domingo, 26 de octubre de 2014

Parentalia, días de los difuntos en la antigua Roma

Mosaico romano, Museo Arqueológico, Nápoles (Foto Marie-Lan Nguyen)

El temor a que los muertos puedan volver como espíritus malignos para atormentar a los vivos hace que el hombre siempre se haya servido de todos los recursos a su alcance para protegerse de ellos.

Adornar los sepulcros, realizar ofrendas y libaciones, rezar y participar en los entierros y fiestas establecidas para honrar su memoria son actos que los romanos llevaban a cabo para demostrar que la muerte no significaba el final de sus ancestros, sino a través de un continuo duelo manifestado en la celebración de diferentes fiestas funerarias los mantenían en su recuerdo como símbolo de unión familiar.

“Hasta este momento ha cantado mi endecha con sus tonos sagrados a seres tan queridos como llorados en merecidos funerales. Ahora, dolor y suplicio y herida incurable, he de recordar la muerte de mi esposa arrebatada.” (Ausonio, Parentalia, 9)



El deseo de estar presente aún después de morir se refleja en los retratos de las lápidas, los relieves con escenas de la vida de los difuntos en los sarcófagos, la representación de banquetes en los que el muerto participa en los monumentos funerarios, en los retratos pintados sobre los sarcófagos y en las tumbas monumentales que solo podían permitirse los más ricos. Los que no tenían a nadie que les recordase y mantuviese su tumba mandaban poner una inscripción en la que pedían al caminante que pasaba junto a ella que rogase por el difunto allí enterrado.

Lápida con inscripción DIS MANIBUS, Museos Vaticanos

Los dioses Manes eran los espíritus de los difuntos que no tenían que ser negativos pero que eran tenidos en cuenta en los entierros con la mención en las lápidas de DIS MANIBUS (a los dioses Manes) y con los ritos domésticos oficiados por el pater familias y con la presencia de todos los parientes.

"A los Manes de Sextus Bebius Stolo que vivió cuatro días y diez horas Caius Bebius Hermes, soldado de la flota del Miseno y Aurelia Proba a su dulcísimo hijo." (CIL X 3547)

Sus tumbas se adornaban y se les ofrecía comidas y banquetes, a veces con un triclinium erigido en los mismos lugares de enterramiento para que los parientes disfrutaran de la comida junto a sus seres queridos ya fallecidos. Las tumbas eran inamovibles e inviolables. No podían trasladarse porque los Manes tenían siempre que volver al mismo sitio.

“Hasta su propio honor tienen las tumbas. Sosegad las almas de los padres y obsequiad con pequeños regalos a las piras extintas. Los dioses Manes exigen cosas pequeñas; reconocen el amor de los hijos en vez de regalos lujosos. Basta con una teja adornada con guirnaldas, unos cereales desparramados, un poco de sal, trigo empapado en vino y violetas sueltas. Pon estas cosas en una vasija y déjalas en medio del camino… Que los dioses también se oculten tras las puertas cerradas de los templos, que los altares no dispongan de incienso y se apaguen los fuegos. Ahora andan vagando las almas sutiles y los cuerpos enterrados en los sepulcros; ahora se alimentan las sombras con la comida proporcionada… A este día lo llamaron Feralia porque trae las exequias. Es el último día para honrar a los Manes." (Ovidio, Fastos)



Las fiestas de Parentalia que tenían lugar entre el 13 y 21 de febrero para honrar a los antepasados tenían un carácter funerario y expiatorio. Esos días se consideraban nefastos, por lo que los magistrados no lucían sus insignias, se cerraban los templos, los fuegos de los altares se extinguían y se consideraba de mal augurio celebrar los matrimonios. El día 21 se celebraba la fiesta de la Feralia, cuando los familiares visitaban las tumbas de sus ancestros y dejaban coronas de flores, sal, pan empapado en vino puro y leche:

“Vengo ahora a los derechos de los Manes, que nuestros mayores instituyeron sapientísimamente, de una parte, observaron religiosamente, de otra. Quisieron, pues, que, en el mes de febrero, que era entonces el último mes del año, fueran hechas las exequias a los parientes muertos.” (Cicerón, Las Leyes, II, 21, 54)



Procesión hasta la tumba en la fiesta de Parentalia

El día 22 se reunía toda la familia para comer en la fiesta de la Caristia o Cara Cognatio, cuando los vivos se dedicaban a buscar la reconciliación entre ellos y olvidar sus rencores, dejando sitios libres para los difuntos recientemente fallecidos, a los que se les servía comida.

