Detalle de mosaico con crátera de vino, Villa romana de Carranque, Toledo |
El cultivo de la viña era un elemento de
civilización por que los bárbaros no solían beber vino. La posesión de viñedos
implicaba riqueza y poder dentro de la
sociedad y con el paso del tiempo el consumo de los vinos más selectos empezó a
considerarse un signo de lujo y refinamiento que permitía al anfitrión de un
banquete homenajear a sus invitados más ilustres.
En el campo se bebía el vino de los viñedos más próximos,
sobre todo, en las fiestas religiosas relacionadas con el ciclo agrícola, en
las que se rogaba a los dioses por la fecundidad y salud del ganado y la
fertilidad de las tierras o se agradecían las buenas cosechas con ofrendas de
alimentos y vino. En estas ocasiones no estaba tan mal visto alcanzar cierto
grado de ebriedad como muestra de alegría, aunque sin llegar a la locura que
podría llevar a cometer ciertos actos de los que luego hubiera que
arrepentirse.
“Que cada cual prepare para sí
por todo lo alto banquetes y mesas festivas en la hierba y un lecho también.
Llegado a este punto, el joven, bebido, lanzará a la muchacha imprecaciones que
inmediatamente después querría hacer vanas con los votos. Pues fiero aquel para
la suya, llorará él mismo estando sobrio y jurará que actuó enajenado.”
(Tibulo, Elegías, II, 5)
Mosaico de Baco con cortejo, Museo Arqueológico Regional, Alcalá de Henares, Madrid |
El vino
liberaba de las preocupaciones del alma, potenciaba la audacia, estimulaba la
conversación, agudizaba el ingenio e inspiraba
para las artes. Pero entre sus efectos negativos resaltaban la falta de
mesura, el impedimento de guardar secretos y la ausencia de memoria.
Pero su
capacidad para aliviar las penas e inducir al sueño lo hacía deseable para los
males de amor.
El vino se utilizaba como bebida sustitutiva del agua en
lugares donde esta no reunía las condiciones mínimas para considerarla potable,
o también donde escaseaba y era muy cara, lo que provocaba que el vino a su
vez, se sirviese sin diluir.
"En Rávena prefiero tener una cisterna a una viña, porque
podría vender más cara el agua." (Marcial, Epigramas, III, 56)
En
gastronomía formaba parte de los ingredientes usados al cocinar. Los menús descritos por los grandes escritores
satíricos mencionan los vinos, incluidos los mejores, para elaborar las salsas
que aderezan los platos más exquisitos y demandados por los romanos de la
época.
Horacio en
la sátira II, 8 describe la salsa que acompaña una anguila:
“La mezcla de la salsa es: el primer aceite que prensó el molino de Venafro, el garum de los jugos del pez ibero, vino de cinco años, pero nacido a este lado del mar, mientras se cuece (ya cocido conviene el de Quíos, como ningún otro), pimienta blanca, y
también vinagre que haya cambiado la uva de Lesbos al fermentar.”
En medicina
Galeno y Celso lo recetaban para aliviar ciertas dolencias. Celso alabó la
capacidad del vino para reducir la fiebre. Pero también había recomendaciones
de médicos para no tomar vino en casos
contraindicados, aunque algunos pacientes no hicieran caso de las advertencias.
“Bebedor notorio, Frige era, Aulo, tuerto de un ojo
y legañoso del otro. A éste el médico Heras le
tenía dicho: “Cuidado con beber; como bebas
vino, no verás nada”. Entre risas, dijo Frige a su
ojo: “¡Cuídate!”. Y sin pérdida de tiempo se hace
preparar unos cuartillos, pero bien seguidos.
¿Preguntas por el resultado? Frige bebió vino; el
ojo, veneno. (Marcial, VI, 78)
En las celebraciones familiares se ofrecían libaciones de
vino a los dioses domésticos pidiendo
por la prosperidad del hogar. En las
bodas, nacimientos y cumpleaños se reunía la familia delante del lararium
y ante las figuras adornadas de los lares y el genio tutelar se depositaban
alimentos, vino, flores y lámparas. A los invitados se les daba vino como
símbolo de hospitalidad y para compartir la felicidad.
