Fresco de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional, Nápoles |
El cultivo del olivo pudo haber empezado en la península itálica entre los siglos VIII y VII a. C. impulsado por los fenicios, aunque fueron los griegos quienes iniciaron su expansión, la cual contribuyó a que pocos siglos después el aceite y las aceitunas fueran parte fundamental de la dieta romana junto al pan y el vino.
"Es evidente que siempre la despensa del señor cuidadoso y previsor está llena de vino, aceite, de toda clase de provisiones, y toda su villa es rica: abundan en ella los cerdos, los cabritos, los corderos, las gallinas, la leche, el queso y la miel." (Cicerón, De la vejez, 56)
Botella de aceite y aceitunas, Pompeya. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles |
A partir del siglo I d.C., ante la crisis de la producción en Italia y las necesidades crecientes de aceite por parte de la población y del ejército del limes (frontera con los bárbaros, en el Norte de Europa), los emperadores inician una política oficial activa de incentivación de la plantación y el cultivo del olivo. Bajo el gobierno de Augusto se creó el servicio de la annona, administración que se encargaba de que los alimentos de primera necesidad llegasen regularmente y de forma gratuita a la urbe y al ejército. Los productos se captaban en las provincias romanas por diversas vías: como tributos en especies, por compra a cuenta del Estado o mediante ventas obligatorias (indictiones), o bien como rendimientos de los latifundios imperiales. La tarea estaba a cargo de la praefectura annonae. Desde sus inicios, se requirió de diversos funcionarios públicos o de agentes controlados por el Estado, para que trabajasen en el aprovisionamiento regular y sin interrupciones de los recursos alimentarios.
“A Sextus Julius Possessor, hijo de Sextus, de la tribu Quirina, prefecto de la tercera cohorte de los Galos, comandante de una tropa de arqueros sirios y de la primera ala de la Hispánica, magistrado de la ciudad de Romula Malva, tribuno militar de la duodécima legión Fulminata, magistrado de la colonia de Arca, elegido para la decuria por los grandes y óptimos emperadores Antonino y Vero, asistente de Ulpius Saturninus, prefecto de la Annona, a cargo del inventario del aceite hispano y africano, del transporte del excedente y de pagar por el flete a los naviculari (patrones de barco), procurador encargado por los dos emperadores de mantener las riberas del rio Betis, se lo dedicaron los barqueros (scapharii) de Hispalis (Sevilla), como recompensa por su excepcional integridad y justicia.” (CIL, II. 1180)
Reconstrucción de la prensa de Case Nuove, Ilustración Inklink |
El aceite de la annona procedía durante el imperio de la Bética, o bien de África, donde muchos latifundios eran de propiedad imperial. El estado para maximizar el rendimiento de sus propiedades permitía a un conductor administrar el fundus para garantizar la llegada de los productos a Roma y otras ciudades. La distribución no se hacía siempre de forma regular, pero sí de forma ocasional.
Símaco ruega al emperador que estimule el suministro de aceite africano a Roma.
"A nuestros señores,
No hay duda de que vuestra Felicidad garantiza recursos inagotables al pueblo romano, señores emperadores, pero la previsión de los gobernantes no deja de hacer sugerencias para que esa diligencia asegure lo que promete una fortuna mejor. El servicio cotidiano de trigo no está en dificultades. El aceite es el único producto que perturba el sustento de la plebe porque ha sido transportado escasamente. El clarísimo prefecto de la anona, que ejecuta con diligencia su cometido, sostiene que ha notificado este hecho hace tiempo a la ilustrísima prefectura del pretorio, enviando según la costumbre unos breves para poner de manifiesto la escasez de las reservas. Pero como la carencia se agrava, no ha debido silenciarse ante vuestra Clemencia la preocupación de la patria, cuyas esperanzas y recursos se ven colmados por el favor de unos príncipes buenos.