“El día que le sigue fue llamado Caristia por los parientes que se quieren, y una multitud emparentada se presenta ante los dioses de la Hermandad. Claro que resulta agradable, tras estar en las tumbas y con los parientes muertos, dedicarse a los vivos, contemplar, tras la pérdida de los seres queridos, lo que queda de la propia sangre y recorrer los grados de parentesco: Vosotros, los buenos, poned incienso a los dioses del parentesco y ofrendad alimentos, que el platito que se envía, prenda de honor que ellos agradecen, alimente a los Lares de vestidos sueltos y cuando la noche húmeda aconseje el plácido sueño, tomad en la mano vino abundante, en el momento de rezar vuestras plegarias, y decid derramando el vino con las palabras sagradas “Por vosotros, por ti, padre de la patria, César Optimo.” (Ovidio, Fastos)


Ágape cristiano, Catacumbas de Priscila, Roma

Al ser un día de celebración se producía un intercambio de regalos entre los miembros de la familia e, incluso, entre patronos y clientes, como describe Marcial en sus epigramas:

“En el día de los parientes, en que se regalan muchas aves, mientras preparo los tordos para Estela, mientras los preparo para ti, Flaco, se me ocurre una multitud ingente y pesada, en la que cada cual se considera el primero y el más mío. Es mi deseo complacer a dos; ofender a los más no es apenas prudente; enviar regalos a muchos es costoso. Haré méritos para el perdón de la única forma que puedo: ni a Estela, ni a ti, Flaco, os enviaré tordos.” (Marcial, Epigramas, IX, 55)



En Roma el entierro de los muertos era un deber sagrado. Negar sepultura a un cadáver era condenar el alma muerta a errar sin descanso y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos. Los muertos se transformaban en espectros furiosos que permanecían entre los vivos provocando epidemias, esterilidades, hambrunas y todo tipo de males. Entre las creencias populares los locos aparecen como poseídos, víctimas de la venganza de los poderes invisibles. También pueden permanecer los espectros en las casas donde han sido asesinados o enterrados, atemorizando a sus habitantes e incluso obligándoles a abandonarlas. Ovidio muestra lo que ocurre cuando no se celebran los ritos exigidos en el culto a los muertos:

"Mas hubo una época, mientras libraban largas guerras con las armas batalladoras, en la cual hicieron omisión de los días de los muertos. No quedó esto impune, pues dicen que, desde aquel mal agüero, Roma se calentó con las piras de sus suburbios. Apenas puedo creerlo; dicen que nuestros abuelos salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos extensos. Después de este suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas, y hubo coto para los prodigios y los funerales." (Ovidio, Fastos, 546-556)


Los espíritus de los muertos pasaban a formar parte de los dioses Manes, pero no bastaba que un hombre muriera para que entrara a formar parte de los dioses Manes. 

“Dad a los dioses manes lo que le es debido –dice Cicerón-, pues son los hombres que han abandonado la vida, tenedlos, pues por seres divinos”. (Cicerón, De las leyes, II, 9

Antes debía recibir los funerales apropiados y era preciso que se le tributara los iusta, el ritual funerario que permitiría mantener viva su memoria entre los vivos. El difunto era transformado en una “divinidad” doméstica por sus parientes.



