martes, 16 de julio de 2024

Aquae ductus, acueductos y agua pública en la antigua Roma (I)

 

Acueducto de las Ferreras, Tarragona. Foto Samuel López

Desde la fundación de la ciudad de Roma y durante siglos sus habitantes se conformaron con consumir el agua que extraían del Tíber y la que proporcionaban los pozos y los manantiales urbanos.

“Desde la fundación de la ciudad durante 441 años los romanos se contentaron con el uso de las aguas que extraían, bien del Tíber, o de los pozos, o de los arroyos. Los arroyos han tenido, hasta el momento actual, el nombre de cosas sagradas y son objeto de veneración, teniendo reputación de sanar a los enfermos; como, por ejemplo, los arroyos de las ninfas proféticas (Camenae), de Apolo, y de Yuturna.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 1, 4)

Acueducto de Gorze, Metz, Francia. Ilustración Jean-Claude Golvin

Roma está rodeada de aguas subterráneas, lo que facilitó enormemente el suministro de la ciudad. El agua de manantiales era considerada la de mejor calidad entre los romanos, aunque se sabía que este tipo de aguas no siempre tenía garantizada su pureza.

“A estas ventajas, a este encanto tan solo le falta el murmullo del agua corriente, aunque tiene pozos, mejor aún manantiales, pues están muy cerca de la superficie. En verdad que, es una sorprendente característica de este litoral que en cualquier parte que remuevas el suelo, al momento brota un agua pura y sin la menor huella de contaminación a pesar de la proximidad del mar.” (Plinio, Epístolas, II, 17, 25)

Fuente de Fordingianus, Cerdeña

Las aguas de los pozos se consideraban buenas y se empleaban habitualmente, pero eran normalmente destinadas a uso individual y particular, y no como fuente de captación de agua para las conducciones de abastecimiento a poblaciones, ya que la elevación del agua costaba mucho dinero, y la maquinaria de elevación manejada necesitaba mantenimiento y explotación continuamente. Ocasionalmente el pozo se pinchaba con una tubería que dirigía el agua drenada del pozo a un depósito, o directamente a una conducción.

“¿Qué agua, entonces, de todas las que hay será más probable que sea buena y sana? El agua de pozo, sin duda, si juzgamos del uso general que se hace de ella en las ciudades: pero solo en el caso de pozos en que se mantiene en continua agitación por las repetidas extracciones, y que se depura con la tierra como filtro. Estas condiciones son suficientes para asegurar la salubridad del agua: con respecto a la frescura, el pozo debe estar a la sombra, y el agua no expuesta al aire.” (Plinio, Historia Natural, XXXI, 23)

Pintura de Ettore Forti

Desde muy antiguo existía un modelo de abastecimiento de aguas en ciudades por el que se recogía el agua de lluvia en cisternas. En algunas ciudades se alternaban las cisternas públicas y privadas como principal medio de aprovisionamiento para suplir las necesidades hídricas de la población.

“En el aljibe central se colocarán unas cañerías, que llevarán el agua hacia todos los estanques públicos y hacia todas las fuentes; desde el segundo aljibe se llevará el agua hacia los baños, que proporcionarán a la ciudad unos ingresos anuales; desde el tercero, se dirigirá el agua hacia las casas particulares, procurando que no falte agua para uso público.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 6, 2)

Cisterna llamada Piscina Mirabilis, Nápoles. 

Cuando los nuevos hábitos de aseo personal y ocio de la población se hicieron más sofisticados y demandaban cada vez mayor cantidad de agua, los sistemas tradicionales de captación de agua quedaron obsoletos, lo que obligó a nuevas inversiones en conducción de agua a las ciudades.

La gran mayoría de las ciudades romanas se asentaban sobre la ribera de un río, normalmente caudaloso, pero todas ellas tenían en común con Roma que no usaban esas aguas del río para consumo humano; preferían construir grandes acueductos o conducciones, a pesar del coste, para traer el agua de otro lugar, ya que buscaban aguas limpias, puras y lo más sanas y agradables al gusto y tacto. Para buscarlas iban a manantiales de montaña o a ríos de montaña donde había pocos lodos y material en suspensión y las aguas eran transparentes.

“... Los médicos investigan qué tipos de aguas son los más adecuados para el consumo. Condenan con razón las estancadas e inmóviles, considerando mejores las que fluyen, que se purifican y mejoran con el recorrido y la agitación... También tienen que reconocer que las aguas de los ríos no son las mejores, como tampoco la de algunos torrentes, y que la mayor parte de los lagos son saludables. Entonces, ¿cuáles y de qué tipos son las mejores? Unas en unos sitios y otras en otros ...” (Plinio, Historia Natural, XXXI, 21, 31)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Una vez hallado ese manantial, río o cualquier fuente de aguas puras y saludables, la ingeniería hidráulica romana se ponía en marcha para que en vez de que corrieran montaña abajo, poder encauzarlas para llevar el río de montaña a la ciudad, canalizarlo y distribuirlo; pero siempre intentando mantener las condiciones en que se encontraba el agua en la montaña, esto es corriendo y fluyendo continuamente. Para ello, había que evitar que el agua entrara en contacto con el exterior, e impedir que estuviera estancada; pero controlando las velocidades altas para que no erosionasen y arrastrasen material en suspensión. Todo ello condicionó la red entera de abastecimiento a las ciudades, que fue evolucionando a lo largo de la extensa historia de la antigua Roma, a la vez que el propio uso que los romanos hacían de ella.

“Consideremos cuánto añade la riqueza de las aguas a la belleza de la ciudad de Roma. ¿Dónde estaría la belleza de nuestras termas, si esas dulces aguas no llegasen hasta ellas?

La más pura y deliciosa de todas las corrientes corre por el acueducto Aqua Virgo, nombrado así porque ninguna suciedad la corrompe. Porque mientras todas las demás, tras copiosas lluvias muestran alguna contaminación con tierra, solo esto por su siempre pura corriente nos haría creer que el cielo estaba siempre azul sobre nosotros. Y, ¿cómo expresar estas cosas con las mejores palabras? El acueducto Aqua Claudia fluye por encima de una mole tan alta que, cuando alcanza el monte Aventino, cae desde arriba sobre esa alta cumbre como si estuviera regando un valle inferior. Es verdad que el rio Nilo, creciendo en ciertas estaciones, inunda la tierra con sus aguas bajo un cielo sin nubes; pero es mucho más hermosa una vista del acueducto Aqua Claudia con una corriente continua sobre todas esas cumbres sedientas, trayendo el agua más pura por una multitud de tuberías a tantos baños y casas. Cuando el Nilo se retira, deja barro detrás; cuando llega inesperadamente trae un aluvión. ¿No nos atreveremos a decir que nuestros acueductos superan al famoso Nilo, el cual supone a menudo una amenaza para los habitantes de sus riberas, bien por lo que trae o por lo que deja detrás?”  (Casiodoro, Variae, VII, 6)

Acueducto Aqua Claudia, Roma. Foto Chris 73

La ingeniería romana hidráulica se adaptó en todo momento a las riquezas naturales de agua en el lugar, desarrollando toda una serie de técnicas de captación, pero en el momento de elegir la mejor opción se tenía en cuenta la calidad del agua a transportar, y la cantidad de agua demandada.