Por ello todos os pedimos con súplicas —si es que esperáis por ruegos vosotros que os adelantáis con favores a los votos generales— que vuestras palabras divinas estimulen lo antes posible a los gobernantes de África en relación con el envío de este producto a los almacenes de Roma, pues hay que apresurarse antes de que el suministro diario acabe con lo que queda. En fin, añadid este don a los demás que estáis habituados a otorgar, para que fluyan con igual profusión todos los bienes de la época.” (Símaco, Informes, 35)
Almazara, Ilustración Inklink |
La calidad del aceite dependía de numerosas variantes: desde el nivel de maduración del fruto, pasando por los sistemas de recogida, transporte y almacenamiento, hasta el tipo de prensado o el grado de decantación y filtrado. De acuerdo con ello, se obtenían diversos tipos de aceite, que variaban en acidez y pureza, y que lógicamente alcanzaban niveles diferentes de cotización y precio, por cuanto los usos que permitían eran también diferentes. En cualquier caso, la masa se prensaba tres veces y el aceite extraído cada vez se recogía en recipientes distintos, ya que la calidad también era diferente, siendo el mejor el de la primera prensada y el peor el de la última.
Oleum omphacium era el mejor y se extraía de las aceitunas todavía verdes en septiembre, y se destinaba a usos religiosos (ofrendas a los dioses) y a la fabricación de perfumes y medicamentos. El que se obtenía de la aceituna blanca (que adoptaba el mismo color) era el mejor, mientras que el omphacium derivado de aceitunas no maduras para su consumo, pero sí en plena sazón tenía una calidad algo inferior y tomaba un color verde.
“Un aceite es también el onfacio. Se obtiene de dos clases de árboles y con sendos procedimientos: del olivo y de la vid. La aceituna se exprime cuando aún está blanca; de inferior calidad es el de drupa —así se llama la aceituna antes de que esté madura para su consumo, cuando, no obstante, ya va tomando color—; la diferencia consiste en que este último es verde, mientras que el primero es blanco.” (Plinio, Historia Natural, XII, 130)
Elaboración de aceite. Ilustración de H.M. Herguet |
El aceite llamado "oleum aceruum" o "aestiuum" es el que se obtiene de las aceitunas verdes, y aunque bueno, era poco abundante. La cosecha se realizaba en septiembre.
"El tiempo más proporcionado para la recolección de la aceituna es por lo común a principios del mes de diciembre. Pues antes de este tiempo se hace el aceite acerbo, que llaman de estío; cerca de este mes se saca el verde, y después el maduro."
El oleum viride (aceite verde) se preparaba en diciembre con las aceitunas de color cambiante (entre el verde y el negro), que daban más aceite, con un sabor más suave y afrutado.
“Nosotros residimos aquí en el campo, dedicados al ocio, y disfrutamos del otoño de muchas maneras. Así es: una vez que hemos confiado a los toneles el vino joven, que ha manado tras ser batido con los pies y exprimido con la prensa, se tritura en sus molinos el fruto de Sición, aunque la aceituna temprana se pasa suavemente para producir aceite verde.” (Símaco, Cartas, III, 23)
Para el oleum viride se hacía una clasificación dependiendo de cómo se había cogido la aceituna, del tiempo transcurrido hasta su procesado y del modo de prensarla.
“Pero no tiene cuenta al padre de familia sacar aceite acerbo, porque sale poco; a no ser que la aceituna se haya caído con las tempestades y sea preciso cogerla para que no se la coman los animales domésticos o los silvestres. Pero es de la mayor utilidad extraer el verde, como que no solo sale bastante, sino también con su valor casi duplica la renta del amo.” (Columella, De Re Rustica, XII, 52)
Ilustración Jean-Claude Golvin |
De él se obtenía el oleum flos, aceite procedente de la primera y muy ligera presión, pero que, debido a su precio, se reservaba sólo para el aliño de las ensaladas o aderezar alimentos en crudo. El oleum sequens se lograba a partir de una segunda y más intensa presión, en la que se calentaba con agua la masa de aceitunas para extraer más fruto. El oleum cibarium, cuyo sabor era un tanto acre, procedía de la aceituna ya madura o caída del árbol y era obtenido de las siguientes prensadas, por lo que no podía conservarse más de un año. Se destinaba a la cocina de platos elaborados y fritos, y por su calidad inferior era cuatro veces más barato y, por tanto, de mayor consumo.
Más popularizado entre la población, por su bajo precio, se encontraba el “oleum maturum” o aceite maduro, extraído, como su nombre indica, de aceitunas maduras o, incluso, pasadas. Era el que usaban las clases más bajas para cocinar, para conservar alimentos e, incluso, como combustible para lámparas.