Ofrenda doméstica, Waterhouse

Si había alguna parte del ceremonial que no se llevaba a cabo, o los familiares abandonaban sus obligaciones para con su pariente difunto, se corría el riesgo de que éste se convirtiera en una sombra atormentada, uno de esos espíritus maléficos, lémures, que el pater familias debía expulsar de la casa durante las fiestas de Lemuria en los días 9, 11 y 13 de Mayo, días nefastos también, siguiendo un antiguo rito que Ovidio explica en sus Fastos:

“Era el mes de mayo, denominado así por el nombre de los ancestros (maiores), que aún hoy conserva parte de la costumbre antigua. Al mediarse la noche y brindar silencio el sueño, y callados ya los perros y los diferentes pájaros, el oferente, que recuerda el viejo rito y es respetuoso con los dioses, se levanta (sus pies no llevan atadura alguna) y hace una señal con el dedo pulgar en medio de los dedos cerrados, para que en su silencio no le salga al encuentro una sombra ligera y cuando ha lavado sus manos con agua de la fuente, se da la vuelta, y antes coge habas negras y las arroja de espaldas diciendo: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo y los míos”. Esto lo dice nueve veces y no vuelve la vista, se estima que la sombra las recoge y está a nuestra espalda sin que la vean. De nuevo toca el agua y hace sonar bronces temescos y ruega que salga la sombra de su casa, al decir nueve veces “Salid, Manes de mis padres,” vuelve la vista y entiende que ha realizado el ceremonial con pureza.”


También adquirían la condición de espíritus errantes y sobre todo maléficos, los insepulti, es decir, el alma de aquellos cuyo cuerpo no había recibido los honores fúnebres; la de aquellos fallecidos de una muerte prematura, y las víctimas de una muerte violenta.
Los insepultos erraban sin encontrar reposo hasta el momento en el que se les rendían los últimos deberes. Para que ello fuera posible, había que recuperar los huesos, y que éstos no hubieran sido dispersados por los perros o bestias salvajes. Una vez cumplidas las obligaciones funerarias, el muerto entraba en los Infiernos y dejaba de ser maléfico.

"No te corresponderá funeral, ni las lágrimas de los tuyos: se te arrancará la cabeza sin que la lloren, y serás arrastrado por la mano del verdugo entre los aplausos de la gente, y su gancho se clavará en tus huesos. De ti huirán hasta las mismas llamas que todo lo consumen, y la tierra justiciera escupirá fuera de sí tu cadáver aborrecido. Con sus garras y su pico te sacará las entrañas lento el buitre y ávidos perros despedazarán tu corazón embustero, y que tu cuerpo sea motivo de disputa (puedes estar orgulloso de esa gloria) entre lobos insaciables." (Ovidio, Ibis)

Ilustración Jean-Claude Golvin

Los espíritus que deseaban la venganza sobre sus enemigos y asesinos eran especialmente peligrosos y si no castigaban ellos mismos a su asesino se podían aparecer a sus parientes y exigirles el castigo del culpable.
La mutilación del cuerpo impedía la correcta realización de los ritos fúnebres y la imposibilidad de descanso para el espíritu del fallecido.

"Fue asesinado junto al lago de Curcio y abandonado allí tal como estaba, hasta que un soldado raso, que volvía de recoger su provisión de grano, tirando al suelo su carga, le cortó la cabeza; y, como no podía
cogerla por los cabellos, la ocultó entre los pliegues de su ropa, luego le metió el dedo pulgar en la boca, y se la llevó a Otón. Éste se la entregó a los vivanderos y a los siervos del ejército, que la clavaron en una lanza y la pasearon por todo el campamento, no sin hacer escarnio de ella." (Suetonio, Galba, 20)

La actitud de Otón tuvo como consecuencia que se viera perseguido en sus sueños por el espíritu de su antecesor y que hiciera los sacrificios pertinentes para ahuyentar a los manes del malogrado Galba. 

 "Se dice que esa noche (toma del poder), presa del pánico durante el sueño, lanzó profundos gemidos; que fue encontrado por los sirvientes que acudieron
en tropel tendido en el suelo, delante de su lecho, y que intentó aplacar con todo tipo de sacrificios propiciatorios los manes de Galba, que en su
sueño le había derribado y expulsado." (Suetonio, Otón, 7, 2).



Tras los funerales había que mantener las tumbas, las cuales eran adornadas con flores naturales escogidas siguiendo las estaciones ocupando un lugar destacado en el simbolismo propio del culto a los Manes. Las flores eran además símbolo de renovación y felicidad en la vida de ultratumba. En cada celebración se depositaban en las tumbas alimentos, bebidas y lámparas de aceite con las que el difunto debería seguir su camino hacia el más allá.


