritores satíricos mencionan los vinos, incluidos los mejores, para elaborar las salsas que aderezan los platos más exquisitos y demandados por los romanos de la época.

Horacio en la sátira II, 8 describe la salsa que acompaña una anguila:

“La mezcla de la salsa es: el primer aceite que prensó el molino de Venafro, el garum de los jugos del pez ibero, vino de cinco años, pero nacido a este lado del mar, mientras se cuece (ya cocido conviene el de Quíos, como ningún otro), pimienta blanca, y
también vinagre que haya cambiado la uva de Lesbos al fermentar.”

En medicina Galeno y Celso lo recetaban para aliviar ciertas dolencias. Celso alabó la capacidad del vino para reducir la fiebre. Pero también había recomendaciones de médicos  para no tomar vino en casos contraindicados, aunque algunos pacientes no hicieran caso de las advertencias.

“Bebedor notorio, Frige era, Aulo, tuerto de un ojo
y legañoso del otro. A éste el médico Heras le
tenía dicho: “Cuidado con beber; como bebas
vino, no verás nada”. Entre risas, dijo Frige a su
ojo: “¡Cuídate!”. Y sin pérdida de tiempo se hace
preparar unos cuartillos, pero bien seguidos.
¿Preguntas por el resultado? Frige bebió vino; el
ojo, veneno. (Marcial, VI, 78)

En las celebraciones familiares se ofrecían libaciones de vino a los dioses domésticos  pidiendo por la prosperidad del  hogar. En las bodas, nacimientos y cumpleaños se reunía la familia  delante del  lararium y ante las figuras adornadas de los lares y el genio tutelar se depositaban alimentos, vino, flores y lámparas. A los invitados se les daba vino como símbolo de hospitalidad y para compartir la felicidad.

“Que el Genio en persona asista para ver sus ofrendas, que delicadas guirnaldas ornen su sagrada cabellera, que sus sienes destilen nardo puro y esté saciado con la ofrenda y ebrio de vino y te conceda, Cornuto, cualquier cosa que le pidas.” (Tibulo, I, 2)


Escultura de Dionisos, Museos Capitolinos, Roma

En las ciudades, los ediles y candidatos políticos patrocinaban banquetes públicos a los ciudadanos  en los que se comía y bebía gratis como un acto social.
 Dioniso, el dios griego del vino, de la fecundidad y la naturaleza, era festejado en procesiones donde  los participantes danzaban en unos bailes dirigidos por un éxtasis místico, donde el vino era protagonista y vehículo para buscar la unión con la divinidad. Estas fiestas fueron introducidas en Italia, con el nombre de Bacanales, en honor del dios Baco. Durante su celebración todo estaba permitido. Se bebía vino de forma desmedida, lo que provocaba que la gente desinhibiera y llevase a cabo todo tipo de actos, en ocasiones poco o nada pudorosos, por lo que fueron prohibidas por el Senado romano en 186 a. C. por el desenfreno y el sentido orgiástico que habían adquirido.

“Cuando el vino había inflamado los espíritus, y la noche y la mezcla de hombres con mujeres, jóvenes con viejos, había destrozado todo sentimiento de decoro, todas las variedades de la corrupción empezaban a practicarse, pues cada uno tenía a mano el placer que respondía a las inclinaciones de su naturaleza”.(Tito Livio, Historia de Roma)

Sólo se permitió el culto a Baco cuando fuese declarado necesario para la prosperidad de Roma, lo que había que demostrar ante el Pretor urbano. Posteriormente, la celebración debía ser autorizada por el Senado, estando presentes no menos de cien senadores, siempre que no tomasen parte en ellos más de cinco personas, que no tuviesen fondo común, ni maestro de ceremonias ni sacerdote.