“Que el Genio en persona asista
para ver sus ofrendas, que delicadas guirnaldas ornen su sagrada cabellera, que
sus sienes destilen nardo puro y esté saciado con la ofrenda y ebrio de vino y
te conceda, Cornuto, cualquier cosa que le pidas.” (Tibulo, I, 2)
Escultura de Dionisos, Museos Capitolinos, Roma |
Dioniso, el dios
griego del vino, de la fecundidad y la naturaleza, era festejado en procesiones
donde los participantes danzaban en unos
bailes dirigidos por un éxtasis místico, donde el vino era protagonista y
vehículo para buscar la unión con la divinidad. Estas fiestas fueron
introducidas en Italia, con el nombre de Bacanales, en honor del dios Baco.
Durante su celebración todo estaba permitido. Se bebía vino de forma desmedida,
lo que provocaba que la gente desinhibiera y llevase a cabo todo tipo de actos,
en ocasiones poco o nada pudorosos, por lo que fueron prohibidas por el Senado
romano en 186 a. C. por el desenfreno y el sentido orgiástico que habían
adquirido.
“Cuando el vino había inflamado
los espíritus, y la noche y la mezcla de hombres con mujeres, jóvenes con
viejos, había destrozado todo sentimiento de decoro, todas las variedades de la
corrupción empezaban a practicarse, pues cada uno tenía a mano el placer que
respondía a las inclinaciones de su naturaleza”.(Tito Livio, Historia de Roma)
Sólo se permitió el culto a Baco cuando fuese declarado
necesario para la prosperidad de Roma, lo que había que demostrar ante el
Pretor urbano. Posteriormente, la celebración debía ser autorizada por el
Senado, estando presentes no menos de cien senadores, siempre que no tomasen
parte en ellos más de cinco personas, que no tuviesen fondo común, ni maestro
de ceremonias ni sacerdote.
“Escanciadme ahora espumosos
falernos de un antiguo consulado y desatad los precintos de un cántaro de
Quíos. Que el vino haga solemne el día: no es vergüenza emborracharse un día de
fiesta y arrastrar a duras penas los pies vacilantes.” (Tibulo, Elegías, I, 1)
Es destacable el uso del vino en actos de sacrificio, debido a su semejanza en cuanto a color y textura con la sangre, algo que ocurre en otras culturas
además de la grecolatina.
Pintura romana, Museo Getty, foto de Mary Harrsch |
Desde su
aparición en las culturas mediterráneas el vino cobró gran protagonismo en el
mundo funerario por su fuerte simbolismo. Se asociaba a la constante
regeneración de la vida contra la
muerte, la inmortalidad contra la destrucción. En este sentido, se empleaba en el
propio ritual de incineración, donde se arrojaba sobre las piras funerarias
para extinguir el fuego.
Las ofrendas de vino se podían reclamar en una
cláusula testamentaria para que los herederos se hicieran cargo tras la muerte.
En una inscripción funeraria el difunto, mediante una imagen, encarga a sus
herederos que hagan libaciones sobre sus cenizas para que su espíritu (al que
llama mariposa) revolotee borracho, mientras sus huesos los cubre la hierba.
Otra práctica habitual tanto en la incineración como en la inhumación era la bebida ritual del vino tras el sepelio propiamente dicho, en el que se bebía pasando la copa de uno a otro (circumpotatio). Se ofrecía al finado una vez sepultado y, después, se rompían a propósito los recipientes utilizados en la misma.
Mosaico romano, Museo Arqueológico de Nápoles, foto de Marie-Lan Nguyen |
Otra práctica habitual tanto en la incineración como en la inhumación era la bebida ritual del vino tras el sepelio propiamente dicho, en el que se bebía pasando la copa de uno a otro (circumpotatio). Se ofrecía al finado una vez sepultado y, después, se rompían a propósito los recipientes utilizados en la misma.
En los
banquetes funerarios celebrados por distintos motivos en las propias necrópolis,
el vino jugaba un papel importante el de nutrir al difunto para mantener su
memoria y asegurar su inmortalidad. El 21 de Febrero se celebraba la fiesta de
Feralia en la que se portaban coronas de flores a los difuntos y se ofrecían a
las tumbas sal, pan empapado en vino puro y un poco de leche. En varias
necrópolis se han detectado conductos que conectan directamente con el interior
de las tumbas para introducir los alimentos y el vino.
El consumo
de vino durante el rito funerario se podía explicar por la creencia de que la
embriaguez garantizaba la felicidad en el inframundo para disfrutar de un
banquete eterno.
