sábado, 21 de junio de 2014

Janua, la puerta de la casa romana

Portada de entrada a los almacenes, Ostia, Italia

La puerta de una casa particular era el paso por el que, desde el mundo exterior, se ingresaba en el ámbito privado de la familia que en ella habita y que ha encomendado el interior de la morada a la protección de sus propios dioses familiares.

La puerta romana  constaba del umbral (limen inferum),  las jambas (postes) y el dintel (limen superum). La puerta desde el exterior se denominaba foris y la hoja, valva. Las puertas solían constar de dos hojas y el espacio dejado al abrir una sola era suficiente para pasar una persona. El soporte de la puerta era en realidad un cilindro de madera maciza, algo más largo que la puerta y con un diámetro algo mayor que el grosor de la puerta, que terminaba con unos pivotes en la parte superior e inferior. Estos pivotes encajaban en dos agujeros arriba en el dintel y abajo en el umbral. La puerta se ajustaba a este cilindro, para que el peso combinado de la puerta con el cilindro recayera sobre el pivote de abajo.


Puerta de entrada con vestíbulo, Casa de Octavio Cuarto, Pompeya

La puerta de entrada se denominaba janua. El vano de acceso en la fachada se enmarcaba con frecuencia por medio de pilastras decoradas con capiteles corintios o cúbicos y rematadas con arquitrabes y hasta con frontones. En general se trata de puertas altas en madera, ocasionalmente bronce, tachonadas con clavos de hierro o bronce.
La puerta de entrada a una habitación solía llamarse ostium y en algunos casos una cortina (velum) la sustituía.
Las puertas se abrían hacia dentro, y las que daban acceso al exterior se aseguraban por la noche  con barras (serae) y cerrojos (pessuli). 

Fedromo: ¡Cerrojos, ay cerrojos! Con qué alegría os saludo, os amo, os quiero, os pido y os ruego, dad gusto, gratísimos amigos, a este enamorado, convertíos por mi bien en saltimbanquis extranjeros. Saltad, os lo ruego, y dejad que ella salga, la que ha apurado al triste enamorado que soy cada gota de su sangre. ¡Mira cómo duermen estos cerrojos cerriles! ¡No tienen prisa por hacerme el favor!


Puerta original, Casa del Tabique de madera, Herculano

El dios Jano (Ianus) es el protector de las entradas y por ello es también el dios tutelar de los comienzos, del principio y del fin, de los cambios que se producen en el tiempo, como el paso de joven a adulto. Su fiesta es el primero de enero. Se le representa con dos cabezas o dos caras mirando en sentido opuesto:

"Toda puerta posee dos frentes gemelas, a un lado y a otro, de las cuales, la una mira a la gente y la otra, en cambio, al lar. Y de igual modo que vuestro portero, sentado junto al umbral de la  entrada principal, ve las salidas y las entradas, así yo, portero de la corte celestial, alcanzo a ver a un tiempo la parte le Levante y la parte de poniente." (Ovidio, Fastos, I)

Los dioses de la puerta eran Forculus, Limentinus y Cardea. San Agustín proporciona información sobre ellos en el Libro IV de la Ciudad de Dios, criticando el hecho de que existieran tantísimas deidades protectoras incluso para las cosas más nimias: 

“Todo el mundo pone un único portero  en su casa, y porque es un hombre, es bastante. Pero los romanos tenían tres dioses para la tarea: Forculus para la puerta, Cardea para los goznes y Limentinus para el umbral. Forculus, sin duda, era incapaz de vigilar los goznes y el umbral al mismo tiempo que la puerta."

La puerta era el vehículo de comunicación entre dos mundos, exterior e interior, público y privado. Pero también se convierte en un símbolo de la imagen pública del individuo cuando se le quiere honrar con un reconocimiento. En el caso a continuación el honor es la concesión de abrir las puertas hacia fuera, cuando lo normal era que se abriesen hacia dentro.