“Escanciadme ahora espumosos falernos de un antiguo consulado y desatad los precintos de un cántaro de Quíos. Que el vino haga solemne el día: no es vergüenza emborracharse un día de fiesta y arrastrar a duras penas los pies vacilantes.” (Tibulo, Elegías, I, 1)


Pintura romana, Museo Getty, foto de Mary Harrsch

Es destacable el uso del vino en actos de sacrificio, debido a su semejanza en cuanto a color y textura con la sangre, algo que ocurre en otras culturas además de la grecolatina.
Desde su aparición en las culturas mediterráneas el vino cobró gran protagonismo en el mundo funerario por su fuerte simbolismo. Se asociaba a la constante regeneración de la  vida contra la muerte, la inmortalidad contra la destrucción. En este sentido, se empleaba  en  el propio ritual de incineración, donde se arrojaba sobre las piras funerarias para extinguir el fuego.

“¿Por qué mis llamas no olían a nardos? Incluso te resultaba enojoso arrojar jacintos que nada valían y purificar mi tumba apurando una cántara de vino.” (Propercio, Elegías, IV, 7)

 Las ofrendas de vino se podían reclamar en una cláusula testamentaria para que los herederos se hicieran cargo tras la muerte. En una inscripción funeraria el difunto, mediante una imagen, encarga a sus herederos que hagan libaciones sobre sus cenizas para que su espíritu (al que llama mariposa) revolotee borracho, mientras sus huesos los cubre la hierba.
Mosaico romano, Museo Arqueológico de
Nápoles, foto de Marie-Lan Nguyen

Otra práctica habitual tanto en la incineración como en la inhumación era la bebida ritual del vino tras el sepelio propiamente dicho, en el que se bebía pasando la copa de uno a otro (circumpotatio). Se ofrecía al finado una vez sepultado y, después, se rompían a propósito los recipientes utilizados en la misma.

En los banquetes funerarios celebrados por distintos motivos en las propias necrópolis, el vino jugaba un papel importante el de nutrir al difunto para mantener su memoria y asegurar su inmortalidad. El 21 de Febrero se celebraba la fiesta de Feralia en la que se portaban coronas de flores a los difuntos y se ofrecían a las tumbas sal, pan empapado en vino puro y un poco de leche. En varias necrópolis se han detectado conductos que conectan directamente con el interior de las tumbas para introducir los alimentos y el vino.
El consumo de vino durante el rito funerario se podía explicar por la creencia de que la embriaguez garantizaba la felicidad en el inframundo para disfrutar de un banquete eterno.


Fresco con ágape funerario, Catacumbas de Santa Domitila

La tradición de los banquetes funerarios permaneció en el mundo cristiano bajo el nombre de ágape funerario (refrigerium). Cuando el Cristianismo se impuso como  religión oficial a partir del siglo IV d.C., empezó a utilizarse el vino en la Eucaristía para representar la sangre de Cristo, como símbolo de salvación e inmortalidad, al igual que en el rito pagano de Baco. 

El ritual de la utilización del vino también aparece en la Eneida de Virgilio (siglo I a. C.), en el pasaje de la muerte de Anquises, cuando Eneas prepara juegos y distintas celebraciones en honor de su padre y dice:

"Guardad todos silencio y ceñid de follaje vuestras sienes. Diciendo esto se cubre la frente con el mirto de su madre. Hace Hélimo lo mismo, y Acestes, maduro ya en edad, y lo hace el niño Ascanio, y le imitan todos los jóvenes. Y desde la asamblea se encamina Eneas hacia el túmulo seguido de millares de los suyos. Le rodea una inmensa multitud. Allí van derramando sobre el suelo la libación prescrita, las dos copas del don puro de Baco las dos de leche fresca, dos de sangre sagrada. Y va esparciendo flores purpúreas y prorrumpe: '¡Yo te saludo, padre, mi padre venerado, y otra vez os saludo a vosotras cenizas,  recobradas en vano, y a ti espíritu y sombra de mi padre!

El consumo de vino en Roma se debió al aumento de la producción local, puesto que el  vino importado era caro, como parece demostrar la observación de Plinio el viejo de que en tiempo del padre de Lúculo no era habitual servir más de una botella de vino griego durante la cena.


