Pro itu et reditu (Por un viaje de ida y vuelta seguro)
Viajar es un rasgo de la vida humana de los más antiguos que
se remonta a los tiempos míticos. Los pueblos de la antigüedad, egipcios,
babilonios, fenicios, cretenses y griegos se centraron en su propio entorno y
consideraban su propio estado como el centro del mundo, aunque posteriormente
iniciaron viajes a otros países para intercambiar mercancías, compartir sus
experiencias y conformar su vida espiritual.Cisium, Termas de los cisiarii, Ostia antica, foto de Samuel López |
“A visitar ostentosas obras muy
alabadas y templos, levantados gracias al esfuerzo y a las riquezas de los
hombres, o a recordar [sagradas] antigüedades corremos atravesando mares y
tierras, cercanos a nuestro destino; ávidos arrancamos las mentiras de las
antiguas leyendas, y nos gusta recorrer todos los pueblos.” (Etna,
Apéndice Virgiliano)
Petra, Jordania. Ilustración de Jean-Claude Golvin |
Los griegos fueron los primeros viajeros que no solo se
desplazaron a otros países con fines comerciales, religiosos, de salud, o para
asistir a acontecimientos deportivos o festivales, sino que lo hicieron por el
placer de ampliar conocimientos y por el interés en la cultura y arte de dichos
pueblos.
La mayor parte de los habitantes de los territorios
conquistados por Roma admiraban el sistema político y la tradición cultural que
los griegos habían instaurado y que se extendía por el mundo conocido. Los
santuarios y templos como el de Delfos eran vistos como reliquias del pasado
dignos de una visita turística.
Plutarco menciona un episodio en el que Cleombrotus, de
Esparta, quien no viajaba con el propósito de rendir culto, ni por motivos
profesionales, ni por servicios administrativos, sino porque le gustaba ver
cosas y aprender, coincide en su visita a Delfos con Demetrius, que regresaba a
Tarso, su hogar, desde Britania.
“Mas, poco antes de los juegos
Píticos que tuvieron lugar bajo el arcontado de Calístrato, en nuestros días,
dos hombres sagrados, partiendo de los confines opuestos del mundo, se
encontraron casualmente en Delfos, Demetrio el gramático, que regresaba de Britania
a Tarso, a su casa, y Cleómbroto de Lacedemonia, quien había andado vagando
repetidas veces por Egipto y en torno a la región Troglodítica y había navegado
mar Eritreo adentro no con fines comerciales, sino que, siendo hombre amigo de
ver y conocer, con bienes suficientes y teniendo en no mucha estima el poseer
más de lo suficiente, dedicaba su ocio a este tipo de actividades y andaba
reuniendo información como material para una filosofía que tenía como fin la
teología, como él mismo la llamaba.” (Plutarco, La desaparición de los
oráculos, 410A)
Delfos, Grecia, Ilustración de Jean-Claude Golvin |
El descubrimiento de nuevos territorios y pueblos incitó a
los romanos a desarrollar su curiosidad y su gusto por los viajes y, tras la
conquista de Grecia, heredaron el interés que el mundo helenístico demostraba
por lo exótico y pintoresco.
En la época del principado de Augusto el romano mostraba un
profundo respeto por la dignidad y por el pasado y sus tradiciones, que no le
impedía desarrollar una curiosidad que le podía llevar a indagar sobre su
entorno e, incluso, traspasar las fronteras del Imperio para adentrarse en lo
desconocido.
“Solemos emprender un viaje,
cruzar el mar para conocer algunas cosas que, colocadas ante nuestros ojos
despreciamos, ya sea porque la naturaleza ha dispuesto que persigamos cualquier
objeto lejano mientras no prestamos atención alguna a los más cercanos, ya sea
porque todo deseo languidece, cuando la ocasión de satisfacerlo es asequible,
ya sea porque aplazamos, pensando que lo vamos a ver a menudo, la contemplación
de lo que se te permite ver cuantas veces desees hacerlo. Cualquiera que sea la
causa, existen muchísimas cosas en nuestra ciudad y en sus alrededores que
nunca hemos visto, y de las que ni siquiera hemos oído hablar, que, si hubiesen
estado en Acaya, Egipto, Asia o en cualquier otra tierra llena de maravillas y
que haga propaganda de las mismas, habríamos oído hablar o habríamos leído
sobre ellas, y las habríamos visitado.” (Plinio, Epístolas, VIII, 20)
Templo de Bel, Palmira, Siria, Ilustración de Jean-Claude Golvin |
Los viajeros de esos tiempos no solían interesarse en
demasía por los paisajes, especialmente los montañosos, a no ser que en las
cercanías existiese un volcán, ya que este se asimilaba a la mitología, tema
que sí les interesaba por sus connotaciones históricas sobre el pasado de Roma.