La tradición de los banquetes funerarios permaneció en el mundo cristiano bajo el nombre de ágape funerario (refrigerium). Cuando el Cristianismo se impuso
como religión
oficial a partir del siglo IV d.C., empezó a utilizarse el vino en la
Eucaristía para representar la sangre de Cristo, como símbolo de salvación e
inmortalidad, al igual que en el rito pagano de Baco.
Fresco con ágape funerario, Catacumbas de Santa Domitila |
El ritual de
la utilización del vino también aparece en la Eneida de Virgilio (siglo I a. C.),
en el pasaje de la muerte de Anquises, cuando Eneas prepara juegos y distintas
celebraciones en honor de su padre y dice:
"Guardad todos silencio y ceñid de follaje vuestras
sienes. Diciendo esto se cubre la frente con el mirto de su madre. Hace Hélimo
lo mismo, y Acestes, maduro ya en edad, y lo hace el niño Ascanio, y le imitan
todos los jóvenes. Y desde la asamblea se encamina Eneas hacia el túmulo
seguido de millares de los suyos. Le rodea una inmensa multitud. Allí van
derramando sobre el suelo la libación prescrita, las dos copas del don puro de
Baco las dos de leche fresca, dos de sangre sagrada. Y va esparciendo flores
purpúreas y prorrumpe: '¡Yo te saludo, padre, mi padre venerado, y otra vez os
saludo a vosotras cenizas, recobradas en
vano, y a ti espíritu y sombra de mi padre!
El consumo
de vino en Roma se debió al aumento de la producción local, puesto que el vino importado era caro, como parece
demostrar la observación de Plinio el viejo de que en tiempo del padre de
Lúculo no era habitual servir más de una botella de vino griego durante la
cena.
Pintura romana con jarras de vino, foto de Werner Forman |
La evolución
social del vino durante los dos últimos siglos de la República fue causada por
la provisión de vino para el ejército, los repartos gratis entre la población
por parte de algunos nobles y los banquetes de los collegia y la importancia que le concedió la medicina para curar
algunos males.
El vino fue
utilizado en época antigua para insuflar valor a los soldados y guerreros; el alcohol
siempre ha estado estrechamente vinculado a los ejércitos, pues templa los ánimos,
anima a las tropas, y ayuda a atenuar la
sensación del peligro por parte de los soldados, además de ser un aporte
calórico importante en las complicadas situaciones de campaña, en las que no
siempre era fácil el acceso a los suministros.
“Hemos entregado al tribuno Claudio un hombre de origen
ilirio, nuestra valiente y fidelísima quinta legión Marcia, pues él está por
encima de los más valientes y leales veteranos. A este le darás de nuestro
tesoro particular las siguientes provisiones: tres mil modios anuales de trigo,
seis mil de cebada, dos mil libras de tocino, tres mil quinientos sextarios de
vino viejo, …” (Historia Augusta, Claudio, 14, 3)
Salustió
culpaba a Sila por haber acostumbrado a los soldados a beber y
cuando Lúculo retornó de sus campañas en Oriente distribuyó más de 100,000 cadi de vino, al igual que Julio César
siendo dictador que repartió ánforas de Falerno en la cena ofrecida por su
triunfo.
“¿No es bien sabido que César en su época de dictador en
el banquete dado con motivo de su triunfo repartió a cada mesa un ánfora de
Falerno y un cadus de vino de Quíos?...En un banquete ofrecido por su tercer
consulado, distribuyó vinos de Falerno, Quíos, Lesbos y Mamertino, y se
considera que fue la primera vez que se sirvieron cuatro tipos de vino
diferentes.” (Plinio, Historia Natural, XIV, 17)
En las
ciudades el desarrollo de los collegia
(colegios profesionales) provocó el consumo de vino entre sus miembros que
asistían a las cenas que ellos celebraban. Algunas de estas comidas podrían haberse celebrado en una popina o taberna, donde la gente de menor nivel social y los esclavos solían asistir a tomar vino, normalmente de producción local y barato, pero también alguno más selecto y caro.
Allí también se podía comer e ir a jugar a los dados y a comentar las noticias que circulaban por la ciudad. En algún caso podían estos establecimientos convertirse en centros donde los candidatos políticos sin recursos económicos hablaban de sus propuestas en un entorno relajado que a veces podía transformarse en un lugar peligroso por las peleas ocasionadas por el exceso de bebida. Estas tabernas solían de disponer de asientos, taburetes o bancos.
