Museo Nacional de Dinamarca, Copenhagen |
En la sociedad de la antigua Roma las inscripciones funerarias recogen las expresiones de duelo y pena, especialmente las dedicadas a los niños y jóvenes que murieron prematuramente. Lápidas, estelas y altares funerarios eran el soporte físico de los mensajes de amor de afligidos padres o parientes a sus hijos o familiares.
Los romanos pensaban que el fatum, visto como el tiempo que se asignaba a cada persona en la tierra al nacer, truncaba de forma trágica las esperanzas que los padres habían puesto en sus hijos. La tumba de la bebé de seis meses Telesphoris recuerda la precariedad de la vida. Sus padres quisieron perpetuar su memoria como testimonio de su amor y su pena con una suntuosa estela funeraria que incluía el retrato de su hija, de la que no se menciona el nombre, quizás porque lo más importante era destacar su desaparición a tan tierna edad y su comparación con una flor de corta existencia. Este epitafio demuestra que a pesar de haber pasado poco tiempo con su hija, los padres desarrollaron un profundo afecto por ella.
“Telesphoris y su esposo, los padres, a su dulcísima hija.
Hay que lamentarse por esta dulce niña.
¡Oh si no hubieras nacido, cuando fuiste tan amada!
Y sin embargo estaba decidido en tu nacimiento que nos abandonarías,
con gran dolor para tus padres.
Vivió medio año y ocho días. La rosa floreció y pronto se marchitó.” (CIL XIII, 7113)
Debido a la alta mortalidad infantil de la época se puede pensar que los padres de la sociedad romana estaban preparados para ver morir a sus hijos y nietos y acostumbrados a pasar por el doloroso trance sin hacer gran exhibición de pena por la pérdida, como así parece indicarlo los escritos de algunos autores que advierten sobre dicha situación.
"La naturaleza nos dice a todos: «A nadie engaño: si tú das hijos a luz, podrás tenerlos hermosos, pero también feos: y si por acaso tienes muchos, uno podrá salvar la patria, otro venderla. No desesperes de que lleguen algún día a gozar de tanto favor que nadie, por causa de ellos, se atreva a ofenderte; mas piensa también que de tal manera pueden mancharse, que hasta su nombre sea un ultraje. No es imposible que te presten los últimos honores y que pronuncien tu elogio; y sin embargo, debes estar dispuesta a depositarlos en la pira, niños, hombres o ancianos, porque los años no importan nada, no habiendo funerales que no sean prematuros cuando la madre los acompaña». Después de estas condiciones, convenidas de antemano, si engendras hijos, libras de toda responsabilidad a los dioses, que nada te han prometido." (Séneca, Consolación a Marcia, XVII,7)
Sin embargo, en contra de la idea de que las muertes sucesivas de sus hijos acostumbraban a los padres a no sentir pena cuando cada uno moría, Frontón demuestra que al menos algunos padres sentían profundo dolor cuando alguno de sus hijos fallecía.
“A Antonino Augusto, Frontón:
Con muchos golpes de este tipo me ha probado la suerte durante toda mi vida. En efecto, para no mencionar otras desdichas mías, he perdido cinco hijos, sin duda, en la más desgraciada circunstancia de mi vida, pues los cinco los perdí como si cada uno fuese el único, soportando esta serie de muertes de tal manera que nunca nacía un hijo sino después de haber perdido al anterior. Y así siempre fui perdiendo los hijos sin que me quedase consuelo alguno y fui engendrándolos en medio de un luto reciente.” (Frontón, Epistolario, 202)
Según el modo de pensar de los antiguos romanos, las emociones que revelaban el lado irracional de los humanos no deberían mostrarse abiertamente delante de toda la comunidad. Estas emociones iban desde la extrema alegría y entusiasmo hasta la más profunda tristeza, ira, desilusión, dolor y temor. La manifestación excesiva de las emociones iba en contra de los tradicionales valores romanos, que daban gran importancia al autocontrol y al decoro.
Plutarco escribe una carta a su esposa en consolación por la muerte de su hija pequeña. Ambos ya habían sufrido la pérdida de dos hijos, pero el autor se muestra partidario de evitar la excesiva expresión de pena y de los signos de luto.
"Dicen también esto con asombro quienes estuvieron presentes, que ni siquiera te pusiste un manto de luto ni te sometiste tú ni a tus sirvientas a aparecer con signos de duelo y afeamiento, que no hubo ninguna disposición de un panegírico lujoso en tomo a la tumba, sino que todo se hizo ordenadamente y en silencio en compañía de los más allegados." (Plutarco, Escrito de Consolación a su mujer, 609 A)
Los varones romanos de la élite debían poseer ciertas virtudes necesarias para hacer carrera en la política o en el ejército, tales como virtus (valor), fortitude (fortaleza) y continentia (autocontrol). Esta última les distinguía de los varones de grupos sociales inferiores, pero les obligaba a mostrar moderación en la expresión de sus sentimientos. Debido a ello Nerón es criticado por la falta de decoro al morir la niña que tuvo con Popea a los pocos meses de nacer.
“Siendo cónsules Memmio Régulo y Virginio Rufo, tuvo Nerón una alegría extraordinaria, por causa de una hija que le nació de Popea, a quien llamó Augusta, dando también a su madre el mismo sobrenombre. Fue el parto en la colonia de Ancio, donde él también había nacido. Ya de antes había el Senado encomendado a los dioses la preñez de Popea, y hecho públicos votos, que se cumplieron y multiplicaron con el parto, añadiendo procesiones y rogativas, y por decreto un templo a la Fecundidad, y un torneo a ejemplo de la religión de Atenas; que se pusiesen en el trono de Júpiter Capitalino las estatuas de oro de las Fortunas; que así como en Bovile se hacían las fiestas circenses en honra de la familia Julia, así también se celebrasen en Ancio en honor de la Claudia y de la Domicia: que fueron todas cosas de poca duración, muriendo como murió la niña antes de cumplir los cuatro meses. Nacieron otra vez de aquí nuevas adulaciones, decretándole honores divinos, altar, simulacro, templo y sacerdotes. Nerón, así como se mostró extremado en el contento, asimismo lo fue en la muestra de dolor.” (Tácito, Anales, XV, 23)
Recrearse en el dolor por una joven vida rota se consideraba excesiva e incluso ostentosa. Plinio el Joven critica en una de sus cartas a Régulo por su falta de autocontrol con ocasión de la muerte de su hijo.
“Sin embargo, ahora llora al hijo perdido de una forma insensata. El muchacho poseía muchos ponis de silla y de enganches, tenía también perros de todos los tamaños, tenía ruiseñores, papagayos y mirlos; a todos los sacrificó Regulo delante de la pira funeraria. Aquel no era un auténtico dolor, sino una ostentación de dolor.” (Plinio, Epístolas, IV, 2)
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Sin embargo, la actitud del emperador Marco Aurelio ( al que se le murieron varios hijos) ante la muerte de uno de sus hijos, que ya había sobrepasado la más tierna infancia, es considerada digna y ejemplar.
"Por los mismos días de su marcha, cuando descansaba en su retiro de Preneste, perdió a un hijo de siete años llamado Vero César, al sajarle un tumor debajo de la oreja. Guardó luto solamente durante cinco días por él, y, consolando a los médicos que le habían atendido, se entregó de nuevo a la administración de los asuntos públicos. Y, como se estaban celebrando los juegos de Júpiter Óptimo Máximo, no consintió que se interrumpieran con luto público y ordenó que se limitaran a decretar la erección de estatuas en honor de su hijo muerto, que una imagen suya de oro fuera paseada en la procesión de los juegos circenses y que su nombre fuera inscrito en los himnos de los Salios." (Historia Augusta, Marco Aurelio, 21, 3-4)
Ocasionalmente, sin embargo, un varón noble podía haber sentido la necesidad de dar paso a su dolor por una muerte repentina o por enfermedad y expresarla de forma que no correspondía al concepto elitista de continencia, dando paso a su pena únicamente en la privacidad de su propio hogar.
“No deben los griegos admirar tanto a aquel padre que, en medio de un sacrificio, al saber la muerte de su hijo, se limitó a mandar callar al flautista, y quitándose la corona de la cabeza, terminó ordenadamente la ceremonia. Así lo hizo el pontífice Pulvilo cuando, al pisar el umbral del Capitolio que iba a consagrar, supo la muerte de su hijo. Fingiendo no haber oído, pronunció las palabras solemnes de la fórmula pontificia sin que un solo gemido interrumpiera la plegaria: oía el nombre de su hijo, e invocaba a Júpiter propicio. Comprenderás que su duelo había de tener término, puesto que el primer impulso, el primer arrebato del dolor, no pudo separar a aquel, padre de los altares públicos, ni de aquella invocación al dios tutelar. Digno era a fe mía de aquella memorable dedicación, digno de aquel sacerdocio supremo, quien no cesó de adorar a los dioses ni cuando se mostraban irritados contra él. De regreso a su casa, sus ojos lloraron y su pecho lanzó algunos gemidos; pero después de tributar los honores acostumbrados a los difuntos, recobró el semblante que tenía en el Capitolio.” (Séneca, Consolación a Marcia, XIII, 1)
Hombres reputados son retratados como cercanos a las lágrimas cuando se enfrentan a la muerte de sus hijos o nietos, aunque ello ocurre generalmente de forma privada. Augusto solía besar el retrato de su nieto favorito tras su muerte, puesto que los retratos de los niños en un contexto funerario hacen recordar el tiempo en que sus vidas florecían.