“Después (Adriano) navegó hasta
Sicilia, donde subió al monte Etna, para contemplar la salida del sol que,
según dicen allí, aparece con varios colores a modo de arco iris.” (Historia
Augusta, Adriano, 13)
De todos los territorios que Roma tenía bajo su control,
Egipto tenía la tradición histórica más antigua y ofrecía a los viajeros un
paisaje exótico, una forma de vida diferente, monumentos atípicos y un viaje
relativamente fácil. En la época en que el mar no estaba cerrado a la navegación,
había un servicio constante desde Italia y Grecia hasta Egipto.
Pirámides de Egipto, Ilustración de Jean-Claude Golvin |
Los romanos viajaban a Egipto para ver por sí mismos las
extrañas costumbres y prácticas religiosas de las que habían leído en las obras
de ficción además de para rastrear su herencia cultural. Para ello acudían ante
sacerdotes y guías locales que contarían historias reales sobre Memnón, la
Esfinge y las Pirámides. El Egipto romano inspiró un tipo de turismo espiritual
e intelectual que llevaba a los viajeros a los centros de culto donde los
sacerdotes se mostraban deseosos de apoyar el comercio turístico.
El itinerario solía comenzar en Alejandría siguiendo río
arriba pasando por Heliópolis, las Pirámides y Menfis, además de El Fayum con
sus laberintos y cocodrilos. Estrabón presenta una viva descripción de tal
viaje haciendo hincapié en las variantes locales del culto egipcio a los
animales. Viajó con Elio Galo, gobernador de Egipto, entre 29 y 26 a.C.,
navegando por el Nilo desde Alejandría hasta Filae.
“Navegando a lo largo de la costa
durante unos doscientos estadios, se llega a Arsinoe, antes llamada
Crocodilopolis. Y esto es debido a que en este nomo rendían culto con gran
devoción al cocodrilo, y hay uno sagrado, criado en un lago aparte, y que es
manso con los sacerdotes. Se llama Suco. Lo alimentan con grano, carne y vino,
que le ofrecen los extranjeros que le visitan. Al menos, nuestro anfitrión, un
hombre honorable, que nos estaba iniciando en los misterios, nos acompañó al
lago, llevando de la cena una hogaza de pan, carne asada y una jarra de vino
mezclado con miel. Encontramos al animal acostado a la orilla del lago.
Acercándose los sacerdotes, mientras unos le abrían la boca, otro echaba dentro
el pan, luego la carne y luego vertía el vino con miel. Al punto, el animal se precipitó
al lago y cruzó a la otra orilla. Y al llegar otro extranjero portando
igualmente una ofrenda, los sacerdotes tomándola rodearon el lago a la carrera,
agarraron al animal y le entregaron la ofrenda de la misma manera.” (Estrabón,
Geografía, XVII, 1, 38)
Filae, Egipto, ilustración de Jean-Claude Golvin |
Entre los destinos más populares estaban el templo de
Abidos, dedicado a Osiris, que contenía el oráculo del dios Bes. Muy visitado
era también el coloso de Memnón, en Tebas, desde donde se trasladaban al
cercano valle de los Reyes. Otro lugar muy visitado fue el templo de Isis en la
isla de Filae.
En una carta escrita entre los siglos I y II d.C. un tal Nearchus escribe a su conocido
Heliodorus sobre un viaje por el Nilo en el que se citan varios lugares
turísticos.
“………………….
Navegué y levé el ancla
Pasé tiempo en Syene (Assuán) y
en el lugar desde el cual el Nilo fluye
y Libia (Oasis de Siwa) donde Amón emite sus oráculos para todos los hombres e investigué los cortes de las
rocas e inscribí los nombres de mis seres queridos en los
monumentos sagrados
como símbolo de adoración para ser recordado.”
