domingo, 6 de abril de 2025

Canes, los perros en la antigua Roma

Detalle del mosaico de la Biblioteca de Alejandría, Museo Grecorromano de Alejandría, Egipto

 “¿Qué hombre anuncia la presencia de una fiera o de un ladrón con más distinción o con un grito tan alto, como lo hace este animal con su ladrido? ¿Qué siervo hay más amante de su amo? ¿Qué compañero más fiel? ¿Qué guarda más incorruptible? ¿Qué centinela más vigilante se puede encontrar? Finalmente, ¿qué vengador o defensor con más constancia?” (Columela, De Agricultura, VII, 12, 1)

Desde tiempos muy antiguos el perro ha acompañado al ser humano cuando salía a cazar, cuando pastoreaba el ganado, y, además, protegía su hogar y sus posesiones, proporcionando también compañía.

Izda. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, foto Samuel López. Drcha.
Museos Capitolinos, Roma

Ya en tiempos de la antigua Grecia se tenía la idea del perro como un leal compañero del hombre como aparece en mitos e historias, como la de Argo, el perro de Odiseo (Ulises), él único que reconoce a su amo cuando este regresa a su hogar tras muchos años, vestido como un mendigo.

“Tal hablaban los dos entre sí cuando vieron un perro
que se hallaba allí echado e irguió su cabeza y orejas:
era Argo, aquel perro de Ulises paciente que él mismo
allá en tiempos crio sin lograr disfrutarlo, pues tuvo
que partir para Troya sagrada. Los jóvenes luego
lo llevaban a cazas de cabras, cervatos y liebres,
mas ya entonces, ausente su dueño, yacía despreciado
sobre un cerro de estiércol de mulas y bueyes que había derramado ante el porche hasta tanto viniesen los siervos y abonasen con ello el extenso jardín. En tal guisa de miseria cuajado se hallaba el can Argo; con todo, bien a Ulises notó que hacia él se acercaba y, al punto, coleando dejó las orejas caer, mas no tuvo
fuerzas ya para alzarse y llegar a su amo. Éste al verlo
desvió su mirada, se enjugó una lágrima, hurtando
prestamente su rostro al porquero…”
(Homero, Odisea, XVIII, 290)

Ilustración de Chatterbox

Tanto en Grecia como en Roma se admiraba la capacidad de los perros para aprender, progresar, y reaccionar ante diferentes situaciones con obediencia y disciplina.

 “Y es que incluso en las grandes mansiones de los grandes señores, aunque haya muchos animales de distinta especie, aptos todos para el mantenimiento de la hacienda, una de las principales preocupaciones es, sin embargo, siempre por los perros; sólo en estos hay una especie de disposición natural para hacer con facilidad aquello para lo que son adiestrados y para, por medio de una cierta norma congénita de obediencia, quedarse quietos, disciplinados con la sola amenaza del castigo, hasta que con un movimiento de la cabeza o cualquier otra señal se les da a entender que tienen libertad para actuar.” (Paulo Orosio, Historias contra los paganos, I, prólogo)


Mosaico del Museo de Susa, Túnez. Foto Ad Meskens

Para los romanos el perro era un animal apreciado en el que se podía confiar y al que concedían virtudes consideradas exclusivamente humanas, como el espíritu de sacrificio, la generosidad y la capacidad de amar, en su caso, a su dueño de forma desmedida.

 “Tienen, en efecto, los perros facultades especiales, tan alejadas de los brutos como cercanas a los hombres; es decir, saben discernir, amar y servir. Y es que, dado que distinguen claramente a su dueño de las personas extrañas, atacan a éstas, no porque las odien, sino porque se preocupan de aquellos a quienes aman, y, porque aman, cuidan de su dueño y de su casa no por impulsos naturales de un cuerpo apto para ello, sino que se consagran a esta vigilancia por un sentimiento de solícito amor.” (Paulo Orosio, Historias contra los paganos, I, prólogo)


Thermopolium, Regio V, Pompeya

Algunos documentos reflejan episodios de fidelidad de los perros hacia sus amos de tal intensidad que están por encima del comportamiento humano y que sirven como ejemplos de virtud moral y modelos a seguir. Algunos muestran la lealtad a sus amos hasta después de su muerte.

 “En una de las guerras civiles de Roma, cuando el romano Galba fue asesinado, ninguno de sus enemigos fue capaz de cortar su cabeza, aunque eran muchísimos los que se disputaban este trofeo, hasta que (y éste era el pretexto de su inhibición) no mataran al perro que permanecía a su lado, que había sido criado por él, y que continuaba demostrándole la lealtad y el afecto más grandes, y que luchaba en apoyo del muerto como si fuera su camarada en la guerra, partícipe de su misma tienda y amigo hasta el último momento.” (Claudio Eliano, Historia de los Animales, VII, 10)


Perro de Volubilis, Museo Arqueológico de Rabat, Marruecos

Los amos de los perros que mostraban tal fidelidad procuraban asegurar su bienestar y tenían la convicción de que los animales tenían el derecho moral a ser bien tratados durante su vida y ser cuidados en su vejez, cuando, en su caso, ya no podían trabajar; ser elogiados por el valor que ponían al llevar a cabo sus obligaciones y concederles el derecho a morir en paz y disponer de sus restos con dignidad.

 “Criada entre los entrenadores del anfiteatro, cazadora, intratable en el bosque, cariñosa en casa, me llamaba Lidia, fidelísima a mi dueño, Dextro, que no hubiera preferido tener la perra de Erígone, ni el de raza cretense que, siguiendo a Céfalo, llegó con él hasta la estrella de la diosa que trae la luz. No se me llevó una larga sucesión de días, ni la edad inútil, como fue el destino del perro de Duliquio. Me mató el fulminante colmillo de un jabalí con espumarajos tan grande como el tuyo, Calidón, o el tuyo, Erimanto. Y no me quejo, aunque fui enviada prematuramente a las sombras infernales no pude morir con una muerte más noble.” (Marcial, Epigramas, XI, 69)


Detalle de mosaico, Casa del jabalí salvaje, Pompeya.Foto Aude Durand

Desde el siglo I d.C., las clases más acomodadas comenzaron a tener en sus casas y villas perros que no sólo guardaban el hogar, sino que propiamente cumplían el papel de compañero. Eran animales pequeños, de suave pelaje, con cualidades y habilidades que sus amos apreciaban y agradecían,  porque gracias a ellas les servían de compañía y entretenimiento.


“La talla de mi perrita es pequeña, pero asequible por eso, que podría sostenerla toda entera el hueco de la mano. A una voz del amo corre servicial y parlanchina,
saltando con ademanes que parecen humanos. Y su cuerpo lindo no tiene nada de monstruoso: a todos gusta cuando la ven con su cuerpo chiquito. Blanda es su comida y en blando colchón duerme; es enemiga muy enconada de ratones y de gatos. Supera sus miembros chiquitos con ladrido muy fiero, si la  naturaleza lo permitiera, se le podría enseñar a hablar.”
(Antología Latina, 358)

Terracota de perro meliteo, Esmirna, Turquía.
Museo Británico, Londres

Se supone que la interacción con animales promueve el respeto, la autoestima y la compasión por los animales y la naturaleza en general y proporciona apoyo y seguridad. Por lo que cuando el perro dejó de considerarse solo un animal que servía como ayuda en la caza, guardián de rebaños y protector de personas, a las que incluso servía como alimento en caso de necesidad, y se convirtió más bien en compañero del humano, los niños fueron receptores de cachorros como regalo, para su entretenimiento y para ser motivo de responsabilidad y aprendizaje sobre el desarrollo de la vida hasta la edad adulta.

“[Régulo] ahora llora al hijo perdido de una forma insensata. El muchacho poseía muchos ponis de silla y de enganches, tenía también perros de todos los tamaños, tenía ruiseñores, papagayos y mirlos; a todos los sacrificó Régulo delante de la pira funeraria.” (Plinio, Epístolas, IV, 2, 3)


Niña con cachorro. Museo Metropolitan, Nueva York

El cariño desmedido que algunos amos demostraban por sus perros de compañía es criticado por algunos autores que ven en el exceso de mimo una demostración de la degradación moral en la que la sociedad romana de la época iba cayendo.

 “Trimalción, después de imitar a los cornetas, se volvió hacia un joven -su ojito derecho- a quien él llamaba Creso. Era un muchacho legañoso, de inmunda dentadura; estaba arropando con un chal verde a una perrita negra y escandalosamente gorda, a la que él servía sobre un almohadón medio pan, pretendiendo hacérselo engullir a pesar de la repugnancia y náuseas del animal.” (Petronio, Satiricón, 64, 5)


Chesters Roman Fort. English Heritage

El perro de compañía más apreciado en Roma, que ya lo había sido en el mundo griego, es el meliteo, de incierta procedencia, aunque se le supone de origen en Malta. Tenía pelo largo, cola tupida, orejas triangulares y puntiagudas, era de color blanco o claro y con un hocico similar al de los zorros. Servían como compañeros principalmente de niños y mujeres, pero también los hombres disfrutaban de su compañía. Era un perro al que se acostumbraba a dormir en el regazo de sus amos y solo los ricos podían permitirse tener uno.

 “Se le ordenó, entonces, lo siguiente. La mujer llamándolo, le dice: Tesmópilis, por favor, concédeme el favor no pequeño que voy a pedirte sin rechistar y sin que tengas que esperar a que te lo pida otra vez.» Él, como era lógico, prometió que haría todo. Ella dijo: «Como veo que eres bueno y atento y cariñoso, te lo pido, coge a la perra Mirrina, a la que ya conoces, llévala al carro vigilándola y preocúpate de que no le falte nada; la pobrecilla tiene el vientre pesado y está ya a punto de parir. Esos malditos y desobedientes criados no se toman mucho interés en los viajes no ya por ella, sino ni siquiera por mí. Así que no creas que me haces pequeño favor preocupándote de poner a buen recaudo a mi diligentísima y simpática perrita.»

Tesmópolis le prometió que lo haría; se lo pedía con mucho interés y casi lloraba. La situación era ridícula a más no poder; una perrita asomando un poquito por el manto, justo a la altura de la barba, meándolo con frecuencia y -aun cuando Tesmópolis no hubiera añadido este detalle ladrando con voz aguda -así son los perros meliteos y lamiendo la barba del filósofo, sobre todo si entre los pelos le habían quedado algunos residuos de sopa del día anterior.” (Luciano, Sobre los que están a sueldo, 34)


Perros meliteos. Izda, Museo Británico, Londres. Drcha. Museo Arqueólogico, Johns Hopkins University, Baltimore

Los perros de compañía, utilizados como mascotas, eran los canes catelli (catella, perrita y catellus, perrito) y algunos amos eligieron a estos perros como compañeros y amigos, y parece que los quisieron de tal forma que les daban de comer de su propio plato, se echaban a dormir junto a ellos para que les dieran calor, y sintieron tan profundamente su muerte que les dedicaron lápidas funerarias, construyeron tumbas con la esperanza que pudieran acogerlos a ambos cuando cada uno de ellos muriera, y encargaron que se escribieran bellos epitafios que mostraran su afecto, describieran sus cualidades y mostraran su tristeza por la pérdida.