A la hora de construir un acueducto el primer factor que se analizaba era la calidad de las fuentes, para lo que se llevaban a cabo exámenes prácticos recogidos por Vitruvio, quien afirma que las fuentes debían ser visiblemente puras y limpias, estar libres de musgo y cañas, y que, además, se debían examinar las condiciones físicas generales de los habitantes de los alrededores, por haber sido eventuales consumidores de dicha agua.

“Deben realizarse las siguientes experiencias y pruebas para detectar la calidad del agua. Si se trata de aguas corrientes y al descubierto, antes de emprender su conducción, obsérvese y examínese atentamente la constitución de los miembros de las personas que viven en sus alrededores; si poseen cuerpos robustos, un color fresco de la piel, unas piernas sin defectos y ojos limpios, el agua será de inmejorable calidad.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 4)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Una vez seleccionada la fuente los constructores del futuro acueducto examinaban el terreno por el que discurriría el trazado. Debían evitarse tanto los desniveles hacia arriba como los valles demasiado extensos y, como debía haber una pendiente, la correcta elección de la zona podía significar mucha diferencia en el precio final de la obra.

Como resultado de estos cálculos, y teniendo especialmente en cuenta los problemas provocados por los diferentes obstáculos que presentaba el terreno sería el librator el responsable de decidir la profundidad que debían tener las zanjas en los tramos de canal enterrado o semienterrado, o la altura de los muros y las arcadas en el caso de que el canal tuviese que ser elevado por encima de la cota de suelo. Para hacerlo marcaba la ruta con estacas de madera para calcular la distancia y la diferencia de altitud que había entre el punto de partida y el de llegada.

Medición con groma. Foto De Agostini

En época imperial romana, a mediados del siglo II d.C., trabajaba en Numidia, la actual Argelia, Nonio Dato como ingeniero de la Legio III Augusta estacionada en Lambesis. El año 137 fue reclamado a una ciudad cercana en la costa, Saldae (hoy Bajaia), para horadar un monte con el fin de llevar agua a la ciudad mediante un acueducto de 21 km: el túnel previsto tenía una longitud de 482 m. Nonio hizo el proyecto de forma que la excavación se iniciase por las dos bocas. Después volvió a Lambesis. Pero diez años después, cuando el proyecto estaba en fase de realización, fue llamado de nuevo a Saldae. El gobernador de la Provincia, Vario Clemente, escribió al comandante de la legión para pedirle que le enviara de nuevo a su oficial pues todo iba mal en el túnel. Una larga inscripción grabada en las bocas de la galería se  ha conservado con el relato de los hechos. 

“La perforación de las dos galerías, en estado ya muy avanzado, se había alargado más de lo que era la anchura de la montaña. Estaba claro que ambas galerías se habían desviado del trazado proyectado... Desde ambos extremos habían equivocado la dirección. Esta había sido fijada mediante estacas clavadas sobre el monte... Yo me puse a distribuir las tareas con detalle de manera que cada uno supiese con exactitud cuál era el trecho del monte que le correspondía. Así pues, organicé una especie de competición entre los marineros y los soldados de las tropas auxiliares galas, para que estos se encontraran a mitad de la montaña. De esta forma, yo, que desde el inicio había estudiado los niveles y había establecido las direcciones, tomé medidas para que el trabajo se llevase a cabo de acuerdo con los planos del proyecto que había entregado al procurador Petronio Celer. Así se culminó mi trabajo y cuando el agua comenzó a fluir, el gobernador Vario Clemente inauguró el acueducto (151-152 d.C)” (CIL VIII, 2728)

Ruinas de Lambesis (Tazoult), Argelia. Foto Tripadvisor

Asimismo, los técnicos se servían de instrumentos para asegurarse de los desniveles necesarios en el terreno a fin que el agua corriese:  la groma era el principal aparato para comprobar alineaciones y corregir las perpendiculares. Consistía en una pértiga vertical que soportaba un travesaño que podía girar en el plano horizontal. Cada brazo de este travesaño soportaba en su extremo una plomada; la dioptra es una groma perfeccionada usada para medir ángulos horizontales y verticales. La herramienta constaba de un tubo de observación unido a un soporte giratorio; la libra era una niveladora de agua que más tarde serviría para nivelar los diferentes sectores de la galería; el chorobates, que Vitruvio tenía como el instrumento más preciso para nivelar el campo, constaba de un tronco de unos seis metros de longitud, que servía para la medición de niveles, gracias a unas plomadas y a una ranura horadada en la superficie, que se llenaba de agua.

“El primer paso es un estudio del nivel del terreno. El nivel se fija con la ayuda de la dioptra, con niveles de agua, o bien con un corobate. El mejor método es usar un corobate, pues la dioptra y los niveles de agua fallan en ocasiones. El corobate es una regla con una longitud aproximada de veinte pies. En sus extremos posee unos brazos transversales que se corresponden con exactitud, poseen la misma medida y están fijados en los extremos de la regla, formando un ángulo recto; entre la regla y estos brazos van unos travesaños sujetos por medio de espigas, que tienen unas líneas trazadas en perpendicular, con toda exactitud; además, lleva unos hilos de plomo suspendidos en cada uno de los extremos de la regla; cuando la regla está en su correcta posición, si los hilos de plomo rozan de manera idéntica a las líneas trazadas, es señal de que el corobate está perfectamente nivelado.” (Vitruvio, De arquitectura, VIII, 5, 1)

Chorobates, Ilustración de Jean-Pierre Adam

Después había varios equipos de trabajo que se encargaban de la construcción. El aquilex era un experto en la construcción de acueductos que tenía a su cargo en algunos casos a obreros ciertamente especializados y, en otros, mano de obra no cualificada, entre ellos los cunicularii, encargados de cavar las zanjas.