Templo del oráculo de Siwa, Egipto, Ilustración Jean-Claude Golvin |
Un monumento que atraía especialmente a los viajeros era la
estatua de Memnón, que supuestamente emitía un canto a cierta hora del día, lo
cual se debía ciertamente a un ruido que se oía a veces por causa de su
deterioro durante la guerra con Cambises y también por un terremoto. Los
turistas dejaban escrito sobre la estatua si habían llegado a escuchar el
fenómeno, que acabó desapareciendo por completo con la reparación que se hizo
en tiempos de Septimio Severo.
“Quiso Germánico ver también las demás maravillas, de las
cuales fueron las principales la estatua de piedra de Memnon, que, herida de
los rayos del sol, resuena a semejanza de voz humana; las pirámides levantadas
en forma de montes por la emulación de las riquezas de aquellos reyes, combatidas ahora del tiempo entre
aquellas incultas y apenas practicables arenas; los lagos cavados para recibir
las aguas que sobrasen de las corrientes del Nilo, y en otra parte las
gargantas y aberturas impenetrables a quien se atreve a medirlas. De allí pasó
a Elefantines y a Siene, término en otro tiempo del Imperio
romano, el cual se extiende hoy hasta el mar Bermejo.” (Tácito, Anales,
II, 61)
Colosos de Memnon, Tebas, Egipto. Acuarela de Oswald Walters Brierly. Royal Collection Trust |
Julia Balbilla, dama noble que acompañaba al emperador
Adriano y su esposa Sabina durante su viaje a Egipto dejó un poema escrito
sobre su propia experiencia ante el monumento.
No oímos a Memnón el primer día…
¡Memnón!: ¿Silencio
ante la emperatriz?
¿Con qué propósito?
–¡Vuelve, bella Sabina!
…Pero que Adriano
contigo no se enfade,
Memnón, por tu deleite
en la belleza de Sabina,
y… ¡Grita!
Por mucho tiempo
la retuviste sin temor
–¡tan noble ella!–.
Pero, ante Adriano,
el miedo, Memnón, te estremece
¡y, por fin, hablas!
¡Y Sabina se regocija!
Qué divina la voz
de Memnón –¡o Phamenoth!–:
¡Balbila, yo, extrema,
te he escuchado, piedra!
…Con Sabina, reïna mía,
en la alborada fría…
De Adriano al año XV,
mes de Atir, día XXIV (21 noviembre 130 d.C)
(Fuente: Poemas en la
pierna de la estatua cantante Francisco
Agudo, Nayagua, revista de poesía, nº 30 Julio 2019)
La fascinación de los romanos por su pasado de origen griego puede verse como una aventura intelectual de descubrimiento y rastreo de las raíces, aunque no exenta de cierta piedad religiosa. Julio César, quien creía descender del linaje de Eneas, en su visita a Troya dedica un altar a sus ancestros.
“Sin darse cuenta, había atravesado un arroyuelo que
serpenteaba en el polvo seco: era el Janto. Sin
cuidarse de ello, tenía puestas sus plantas en
un rimero de césped: un frigio nativo le dice
que no pise los manes de Héctor. Había en el
suelo unas piedras desprendidas y que no
guardaban trazas de nada sagrado: «¿No
reparas —le dice el guía— en el altar de
Júpiter Herceo?»
Una vez que aquella venerable antigüedad
sació las miradas del caudillo, erigió deprisa
un altar con un amontonamiento de césped y
formuló, sobre el fuego donde ardía el
incienso, estos votos con intención de
cumplirlos: «Dioses de las cenizas,
cualesquiera que habitéis las ruinas frigias;
990 lares de mi antepasado Eneas, ahora
conservados por su ciudad de Lavinia y por
Alba, y en cuyas aras brilla aún el fuego
frigio; y tú, Palas, no accesible a la mirada
de ningún hombre, prenda de recordación en
las profundidades del templo: el más
esclarecido descendiente de la estirpe de Iulo
ofrece piadoso incienso en vuestros altares y
os invoca ritualmente en vuestra sede
primitiva. Concededme una ruta de éxitos en
lo que me resta por hacer, y yo os restituiré
vuestros pueblos; agradecidos, a su vez, los
ausónidas devolverán a los frigios sus murallas
y resurgirá una Pérgamo romana.” (Lucano,
Farsalia, 960)
Excavaciones de Troya por Schliemann |
Los
visitantes de las ciudades de Grecia y de Asia menor que ya estaban derruidas
solían conformarse con los relatos que se contaban sobre los sucesos heroicos
en ellas acontecidos. Si todavía existían monumentos en pie, se podía disfrutar
de las obras artísticas que contenían o de la belleza de su arquitectura, aunque
a veces se veían acosados por habitantes locales dispuestos a ejercer de guías
a cambio de unas monedas.