Pintura romana con jarras de vino, foto de Werner Forman

La evolución social del vino durante los dos últimos siglos de la República fue causada por la provisión de vino para el ejército, los repartos gratis entre la población por parte de algunos nobles y los banquetes de los collegia y la importancia que le concedió la medicina para curar algunos males.
El vino fue utilizado en época antigua para insuflar valor a los soldados y guerreros; el alcohol siempre ha estado estrechamente vinculado a los ejércitos, pues templa los ánimos, anima a las tropas, y ayuda a atenuar  la sensación del peligro por parte de los soldados, además de ser un aporte calórico importante en las complicadas situaciones de campaña, en las que no siempre era fácil el acceso a los suministros.

“Hemos entregado al tribuno Claudio un hombre de origen ilirio, nuestra valiente y fidelísima quinta legión Marcia, pues él está por encima de los más valientes y leales veteranos. A este le darás de nuestro tesoro particular las siguientes provisiones: tres mil modios anuales de trigo, seis mil de cebada, dos mil libras de tocino, tres mil quinientos sextarios de vino viejo, …” (Historia Augusta, Claudio, 14, 3)

Salustió culpaba a Sila por haber acostumbrado a los soldados a beber y cuando Lúculo retornó de sus campañas en Oriente distribuyó más de 100,000 cadi de vino, al igual que Julio César siendo dictador que repartió ánforas de Falerno en la cena ofrecida por su triunfo.

“¿No es bien sabido que César en su época de dictador en el banquete dado con motivo de su triunfo repartió a cada mesa un ánfora de Falerno y un cadus de vino de Quíos?...En un banquete ofrecido por su tercer consulado, distribuyó vinos de Falerno, Quíos, Lesbos y Mamertino, y se considera que fue la primera vez que se sirvieron cuatro tipos de vino diferentes.” (Plinio, Historia Natural, XIV, 17)

En las ciudades el desarrollo de los collegia (colegios profesionales) provocó el consumo de vino entre sus miembros que asistían a las cenas que ellos celebraban. Algunas de estas comidas podrían haberse celebrado en una popina o taberna, donde la gente de menor nivel social y los esclavos solían asistir a tomar vino, normalmente de producción local y barato, pero también alguno más selecto y caro. 


Tienda de vinos, Pintura de Alma-Tadema, Guidhall Art Institute

Allí también se podía comer e ir a jugar a los dados y a comentar las noticias que circulaban por la ciudad. En algún caso podían estos establecimientos convertirse en centros donde los candidatos políticos sin recursos económicos hablaban de sus propuestas en un entorno relajado que a veces podía transformarse en un lugar peligroso por las peleas ocasionadas por el exceso de bebida. Estas tabernas solían de disponer de asientos, taburetes o bancos.

"Busca a tu comandante en una taberna importante, lo hallarás recostado junto a un matón cualquiera, mezclado con marineros, rateros y esclavos huidos... allí reina la camaradería, las copas son de todos, nadie tiene un asiento diferente ni a nadie se le pone mesa aparte." (Juvenal, Sátiras, VIII)

Plinio relata la historia de un liberto probador de vino en la casa imperial que estaba encargado de probar vinos destinados a un banquete para Augusto. Con uno de los vinos lo describió como nuevo y no muy fino pero dijo que César lo bebería. Con ello evidenciaba el gusto algo rústico de Augusto en cuanto al vino, ya que su favorito era de todas formas el no muy noble vino Setino.

“Vinos setinos que encenderían las nieves se
filtran para la querida; nosotros bebemos el negro
veneno de una tinaja corsa.” (Marcial, Epigramas, IX, 2)

Del elevado consumo de vino en la sociedad romana es prueba el hecho de que el orador Hortensio dejase a su heredero 10,000 ánforas  de vino.

En los primeros tiempos de Roma no se permitía beber vino a las mujeres por el temor a que si lo hacían podían perder el decoro y llegar a caer en el adulterio, lo que avergonzaría a la familia y provocaría dudas en cuanto a la legitimidad de los herederos.