"Busca a tu comandante en una taberna importante, lo hallarás recostado junto a un matón cualquiera, mezclado con marineros, rateros y esclavos huidos... allí reina la camaradería, las copas son de todos, nadie tiene un asiento diferente ni a nadie se le pone mesa aparte." (Juvenal, Sátiras, VIII)
Tienda de vinos, Pintura de Alma-Tadema, Guidhall Art Institute |
Allí también se podía comer e ir a jugar a los dados y a comentar las noticias que circulaban por la ciudad. En algún caso podían estos establecimientos convertirse en centros donde los candidatos políticos sin recursos económicos hablaban de sus propuestas en un entorno relajado que a veces podía transformarse en un lugar peligroso por las peleas ocasionadas por el exceso de bebida. Estas tabernas solían de disponer de asientos, taburetes o bancos.
"Busca a tu comandante en una taberna importante, lo hallarás recostado junto a un matón cualquiera, mezclado con marineros, rateros y esclavos huidos... allí reina la camaradería, las copas son de todos, nadie tiene un asiento diferente ni a nadie se le pone mesa aparte." (Juvenal, Sátiras, VIII)
Plinio
relata la historia de un liberto probador de vino en la casa imperial que
estaba encargado de probar vinos destinados a un banquete para Augusto. Con uno
de los vinos lo describió como nuevo y no muy fino pero dijo que César lo
bebería. Con ello evidenciaba el gusto algo rústico de Augusto en cuanto al
vino, ya que su favorito era de todas formas el no muy noble vino Setino.
“Vinos setinos que encenderían las nieves se
filtran para la querida; nosotros bebemos el negro
veneno de una tinaja corsa.” (Marcial, Epigramas, IX, 2)
Del elevado
consumo de vino en la sociedad romana es prueba el hecho de que el orador
Hortensio dejase a su heredero 10,000 ánforas de vino.
En los
primeros tiempos de Roma no se permitía beber vino a las mujeres por el temor a
que si lo hacían podían perder el decoro y llegar a caer en el adulterio, lo
que avergonzaría a la familia y provocaría dudas en cuanto a la legitimidad de
los herederos.
“En los viejos tiempos se desconocía el uso del vino para
las mujeres, por temor a que pudieran caer en desgracia, porque solo hay un
paso entre la intemperancia de Líber Pater y los actos prohibidos de Venus.”
(Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables, II, 1)
Mosaico romano, Museo Gaziantep, Turquía |
Según el
historiador Plinio en la época de Catón
existía la costumbre de que los parientes varones podían besar a las mujeres de
su familia en la boca (Ius osculi)
para asegurarse de que no olían a temetum,
el nombre que se daba al vino fermentado
en ese momento.
Se
consideraba que cuando una mujer bebía, ya no se comportaba como una matrona, y
mostraba un comportamiento alejado de los valores de castidad, pureza y
obediencia., por lo que se llegó a
equiparar el simple consumo de vino con el adulterio, sancionando ambos con la
pena capital.
Dionisio de
Halicarnaso cuenta que un marido podía aplicar la pena de muerte a su esposa si
ésta había cometido adulterio o si la encontraba ebria, pues la embriaguez podía
llevar a cometer adulterio.
Anciana ebria, Museos Capitolinos, Roma |
No solo se les prohibía beber vino, sino que también a servirlo, guardarlo o administrarlo en la casa, tareas reservadas al pater familias.
Cuenta Tito
Livio que en tiempos de Rómulo, Egnatius
Mecenius mató a su esposa por beber vino
de una barrica y que una mujer soltera fue condenada por su familia a morir de
hambre al ser descubierta abriendo el armario donde estaban las llaves de la bodega.
También el juez, Cneo Domicio, condenó a una
mujer a perder su dote por haber bebido más vino de lo que requería su salud, y
sin conocimiento de su marido.
Se decretaron leyes contra el consumo de vino entre
las mujeres, pero parece haber sido aceptado libremente entre los hombres,
aunque su consumo llevara a la embriaguez. Algunos dilapidaban su fortuna, yendo de taberna en taberna y gastando en beber y apostar.