“Cuando después de atravesar la parte marítima de Cilicia
ya habíamos alcanzado el Golfo de Panfilia, después de pasar con dificultad las
Islas de las Golondrinas, límites felices de la antigua Grecia,
visitamos cada una de las ciudades de Licia, donde disfrutamos muchísimo con
los antiguos relatos, pues no se ven huellas claras de su antigua felicidad.
"Finalmente alcanzamos Rodas, la isla consagrada al Sol y decidimos tomar un pequeño descanso en nuestro ininterrumpido viaje.
Xanthos, Licia, Turquía, Ilustración Jean-Claude Golvin |
"Finalmente alcanzamos Rodas, la isla consagrada al Sol y decidimos tomar un pequeño descanso en nuestro ininterrumpido viaje.
En vista de ello,
los remeros vararon la nave a tierra y acamparon cerca. A mí me habían dispuesto
un alojamiento enfrente del templo de Dioniso y me dediqué a pasear
tranquilamente, disfrutando de un placer extraordinario.
En realidad, la ciudad del Sol tiene una belleza adecuada
a la divinidad. Recorriendo los pórticos del templo de Dioniso examiné cada una
de las pinturas, disfrutando de su contemplación y rememorando los relatos
heroicos. Enseguida dos o tres personas se me acercaron dispuestos a contarme
la historia entera por una pequeña propina, aunque la mayor parte de lo que
decían yo ya me lo había imaginado.” (Luciano, Amores, 7-8)
Los guías, aparentemente contratados, adornaban sus explicaciones con sucesos o anécdotas que podías ser reales o no, pero que la mayoría de los viajeros podían estar dispuestos a creer.
Los guías, aparentemente contratados, adornaban sus explicaciones con sucesos o anécdotas que podías ser reales o no, pero que la mayoría de los viajeros podían estar dispuestos a creer.
“La historia que contaba Aristarco, el guía de las cosas
de Olimpia, no conviene que yo la pase por alto: dice que, en su tiempo, cuando
los eleos estaban restaurando el techo del Hereo, que estaba en malas
condiciones, encontraron el cadáver de un hoplita con heridas, entre el techo
adornado y el que sostiene las tejas. Este hombre luchó en la batalla dentro
del Altis entre lacedemonios y eleos. En efecto, los eleos para defenderse se
subieron a los santuarios de los dioses y a todos los lugares igualmente
elevados. Este hombre me parece que se deslizó allí después de perder el
sentido a causa de las heridas. Cuando exhaló su alma, ni el calor sofocante
del verano ni el frío del invierno habían de dañar el cadáver, puesto que yacía
totalmente resguardado.” (Pausanias, Descripción de Grecia, V, 20, 4-5)
Olimpia, Grecia, Ilustración Jean-Claude Golvin |
Los turistas
a veces eran sorprendidos por ciertas actuaciones de los residentes que
realizaban exhibiciones delante de ellos creando un espectáculo visual y
dramático que resultaba creíble o no, pero, que, sin duda, atraía la atención
de todos los que lo presenciaban.
“Entre las maravillas de este río, se ha citado la
increíble audacia de sus moradores. Montan dos en barquillas, uno para guiarla
y el otro para arrojar el agua, y después de marchar agitados por la furiosa
rapidez del Nilo y de sus reflujos, llegan al fin a los estrechos canales,
entre peñascos cercanos que consiguen evitar; deslízanse llevados por el río
entero, dirigiendo la barquilla en la caída, y con profundo terror de los
espectadores caen de cabeza, creyéndose que han perecido, que quedan sepultados
bajo la espantosa masa de las aguas, cuando reaparecen muy lejos de la catarata
cortando las olas como saeta lanzada por máquina de guerra. La catarata no les
ahoga, no haciendo, otra cosa que llevarlos a corriente más llana.” (Séneca,
Cuestiones Naturales, IV, 2)
Primera catarata del rio Nilo. Ilustración de John H. Allan. http://eng.travelogues.gr/ |
La visita a
los lugares turísticos y también de culto incluía en ocasiones la venta de
estatuillas que reproducían la estatua principal de la deidad venerada en ellos
o figurillas que remedaban los templos visitables. En el siglo I d.C. Pablo de Tarso en su visita a Éfeso durante
sus viajes para propagar el cristianismo se encuentra con una protesta de los
comerciantes atemorizados de perder su negocio de venta de estatuillas del
templo de Artemisa.