“En los viejos tiempos se desconocía el uso del vino para las mujeres, por temor a que pudieran caer en desgracia, porque solo hay un paso entre la intemperancia de Líber Pater y los actos prohibidos de Venus.” (Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables, II, 1)


Mosaico romano, Museo Gaziantep, Turquía

Según el historiador Plinio  en la época de Catón existía la costumbre de que los parientes varones podían besar a las mujeres de su familia en la boca (Ius osculi) para asegurarse de que no olían a temetum, el  nombre que se daba al vino fermentado en ese momento.
Se consideraba que cuando una mujer bebía, ya no se comportaba como una matrona, y mostraba un comportamiento alejado de los valores de castidad, pureza y obediencia., por lo que  se llegó a equiparar el simple consumo de vino con el adulterio, sancionando ambos con la pena capital.
Dionisio de Halicarnaso cuenta que un marido podía aplicar la pena de muerte a su esposa si ésta había cometido adulterio o si la encontraba ebria, pues la embriaguez podía llevar a cometer adulterio.

Anciana ebria, Museos Capitolinos, Roma

No solo se les prohibía  beber vino, sino que también a servirlo, guardarlo o administrarlo en la casa, tareas reservadas al pater familias.

Cuenta Tito Livio que en tiempos de Rómulo,  Egnatius  Mecenius mató a su esposa por beber vino de una barrica y que una mujer soltera fue condenada por su familia a morir de hambre al ser descubierta abriendo el armario donde estaban las llaves de la bodega.

 También el juez, Cneo Domicio, condenó a una mujer a perder su dote por haber bebido más vino de lo que requería su salud, y sin conocimiento de su marido.
Se decretaron leyes contra el consumo de vino entre las mujeres, pero parece haber sido aceptado libremente entre los hombres, aunque su consumo llevara a la embriaguez. Algunos dilapidaban su fortuna, yendo de taberna en taberna y gastando en beber y apostar.


Pintura con escena de taberna romana, Museo Arqueológico de Nápoles

"Máximo, diez millones largos de sestercios
que recientemente le había entregado su
patrono Sirisco se los ha liquidado vagando por
las tabernas de taburetes por los alrededores de
los cuatro baños. ¡Oh, qué gran glotonería es
comerse diez millones! ¡Cuánto mayor todavía, 
sin recostarse a la mesa!." (Marcial, Epigramas, V, 70)

Plinio  relata el caso del político Novelio Torcuato, que llegó a ser procónsul, el cual era capaz de beber tres congios de vino de un solo trago, por lo que llegó a ser conocido como Tricongius. Lo hizo ante el asombro del propio emperador Tiberio, quien de joven era un gran bebedor, y al que por ello le dieron el nombre de Biberius Caldius Mero (Su verdadero nombre era Tiberius Claudius Nero), en el que se juega con el significado de Caldius Mero (de Calidus Merum), vino caliente puro.

Durante el Imperio la relajación de las costumbres facilitó que las mujeres empezaran a beber en los banquetes, y, a veces, sin moderación, lo que las llevaba a mostrarse desinhibidas y más favorables a la seducción y juegos del amor:

“Hay una tal Fílide, vecina de Diana Aventina, sobria es poco agradable,  ebria todo le sienta bien; hay otra, Teya, en los bosques de Tarpeya,  hermosa, pero, si bebe, no tendrá bastante con uno.
Decidí llamarlas para pasar bien la noche y renovar amores furtivos en placeres desconocidos.” (Propercio, Elegías, IV, 8)

Tanto los escritores satíricos del Alto Imperio, como los autores cristianos del Bajo Imperio  escribieron contra las bebedoras  denunciado su falta de recato y moderación ante los demás.

“Las mujeres, llevadas por una suerte de elegancia externa, evitan escanciar bebidas en las copas anchas, para no separar excesivamente sus labios al abrir la boca. Beben indecentemente con los labios cuidadosamente apretados a la boquilla de los vasos de alabastro, inclinando su cabeza hacia atrás, dejando el cuello al descubierto, en mi opinión sin recato alguno. Estiran el cuello para engullir lo que tragan, como dejando al desnudo para su convidados lo que pueden, lanzan eructos como los hombres o, mejor, como los esclavos  y se dejan arrastrar por una  vida voluptuosa. Ninguna garrulería conviene al hombre educado, pero mucho menos a la mujer, para quien el hecho de saber quién  es debe bastar para inspirarle pudor.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II).