"Germánico tuvo por esposa a Agripina, hija de Marco Agripa y de Julia, que le dio nueve hijos; dos de ellos murieron en su más tierna infancia, y un tercero cuando se estaba ya convirtiendo en un niño de notable encanto; Livia consagró una imagen suya, en la que aparecía caracterizado de Cupido, en el templo de Venus Capitolina, y Augusto colocó otra en su dormitorio, que besaba cada vez que entraba en él." (Suetonio, Calígula, 7)
La expresión funus acerbum designa al conjunto de ceremonias fúnebres a las que era sometido un individuo fallecido antes de tiempo, es decir, víctima de una muerte prematura, también llamada mors immatura o mors acerba. En este grupo se incluyen los muertos tras el parto o en los días siguientes, y los infantes, pero también todos aquellos que murieron a una edad temprana, como los jóvenes fallecidos antes del matrimonio o las mujeres que perecieron durante el parto. El funus acerbum se celebraba en un principio por la noche en la más estricta privacidad para reducir la visibilidad de tales muertes en la comunidad a la que el infante ya había dejado de pertenecer.
"Bajo el imperio de la naturaleza lloramos cuando nos sale al paso el entierro de una muchacha casadera o se cierra la tierra sobre un niño demasiado chico para el fuego de la pira. Porque, ¿qué persona buena y digna de antorcha iniciática, como el sacerdote de Ceres exige, cree que existe desgracia alguna ajena a sí mismo? Esto nos distingue de las bestias mudas, y por esa razón, habiéndonos cabido en suerte a nosotros solos una inteligencia digna de consideración, capaces como somos de nociones divinas y aptos para inventar y ejercitar las artes, hemos sacado del Alcázar del Cielo un sentimiento de allí enviado, del que carecen las bestias que andan boca abajo y miran a la tierra." (Juvenal, Sátiras, XV, 130)
La edad cronológica, así como el status de los difuntos en la comunidad, solía determinar la adopción de ritos específicos relacionados con el momento en que ocurrían las exequias, el tratamiento del cadáver (cremación o inhumación), el lugar donde se depositaban los restos mortales, así como las características de la tumba y del ajuar, además de otros aspectos relacionados, por ejemplo, con la duración del luto.
Los hallazgos arqueológicos parecen demostrar que los bebés fallecidos con menos de un año podían ser enterrados dentro de edificios y/o junto a muros en espacios domésticos o artesanales fuera de las áreas funerarias convencionales.
Según algunos autores clásicos los infantes fallecidos antes de que les hubieran salido los dientes, es decir menores de seis meses de edad, no eran sometidos a la crematio, porque sin dientes no quedaría ningún resto que pudiera regresar a la tierra. Por tanto, estos eran inhumados, lo que suponía una excepción a la práctica de la cremación, predominante en la parte occidental del Imperio romano entre los siglos I a. C. y II d. C.
"No es costumbre de los pueblos la cremación de un hombre antes de que le salgan los dientes." (Plinio el viejo, Historia Natural, VII, 15, 72)
Por norma los infantes menores de un año eran depositados en pequeñas fosas o en contenedores, muchos en posición fetal, y no solían presentar ajuar, sobre todo los fallecidos entre el parto y los días siguientes o los fallecidos con pocos meses de vida. Además raramente solían ser conmemorados, y se recomendaba que no se hiciera luto formal para los niños fallecidos en su primer año de vida.
"No dejará tu recuerdo sin llorar mi planto de buena memoria, hijo mío, el primero que recibió mi nombre; a ti cuya pérdida, cuando intentabas transformar los balbuceos en tus primeras palabras, lamentamos con funerales propios de persona mayor. Tú fuiste colocado al morir en la tumba de tu bisabuelo, para que no sufrieras envidia alguna por tu sepulcro." (Ausonio, Mi hijo pequeño, 10)
"A los dioses Manes. Lucius Cassius Tacitus lo erigió para su hijo Vernaclus, que vivió nueve días." (CIL XIII. 8375)
En cuanto a los restantes infantes, es decir, los fallecidos con uno a seis años, exceptuando algunos casos puntuales, eran sometidos al rito de la cremación. Sus tumbas podían presentar características similares a las de los adultos.
"A los dioses Manes. Para Claudius Hyllus, que vivió cuatro años, siete meses y cinco días. Claudius Tauriscus mandó que lo hicieran para su queridísimo hijo."
Los pueri, niños de siete a doce años, sí solían ser conmemorados, y en cuanto al duelo, este duraba cerca de diez meses para los fallecidos con siete a nueve años, mientras que a partir de los diez se hacía de igual modo que para los adultos.
"A los dioses Manes.
Para Marcus Carienius Venustus, hijo de Marcus, que vivió 8 años y 10 meses. Marcus Carienius Felix Carienia Venusta, sus infelices padres lo hicieron." (CIL VI 14402)
Roma tenía regulaciones específicas con relación al duelo por los niños que incluso se recogían por ley.
"Él mismo arregló los duelos por edades y tiempos, como por un niño menor de tres años, que no se haga duelo; por uno de más tiempo el duelo no ha de ser de más meses que años vivió, hasta diez, sin pasar de allí por edad ninguna, sino que el más largo tiempo de duelo había de ser de diez meses." (Plutarco, Numa, 12)
“Por los padres debe hacerse un duelo por un año, como por los niños mayores de 10 años. Los niños hasta tres años deben ser llorados por un mes por cada año que tenían al morir”. (Paulo, Opiniones, I, 21, 13)
Tanto la literatura como la epigrafía proporcionan ejemplos de reacciones individuales que ilustran actitudes diversas ante la pérdida y el dolor. Con respecto a la muerte de niños y jóvenes, en los tiempos más antiguos el duelo era proporcional al tiempo que habían vivido.
Cicerón reflexionó en uno de sus diálogos sobre como los padres que pierden un hijo de menos de un año no han tenido la oportunidad de forjar sus esperanzas para el futuro de estos niños:
“Son las mismas personas las que piensan que, si muere un niño pequeño, hay que soportarlo con ánimo sereno, mientras que, si muere en la cuna, no hay ni siquiera que lamentarlo. Y eso que la naturaleza le ha exigido a éste con mayor crueldad lo que le había concedido. «Él no había gustado aún la dulzura de la vida», se dice, «mientras que el primero tenía ya grandes esperanzas que había empezado a disfrutar».” (Cicerón, Disputaciones Tusculanas, I, 39)
Ocasionalmente, incluso los bebés que morían antes de recibir su nombre oficial (lo que ocurría a los nueve días) eran conmemorados por su nombre. Sextus Bebius Stolo solo vivió cuatro días y diez horas, pero su tria nomina indica que era ciudadano y nacido libre.
"A los Manes de Sextus Bebius Stolo que vivió cuatro días y diez horas Caius Bebius Hermes, soldado de la flota del Miseno y Aurelia Proba a su dulcísimo hijo." (CIL X.3547)
Dado que la alta mortalidad entre infantes y niños pequeños en la antigüedad clásica, cuanto más tiempo sobrevivían, más seguros podían sentirse los padres al planear su futuro, pero hacerlo muy pronto no era aconsejable, porque las esperanzas paternas podían verse pronto frustradas.
El retórico y pedagogo hispano Quintiliano perdió a su esposa, muy joven, y posteriormente a sus hijos de cinco y nueve años. Para este último había hecho ya planes de futuro, entre los que se incluía el matrimonio.
"Bien merecidos tengo los tormentos y pensamientos que día y noche me asaltan. ¿Conque te he venido a perder cuando, adoptado por un cónsul, y destinado para ser yerno de un pretorio, tío tuyo, fundabas las esperanzas de un padre no menos con la de tus honores venideros que con las muestras de que aspirabas a la gloria de la elocuencia ática, trocándose todo esto en daño mío? Tome, pues, venganza de un padre que pudo vivir después de perdido un hijo, ya que no el deseo de la vida, a lo menos el sufrimiento e infelicidad con que la paso." (Quintiliano, Instituciones Oratorias, VI)
Para referirse a la muerte prematura (mors acerba) se recurría a la metáfora de la fruta no madura, ya que acerbus significa sin madurar. Por ejemplo, en el epitafio de Nymphe, una niña de cinco años cuenta su corta vida, comparándola a una manzana en un árbol, recogida antes de tiempo. La muerte detuvo el ciclo natural de su vida antes de cumplir sus expectativas como mujer.
“A los manes de Nymphe. Achelous y Heorte (lo mandaron hacer) para su dulcísima hija. ¡Saludos! Tú, que estás ahí y ves mi sepulcro, contempla qué vida más indigna me fue concedida. Por cinco años (…) los padres. Cuando me acercaba al sexto año, mi vida acabó. No os enojéis, padres: tenía que morir. El tiempo de mi vida se apresuró, de esta manera lo quiso mi destino. Igual que las manzanas cuelgan del árbol, nuestros cuerpos ya caen al suelo cuando maduran o, rápidamente se desploman, aún inmaduros. Te pido, losa, que descanses ligera sobre mis huesos, si no quieres ser una pesada carga para una tierna edad. ¡Adiós!” (CIL XI 7024)
Los sentimientos de amor parental y ternura familiar parecen haberse empezado a expresar solo a partir de mediados del siglo I a.C. A partir de ese momento, los niños se convirtieron en un tema de arte funerario, y proliferaron las muestras de amor y afecto por ellos en los epitafios. El epíteto dulcissimus or dulcissima se elegía para conmemorar a los niños pequeños e indicar una cálida relación afectiva.
“A los dioses Manes
A Anthus. Lucius Julius Gamus, el padre a su dulcísimo hijo”
Las muestras de dolor por los niños o jóvenes no solo provenían de los afligidos padres, sino que los amos de esclavos nacidos en su casa exhibían la pena que sentían al morir estos, a los que habían visto nacer y crecer, y a los que en caso de muerte de sus propios padres habían criado, a veces como si fueran sus propios hijos.