“Cierto platero, llamado Demetrio, proporcionaba a los
orfebres ganancias no pequeñas labrando en plata templetes de Artemisa.
Reuniendo a estos y a los demás obreros del ramo, les dijo: «Compañeros, sabéis
por experiencia que nuestro bienestar depende de este trabajo, pero estáis viendo
y oyendo que no solo en Éfeso, sino en casi toda Asia, ese Pablo ha seducido a
mucha gente con sus persuasiones, diciéndoles que no son dioses los que se
fabrican con las manos. Y no solo se corre el peligro de que caiga en
descrédito este ramo de la industria, en perjuicio nuestro, sino también de que
sea tenido en nada el templo de la gran diosa Artemisa y llegue a derrumbarse
la majestad de aquella a quien da culto toda Asia y todo el mundo». (Hechos
de los Apóstoles, 19, 21-41)
Templo de Artemisa, Éfeso, Turquía. ilustración Jean-Claude Golvin |
Roma aceptó
desde un principio la superioridad cultural de Grecia, y apreciaba el prestigio
de su historia y el peso de su civilización, de su tradición y de sus
instituciones, siendo el griego la segunda lengua oficial del Imperio. Muchas
familias patricias romanas mantenían
vínculos con ciudades griegas, a la vez que miembros de familias nobles
greco-orientales llegaron a acceder al rango senatorial. Además, gran número de
actos de la familia imperial iban encaminados a demostrar su admiración por la
cultura helena. De todos los emperadores Julio-Claudios, fue Nerón el que se
mostró más particularmente inclinado hacia lo griego. Su pasión por la música,
la literatura, el teatro y los juegos atléticos contribuyeron quizás a su
interés por las ciudades griegas, que celebraban festivales y juegos desde
época ancestral.
Nerón partió
hacia la provincia griega de Acaya donde permaneció durante catorce meses. La
actividad más señalada durante su estancia en Grecia fue sin duda su
participación en los principales juegos griegos, iniciada en el mes de octubre del
año 66, participando en los juegos Píticos, Ístmicos, Nemeos y Olímpicos, siendo
declarado vencedor en todos ellos, además de realizar representaciones en las
ciudades de Argos y Lerna.
“Y no contento con haber demostrado en Roma su pericia en
estas artes, se dirigió a Acaya, como ya hemos dicho, movido, sobre todo, por
la siguiente razón. Las ciudades de esta provincia, que suelen celebrar certámenes musicales
habían decidido enviarle todas las coronas que se otorgan a los citaredos.
Nerón las aceptaba encantado, llegando a recibir antes a los legados encargados de traérselas que a nadie
más, y a introducirlos incluso en sus comidas intimas. Algunos de ellos le
pidieron en cierta ocasión que cantara durante la cena, deshaciéndose luego en
elogios, ante lo cual declaró que solo los griegos sabían escuchar y solo ellos
eran dignos de él y de sus esfuerzos. Partió, pues, sin dilación, y, tan pronto
como arribó a Casiope, ofreció las primicias de su arte ante el altar de
Júpiter Casio, presentándose acto seguido a todos los concursos.” (Suetonio,
Nerón, XXIII)
Durante la
época de Augusto surgió un itinerario que recorría los sitios considerados
dignos de visitarse por su interés histórico, artístico y religioso. Empezaba
en Roma, desde donde se viajaba a Grecia, pasando por Sicilia, y se llegaba a
Asia menor tras recorrer algunas islas del mar Egeo, después Egipto y vuelta a
Roma.
El momento álgido de lo que se puede llamar “turismo romano” se produjo en
el siglo II, durante la Pax Romana, que proporcionaba las condiciones políticas
más estables para viajar, y unas infraestructuras adecuadas, siendo ese el
momento en el que los visitantes aprovechaban a viajar, especialmente, a
Grecia, en busca de su mitología, monumentos y sus festivales artísticos y
deportivos.