Náyade, Campo Varano, Stabia

El vino no se recomendaba para los jóvenes porque estropeaba la salud física y su consumo implicaba la pérdida de las buenas costumbres.
El escritor agrónomo  Columela consideraba  que las borracheras causaban el deterioro físico de la juventud de su tiempo, dedicada a la mala vida, en vez de al trabajo y al ejercicio.

“En seguida, para ir bien preparados a los lugares de disolución, cocemos en las estufas nuestras indigestiones diarias, excitamos la sed provocando el sudor, y pasamos las noches en liviandades y borracheras, y los días en jugar y dormir, teniéndonos por afortunados por no ver ni salir ni ponerse el sol. Así, la consecuencia de esta vida indolente es la falta de salud, pues los cuerpos de los jóvenes están tan débiles y extenuados que no parece que queda a la muerte mudanza que hacer en ellos. (Columela, De la agricultura, I, Prefacio)

Borrachera en symposium, vaso griego, Museo Nacional de Dinamarca

Por el contrario algún autor consideraba que la madurez no estaba reñida con el vino porque este reconfortaba el cuerpo de los estragos del paso del tiempo y la edad amortiguaba el deseo de llegar a estar ebrio y padecer sus efectos.

“Quienes ya han sobrepasado la madurez deben participar de la bebida con más alegría: calentando, sin daño alguno, con el fármaco de la viña, la frialdad de la edad extinguiéndose por el paso del tiempo. Porque, la mayoría de las veces, los deseos de los ancianos no se inflaman hasta el naufragio de la embriaguez.” (Clemente de Alejandría, Pedagogo, II)

Para contrarrestar  los efectos nocivos de la borrachera se recomendaba tomar ciertos alimentos en el momento de consumir el vino, como la berza o las almendras amargas. Plutarco explica porqué estas se utilizan ya que se creía que lo amargo era astringente y extraía la humedad al ser desecante:

“En consecuencia, afirmé, siendo esto así, es natural que el amargor de las almendras ayude contra el vino puro al resecar las partes internas del cuerpo y no permitir que se dilaten las venas, con cuya dilatación y alteración, afirman, sobreviene el emborracharse.” (Plutarco, Custiones Conviviales, I, 6, 4)

También se afirmaba que llevar una corona de flores como violetas o rosas durante el convivium podía evitar caer en la ebriedad.

Existían algunos remedios para enmascarar los efectos desagradables de una borrachera, como el mal aliento, dolores de cabeza o aspecto y olores desagradables. Por eso se podían usar pastillas o hierbas para refrescar el aliento,  perfumes y ungüentos o mezclar el vino con ingredientes que pudieran ocultar su olor.

“Mírtale suele oler fuertemente a vino y, para disimularlo, mastica hojas de laurel y, astuta, mezcla el vino con hierbas, no con agua.
Cuando la veas, Paulo, acercarse encarnada y con las venas saltonas, podrás decir: “Mírtale ha bebido laurel.” (Marcial, Epigramas, V, 4)


Vaso para mezclar vino, Museo Corning de vidrio

Los vinos griegos gozaban de gran fama y eran consumidos en Roma, pero durante los tiempos de la República se intentó que se consumiese solo vino de Italia, como recuerda Aulo Gelio en su obra Noches Áticas:

“Leí hace poco en las Conjeturas de Ateyo Capitón un viejo decreto del senado emitido durante el consulado de Cayo Fannio y Marco Valerio Mesala (II. a. C.) en el que se ordenaba que los ciudadanos más notables de la ciudad que con motivo de los Juegos Megalenses, conforme al antiguo rito, mutitare, es decir, se invitaban unos a otros a banquetes, juraran en presencia de los cónsules, según una fórmula preestablecida, que en cada cena no gastaran más de ciento veinte ases, exceptuando el gasto en legumbres, harina y vino, y que el vino no había de ser importado del extranjero sino producido en suelo patrio…” (XXIV, 2)

El vino blanco de Cos, el de Lesbos y el de Quíos eran los vinos griegos más apreciados en Roma. Para su conservación en el transporte era cocido, filtrado y tratado con agua marina. Se creía que los vinos tratados con agua de mar tenían propiedades digestivas y laxante La isla de Cos fue hogar de viticultores y enólogos que hicieron famoso en todo el Imperio Romano el  vino local. Horacio cree que el triunfo de Augusto sobre Marco Antonio y Cleopatra merece ser celebrado con los mejores vinos griegos.