 “Te he portado en mis brazos con lágrimas, nuestra perrita, como en circunstancias más felices te llevé desde hace quince años. Pero ahora, Patrice, ya no me darás mil besos, ni serás capaz de echarte afectuosamente alrededor de mi cuello. Con enorme pena he puesto para ti que lo merecías esta tumba de mármol, y te uniré para siempre a mí mismo cuando muera. Te acostumbraste fácilmente a un humano con tus hábitos inteligentes. ¡Ay, qué animal doméstico hemos perdido! Tú, dulce Patrice, tenías la costumbre de unirte a la mesa y pedirnos dulcemente comida en nuestro regazo, estabas acostumbrado a lamer con tu lengua la copa que mis manos sostenían para ti y a acoger con regularidad a tu cansado amo con meneos de cola…” (CIL X 659)


Tumba del perro Stephanos, Museo de Antalya, Turquía. Foto Samuel López

Epitafio de Stephanos

"Los que jugaban con él lo llamaban Stephanos. [Esta tumba] guarda al que la muerte se llevó de repente. Es la tumba del perro Stephanos que se fue y desapareció, Rhodope lloró por él y lo enterró como a un humano. Soy el perro Stephanos, y Rhodope me hizo esta tumba."

Muchos ciudadanos privados mandaban hacer retratos de sus animales de compañía a pintores y escultores o encargaban a poetas famosos escribir versos elogiando sus cualidades, como ya se ha visto, como último tributo. Aunque algunos autores criticaron esta práctica como un medio de alardear de su riqueza o status social por parte de los dedicantes, no hay duda que en la mayoría de casos un sincero afecto sería el verdadero motivo.


"Isa es más traviesa que el pájaro de Catulo,
Isa es más pura que el beso de una paloma,
Isa es más coqueta que cualquier muchacha,
Isa es más valiosa que las piedras de India,
Isa es la perrita, delicia de Publio.
Esta, cuando se queja, pensarás que habla;
puede sentir tristeza y alegría.
Se acuesta apoyada sobre su cuello y coge el sueño
sin que se note suspiro alguno;
y obligada por la necesidad del vientre,
nunca manchó la colcha con gota alguna,
sino que con su pata zalamera le despierta
y le avisa que la baje de la cama y le pide que la suba.
En la casta perrita hay un pudor tan grande
que no conoce a Venus; y no hemos encontrado
a un macho digno de una hembra tan tierna.
Para que la última luz no se la arrebate del todo,
Publio la tiene reproducida en un cuadro,
en el que verás a una Isa tan parecida,
que ni ella misma se parece tanto a sí misma.
Pon para terminar a Isa junto al cuadro:
o creerás que las dos son reales
o creerás que las dos son pintura."
(Marcial, Epigramas, I, 109)

Relieve con perro junto a su dueña en el lecho. Museo de Arte e Historia de Ginebra, Suiza

Sin embargo, como en todas las épocas en Roma los perros podían ser afortunados, cuidados y bien alimentados por sus dueños, algunos mimados hasta la exageración, o bien podían ser tan desgraciados como sus amos y alimentarse de las sobras y desperdicios que les dejaban o tener que buscarse la vida y el sustento. Muchos de los perros que deambulaban por las calles eran los compañeros de los vagabundos.

.“A los perros flojos, pelados por una sarna ancestral,
que se ponen a lamer el pico de un candil seco, se les dará el nombre de leopardo, tigre o león, o cualquier otra cosa que ruja más violentamente en la faz de la tierra.”
(Juvenal, Sátiras, VIII, 35)


Detalle de una copa ática del pintor Euergides,
Museo Ashmolean, Oxford

Los canes villatici eran los perros destinados a la custodia de casas, villas o talleres avisando si aparecían extraños. En las casas de los ricos romanos era habitual la presencia de un perro guardián atado con una cadena que ayudaba con su aspecto y ladridos a proteger el hogar de ladrones o merodeadores.

El escritor agrícola Columela destaca las características que debe tener un perro guardián de una casa o una villa y describe cómo ha de ser su constitución y su temperamento.

“El de la casería que se opone a los ataques de los hombres, si el ladrón viene de día claro, siendo negro, es más terrible a la vista: y si viene de noche, por la semejanza que tiene este color con la oscuridad, ni aun siquiera se ve, por lo cual cubierto como está con las tinieblas puede llegar con más seguridad al que está acechando. Es mejor un perro cuadrado que uno largo o corto, y que tenga la cabeza tan grande que parezca la parte mayor de su cuerpo, las orejas caídas y colgando, los ojos negros o zarcos que centelleen con una luz viva, el pecho ancho y bien poblado de pelo, las espaldas espaciosas, las piernas gruesas y peludas, la cola corta, los dedos y uñas de los pies muy grandes, […] Esta es la figura más recomendable en el perro de la casa. Pero su natural no debe ser ni muy sosegado, ni por el contrario feroz y cruel: porque en el primer caso gustaría al ladrón, y en el segundo podría atacar hasta a las gentes de la casa. Basta que sean severos y no cariñosos, de forma que alguna vez miren con ceño a los que conviven con ellos, y siempre se irriten con los de fuera.” (Columela, De Agricultura, VII, 12)


Detalle de mosaico de una "mansio" en Fidenae, Roma

El visitante de la casa podía encontrar a su llegada un mosaico con un perro y un letrero “Cave Canem” (Cuidado con el perro) para alertar de la presencia de un perro, que podía ser muy agresivo, encargado de vigilar la casa. Esta advertencia también serviría para tener alejados los malos espíritus, pues como en otras culturas los romanos también creían que el perro podía llegar a proteger de la muerte.

 “Esta operación inspiró a Trimalción la idea de llamar a Escílax, al guardián (según decía) de la casa y de sus moradores., Sin demora, traen un perro enorme atado a una cadena; a una señal dada por el portero con el pie para hacerlo acostarse, el perro se tiende ante la mesa. Trimalción entonces, echándole un pedazo de pan blanco, dice: Nadie en mi casa me quiere más que él.” (Petronio, Satiricón, 64)


Mosaico de la entrada de la casa de Paquio Proculo, Pompeya. Foto Samuel López

Los perros actuaban como guardianes de los templos consagrados a los dioses.

 “Tampoco tengo reparos en contar algo que han escrito los mismos autores antes citados. Según ellos, este Escipión Africano solía ir al Capitolio al terminar la noche, antes del amanecer, mandaba abrir la capilla de Júpiter y permanecía allí largo rato a solas, como si estuviera tratando con Júpiter cuestiones de Estado. Los guardianes del templo manifestaron a menudo su asombro, porque los perros, agresivos siempre con los demás, únicamente en el momento en que él entraba ni le ladraban ni lo atacaban.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, VI, I, 6)

 También ayudaban en la defensa de los campamentos y en los recintos fortificados alertando con sus ladridos de cualquier acercamiento de los enemigos.

 “El mejor plan, en tales noches, es atar perros fuera de la muralla hasta que se haga de día; los animales descubrirán, desde una distancia mayor, al espía de los enemigos, al desertor que se aproxima sigilosamente a la ciudad o al que, en alguna parte, se dispone a desertar. Al mismo tiempo, despertarán con sus ladridos al guardia que haya podido dormirse.” (Eneas el Táctico, Poliorcética, XXII, 14)


Mosaico en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Samuel López

Entre los perros más apreciados por su ferocidad y mejor considerados por su capacidad para vigilar y mantener alejados a los extraños estaban los perros molosos, grandes y fuertes y de fiero aspecto.

“El más vehemente de los perros es el moloso, porque también los hombres de Molosia son de espíritu fogoso.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, III, 2)


Perro moloso. Museo Británico, Londres

Los canes pastorales eran los perros que se destinaban al cuidado y transporte de los ganados. Los defendían de los depredadores que acechaban por los caminos, campos y bosques.


“Sobre los cuadrúpedos, dice Ático, queda lo que atañe a los perros, cosa que nos concierne sobre todo a los que criamos ganado lanar, pues el perro es el guardián del ganado y de quien, siendo su compañero, lo necesita perros para defenderse. En esa clase están sobre todo las ovejas, después las cabras, pues suele cogerlas el lobo, al que e oponemos canes defensores.” (Varrón, De Agricultura, II, 9, 1)


Estatuilla de bronce. Museo Metropolitan, Nueva York

Columela nuevamente destaca las cualidades que debería cumplir un perro para ser un buen vigilante y defensor del ganado que está bajo su protección y que un pastor debería tener en cuenta a la hora de dedicarlo a tal trabajo. Según él, el perro que guardaba el ganado no debía ser tan ligero como los que perseguían a los gamos o a los ciervos, ni tan pesado como los que vigilaban la casa y los establos, pero lo suficiente para que pudieran pelear contra los lobos, y ligero para seguirlos cuando huían, hacerles soltar la presa y devolverla.

 “Este perro no debe ser tan flaco ni tan ligero como los que persiguen a los gamos, a los ciervos y a los animales más veloces; ni tan grueso ni pesado como el que guarda la casa y los establos: pero sin embargo ha de ser en algún tanto pronto y ágil: porque nos hacemos con él para que riña y pelee, y no menos para que corra: pues debe rechazar las asechanzas del lobo, seguir a este ladrón fiero cuando huye, hacerle que suelte la presa, y traérsela; por lo cual si su cuerpo es largo, es más a propósito para estas ocurrencias que si es corto o cuadrado: porqué (como he dicho) algunas veces exige la necesidad que se persiga ágilmente la ligereza de la fiera: los demás miembros se aprueban si son semejantes a los del perro de la casería.” (Columella, De Agricultura, VII, 12)


Mosaico de Siria, Teece Museum of Classical Antiquites, Christchurch, Nueva Zelanda

Varrón recomienda que haya un perro por cada pastor y la cantidad total debería depender de si en la región había muchas alimañas o del tamaño del ganado. También escribe que se les colocaba unos collares alrededor del cuello, unas correas de cuero duro forradas con pieles blandas para no dañar el cuello, pero que llevaban unos clavos para protección contra las fieras.


“Para que no sean heridos por las fieras, se les colocan esos collares que se llaman carlancas, esto es, una correa que rodea el cuello de cuero duro con clavos cabezudos que, con las cabezas hacia dentro, se forra con pieles blandas para que no se dañe el cuello con la dureza del hierro; porque si el lobo u otra alimaña resulta herido por estos clavos, se consigue también que estén a salvo los demás perros que no los llevan.” (Varrón, De Agricultura, II, 9, 15)

Relieve romano. Walters Art Museum, Baltimore

Los canes venatici eran para los romanos los perros de caza y los dividían según la clase de cacería para la que estaban destinados. Los canes sagaces eran los que se usaban para seguir los rastros de las presas (sabuesos). Entre ellos estaban los perros umbros, carios y cretenses. Opiano describe un tipo de perro, el agaseo, de origen británico, como de tamaño pequeño, pero fuerte y muy afamado por su capacidad olfativa para encontrar la presa siguiendo el rastro por el olor dejado en tierra y en el aire.