“Y en efecto, lo que todos dicen, que la tierra es la
madre y la patria común de todos, vosotros lo habéis demostrado de la mejor
manera. En efecto, ahora es posible tanto a un griego como a un bárbaro,
llevando sus posesiones o sin sus bienes, viajar a donde quiera con facilidad,
como quien pasa sin más desde su patria a su patria. Y ni las Puertas Cilicias
causan miedo, ni los desfiladeros y caminos arenosos que, atravesando Arabia,
se dirigen a Egipto, ni las montañas inaccesibles, ni la infinita grandeza de
los ríos, ni las insondables tribus bárbaras, sino que para gozar de seguridad
basta con ser romano, o mejor, uno de los que están bajo vuestra autoridad. Y
tras haber medido toda la ecúmene, ponteado los ríos con viaductos de todas las
clases, devastado las montañas para que fuesen aptas para el paso de los
carruajes, cubiertos los desiertos con postas, y tras haber civilizado toda la
tierra con vuestra manera de vivir y vuestro orden, vosotros habéis convertido en
realidad lo que Homero dijo: la tierra común para todos.” (Elio Arístides, Discurso a Roma, 100)
Fuente: culturaclasica.com |
Adriano fue
uno de los emperadores más viajeros y su filohelenismo le llevó principalmente
a Grecia, donde se dedicó a restaurar y engrandecer la “Atenas de Teseo”,
embelleciéndola con edificios nuevos y deslumbrantes. Un arco de triunfo en su
honor exhibía una inscripción señalando su labor. Visitó además muchas otras ciudades
en la Hélade. Durante sus estancias en diferentes años. Desde Atenas, especialmente
durante el primero de sus viajes, recorrió buena parte del Peloponeso y Grecia
central, visitando no sólo Esparta y Delfos, sino otros lugares como Epidauro, Argos,
Olimpia, Corinto, y quizás otras muchas villas y templos. Era la primera vez
tras Nerón que un emperador visitaba la Hélade, deteniéndose en tantos lugares,
prestándoles atención, concediéndoles inesperados dones y convirtiéndolas por
algunos días en sede de la corte imperial.
“Adriano completó el Olimpeo en Atenas [templo dedicado a
Zeus Olímpico], en el que también erigió una estatua suya, y dedicó allí una
serpiente que había sido traída desde la India. Presidió también los
Dionisíacos, asumiendo inicialmente el más elevado cargo de arconte entre los
atenienses y, ataviado con la vestidura local, lo desempeñó brillantemente.
Permitió que los griegos construyeron en su honor el templo que fue llamado el
Panhelénico e instituyó una serie de juegos relacionados con él; donó grandes
sumas de dinero a los atenienses, un
subsidio anual de grano y toda la Cefalonia.” (Dión Casio, Historia Romana, LXIX, 16)
Acrópolis de Atenas, Grecia, Ilustración de Jean-Claude Golvin |
Viajar en el
mundo romano suponía emprender un camino lleno de riesgos y dificultades, por
lo que era necesario celebrar unos ritos que ayudasen al viajero a tener un
buen retorno a su hogar. El momento de la partida podía convertirse en el
momento elegido para formular unos votos antes los dioses que garantizasen un
buen viaje de ida y vuelta seguro.
“Dioses que gustáis de proteger
las audaces naves y de suavizar los riesgos crueles del ponto embravecido por
los vientos: tended el piélago en calma, tornad vuestra asamblea propicia a mis
votos y que las olas, amansadas, no acallen con su fragor mis ruegos. Grande y
extraordinario es, Neptuno, el depósito que confiamos a tus profundidades: al
azaroso abismo se arriesga el joven Mecio, y se dispone a llevar sobre tus
planicies más de la mitad de mi alma. Mostrad vuestros astros benignos,
hermanos Ebalios, y venid a sentaros sobre uno y otro extremo de la entena; que
por vosotros brillen mar y cielo; ahuyentad, os ruego, el fulgor tormentoso de
vuestra hermana de Ilión y alejadlo del firmamento todo él.” (Estacio,
Silvas, III)
Mosaico de Neptuno, Museo de Susa, Túnez |
El viajero que atravesaba distintos territorios podía sentir
cierto desasosiego por no conocer los dioses locales que en ellos se veneraban
y atraerse su ira por no rendirles el culto apropiado, por lo que se vería
obligado a hacer paradas en los santuarios ubicados junto a las vías de
comunicación, bien en parajes aislados, o en poblaciones que encontraba a su
paso para cumplir con el rito apropiado
El siguiente
epígrafe indica que el suplicante, Flavo, hizo sus votos cuando se dirigía a
Roma y aunque en el momento de la
partida hubiera formulado ya, como era habitual, promesas por su regreso, lo
más seguro es que a éstas se sumaron otras realizadas en el camino,
probablemente esta al dios Júpiter Apenino, el cual tenía un santuario en la
vía Flaminia que cruza los Apeninos, al cual acudirían los viajeros que debían
cruzar los pasos de montaña para solicitar un viaje seguro.