El canal por donde iba el agua se adaptaba al terreno por distintos procedimientos y por tanto las conducciones tanto de transporte de agua hacia la ciudad como cuando se entraba dentro de la población y se distribuía, podían hacerse de cuatro formas básicas: subterráneas, abiertas, sobre puentes y muros a media ladera. De todas ellas, las conducciones abiertas eran las menos frecuentes, pues podía echarse a perder la calidad del agua y a la vez hacer proliferar vegetación en ella. Por lo tanto, eran solamente aptas cuando se usaban para agricultura, minería e industria.

“… Si la conducción se hiciese por zanjas o canales, las obras de albañilería deben ser lo más sólidas posible y con una pendiente de no menos de un cuarto de pulgada por cada cien pies de longitud, siendo además necesario que la construcción esté cubierta con bóveda, a fin de que el sol no toque de ningún modo el agua…” (Vitruvio, De Arquitectura, VII, 2)

Ilustración romanaqueducts.info

Las conducciones subterráneas eran las más frecuentes y parece, que, en un principio, los romanos soterraron los canales por varias razones, entre ellas, para evitar la contaminación, la sustracción ilegal de agua y su interceptación por los enemigos.  

“Los antiguos trazaron los acueductos a una elevación inferior, bien porque no habían resuelto el arte de la nivelación de forma correcta, bien porque hundieron sus acueductos a propósito en el suelo, para que a los enemigos no les fuera fácil bloquearlos, ya que todavía se daban guerras frecuentes entre los italianos.” (Frontino, Los acueductos de Roma, XVIII)

Además, las conducciones cuando entraban en la ciudad, y especialmente distribuyéndose en ella eran más prácticas que se hicieran subterráneas, para no entorpecer el resto de los servicios e infraestructuras.

Acueducto de Gadara, Jordania. Foto Pafnutius

La conducción de agua que se hacía bajo tierra, por canales, suponía un inmenso trabajo colectivo, pues una vez fijado el recorrido, se excavaban una serie de pozos a 70 metros de distancia entre sí, y, cuando se alcanzaba la profundidad deseada, empezaba la construcción del canal, o specus. Los pozos servían para retirar la tierra en cestas y para bajar el material constructivo.

Ilustración Dea/Album

Mediante una grúa se descolgaban los bloques de piedra, que podían traerse de una cantera cercana. Estos se unían sin argamasa y configuraban de este modo las paredes del túnel. Para impermeabilizar el canal generalmente se aplicaba como revestimiento una capa de opus signinum, una argamasa fabricada con fragmentos de tejas y ánforas desmenuzadas.

Cuando el caudal a conducir era menor, y por tanto la sección necesaria era menor, solía enterrarse una tubería de piedra o de cerámica, que podía conducir el agua rodada en mejores condiciones de estanqueidad. Las tuberías de arcilla cocida fueron frecuentemente empleadas, pero las de plomo, aunque nocivas, eran de mayor calidad y soportaban mejor las presiones y los movimientos provocados por la presión en los sifones.

“La dimensión de éste debe adecuarse al volumen del agua. Si atraviesa una llanura, la planta tendrá una inclinación insensible de pie y medio entre cada tramo de sesenta o cien pies, a fin de que el agua pueda adquirir potencia de deslizamiento. Si hubiera algún monte interceptándolo, se traerá el agua flanqueando sus laderas, o bien se harán túneles a nivel del agua por los que pasará el acueducto. Pero si hubiera entremedias una depresión, se construirán pilares y arcos debidamente elevados hasta el curso del agua, o bien se dejará que descienda metida dentro de caños de plomo, remontándola al terminar el valle.” (Paladio, Tratado de agricultura, IX, 11)


La conducción abierta a media ladera encauzaba el agua entre la ladera y el muro que podía hacerse de sillería, ladrillo o esculpido en la propia roca del monte. Su construcción solamente se destinaba para lugares inaccesibles o controlados, y solamente en trechos pequeños. En ocasiones, el canal, o specus, también se tapaba, y esto era frecuente a la entrada de la población.

Canal romano, LLamas de Cabrera, León

Las conducciones sobre puentes o arcos, son las más conocidas y admiradas, y han tomado el nombre en latín de la conducción completa: “Acueductos” (aquae ductus). Suponían una parte importante del total de la longitud de las conducciones que abastecían la ciudad de Roma. Cuando una conducción de agua tenía que atravesar un valle o depresión y el rodeo encarecía la obra se elevaba el canal sobre arcos para permitir superar el obstáculo sin que la conducción añadiese a la dificultad inicial la de perder la pendiente adecuada. Se componía básicamente de un puente de arcadas sobre el que iba el canal cerrado, normalmente con bóveda. Los puentes, o acueductos, podían ser de una hilera de arcos, de dos hileras o hasta tres.

“Pero ahora, siempre que un conducto de agua se ha deteriorado por el tiempo, para conservar longitud, en ciertas partes se pone bien sobre un muro de albañilería o sobre arcos, evitando al mismo tiempo las curvas subterráneas que se encuentran en las cabeceras de los valles. El acueducto Anio Vetus, que ocupa el sexto lugar en altura, podría suministrar agua a las partes más altas de la ciudad si se levantase sobre muros de obra o arcos, donde la situación de los valles y lugares bajos lo hicieran necesario.” (Frontino, De los acueductos de Roma, I, 18)

Acueducto de Segovia. Foto Samuel López

Cuando un acueducto llegaba a una depresión muy profunda que era imposible atravesar se prefería dar un rodeo, pero si esto era imposible, se utilizaba el sifón, por el que se hacía descender al agua velozmente hacia el fondo de la depresión para que posteriormente el agua pudiera ascender. Este sistema era muy complejo, ya que la velocidad debía estar muy bien calculada, pues si había poca el agua no llegaría de nuevo arriba, pero, por otra parte, un exceso provocaba que el agua saltara al llegar arriba, siendo imposible que continuara por el "specus" (conducto).

“Si no resultara excesivamente largo hacer un camino alrededor, se hará un circuito; pero, si encontramos valles muy profundos, se dirigirá el curso del agua siguiendo la parte en declive. Cuando las tuberías lleguen al fondo del valle, se elevará un puente no muy alto, lo suficiente para mantener el nivel del agua en la mayor longitud posible; esta construcción formará una especie de «vientre», que los griegos llaman «coelia». Cuando el agua alcance la pendiente de enfrente, aumenta su volumen ligeramente después de atravesar la longitud de este «vientre» y se ve forzada a elevarse y a remontar hasta la cima de la pendiente.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 6, 5)

Sifón, Patara, Turquía. Foto Facebook Traianus

Tras la captación, y antes de canalizar las aguas a las conducciones que la transportaban hasta la ciudad, se aseguraba que ésta fuese lo más pura y transparente posible; pero en muchas ocasiones llegaba muy turbia y con mucho material en suspensión, entonces los ingenieros hidráulicos romanos construían balsas de decantación de las arenas y lodos, esto es; se hacía pasar el agua por unos desarenadores, piscinae limariae. Frontino comenta que así se hizo con la conducción del Anión Nuevo, tras su captación.