“En verdad le asalta  a uno la reflexión de cuán pequeñas en proporción a estas mansiones (los palacios de Calígula y Nerón) eran las casas construidas por el estado para los generales invictos. El máximo signo de honor era éste: que, por una cláusula de un decreto público, las puertas de sus casas se abrieran hacia fuera y las hojas de la puerta giraran en dirección al público. Ese era el símbolo más insigne para distinguir las casas triunfales.” (Plinio, H.N. 36,249)

Para celebraciones y conmemoraciones se ponían  adornos en las puertas.
 “Allí aplacaré al Júpiter doméstico y echaré incienso a los Lares paternos y tiraré a puñados coloridas violetas. Todo reluce, la puerta sostiene largos ramos y la fiesta se oficia con lámparas mañaneras.” (Juvenal, Sat. 12)

Pintura con puerta, Villa Poppea, Oplontis, Italia

El cumpleaños del emperador debía ser celebrado por los ciudadanos colgando laurel de las puertas.
El senado concedió a Octavio el honor de adornar con laurel las jambas de su puerta y colgar una corona cívica, hecha de roble, por convertirse en libertador perpetuo y vencedor de los enemigos de la República:

“En virtud de ese acto meritorio fui llamado, por decisión del Senado, Augusto, y fueron revestidas públicamente con laureles las jambas de mi casa y se colocó la corona cívica sobre mi puerta.”  (Gestas de Augusto, 3.4.1)

Los eventos sociales domésticos también exigían el ritual de colocar símbolos en forma de coronas o ramas en las puertas para anunciarlos socialmente. Se colocaban coronas en las jambas en los nacimientos: 
“…adórnense las jambas y la puerta con laurel crecido, para que desde su cuna con dosel  y taraceas una noble criatura te recuerde, Léntulo, las facciones de Euríalo el mirmillón.” (Juvenal, 6)

Dar a conocer una defunción se hacía con ramas de ciprés o abeto delante de la puerta, mientras ésta permanecía cerrada en señal de duelo. En las ceremonias de boda se colgaban ramas de mirto en honor de la diosa Venus y la novia ataba las jambas de la puerta de su nuevo hogar con cintas de lana,  además de untar los goznes con grasa de lobo originariamente, con manteca de cerdo después y posteriormente con aceite.

“Masurio cuenta que los antepasados daban la palma a la grasa de lobo. Este era el motivo según él de que las recién casadas ungieran con ella las entradas de las puertas para que no pudiera entrar nada nocivo.” (Plinio, H.N. 28,142)

Siendo el pueblo romano tan supersticioso, la puerta de la casa se convirtió en el soporte de los remedios contra los maleficios y elementos sobrenaturales que provenían del exterior. De esta forma se colgaban los más extraños objetos que se creían con poderes benéficos. Plinio ha dejado algunos ejemplos en su obra: 

“Niegan que los remedios maléficos puedan entrar, o al menos que puedan provocar daño, si hay una estrella marina untada con sangre de zorro y clavada al dintel de la puerta con un clavo de bronce.” (Plinio, H.N. 32,44)

Puerta con relieves, Museos Vaticanos

El lamento del amante ante la puerta cerrada de la amada se convirtió en un tópico de la poesía amorosa, conocido como paraclausithyron. Muchos autores trataron este tema en sus obras:

“¡Puerta de un amo inaccesible que la lluvia te azote, que te alcancen los rayos enviados por mandato de Júpiter! Puerta, ojalá te abras ya para mí solo, vencida por mis lamentos, y no resuenes al abrirte girando furtivamente el  quicio. Y si mi locura lanzó contra ti insultos, perdónalos: pido que caigan sobre mi cabeza. Debes acordarte de todo lo que he perseguido con voz suplicante, cuando dejaba floridas guirnaldas a tu puerta.” (Tibulo, Elegías, I, 6)

El umbral estaba consagrado a Vesta, de ahí que se mantuviera la costumbre de que la novia no lo pisara porque podría ser signo de mal augurio. Algunos autores hacen derivar la palabra vestibulum, de Vesta, por ser ahí donde se consideraba que empezaba el hogar.

Detalle mosaico entrada Casa del oso herido, Pompeya.
(Foto Pompeiipictures)
El vestíbulo parece haber sido el espacio entre la calle y la puerta de entrada a la casa. Es el lugar donde los clientes y visitas esperaban a ser anunciados al señor. Allí se exponían, a veces. objetos que proclamaban la importancia del dueño e incluso su árbol genealógico. Se disponía a veces un banco para sentarse que podía ser de obra. Podía estar techado o no. Para dar la bienvenida se pavimentaba con un mosaico con un saludo como Have o Salus.