 “Hay una valiente raza de perros rastreadores, pequeña en verdad, pero digna de ser tema de un gran canto; los que crían las tribus salvajes de los tatuados britanos. Y reciben el nombre de agaseos. Su tamaño es semejante al de los débiles y glotones domésticos perros de mesa redondeado, flaco, peludo, de mirada opaca, tiene sus pies provistos de atroces uñas y su boca afilada con apretados colmillos venenosos. En especial por sus narices el más destacado es el perro agaseo y el mejor de todos para rastrear, pues que es muy sagaz para encontrar el rastro de los que andan por la tierra, pero muy hábil también para- advertir el olor del aire.” (Opiano, Cinegética, I, 470)


Perro de bronce, St James´s Ancient Art

Los perros que se dedicaban a la persecución de las presas debían ser veloces y eran los canes celeres, que se corresponden a los actuales lebreles, los cuales destacan por su excepcional capacidad de persecución y velocidad, generalmente siendo más altos que largos y exhibiendo una delgadez nervuda. Además, poseen una agudeza visual que supera la de la mayoría de las razas caninas, gracias a sus cráneos ovalados y cabezas alargadas.

 “Las razas de perros son innumerables, pero sus formas y prototipos serían aproximadamente éstos: el cuerpo debe ser largo, fuerte y suficiente, la cabeza ligera y con buenos ojos; éstos de oscuro brillo; la boca debe ser amplia, de dientes aguzados; orejas pequeñas con finas membranas deben coronar su cabeza; el cuello largo, y en la parte inferior el pecho fuerte y ancho; las patas delanteras deben ser más cortas que las traseras; las tibias rectas, delgadas y largas, los omóplatos amplios; dio las hileras de las costillas inclinadas oblicuamente, las caderas de carnes apretadas, no gordas, y detrás la cola de larga sombra debe ser tiesa y saliente.

Tales son los perros que deberían adiestrarse para las largas carreras de las gacelas, de los ciervos, y de la liebre veloz como el huracán.” (Opiano, De la caza, I, 400)


Detalle de mosaico, Villa romana del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

El más famoso perro de este tipo entre los romanos era el canis vertragus, de origen celta, que se destinaba a la caza menor, donde no se necesitaba ni fiereza ni corpulencia. Este perro se consideraba un símbolo de status social, ya que debía importarse desde tribus celtas, tan lejanas a veces como Irlanda, y por tanto solo los ricos podían poseer uno.

El perro Vertragus revolucionó la caza. Cazaba con la vista, en vez del olfato, y con él el cazador podía seguir la caza a caballo, en vez de correr a pie. Era tan rápido que se empleaba en la caza deportiva, deporte de origen celta para perseguir a la liebre sin matarla.

 “No caza para sí, sino para su amo, el bravo lebrero, que te llevará entre sus dientes la liebre sin dañarla.” (Marcial, Epigramas, XIV, 200)


Mosaico con escena de caza. Museo del Bardo, Túnez

Arriano aconseja cómo comportarse con los perros una vez terminada la actividad cinegética para recompensarles por el trabajo bien hecho, llamándolos por su nombre y acariciándolos.

“Cuando el galgo ha atrapado la liebre, o ha vencido en la carrera, deberías desmontar de tu caballo, y acariciar a tu perro y felicitarle, besando su cabeza y rascando sus orejas, y llamándole por su nombre: “Bien hecho, Cirras”, “Bien hecho, Bonnas”, “Bravo, mi Horme”, citando cada perro por su nombre, porque al igual que a los hombres de espíritu generoso, les gusta ser alabados, y si el perro no está demasiado cansado, vendrá alegremente a agasajarte.” (Arriano, De la caza, XVIII)


Mosaico de lebreles, colección particular

Los asirios y otros pueblos criaban perros de gran envergadura y fuerza para utilizarlos tanto en las batallas como en la caza de leones y de otras fieras. Eran perros con hocico fuerte y corto, cabeza inmensa, patas musculosas, cuerpo grande y pesado. También se utilizaban para proteger al ganado de los depredadores de gran tamaño y cuidar las propiedades. 

 “Aliates, como los cimerios, que tenían cuerpos descomunales y fieros, hiciesen una campaña contra él, llevó al combate, junto con el resto de su fuerza, también a los perros más fuertes, que, haciendo presa en los bárbaros como si fuesen fieras, mataron a muchos de ellos y a los restantes los obligaron a huir vergonzosamente.” (Polieno, Estratagemas, VII, 2)


Detalle del mosaico de caza de la villa romana del Salar, Granada

No hay evidencia exacta de que los romanos utilizaran los perros en los ataques durante sus batallas, aunque si parecen haber ayudado en labores de vigilancia como se ha visto anteriormente.

En Roma los canes pugnaces eran los perros que por su gran tamaño se utilizaban durante las partidas de caza mayor para enfrentarse con animales feroces como el jabalí, y entre ellos estarían los citados molosos, naturales de Épiro, que se extendieron por todo el Mediterráneo y zonas de Europa occidental gracias a los fenicios.

 “Mientras reposan tus redes y tus ladradores molosos y el bosque está en calma al no haberse descubierto ningún jabalí, podrás, Prisco, dedicar tus ocios a mi breve librito. Ni la hora es estival ni la perderás entera.” (Marcial, Epigramas, XII, 1)


Mosaico de caza. Museo del Bardo, Túnez

Algunas fuentes citan a perros considerados pugnaces procedentes de las Islas Británicas.

 “La mayor parte de la isla es llana y boscosa, con muchas regiones formadas por colinas suaves. Produce trigo, ganado, oro, plata, hierro, que exportan junto con pieles, esclavos y perros excelentes para la caza, que los celtas utilizan también para la guerra, igual que hacen con las razas indígenas.” (Estrabón, Geografía, IV, 5, 2)


Relieve con enfrentamiento de perro y jabalí. Museo Romano-Germánico de Colonia, Alemania

Algunos perros corrían en la arena del anfiteatro persiguiendo a las presas durante las sesiones que remedaban cacerías durante los juegos (venationes). Las fuentes parecen referirse, en general, más bien a la persecución de animales herbívoros, como ciervos o gamos.

 “Huyendo rápido un gamo de unos veloces molosos y usando de mil estrategias para retardar su captura, se detuvo a los pies de César, suplicante y en actitud del que ruega, y los perros no tocaron su presa... Este favor lo obtuvo por reconocer al emperador. César es dios, sagrado es su poder, creedlo, sagrado: las fieras no saben mentir.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XXX)


Mosaico de caza. Museo Condé,
Castillo de Chantilly, Francia

La civilización romana consagraba en los altares gran número de animales, de los cuales algunos eran perros. El perro fue utilizado como víctima propiciatoria en sacrificios dedicados a los dioses para pedir protección para las cosechas y en ritos para ayudar a la fertilidad.

 “Cuando queden a abril seis días, la estación de la primavera se hallará a mitad de su curso, y en vano buscaras el carnero de Hele, la de Atamante; las lluvias harán su aparición y saldrá la constelación del Perro´.

Día 25 El Carnero. Sirio.

“Ese día, volviendo yo de Nomento a Roma, me encontré con una multitud vestida de blanco en medio del camino. Un flamen iba hacia el bosque del viejo Tizón (Robigo) para ofrecer a las llamas las entrañas de un perro y las entrañas de una oveja […] ¿Preguntas por qué se ofrece una víctima desacostumbrada en esta ceremonia? (yo se lo había preguntado). Escucha la razón —dijo el flamen—. Hay un perro, que llaman Icario, y cuando esta constelación se levanta, la tierra se abrasa y se seca, y la mies madura más pronto. En lugar del perro estelar, ponemos en el altar este perro, y nada excepto el nombre es la razón de su muerte.” (Ovidio, Fastos, IV, 900-945)


Camafeo con rostro del perro Sirio,
Museo Metropolitan de Nueva York

La constelación del Can Mayor, cuyo nombre fue dado por los griegos, se conoce fundamentalmente porque contiene la estrella Sirio, que es la estrella más brillante del cielo nocturno. En la mitología griega hay varias interpretaciones con explicación del origen de esta constelación. Una de ellas la relaciona con uno de los perros de caza de Orión y en otra con el perro Lélape, que, según el mito, fue un regalo de Zeus a Europa y siempre atrapaba a sus presas. Posteriormente el perro pasó a manos de Céfalo y este le ordenó cazar a la zorra teumesia, que era una zorra mitológica que no podía ser cazada. Esto dio lugar a una paradoja que fue resuelta por Zeus, quien decidió convertir a los dos animales en constelación.

 “Anfitrión, que necesitaba un perro, llegó a casa de Céfalo a pedirle que le ayudara con su perro a cazar la zorra, y prometió darle la parte del botín que él cogiera de los teléboas. En efecto, en ese tiempo había aparecido en el país de los cadmeos una zorra, un animal extraordinario que hacía continuas incursiones desde Teumeso y, con harta frecuencia, apresaba a los cadmeos; cada treinta días le ofrecían, además, una criatura, que la zorra cogía y devoraba. Anfitrión fue seguidamente a pedir a Creonte y a los cadmeos que combatieran a su lado contra los teléboas, mas ellos respondieron que no irían, a menos que él les ayudara a exterminar a la zorra. Anfitrión se mostró conforme y concluyó este acuerdo con los cadmeos. Fue a buscar a Céfalo, le informó de este convenio, y trató de persuadirle para marchar a Tebas con su perro. Céfalo aceptó; llegó a aquellos lugares, y dio caza a la zorra. Pero no era posible —así lo había establecido la divinidad— capturar a la zorra, por mucho que se la persiguiera, del mismo modo que nadie que fuera perseguido por el perro podía huir de él. Cuando estuvieron en la llanura de Tebas, Zeus los vio y los petrificó a ambos.” (Antonino Liberal, Metamorfosis, XLI) 


Constelaciones. Foto Stellarium

La canícula (palabra en latín que significa perrita) estaba relacionada con la estrella Sirio, la más brillante en la noche, cuya salida por el horizonte coincidía antiguamente con la época más calurosa y seca en el hemisferio norte, ha quedado actualmente como referencia de los días más calurosos del año, que suelen darse en julio y agosto.

 “¿Quién ignora, pues, que la salida de la Canícula enciende los calores del sol? Los efectos de esta constelación se notan en la tierra con gran intensidad: cuando sale los mares se agitan, el vino da la vuelta en las bodegas y las aguas estancadas se mueven.” (Plinio, Historia Natural, II, 107)

 En el antiguo Egipto, la estrella Sirio era conocida como Sothis (nombre griego de la diosa egipcia Sopdet) y estaba estrechamente vinculada al río Nilo y sus ciclos de inundación. La aparición de Sirio justo antes del amanecer anunciaba la llegada de las inundaciones del Nilo, un evento crucial para la agricultura egipcia. Unas terracotas comunes entre los siglos I y III d.C. muestran unos perros, que suelen llevar un colgante o bulla, que se relacionan con el culto a Isis, diosa a la que se asimiló Sothis.


Perro sótico o de Sothis. Museo Británico, Londres

La figura de la diosa Hécate se acompañaba de perros que eran las almas de los muertos sin descanso y se creía que cuando era invocada, los ladridos o aullifos de los perros anunciaban su llegada.


“De repente, al filo del primer albor del sol, comienza a rebramar bajo sus pies la tierra y a remecer la cumbre de los montes su arboleda cimera. Y les parece avistar a las perras ululando a través de las sombras a medida que se acerca la diosa.” (Virgilio, La Eneida, VI, 255)

Existía la creencia entre los romanos que los aullidos de los perros podía ser el augurio de una muerte próxima, como sucedió en el caso de la muerte del emperador Maximino.