“¿Qué delito, qué error es el que purgo con castigo tan grave? He aquí que se me arranca un niño que tenía mis entrañas y mi alma en sus brazos murientes; que no era, ciertamente, de mi estirpe, ni llevaba mi nombre, ni tenía mis rasgos; no lo había engendrado, pero mirad mis lágrimas y mis mejillas lívidas, y creed en el llanto de un hombre abandonado… ¿Podría no llorarte, niño amado? Mientras estuvo a salvo, no ansié tener hijos, desde su nacimiento, al punto su llanto me envolvió y traspasó, yo le enseñé palabras y sonidos, e interpreté sus llantos y sus penas secretas, y cuando gateaba, agachándome hasta el suelo lo elevé hasta mis besos, y acogía en mi seno cariñoso, en el momento mismo, sus mejillas de grana y le atría los amables sueños. Mi nombre fue el primero que supo pronunciar, mi risa, el primer juego para sus tiernos días, de mi rostro nacía su alegría….” (Estacio, Silvas, V, 5)
Martial era un esclavo menor de tres años y su amo le quería hasta el punto de encargar una costosa pieza de mármol en su honor, quizás como parte de un monumento funerario.
"Al dulcísimo Marcial, esclavo, que vivió dos años, diez meses y ocho días. Para él, que lo merecía, Tiberius Claudius Vitalis lo mandó hacer."
Las imágenes de niños que se representaban en estelas y altares funerarios podían evocar distintos mensajes. Uno de ellos era la indicación de status social y de la romanitas de la familia, como es el caso de mostrar al niño con bulla y toga como signo de su nacimiento libre. El tema de la muerte prematura se trata con la alusión a los dioses, especialmente, a los relacionados con los difuntos y la conmemoración de su pasada existencia junto a la referencia a lo que podía haber llegado a ser en su vida sino hubiera fallecido a tan temprana edad, podía dar la esperanza a los parientes afligidos de que la vida continuaba, aunque alterada por el destino. La idealización de las cualidades de los hijos difuntos ayudaría a sus padres y parientes a aliviar su pena.
En la estela de Marcianus, el niño es representado con túnica, toga, bulla y una bolsa con libros, y es el propio Marcianus el que expresa su propio epitafio en verso, destacando su dulzura y elocuencia, haciendo referencia a su destino controlado por las Parcas y haciendo ver su status por la asistencia masiva a su funeral.
“En esta tumba Descanso yo, Marcianus, para toda la eternidad.
No esperaba contemplar todavía los reinos de Proserpina.
“Nací en el segundo consulado de Severo con Fulvus, y desde el principio fui muy dulce. Cuando llegué a los seis años, mi salud decayó. ¡Oh, el noveno día que amaneció para mis padres me alejó de sus lamentos! ¡Qué grandes habían sido mis expectativas, si los hados lo hubieran permitido! Las musas, me habían dado a mí, un niño, el don de la elocuencia. Láquesis me envidió, la cruel Cloto me mató, y la tercera Parca no me permitió recompensar la devoción de mi madre. ¡Qué diligentemente, venía la gente llorando por la Vía Sacra para asistir al funeral! Lo llamaron `el día de los Muertos, por la solemne reunión, ya que a nadie tan joven le roban sus años con una engañosa esperanza. Todo el vecindario vino, también, de todas partes para verme morir por el destino en la flor de la vida. ¡Tú, que vives por siempre, conforta a los buenos, conserva sus vidas, y continúa protegiéndolos!” (CIL VI, 7578)
Otra referencia simbólica a la muerte prematura es la representación de los niños como más mayores de lo que eran cuando fallecieron. Este es el caso de la niña Hateria Superba que habiendo muerto con dieciocho meses aparece en el altar funerario dedicado a su familia llevando túnica, toga y un tocado en el pelo como si fuera una niña de más edad. Sus padres parecen haber sido libertos por sus nombres de origen griego.
“A los dioses Manes, para Hateria Superba que vivió un año, seis meses y veinticinco días. Sus desgraciados padres, Quintus Haterius Ephebus y Julia Zosima, lo erigieron para su hija, para ellos y su propia familia.” (CIL VI 19159)
Las referencias a su vida terrenal aparecen en las figuras de un perrito y un pájaro que podían ser sus mascotas y la alusión a su muerte y a su vida eterna se ven en los erotes que la coronan y la referencia al culto de Isis con las perlas que cuelgan en su frente.
La muerte prematura de los hijos destruye las esperanzas que los padres habían puesto en ellos. Los padres que criaban y se ocupaban de sus hijos esperaban a su vez ser cuidados y mantenidos por ellos en su vejez, pero su descendencia desaparecida nunca llegaría a ser independiente o convertirse en miembros útiles para la sociedad y condenaba a sus parientes a la soledad y la pena.
“Saludos, viajero, pasando por aquí, sin aficción física, detente por un momento y lee esto: por la injusticia de Orcus, que arruinó generaciones, padre y madre tuvieron que hacer por sus desgraciados y dulces hijos lo que había sido el deber de los hijos hacia sus padres, porque ellos no pudieron convencer a los dioses para salvarlos, ni pudieron retenerlos, ni traerlos de vuelta.
Lo que pudieron hacer es, restaurar sus nombres a los celestiales, los nombres de Primigenius, Severus, Pudens, Castus, Lucilla, y Potestas. Esos infelices, abandonados por su prole, dado que habían esperado morir antes que sus hijos, añadieron sus nombres en el mismo lugar, estando todavía vivos, mientras que, nacido bajo un mal hado e injusta suerte, no pudiendo marchar antes que sus hijos, ahora no pueden ni siquiera seguirlos tan rápido como esperaban.
Pero ahora, nosotros, desgraciados, abandonados por nuestros hijos, pedimos a los dioses del cielo y del infierno que permitan a nuestro pequeño nieto, Thiasus, que dejó nuestro hijo Pudens, de corta edad, como una chispa que salta del fuego, heredero de nuestra estirpe, que nos sobreviva: pueda él vivir, ser fuerte, pueda él tener lo que desee. Y ahora te pedimos, nuestro pequeño nieto, servir con deber filial y cuidar la tumba de tus antepasados, y, si alguien te pregunta quién se halla aquí, tú dirás: es Murranus, mi abuelo, porque la desdicha enseña incluso a los bárbaros compasión.”
Las esperanzas de las familias también se veían frustradas en el caso de las jóvenes que fallecían estando en edad de casarse. Puesto que las mujeres no podían destacar con ningún logro político, artístico o social, la única aspiración que tenían era convertirse en madres de ciudadanos romanos que contribuyesen socialmente a la gloria de Roma, por lo cual su temprana desaparición privaba a los padres del único honor que sus hijas podían concederles.
"Te estoy escribiendo esta carta en medio de una gran aflicción: la hija menor de nuestro querido amigo Fundano ha fallecido… Aún no había cumplido los trece años, y ya tenía la prudencia de una mujer de edad y la dignidad de una madre de familia, conservando sin embargo el encanto de la juventud junto con una inocencia virginal… iOh, qué trágico y prematuro funeral! iOh, ese instante de la muerte más cruel que la propia muerte! Ya había sido prometida a un distinguido joven de buena familia, ya había sido señalado el día de los esponsales, y nosotros ya habíamos recibido las invitaciones para el acto. iEn qué profunda tristeza se ha cambiado tanta alegría!" (Plinio, Epístolas, V, 16)
Los testimonios indican que la edad apropiada de las niñas para ser prometidas en matrimonio era alrededor de los trece años.
"No había bastado que estos desafortunados padres vivieran con un único dolor, porque ya antes habían perdido a una hija: helos aquí ahora con otra hija enterrada que les renueva el mismo dolor, pues las dos desdichadas fueron a morir ya casi en su edad nupcial. Y qué dolor tan grande nos has dejado, Armonía Rufina, después de vivir con nosotros trece años, seis meses y veintiséis días. Y nosotros, vuestros padres, estamos deseosos de acercarnos a vosotras, yo, vuestro padre Harmonio Jenaro, junto con vuestra madre, Claudia Trófime, que llora y vive sin dejar de lamentarse. Y no dudamos, desde luego, en abandonar la vida y morir." (Epitafio a Armonía Rufina, CIL X, 2496)
Una de las quejas más comunes a la hora de lamentar la muerte de los niños o personas jóvenes era la interrupción de su ciclo natural de vida. Algunos retratos de niños en un contexto funerario idealizado recordaban a los que los veían que hubo un tiempo en que completaron ciertas etapas como la infancia y tuvieron las vivencias propias de su edad.
Como uno de los principales motivos de erigir un monumento funerario desde el más simple hasta el más elaborado es mantener el recuerdo al difunto, los afligidos padres o parientes se centraban en resaltar las características particulares o los rasgos más sobresalientes de sus seres queridos. Para ello los niños y las niñas solían ser mostrados de forma diferente en sus monumentos funerarios. Los niños aparecían con un aspecto mayor de lo que eran y frecuentemente vestidos con una toga y un rollo de papiro semejando un orador, pues la educación era un medio de alcanzar riqueza y status, que era lo que los padres habían deseado para sus hijos. En el caso del niño poeta Quintus Sulpicius Maximus se incluye una composición poética en griego del propio difunto que leyó en los terceros juegos Capitolinos del año 94 d.C., para indicar lo que ya valía a su temprana muerte, once años.
"Dedicado a los dioses Manes.
A Quintus Sulpicius Maximus, hijo de Quintus, de la tribu Claudia, de Roma, que vivió 11 años, 5 meses y 12 días. En el tercer concurso quinquenal, entre 52 poetas griegos, recibió el favor del público debido a su talento natural a tan temprana edad, lo que le distinguió del resto. Sus versos se han escrito debajo, para que sus amantes padres no sean considerados como exagerados a causa de su afecto. Quintus Sulpicius Eugramus y Licinia Januaria, sus desgraciados padres, erigieron este monumento para su leal hijo, para ellos, y para sus descendientes."
Algunos padres destacaban las cualidades en las que sobresalían sus hijas, teniendo en cuenta, sobre todo, su educación. Los epitafios con referencias a la mitología o personajes legendarios pueden indicar la importancia que los progenitores daban a la educación y cultura.