En la obra de Petronio, El Satiricón, encontramos una escena que muestra lo que un visitante podía ver nada más  llegar al vestíbulo de  la casa de un señor rico:

“En la jamba había un cartel con esta inscripción: Todo esclavo que salga fuera de esta puerta sin permiso del amo recibirá cien azotes. En la misma entrada había un portero vestido con una túnica verde, sujeta por un cinturón color cereza. Que mondaba guisantes en una fuente de plata. Del dintel colgaba una jaula de oro, desde la que una urraca pinta saludaba a los que entraban… Todos los que entraban podían ver a su izquierda y no lejos del cuarto del portero, un enorme perrazo pintado en la pared. Encima, en letras capitales, había un letrero con este aviso “Cave canem”.

Junto  a este lugar, en las casas acomodadas, se encontraba la cella ostiaria o cuarto del  janitor o portero, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta. Posteriormente, ya sin cadenas,  cumplía la función de anunciar a los visitantes. Se le representa a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, serían mejor recibidos.

“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero?  Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)

El portero vigilante aparece en la literatura como protector de la honra de la casa o como el que impide al amante acceder hasta su amada. Este suplica para ser admitido y espera que le ayude en su propósito de entrar en la casa para ver a la que ama.

“Portero amarrado, ¡oh indignidad! A la dura cadena, haz girar sobre sus goznes esa puerta tan difícil de abrir. Te pido poca cosa, entreabrirla solamente. Y por su media abertura penetraré de lado… Como lo deseas, las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo del postigo, córrelo presto; así quedes por siempre libre de tu dura cadena, y en adelante no bebas jamás el agua de los esclavos… ¿Me engaño, o sus hojas resuenan al girar los goznes, y su ronco son me da la señal apetecida? (Ovidio, Amores, VI)


Mosaico de entrada, Casa del Poeta trágico, Pompeya

 Para ayudarle en su tarea estaba el perro guardián, que aparece reflejado en numerosos mosaicos atado con una cadena y con la inscripción Cave Canem (Cuidado con el perro). La imagen del portero se complementa con el bastón o virga para ahuyentar a los visitantes no deseados y la llave que abre y cierra la puerta.
Los ciudadanos nobles no solían salir de su casa con la llave encima. Si tenían un portero él la guardaba y si no era un esclavo el que la llevaba. Es por ello que Marcial cuenta la anécdota de cómo un individuo que pasa por rico se delata al caérsele una llave que él lleva consigo, cuando al menos podría haberla llevado un esclavo, si lo hubiera tenido.

“Mientras Euclides, vestido de púrpura, clama que sus fincas de Patras le rentan doscientos mil sestercios y más todavía las de los alrededores de Corinto; mientras hace remontar su árbol genealógico hasta la hermosa Leda y protesta ante Lato que quiere levantarlo, a nuestro caballero presumido, noble y rico, de pronto, se le cayó del seno una gran llave. Nunca una llave, Fabulo, fue más nefasta.” (Marcial, V, 35)

LLaves época romana

El posticum o puerta de servicio puede haber sido la que se utilizaba por los esclavos para entrar y salir de la casa. Situada en la parte posterior o en un lateral con salida a un callejón, serviría al señor en el momento que quisiera escabullirse de los visitantes a los que no deseaba encontrar, sin atravesar el atrio o el vestíbulo donde estos esperaban.

“Di tú con cuántos quieres cenar; déjalo todo y da esquinazo por la puerta de atrás al cliente que espera en el atrio. (Horacio, Epis. I, 5)


Posticum, Casa de los Jarrones de cristal, Pompeya, (Foto Pompeiipictures)

Bibliografía:

dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2010894.pdf, Ritos y creencias de la antigua Roma relacionados con las puertas, Manuel Antonio Marcos Casquero
https://ia801702.us.archive.org/27/items/jstor-289473/289473.pdf, The Paraclausithyron as a Literary Theme, H. V. Canter.
http://www.jstor.org/stable/310454, The Fauces of the Roman House, J. B. Greenough
La casa romana, Pedro A. Fernández Vega, Akal ediciones