Pintura con escena de taberna romana, Museo Arqueológico de Nápoles |
"Máximo, diez millones largos de sestercios
que recientemente le había entregado su
patrono Sirisco se los ha liquidado vagando por
las tabernas de taburetes por los alrededores de
los cuatro baños. ¡Oh, qué gran glotonería es
comerse diez millones! ¡Cuánto mayor todavía,
sin recostarse a la mesa!." (Marcial, Epigramas, V, 70)
Plinio relata el caso del político Novelio Torcuato, que llegó a ser procónsul, el cual era capaz de beber tres congios de vino de un solo trago, por lo que llegó a ser conocido como Tricongius. Lo hizo ante el asombro del propio emperador Tiberio, quien de joven era un gran bebedor, y al que por ello le dieron el nombre de Biberius Caldius Mero (Su verdadero nombre era Tiberius Claudius Nero), en el que se juega con el significado de Caldius Mero (de Calidus Merum), vino caliente puro.
que recientemente le había entregado su
patrono Sirisco se los ha liquidado vagando por
las tabernas de taburetes por los alrededores de
los cuatro baños. ¡Oh, qué gran glotonería es
comerse diez millones! ¡Cuánto mayor todavía,
sin recostarse a la mesa!." (Marcial, Epigramas, V, 70)
Plinio relata el caso del político Novelio Torcuato, que llegó a ser procónsul, el cual era capaz de beber tres congios de vino de un solo trago, por lo que llegó a ser conocido como Tricongius. Lo hizo ante el asombro del propio emperador Tiberio, quien de joven era un gran bebedor, y al que por ello le dieron el nombre de Biberius Caldius Mero (Su verdadero nombre era Tiberius Claudius Nero), en el que se juega con el significado de Caldius Mero (de Calidus Merum), vino caliente puro.
Durante el
Imperio la relajación de las costumbres facilitó que las mujeres empezaran a
beber en los banquetes, y, a veces, sin moderación, lo que las llevaba a
mostrarse desinhibidas y más favorables a la seducción y juegos del amor:
“Hay una tal Fílide, vecina de Diana Aventina, sobria es
poco agradable, ebria todo le
sienta bien; hay otra, Teya, en los bosques de Tarpeya, hermosa, pero, si
bebe, no tendrá bastante con uno.
Decidí llamarlas para pasar bien la noche y renovar amores furtivos en placeres desconocidos.”
(Propercio, Elegías, IV, 8)
Tanto los
escritores satíricos del Alto Imperio, como los autores cristianos del Bajo
Imperio escribieron contra las bebedoras
denunciado su falta de recato y
moderación ante los demás.
“Las mujeres, llevadas por una suerte de elegancia
externa, evitan escanciar bebidas en las copas anchas, para no separar
excesivamente sus labios al abrir la boca. Beben indecentemente con los labios
cuidadosamente apretados a la boquilla de los vasos de alabastro, inclinando su
cabeza hacia atrás, dejando el cuello al descubierto, en mi opinión sin recato
alguno. Estiran el cuello para engullir lo que tragan, como dejando al desnudo
para su convidados lo que pueden, lanzan eructos como los hombres o, mejor,
como los esclavos y se dejan arrastrar
por una vida voluptuosa. Ninguna
garrulería conviene al hombre educado, pero mucho menos a la mujer, para quien
el hecho de saber quién es debe bastar
para inspirarle pudor.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II).
Náyade, Campo Varano, Stabia |
El vino no
se recomendaba para los jóvenes porque estropeaba la salud física y su consumo
implicaba la pérdida de las buenas costumbres.
El escritor
agrónomo Columela consideraba que las borracheras causaban el deterioro
físico de la juventud de su tiempo, dedicada a la mala vida, en vez de al trabajo
y al ejercicio.
“En seguida, para ir bien preparados a los lugares de
disolución, cocemos en las estufas nuestras indigestiones diarias, excitamos la
sed provocando el sudor, y pasamos las noches en liviandades y borracheras, y
los días en jugar y dormir, teniéndonos por afortunados por no ver ni salir ni
ponerse el sol. Así, la consecuencia de esta vida indolente es la falta de
salud, pues los cuerpos de los jóvenes están tan débiles y extenuados que no
parece que queda a la muerte mudanza que hacer en ellos. (Columela, De la agricultura, I,
Prefacio)
Por el
contrario algún autor consideraba que la madurez no estaba reñida con el vino
porque este reconfortaba el cuerpo de los estragos del paso del tiempo y la
edad amortiguaba el deseo de llegar a estar ebrio y padecer sus efectos.