"Procura el descanso de las sombras y los alabados espíritus de los piadosos, que guardan los sacros lugares del Erebos, lleva a la inocente Magnilla por los bosques y valles directamente hasta los campos Elisios. Ella fue arrebatada en su octavo año por los temibles Hados, mientras disfrutaba de su tierna infancia. Ella era hermosa, admirable en su razonamiento, sabia para su edad, decente, dulce y encantadora. Una niña tan infeliz a la que se le ha privado de vida tan pronto debería ser llorada con lamentos y lágrimas eternas. ¿O deberíamos decir feliz porque ha evitado la desgraciada ancianidad? Así Pentesilea lloró menos que Hécuba."
Ocasionalmente las niñas podían ser representadas también con elementos que denotaban su educación, como puede verse en la estela funeraria de Avita, que murió con diez años.
Las niñas se veían reflejadas en sus monumentos funerarios destacando su dulce carácter y belleza y las más mayores con referencia a sus cualidades para convertirse en matronas, o en caso de libertas podían indicarse sus virtudes artísticas o laborales.
"Éucaris, liberta de Licinia, docta doncella, instruida en todas las artes, vivió 14 años. Detén tu paso, tú que con mirada errante observas las mansiones de la muerte, y lee entero mi epitafio, que el afecto de un padre dedicó a su hija, para que se depositaran allí los restos de su cuerpo. Cuando aquí mi juventud florecía abundantemente con las artes y, con el paso del tiempo, ascendía hacia la gloria, la triste hora de mi destino llegó hasta mí e impidió que el aliento de
la vida avanzase más allá. Culta, educada casi por la mano de las musas, yo que hasta hace poco adorné con mi baile los espectáculos de los nobles y aparecí
como la más distinguida ante el público en la escena griega, he aquí que las hostiles Parcas han depositado mis cenizas en este túmulo con un poema. La
dedicación, cuidado y amor de mi patrona, mis glorias y mi éxito se desvanecen, incinerado mi cuerpo, y guardan silencio en la muerte. He dejado lágrimas
para mi padre, a quien he precedido en la muerte, a pesar de haber nacido después. Ahora mis catorce años están retenidos conmigo en la oscuridad eterna
de la morada de Dis. Te pido que, al alejarte, digas que la tierra me sea ligera." (CIL VI, 10096)
En las tumbas de los niños, al igual que en las de los adultos, se depositaba un ajuar funerario, que consistía en los elementos domésticos que formaban parte de la vida del difunto durante su corta vida. En el sepulcro de Crepereia Tryphaena se encontró junto a sus restos una muñeca articulada y varios artículos de joyería.
Una estela del siglo I d.C. describe de manera muy precisa el drama familiar que se produce al ocurrir una muerte infantil por el descuido de los adultos. Las referencias a las lamentaciones tras la muerte y al destino son constantes.
“El sol ya se había sumergido en la morada [de la noche], cuando, tras la cena, mi tío materno me llevó a lavar. Las Moiras entonces me hicieron sentar sobre el pozo. Porque yo me había escapado y la malvada Moira guiaba mis pasos. Cuando la divinidad me vio
allí abajo, me entregó a las manos de Caronte. Mi tío oyó el ruido que hice al caer en el pozo. Al punto echó a correr mi tía, que me andaba buscando. Pero yo ya no tenía ninguna esperanza de volver a vivir entre los hombres, y ella comenzó a desgarrar su túnica. También mi madre empezó a correr, más se paró dándose golpes en el pecho. Luego mi tía cayó de rodillas ante Alejandro que, cuando la vio, sin vacilar al momento saltó dentro del pozo. Me encontró allí abajo sumergido, y me sacó en un cesto. Al instante, mi tía me arrebató de sus manos, empapado como
estaba, mirando si aún me quedaba algo de vida. Pero vio que, desdichado, ya nunca vería yo una palestra, y que con solo tres años la malvada Moira me había ocultado” (GV 1159)
"Lucius Passienus lo hizo.
A los dioses Manes.
Para Passienia Gemella, su queridísima y muy devota esposa y liberta, y su hijo Lucius Passienius Doryphorus, y su hijo y liberto Sabinus, los más puros."
Lucius Passienius Saturninus dedica este altar a su esposa y liberta, y a su hijo Doryphorus, que nacería cuando su madre era ya libre, por lo tanto, nació libre, y a su hijo Sabinus, que nacería mientras su madre era todavía esclava, y, por consiguiente, él nació esclavo y fue liberado posteriormente por su propio padre.
Muchos monumentos funerarios muestran retratos que no se parecen a la descripción que se detalla en el epitafio y esto se debía principalmente a la necesidad de recurrir a uno que estuviese en stock en algún taller, en vez de adquirir uno por encargo, por haberse producido el fallecimiento de forma repentina y por tener que proceder al entierro o cremación con rapidez.
En el caso mostrado abajo se puede ver un relieve con el rostro de un niño de unos diez a doce años, mientras que en la inscripción en griego se puede leer una dedicatoria a una niña de tres años.
"A los dioses Manes. Para Agripina, nuestra hija, que vivió tres años, un mes, y veintisiete días, nosotros, sus padres lo mandamos hacer en su memoria."
Las diversas clases sociales, el nivel de riqueza e incluso el lugar de procedencia de los padres contaba a la hora de elegir un monumento funerario conmemorativo para los hijos. Desde los sarcófagos bellamente esculpidos pertenecientes a la clase senatorial hasta las sencillas lápidas toscamente labradas sin el nombre del difunto en ellas que estaban comisionadas por gente humilde.
"A los dioses Manes
Blescius Diovicus erigió esta lápida a su propia hija que vivió 1 año y 22 días."
A los dioses Manes
Para Maconiana Severiana la más dulce hija.
Marcus Sempronius Proculus Faustinianus, varón excelentísimo y Praecilia Severina, dama excelentísima, sus padres hicieron este monumento.
Bibliografía
La muerte de los niños en el occidente del imperio romano. Siglos I-III d.C. Aprontes para una discusión, Andrés Cid Zurita y Leslie Lagos Aburto
Una mirada bioantropológica sobre el funus acerbum: el caso de Augusta Emerita en época altoimperial, Filipa Cortesao Silva
Vita Brevis: consideraciones sobre las emociones en los epitafios de niños y niñas en el mundo romano, Andrés Cid Zurita
‘Too Young to Die’ Grief and Mourning in Ancient Rome, Diana Gorostidi Pi
A Part of the Family: Funerary Preparations for Children and Adolescents in Late Ptolemaic and Roman Egypt, Branson Dale Anderson
Archaeological and epigraphic evidence for infancy in the Roman world; Maureen Carroll
Infant death and burial in Roman Italy, Maureen Carroll
Cold Comfort: Speeches to and from the Prematurely Deceased in Early Roman Verse-Epitaphs, Allison Boex
Constructing Childhood on Roman Funerary Memorials, Janet Huskinson
Images of Eternal Beauty in Funerary Verse Inscriptions of the Hellenistic and Greco-Roman Periods, Andrzej Wypustek
A life unlived: the Roman funerary commemoration of children from the first century BC to the mid-second century AD, Barbara Nancy Scarfo
Mother and infant in Roman funerary commemoration, Maureen Carroll
The Boy Poet Sulpicius: A Tragedy of Roman Education, J. Raleigh Nelson
“Telesphoris y su esposo, los padres, a su dulcísima hija.
Hay que lamentarse por esta dulce niña.
¡Oh si no hubieras nacido, cuando fuiste tan amada!
Y sin embargo estaba decidido en tu nacimiento que nos abandonarías,
con gran dolor para tus padres.
Vivió medio año y ocho días. La rosa floreció y pronto se marchitó.” (CIL XIII, 7113)
Detalle de estela funeraria de la hija de Telesphoris, Landesmuseum, Mainz. Foto Ortolf Harl |
Debido a la alta mortalidad infantil de la época se puede pensar que los padres de la sociedad romana estaban preparados para ver morir a sus hijos y nietos y acostumbrados a pasar por el doloroso trance sin hacer gran exhibición de pena por la pérdida, como así parece indicarlo los escritos de algunos autores que advierten sobre dicha situación.
"La naturaleza nos dice a todos: «A nadie engaño: si tú das hijos a luz, podrás tenerlos hermosos, pero también feos: y si por acaso tienes muchos, uno podrá salvar la patria, otro venderla. No desesperes de que lleguen algún día a gozar de tanto favor que nadie, por causa de ellos, se atreva a ofenderte; mas piensa también que de tal manera pueden mancharse, que hasta su nombre sea un ultraje. No es imposible que te presten los últimos honores y que pronuncien tu elogio; y sin embargo, debes estar dispuesta a depositarlos en la pira, niños, hombres o ancianos, porque los años no importan nada, no habiendo funerales que no sean prematuros cuando la madre los acompaña». Después de estas condiciones, convenidas de antemano, si engendras hijos, libras de toda responsabilidad a los dioses, que nada te han prometido." (Séneca, Consolación a Marcia, XVII,7)
Sarcófago de un niño. Palazzo Massimo, Museo Nacional Romano, Roma. Foto Samuel López |
Sin embargo, en contra de la idea de que las muertes sucesivas de sus hijos acostumbraban a los padres a no sentir pena cuando cada uno moría, Frontón demuestra que al menos algunos padres sentían profundo dolor cuando alguno de sus hijos fallecía.
“A Antonino Augusto, Frontón:
Con muchos golpes de este tipo me ha probado la suerte durante toda mi vida. En efecto, para no mencionar otras desdichas mías, he perdido cinco hijos, sin duda, en la más desgraciada circunstancia de mi vida, pues los cinco los perdí como si cada uno fuese el único, soportando esta serie de muertes de tal manera que nunca nacía un hijo sino después de haber perdido al anterior. Y así siempre fui perdiendo los hijos sin que me quedase consuelo alguno y fui engendrándolos en medio de un luto reciente.” (Frontón, Epistolario, 202)
Sarcófago infantil, Museo Británico, Londres |
Según el modo de pensar de los antiguos romanos, las emociones que revelaban el lado irracional de los humanos no deberían mostrarse abiertamente delante de toda la comunidad. Estas emociones iban desde la extrema alegría y entusiasmo hasta la más profunda tristeza, ira, desilusión, dolor y temor. La manifestación excesiva de las emociones iba en contra de los tradicionales valores romanos, que daban gran importancia al autocontrol y al decoro.