“Cuando la aceituna está negra, recógela. Cuanto más amarga sea la aceituna con la que hagas el aceite, tanto mejor será el aceite: al amo le será especialmente ventajoso hacer el aceite de aceituna madura.” (Catón, De Agricultura, 65)
Plinio establece una jerarquía de cuáles son los aceites de mejor calidad en Italia y en todo el mundo: en el primer lugar sitúa al originario de la región de Venafro, cerca de Campania y el Lazio, dado su olor y gusto delicados; después iguala el aceite proveniente de la tierra de Istria, en el Adriático y el de la Bética, en el sur de Hispania; después de éstos, coloca a todos los demás.
“El primer puesto en el mundo entero, también en este producto, lo ha obtenido Italia, sobre todo por el territorio de Venafro, concretamente en la zona que da el aceite licinio, por lo que también se concede el máximo galardón a la aceituna licinia: le otorgaron esta palma los perfumes, porque su olor era muy apropiado para ellos y se la otorgó también el paladar con su juicio aún más fino; además, ningún pájaro pica las aceitunas licinias.
Hay, después, una disputa muy reñida entre la tierra de Istria y la Bética. Por lo demás, en las provincias se dan unas calidades bastante similares, excepto en el suelo de África, productor de cereales: la naturaleza se lo concedió por entero a Ceres, no le negó algo de aceite y de vino, pero le otorgó suficiente gloria por sus cereales.” (Plinio, Historia Natural, XV, 8)
Ilustración de Jean-Claude Golvin |
Desde muy pronto las obras literarias testimonian diferentes usos para el aceite, desde el cuidado de cuerpo y cabello, hasta el uso culinario.
“Balión.— Y tú, Xitilis, atiéndeme bien: tus amantes, ésos nadan en aceite de oliva; si no se me pone aquí rápido a odres plenos, te meteré mañana a ti en uno de los tales y te haré llevar a la pérgola; allí se te dará un lecho, pero no para que cojas el sueño, sino para que hasta que ya no puedas con más... ya sabes a lo que me refiero. ¡Qué, víbora!, tú que tienes tantos amigos tan bien forrados de aceite ¿acaso has movido un dedo para que ninguno de tus consiervos tenga un tanto así más de brillo en la cabeza?, ¿o es que ni yo mismo puedo hacerme preparar la carne con un poco más de grasa? Pero eso ya me lo sé yo: es que a ti el aceite no te dice mucho, es con el vino con lo que te unges; deja, que yo te lo haré pagar todo de un solo golpe.” (Plauto, Pseudolo, I, 2)
Los romanos cocinaban inicialmente con manteca de cerdo, pero con la difusión del olivo se impuso el aceite de oliva (al menos, en los países mediterráneos), que se convierte en el ingrediente fundamental de su cocina.
“Toda entera tengo nombre griego, pero no soy toda entera latina; para los pobres (pues siempre me sirven en las tienduchas) vengo a nacer en la tierra, con agua me lavan, con aceite me untan.” (Antología Latina, XLII, La acelga)
Con aceite se aliñaban las verduras y hortalizas, y era ingrediente principal en la preparación de salsas para acompañar carnes y pescados.
“Vale la pena conocer bien la composición de la salsa doble. La simple consta de aceite dulce, que convendrá mezclar con un vino puro de mucho cuerpo y salmuera, pero sólo de la que haya dado su olor a un tonel de salazón de Bizancio. Una vez que todo ha hervido revuelto con hierbas picadas, y espolvoreado
con azafrán de Córico ha reposado, le echarás encima el jugo del fruto molido del olivar de Venafro.” (Horacio, Sátiras, II, 4)
El aceite formaba parte de la elaboración de platos que eran consumidos por la población más humilde y campesina, como el moretum, que hecho con los ingredientes más básicos como queso y aceite constituía parte de la dieta del campesino Símilo.
“Avanzaba su obra: y no ya desigual, como antes, sino más pesada marchaba la mano del mortero en lentos giros. Vierte gota a gota el aceite de Palas, un chorro de fuerte vinagre y, de nuevo, mezcla la pasta y remueve lo mezclado. Luego, al fin, rebaña con dos dedos todo el mortero y recoge lo esparcido en una bola para que tome la forma y el nombre de un perfecto almodrote.” (Apéndice Virgiliano, Moretum, 110)
Mortero romano |
En Roma, el aceite de peor calidad se utilizaba para la iluminación, aunque algunos autores antiguos se quejan de que los más avaros de entre los tenderos lo usaban para condimentar las comidas que vendían a los pobres de necesidad. Juvenal compara el aceite del Venafro destinado a los ricos con el importado de África, que según Plinio era de peor calidad, y se empleaba en iluminación.