 “En la siguiente parada unos perros, más de doce, aullaron alrededor de su tienda de campaña y, después de sollozar durante toda la noche, se los encontró muertos al amanecer.” (Historia Augusta, Los dos Maximinos, XXXI, 2)


Perros aullando. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Foto Samuel López

El supplicia canum era una procesión que se celebraba anualmente en Roma para recordar que los perros guardianes del Capitolio habían fracasado en su labor de dar la alarma con sus ladridos ante el ataque que los galos llevaron a cabo hacia el año 390 a.C. Se llevaban perros sujetos a unas horcas como castigo, mientras que los gansos, que fueron los que con sus gritos alertaron del ataque eran honrados. El propósito era evitar que pudiera pasar lo mismo de nuevo.

“Los perros son menos útiles que los gansos para ejercer la vigilancia, y esto lo descubrieron los romanos. En efecto, los celtas estaban en guerra con ellos, les hicieron retroceder con suma energía y estaban ya en la misma ciudad. Ya había caído en su poder toda Roma, excepto la colina del Capitolio, porque no les resultaba fácil escalarla, ya que todos los lugares que parecían accesibles a los atacantes mediante estratagema estaban preparados para la defensa.

Era el tiempo en que el cónsul Marco Manlio custodiaba la antedicha colina que se le había confiado […] Cuando los celtas se apercibieron de que la colina era inaccesible por todas partes, decidieron esperar a las altas horas de la noche y caer sobre los sitiados cuando estuvieran profundamente dormidos. Confiaban en que la colina les sería escalable por el lugar no vigilado y carente de protección, ya que los romanos suponían que los galos no atacarían por allí […] Los perros, ante la comida que les echaron, se callaron, pero los gansos —es propio de ellos gritar y hacer algarabía cuando se les echa algo para que coman—, con su clamor, hicieron levantar a Manlio y a la guardia que dormía con él. Por esto, los perros hoy en día siguen sufriendo la pena de muerte todos los años entre los romanos, en memoria de su antigua traición; en cambio, en días determinados, un ganso es honrado llevándolo con gran pompa en una litera.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, XII, 33)


Museos Vaticanos

Entre las creencias que se daban entre los romanos sobre las prácticas para curar enfermedades estaban las de recurrir a animales, en este caso los perros, especialmente los cachorros, que eran frotados por el cuerpo del enfermo para que la enfermedad pasase al animal, con el resultado del animal enfermando y probablemente muriendo.

 “Los perros que llamamos meliteos, aplicados al estómago de vez en cuando, aliviando los dolores en esa zona. La enfermedad se supone que pasa al cuerpo del animal, ya que poco a poco pierde su salud y con probabilidad muere.” (Plinio, Historia natural, XXX, 14)

Cachorros mamando. Colección particular

En el arte romano la figura del perro se convirtió en un motivo recurrente y se representó de muy diversas maneras en distintas obras artísticas, lo que indica la importancia de su participación en la vida y cultura de la sociedad romana. Aparece en joyas, cerámicas, pinturas, mosaicos y esculturas.



Broche romano con perro atacando a un jabalí. Museo Metropolitan, Nueva YorK

En pinturas y mosaicos suelen representarse los perros en su función protectores del ganado y cazadores. A veces su imagen tiene un valor simbólico, como en el caso de su aparición junto al príncipe troyano Paris, quien fue criado entre pastores, al ser rechazado por su familia real debido a una profecía. El perro significa que su dueño era pastor.


Paris y Helena. Casa con escenas de Troya, Regio IX, Pompeya

El perro como motivo iconográfico se encontraba en esculturas que decoraban peristilos y villas lujosas e incluso edificios públicos. El perro que parece ser el más representado, por los hallazgos encontrados, es el galgo (canis gallicus) por su estilizada figura y bondadosa apariencia, que aportaría una idea de serenidad y belleza a los lugares en el que la pieza se emplazaba. Es posible que la vinculación de estos canes con la actividad cinegética hiciera referencia a la afición a la caza de los dueños de las residencias en las que se encontraban.


Pareja de galgos de una villa de Laurentum, Italia, que se cree pudo pertenecer a Antonino Pio

El tema del perro lamiendo sus heridas se representa con frecuencia en este tipo de representación escultórica y una famosa obra descrita por Plinio y realizada por Lisipo en bronce dio origen a la repetición de dicho motivo, con diferentes posturas del animal, en copias romanas en mármol.

 “El arte se elevó hasta lo más grande en cuanto a la audacia en el diseño. Para probar su éxito mostraré un ejemplo, y no es una representación de un dios o un hombre: nuestra propia generación vio en el Capitolio, hasta de que fuera incendiado por los partidarios de Vitelio, en el santuario de Juno, una figura de un sabueso lamiendo su herida, su perfección artística y su realismo, no solo se ve en el hecho de su dedicación en ese lugar, sino también en la forma de protegerla, porque, aunque no se podía poner una suma a su valor, el gobierno decretó que sus guardianes responderían de su seguridad con sus vidas.” (Plinio, Historia Natural, XXXIV, 17 [38])


Copia romana de un original en broce de Lisipo. Museo de escultura antigua Giovanni Barracco


Bibliografía

 

Representaciones e imaginarios perrunos: desde Grecia hasta la Conquista de América, Megumi Andrade Kobayashi
Homines et canes: el vínculo entre el ser humano y el perro en la obra de Marcial y Juvenal, Cayetana Paso Rodríguez
Imaginarios animales. Perros y gatos en las sociedades antiguas de Occidente, Lidia Graciela Girola
Perros y collares en la antigua Roma, World History Encyclopedia
Dogs and Humans in Ancient Greece and Rome: Towards a Definition of Extended Appropriate Interaction, Cristiana Franco
Greek and Roman Household Pets, Francis D. Lazenby
The Place of the Dog in Superstition as Revealed in Latin Literature, Eli Edward Burriss
The Sentimental Education of the Roman Child: the Role of Pet-Keeping, Keith Bradley
Attitudes Toward Animals in Greco-Roman Antiquity, Liliane Bodson
Dogs in Ancient Warfare, E.S. Forster
Sculptures of dogs licking their wounds in Roman period. A proposal for interpretation, Ana Portillo
The Maltese Dog, J. Busuttil
Greek and Roman Household Pets, Francis D. Lazenby
The Dog in Roman Peasant Life, Kyle deSandes-Moyer
Supplicia canum, Wikipedia

lunes, 17 de marzo de 2025

Ludus gladiatorum, escuela de gladiadores en la antigua Roma

Secutor contra retiarius, Villa romana de Nennig, Alemania. Foto Carole Raddato

 “Nadie gana sino con daño de otro: se detesta a los felices y se desprecia a los desgraciados; los humillados por los grandes humillan a los pequeños; a todos animan diferentes pasiones, y todo lo destruirían por leve placer o ligero provecho. Esta es vida de gladiadores que habitan en común para pelear unos con otros.” (Séneca, De la ira, II, 8)

Los romanos no veían los juegos gladiatorios como espectáculos de violencia, sino que los tenían como demostraciones de valor para los jóvenes y para el público en general, e incluso los intelectuales más influyentes de la sociedad consideraban que servían como ejemplo militar a los ciudadanos y afirmaban que los munera fortalecían la moral y promovían la disciplina militar de todos aquellos que lo presenciaban, además, de transmitir toda una serie de valores positivos y útiles para la sociedad. Se ofrecían para que los jóvenes adquirieran valores educativos.

“Así se atendieron en la medida de lo debido las necesidades de los ciudadanos y de los aliados. Seguidamente, asistimos a unos juegos nada afeminados ni blandos, que pudiesen debilitar o quebrantar el vigor del hombre romano, antes bien, tan admirables que enardecían a los espectadores incitándolos a afrontar nobles heridas y a despreciar la muerte. Al ver el amor a la gloria y el ansia de victoria incluso en los cuerpos de los esclavos y criminales.” (Plinio, Panegírico, 33, 1)

Mosaico de gladiadores, Isla de Cos, Grecia

La gladiatura preparaba a la juventud romana para la guerra, infundiendo en ella el espíritu guerrero y motivándola a practicar con la espada o a alistarse en el ejército. Los juegos gladiatorios servían para recordar a la juventud y al pueblo de Roma que debían mantener vivo el espíritu guerrero de sus antepasados. Todavía en el bajo Imperio este tipo de espectáculos consistían en una exhibición que exaltaba los valores viriles del ciudadano.

“Otros dicen -y lo creo más verosímil- que los romanos, cuando estaban preparándose para ir a guerrear, debían contemplar heridas causadas por la espada y cuerpos desnudos trabados en batalla (combates de gladiadores) para que, en la guerra, no temiesen al enemigo armado ni se horrorizaran ante las heridas, ni la sangre.” (Historia Augusta, Máximo y Balbino, VIII)

Entrenamiento de las legiones romanas, foto Great Military Battles,
A history of Warfare de Gerald McRonald

Los juegos gladiatorios se convirtieron en parte de la romanización de los territorios bajo dominio romano. Tito Livio presenta el caso del rey Antíoco IV Epiphanes a mitad del siglo II a.C., quien, al celebrar los primeros espectáculos en Siria, provocó que sus habitantes se aterrorizaran, pero debido a la repetición de estos juegos se desarrolló una pasión por las armas, especialmente entre los jóvenes.

Ofreció exhibiciones de gladiadores a la moda romana, que asustaron más que agradaron a los espectadores, que no estaban habituados a tales espectáculos. Al ofrecer frecuentemente estas exhibiciones, en las que los gladiadores a veces solo se herían entre sí, pero que en otras luchaban hasta la muerte, acostumbró los ojos de su pueblo a dichos espectáculos y aprendieron a disfrutar de ellos. De esta manera, despertó entre la mayoría de los jóvenes la pasión por las armas. (Tito Livio, Ab urbe condita, 41, 20)

La escuela de gladiadores (ludus) era el lugar donde se entrenaban todos los gladiadores: los que acaban de llegar al oficio (tirones) y los profesionales consagrados (veterani). Probablemente, el primer ludus fue el de Capua, que en el 105 a. C. ya estaba en funcionamiento, bajo la dirección de C. Aurelio Scauro. En el 73 a. C. era propiedad de Gneo Lentulo Batiato, y bajo su dirección la disciplina era tan estricta con vigilancia de los soldados, y las condiciones eran tan duras que los gladiadores, liderados por Espartaco, decidieron escaparse.

“La sedición de los gladiadores y la devastación de Italia, a la que muchos dan el nombre de guerra de Espártaco, tuvo entonces origen con el motivo siguiente: un cierto Léntulo Batiato mantenía en Capua gladiadores, de los cuales muchos eran galos y tracios; y como para el objeto de combatir, no porque hubiesen hecho nada malo, sino por pura injusticia de su dueño, se les tuviese en un encierro, se confabularon hasta unos doscientos para fugarse; hubo quien los denunciara, mas, con todo, los que llegaron a adivinarlo y pudieron anticiparse, que eran hasta setenta y ocho, tomando en una cocina cuchillos y asadores, lograron escaparse. Casualmente en el camino encontraron unos carros que llevaban a otra ciudad armas de las que son propias de los gladiadores; las robaron y ya mejor armados tomaron un sitio naturalmente fuerte y eligieron tres caudillos, de los cuales era el primero Espartaco.” (Plutarco, Craso, VIII)

Revuelta de Espartaco, ilustración de Steve Noon

El objetivo de los gladiadores era inicialmente escapar de las consecuencias del confinamiento y encontrar una vida mejor que la de servir de entretenimiento a los espectadores. Pronto se les unieron miles de seguidores, los cuales no venían de escuelas gladiatorias ni siquiera de entre los esclavos, sino que eran campesinos y granjeros que habían sido desplazados por cambios en la economía romana y en el uso de la tierra que favorecía el crecimiento de grandes plantaciones que poseían unos pocos ricos.