  
Lucerna romana
Durante las libaciones se vertía agua, vino o perfumes como forma de comunicación entre el pariente vivo y el difunto que recibía esta ofrenda. En otras fiestas como las Violaria y Rosaria, también se esparcían flores para honrar a los antepasados en sus tumbas.

Los romanos tendían a gastar excesivamente en los funerales y celebraciones de fiestas funerarias. En la ley de las XII Tablas ya se recomendaba reducir los gastos y Tertuliano, ya en época cristiana, critica el gasto en perfumes para sepultar a los difuntos. 

"No compramos llanamente para los dioses aromas; pero si se querellan los de Arabia, sepan los sabeos que los cristianos compran y gastan más preciosos aromas para sepultar sus difuntos, que los gentiles para purificar a sus dioses." (Tertuliano, Apologética, XLII) 



Los romanos creían que sus difuntos podían volver en forma de apariciones para tomar venganza, pero también para ofrecer consuelo y aliviar la sensación de culpa de los vivos, como en la elegía que el poeta Propercio dedica a su amada Cintia en la que describe como ésta se aparece ante él para recordarle que se haya olvidado de ella y que cuando ambos se encuentren en el más allá, él será eternamente suyo.

“Son algo los Manes: la muerte no termina con todo, de la pira extinta huye una pálida sombra. Pues me pareció ver a Cintia recostarse a los pies de mi lecho, un susurro, la recién sepultada al final del camino, cuando ya me vencía el sueño tras el entierro de mi amada, y me lamentaba de la frialdad de mi cama. Su cabello era como cuando se marchó, sus ojos los mismos, y el vestido con el que fue quemada, el fuego había quemado el berilo de su anillo y el agua del Leteo había marchitado sus labios.” (Propercio, Elegías, IV, 7)

En Roma se tenía presente la muerte como algo cercano y una costumbre extendida era recordar la brevedad de la vida y la necesidad de disfrutar la existencia terrena (memento mori). Es por ello que en banquetes se hacía traer un esqueleto como recordatorio (larva convivialis) durante la comida o, incluso, se han encontrado mosaicos con figuras de esqueletos o ajuares con relieves esculpidos en forma de esqueletos.

“Mientras que, sin dejar de saborear el exquisito néctar admirábamos cada vez más la suntuosidad del festín, un esclavo colocó sobre la mesa un esqueleto de plata, tan bien hecho, que las vértebras y articulaciones podrían moverse en cualquier sentido. El esclavo hizo funcionar el mecanismo, moviendo dos o tres veces los resortes para hacer tomar al autómata diversas actitudes y Trimalcio declamó con énfasis estos versos:

"¡Ay, míseros de nosotros, qué pequeña cosa es ser un hombre pobre! ¡Todos vamos a ser así, el día en que el Orco nos lleve…! ¡Vivamos, pues, con el placer por lema!” (Petronio, Satiricón, 34)


Modioli con esqueletos de Boscoreale, Museo del Louvre



Ver entrada: Fantasmas en la antigua Roma
Ver entrada: Dis Manibus, el descanso de los difuntos en la antigua Roma
Ver entrada: Funus romanorum, ritos funerarios de la antigua Roma

Bibliografía:


http://emerita.revistas.csic.es/index.php/emerita/article/viewFile/1043/1088, Demonios, fantasmas y máscaras en la Antigüedad: consideraciones sobre el término larua y sus significados, Alejandra Guzmán Almagro.
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1281276, Los dioses manes en la epigrafía funeraria bética, Mauricio Pastor Muñoz.
http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/viewFile/4454/4293, Una aproximación a las creencias populares de los romanos: las Lemurias, ¿respeto o temor?, Teresa Espinosa Martínez.
https://www.academia.edu/8851537/_Neron_y_los_manes_de_Agripina_Historiae_3_2006_pp._83-107; NERÓN Y LOS MANES DE AGRIPINA; MIGUEL REQUENA JIMÉNEZ

miércoles, 1 de octubre de 2014

Ars Musicae, recitales musicales en la domus de la antigua Roma

Pintura de Herculano

Roma desarrolló un arte musical con influencia de los etruscos, griegos y el próximo oriente. El pueblo romano adoptó los modos musicales que las civilizaciones ya existentes les aportaron.
La sociedad romana tenía sus propias instituciones musicales que componían para las comedias latinas y para las canciones militares.