“Trae aquí niño, en copas bien capaces,
el que Lesbos o Quíos da en sus viñas,
o sírvenos del Cécubo, que es vino
que al angustiado pecho reanima.
las inquietudes que sentí por César
disipará el dulzor de la bebida.” (Horacio, Épodos, IX)

Bebedores de vino, Alma-Tadema

Columela alaba la calidad de los vinos itálicos más reconocidos: 

“Y no hay duda, ciertamente, de que las vides del campo másico y sorrentino, del albano y del cécubo, son, de todas las que sustenta la tierra, las primeras por la excelencia  de su vino.” (De agricultura, III, 8)

Horacio cita frecuentemente el vino Cécubo, de Campania,  como uno que debe ser bebido en las grandes celebraciones por su calidad. Era estimulante y debía tener un alto precio, por las alusiones del poeta a que no podía permitírselo: 

“Cécubo tú bebes, y en prensas de Cales te dan ricos zumos las mejores vides.
Nunca ni el Falerno ni el de Formio templan mis copas humildes.” (Odas, I, 20)

Entre los más afamados vinos estaba el Opimiano, llamado así por ser el consulado de Lucio Opimio del año 121 a.C. una buena cosecha de uvas. El valor de este vino todavía se celebraba cien años después y se consideraba una buena inversión.

El Falerno  era una de las más afamadas denominaciones de origen, que se cosechaba en la costa de Campania, lindando con el Lacio, al pie de los montes Másicos, cuyos vinos eran también muy nombrados. Tanto el Másico como el Falerno son aclamados por Marcial por su antigüedad, remontando su origen  a cuando ni siquiera había cónsules.

“De los trujales sinuesanos han llegado los
másicos. ¿Encubados, preguntas, bajo qué
cónsul? No había ninguno.” (Epigramas, XIII, 111)

El vino de Falerno era fuerte y seco, de color oscuro, de sabor áspero, por lo que debía mezclarse con miel, convirtiéndose en vino mulso.

“no bebas más que mieles de Himeto diluidas en Falerno” (Horacio,  Sátiras, II, 2)

Por contraposición, y también de la región del Lacio, el vino nomentano, de Nomento, era de pésima calidad. También, el vino procedente de Signia, que producía un vino medicinal de propiedades astringentes:

 “¿Beberás vinos signinos que detienen el vientre suelto? Para que no lo detengan demasiado, que sea parca tu sed”.

Mosaico romano con botella de vino, Museo del Bardo, Túnez

El vino del campo Vaticano se consideraba  un vino flojo y de baja calidad, en cambio el mamertino de Mesina era dulce y ligero.

¿Cómo te gusta, Tuca, echar al falerno añejo mostos conservados en vasijas vaticanas? ¿Qué bien tan grande te han hecho esos vinos pésimos? ¿O qué daño te han causado unos vinos inmejorables? Para mí está claro: es un crimen degollar al falerno y dar crueles tósigos al vino puro de Campania. Quizás tus convidados hayan merecido su perdición, pero una ánfora de tanto precio no ha merecido la muerte.

Algunos vinos hispanos eran apreciados, como los de la provincia Tarraconensis, aunque se consideraban inferiores a los de Campania.

“Tarragona, que sólo se rendirá ante el Lieo
campano, ha producido estos vinos similares a los de
las tinajas etruscas.” (Marcial, Epigramas, XIII, 117)

Ovidio sin embargo, despreciaba los vinos hispanos, calificándolos de baja calidad sólo aptos para emborrachar a los custodios de las amantes:

"Si quieres acceder a tu amada/ emborracha a su vigilante/ aunque sea con vino hispano... " (Ovidio, Arte de Amar, 645)

Sin embargo el vino de la región layetana, en la zona costera de Gerona, destacaba por su abundancia, pero estaba poco considerado por su falta de grados, al igual que el peligno y el etrusco.