El propio Espartaco destacó entre los líderes de la Revuelta porque tenía educación y era un hombre civilizado a quienes los dioses habían seleccionado para un suceso extraordinario.

“Espartaco era natural de un pueblo nómada de Tracia, y tenía no sólo gran talento y extraordinarias fuerzas, y era aun en el juicio y en la dulzura muy superior a su suerte, y más propiamente griego que de semejante nación. Se cuenta que cuando fue traído a Roma por primera vez para venderlo, estando en una ocasión dormido se halló que una serpiente se le había enroscado en el rostro, y su mujer, que era de su misma tribu, dada a los agüeros e iniciada en los misterios orgiásticos de Baco, manifestó que aquello era señal para él de un poder grande y terrible que había de venir a un término feliz. Hallábase también entonces en su compañía y huyó con él.” (Plutarco, Craso, VIII)

Muerte de Espartaco, Ilustración de Hermann Vogel

Esta rebelión, junto a otras, fueron sofocadas con dureza, pero a partir de entonces, la vigilancia se acentuó y se reforzó el control a los gladiadores en la capital, reconociendo su peligro. De hecho, posteriormente, algunos políticos romanos utilizaron a gladiadores para intimidar a sus rivales en las calles de Roma.

El ambiente político de finales de la República se fue volviendo cada vez más violento, ya que cada candidato tenía su propia “guardia de gladiadores”, que le servía de escolta. El Senado, lógicamente, se alarmó por esta situación y decidió ponerle límites. Por ejemplo, César, para los munera que ofreció en 62 a.C., contrató a un gran número de gladiadores, que, como propiedad temporal suya, entraron con él dentro de las murallas de Roma, donde se debía celebrar el espectáculo. El riesgo era evidente. En consecuencia, el Senado actuó, poniendo un límite al número de gladiadores que podían introducirse en la urbe. De este modo, el número máximo de gladiadores que por ley podía poseer un ciudadano fue disminuyendo con el tiempo: 300 parejas al final de la República, 100 en tiempos de Augusto y 70 en época de Tiberio.

“Añadió Cesar un combate de gladiadores, pero con bastantes parejas menos de lo que había proyectado, pues, espantados sus enemigos ante la numerosa cuadrilla que había reunido de todas partes, se tuvo la precaución de fijar el número máximo de gladiadores que cualquier ciudadano podía tener en Roma.” (Suetonio, César, 10, 2)

Combate de gladiadores, pintura de Giorgo di Chirico

No obstante, algunos personajes ricos e importantes llegaron a tener sus propios gladiadores, bien para enfrentarlos en sus espectáculos privados o para que fuesen contratados para los juegos y así sacar rendimiento a su inversión.

“iA fe mía que has comprado una hermosa troupe! Según oigo, tus gladiadores luchan de maravilla; de haber querido alquilarlos, con los dos últimos juegos los habrías amortizado.” (Cicerón, Cartas a Ático, IV, 4)

Banquete con gladiadores. Ilustración Lorenzo Pignoria

En el 49 a.C., cuando César se disponía a invadir Italia, volvieron a surgir temores acerca de los gladiadores que poseía; César era el propietario del ludus de Capua, y se temía que cuando llegara a esa ciudad incorporaría a sus tropas a los 1.000 gladiadores que tenía en su ludus, una ayuda considerable para la guerra civil. Por lo tanto, Pompeyo tomó sus precauciones, diseminando a los gladiadores del ludus de Capua.

“Los gladiadores de César que están en Capua, acerca de los cuales te he escrito falsas noticias por culpa de una carta de Torcuato, los ha distribuido Pompeyo muy adecuadamente: dos para cada padre de familia. Había en la escuela mil escudos; se decía que hubieran hecho un levantamiento. Ciertamente ha habido en ello una gran previsión a favor de la república.” (Cicerón, Cartas a Ático, VII, 14, 2)

Sin embargo, cualquier motín era reprimido fácil y rápidamente por los soldados, puesto que los gladiadores no tenían acceso a las armas, que se guardaban en el armamentarium. Las armas solo se les entregaban cuando iban a entrenar y se requisaban de nuevo al acabar el entrenamiento, contándolas cuidadosamente para verificar que no se habían quedado con ninguna. Además, las armas que usaban para entrenar eran de madera y romas. Las piezas defensivas eran los únicos elementos metálicos que usaban en los entrenamientos.

Imagen idealizada del Ludus Magnus

En el año 49 a. C. el ludus de Capua pasó a ser propiedad de Julio César y recibió el nombre de ludus Iulianus y sus gladiadores Iuliani. Con Augusto, pasó a ser de propiedad imperial.

“Germano, samnita, Juliano (de la escuela juliana), griego de nacimiento, venció 14 veces. Muerto a los 30 años, yace aquí.”

El mismo nombre se mantuvo hasta el reinado de Nerón, que lo cambió por el de ludus Neronianus.  Después su nombre sería Caesaris o Imperatoris.

“Cerinthus, murmillo, de la escuela neroniana, griego de nacimiento, luchó dos veces. Murió con 25 años. Rome, su esposa, pagó esta lápida en memoria de su marido que bien lo merecía. Te ruego, tú que pasas delante de ella, digas; séate la tierra leve.”

Los ludi privados fueron vetados en Roma por Augusto y prohibidos completamente por Domiciano, que los sustituyó por los cuatro ludi imperiales que construyó junto al Coliseo: Ludus Matutinus, Magnus, Gallicus y Dacicus. El Matutinus estaba destinado al aprendizaje de los venatores y bestiarii que luchaban contra las fieras. El Magnus era el más grande y albergaba un anfiteatro con capacidad en las gradas para 3000 personas. Constaba de una cárcel y numerosas instalaciones.

Ruinas del Ludus Magnus, junto al Coliseo, Roma. Foto Jastrow

El Gallicus y Dacicus se denominaban de tal forma debido probablemente a que se destinaban a gladiadores de procedencia gala y dacia respectivamente, con entrenadores que hablarían la lengua propia de cada región de origen.  

El ludus podía ser de propiedad pública o privada. En Pompeya existía un ludus privado desde comienzos del Imperio.

La administración imperial estableció una extensa red para el reclutamiento y formación de gladiadores que abarcaba todo el Imperio. De esta manera, en cada provincia había una sede, ubicada en la capital, de la escuela imperial. Entre estas escuelas provinciales, se encuentran el ludus Hispanianus, el Gallicianus y el Alexandrinus.

“A los dioses Manes. Para Dión, liberto de nuestros Augustos, tabulario (contable o secretario) de las escuelas gladiatorias de los Galliciani e Hispaniani.”

Reconstrucción idealizada del anfiteatro y ludus de Carnuntum, Austria. Ilustración. M. Klein

La extensión de la red imperial de reclutamiento y formación de gladiadores explica que los lanistae particulares tuviesen a su servicio sólo una pequeña tropa cuyo radio de acción estaba limitado al ámbito comarcal o regional.

De Verona proviene una estela funeraria en la que se puede leer que el gladiador muerto podía pertenecer a la escuela de una mujer Arianilla, la única documentada en el occidente romano.

“A los dioses Manes. Para Aedon, secutor, luchó ocho veces, de la escuela de Arianilla. Vivió 26 años.” (CIL, V, 3459)

Al frente de cada ludus imperial estaba un procurator que era escogido por su experiencia militar y administrativa, como, por ejemplo, el prefecto de la guardia pretoriana o los encargados de la administración fiscal de toda una provincia. La jurisdicción de estos procuradores comprendía las provincias occidentales, las provincias orientales, las regiones de Italia, o la escuela ubicada en Roma, en Pérgamo o en Alejandría.

Ilustración Seán Ó Brógáin

Lucius Didius Marinus tuvo entre otros cargos el de procurator de las familias gladiatorias en Asia, Bitinia, Galacia, Capadocia, Licia Panfilia, Cilicia, Chipre, Ponto y Paflagonia. Y posteriormente el de las familias gladiatorias en las Galias, Britania, Hispania, Germania y Raetia. Y Quinto Martius Turbo, amigo de Adriano, ostentó el cargo de procurator del Ludus Magnus de Roma, antes de ser nombrado por Trajano comandante de la flota en Miseno.

"…  Fronto Turbo Publico Severo, hijo de Cayo, de la tribu Tromentina, natural de Epidauro, dos veces primus pilus, prefecto de los vehículos, tribuno de la cohorte VII, tribun de los equites singulares de Augusto, tribuno pretoriano, procurador del Ludus Magnus, prefecto de la flota de Miseno…" (AE 1955, 255)

Cuando un aspirante llegaba a un ludus se le llamaba tiro. Independientemente de que fuese un esclavo, un condenado (damnatus ad ludum), o un voluntario (auctoratus), todos debían pasar un mismo proceso de selección inicial. Luego vendría la disciplina y la educación para moldear las condiciones del recién llegado. Solo vestía el subligaculum y se le asignaba un doctor (preparador) para que le hiciese una primera evaluación. El lanista supervisaba el proceso. Luego, se le daba una espada de madera para ver cómo reaccionaba a las acometidas de alguno de los magistri. Se estudiaban sus movimientos, su velocidad de reacción, su agresividad, si tenía técnica en el uso de las armas, su fuerza en el cuerpo a cuerpo, etc. A los que no tenían las condiciones adecuadas se los enviaba al grupo de los gregarii para luchar en grupo (gregatim) que, normalmente, eran los primeros en caer.

Una vez realizadas todas estas premisas, el aspirante a gladiador era sometido en el ludus a un proceso exhaustivo de entrenamiento físico, no exento de educación cívica y psíquica. A continuación, realizaban el juramento (auctoramentum) y se les exigía una estricta disciplina. Lógicamente, la principal actividad que se realizaba en el ludus era el entrenamiento. Los romanos creían en el entrenamiento físico como la mejor manera de mejorar las capacidades físicas, pero también la voluntad y el carácter.

“Has de llevar una vida ordenada, someterte a un régimen alimenticio, abstenerte de dulces, entrenarte por fuerza a la hora señalada, con calor o con frío. Cuando toque, no tomar agua fría ni vino. Sencillamente: ponerte en manos del entrenador como de un médico.” (Epicteto, Disertaciones, III, 15, 3)

Ilustración Oleh Yolchiiev

Los planes de entrenamiento físico de los gladiadores eran muy parecidos a los de los deportes de combate griegos (lucha, pugilato y pancracio), cuyas características eran muy parecidas al combate gladiatorio; se necesitaban movimientos rápidos y potentes, además de fuerza y resistencia para aguantar todo el combate.

En un momento impreciso del siglo I, los entrenadores griegos desarrollaron el ciclo de cuatro días (tetrada) que, de inmediato, fue incorporado a la preparación de los gladiadores.