“Un escritor de gran autoridad, como Catón, ha escrito en sus orígenes que en los banquetes de nuestros antepasados existía la costumbre de que los invitados cantasen por turno, acompañados de la flauta, las empresas gloriosas y las acciones valerosas de los hombres ilustres. De esto resulta evidente que entonces existían, además de las composiciones poéticas, cantos que se escribían para acompañar a los sonidos de las voces.”(Cicerón, Tusculanas, 4)

La música acompañaba a los pueblos de la antigüedad en sus ritos religiosos y festivos. Los instrumentos utilizados en Mesopotamia, Egipto y  Grecia  fueron heredados por los pueblos mediterráneos centroeuropeos, como los Celtas, Iberos y Etruscos.

Bardo de Paule, Bretaña
Flautista ibera de Osuna,
 Museo Arqueológico Nacional


Relieve Mesopotamia, Museo Oriental Chicago
Estatua con tympanum


















La expansión romana trajo la introducción de las costumbres, mercancías y religión entre los ciudadanos romanos que con el tiempo fueron aceptando y asimilando sus aportaciones culturales y religiosas.
En Grecia la música se consideraba parte integrante de la educación como refuerzo de la moral y acompañaba todos los acontecimientos cívicos y religiosos, incluso los eventos deportivos.
La severidad y austeridad de los primeros romanos les llevó a rechazar la música extranjera por considerar que provocaba la relajación de la moral y las costumbres.

“Vosotros cantad al festejado dios y pedid por el ganado en voz alta: que cada uno pida abiertamente por el ganado, pero en silencio para sí, o incluso para sí también abiertamente, pues la alborozada algarabía y la curva flauta de sones frigios no dejan oir.” (Tibulo, Elegías, II, 1)

La música acompañaba la vida de los romanos en las tareas de las cosechas con los versos fesceninos que entonaban los jóvenes en forma de improvisaciones groseras y satíricas, e incluso obscenas, para propiciar una buena cosecha o agradecer la exuberancia de los frutos recogidos. También en los sacrificios propiciatorios los flautistas entonaban melodías y si dejaban de tocar. el sacrificio se daba como no válido.

Pintura de Larario con flautista, Museo Arqueológico de Nápoles


En la ceremonia nupcial la comitiva que acompaña a la novia a su nuevo hogar se acompaña de la melodía de flautistas contratados y constituye un marco apropiado para la improvisación de danzas festivas, alentadas por el jolgorio y la cadencia de palmas.

“Vamos, flautista, mientras sacan aquí afuera a la flamante novia, llena toda esta plaza con una dulce melodía para celebrar el himeneo. ¡Himen, Himeneo, oh Himen” (Plauto, Casina, 799-800)

 Durante las largas cenas que los romanos celebraban en sus lujosas casas era habitual comer mientras se escuchaba la música o terminar la noche con una actuación musical de flautistas o un  recital de poesía al son de la cítara.

“Es grato en ocasiones delirar.
¿Por qué cesan los aires de la flauta,
Que traen de Berecinto las notas placenteras?
¿Por qué,  colgadas juntas,
La lira y la siringa nuestro festín no alegran?”
(Horacio Odas, III, 19)

Mosaico del Palatino


Según los poetas elegíacos, durante el desarrollo de  fiestas privadas, como bodas, nacimientos y cumpleaños era habitual cantar y bailar al son de las flautas. También acompañaban los cortejos fúnebres donde la música,  junto a los lamentos,  ayudaba a exteriorizar el dolor.

“En tiempos de nuestros abuelos los flautistas eran muy necesarios y se les tenía en gran estima. La flauta sonaba en los santuarios, sonaba en los festivales, sonaba la flauta en los tristes funerales. Era un trabajo dulce y recompensado.” (Ovidio, Fastos, VI)

Flautista etrusco, Tumba Leopardi
Los instrumentos musicales de los romanos aumentaron el tamaño de los heredados de los griegos para obtener mayor intensidad y volumen de sonido.