“Se capta el agua del Anio Nuevo en la via Sublacense, en el cuadragésimo segundo miliario, en los Montes Simbruinos, y del rio, que fluye embarrado y descolorido incluso sin el efecto de las tormentas, porque hay tierras ricas y cultivadas en la vecindad, y, como resultado, orillas no fijas. Por ello, desde las bocas de captación del conducto se intercaló un depósito de decantación en donde el agua en el espacio que hay entre el río y la galería de conducción, pudiese sedimentarse y aclararse.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 15)

Otras veces estos se establecían en los lugares de llegada del agua a la ciudad, y muchas otras eran los propios depósitos de distribución los que actuaban de decantadores.

Foto e ilustración de la piscina limaria del acueducto de Segovia.
Fuente: leticiateguiaporsegovia.com

Los ingenieros romanos regulaban el caudal del agua mediante los resaltos hidráulicos, las cascadas, y las escaleras hidráulicas, cuya finalidad era regularizar la pendiente media de la conducción, aumentar el oxígeno disuelto en el agua para su autodepuración y acomodarse al terreno para conseguir la mínima pérdida de carga. Los ingenieros, aparte de regular el caudal mediante depósitos intermedios, situaron dos equipos más: los aliviaderos laterales, que en la mayoría de las ocasiones servían de fuentes surtidores; y los desviadores que eran cuartos de regulación.

Los pozos de registro, de inspección o arquetas, tenían como finalidad la aireación del canal, de acceso para su inspección y de aliviadero de seguridad para que el canal no entrase nunca en carga.

“Resulta práctico levantar unos depósitos a intervalos de veinticuatro mil pies, con el fin de que, si se produjera alguna ruptura en alguna de las partes de la conducción, no sea preciso abrir toda la obra, ni toda la estructura y con facilidad se descubra el lugar donde ha sucedido la avería.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 6, 7)

Pozo de registro del acueducto de Albarracín-Cella. Foto Traianus

En los tramos donde el acueducto iba enterrado, se ponía la señalización correspondiente al eje del canal, llamado cippus que tenía dos objetivos: indicar la trayectoria de la conducción subterránea; y advertir al usuario de que debía dejar a ambos lados una franja de protección donde no se podía construir, plantar árboles etc.

“Los cónsules Q. Aelius Tubero y Paulus Fabius Maximus habiendo hecho un informe sobre que los derechos de paso de los acueductos que llegan a la ciudad han sido ocupados con tumbas y construcciones y han sido plantados árboles, han solicitado al Senado qué ordenan al respecto: que, con el propósito de reparar los canales y conductos de obra, y generalmente todas las estructuras públicas que pudiesen destruirse, se decreta que se guardará un espacio libre y sin ocupar de quince pies a cada lado de los arroyos, arcos, y muros; y que sobre los conductos subterráneos y canales, ambos dentro de la ciudad y junto a la ciudad, si hay edificaciones cerca, habrá un espacio vacante de cinco pies; y no se permitirá construir una tumba en estos lugares a partir de ahora, ni ninguna estructura, ni plantar árboles. Si hubiera árboles dentro de este espacio actualmente serán arrancados de raíz excepto cuando estén en una finca rural o dentro de edificios. Quienquiera que contravenga estas provisiones pagará una multa por cada infracción de 10.000 sestercios, de los cuales la mitad se dará como compensación al demandante por cuyas acciones el violador de este voto del Senado habrá sido condenado; la otra mitad se pagará al tesoro público. Sobre estos asuntos los curatores aquarum juzgarán y tendrán competencias.” (Frontino, De los acueductos de Roma, II, 127)

Acueducto de Gier, Lyon, Francia.
Ilustración Jean-Claude Golvin

Estas piedras o hitos llevaban una inscripción que normalmente estaba compuesta por tres elementos:1) Nombre de la conducción, 2) Emperador, o autoridad en su caso, 3) Número del hito, y distancia en pies al siguiente. El siguiente ejemplo muestra cómo era. (CIL VI 40879)



Cippus del acueducto Aqua Marcia

En la ciudad el acueducto desembocaba en el castellum aquae, construcción que garantizaba la distribución del agua hacia diversas derivaciones, y del que había dos tipos diferentes, unos que únicamente distribuían el agua, y otros que al mismo tiempo permitían almacenar una determinada cantidad de la misma. Entre estos últimos se pueden distinguir tres estructuras diferentes: el lacus, probablemente un embalse natural; la piscina que estaba a cielo abierto y el depósito, una cisterna que podía presentar distintas formas. 

Fuera cual fuera la tipología de estos depósitos, debían estar localizados sin duda en una zona sobreelevada con respecto a su área de distribución para garantizar que el agua alcanzara satisfactoriamente todos aquellos lugares a los que estaba destinada a abastecer.

“Cuando el agua llegue a los muros de la ciudad, se construirá un depósito y tres aljibes, unidos a él para recibir el agua; se adaptarán al depósito tres tuberías de igual tamaño que repartirán la misma cantidad de agua en los aljibes contiguos, de manera que cuando el agua rebase los dos aljibes laterales empiece a llenar el aljibe de en medio.” (Vitruvio, De arquitectura, VIII, 6, 1)

Castellum aquae, Nimes, Francia. Foto Przemyslaw Sakrajda

En la ciudad de Roma fue habitual que dentro de ella o en sus proximidades, se hiciesen acueductos que soportasen dos y hasta tres canales, uno encima de otro.

Entre los años 144 y 140 a.C. el pretor Q. Marcius se encargó de la construcción del acueducto Aqua Marcia, que canalizaba agua destinada principalmente al consumo personal por su buena calidad. Por encima de él se construyeron los acueductos Aqua Tepula y Aqua Julia, que compartían trayecto y estructura en algún tramo en su camino a la ciudad. En 125 a.C. los censores G. Servilius Caepio y Lucius Cassius Longinus terminaron el Aqua Tepula, por el que fluía agua templada y que por su limitada capacidad y peor calidad de agua se destinó especialmente a consumo industrial. En el año 33 a.C. Marco Agripa se hizo cargo de la construcción del Aqua Julia, cuya canalización iba por encima del Aqua Tepula y del Aqua Marcia y destinado a usos públicos, siendo por su mayor altura capaz de abastecer a muchas más regiones de la ciudad. 