Plutarco escribe una carta a su esposa en consolación por la muerte de su hija pequeña. Ambos ya habían sufrido la pérdida de dos hijos, pero el autor se muestra partidario de evitar la excesiva expresión de pena y de los signos de luto.
"Dicen también esto con asombro quienes estuvieron presentes, que ni siquiera te pusiste un manto de luto ni te sometiste tú ni a tus sirvientas a aparecer con signos de duelo y afeamiento, que no hubo ninguna disposición de un panegírico lujoso en tomo a la tumba, sino que todo se hizo ordenadamente y en silencio en compañía de los más allegados." (Plutarco, Escrito de Consolación a su mujer, 609 A)
Los varones romanos de la élite debían poseer ciertas virtudes necesarias para hacer carrera en la política o en el ejército, tales como virtus (valor), fortitude (fortaleza) y continentia (autocontrol). Esta última les distinguía de los varones de grupos sociales inferiores, pero les obligaba a mostrar moderación en la expresión de sus sentimientos. Debido a ello Nerón es criticado por la falta de decoro al morir la niña que tuvo con Popea a los pocos meses de nacer.
“Siendo cónsules Memmio Régulo y Virginio Rufo, tuvo Nerón una alegría extraordinaria, por causa de una hija que le nació de Popea, a quien llamó Augusta, dando también a su madre el mismo sobrenombre. Fue el parto en la colonia de Ancio, donde él también había nacido. Ya de antes había el Senado encomendado a los dioses la preñez de Popea, y hecho públicos votos, que se cumplieron y multiplicaron con el parto, añadiendo procesiones y rogativas, y por decreto un templo a la Fecundidad, y un torneo a ejemplo de la religión de Atenas; que se pusiesen en el trono de Júpiter Capitalino las estatuas de oro de las Fortunas; que así como en Bovile se hacían las fiestas circenses en honra de la familia Julia, así también se celebrasen en Ancio en honor de la Claudia y de la Domicia: que fueron todas cosas de poca duración, muriendo como murió la niña antes de cumplir los cuatro meses. Nacieron otra vez de aquí nuevas adulaciones, decretándole honores divinos, altar, simulacro, templo y sacerdotes. Nerón, así como se mostró extremado en el contento, asimismo lo fue en la muestra de dolor.” (Tácito, Anales, XV, 23)
Retrato de una niña, tumba de Aline, Hawara, Egipto |
Recrearse en el dolor por una joven vida rota se consideraba excesiva e incluso ostentosa. Plinio el Joven critica en una de sus cartas a Régulo por su falta de autocontrol con ocasión de la muerte de su hijo.
“Sin embargo, ahora llora al hijo perdido de una forma insensata. El muchacho poseía muchos ponis de silla y de enganches, tenía también perros de todos los tamaños, tenía ruiseñores, papagayos y mirlos; a todos los sacrificó Regulo delante de la pira funeraria. Aquel no era un auténtico dolor, sino una ostentación de dolor.” (Plinio, Epístolas, IV, 2)
Detalle del sarcófago con Aquiles llorando a Patroclo. Museo Arqueológico Ostiense, Roma |
Sin embargo, la actitud del emperador Marco Aurelio ( al que se le murieron varios hijos) ante la muerte de uno de sus hijos, que ya había sobrepasado la más tierna infancia, es considerada digna y ejemplar.
"Por los mismos días de su marcha, cuando descansaba en su retiro de Preneste, perdió a un hijo de siete años llamado Vero César, al sajarle un tumor debajo de la oreja. Guardó luto solamente durante cinco días por él, y, consolando a los médicos que le habían atendido, se entregó de nuevo a la administración de los asuntos públicos. Y, como se estaban celebrando los juegos de Júpiter Óptimo Máximo, no consintió que se interrumpieran con luto público y ordenó que se limitaran a decretar la erección de estatuas en honor de su hijo muerto, que una imagen suya de oro fuera paseada en la procesión de los juegos circenses y que su nombre fuera inscrito en los himnos de los Salios." (Historia Augusta, Marco Aurelio, 21, 3-4)
Busto de Annius Verus, Museo de Arlés, Francia. Foto de Elliot Sadourny |
También Tácito alaba la reacción del general Agrícola cuando perdió a su hijo de un año ya que demostró un autocontrol típico de militar.
“Al inicio del siguiente verano, Agrícola recibió un duro golpe en la familia, pues murió el hijo que había tenido un año antes. No soportó su pesar como la mayoría de hombres, que presumen de su fortaleza, ni con los lamentos y la tristeza propia de una mujer, y entre su desolación la guerra le resultaba un alivio.” (Tácito, Agrícola, 29)
En los inicios del duelo podía haber cierta comprensión y tolerancia hacia aquellos hombres que no podían dominar sus emociones, por lo que las convenciones sobre la exhibición de las emociones no eran tan estrictas en los primeros momentos de su dolor. Plinio se refiere a esta circunstancia al hablar de la pena de su amigo Fundanus al perder a su hija Minucia.
“Ha perdido, en efecto, a una hija, que se parecía a él no menos en su carácter que en su rostro y su fisonomía, y que era el vivo retrato de su padre con una asombrosa similitud. Por ello, si quieres enviarle una carta con motivo de este dolor tan natural, recuerda que debes ofrecerle consuelo, pero no uno que parezca una reprimenda ni demasiado crudo, sino delicado y comprensivo. El paso del tiempo hará que esté más dispuesto a aceptar esta perdida. Pues como una herida todavía abierta se resiste a aceptar la mano de quien le quiere curar, luego la acepta y por último la reclama, así un dolor aún reciente del espíritu rechaza y huye de los consuelos, después los echa de menos y se calma si le son ofrecidos benignamente.” (Plinio, Epístolas, V, 16)
“Al inicio del siguiente verano, Agrícola recibió un duro golpe en la familia, pues murió el hijo que había tenido un año antes. No soportó su pesar como la mayoría de hombres, que presumen de su fortaleza, ni con los lamentos y la tristeza propia de una mujer, y entre su desolación la guerra le resultaba un alivio.” (Tácito, Agrícola, 29)
En los inicios del duelo podía haber cierta comprensión y tolerancia hacia aquellos hombres que no podían dominar sus emociones, por lo que las convenciones sobre la exhibición de las emociones no eran tan estrictas en los primeros momentos de su dolor. Plinio se refiere a esta circunstancia al hablar de la pena de su amigo Fundanus al perder a su hija Minucia.
“Ha perdido, en efecto, a una hija, que se parecía a él no menos en su carácter que en su rostro y su fisonomía, y que era el vivo retrato de su padre con una asombrosa similitud. Por ello, si quieres enviarle una carta con motivo de este dolor tan natural, recuerda que debes ofrecerle consuelo, pero no uno que parezca una reprimenda ni demasiado crudo, sino delicado y comprensivo. El paso del tiempo hará que esté más dispuesto a aceptar esta perdida. Pues como una herida todavía abierta se resiste a aceptar la mano de quien le quiere curar, luego la acepta y por último la reclama, así un dolor aún reciente del espíritu rechaza y huye de los consuelos, después los echa de menos y se calma si le son ofrecidos benignamente.” (Plinio, Epístolas, V, 16)
Sarcófago infantil, Museo de Agrigento, Sicilia. Foto Zde |
Ocasionalmente, sin embargo, un varón noble podía haber sentido la necesidad de dar paso a su dolor por una muerte repentina o por enfermedad y expresarla de forma que no correspondía al concepto elitista de continencia, dando paso a su pena únicamente en la privacidad de su propio hogar.
“No deben los griegos admirar tanto a aquel padre que, en medio de un sacrificio, al saber la muerte de su hijo, se limitó a mandar callar al flautista, y quitándose la corona de la cabeza, terminó ordenadamente la ceremonia. Así lo hizo el pontífice Pulvilo cuando, al pisar el umbral del Capitolio que iba a consagrar, supo la muerte de su hijo. Fingiendo no haber oído, pronunció las palabras solemnes de la fórmula pontificia sin que un solo gemido interrumpiera la plegaria: oía el nombre de su hijo, e invocaba a Júpiter propicio. Comprenderás que su duelo había de tener término, puesto que el primer impulso, el primer arrebato del dolor, no pudo separar a aquel, padre de los altares públicos, ni de aquella invocación al dios tutelar. Digno era a fe mía de aquella memorable dedicación, digno de aquel sacerdocio supremo, quien no cesó de adorar a los dioses ni cuando se mostraban irritados contra él. De regreso a su casa, sus ojos lloraron y su pecho lanzó algunos gemidos; pero después de tributar los honores acostumbrados a los difuntos, recobró el semblante que tenía en el Capitolio.” (Séneca, Consolación a Marcia, XIII, 1)
Estela funeraria de Tiberius Natronius, Necrópolis del Vaticano. |
Hombres reputados son retratados como cercanos a las lágrimas cuando se enfrentan a la muerte de sus hijos o nietos, aunque ello ocurre generalmente de forma privada. Augusto solía besar el retrato de su nieto favorito tras su muerte, puesto que los retratos de los niños en un contexto funerario hacen recordar el tiempo en que sus vidas florecían.