“La flauta (no como ahora, ceñida de latón y émula de la trompeta, sino ligera y simple, con pocos agujeros) se bastaba para acompañar y ayudar a los coros y llenar con su soplido filas aún no demasiado atestadas; allí se reunía un pueblo que se podía contar, pues era pequeño, y no sólo austero, sino decente y discreto… Así al arte venerable el flautista añadió ampulosidad y pavoneo arrastrándose sin tino por los tablados. Así también a la severa lira le aumentaron los registros y con estilo temerario vino una insólita interpretación…”  (Horacio, Arte Poética)    

Los romanos adaptaron la doble flauta, el aulòs griego y lo denominaron tibia, que tuvo una fuerte raigambre popular, a pesar de  tener una sonoridad estridente, en vez de suave o  dulce.
El aulòs lo inventó la diosa Atenea que al soplar vio como se le deformaba la cara y la tiró. Marsias la encontró y retó a Apolo a una competición musical entre la cítara y la flauta doble. Apoló acabó desafiando a Marsias a tocar cabeza abajo lo que no podía hacer con su instrumento, por lo que perdió y Apolo le hizo desollar.


Mosaico de Apolo y Marsias, Museo del Bardo, Túnez

La tibia era una flauta doble de longitud variable según el número de agujeros. Los distintos tipos de flautas usadas por los tibicen romanos (flautistas) seguían una denominación que correspondía a los países conquistados por Roma. La tibia Phrygia tenía un extremo curvo y se tocaba en los ritos de la diosa Cibeles.

Los ejecutantes de música con la tibia llevaban unas tiras de cuero que, saliendo de la embocadura bordeaban los carrillos y se anudaban en la nuca del instrumentalista. Se controlaba de esta forma el soplo con más facilidad y se disimulaba la antiestética hinchazón de los carrillos del músico.

“Ebria, nos revienta la tocadora con sus carrillos como una cuba: muchas veces toca dos a la par, otras muchas un monaulos.”  (Marcial, Epigramas)

Los artesanos que fabricaban las tibias utilizaban distintas maderas dependiendo de la función del instrumento; la de boj era la preferida para las tibias de las ceremonias religiosas, en cambio, para los espectáculos se elegía el loto, pero también hueso o la plata.

“Una cosa es pastorear y otra el cultivo del campo, aunque afines, así como la flauta de la derecha es distinta de la de la izquierda y sin embargo de alguna manera están unidas, ya que, en las cadencias del canto, una de ellas toca la melodía, la otra el acompañamiento.” (Varrón, I, V)

Dios Pan con siringa, Pompeya

La flauta de Pan o siringa, que en Roma se llamó fistula, nació según el mito en el que la ninfa Siringe, perseguida por Pan, fue derribada junto al río, donde pidió ayuda a la diosa de dicho río, que la transformó en cañas. Pan, aunque frustrado en su deseo amoroso, escucha la dulce música que produce el viento al pasar entre las cañas y decide cortarlas en fragmentos de distinta longitud y las pega con cera, formando la primera siringa.
Otras flautas eran la fistula obliqua (la flauta travesera), y el calamus o flauta de hueso. Instrumentos ya conocidos desde la Prehistoria y usados en Mesopotamia, Egipto y otros pueblos.

A finales del Imperio hubo una afición desmedida a la música, eminentemente rítmica y acompañada de percusión, que encantaba a una juventud que ya no quería practicar la guerra ni el trabajo. Con la llegada del Cristianismo el uso de las flautas decayó y los instrumentos de percusión fueron prohibidos porque se asociaban a los ritos paganos y orgiásticos.


Los poetas gustaban de invocar a Apolo y  las Musas griegas como protectores de su arte y para pedir inspiración para sus obras.

"Baja del cielo, oh soberana Musa, ¡Vamos baja del cielo y entona con la flauta un larga melodía, reina Caliope, o, si es lo que ahora quieres, con tu aguda voz o con las cuerdas de la cítara de Febo.” (Horacio,  Odas, III, 4)

Musa Euterpe, Museo Arqueológico de Tarragona



Lira, Casa de Lucrecio Fronto 
(Foto de Karl)
El instrumento de la poesía era la lira. Los griegos tenían varios tipos la lira phorminx, antecedente de la cítara, la lira chelys con una  caja armónica con forma de caparazón de tortuga- auténtico en los tiempos más antiguos- sobre la que se tensaba una piel de buey, imitando la lira inventada por Hermes y la lira barbitos, con brazos más largos y típica de los ritos dionisiacos. Horacio menciona en su Odas la lira llamada en Grecia barbiton.