“El amo rocía su pescado con aceite del Venafro. Por el contrario, la col descolorida que te traen a ti, desgraciado, olerá a candil. Porque en vuestros platos se pone el aceite que han transportado con proa aguda los barcos de los Micipsas*.” (Juvenal, Sátiras, V, 86)
* Micipsa fue rey de Numidia
La provisión de aceite de oliva en las provincias alejadas de grandes centros de producción requería una fuerte inversión económica, aun cuando el aceite utilizado era el de peor calidad. Por lo que solo la élite podía acceder a un combustible que permitía alargar las actividades laborales, comerciales y de ocio hasta después de haberse puesto el sol. Por ejemplo, en época imperial, cuando el uso del aceite en las termas estaba muy extendido, era frecuente que se distribuyese el aceite gratuitamente por parte de las autoridades. Alejandro Severo repartió aceite para las lámparas de las termas y que estas se mantuviesen abiertas más tiempo.
“Y las doncellas, aun en la noche, hilando su tarea, no desconocieron la proximidad del mal tiempo, cuando veían chisporrotear el aceite en la encendida lámpara de arcilla y que sobre la pavesa se formaba un hongo blando.” (Virgilio, Geórgicas, I, 390)
Penélope deshaciendo su labor, Dora Wheeler, Museo Metropolitan, Nueva York |
La iluminación de áreas públicas, tales como calles urbanas, espacios públicos y edificios, era una fuente de orgullo cívico para aquellas ciudades donde la había, lo que ocurría en ciudades de provincias, como Antioquía y Constantinopla. La capacidad de la administración de extender el día con luz artificial ayudaba a incrementar el intercambio social y comercial y proporcionaba mayor seguridad a los residentes y visitantes de la ciudad.
“De móviles sogas cuelgan luces que relumbran sujetas en los artesonados y, alimentada por el suave flotar del aceite, la llama arroja su luz por el brillante cristal.” (Prudencio, Himnos cotidianos, V)
Museo del Vidrio, Corning, Nueva York |
El aceite como fuente de iluminación era un elemento simbólico que formaba parte de rituales religiosos y funerarios. En forma de ungüentos, era parte fundamental en los ritos de preparación y exposición del cadáver, contribuyendo a su conservación; en la cremación, disimulando el olor de la carne quemada.
“Lo que te voy a contar sucedió cuando yo ya era viejo. En Tebas, una picara vieja fue entenada de esta manera, en virtud de su testamento: el cadáver, generosamente untado de aceite, lo llevó el heredero en sus hombros desnudos, sin duda para ver si después de muerta lograba escaparse; y es que creo que en vida la había acosado en exceso.” (Horacio, Epístolas, II, 5)
En el culto a los Manes, espíritus de los difuntos, se depositaban en las tumbas alimentos, bebidas y lámparas de aceite, cuya luz debía guiar al difunto en su camino hacia el más allá. Algunas lámparas se llenaban con aceite perfumado y podían considerarse un regalo para el fallecido o una ofrenda conmemorativa que se depositaba en los aniversarios o fiestas de los difuntos.
“Adiós Septimia, que la tierra te sea leve. A quienquiera que deje una lámpara encendida ante su tumba, cubra la tierra dorada sus cenizas.” (CIL X 633)
Pintura de Wilhelm Kotarbinski |
El aceite se utilizaba como ofrenda a los dioses, tanto en el culto oficial como en el culto privado, especialmente como libación en los altares.
“Después, prepara en honor del rey estigio nocturnas aras y pon sobre las llamas las entrañas enteras de los toros y derrama pingüe aceite sobre las vísceras ardientes” (Virgilio, Eneida, 6, 252-254.