“Se llama tétrada al período de cuatro días en que se van alternando diferentes actividades deportivas: el primer día el atleta realiza ejercicios de preparación, el segundo se entrena a fondo, el tercero se relaja y el cuarto realiza sus actividades a un ritmo intermedio. El entrenamiento preparatorio consiste en movimientos intensos y rápidos, de corta duración, con el objeto de desentumecer al atleta y de ponerlo a punto para futuras fatigas; el entrenamiento a fondo constituye una prueba inexorable de la fuerza interior del cuerpo; el período de reposo sirve para que el cuerpo se recupere como es debido y, finalmente, la actividad a ritmo intermedio del cuarto día consiste en aprender a rehuir al adversario y a no soltarlo si pretende escabullirse. No obstante, los gimnastas que suelen entrenar todo el tiempo de esta manera cíclica y organizan la preparación según el sistema de las tétradas, descuidan el conocimiento sistemático del atleta a entrenar.” (Filóstrato, Gimnástico, 47)

Gladiadores. Pintura de Aniello Falcone

Si el tiro mostraba cualidades, se le destinaba al grupo gladiatorio que mejor se adecuaba; es decir, si era fuerte, a las armas pesadas y, si era menos fuerte, pero ágil, a las armas ligeras. Si un tiro era enviado a alguna de estas armas, tenía que pasar por todas las unidades de entrenamiento de ese grupo para ver cual se adaptaba mejor a sus cualidades. En los retiarii, estaba el doctor retiarium y el magister retiarium; en los thraeces, el doctor thraecum, y el magister thraecum. Una vez determinado en cual rendía mejor, el tiro quedaba adscrito a la unidad que se le asignara (thraex, retiarius) y desde entonces comenzaba a entrenar con ellos, sometido a la disciplina del doctor, que era quien dirigía ese grupo.

Los doctores que enseñaban a luchar a los gladiadores tenían tanto prestigio que en 105 a.C., (como respuesta a la derrota romana de Arausio) el cónsul P. Rutilio Rufo decidió usarlos para que enseñaran a los soldados las técnicas de lucha de los gladiadores.

“El adiestramiento en el manejo de las armas fue enseñado a los soldados por el cónsul Publio Rutilio y su colega Gneo Malio: él, en efecto, rompiendo con el ejemplo de todos los que le habían precedido, llamados unos maestros de la escuela de gladiadores de Gayo Aurelio Escauro, enseñó a las legiones un medio más sutil de causar y evitar heridas, y mezcló así valor y técnica, técnica y valor, para que la técnica fuese más poderosa con el impulso del valor y el valor fuese más prudente gracias al conocimiento de la técnica.” (Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables, II, 3, 2)

Ilustración Peter Connolly

Había un doctor especialista en cada tipo gladiatorio. Los doctores eran gladiadores ya retirados que habían destacado en el arma que ahora enseñaban. Además, debido a su edad o estado físico, estaban auxiliados por los magistri, gladiadores recientemente retirados o incluso en activo, pero que aún no podían aspirar a doctores. Los magistri eran los encargados de enseñar las “prácticas” y “técnicas” gladiatorias (llaves, ganchos, golpes, etc.).

“Y así como los maestros de los gladiadores enseñan a sus discípulos todas las suertes de movimientos y posturas de cuerpo, que ellos llaman números, no para que los que los han aprendido hagan uso de todos ellos en el mismo ejercicio de la lucha (porque más se hace con el peso del cuerpo, firmeza y valor), sino para que entre tanta abundancia echen mano de cualquiera de ellos de que puedan valerse cuando la ocasión lo pida.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, XII, 2)

La fuerza específica necesaria para el combate se lograba usando armas lastradas; la rudis y el resto de armas que usaban en el entrenamiento, es decir, pesaban más que las armas que usaban en el combate de verdad. La velocidad de movimientos la desarrollaban practicando el combate con una rudis de peso normal. El resultado que se conseguía alternando armas lastradas con armas de peso real era la rapidez en el manejo de las armas. Lógicamente, también había que desarrollar la resistencia necesaria para aguantar el tiempo que solía durar un combate

“Los gladiadores se adiestran con armas más pesadas que las que emplean para luchar y el entrenador los obliga a permanecer armados más tiempo que el adversario.” (Séneca, Controversias, IX, 4)

La destreza técnica con la espada la entrenaban combatiendo entre ellos y luchando contra un palo clavado en el suelo, que sobresalía sobre el nivel del suelo.

“Estamos informados por los escritos de los antiguos que entre sus otros ejercicios se contaban los de guarnición. Daban a sus reclutas escudos trenzados de sauce, el doble de pesados de los que solían emplear en el servicio real, y espadas de madera del doble de peso que las normales. Se ejercitaban con ellos en el palo tanto por la mañana como por la tarde. Este es un invento de gran utilidad, no sólo para los soldados, sino para los gladiadores. Ningún hombre de tales profesiones se distinguió nunca en el circo o en el campo de batalla sin ser hábil en tal ejercicio. Cada soldado, pues, fijaba un poste firmemente en el suelo, de unos seis pies de altura. Contra ése, como contra un enemigo real, el recluta se ejercitaba con las armas arriba mencionadas, como si fueran los escudos y espadas normales, apuntando ora a la cabeza o cara, ora a los lados o tratando de atacar los piernas o muslos. Eran instruidos en el modo de avanzar y retirarse, como tomar ventaja en el cuerpo a cuerpo sobre su adversario; pero se les prevenía a todos particularmente para no abrir su guardia al enemigo mientras le apuntaban para atacarle.” (Vegecio, De Re Militari, I, 11)

Ilustración de RU-MOR para Revista Desperta Ferro

Los doctores insistían en que había que cubrirse el cuerpo con el escudo de manera efectiva, sobre todo, el torso desnudo. Enseñaban también a dar los golpes con la punta de la espada y no con los filos, ya que clavando se causaban heridas más profundas y más letales que dando tajos, si se quería matar al contrario de una manera rápida. Si, por el contrario, ambos gladiadores estaban de acuerdo en no herirse, está claro que evitarían pincharse, dando más importancia a los tajos en el intercambio de golpes.

“Se les enseñaba, igualmente, a no cortar, sino dar estocadas con sus espadas. Para los romanos, no sólo resultaba motivo de chanza quienes luchaban con el borde de tal arma, sino que constituían una fácil conquista. Un ataque con los filos, aún los hechos con mucha fuerza, raramente mata, pues las partes vitales del cuerpo están defendidas tanto por los huesos como por la armadura. Por el contrario, una estocada, con que penetre dos pulgadas, es generalmente fatal. Además, en la posición del ataque, es imposible evitar exponer el brazo derecho y el costado; de otra parte, el cuerpo está cubierto al dar una estocada, y el adversario recibe la punta antes de que vea la espada. Este fue el método de lucha usado principalmente por los romanos, y sus motivos para ejercitar a los reclutas al principio con armas de un tal peso era que cuando al fin llevaban las normales, mucho más ligeras, la gran diferencia de peso les permitía comportarse con gran seguridad y diligencia a la hora del combate.” (Vegecio, Res militari, I, 12)

Pintura de Giovanni Francesco Romanelli

En el ludus existía una jerarquía. El estrato más bajo lo representaban los tirones o gladiadores novatos, luego iban los distintos rangos de gladiadores veteranos, a continuación, los magistri y doctores y, por último, el lanista. Los jóvenes gladiadores aprendían de los veteranos y sentían respeto y admiración por los doctores, auténticos supervivientes y antiguas estrellas de la gladiatura.

Probablemente, también admiraban al lanista, sobre todo, si éste había comenzado como gladiador, pues representaba el triunfo del gladiador. Igualmente, los gladiadores noveles aprendían de los veteranos sus técnicas y estratagemas, sus leyendas e historias, al tiempo que se iban educando en el valor y la virtud. Así se creaba en el ludus un espíritu de familia que sentirían el resto de sus vidas. De hecho, entre todos desde los tirones hasta el lanista formaban la familia gladiatoria y muchos de ellos mantendrían lazos de amistad.

“Mira al bello Miletos, hermoso de mirar, el luchador que ganó ocho veces en el estadio, tan bello como Adonis, hijo de Cyniras, cuando estaba cazando, o como el bello Jacinto, quien fue una vez golpeado por un disco.

Ahora el destino me ha arrebatado a la fuerza de la arena y ha dejado mi cuerpo en la querida tierra de Panfilia. Esta lápida la ha puesto mi buen amigo Odiseo para mí como tumba como recuerdo de mi memoria, para mantener mi reputación.”

Lápida de Q. Vettius Gracilis, Museo Arqueológico de Nimes, Francia

El tiro lo era hasta que salía vivo de su primer combate. La norma era que el tiro se enfrentara a otro tiro en su primer combate, pero no siempre se cumplía y, a veces, se enfrentaba con un veterano con varias victorias.

Un famoso gladiador que como su nombre indica era ciudadano libre se enfrentó y venció como tiro a Hilarus que ya había obtenido 13 victorias. En su segundo combate se enfrentó al retiarius Felix, también libre, que había obtenido ya doce victorias.

“(Marcus Attilius, tiro (novato), victor (vencedor). Hilarus, del ludus neronianus, 14 combates, 13 victorias, missus (perdonado)”

“Marcus Attilius, un combate, una victoria, victor (vencedor). Lucius Raecius Felix, 12 combates, 12 victorias, missus (perdonado)”

Grafito de Pompeya, Italia

Spiculus fue un destacado gladiador desde su primer combate, en el que derrotó nada menos que a un rival que sumaba 16 victorias.

“Spiculus, del ludus Neronianus, tiro (novato) venció. Aptonetus, liberto, dieciséis victorias, murió.” (CIL, IV, 1474)

Tras semejante debut debió conquistar la fama, y en sus siguientes combates se hizo merecedor de ella, pues Nerón se convirtió en fiel seguidor suyo y lo consideró el mejor gladiador, premiándole con recompensas iguales a las de los generales que habían logrado triunfos.

“Premió al citaredo Menecrates y al murmillo Espiculo con patrimonios y casas dignos de generales que han obtenido los honores del triunfo.” (Suetonio, Nerón, 30, 2)

A partir de entonces, se le consideraba veteranus. El estatus de veteranus contemplaba cuatro niveles: quartus palus (conseguido al sobrevivir al primer combate), tertius palus, secundus palus y primus palus (conseguidos por el número de combates superados). Este último era el más alto de la categoría.

“Victor, primus palus, secutor.

Ahora contempla a Víctor, el fuerte perseguidor, ante el cual todos mis compañeros temblaron en la arena. Mi patria fue Libia; pero ahora la tierra de Xanthos (Turquía), me cobija por decreto de los hados. Juega, rie, caminante, y piensa que tú también morirás.

Amazona erigió el altar en memoria de su esposo Víctor a su costa. Quien lo destroce y excave en el lugar, pagará 500 denarios al tesoro.

Adiós, caminante.”

Estela funeraria de Narciso, Tesalónica, Grecia. Museo Arqueológico de Estambul,
Turquía. Foto de Samuel Lopez

En el proceso de selección y formación se prestaba especial atención a los gladiadores zurdos. Al zurdo se le valoraba mucho más como gladiador, ya que esta cualidad era muy apreciada, al igual que ocurre hoy en el tenis, lucha, esgrima, boxeo. Los gladiadores zurdos llevaban con mucha honra esta característica y se enorgullecían de ella. Cómodo, por ejemplo, era zurdo, y así lo hacía constar hasta la saciedad, y con mucha rimbombancia, en monumentos e inscripciones.