Estructura con las tres canalizaciones,
Aqua Marcia (abajo), Aqua Tepula (medio), Aqua Julia (arriba)

El agua del Aqua Tepula se añadió al del Aqua Julia en el año 33 a.C. cuando se cruzaban unos kilómetros antes de cruzarse ambos con el Aqua Marcia. Los tres tenían partes que circulaban bajo tierra y otras sobre arcos.

El carácter práctico de los romanos les hizo tener en cuenta que usar el mismo trayecto de un acueducto ya hecho ahorraría tiempo, trabajo y materiales, y, además, usar las mismas estructuras aseguraba que los cálculos para su correcto funcionamiento serían correctos.

“Cuando M. Agripa era edil, después de su primer consulado, el duodécimo miliario desde la ciudad cerca de la via Latina, en un cruce de caminos dos millas a la derecha según se va desde Roma, captño las fuentes de otro manantial, y aprovechó la conducción del acueducto Tepula. El nuevo acueducto se llamó Julia por el hombre que lo planeó, sin embargo, siendo el suministro tan repartido, el nombre de Tepula no se perdió. La conducción del Julia tiene 15426 pasos y medio de largo, de los cuales hay 7000 en arcos sobre el suelo; muy cerca de la ciudad, empezando en el séptimo miliario, 528 van en una estructura de obra; en otros arcos hay 6472 pasos.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 9)

Acueducto Aqua Marcia con restos de los otros acueductos, Roma. Foto Chris 73

Los romanos siempre supieron que era esencial mantener en óptimo estado el suministro hidráulico, por lo que contaban con un grupo de trabajadores especializados o aquarii, que se encargaban del buen funcionamiento y limpieza de los acueductos. Estos técnicos estaban al frente de un servicio de reparaciones y limpiaban regularmente los canales para evitar las obstrucciones y el deterioro de la calidad del agua.

Los técnicos romanos intentaban evitar que el suministro de agua se viera afectado por las averías durante largo tiempo.  

“Nadie pondrá en duda, pienso yo, que los conductos más vigilados deben ser los que están más próximos a la ciudad, es decir, los que se asientan sobre piedra tallada a partir de la séptima milla, porque no sólo son una obra de enorme dimensión, sino porque cada uno soporta muchas conducciones. Y si fuese menester interrumpirlos, dejarían a la ciudad privada de la mayor parte del aprovisionamiento de agua.

Hay, sin embargo, soluciones para afrontar incluso dificultades de este tipo: se construye un andamio y se le eleva hasta la altura del conducto dañado, luego un lecho con canalizaciones de plomo se empalma a través del espacio del acueducto interrumpido.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 124)

Se prestaba especial atención al mantenimiento de las arquerías, que era el que presentaba mayores inconvenientes.

“La acción del paso del tiempo o la inclemencia de los temporales la padecen ordinariamente las partes de los acueductos que están sostenidas sobre arcos o las que están adosadas a las laderas de las montañas y, entre las arcadas, aquéllas que pasan a través de un río. Y precisamente por este motivo, las reparaciones pertinentes deben ejecutarse con diligente rapidez. Las partes subterráneas, que no se encuentran a merced de los rigores de las heladas ni de los calores, son las que menos daños soportan.”

Acueducto Pont du Gard, Francia. Ilustración Jean-Claude Golvin

Las autoridades romanas pronto se dieron cuenta de que debían vigilar que no hubiera captaciones clandestinas de agua por particulares que sobornaban a los aquarii.

“Una segunda discrepancia se debe a que una cantidad de agua se capta junto al depósito de toma, otra, considerablemente inferior, se encuentra en las arquillas y finalmente la más pequeña, en el lugar de la distribución. La causa de este hecho es el fraude de los fontaneros, a los que he sorprendido desviando el agua de los conductos públicos para provecho de los propietarios, al borde de cuyas tierras pasa el acueducto, agujerean las estructuras de los canales, de donde resulta que los conductos públicos interrumpen su recorrido normal en beneficio de particulares o para uso de sus jardines.” (Frontinus, Los acueductos de Roma, II, 75)

Recreación de la utilización de una cisterna. Villa romana de Arellano.
Universidad de Navarra

Un objetivo principal de los acueductos fue satisfacer la demanda de agua de las ciudades y sus habitantes para así garantizar que estos pudieran desarrollar el modo de vida al que se aspiraba en el periodo romano. Una parte importante del agua que traían tenía como finalidad garantizar el ocio y el esparcimiento, principalmente a través de los baños públicos, donde era utilizada para el llenado de las diferentes piscinas y el desarrollo de las actividades que tenían lugar en estos espacios. Los acueductos también garantizaban la supervivencia de los jardines y abastecían los juegos de agua de las numerosas fuentes ornamentales, e incluso permitían el funcionamiento de construcciones tan extravagantes, como la Naumaquia construida por Augusto en Roma, abastecida por el Aqua Alsietina.

“No se exactamente los motivos que llevaron a Augusto, el más prudente gobernante, a traer el agua alsietina, llamada Augusta, dado que no tiene nada que elogiar, ya que, por el contrario, es tan insalubre, que por esta causa no se distribuye para consumo humano; a menos que, cuando emprendió la construcción de su naumaquia, trajese esta agua para evitar extraerla de mejores fuentes de suministro, y dejase el excedente de la naumaquia para los jardines adyacentes, y para el riego por parte de particulares. Es costumbre, sin embargo, extraer agua de ahí en emergencias, y así compensar el suministro de las fuentes públicas en los barrios más allá del Tíber, siempre que los puentes estén en reparación y no se pueda distribuir el agua desde ese lado del rio.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 11)

Fuentes romanas de Pompeya. Fotos Samuel López

Las actividades productivas que se llevaban a cabo dentro de las ciudades exigían, en algunos casos, un importante abastecimiento hídrico. Es el caso, por ejemplo, de las fullonicae, talleres de teñido y abatanado de telas para los que el agua suponía un recurso esencial. Según Frontino, en Roma se prohibía que estas instalaciones derivasen agua directamente de los acueductos, debiendo limitar su abastecimiento al agua que desbordaba de las fuentes públicas. Sin embargo, la mención de Frontino indica que existían casos en los que los propietarios de estas instalaciones se debieron saltar la ley.