“En cuanto a la historia por la que el gran Aquiles, colocado frente a Héctor, ha ocupado todo el espacio al aire libre, puedes escuchársela a los guías. Yo, al darme cuenta de que todavía estaban iluminados, casi tendría que decir resplandecientes, los altares y de que la estatua de Héctor frotada con aceite estaba brillante, mirando a Pegaso dije: «¿Qué es esto, los de Ilión sacrifican?», intentando suavemente averiguar qué opinión tenía.” (Juliano, Cartas escritas en Asia menor, 79)
“Las más devotas hermanas de Cesia Sabina, hija de Cn. Cesio Athicto, erigieron esta estatua. Ella sola dio un banquete a las madres de los centunviros y a sus hermanas e hijas y a las mujeres del municipio sin distinción de rango. Y en los días de los juegos y de la fiesta de su propio marido, ofreció un baño con aceite gratis.” (CIL XI 381)
El aceite acompañaba siempre en la competición y el ejercicio físico. Ya desde época griega, los atletas se embadurnaban el cuerpo de aceite antes de la lucha o la carrera, protegiéndose así del sol y asegurando su correcta hidratación. Terminado el baño, retiraban la mezcla de aceite y sudor con el estrígilo (strigilis), lavaban su cuerpo con agua, esponja y algún producto abrasivo (ceniza, sosa, potasio, salitre).
“Allí, en Olimpia, el gimnasta lleva un estrígilo, tal vez por esta razón: el atleta, en la palestra, no puede evitar cubrirse de polvo y barro. Además, está expuesto al sol; con el fin de que no se estropee el estado de su piel, el estrígilo recuerda al atleta no sólo que debe usar aceite sino untárselo tan copiosamente que haga falta rascarlo con el estrígilo después de la unción.” (Filóstrato, Gimnástico, 18)
Museo Británico, Londres |
Por sus propiedades antisépticas y tranquilizantes, contrastadas sin duda mediante observación y experimentación a lo largo de siglos de uso, el aceite fue un ingrediente fundamental en las prácticas medicinales de los pueblos mediterráneos desde que empieza a cultivarse el olivo y producirse el jugo de él obtenido.
“Nada más se puso a brillar la estación, me atacó a los riñones un fuerte dolor que me obligaba a buscar una cuerda. Luego, tras un mes de tregua, se abatió sobre mí con más intensidad y se hizo necesario recurrir a un procedimiento que me empeñaba en aplazar lo más posible. Pues mientras los demás eran partidarios de adormecer los dolores con aceite, Panolbio decide hacerme una sangría. De inmediato me puse mejor, pero no puedo tener confianza en que siempre será así.” (Libanio, Cartas, 393, 3)
Skyphos de plata, Tesoro de Boscoreale, Museo del Louvre, foto Hervé Lewandowski |
Las medicinas eran el resultado de una mezcla de numerosos ingredientes minerales, animales o vegetales, entre los cuales estaba el aceite, que por sí solo tiene propiedades antisépticas, antiinflamatorias, anticoagulantes y cicatrizantes, y puede mejorar la respuesta del sistema inmune.
“La verdad es que soy un hombre un tanto propenso a los catarros, pero hoy creo que estoy mucho más constipado. Así· pues, me untaré la cabeza con aceite e intentaré dormir, pues no pienso añadir hoy a mi lámpara ni una gota de aceite, hasta tal punto me he fatigado por haber montado a caballo y por estornudar.” (Frontón, Epístolas, 60)
Los galenos recomendaban utilizar el oleum omphacium para la preparación de remedios medicinales. Entre las recetas médicas se contemplaba tanto la aplicación o ingestión del aceite, como la inmersión del enfermo en el propio aceite.
“Aplicar cataplasmas calientes que se irán cambiando de lugar frecuentemente, desde el pecho hasta la ingle y la espina dorsal; frotar los brazos y las rodillas e introducir todo el cuerpo en aceite caliente; si el dolor no remite, aplicar tres o cuatro cazos de aceite caliente sobre la parte inferior del vientre”
Los directores de los gimnasios recogían el aceite con el que los atletas limpiaban su cuerpo y luego echaban por tierra, para venderlo con uso medicinal y como emplasto para aliviar diversos males, incluidos los articulares y, calentado, contra la ciática.