"Germánico tuvo por esposa a Agripina, hija de Marco Agripa y de Julia, que le dio nueve hijos; dos de ellos murieron en su más tierna infancia, y un tercero cuando se estaba ya convirtiendo en un niño de notable encanto; Livia consagró una imagen suya, en la que aparecía caracterizado de Cupido, en el templo de Venus Capitolina, y Augusto colocó otra en su dormitorio, que besaba cada vez que entraba en él." (Suetonio, Calígula, 7)
Retrato de niño. Época Julio-Claudia |
La expresión funus acerbum designa al conjunto de ceremonias fúnebres a las que era sometido un individuo fallecido antes de tiempo, es decir, víctima de una muerte prematura, también llamada mors immatura o mors acerba. En este grupo se incluyen los muertos tras el parto o en los días siguientes, y los infantes, pero también todos aquellos que murieron a una edad temprana, como los jóvenes fallecidos antes del matrimonio o las mujeres que perecieron durante el parto. El funus acerbum se celebraba en un principio por la noche en la más estricta privacidad para reducir la visibilidad de tales muertes en la comunidad a la que el infante ya había dejado de pertenecer.
"Bajo el imperio de la naturaleza lloramos cuando nos sale al paso el entierro de una muchacha casadera o se cierra la tierra sobre un niño demasiado chico para el fuego de la pira. Porque, ¿qué persona buena y digna de antorcha iniciática, como el sacerdote de Ceres exige, cree que existe desgracia alguna ajena a sí mismo? Esto nos distingue de las bestias mudas, y por esa razón, habiéndonos cabido en suerte a nosotros solos una inteligencia digna de consideración, capaces como somos de nociones divinas y aptos para inventar y ejercitar las artes, hemos sacado del Alcázar del Cielo un sentimiento de allí enviado, del que carecen las bestias que andan boca abajo y miran a la tierra." (Juvenal, Sátiras, XV, 130)
Pira romana, acuarela IDU Ilustración (Iñaki, Diéguez Uribeondo) |
La edad cronológica, así como el status de los difuntos en la comunidad, solía determinar la adopción de ritos específicos relacionados con el momento en que ocurrían las exequias, el tratamiento del cadáver (cremación o inhumación), el lugar donde se depositaban los restos mortales, así como las características de la tumba y del ajuar, además de otros aspectos relacionados, por ejemplo, con la duración del luto.
Los hallazgos arqueológicos parecen demostrar que los bebés fallecidos con menos de un año podían ser enterrados dentro de edificios y/o junto a muros en espacios domésticos o artesanales fuera de las áreas funerarias convencionales.
Según algunos autores clásicos los infantes fallecidos antes de que les hubieran salido los dientes, es decir menores de seis meses de edad, no eran sometidos a la crematio, porque sin dientes no quedaría ningún resto que pudiera regresar a la tierra. Por tanto, estos eran inhumados, lo que suponía una excepción a la práctica de la cremación, predominante en la parte occidental del Imperio romano entre los siglos I a. C. y II d. C.
"No es costumbre de los pueblos la cremación de un hombre antes de que le salgan los dientes." (Plinio el viejo, Historia Natural, VII, 15, 72)
Por norma los infantes menores de un año eran depositados en pequeñas fosas o en contenedores, muchos en posición fetal, y no solían presentar ajuar, sobre todo los fallecidos entre el parto y los días siguientes o los fallecidos con pocos meses de vida. Además raramente solían ser conmemorados, y se recomendaba que no se hiciera luto formal para los niños fallecidos en su primer año de vida.
"No dejará tu recuerdo sin llorar mi planto de buena memoria, hijo mío, el primero que recibió mi nombre; a ti cuya pérdida, cuando intentabas transformar los balbuceos en tus primeras palabras, lamentamos con funerales propios de persona mayor. Tú fuiste colocado al morir en la tumba de tu bisabuelo, para que no sufrieras envidia alguna por tu sepulcro." (Ausonio, Mi hijo pequeño, 10)
Sin embargo, la decisión de erigir una lápida o monumento por un niño menor de un año era algo especial y personal, y, aunque no era habitual incluir palabras de sentimiento por la pérdida de un hijo, sí se mencionaba el nombre del niño, su edad, y el nombre y relación de los dedicantes (generalmente los padres, pero a veces los abuelos o la nodriza). La mención de la edad del difunto podía tener la intención de remarcar el dolor que implicaba una muerte tan temprana.
"A los dioses Manes y a Aelia Secundilla, hija de Publius Aelius Secundus, que vivió 41 días. Publius Aelius Secundus y Flavia Secundilla, los padres lo hicieron." (CIL VI.10978)
"A los dioses Manes y a Aelia Secundilla, hija de Publius Aelius Secundus, que vivió 41 días. Publius Aelius Secundus y Flavia Secundilla, los padres lo hicieron." (CIL VI.10978)
"A los dioses Manes. Lucius Cassius Tacitus lo erigió para su hijo Vernaclus, que vivió nueve días." (CIL XIII. 8375)
En cuanto a los restantes infantes, es decir, los fallecidos con uno a seis años, exceptuando algunos casos puntuales, eran sometidos al rito de la cremación. Sus tumbas podían presentar características similares a las de los adultos.
"A los dioses Manes. Para Claudius Hyllus, que vivió cuatro años, siete meses y cinco días. Claudius Tauriscus mandó que lo hicieran para su queridísimo hijo."
Altar funerario de Claudius Hyllus. Foto Sotheby´s |
Los pueri, niños de siete a doce años, sí solían ser conmemorados, y en cuanto al duelo, este duraba cerca de diez meses para los fallecidos con siete a nueve años, mientras que a partir de los diez se hacía de igual modo que para los adultos.
"A los dioses Manes.
Para Marcus Carienius Venustus, hijo de Marcus, que vivió 8 años y 10 meses. Marcus Carienius Felix Carienia Venusta, sus infelices padres lo hicieron." (CIL VI 14402)
Monumento funerario de M. Carienius Venustus. Royal Ontario Museum, Canadá |
Roma tenía regulaciones específicas con relación al duelo por los niños que incluso se recogían por ley.
"Él mismo arregló los duelos por edades y tiempos, como por un niño menor de tres años, que no se haga duelo; por uno de más tiempo el duelo no ha de ser de más meses que años vivió, hasta diez, sin pasar de allí por edad ninguna, sino que el más largo tiempo de duelo había de ser de diez meses." (Plutarco, Numa, 12)
“Por los padres debe hacerse un duelo por un año, como por los niños mayores de 10 años. Los niños hasta tres años deben ser llorados por un mes por cada año que tenían al morir”. (Paulo, Opiniones, I, 21, 13)
Tanto la literatura como la epigrafía proporcionan ejemplos de reacciones individuales que ilustran actitudes diversas ante la pérdida y el dolor. Con respecto a la muerte de niños y jóvenes, en los tiempos más antiguos el duelo era proporcional al tiempo que habían vivido.
Cicerón reflexionó en uno de sus diálogos sobre como los padres que pierden un hijo de menos de un año no han tenido la oportunidad de forjar sus esperanzas para el futuro de estos niños:
“Son las mismas personas las que piensan que, si muere un niño pequeño, hay que soportarlo con ánimo sereno, mientras que, si muere en la cuna, no hay ni siquiera que lamentarlo. Y eso que la naturaleza le ha exigido a éste con mayor crueldad lo que le había concedido. «Él no había gustado aún la dulzura de la vida», se dice, «mientras que el primero tenía ya grandes esperanzas que había empezado a disfrutar».” (Cicerón, Disputaciones Tusculanas, I, 39)
Monumento funerario de L. Julius Thamyrus. Galería de los Uffizi, Florencia |
Ocasionalmente, incluso los bebés que morían antes de recibir su nombre oficial (lo que ocurría a los nueve días) eran conmemorados por su nombre. Sextus Bebius Stolo solo vivió cuatro días y diez horas, pero su tria nomina indica que era ciudadano y nacido libre.
"A los Manes de Sextus Bebius Stolo que vivió cuatro días y diez horas Caius Bebius Hermes, soldado de la flota del Miseno y Aurelia Proba a su dulcísimo hijo." (CIL X.3547)
Retrato de una niña, Hawara, Egipto |
Dado que la alta mortalidad entre infantes y niños pequeños en la antigüedad clásica, cuanto más tiempo sobrevivían, más seguros podían sentirse los padres al planear su futuro, pero hacerlo muy pronto no era aconsejable, porque las esperanzas paternas podían verse pronto frustradas.
El retórico y pedagogo hispano Quintiliano perdió a su esposa, muy joven, y posteriormente a sus hijos de cinco y nueve años. Para este último había hecho ya planes de futuro, entre los que se incluía el matrimonio.
"Bien merecidos tengo los tormentos y pensamientos que día y noche me asaltan. ¿Conque te he venido a perder cuando, adoptado por un cónsul, y destinado para ser yerno de un pretorio, tío tuyo, fundabas las esperanzas de un padre no menos con la de tus honores venideros que con las muestras de que aspirabas a la gloria de la elocuencia ática, trocándose todo esto en daño mío? Tome, pues, venganza de un padre que pudo vivir después de perdido un hijo, ya que no el deseo de la vida, a lo menos el sufrimiento e infelicidad con que la paso." (Quintiliano, Instituciones Oratorias, VI)
Tapa de sarcófago de un niño. Termas de Diocleciano, Museo Nacional Romano, Roma |
“A los manes de Nymphe. Achelous y Heorte (lo mandaron hacer) para su dulcísima hija. ¡Saludos! Tú, que estás ahí y ves mi sepulcro, contempla qué vida más indigna me fue concedida. Por cinco años (…) los padres. Cuando me acercaba al sexto año, mi vida acabó. No os enojéis, padres: tenía que morir. El tiempo de mi vida se apresuró, de esta manera lo quiso mi destino. Igual que las manzanas cuelgan del árbol, nuestros cuerpos ya caen al suelo cuando maduran o, rápidamente se desploman, aún inmaduros. Te pido, losa, que descanses ligera sobre mis huesos, si no quieres ser una pesada carga para una tierna edad. ¡Adiós!” (CIL XI 7024)
Busto de niña. Villa Getty, Los Ángeles |
Los sentimientos de amor parental y ternura familiar parecen haberse empezado a expresar solo a partir de mediados del siglo I a.C. A partir de ese momento, los niños se convirtieron en un tema de arte funerario, y proliferaron las muestras de amor y afecto por ellos en los epitafios. El epíteto dulcissimus or dulcissima se elegía para conmemorar a los niños pequeños e indicar una cálida relación afectiva.