“Los votos que, suplicante y con ánimo inquieto, te había hecho cuando me dirigía hacia las altas colinas de Roma, aquí los tienes ahora: yo, Flavo, magistrado, victorioso y contento te los dedico a ti, Apenino, protector de mi incolumidad. Tú solamente acepta con ánimo propicio, te lo ruego, lo que te dedico: el ara, la palma y la víctima.” (Arellano, Museo de Navarra)
Cuando el
viajero finalmente regresaba sano y salvo se celebraban nuevos ritos, que se añadían
a los actos sociales de realizar un banquete o distribuir regalos, pues había
que dar cumplimiento (solutio) a los votos prometidos, que podía
consistir en erigir altares o placas, que se acompañaban de ofrendas y
sacrificios.
Poenino/pro itu et reditu/C(aius)
Iulius Primus/ v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito).
“A Penino, por un viaje de ida y vuelta seguros, Cayo
Julio Primo voluntariamente cumplió con este voto por mérito.”
En Roma se encontró una dedicatoria a la diosa Celeste en un relieve con cuatro huellas de pie y una paloma en el centro agradeciendo haber completado el viaje de ida y vuelta sin incidentes:
En Roma se encontró una dedicatoria a la diosa Celeste en un relieve con cuatro huellas de pie y una paloma en el centro agradeciendo haber completado el viaje de ida y vuelta sin incidentes:
El viaje se
realizaba en carruaje para desplazamientos de familias y de personas que podían
permitírselo o en carros de mercancías aprovechando su desplazamiento, otros lo
harían en caballo, mula, burro y también a pie.
“Las críticas que sufría de todo el mundo porque, cuando
viajaba, le seguían una numerosa recua de acémilas, muchos caballos, muchos
esclavos, muchas razas de perros, cada una para un tipo de caza, en tanto que
él mismo viajaba en un carruaje con frenos de plata de Frigia o de la Galia,
eso, precisamente, conseguía celebridad para Esmirna, pues a una ciudad le
prestan brillantez su ágora y la suntuosidad de los edificios, pero también se
la presta una familia próspera porque no sólo una ciudad da fama a un hombre
sino que también la recibe de él.” (Filostrato, Vida de los Sofistas, Polemón,
532)
Museo Carnuntium, Austria, Foto de Wolfgang Sauber |
La red de
carreteras romanas permitía la comunicación entre territorios, pero no en todas
partes el desplazamiento se podía hacer en carruajes, debido a las dificultades
del terreno y el estado de los caminos, por los que solo pequeños carros o
animales de carga podían pasar. Es por ello que a veces era aconsejable
utilizar la navegación fluvial, como en Egipto, donde los viajes más largos se
hacían aprovechando los canales que unían el río Nilo con otros lugares del
valle, especialmente en el delta.
“Saludos, mi señora Serenia, de Petosiris. Haz todo lo
que puedas, señora, para venir el día 20 por el cumpleaños del dios, y hazme
saber si vas a venir en barco o en burro, para que pueda enviar a por ti.
Procura que no se te olvide. Rezo para que te encuentre bien y sigas así mucho
tiempo.” (Papiro, Oxirrinco, I, 112)
Para
emprender un viaje había que tener en cuenta la existencia de una
infraestructura que facilitara la conexión entre el lugar de origen y destino,
con lugares donde alojarse y abastecerse, además de procurarse una seguridad
ante los peligros que acechaban al viajero, especialmente los salteadores de
caminos.Termas de los cisiarii, Ostia antica, Italia |
"La tierna
edad de Lusius se hallaba adornada en su incipiente juventud de fuerzas
vigorosas. Añorando los abrazos de su querida hermana pretendió cubrir muchas
millas de camino, pero fue asesinado por el inesperado y malhadado tropiezo con
unos bandoleros. Así se llevó su cuerpo una desgracia cruel. Yo creo que al
extinguirse tan prematuramente su tierna edad, si bien le privó del recuerdo
de ratos felices, también le evitó el tener que memorar los amargos". (Cartagena, CIL II, 3479)
Existían
establecimientos situados en los caminos donde los viajeros podían cambiar los
animales (mutatio) o posadas donde se podía comer y pasar la noche (mansio).