“Quienes ya han sobrepasado la madurez deben participar
de la bebida con más alegría: calentando, sin daño alguno, con el fármaco de la
viña, la frialdad de la edad extinguiéndose por el paso del tiempo. Porque, la mayoría de las veces,
los deseos de los ancianos no se inflaman hasta el naufragio de la embriaguez.”
(Clemente de Alejandría, Pedagogo, II)
Para
contrarrestar los efectos nocivos de la
borrachera se recomendaba tomar ciertos alimentos en el momento de consumir el
vino, como la berza o las almendras amargas. Plutarco explica porqué estas se
utilizan ya que se creía que lo amargo era astringente y extraía la humedad al
ser desecante:
“En consecuencia, afirmé, siendo esto así, es natural que
el amargor de las almendras ayude contra el vino puro al resecar las partes
internas del cuerpo y no permitir que se dilaten las venas, con cuya dilatación
y alteración, afirman, sobreviene el emborracharse.” (Plutarco, Custiones Conviviales, I, 6, 4)
También se
afirmaba que llevar una corona de flores como violetas o rosas durante el convivium podía evitar caer en la
ebriedad.
Existían
algunos remedios para enmascarar los efectos desagradables de una borrachera,
como el mal aliento, dolores de cabeza o aspecto y olores desagradables. Por
eso se podían usar pastillas o hierbas para refrescar el aliento, perfumes y ungüentos o mezclar el vino con
ingredientes que pudieran ocultar su olor.
“Mírtale suele oler fuertemente a vino y, para disimularlo, mastica hojas de laurel y, astuta, mezcla el vino con hierbas, no con agua.
Cuando la veas, Paulo, acercarse encarnada y con las venas saltonas, podrás decir: “Mírtale ha bebido laurel.” (Marcial, Epigramas, V, 4)
Los vinos griegos gozaban de gran fama y eran consumidos en
Roma, pero durante los tiempos de la República se intentó que se consumiese
solo vino de Italia, como recuerda Aulo Gelio en su obra Noches Áticas:
“Leí hace poco en las Conjeturas de Ateyo Capitón un
viejo decreto del senado emitido durante el consulado de Cayo Fannio y Marco
Valerio Mesala (II. a. C.) en el que se ordenaba que los ciudadanos más notables
de la ciudad que con motivo de los Juegos Megalenses, conforme al antiguo rito,
mutitare, es decir, se invitaban unos
a otros a banquetes, juraran en presencia de los cónsules, según una fórmula
preestablecida, que en cada cena no gastaran más de ciento veinte ases,
exceptuando el gasto en legumbres, harina y vino, y que el vino no había de ser
importado del extranjero sino producido en suelo patrio…” (XXIV, 2)
El vino blanco de Cos, el de Lesbos y el de Quíos eran
los vinos griegos más apreciados en Roma. Para su conservación en el transporte
era cocido, filtrado y tratado con agua marina. Se creía que los vinos tratados
con agua de mar tenían propiedades digestivas y laxante La isla de Cos fue
hogar de viticultores y enólogos que hicieron famoso en todo el Imperio Romano
el vino local. Horacio cree que el triunfo de Augusto sobre
Marco Antonio y Cleopatra merece ser celebrado con los mejores vinos griegos.
“Trae aquí niño, en copas bien capaces,
el que Lesbos o Quíos da en sus viñas,
o sírvenos del Cécubo, que es vino
que al angustiado pecho reanima.
las inquietudes que sentí por César
disipará el dulzor de la bebida.” (Horacio, Épodos, IX)
Columela alaba la calidad de los vinos itálicos más
reconocidos:
“Y no hay duda, ciertamente, de que
las vides del campo másico y sorrentino, del albano y del cécubo, son, de todas
las que sustenta la tierra, las primeras por la excelencia de su vino.” (De agricultura, III, 8)
Horacio cita frecuentemente el vino Cécubo, de Campania, como uno que debe ser bebido en las grandes
celebraciones por su calidad. Era estimulante y debía tener un alto precio, por
las alusiones del poeta a que no podía permitírselo:
“Cécubo tú bebes, y en prensas de Cales te dan ricos zumos las mejores vides.
“Cécubo tú bebes, y en prensas de Cales te dan ricos zumos las mejores vides.