“Él [Cómodo] sujetaba el escudo con la mano derecha y la espada de madera con la izquierda, y ciertamente se enorgullecía mucho del hecho de ser zurdo”. (Dión Casio, Historia romana, LXXIII.19.2)

Detalle del mosaico de gladiadores, Bad Kreuznach, Alemania. Foto Carole Raddato

 Los golpes asestados por los gladiadores debían ser controlados, incluso elegantes, para maximizar la perfección y conservar sus fuerzas para un combate largo. Cicerón compara la economía de movimientos con el entrenamiento en retórica.

“Y así como vemos a los atletas y gladiadores proceder siempre con arte en el huir y en el acometer, juntando la utilidad de la pelea con la gallardía y elegancia; así el orador nunca hace herida grave, ni resiste victoriosamente el ímpetu del centrario, si no atiende al decoro en la resistencia misma.” (Cicerón, El orador, 228)

Detalle de mosaico con gladiador entrenando. Museo de las Ursulinas de Mâcon, Francia

Una instrucción adecuada para lograr la victoria tenía en cuenta que a menudo el peligro no estaba, tanto en las heridas sufridas, sino en que un rival herido de muerte era el más peligroso, puesto que trataba de acabar con su contrario por todos los medios, sabiendo que no tenía nada que perder.

“Incluso entre gladiadores, la peor situación para un luchador victorioso es haber de combatir con un moribundo. El adversario más temible es el que ya no puede vivir, pero puede matar.” (Controversias, Sentencias, IX, 6, 1)

Museo Arqueológico del Teatro Romano, Verona., Italia

Una norma que debían seguir tanto los gladiadores pesados como los ligeros– era que una vez habían hecho sangrar al rival, ya no deberían exponerse más, pues sabían que dejando pasar el tiempo el herido tenía las de perder, ya que con la pérdida de sangre se le iría la fuerza y acabaría desvaneciéndose. Por contra, el que sangraba, se apresuraba a atacar más rápido para intentar lograr la victoria antes de que le abandonasen las fuerzas o para conseguir el perdón en vez de la muerte.

“Cuando entraron los gladiadores, el heraldo hizo destacarse a un joven de buena talla y proclamó públicamente que quien estuviera dispuesto a luchar con él avanzara hasta el centro y recibiría diez mil dracmas como recompensa por el encuentro. Entonces se levantó Sisines, dio un salto a tierra, disponiéndose a luchar, pidió las armas, recibió la recompensa, las diez mil dracmas, me la trajo y la puso en mis manos, y dijo: «Si venzo, Tóxaris, nos iremos con todo lo necesario, pero si caigo, entiérrame y regresa a Escitia».

Mientras yo me lamentaba ante la situación, él recibió sus armas y se revistió con ellas, salvo el casco, que no se lo puso, sino que tomó posición con la cabeza descubierta y así luchaba. Él mismo recibió la primera herida, un golpe bajo en la corva con la espada curva, de modo que la sangre fluía abundante. Yo estaba ya con anterioridad muerto de miedo. Pero él esperó a que su adversario le atacara confiadamente y entonces le hirió en el esternón y lo atravesó, de modo que al punto cayó ante sus pies.” (Luciano, Toxaris, 58-60)

Mosaico de gladiadores, Villa Boghese, Roma

Además de entrenarse en herir y matar, los gladiadores se entrenaban en cómo morir, es decir, cómo someterse de forma adecuada al golpe mortal cuando así lo habían decidido el editor de los juegos y los espectadores.

¿Por qué se irrita tan injustamente el pueblo contra los gladiadores si no mueren en graciosa actitud? Se considera despreciado, y por sus gestos y violencias, de espectador se trueca en enemigo. (Séneca, De la ira, I, 2)

En el ludus se enseñaba al gladiador la forma de atraerse a la gente pues el gladiador que sabía ganarse al público arrastraba más gente que un buen gladiador que simplemente luchaba bien. Para el propio gladiador provocar simpatía entre el público le podía beneficiar a la hora de obtener el perdón si era derrotado y a la hora de negociar su contrato, si era libre.

Estela funeraria de Vitalis, Museo de Mugla, Turquía.
Foto de Dosseman

Culpar de la derrota a la utilización de trucos o engaños por parte del vencedor o de los árbitros era una táctica habitual para evitar la responsabilidad del fracaso.

“Es seguro que yo, que fui aclamado en el anfiteatro, he caído en el olvido, después de matar a mi oponente, quien estaba lleno de amargura irracional. Mi nombre es Stephanos. Cuando fui coronado en la competición por décima vez, caí muerto y aquí yazgo tras un largo tiempo enterrado. Nunca me abandonó la fuerza hasta que alguien conspirando contra mi vida, me mató con un engaño.”

El orgullo de luchador hacía que los luchadores prefiriesen ser emparejados con un oponente de igual fuerza o aptitud, pues consideraban que vencer a alguien inferior era degradante.

“El gladiador tiene por ignominia el salir a la pelea con el que le es inferior, porque sabe que no es gloria vencer al que sin peligro se vence.” (Séneca, De la divina providencia, III)

Combate de gladiadores, Museo de Hierapolis, Turquía. Foto de Samuel López

Intentaban crear en ellos el orgullo de pertenecer a un grupo que se consideraba superior al resto de la sociedad, la cual los adoraba, pero también los despreciaba. Su gran satisfacción era saber que eran admirados por los mismos que los despreciaban. Ese era su poder, el poder del gladiador. El pueblo podía enviarlo a la muerte, pero él, aún muerto, recibía la admiración del pueblo. Había emperadores que, pese a estar al frente de todos los ejércitos, nunca fueron admirados por el pueblo, sin embargo, no hubo un solo gladiador que no fuese admirado, tan solo por el mero hecho de ser gladiador.

“Un día en que se celebraba un espectáculo, el esedario Porio fue calurosamente aplaudido por manumitir a su esclavo después de alzarse con la victoria; a la vista de ello, Calígula se lanzó con tanta precipitación fuera del anfiteatro, que pisó el borde de su toga y cayó de cabeza por los escalones, lleno de indignación y vociferando contra el pueblo dueño del mundo, que, por el motivo más fútil, tributaba más honor a un gladiador que a los emperadores divinizados o a él mismo, allí presente.” (Suetonio, Calígula, 35, 3)

Pintura de Jean-Leon Gerome

El trato que recibían los gladiadores dependía mucho de su origen: los condenados estaban sujetos a una vigilancia más estricta, pues, si escapaban, el estado podía responsabilizar al lanista; los esclavos gozaban de más libertad y, si escapaba alguno, era exclusiva competencia del lanista; los gladiadores voluntarios gozaban casi de total libertad. De hecho, algunos vivían fuera del ludus, en su casa, con su mujer e hijos, e iban al ludus solo a entrenar. Los que no tenían casa propia, se les daba una habitación en el ludus. Los luchadores estaban repartidos en el ludus por el arma que utilizaban, murmillos con murmillos, retiarii con retiarii, etc. También había dependencias separadas para las mujeres y los homosexuales.

“De modo que más pura y mejor que tu hogar es la casa de un entrenador de gladiadores; entre el número de éstos se ordena que se ponga a cien leguas el ceceante de Eupholio. Y todavía más: no se juntan las redes con una túnica de sarasa, ni deja en la misma caseta las hombreras de protección ni el tridente el que acostumbra a pelear desnudo. El último rincón de la escuela recoge a estas almas de cántaro, y en la cárcel, un cepo especial.” (Juvenal, Sátiras, VI, 365 {7-13})

Ilustración de Oleg Gorbachik

Los tunicati eran los gladiadores afeminados (cinaedi) que eran tratados con desprecio tanto por el resto de sus compañeros de profesión como por los sectores tradicionales de la sociedad romana, tanto plebeyos como nobles, pese a que la homosexualidad masculina, desde que Roma entró en contacto con Grecia (sobre todo a partir del siglo II aC), era algo habitual entre los hombres de la alta sociedad romana. Séneca cuenta como los homosexuales buscaban refugio en los ludi, donde podían practicar su “anormalidad” sin ser molestados.

“Diariamente imaginamos nuevos medios para degradar nuestro sexo o disfrazarlo, no pudiendo rechazarlo. Uno se amputa lo que lo hace hombre: el otro busca el asilo deshonrado de los juegos, se vende para morir y se arma para hacerse infame.” (Séneca, Cuestiones Naturales, VII, 31)

El lanista proporcionaba a los afeminados un lugar en el que vivir tranquilos al mismo tiempo que ganaba gladiadores para combatir. Estos luchaban vestidos con túnica por lo que eran llamados tunicati. Parece que luchaban principalmente con las armas del retiarius, en cuyo caso eran llamados retiarii tunicati.

“Graco, en túnica, venció incluso semejante monstruosidad con un tridente, y como un gladiador recorrió huyendo los medios del Coso, él que era de mejor linaje que los Capitolinos y Marcelos y que los descendientes de Cátulo y de Paulo y que los Fabios, y que todos cuantos lo contemplaban en primera fila, aunque metas entre éstos al mismísimo sujeto por cuya munificencia echó él entonces las redes.” (Juvenal, Sátiras, II, 143)

A los lanistae les interesaba mantener a los luchadores principales contentos, pues representaban una importante fuente de ingresos. El resto de gladiadores debía acatar la ley del lanista y cumplir con las normas del ludus. Cualquier violación al reglamento se penaba con castigos físicos e, incluso, con la muerte. Mantener la disciplina en el ludus era muy importante. La tarea y habilidad de los magistri, doctores y lanista estaba en convertir a hombres duros, corpulentos e indeseables en dóciles y disciplinados gladiadores. Su mérito principal era conseguirlo, pues diariamente llegaban hombres rudos y violentos y los convertían en disciplinadas estrellas del espectáculo gladiatorio, que requería del dominio de varias habilidades sociales, como el lenguaje expresivo en público, el protocolo, etc. Todo esto tenía mucho mérito, teniendo en cuenta que los recién llegados no hablaban latín, sino lenguas desconocidas para los magistri y doctores.

Los gladiadores eran la fuente de ingresos del lanista, por lo que este ponía cuidado en que sus gladiadores estuviesen sanos y en condiciones de combatir durante el máximo número de años. Cuantos más años aguantase logrando triunfos en esa carrera más beneficios ganaba el lanista con ellos. Los lanistae contrataban a los mejores médicos del imperio para cuidar de los gladiadores y curar sus heridas y lesiones.

“Al igual que los bisoños levemente heridos gritan sin embargo y sienten más horror de las manos de los médicos que de la espada, y en cambio los veteranos, aun traspasados de lado a lado, permiten pacientemente y sin gemidos que les limpien las heridas como si no se tratara de sus cuerpos.” (Séneca, Consolación a Helvia, 3, 1)

Science Source. Science Photo Library

Los médicos de los gladiadores tuvieron en cuenta los conocimientos aprendidos de los médicos de los atletas griegos, especializándose en las lesiones, afecciones y circunstancias típicas que se daban en los cuerpos y salud de los hombres a los que trataban y convirtiéndose tanto unos como otros en los precursores de la medicina deportiva.

“La planta sideritis (rabo de gato) posee unas virtudes tan notables, que, aplicada a la herida de un gladiador recién infligida, parará el flujo de sangre; un efecto que se produce igualmente con la aplicación de hinojo gigante carbonizado, o de las cenizas de dicha planta.” (Plinio, Historia Natural, XXVI, 83 (135)

La dieta se consideraba un elemento esencial para preservar la salud y lograr el máximo rendimiento deportivo, por lo que una de las tareas principales del médico era confeccionar una dieta que permitiese al gladiador rendir al máximo de sus posibilidades. Debido a las necesidades de fuerza que imponía el combate gladiatorio, la carne era un alimento predominante en la dieta para aumentar la masa muscular y la fuerza.