“Las raspaduras obtenidas de las termas son más eficaces para estos propósitos, y por ello se incluyen como ingrediente de algunos remedios. Estas raspaduras están impregnadas con el aceite de los atletas, que, usado con el polvo de la tierra, tienen un efecto calmante sobre las articulaciones, y son particularmente beneficiosas con efecto calórico.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 13)
“Primero debería sudar durante un rato en el tepidarium, bien tapado, y después ungirse con aceite allí mismo; tras ello debería pasar al caldarium y tras sudar un rato no sumergirse en el baño caliente, sino echarse desde la cabeza hasta los pies, primero agua caliente, luego templada, después fría, y más por la cabeza que por ninguna otra parte, tras lo cual debería recibir un masaje, secarse y untarse con aceite.” (Celso, De Materia Medica, I, 4, 2)
Ilustración Parque Arqueológico de Xanten, Alemania |
El aceite fue, desde casi la Prehistoria y en todo el Mediterráneo, la base de multitud de ungüentos y perfumes, que se utilizaron originalmente en la Antigüedad para conservar la salud y la elasticidad de la piel, pero posteriormente se emplearon como artículos de lujo para proporcionar al cuerpo la mejor de las fragancias, no solo después del baño, sino en cualquier ocasión, pues oler bien era supuestamente signo de buena salud.
“El simple aceite sirve para engrasar la piel, relajar los nervios y eliminar del cuerpo el olor desagradable, si realmente necesitáramos para ello el aceite.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II, 67)
“Cuando te dispones a preparar el suave perfume de la mejorana o de la mirra o de la flor del nardo que exhala a nuestro olfato fragancia de néctar, es conveniente antes de nada que busques y, en la medida de lo posible, logres encontrar un aceite de condición inodora que no exhale al olfato efluvio alguno, a fin de que deteriore lo menos posible, alterándolos con su aspereza, los perfumes mezclados con su substancia y fundidos con ella en la cocción.” (Lucrecio, La naturaleza, II, 845)
Pintura de la Villa Farnesina, Museo Palazzo Massimo, Roma |
En caliente se servían de pequeños hornos cuyas llamas no debían estar en contacto con el caldero para evitar que el perfume oliera a quemado, hasta que el aceite se saturaba. A la mezcla se añadía un estabilizante hecho de alguna resina, especialmente de coníferas o de alguna especie más exótica como la mirra. Otros aditivos eran el vino perfumado, agua o miel.
“Los componentes básicos para la elaboración de un perfume son dos: el líquido (sucus) y la parte sólida (corpus): al primero pertenecen diferentes tipos de aceite, (stymmata) y al segundo, las esencias (hedysmata). Entre estos dos componentes existe un tercero, despreciado por muchos, que es el colorante. Para dar color se emplean el cinabrio y la ancusa. La sal añadida mantiene las propiedades del aceite. Pero cuando se añade ancusa, no se añade sal. La resina o las gomorresinas se añaden para mantener el aroma en el cuerpo; pues éste se evapora rápidamente y desaparece, si no están presentes estos conservantes.” (Plinio, Historia Natural, XIII, 2, 7)
Putti perfumistas, Casa de los Vettii, Pompeya |
Las frutas también proporcionaban ingredientes que añadidos al aceite proporcionaban perfumes de gratos aromas.
“El aceite de membrillo se prepara de esta forma: mezcla seis sextarios de aceite con diez sextarios de agua, añade tres onzas de romaza triturada y una onza de esquemanto, déjalo durante un día y cuécelo. Luego, tras colar el aceite, échalo en una vasija de boca ancha, coloca encima zarzos de caña o una esterilla antigua y sobre ellos los membrillos. Envuélvelo todo con paños y déjalo reposar suficientes días, hasta que el aceite atraiga la virtud de los frutos." (Receta de Dioscórides)
Villa de Popea, Oplontis, Italia |
Al médico Galeno se le atribuye la receta de una crema de belleza (ceratum) a base de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas.
Los aceites perfumados eran usados para necesidades del culto, y los ungüentos para masajes y fricciones después del baño, y antes de tenderse para comer.
“Ella entonces se despoja de todas sus vestiduras e incluso del sostén que sujetaba su hermoso busto femenino; y, de pie junto al foco de luz, saca de un frasco metálico un aceite perfumado con el que se frota bien.” (Apuleyo, Metamorfosis, X, 21, 1)
Pintura de John William Godward |
Además de las habituales, el aceite tenía entre los romanos otras muchas aplicaciones: como lubricante de los utensilios de trabajo, como impermeabilizante para algunos tejidos, como purificador de ciertos metales, como suavizante del cuero y muchos más.
“Y si pensamos que el cuero suavizado por el aceite se hace más difícil de romper y más duradero, siendo como es algo muerto, sería absurdo que no pensáramos que un cuerpo, que tiene aún una vitalidad, no puede ponerse en mejor forma por acción del aceite.” (Luciano, Anacarsis,o sobre la gimnasia, 23)
El aceite se aplicaba a la
elaboración de armas y herramientas por su efecto sobre los metales.