Nunca ni el Falerno ni el de Formio templan mis copas humildes.” (Odas, I, 20)
Entre los
más afamados vinos estaba el Opimiano, llamado así por ser el consulado de
Lucio Opimio del año 121 a.C. una buena cosecha de uvas. El valor de este vino
todavía se celebraba cien años después y se consideraba una buena inversión.
El Falerno era una de
las más afamadas denominaciones de origen, que se cosechaba en la costa de
Campania, lindando con el Lacio, al pie de los montes Másicos, cuyos vinos eran
también muy nombrados. Tanto el Másico como el Falerno son aclamados por
Marcial por su antigüedad, remontando su origen
a cuando ni siquiera había cónsules.
“De los trujales sinuesanos han llegado los
másicos. ¿Encubados, preguntas, bajo qué
cónsul? No había ninguno.” (Epigramas, XIII, 111)
El vino de Falerno era fuerte y seco, de color oscuro, de
sabor áspero, por lo que debía mezclarse con miel, convirtiéndose en vino
mulso.
“no bebas más que mieles de
Himeto diluidas en Falerno” (Horacio, Sátiras, II, 2)
Por
contraposición, y también de la región del Lacio, el vino nomentano, de
Nomento, era de pésima calidad. También, el vino procedente de Signia, que
producía un vino medicinal de propiedades astringentes:
“¿Beberás vinos
signinos que detienen el vientre suelto? Para que no lo detengan demasiado, que
sea parca tu sed”.
El vino del campo Vaticano se consideraba un vino flojo y de baja calidad, en cambio el
mamertino de Mesina era dulce y ligero.
¿Cómo te gusta, Tuca, echar al falerno añejo mostos
conservados en vasijas vaticanas? ¿Qué bien tan grande te han hecho esos vinos
pésimos? ¿O qué daño te han causado unos vinos inmejorables? Para mí está
claro: es un crimen degollar al falerno y dar crueles tósigos al vino puro de
Campania. Quizás tus convidados hayan merecido su perdición, pero una ánfora de
tanto precio no ha merecido la muerte.
Algunos vinos hispanos eran apreciados, como los de la
provincia Tarraconensis, aunque se consideraban inferiores a los de Campania.
“Tarragona, que sólo se rendirá ante el Lieo
campano, ha producido estos vinos similares a los de
las tinajas etruscas.” (Marcial, Epigramas, XIII, 117)
Ovidio sin
embargo, despreciaba los vinos hispanos, calificándolos de baja calidad sólo
aptos para emborrachar a los custodios de las amantes:
"Si quieres acceder a tu amada/ emborracha a su vigilante/
aunque sea con vino hispano... " (Ovidio, Arte de Amar, 645)
Sin embargo
el vino de la región layetana, en la zona costera de Gerona, destacaba por su
abundancia, pero estaba poco considerado por su falta de grados, al igual que
el peligno y el etrusco.
"Mársicos turbios envían los colonos pelignos: no te los bebas tú, sino tu liberto." (Marcial, Epigramas, XIII, 121)
Los
marselleses tenían la mala fama de adulterar el vino ahumándolo.
"Todo lo que recogen las inmorales humaredas de Marsella,
cualquier tonel que toma solera por el fuego, de ti, Muna, nos llega. Tú envías
a tus pobres amigos a través de los mares, a través de largos caminos, tósigos
terribles; y no a un precio asequible, sino al que se daría por contenta una
tinaja de falerno o de Setia, querida por sus bodegas. Para no venir a Roma en
tanto tiempo tienes, pienso, este motivo: para no beber tus propios vinos."
(Marcial, Epigramas, X, 36)
Las mujeres
solo podían beber los vinos secundaria o
del segundo prensado; es decir, vinos no
fermentados, como el llamado lora, un
vino puro, de inferior calidad que se destinaba al consumo de los trabajadores
del fundus (finca rústica). Para su
elaboración se le añadía al orujo extraído en un día de pisa la décima parte
del mosto recogido en ese mismo plazo de tiempo así como la misma cantidad de
agua dulce. A ello se le añadía la espuma del defrutum y la sapa así como los asientos de la tinaja,
dejándolo todo reposar durante una noche. Al día siguiente se pisaba y
prensaba, echando este jugo en ánforas una vez hubiese fermentado.