“Tenemos que indicar además cuál es la ley con respecto a canalizar y conservar las aguas; la primera trata de la limitación de las concesiones a los particulares, y la segunda al mantenimiento de los conductos. Al examinar lo que se decía en los documentos antiguos sobre estos asuntos en las leyes que se habían promulgado, encontré algunas cosas diferentes con nuestros antepasados. Para ellos todo tipo de agua era de uso público, y según la ley los particulares solo podían canalizar el agua que rebosaba de las fuentes, la llamada agua caduca, y solo para uso de baños y batanes; y estaba sujeto a un impuesto que se pagaba y revertía al tesoro público. Alguna cantidad de agua se concedía a las causas de ciudadanos notables, en caso de no hubiera objeciones.” (Frontino, Los Acueductos de Roma, 94)

Fullonica romana, Vaticano. Foto Ministerio de Cultura de Italia

Otra actividad industrial que precisaba agua fue la producción de salazones de pescado. Para garantizar el suministro del preciado líquido, las factorías contaron con diferentes sistemas de abastecimiento: pozos para extraer el agua desde el nivel freático; cisternas para almacenar agua de lluvia, o directamente un ramal del sistema urbano de abastecimiento.

Factoría de salazones, Baelo Claudia (playa de Bolonia), Cádiz. Foto Samuel López

Otros negocios también necesitaban suministro extra de agua aportada por un acueducto, como puede ser el caso del acueducto-puente de Pont d´Aël, en el valle de Aosta, construido para abastecer de agua a la recién fundada colonia de Augusta Pretoria, actual Aosta. En la inscripción sobre su lado norte se indica que su construcción en el año 3 a.C., se debió a Caius Avillius Caimus, miembro de una rica gens, que poseía recursos para invertir en la actividad minera que permitía extraer de las canteras locales el mármol bardiglio, muy utilizado en los monumentos públicos y privados de la ciudad romana de Aosta. El acueducto sirvió para traer el agua necesaria a la extracción y elaboración del mármol de las canteras próximas.

“Cuando el Emperador César Augusto era cónsul por décimo tercera vez Caius Avillius Caimus, hijo de Caius, de Padua (construyó este puente-acueducto) con fondos privados.”

El monumento tenía una doble función de puente y acueducto y se presenta, de hecho, dividido en dos niveles: un conducto superior pavimentado por el paso del agua, y un pasaje en la parte inferior, de alrededor un metro de ancho, que permitía el tránsito de personas y animales.

Acueducto-puente de Pont d´Aël, Aosta, Francia. Foto Turismo, valle d´Aosta

Debido precisamente a los múltiples usos del agua dentro de las ciudades, cuando en estas existían más de un acueducto se empezó a tener en cuenta la procedencia y calidad que circulaba por cada uno de ellos, para así distribuirlas según las necesidades. Es decir, las de mejor sabor y más limpieza se destinarían al consumo humano, y las de peor calidad se empleaban para los riegos, baños y usos industriales.

“El Anio Novus contaminaba a los demás porque, al llegar con un nivel muy elevado y sobre todo con mucho caudal, remedia la insuficiencia de los otros. Los fontaneros incompetentes lo desviaban a los conductos de los otros acueductos con más frecuencia de lo necesario, ensuciando incluso los acueductos dotados de suministro suficiente, y en especial el Aqua Claudia que venía por su canal independiente a lo largo de muchas millas y en la misma Roma se mezclaba con el Anio, perdiendo así su gran calidad.

Hemos descubierto que incluso la misma Marcia, muy agradable por su frescor y claridad, suministraba su agua a baños, batanes e incluso menesteres indignos de ser mencionados.

Así pues, se resolvió la separación de todos los acueductos y la distribución de cada uno de forma que, sobre todo la Marcia, pudiese utilizarse enteramente para la bebida y que cada uno de los restantes se destinasen a usos adecuados con su cualidad característica. Así, por ejemplo, el Anio Viejo, que por muchas razones y precisamente por captarse a un nivel inferior es menos salubre, debería ser utilizado para el riego de los jardines y para los servicios más perjudiciales de la misma ciudad.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 91-92)

Porta Maggiore con los conductos del Aqua Claudia y Anio Novus, Roma. Foto Roger Ulrich

La provisión, uso y disfrute del agua fue siempre para Roma un elemento de civilización que formaba parte del proceso de romanización implantado en los territorios conquistados y los propios. La visión de la tecnología utilizada en la construcción de los sistemas de conducción del agua y su llegada a numerosas ciudades impresionaba a los habitantes locales que contemplaban el enorme poder que Roma desplegaba.

“Comenzó (Tarquinio) también a excavar las cloacas por las que toda el agua que confluye de las calles deriva al Tiber, realizando unas obras admirables e indescriptibles. Al menos yo, entre las tres construcciones más magníficas de Roma, por las que principalmente se muestra la grandeza de su poder, colocó los acueductos, los pavimentos en los caminos y las obras de las cloacas, y esta opinión no se refiere sólo a la utilidad de la construcción, sobre lo que hablaré en el momento oportuno, sino también a la magnitud de los gastos.” (Dionisio de Halicarnaso, III, 67, 5)
Acueducto Pont du Gard, Francia. Foto Samuel López

Durante la República la necesidad de obtener más agua y mejor llevaba al Senado a ordenar la construcción de un acueducto, la cual se encargaba a un alto magistrado que veía en el proyecto una forma de alcanzar prestigio político y social y ser recordado tras su muerte por ello.

El acueducto Aqua Appia, que transcurría principalmente subterráneo, fue el primer acueducto como tal, y su construcción en el año 312 a.C. se debió al cónsul Apio Claudio, cuya inscripción funeraria lo incluye junto a sus logros políticos y militares.

“Apio Claudio, el Ciego, hijo de Cayo, censor, cónsul dos veces, dictador, magistrado entre reyes tres veces, pretor dos veces, edil curul dos veces, cuestor, tribuno militar tres veces. Capturó varias ciudades a los samnitas, dirigió un ejército de sabinos y etruscos. Evitó la paz con el rey Pirro. En su censura pavimentó la via Apia y construyó un acueducto en Roma. Construyó el templo de Bellona.” (CIL 11.1827)

Los acueductos construidos durante la República mostraron el poder civilizador de Roma a otros pueblos de Italia y supusieron un elemento importante en la agenda política de la aristocracia de la época, la cual incrementó su prestigio al encabezar la construcción de edificios civiles, entre ellos los acueductos, que traían agua de lugares alejados de la ciudad y satisfacían las necesidades básicas de beber, bañarse, y cocinar entre otras, de la población, pero, que principalmente suministraban el agua necesaria para hacer funcionar la fuentes y ninfeos que embellecían sus fastuosas mansiones, gracias a que se les concedía acceso privado al agua de las conducciones públicas.