"Mársicos turbios envían los colonos pelignos: no te los bebas tú, sino tu liberto." (Marcial, Epigramas, XIII, 121)

Los marselleses tenían la mala fama de adulterar el vino ahumándolo.

"Todo lo que recogen las inmorales humaredas de Marsella, cualquier tonel que toma solera por el fuego, de ti, Muna, nos llega. Tú envías a tus pobres amigos a través de los mares, a través de largos caminos, tósigos terribles; y no a un precio asequible, sino al que se daría por contenta una tinaja de falerno o de Setia, querida por sus bodegas. Para no venir a Roma en tanto tiempo tienes, pienso, este motivo: para no beber tus propios vinos." (Marcial, Epigramas, X, 36)


Fresco romano con uvas

Las  mujeres solo podían beber los vinos secundaria o del segundo prensado; es decir,  vinos no fermentados, como el llamado lora, un vino puro, de inferior calidad que se destinaba al consumo de los trabajadores del fundus (finca rústica). Para su elaboración se le añadía al orujo extraído en un día de pisa la décima parte del mosto recogido en ese mismo plazo de tiempo así como la misma cantidad de agua dulce. A ello se le añadía la espuma del defrutum y la sapa así como los asientos de la tinaja, dejándolo todo reposar durante una noche. Al día siguiente se pisaba y prensaba, echando este jugo en ánforas una vez hubiese fermentado.

Catón escribió sobre las raciones de vino que había que dar a los esclavos. Los que estaban encadenados, es decir, los que tenían que realizar las labores más penosas, recibían al año unos 262 litros. El resto, durante los tres meses posteriores a la vendimia, cuando los trabajos del campo se ralentizaban, bebían fundamentalmente lora, aumentando su ración de de forma paulatina, conforme los trabajos se hacían más duros, hasta completar un total de 179 litros. El vino por su aporte calórico era una bebida necesaria para los trabajadores que tenían que realizar labores de fuerza.
Los vinos frutales se obtenían con alcohol de las frutas cuyo jugo era posible fermentar y se preparaban en las regiones donde el cultivo de la vid era difícil, destacando por su poder astringente. Eran apropiados para su consumo en el campo y tenían aplicaciones medicinales.
Los vinos del Mediterráneo eran fuertes y se tomaban diluidos y, a menudo, condimentados con hierbas, frutas y especias y miel  que le proporcionaban un sabor especial.
Los vinos artificiales o vina ficticia se obtenían por maceración de un producto, generalmente, en el mosto. Eran productos reconfortantes para el estómago y a la vez astringentes. Sus virtudes terapéuticas aliviaban las afecciones digestivas. El vino conditum, o especiado, tenía un gusto dulce y resinoso e incluía en su composición resinas, pimienta, azafrán, mirto u otras especias, además de miel.  Se tomaban como aperitivo, por ejemplo el  rosatum, con miel y pétalos de rosa. Se les suponía un efecto reconfortante, y según Apicio se llevaban en los viajes por su buena conservación.
Vinos aromáticos como el vino mulsum de miel se bebía fresco o fermentado, generalmente durante la comida y sobre todo con los entremeses durante la gustatio.

“Enturbiáis, mieles áticas, el nectarino falerno.  Este vino conviene que sea mezclado por Ganímedes.” (Marcial, Epigramas, XIII, 108)


Copero en symposium, vaso griego, Museo del Louvre

Un buen vino solo podía ser mezclado con la mejor miel por un copero digno de servir al propio Zeus, como Ganímedes.

 Versiones diferentes del vino mulsum eran el vino dulce obtenido con variedades de uva, que podían secarse al sol para luego exprimirlas y elaborar vino de pasas, passum,  más fácil y barato de conseguir, y parecido al actual moscatel. Fue empleado en la cocina como sustituto de la miel. Marcial menciona el proveniente de Cnosos, en Creta, el cual, junto con el de Egipto, fue uno de los más apreciados por los romanos.