“A los dioses Manes
A Anthus. Lucius Julius Gamus, el padre a su dulcísimo hijo”
La palabra “dulcissimus” se empleaba generalmente para niños más pequeños, mientras que “carissimus” y “pietissimus” se utilizaban para caracterizar a los niños mayores de cinco años. Carissimus hace referencia al afecto que los padres mostraban por sus hijos y pietissimus (o pientissimus), que se puede traducir como el más devoto u obediente, haría referencia al cumplimiento del deber filial y a la obediencia por parte de los hijos.
"Decimus Cornelius Herma y Cornelia Tyche, de Ravenna, los desgraciados padres lo hicieron para sus muy devotas hijas Cornelia Helpidis que murió a los 18 años, Cornelia Helpiste que murió a los 19, y Restuta que murió a los 7, y para sus libertos, libertas y sus descendientes."
"Decimus Cornelius Herma y Cornelia Tyche, de Ravenna, los desgraciados padres lo hicieron para sus muy devotas hijas Cornelia Helpidis que murió a los 18 años, Cornelia Helpiste que murió a los 19, y Restuta que murió a los 7, y para sus libertos, libertas y sus descendientes."
Retrato de niña época flavia. Museo Metropolitan, Nueva York |
Las muestras de dolor por los niños o jóvenes no solo provenían de los afligidos padres, sino que los amos de esclavos nacidos en su casa exhibían la pena que sentían al morir estos, a los que habían visto nacer y crecer, y a los que en caso de muerte de sus propios padres habían criado, a veces como si fueran sus propios hijos.
“¿Qué delito, qué error es el que purgo con castigo tan grave? He aquí que se me arranca un niño que tenía mis entrañas y mi alma en sus brazos murientes; que no era, ciertamente, de mi estirpe, ni llevaba mi nombre, ni tenía mis rasgos; no lo había engendrado, pero mirad mis lágrimas y mis mejillas lívidas, y creed en el llanto de un hombre abandonado… ¿Podría no llorarte, niño amado? Mientras estuvo a salvo, no ansié tener hijos, desde su nacimiento, al punto su llanto me envolvió y traspasó, yo le enseñé palabras y sonidos, e interpreté sus llantos y sus penas secretas, y cuando gateaba, agachándome hasta el suelo lo elevé hasta mis besos, y acogía en mi seno cariñoso, en el momento mismo, sus mejillas de grana y le atría los amables sueños. Mi nombre fue el primero que supo pronunciar, mi risa, el primer juego para sus tiernos días, de mi rostro nacía su alegría….” (Estacio, Silvas, V, 5)
Martial era un esclavo menor de tres años y su amo le quería hasta el punto de encargar una costosa pieza de mármol en su honor, quizás como parte de un monumento funerario.
"Al dulcísimo Marcial, esclavo, que vivió dos años, diez meses y ocho días. Para él, que lo merecía, Tiberius Claudius Vitalis lo mandó hacer."
Busto del niño Marcial. Villa Getty, Los Ángeles |
Las imágenes de niños que se representaban en estelas y altares funerarios podían evocar distintos mensajes. Uno de ellos era la indicación de status social y de la romanitas de la familia, como es el caso de mostrar al niño con bulla y toga como signo de su nacimiento libre. El tema de la muerte prematura se trata con la alusión a los dioses, especialmente, a los relacionados con los difuntos y la conmemoración de su pasada existencia junto a la referencia a lo que podía haber llegado a ser en su vida sino hubiera fallecido a tan temprana edad, podía dar la esperanza a los parientes afligidos de que la vida continuaba, aunque alterada por el destino. La idealización de las cualidades de los hijos difuntos ayudaría a sus padres y parientes a aliviar su pena.
En la estela de Marcianus, el niño es representado con túnica, toga, bulla y una bolsa con libros, y es el propio Marcianus el que expresa su propio epitafio en verso, destacando su dulzura y elocuencia, haciendo referencia a su destino controlado por las Parcas y haciendo ver su status por la asistencia masiva a su funeral.
“En esta tumba Descanso yo, Marcianus, para toda la eternidad.
No esperaba contemplar todavía los reinos de Proserpina.
“Nací en el segundo consulado de Severo con Fulvus, y desde el principio fui muy dulce. Cuando llegué a los seis años, mi salud decayó. ¡Oh, el noveno día que amaneció para mis padres me alejó de sus lamentos! ¡Qué grandes habían sido mis expectativas, si los hados lo hubieran permitido! Las musas, me habían dado a mí, un niño, el don de la elocuencia. Láquesis me envidió, la cruel Cloto me mató, y la tercera Parca no me permitió recompensar la devoción de mi madre. ¡Qué diligentemente, venía la gente llorando por la Vía Sacra para asistir al funeral! Lo llamaron `el día de los Muertos, por la solemne reunión, ya que a nadie tan joven le roban sus años con una engañosa esperanza. Todo el vecindario vino, también, de todas partes para verme morir por el destino en la flor de la vida. ¡Tú, que vives por siempre, conforta a los buenos, conserva sus vidas, y continúa protegiéndolos!” (CIL VI, 7578)
Estela funeraria de Marcianus, Vigna Amendola, Roma |
“A los dioses Manes, para Hateria Superba que vivió un año, seis meses y veinticinco días. Sus desgraciados padres, Quintus Haterius Ephebus y Julia Zosima, lo erigieron para su hija, para ellos y su propia familia.” (CIL VI 19159)
Las referencias a su vida terrenal aparecen en las figuras de un perrito y un pájaro que podían ser sus mascotas y la alusión a su muerte y a su vida eterna se ven en los erotes que la coronan y la referencia al culto de Isis con las perlas que cuelgan en su frente.
Monumento funerario de Hateria Superba, Galería de los Uffizi, Florencia |
La muerte prematura de los hijos destruye las esperanzas que los padres habían puesto en ellos. Los padres que criaban y se ocupaban de sus hijos esperaban a su vez ser cuidados y mantenidos por ellos en su vejez, pero su descendencia desaparecida nunca llegaría a ser independiente o convertirse en miembros útiles para la sociedad y condenaba a sus parientes a la soledad y la pena.
“Saludos, viajero, pasando por aquí, sin aficción física, detente por un momento y lee esto: por la injusticia de Orcus, que arruinó generaciones, padre y madre tuvieron que hacer por sus desgraciados y dulces hijos lo que había sido el deber de los hijos hacia sus padres, porque ellos no pudieron convencer a los dioses para salvarlos, ni pudieron retenerlos, ni traerlos de vuelta.
Lo que pudieron hacer es, restaurar sus nombres a los celestiales, los nombres de Primigenius, Severus, Pudens, Castus, Lucilla, y Potestas. Esos infelices, abandonados por su prole, dado que habían esperado morir antes que sus hijos, añadieron sus nombres en el mismo lugar, estando todavía vivos, mientras que, nacido bajo un mal hado e injusta suerte, no pudiendo marchar antes que sus hijos, ahora no pueden ni siquiera seguirlos tan rápido como esperaban.
Pero ahora, nosotros, desgraciados, abandonados por nuestros hijos, pedimos a los dioses del cielo y del infierno que permitan a nuestro pequeño nieto, Thiasus, que dejó nuestro hijo Pudens, de corta edad, como una chispa que salta del fuego, heredero de nuestra estirpe, que nos sobreviva: pueda él vivir, ser fuerte, pueda él tener lo que desee. Y ahora te pedimos, nuestro pequeño nieto, servir con deber filial y cuidar la tumba de tus antepasados, y, si alguien te pregunta quién se halla aquí, tú dirás: es Murranus, mi abuelo, porque la desdicha enseña incluso a los bárbaros compasión.”
Monumento funerario de un niño. Yale University Art Gallery |
Las esperanzas de las familias también se veían frustradas en el caso de las jóvenes que fallecían estando en edad de casarse. Puesto que las mujeres no podían destacar con ningún logro político, artístico o social, la única aspiración que tenían era convertirse en madres de ciudadanos romanos que contribuyesen socialmente a la gloria de Roma, por lo cual su temprana desaparición privaba a los padres del único honor que sus hijas podían concederles.
"Te estoy escribiendo esta carta en medio de una gran aflicción: la hija menor de nuestro querido amigo Fundano ha fallecido… Aún no había cumplido los trece años, y ya tenía la prudencia de una mujer de edad y la dignidad de una madre de familia, conservando sin embargo el encanto de la juventud junto con una inocencia virginal… iOh, qué trágico y prematuro funeral! iOh, ese instante de la muerte más cruel que la propia muerte! Ya había sido prometida a un distinguido joven de buena familia, ya había sido señalado el día de los esponsales, y nosotros ya habíamos recibido las invitaciones para el acto. iEn qué profunda tristeza se ha cambiado tanta alegría!" (Plinio, Epístolas, V, 16)
Tapa de sarcófago. Villa Getty, Los Ángeles |
Los testimonios indican que la edad apropiada de las niñas para ser prometidas en matrimonio era alrededor de los trece años.