La mayoría pertenecían al estado que las había instalado para facilitar el
viaje a los mensajeros que portaban el correo oficial y a los delegados y
emisarios civiles o militares que viajaban con encargos imperiales. Aunque
también había casas de hospedaje (diversorium) como negocios particulares.
Estos lugares no tenían muy buena reputación, pues había suciedad, mala comida
y robos a los alojados, además de no disponer siempre de plazas libres.
“Al entrar en la habitación pude disfrutar, y de muy
buena gana, pues no traía nada conmigo, de un catre y sábanas limpias. Tal y
como estaba, sediento y lleno de polvo, y con la ropa con que venía en el carruaje, pasé la mayor parte de la noche
sentado sobre el catre.” (Elio Arístides, Discurso sagrado V, 15)
Mansio o diversorium. Museo de la civilización romana, Roma |
En el
destino final los viajeros podían acomodarse también en este tipo de
alojamientos, de mejor o peor calidad, que se ubicaban en las ciudades, en las
cercanías de los puertos y en el entorno de los templos y santuarios.
La gente
bien situada económica y socialmente mantenía una red de contactos y amistades (hospitium)
en diferentes lugares del territorio controlado por Roma que les permitía
alojarse en las casas de cada uno de ellos sin tener que recurrir a los
incómodos y poco saludables albergues u hospederías.
“Atentos exploradores se posicionaron para vigilar
nuestro regreso; y no solo los caminos fueron patrullados por hombres de cada
finca, sino los sinuosos atajos y las cañadas se pusieron bajo observación, lo
que hizo imposible que pudiéramos eludir su amable emboscada. Caímos en ella,
prisioneros voluntarios; y nuestros captores nos hicieron jurar en ese instante
que abandonábamos la idea de continuar nuestro viaje hasta que hubiera pasado
una semana. Y así cada mañana empezaba con una halagadora rivalidad entre los
dos anfitriones, para ver cuál de sus cocinas debería humear primero con la
comida de huéspedes.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 9)
Los viajes por
mar causaban incluso mayor preocupación a los viajeros, pues además del hecho
de que el desplazamiento suponía generalmente una larga distancia entre el
origen y el destino, y de que se podía sentir malestar físico, existía la
posibilidad de encontrarse con tempestades, naufragios y ataques piratas.Villa romana de Lullingston, Kent, Inglaterra, ilustración Peter Dunn |
¿De qué no se me podrá convencer, cuando se me ha
convencido para que viaje por mar? Zarpé con mar bonancible. Es cierto que el
cielo estaba preñado de oscuros nubarrones que se resuelven casi siempre en
agua o en viento; no obstante, pensé que podría devorar las pocas millas que
separan tu querida Parténope de Putéolos, aunque en medio de un cielo inseguro
y amenazador. Así, para evitar el riesgo con mayor rapidez, dirigí
inmediatamente el rumbo por alta mar hacia Néside, con el fin de atajar,
alejado de todas las ensenadas.
Cuando ya había recorrido tanto trecho que lo mismo me
importaba proseguir que regresar, se desvaneció de pronto aquella calma que me
había seducido. No era todavía la tempestad, pero sí la marejada y el oleaje
cada vez más grueso. Me puse a rogar al timonel que me desembarcase en
cualquier punto de la costa. Él me respondía que era aquel un litoral escarpado
e inabordable, y que en el fragor de la tempestad nada temía tanto como la
tierra. Pero me angustiaba demasiado como para preocuparme del peligro: me
aquejaba esa especie de náusea lenta, sin vómito, que revuelve la bilis sin
expulsarla. Por ello insistí al timonel y le obligué, quieras que no, a buscar
la orilla. (Séneca, Epístolas, 53)
Bibliografía
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SPECIAL-PURPOSE TRAVEL IN ANCIENT TIMES: "TOURISM" BEFORE TOURISM?; Branislav
Rabotić
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VIAJES Y PRÁCTICAS CULTUALES EN LAS PROVINCIAS ROMANAS DE HISPANIA Y LA GALIA;
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Christina Riggs
TRAVEL AND GEOGRAPHY
IN THE ROMAN EMPIRE; Edited by Colin Adams and Ray Laurence; Routledge