“La vendimia gnosia de la Creta minoica ha producido para ti esto que suele ser el vino mulso del pobre.” (Marcial, Epigramas, XIII, 106)

Añadir perfumes a los vinos servía para corregir los vinos o envejecerlos, pero con el tiempo llegó a ser símbolo de refinamiento y evolución del gusto. Los vendedores de vino solían introducir sustancias aromáticas como anís, apio, almendras amargas o aceite de mirto.
En los vinos añejos los romanos veían una garantía de antigüedad y calidad, siendo por tanto muy apreciado, pero disminuían el sabor amargo mezclándolos con agua.

“El mosto que se guarda en tinaja para hacer vino no ha de sacarse mientras hierve, ni tampoco cuando el proceso sigue hasta que el vino se ha hecho. Si lo quieres beber añejo, como no se hace antes de que haya pasado un año, se saca de un año. Pero si es de esa clase de uva que se agria pronto, conviene que se consuma o venda antes de la vendimia. Hay clases de vino, entre ellos el de Falerno, tales que cuantos más años se tuvieren guardados, tanto más beneficio producen cuando se sacan.” (Varrón, De re rustica, I, I, 65)

Paladio aporta una explicación de cómo preparar los vinos cocidos utilizados también por sus cualidades terapéuticas:  

“Se preparará ahora el defrutum, caroenum y sapa. Dado que todos se hacen de mosto,  el método  será el que hará variar sus propiedades y su denominación. En efecto, el defrutum   se obtiene después de despumarlo mucho, en cuanto espesa; el caroenum cuando se haya evaporado un tercio y queden los otros dos; el sapa cuando queda reducido a un tercio. No obstante, éste mejora cociendo a la vez membrillos y poniendo a arder leña de higuera. (Paladio, De Agricultura, 12)

La cocción del mosto hacía mejorar los vinos que eran difíciles de conservar y les quitaba aspereza. El defrutum y la sapa mejoraban y daban color al vino.

Júpiter, Casa Dioscuros, Pompeya, Museo Arqueológico
de Napoles, foto de Olivierw

Las Vinalia eran las fiestas romanas que se celebraban en torno al vino en honor de Júpiter y Venus, para pedir protección sobre las huertas, viñas y vendimia. La Vinalia priora o urbana se celebraba el 23 de Abril, para bendecir y degustar el vino del año anterior y pedir buen tiempo hasta la siguiente cosecha. La fecha de la Vinalia rustica era el 19 de Agosto, cuando se pedía al dios Júpiter protección contra las tormentas de verano que podían dañar las uvas antes de la vendimia.


El vino en el convivium, en la poesía, en el amor,... merece otro capítulo aparte.

Ver entrada Vinum amoris sobre el placer del vino en la antigua Roma

Ver entrada Vinalia sobre las fiestas del vino en la antigua Roma

Ver entrada Negotium vinarium sobre el negocio del vino en la antigua Roma

Bibliografía:

dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/163846.pdf El vino como alimento y medicina en la sociedad romana, Carolina Real Torres
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=58880, Vino y amor en la literatura latina, Mª Luisa L. Harto Trujillo
www.elcantodelamusa.com/docs/2012/agosto/doc2_elvino.pdf, El vino: un legado romanoPedro S. Hernández Santos
www.academia.edu/.../Eros_y_Dioniso_sexo_y_vino_en_la_elegía_latin..., Eros y Dioniso: sexo y vino en la elegía latina, Carlos Cabanillas
dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2295613.pdf, La impronta simbólica de Liber Pater en los rituales y el consumo de vino en Hispania romana. El caso de Segobriga, Mª del Carmen Santapau Pastor
dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3028557.pdf, Embriaguez Y Moderación En El Consumo De Vino En La Antiguedad, Carmen Amat Flórez
dspace.uah.es/dspace/.../consumo_vallejo_AFDUA_2014.pdf?...1...y, El consumo del vino en el mundo, Gema Vallejo Pérez
http://www.researchgate.net/publication/263327959El_vino_griego_en_las_fuentes_literarias_latinas, María José García Soler
http://revistas.um.es/rmu/article/view/68011, Ánforas vinarias en la necrópolis de incineración de Águilas. El uso del vino en los rituales funerarios romanos, Juan de Dios Hernández García
Actas de la Cultura del Vino. El vino en la antigüedad romana y su introducción en el Noroeste peninsular. Ana Mª Suárez Piñeiro. Google Libros.

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