“Cuando se trata de vaciar el
hierro, el empleo del aceite proporciona un filo más acabado; de ahí la
costumbre de dar una mano de aceite a las herramientas más delicadas, para que no
se endurezcan con el agua haciéndose con ello quebradizas.” (Isidoro de
Sevilla, Etimologías, XVI, 21, 4)
Un uso frecuente y documentado era el de repelente de insectos o insecticida.
“A las polillas se las destruye por la noche, colocando delante de las colmenas una potente luz y recipientes llenos de aceite debajo de la luz. Las polillas vuelan hacia el resplandor, caen en el aceite y mueren. De otra manera no es fácil apresarlas.” (Claudiano Eliano, Historia de los animales, I, 58)
Intaglio, Yale University Art Gallery |
Aceites procedentes de otras plantas también se empleaban comúnmente en la sociedad romana, bien por ser más baratos, por su accesibilidad o porque sus propiedades les hacían adecuados para el uso al que estaban destinados, entre ellos el aceite de almendra, sésamo o nuez.
“El de almendra, que otros llaman neopo, se extrae de almendras amargas secas, machacándolas hasta hacer una pasta que se rocía con agua y se vuelve a machacar.” (Plinio, Historia Natural, XV, 7)
El aceite de cedro se usaba como conservante para los rollos de papiro y éstos se guardaban en cajas de madera de ciprés, dura y resistente. El cedro y el ciprés son ambos árboles de madera noble y aromática.
“Librito mío, ¿a quién quieres obsequiar? Búscate en seguida un protector, no sea que, llevado al punto a la cocina ahumada, tu papel aún húmedo se destine a envolver atunes frescos o sirvas de cucurucho del incienso y la pimienta. ¿Te marchas al seno de Faustino? Sabes lo que haces. Ahora puedes echarte a andar ungido con aceite de cedro y, hermoseado por la doble ornamentación de tu frente, regodearte en tus dos cilindros pintados, y que la púrpura delicada te cubra y que el título se enorgullezca con el rojo de la grana. Si él te protege, no temas ni a Probo.” (Marcial, Epigramas, III, 2)
Un escriba romano, Pintura de Alma-Tadema |
El aceite por su alto coste era un producto elegido como obsequio para regalar a familiares y amigos en celebraciones o efemérides.
“¡Qué bien tan grande me ha proporcionado mi queja, no formulada sino supuesta por ti, Paulino, hijo mío! Temiendo que me hubiera desagradado el aceite que me habías enviado, repetiste tu regalo y lo hiciste aún mayor al añadir el condimento de la salmuera de Barcelona.” (Ausonio, Epístolas, 21)
El aceite, junto al vino y el trigo, era un producto que servía para el pago de trabajadores o de artistas contratados para los espectáculos, así como también era una recompensa para atletas ganadores y para vencedores de competiciones deportivas y artísticas.
“Hay que preocuparse, como de ninguna otra cosa, de la música sagrada. Escoge, pues, del pueblo de Alejandría a cien muchachos de buen linaje y manda proveer para cada uno de ellos dos artabas de trigo al mes y, además, aceite y vino; los encargados del tesoro les proporcionarán vestidos. Que ahora sean escogidos por su voz, pero si algunos pueden participar también en lo más elevado de esta ciencia, que sepan que ponemos a su disposición enormes recompensas a su esfuerzo. Pero, antes que de las nuestras, ellos mismos se beneficiarán al purificar sus almas con la música divina, pues hay que creer a los que anteriormente opinaron con rectitud sobre estas materias.” (Juliano, Cartas escritas en Antioquía, 109 -Carta de Juliano al prefecto de Egipto, Ecdicio)
Bibliografía
De especie silvestre (kótinos) a olivo sagrado (élaios). Notas sobre el cultivo del olivar, la producción, la comercialización y el consumo de aceite de oliva en el Mediterráneo antiguo; Desiderio Vaquerizo Gil
Olivo y aceite en los autores latinos; Joaquín Mellado Rodríguez
La captación del aceite annonario en Bética y África, un análisis comparativo; Lluís Pons Pujol, Eduard Garrote Sayó, Xavier Soria Rincón
Agua, sal, pan, vino y aceite en Roma; Guillermo Fatás Cabeza
Inscripciones de olearii en Hispalis; José María Blázquez