"No había bastado que estos desafortunados padres vivieran con un único dolor, porque ya antes habían perdido a una hija: helos aquí ahora con otra hija enterrada que les renueva el mismo dolor, pues las dos desdichadas fueron a morir ya casi en su edad nupcial. Y qué dolor tan grande nos has dejado, Armonía Rufina, después de vivir con nosotros trece años, seis meses y veintiséis días. Y nosotros, vuestros padres, estamos deseosos de acercarnos a vosotras, yo, vuestro padre Harmonio Jenaro, junto con vuestra madre, Claudia Trófime, que llora y vive sin dejar de lamentarse. Y no dudamos, desde luego, en abandonar la vida y morir." (Epitafio a Armonía Rufina, CIL X, 2496)
Sarcófago de M. Cornelius Statius, Museo del Louvre. Foto Ilya Shurigin |
Como uno de los principales motivos de erigir un monumento funerario desde el más simple hasta el más elaborado es mantener el recuerdo al difunto, los afligidos padres o parientes se centraban en resaltar las características particulares o los rasgos más sobresalientes de sus seres queridos. Para ello los niños y las niñas solían ser mostrados de forma diferente en sus monumentos funerarios. Los niños aparecían con un aspecto mayor de lo que eran y frecuentemente vestidos con una toga y un rollo de papiro semejando un orador, pues la educación era un medio de alcanzar riqueza y status, que era lo que los padres habían deseado para sus hijos. En el caso del niño poeta Quintus Sulpicius Maximus se incluye una composición poética en griego del propio difunto que leyó en los terceros juegos Capitolinos del año 94 d.C., para indicar lo que ya valía a su temprana muerte, once años.
A Quintus Sulpicius Maximus, hijo de Quintus, de la tribu Claudia, de Roma, que vivió 11 años, 5 meses y 12 días. En el tercer concurso quinquenal, entre 52 poetas griegos, recibió el favor del público debido a su talento natural a tan temprana edad, lo que le distinguió del resto. Sus versos se han escrito debajo, para que sus amantes padres no sean considerados como exagerados a causa de su afecto. Quintus Sulpicius Eugramus y Licinia Januaria, sus desgraciados padres, erigieron este monumento para su leal hijo, para ellos, y para sus descendientes."
Altar funerario de Q. Sulpicius Maximus, Central Montemartini, Roma |
Algunos padres destacaban las cualidades en las que sobresalían sus hijas, teniendo en cuenta, sobre todo, su educación. Los epitafios con referencias a la mitología o personajes legendarios pueden indicar la importancia que los progenitores daban a la educación y cultura.
"Procura el descanso de las sombras y los alabados espíritus de los piadosos, que guardan los sacros lugares del Erebos, lleva a la inocente Magnilla por los bosques y valles directamente hasta los campos Elisios. Ella fue arrebatada en su octavo año por los temibles Hados, mientras disfrutaba de su tierna infancia. Ella era hermosa, admirable en su razonamiento, sabia para su edad, decente, dulce y encantadora. Una niña tan infeliz a la que se le ha privado de vida tan pronto debería ser llorada con lamentos y lágrimas eternas. ¿O deberíamos decir feliz porque ha evitado la desgraciada ancianidad? Así Pentesilea lloró menos que Hécuba."
Ocasionalmente las niñas podían ser representadas también con elementos que denotaban su educación, como puede verse en la estela funeraria de Avita, que murió con diez años.
Estela funeraria de Avita, Museo Británico, Londres |
Las niñas se veían reflejadas en sus monumentos funerarios destacando su dulce carácter y belleza y las más mayores con referencia a sus cualidades para convertirse en matronas, o en caso de libertas podían indicarse sus virtudes artísticas o laborales.
"Éucaris, liberta de Licinia, docta doncella, instruida en todas las artes, vivió 14 años. Detén tu paso, tú que con mirada errante observas las mansiones de la muerte, y lee entero mi epitafio, que el afecto de un padre dedicó a su hija, para que se depositaran allí los restos de su cuerpo. Cuando aquí mi juventud florecía abundantemente con las artes y, con el paso del tiempo, ascendía hacia la gloria, la triste hora de mi destino llegó hasta mí e impidió que el aliento de
la vida avanzase más allá. Culta, educada casi por la mano de las musas, yo que hasta hace poco adorné con mi baile los espectáculos de los nobles y aparecí
como la más distinguida ante el público en la escena griega, he aquí que las hostiles Parcas han depositado mis cenizas en este túmulo con un poema. La
dedicación, cuidado y amor de mi patrona, mis glorias y mi éxito se desvanecen, incinerado mi cuerpo, y guardan silencio en la muerte. He dejado lágrimas
para mi padre, a quien he precedido en la muerte, a pesar de haber nacido después. Ahora mis catorce años están retenidos conmigo en la oscuridad eterna
de la morada de Dis. Te pido que, al alejarte, digas que la tierra me sea ligera." (CIL VI, 10096)
Estatua de una joven. Museos Capitolinos, Roma |
En las tumbas de los niños, al igual que en las de los adultos, se depositaba un ajuar funerario, que consistía en los elementos domésticos que formaban parte de la vida del difunto durante su corta vida. En el sepulcro de Crepereia Tryphaena se encontró junto a sus restos una muñeca articulada y varios artículos de joyería.
Parte del ajuar de Crepereia Tryphaena, Central Montemartini, Roma |
Una estela del siglo I d.C. describe de manera muy precisa el drama familiar que se produce al ocurrir una muerte infantil por el descuido de los adultos. Las referencias a las lamentaciones tras la muerte y al destino son constantes.
“El sol ya se había sumergido en la morada [de la noche], cuando, tras la cena, mi tío materno me llevó a lavar. Las Moiras entonces me hicieron sentar sobre el pozo. Porque yo me había escapado y la malvada Moira guiaba mis pasos. Cuando la divinidad me vio
allí abajo, me entregó a las manos de Caronte. Mi tío oyó el ruido que hice al caer en el pozo. Al punto echó a correr mi tía, que me andaba buscando. Pero yo ya no tenía ninguna esperanza de volver a vivir entre los hombres, y ella comenzó a desgarrar su túnica. También mi madre empezó a correr, más se paró dándose golpes en el pecho. Luego mi tía cayó de rodillas ante Alejandro que, cuando la vio, sin vacilar al momento saltó dentro del pozo. Me encontró allí abajo sumergido, y me sacó en un cesto. Al instante, mi tía me arrebató de sus manos, empapado como
estaba, mirando si aún me quedaba algo de vida. Pero vio que, desdichado, ya nunca vería yo una palestra, y que con solo tres años la malvada Moira me había ocultado” (GV 1159)
Clotilde en la tumba de sus nietos, Pintura de Alma-Tadema |
Algunos niños son retratados en estelas funerarias con su madre también fallecida e incluso con ambos padres.
"Lucius Passienus lo hizo.
A los dioses Manes.
Para Passienia Gemella, su queridísima y muy devota esposa y liberta, y su hijo Lucius Passienius Doryphorus, y su hijo y liberto Sabinus, los más puros."
Lucius Passienius Saturninus dedica este altar a su esposa y liberta, y a su hijo Doryphorus, que nacería cuando su madre era ya libre, por lo tanto, nació libre, y a su hijo Sabinus, que nacería mientras su madre era todavía esclava, y, por consiguiente, él nació esclavo y fue liberado posteriormente por su propio padre.
Muchos monumentos funerarios muestran retratos que no se parecen a la descripción que se detalla en el epitafio y esto se debía principalmente a la necesidad de recurrir a uno que estuviese en stock en algún taller, en vez de adquirir uno por encargo, por haberse producido el fallecimiento de forma repentina y por tener que proceder al entierro o cremación con rapidez.
En el caso mostrado abajo se puede ver un relieve con el rostro de un niño de unos diez a doce años, mientras que en la inscripción en griego se puede leer una dedicatoria a una niña de tres años.
"A los dioses Manes. Para Agripina, nuestra hija, que vivió tres años, un mes, y veintisiete días, nosotros, sus padres lo mandamos hacer en su memoria."
Las diversas clases sociales, el nivel de riqueza e incluso el lugar de procedencia de los padres contaba a la hora de elegir un monumento funerario conmemorativo para los hijos. Desde los sarcófagos bellamente esculpidos pertenecientes a la clase senatorial hasta las sencillas lápidas toscamente labradas sin el nombre del difunto en ellas que estaban comisionadas por gente humilde.
"A los dioses Manes
Blescius Diovicus erigió esta lápida a su propia hija que vivió 1 año y 22 días."
Museo
de Arqueología y Antropología. Universidad de Cambridge |
A los dioses Manes
Para Maconiana Severiana la más dulce hija.
Marcus Sempronius Proculus Faustinianus, varón excelentísimo y Praecilia Severina, dama excelentísima, sus padres hicieron este monumento.
Sarcófago de Maconiana, Villa Getty, Los Ángeles. Foto Marshall Astor |
Bibliografía
La muerte de los niños en el occidente del imperio romano. Siglos I-III d.C. Aprontes para una discusión, Andrés Cid Zurita y Leslie Lagos Aburto
Una mirada bioantropológica sobre el funus acerbum: el caso de Augusta Emerita en época altoimperial, Filipa Cortesao Silva
Vita Brevis: consideraciones sobre las emociones en los epitafios de niños y niñas en el mundo romano, Andrés Cid Zurita
‘Too Young to Die’ Grief and Mourning in Ancient Rome, Diana Gorostidi Pi
A Part of the Family: Funerary Preparations for Children and Adolescents in Late Ptolemaic and Roman Egypt, Branson Dale Anderson
Archaeological and epigraphic evidence for infancy in the Roman world; Maureen Carroll
Infant death and burial in Roman Italy, Maureen Carroll
Cold Comfort: Speeches to and from the Prematurely Deceased in Early Roman Verse-Epitaphs, Allison Boex
Constructing Childhood on Roman Funerary Memorials, Janet Huskinson
Images of Eternal Beauty in Funerary Verse Inscriptions of the Hellenistic and Greco-Roman Periods, Andrzej Wypustek
A life unlived: the Roman funerary commemoration of children from the first century BC to the mid-second century AD, Barbara Nancy Scarfo
Mother and infant in Roman funerary commemoration, Maureen Carroll
The Boy Poet Sulpicius: A Tragedy of Roman Education, J. Raleigh Nelson