“Me invitan a pulsarte, si a la sombra
Canté, a tu son, mis ocios pasajeros,
Inspírame hoy un cántico latino
Que perdure en el tiempo,
Tú, noble lira, que pulsada fuiste
Por el glorioso Alceo,…
Honra de Febo, tortuga grata
A los  festines de Júpiter supremo
Delicia suya, y para mí el más dulce
Remedio de las penas: oye mi ruego. “
(Horacio, Odas, I, 32)



Apolo con cítara, Museo Palacio Massimo, Roma


La cítara tenía una caja armónica de madera con dos brazos que se unían en la parte alta por medio de un travesaño horizontal; entre la parte inferior de la caja y el travesaño se tendía un número variable de cuerdas de tripa de oveja o de cáñamo. El número de cuerdas podía variar mucho – hasta dieciocho en las piezas más tardías-, pero el tipo de cítara más habitual estaba dotado de siete cuerdas. Se tocaba sentado o de pie, con el instrumento delante del músico y en posición ligeramente inclinada. Las cuerdas se hacían sonar con la mano derecha,  con un  plectro hecho de un cuerno animal y atado a la base del instrumento, probablemente para soltarlo cuando hubiera que puntear las cuerdas con los dedos, aunque los más virtuosos se servían solo de las manos. Con la izquierda se sujetaban las cuerdas que no debían sonar y se amortiguaba la vibración para obtener efectos peculiares.

La música de lira o cítara, propia de Apolo, que permitía la expresión de la palabra mediante el canto, lo que no ocurría con la música de  las flautas, que era meramente instrumental , se consideraba más culta y elegante. La música de flauta era tenida como más vulgar y rústica, propia de los faunos y de ambientes dionisiacos. Entre los patricios el canto acompañado de la lira o la cítara era considerado como signo de distinción, ya que era el arte de Apolo. En cambio tocar la flauta era visto como vulgar ya que provenía del  dios Dionisos, símbolo de lo irracional y el descontrol.

“Recita, además, mis versos, acompañándose de la cítara, sin que músico alguno le haya enseñado a hacerlo, ha sido el amor, que es el mejor de los maestros.” (Plinio, Epístolas, IV, 19)   


Museo Nacional Romano
La pandura o pandorium es el antecedente de la bandurria. Es semejante al laúd con varias cuerdas y proviene del Próximo Oriente. En Mérida se encuentra una estela que muestra una joven tocando este instrumento, poco conocido y mencionado en los documentos sobre el mundo romano. La joven se llama Lutacia Lupata y la estela le está dedicada por su maestra Severa.


Cibeles con tympanum, Louvre
Los instrumentos de percusión eran utilizados en ocasiones donde imperaba el desenfreno y el goce de los sentidos como las fiestas en honor del dios Baco, las Bacanales. Los participantes en festivales donde el vino y los bailes eran parte principal de la celebración, como los cultos a divinidades orientales,  acompañaban sus cantos con instrumentos como los címbalos o platillos, el pandero (tympanum), o  flautas de fuerte sonoridad.


Los címbalos eran unos  platillos de bronce con una concavidad interior y planos en los bordes, cuyos centros están perforados y atravesados por unas correas de cuero o unas cuerdas que sirven para sostenerlos.

Los crótalos estaban formados por dos cañas hendidas o dos piezas ahuecadas de madera o metal, partidas por el medio, de modo que dando estos pedazos uno contra otro con diversos movimientos de los dedos, producían un ruido semejante al de una cigüeña con su pico.

Mosaico con cortejo Dionisiaco, Museo Ismailiya, Egipto

¡Marchad juntas, seguidme
Hasta el santuario frigio de Cibeles, hasta el bosque frigio de la diosa,
Donde suena la voz de los címbalos, donde el tímpano retumba,
Donde el flautista frigio entona honda canción en su caña recurva,
Donde las Ménades, coronadas de hiedra, sacuden fuerte sus cabezas…”
(Catulo, Poemas, 63)

Fauno con crótalos y scabellum
El scabellum era un instrumento de percusión, que consistía en una suela de metal o madera maciza, que se unía mediante una bisagra a la suela del zapato, y con la que el scabellarius podía golpear el suelo de piedra o una plancha especialmente diseñada para ello. Con él se marcaba el ritmo y el tiempo.