“Con vistas a su fortaleza se les atiborra con los más sustanciosos alimentos y la mole robusta de aquellos miembros engorda con tajadas de tocino. De este modo, estando bien cebado, será más valioso cuando ocurra su muerte, a la que está condenado.” (Cipriano, A Donato, 7)

Ilustración Eats History

No obstante, la dieta no era siempre lo saludable que debía haber sido, pues, las cantidades de comida que consumían los gladiadores eran enormes debido a sus formidables apetitos, ya que eran hombres grandes que al hacer tanto ejercicio gastaban enormes cantidades de energía, por lo que podían pasar horas comiendo.

“Se fatigan así mismos hasta el límite y luego se atiborran [de comida] hasta el exceso, prolongándose a menudo sus cenas hasta la medianoche. Su sueño también lo guían por reglas análogas a las que rigen su ejercicio y su dieta.” (Galeno, Exhortación al estudio de las artes, especialmente la medicina, IV)

Así, teniendo en cuenta el apetito de sus hombres, para el lanista era una cuestión esencial conseguir comida de un modo barato. Para ello la carne la obtenía principalmente de los animales muertos en las venationes, pues el animal cazado por el venator era en parte dado a él y al ludus en el que entrenaba. Cuando la carne de las venationes no era suficiente el lanista recurriría a comprarla en los mercados o a ganaderos, pero esto le suponía un gasto económico, por lo que generalmente trataría de abastecerse con la carne gratis que lograban sus venatores en la arena (la frecuencia de venationes y la gran cantidad de animales que moría en ellas garantizaba que nunca faltara carne de esta procedencia en el ludus).

Detalle de mosaico de la villa de Nennig, Alemania. Foto Carole Raddato

Junto con la carne, fuente de proteínas, la dieta se complementaba con alimentos ricos en hidratos de carbono, como la cebada. Además de carne y cebada, también consumían legumbres, sobre todo, alubias. La dieta se suplementaba con complementos nutricionales: infusiones de ceniza de madera y de hueso, muy ricas en calcio, que les ayudaba a tener huesos fuertes y a recuperarlos fácilmente en el caso de fracturas.

“Las alubias tienen multiples usos, con ellas se hacen sopas, líquidas en una cazuela y espesas en una olla. También son un ingrediente de otra receta con cebada perlada. Los gladiadores a los que trato usan esta legumbre cada día para mantener el físico de sus cuerpos, no con carne densa y comprimida, como hace el cerdo, sino más esponjosa.” (Galeno, De las facultades de los alimentos, I)

Ilustración Eats History

En el deporte gladiatorio los competidores tendían a ser tan pesados como les era posible, pues el luchador más pesado tenía la ventaja de poseer una mayor fuerza, lo cual sin duda debía influir mucho en el resultado final pues, pese a que se luchaba con armas, evidentemente había momentos de cuerpo a cuerpo que resultaban cruciales (golpes con el escudo, forcejeo con las hojas cruzadas), momentos en los que el más fuerte era el que ganaba.

“Los tales tienen por más valeroso al gladiador que entra a pelear sin saber manejar las armas y al luchador que emplea todo el cuerpo en vencer al contrario; siendo así que a éste sus mismas fuerzas le postran en tierra, y todo el ímpetu del otro queda burlado por su competidor, con sólo hurtar el cuerpo.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, II, 13)

Relieve combate de gladiadores. Museo de Hierapolis, Turquía. Foto Samuel López

Galeno explica las consecuencias nocivas de las actividades que practicaban los atletas, entre los que podían incluirse a los competidores de las diversas modalidades de lucha y los gladiadores. Los rostros y cuerpos se deformaban por efecto de los golpes recibidos. La exigencia del entrenamiento y del espectáculo provocan fallos en su salud y la desfiguración de su aspecto.

“Mientras siguen en activo sus cuerpos se mantienen en este peligroso estado [de hipertrofia]. Cuando se retiran caen todos en un estado aún más peligroso. Muchos mueren poco después, otros viven algo más, pero nunca alcanzando edad anciana … [estando] sus cuerpos debilitados por los choques que han recibido, están predispuestos para la enfermedad a la menor oportunidad. Sus ojos suelen estar hundidos, siendo fácilmente el lugar de aparición de una fluxión. Sus dientes, tan dañados [por los golpes], se les caen. Con músculos y tendones frecuentemente rotos, sus articulaciones son incapaces de resistir el esfuerzo y se dislocan fácilmente. Desde el punto de vista de la salud ninguna condición es más desgraciada … muchos que eran perfectamente proporcionados caen en manos de entrenadores que los desarrollan más allá de toda mesura, sobrecargándolos con carne y sangre, y convirtiéndolos en lo opuesto [de la proporción] … [estos hombres] adquieren un rostro desfigurado, repugnante de mirar. Miembros rotos o dislocados, y tuertos, esta es la clase de belleza resultante. Estos son los frutos que recogen. Tras retirarse, pierden [capacidad de] sensación, sus miembros se dislocan y, como he dicho, se vuelven completamente deformes.” (Galeno, Exhortación al estudio de las artes, especialmente la medicina, IV)

Mosaico de gladiadores, Galleria Borghese, Roma. Foto Sebastiá Giralt

Los gladiadores que presentaban un peor aspecto serían los que apareciesen en espectáculos donde los editores no habían gastado mucho dinero o en los que a los lanistas no les importaba perder ya a algunos gladiadores que daban por amortizados.

“Nos ofrece una fiesta de miserables gladiadores, ya decrépitos, que con un soplo serían derribados. Yo he visto atletas más temibles morir devorados por las fieras a la luz de las antorchas; pero esta parecía una riña de gallos. Uno estaba tan gordo, que no podía moverse; otro, patizambo; un tercero, reemplazante del muerto, estaba medio muerto, pues tenía los nervios cortados. Uno sólo, tracio de nacionalidad, tenía buena presencia, pero parecía que luchaba al dictado. Por fin, se rasguñaron mutuamente para salir del paso, pues eran gladiadores de farsa.” (Petronio, Satiricón, 45)

Algunos gladiadores se presentarían ante el público con un aspecto saludable y bien vestidos, incluso siguiendo las modas del momento en cuanto a ropa y peinado. La belleza y el atractivo físico también podían servir de ayuda a un gladiador, ya que en caso de derrota podía suponer que los asistentes le dieran su favor y le concedieran el perdón.

“Y, ¿qué me dices de los que, en la flor de la edad, con una figura corporal suficientemente hermosa y vestidos con distinción, se arrojan a las fieras sin que nadie les haya condenado?” (Cipriano, A Donato, 7)

Gladiadores después del combate. Pintura de José Moreno Carbonero

Contrariamente a lo que pudiera creerse, el final de un gladiador vencido no era siempre la muerte. Los luchadores, y, sobre todo, los mejores y más aclamados, conseguían grandes beneficios al lanista, quien no deseaba perder ninguno, porque hacerse con nuevos gladiadores era costoso, en cuanto al dinero para comprarlos y mantenerlos y a la preparación que necesitaban.

Durante el entrenamiento se incluirían técnicas para vencer al oponente sin matarlo o herirlo seriamente. Los gladiadores aprenderían normas y códigos de conducta que tenían como objetivo celebrar combates justos entre gladiadores que compartiesen similares características físicas y aptitudes al mismo tiempo que se debía limitar la posibilidad de víctimas intencionadas o accidentales.

Igualmente, por parte de los propios gladiadores podía desarrollarse su propio código de honor en el que valoraban su capacidad para no herir a sus oponentes y alardeaban de ello, esperando a su vez recibir el mismo trato.

En algunos epitafios se conmemora al difunto celebrando sus sentimientos por no desear dañar innecesariamente a otros combatientes.

“No soy el Aias (Ayax) de Locria el que contemplas, ni el hijo de Telamon, sino aquel que se mostró amable en los estadios durante los combates, el que salvó muchas almas, y esperaba que alguien haría lo mismo por él. Ningún oponente me mató, morí y mi querida esposa me enterró en la sagrada llanura de Tasos. Kalligenia (lo erigió) en recuerdo de su marido Aias.”

Estela funeraria de gladiador. Museo de Antalya,
Turquía. Foto de Samuel López

Los gladiadores que no participaban de ese código de honor y de forma intencionada buscaban matar a su oponente en vez de vencerlo sin infligir heridas graves eran considerados peligrosos y debían ser detenidos. En el siguiente epitafio Stephanos, desconsolado, lamenta haber tenido que matar a su contrincante por su irracional agresividad e inaceptable conducta, aunque anteriormente le había salvado la vida. Sin embargo, Stephanos también resultó muerto.

“Celebrado como vencedor en los estadios, encontré la muerte tras matar un oponente lleno de odio irracional. Mi nombre, Stephanos, coronado diez veces, muero y por años permaneceré enterrado, pero nunca perdí mi coraje, antes tuve que matar con mis manos al que defendió mi vida. Polychronis hizo la inscripción en su memoria.”

Estela funeraria de Nikephoros, Museo Arqueológico de Hierápolis, 
Turquía. Foto Samuel López


El lanista podía intentar convencer al gladiador liberado de que volviese a ejercer el oficio como contratado para su familia gladiatoria y así poder seguir ganando más dinero, ya que el convertirse en rudiarius subía su cotización. Algunos decidían volver a entrar por su cuenta, sin depender de un lanista, con lo que no tendría que compartir sus beneficios con nadie.

“Ofreció un combate de gladiadores en memoria de su padre y otro en memoria de su abuelo Druso en diferentes fechas y lugares, el primero en el Foro, el segundo en el anfiteatro, haciendo volver incluso a algunos gladiadores retirados mediante una paga de cien mil sestercios.” (Suetonio, Tiberio, 7)

Detalle del mosaico del frigidarium de las termas de la villa romana de Wadi Lebda,
Leptis Magna, Libia

Bibliografía


Fighting for Identity: the Funerary Commemoration of Italian Gladiators, Valerie Hope
Valuing others in the gladiatorial barracks, Kathleen M. Coleman
Armorum Studium: Gladiatorial Training and the Gladiatorial Ludus, Michael Carter
Gladiators, Combatants at Games, Garrett G. Fagan
Spectacular Tropes: Representations of the Roman Arena, Tiger Maurice Britt
Gladiatorial Combat: The Rules of Engagement, M. J. Carter
Friendship and the grave: the culture of commemoration, Craig A. Williams
The Roman Games, Alison Futrell
A Companion to Sport and Spectacle in Greek and Roman Antiquity, Paul Christesen y Donald G. Kyle, editors
Gladiators: Fighting to the death in Ancient Rome; M.C. Bishop
Munera gladiatoria: origen del deporte espectáculo de masas, Alfonso Mañas Bastidas
Educación y entrenamiento en el ludus, Mauricio Pastor Muñoz y Héctor F. Pastor Andrés
Cónyuges, familiares y compañeros: aproximación a la tipología de los dedicantes en la epigrafía gladiatoria romana, Miguel Martínez Sánchez
Epitafios latinos de gladiadores en el occidente romano, Alberto Ceballos Hornero
Lápidas funerarias de gladiadores de Hispania, Antonio García y Bellido