“Hay en Bitinia una ciudad, que lleva el nombre Helena, la madre del emperador Constantino, porque dicen que Helena procedía de esta ciudad, que antiguamente había sido una aldea insignificante. Constantino, como pago de su crianza en ella, obsequió a este lugar con un nombre y una dignidad de ciudad, sin que se le hiciera edificación alguna que denotara su grandiosidad imperial; antes bien, permaneció externamente como en su anterior estado, y la ciudad se enorgullece únicamente con recibir el apelativo de tal y se gloría por la denominación de la nutricia Helena. Pero nuestro emperador, como si tratara de justificar la equivocación de su antepasado imperial, cuando vio, en primer lugar, que la ciudad estaba agobiada por la escasez de agua y dominada totalmente por una sed terrible, improvisó un acueducto un tanto admirable, con una dotación de agua que no se esperaba ver, suficiente no sólo para que bebiera la población, sino incluso para que se lavara, y para todo aquello con que los hombres se deleitan cuando tienen en exceso abundancia de agua. También hizo, además, para ellos un baño público, que antes no existía, y reconstruyó otro que se hallaba ruinoso y yacía abandonado, y que estaba ya deteriorado por la escasez de agua, como he dicho, y por el descuido.” (Procopio, Los Edificios, V, 2)

Acueducto de Aspendos, Turquía. Foto Samuel López

En ocasiones, los acueductos eran sufragados por grandes personajes que durante el ejercicio de sus funciones políticas emprendían obras civiles en las ciudades donde desarrollaban su actividad.

Por ejemplo, Agripa, yerno y general de Augusto, como edil y como cónsul hizo construir en Roma dos acueductos, el Aqua Julia y el Aqua Virgo, empleando los recursos mineros que él controlaba para fabricar las tuberías de plomo. Desde la época de Augusto, los emperadores figuraron entre los donantes habituales de estas costosísimas infraestructuras. Pero la tarea la emprendían los gobiernos municipales, que delegaban en los magistrados para llevar a cabo la construcción, normalmente con dinero público.

Agripa fue edil, en el año 35 a.C., en que levantó un acueducto de nombre Iulia, que vertía el agua en el llamado Aqua Tepula, aunque este segundo nombre se mantuvo, y este mismo año acometió la reparación de los acueductos Aqua Appia, Anio Vetus y Aqua Marcia. El año 19 a.C. después de la terminación de las Guerras Cántabras, en las que había participado activamente y 12 años después de haberse construido el Aqua Julia, de 18 km de recorrido, Agripa financió la construcción del acueducto llamado Aqua Virgo, con 26 km de longitud, que alimentaba de agua las nuevas termas del Campo Marzio.

“Con sus propios fondos prolongó el acueducto que recibe el nombre de Virgen hasta la ciudad y le dio el nombre de Augusto. Y este estaba tan satisfecho por aquella previsión que, en cierta ocasión en la que escaseaba el vino y los hombres hacían circular rumores terribles, afirmó que Agripa había tomado las previsiones necesarias para tal contingencia que no habrían de morir de sed.” (Dión Casio, Historia romana, 4, 11)

Restos del acueducto Aqua Virgo, Roma

Con la llegada del Imperio el uso de los acueductos permitió a los emperadores controlar el suministro de agua con el que evitaban la sed al pueblo, facilitaba el baño en las termas públicas, proporcionaba entretenimiento con espectáculos en los que el agua era esencial y embellecía las ciudades con fuentes monumentales. Sin embargo, el emperador no podía mantener una atención constante en todo lo que ocurría en las provincias, y, por tanto, dependía de los gobernadores provinciales para hacerse cargo del control de las obras civiles. Como gobernador de Bitinia con Trajano, Plinio el joven consultó al emperador acerca de la construcción de un acueducto para Nicomedia, solicitando un ingeniero. El permiso del emperador era necesario para las obras que implicaban una contribución de fondos municipales, con el fin de evitar que se dilapidara dinero público en proyectos no válidos.

“[1] Los nicomedios, señor, han gastado tres millones trescientos dieciocho mil sestercios en la construcción de un acueducto que luego ha sido abandonado sin haber sido terminado, e incluso ha sido demolido; luego se han gastado en otro acueducto doscientos mil sestercios. Puesto que éste también ha sido abandonado, es necesaria una nueva inversión para que éstos, que han malgastado tanto dinero, puedan tener agua. [2] Yo mismo he inspeccionado una fuente purísima de la que me parece que puede traerse el agua, como en un principio se había intentado, por medio de una construcción sostenida por arcos, para que no llegase solamente a las partes llanas y bajas de la ciudad. Quedan todavía unos pocos arcos; otros pueden ser levantados con sillares que han sido extraídos de la obra anterior; una parte de ella, según me parece, puede construirse de ladrillo, pues esto sería más fácil y más barato. [3] Pero sobre todo es necesario que me envíes un experto en canales o un arquitecto, para que no suceda de nuevo lo que ocurrió. Yo sólo me limito a asegurar que no sólo la utilidad de la obra, sino también su belleza, son dignísimas de tu reinado”. (Plinio, Epístolas, X, 37)

Acueducto de Alinda, Turquía. Foto Carole Raddato

Este control del agua implicaba así el control de la vida social de la ciudad, resaltaba la munificencia del emperador que a veces costeaba la obra y demostraba su poder sobre los individuos particulares que debían pedir su permiso para acceder de forma privada al suministro público del agua.

“Tengo —y hago votos para que, con tu protección, César, sea por mucho tiempo— una mínima casa de campo y tengo un pequeño hogar en la ciudad. Pero un encorvado cigoñal eleva desde un pequeño valle unas trabajosas aguas para dárselas a mis huertos sedientos; mi casa, seca, se lamenta de no beneficiarse de agua alguna, aunque el agua Marcia resuena con su caudal en mi vecindad. El agua que dieres, Augusto, a mis penates, ésa sería para mí la fuente de Castalia o la lluvia de Júpiter.” (Marcial, Epigramas, VI, 18)

Acueducto Aqua Marcia, Roma. Foto Chris 73

La construcción de obras públicas como los acueductos contribuyó a que la propaganda imperial llegase a todas partes y el recuerdo del emperador perdurase en la memoria del pueblo, sobre todo si el propio emperador la financiaba y la obra ofrecía la oportunidad de traer el agua desde un lugar alejado del de consumo, lo que constituía un hito de la civilización expansionista de Roma.

“Y no tuvo bastante el Emperador con haber restablecido el volumen y calidad de los otros acueductos que también entrevió la posibilidad de eliminar las deficiencias del Anión Nuevo. Así dio la orden de abandonar la captación del agua del río y buscarla a partir del lago situado encima de la villa de Nerón, en Subiaco, en donde el agua es más clara.