A finales del siglo I y durante el siglo II los emperadores favorecieron el arte, y, a veces participaron también en él. Nerón presumía de tocar la flauta y la cítara, y otros emperadores trajeron músicos del Mediterráneo oriental, donde se conservaba mucho mejor la tradición griega. Mesomedes de Creta entusiasmó a las corte de Adriano y Antonino Pío con sus composiciones y sus instrumentos de cuerda, que impuso para sustituir a aparatos más estruendosos.
El emperador Adriano tenía a su servicio un músico griego, Mesomedes de Creta, al que se atribuyen dos composiciones para voz e instrumentos de cuerdas pulsadas, cítaras. Una es un himno al Sol y otra es un himno a Némesis.


HIMNO A NÉMESIS

Némesis, alado equilibrio de la vida,
diosa de oscuros ojos, hija de la Justicia,
tú que dominas la vana arrogancia de los mortales 
con inquebrantable brida
y condenando la dañina vanidad, la negra envidia eliminas....

 Esta música, llamada monofónica o monódica,  consistía en un canto a una sola voz con acompañamiento y  permitía al ejecutante y compositor tomarse libertades en cuanto a las formas y estilos musicales.

“Y según estábamos después de la cena, se presenta un muchacho, esclavo de mi padre, templando una cítara, y al principio, pulsó las cuerdas haciéndolas vibrar con las manos desnudas y, haciendo resonar dulcemente un poco de aire, susurraban muy bajo como un murmullo con los dedos; después de esto ya golpeaba las cuerdas con el plectro, y tocando un poco a los sonidos de la cítara, cantó al son de sus notas.” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, I, 5)


Apolo Moregine

En Roma, como en Grecia se celebran competiciones que combinaban actuaciones artísticas y deportivas.  Nerón, entusiasta del helenismo, instituyó unos juegos quinquenales, los Neronia, con concursos musicales, gimnasia y carreras. Se celebraron dos veces, en el año 60 y  65 d.C.  Nerón compitió en un certamen literario con el poema Las Metamorfosis de Niobe, mientras que el poeta hispano Lucano lo hizo con el poema La bajada a los infiernos de Orfeo. Al ser éste último el preferido se ganó la enemistad del emperador. También el emperador Domiciano mandó celebrar unos juegos en honor de Júpiter Capitolino donde se entregaban premios por recitar en verso y tocar la cítara con o sin canto.



Pintura de John Edward Poynter

Los romanos admitían la enseñanza del canto como medio de reforzar la voz y mejorar la expresión oral. En las familias nobles la música formaba parte de la educación de los niños y los jóvenes  que sabían  tocar la lira o la cítara mientras recitaban unos versos eran tenidos como cultos. Incluso las niñas y jóvenes aprendían a tañer la lira y entonar canciones y eran animadas a demostrar sus dotes aunque guardando el decoro debido.

“Y cuando con plectro eolio tañe hermosas canciones
Igual de sabia al tocar que la lira de la fuente Aganipe
Y cuando sus escritos compara a la antigua Corina,
Poemas que nadie piensa valgan igual que los suyos.”
(Propercio, II, 3)


Como otros tipos de artistas los músicos callejeros se unían en compañías itinerantes que actuaban en la calle y en las casas donde se les contrataban para actuar.

Músicos callejeros, Mosaico Casa de Cicerón, Museo Arqueológico de Nápoles


Bibliografía:

Essay Nr. 57: Banquet Music in the Ancient World, David Whitwell
revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/download/1764/1643, La presencia de la música en los contextos funerarios griegos y etruscos, MARÍA ISABEL RODRÍGUEZ LÓPEZ
www.analesiie.unam.mx/index.php/analesiie/article/view/1082, La música de Roma, Jorge Velazco
https://archive.org/details/cu31924022389054, The history of music, William Chapell