De este modo, al tener ahora el Anión su fuente en la parte de arriba de Treba Augusta, ya sea porque desciende a través de rocosas montañas con muy pocas tierras cultivadas en torno a esa plaza fuerte, o bien porque decanta sus sedimentos en los estanques en los que es recibido, y por estar cubierto, además, por la sombra de los bosques circundantes, llega hasta allí muy frío y limpio.

Esta peculiaridad tan excelente de su agua, que le lleva a igualar a la Marcia en todas sus propiedades e incluso a superarle en caudal, reemplazará el agua sucia y turbia de antes, mientras una inscripción hará mención del emperador César Nerva Trajano Augusto como su reciente constructor.” (Frontino, Los acueductos de Roma, XCIII)

Acueducto de los Milagros, Mérida, España. Foto Samuel López

El efecto benefactor que sobre el pueblo tenían los acueductos era la mejor publicidad que gobernantes y potentados podían hacerse en aquella época, y, por supuesto, no desaprovechaban la ocasión de perpetuar el hecho en inscripciones colocadas al efecto.

“Tiberio Claudio César Augusto Germánico, hijo de Druso, pontífice máximo, en su décimo segundo año de poder tribunicio, cónsul por quinta vez, emperador veintisiete veces, padre de la patria, se encargó de que a sus expensas se trajera el acueducto Aqua Claudia desde el miliario 45, desde los manantiales que se llaman Caeruleus y Curtius, y que el Anio Novus se trajera desde el miliario 62 a la ciudad de Roma.” (CIL VI 1256)

Las obras de conducción de las aguas, desde su lugar de origen hasta el lugar de distribución o depósito, suponían una gran complejidad técnica y un gran coste económico. Pero la población, no apreciaba convenientemente estas realizaciones si finalmente quedaban ocultas, como ocurría la mayoría de las veces, por lo que quizás con frecuencia se prefería una obra más monumental y cara, pero con un efecto propagandístico mayor. En muchos casos las grandes arquerías podrían haberse sustituido por sifones mediante tuberías, igualmente eficaces y más baratos de construir, y en el caso de proximidad a núcleos habitados se optaba por las arquerías, cuya visión asombraba a la población y hacía que perdurara la memoria del promotor durante generaciones de forma más efectiva que cualquier otra. Esto dio lugar a que primara la necesidad de prestigio personal de un evergeta, ya fuera el propio emperador o un ciudadano particular, sobre la necesidad de paliar la real escasez de agua.

Ese parece ser el caso del acueducto de Pollio en Éfeso, donde se optó por la construcción de una estructura espectacular, en vez de una alternativa más barata con tuberías y un sifón, pero que no habría sido tan vistoso ni habría contribuido tan brillantemente a la gloria de sus patrocinadores.

“C. Sextillius Pollio hizo construir esta estructura junto a su esposa Ofillia Bassa y el hijo de esta C. Ofillius Proculus con sus propios fondos en honor de Augusto, Tiberio y Artemis efesia.”

Acueducto de Pollio, Éfeso, Turquía

Por tanto, los acueductos se convirtieron en una más de las obras que los evergetas locales procedieron a financiar no solo para obtener prestigio personal, sino también para embellecer sus comunidades y aumentar al mismo tiempo el prestigio de estas al incorporar elementos que emularan y repitieran los ya existentes en comunidades de mayor estatus o en la propia Roma.

“A la memoria de su marido Marco Fulvio Moderato y de su hijo Marco Fulvio Victorino y para cumplir el testamento de ellos, Annia Victorina, hija de Lucio, hizo este acueducto, a toda su costa, con sus arcos, cañería, depósitos y demás arreos, y lo dedicó religiosamente poniendo mesa y dando de comer a todo el pueblo.” (CIL II, 3240)

Los acueductos romanos funcionaron durante siglos con un alto grado de eficacia, permitiendo el bienestar de la población y la supervivencia de una civilización muy avanzada en todos los campos de la ciencia. Sin embargo, es verdad que necesitaban continuas reparaciones y mantenimiento, a lo que hacía frente en ocasiones el propio emperador.  Como, por ejemplo, en el caso del acueducto de Roma, Aqua Marcia, construido por Quintus Marcius Rex entre los años 144-140 BCE, a quien el Senado había comisionado para reparar algunos de los acueductos ya hechos y traer a la ciudad otras aguas tan lejos como pudiese, lo cual costó una enorme suma de dinero, y que luego fue renovado en tiempos de Vespasiano doscientos años después.

“El emperador Tito César Vespasiano, hijo del divino Vespasiano, pontífice máximo, en su noveno año de poder tribunicio, emperador quince veces, censor, cónsul por séptima vez, cónsul designado por octava vez, reparó el canal del acueducto Aqua Marcia, que estaba fuera de servicio por el paso del tiempo y devolvió el agua que se estaba canalizando al exterior ilegalmente.” (CIL VI 1246)

El Aqua Marcia cruza por dos veces el Aqua Claudia



Bibliografía


Libratio Aquarum: El arte romano de suministrar las aguas, Isaac Moreno Gallo
Sistemas romanos de abastecimiento de agua, José Manuel de la Peña Olivas
Los acueductos de Hispania: construcción y abandono, Elena Sánchez López y Javier Martínez Jiménez
La obra maestra de la ingeniería romana: Acueductos, Isabel Rodá
Aqua publica y política municipal romana, Juan Francisco Rodríguez Neila
Algunas implicaciones jurídicas de la conducción del agua a la Roma Antigua, María de las Mercedes García Quintas
Fuentes literarias aplicadas al estudio de la ingeniería hidráulica romana, Alejandro Egea Vivancos
La administración del agua en la Hispania romana, José María Blázquez Martínez
Modelos de abastecimiento urbano de aguas en la Bética romana: las cisternas, María del Mar Castro García
Roman Water Supply Systems: New Approach, Isaac Moreno Gallo
Roman Law and Archaeological Evidence on Water Management, Sufyan Al Karaimeh
A Short Introduction to Roman Water Law, Cynthia Bannon
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Gardens and Neighbors: Private Water Rights in Roman Italy: Cynthia J. Bannon
Ownership and Exploitation of Land and Natural Resources in the Roman World, ed. Paul Erdkamp, Koenraad Verboven, Arjan Zuiderhoek
Fresh Water in Roman Law: Rights and Policy, Cynthia Bannon
A Roman Engineer's Tales, Serafina Cuomo
Aqueducts and Euergetism in the Roman Republic, Solomon Klein
Water, power and culture in the Roman and Byzantine worlds: an introduction, Andrew Wilson