Catón escribió sobre las raciones de vino que había que dar
a los esclavos. Los que estaban encadenados, es decir, los que tenían que
realizar las labores más penosas, recibían al año unos 262 litros. El resto,
durante los tres meses posteriores a la vendimia, cuando los trabajos del campo
se ralentizaban, bebían fundamentalmente lora, aumentando su ración de de forma
paulatina, conforme los trabajos se hacían más duros, hasta completar un total
de 179 litros. El vino por su aporte calórico era una bebida necesaria para los
trabajadores que tenían que realizar labores de fuerza.
Los vinos frutales se obtenían con alcohol de las frutas
cuyo jugo era posible fermentar y se preparaban en las regiones donde el
cultivo de la vid era difícil, destacando por su poder astringente. Eran
apropiados para su consumo en el campo y tenían aplicaciones medicinales.
Los vinos del Mediterráneo eran fuertes y se tomaban
diluidos y, a menudo, condimentados con hierbas, frutas y especias y miel que le proporcionaban un sabor especial.
Los vinos artificiales o vina
ficticia se obtenían por maceración de un producto, generalmente, en el
mosto. Eran productos reconfortantes para el estómago y a la vez astringentes.
Sus virtudes terapéuticas aliviaban las afecciones digestivas. El vino conditum, o especiado, tenía un gusto
dulce y resinoso e incluía en su composición resinas, pimienta, azafrán, mirto
u otras especias, además de miel. Se
tomaban como aperitivo, por ejemplo el
rosatum, con miel y pétalos de rosa. Se les suponía un efecto reconfortante,
y según Apicio se llevaban en los viajes por su buena conservación.
Vinos aromáticos como el vino mulsum de miel se bebía fresco o fermentado, generalmente durante
la comida y sobre todo con los entremeses durante la gustatio.
“Enturbiáis, mieles áticas, el nectarino falerno. Este vino conviene
que sea mezclado por Ganímedes.” (Marcial, Epigramas, XIII, 108)
Un buen vino
solo podía ser mezclado con la mejor miel por un copero digno de servir al
propio Zeus, como Ganímedes.
Versiones diferentes
del vino mulsum eran el vino dulce
obtenido con variedades de uva, que podían secarse al sol para luego
exprimirlas y elaborar vino de pasas, passum,
más fácil y barato de conseguir, y
parecido al actual moscatel. Fue empleado en la cocina como sustituto de la miel.
Marcial menciona el proveniente de Cnosos, en Creta, el cual, junto con el de
Egipto, fue uno de los más apreciados por los romanos.
“La vendimia gnosia de la Creta minoica ha producido para
ti esto que suele ser el vino mulso del pobre.” (Marcial, Epigramas, XIII,
106)
Añadir perfumes a los vinos servía para corregir los vinos o
envejecerlos, pero con el tiempo llegó a ser símbolo de refinamiento y
evolución del gusto. Los vendedores de vino solían introducir sustancias
aromáticas como anís, apio, almendras amargas o aceite de mirto.
En los vinos añejos los romanos veían una garantía de
antigüedad y calidad, siendo por tanto muy apreciado, pero disminuían el sabor
amargo mezclándolos con agua.
“El mosto que se guarda en tinaja para hacer vino no ha
de sacarse mientras hierve, ni tampoco cuando el proceso sigue hasta que el
vino se ha hecho. Si lo quieres beber añejo, como no se hace antes de que haya
pasado un año, se saca de un año. Pero si es de esa clase de uva que se agria
pronto, conviene que se consuma o venda antes de la vendimia. Hay clases de
vino, entre ellos el de Falerno, tales que cuantos más años se tuvieren
guardados, tanto más beneficio producen cuando se sacan.” (Varrón, De re rustica, I, I,
65)
Paladio
aporta una explicación de cómo preparar los vinos cocidos utilizados también
por sus cualidades terapéuticas:
“Se preparará ahora el defrutum, caroenum y sapa. Dado que todos se hacen de
mosto, el método será el que hará variar sus propiedades y su
denominación. En efecto, el defrutum se obtiene después de despumarlo mucho, en
cuanto espesa; el caroenum cuando se
haya evaporado un tercio y queden los otros dos; el sapa cuando queda reducido a un tercio. No obstante, éste mejora cociendo a la vez membrillos
y poniendo a arder leña de higuera. (Paladio, De Agricultura, 12)
La cocción
del mosto hacía mejorar los vinos que eran difíciles de conservar y les quitaba
aspereza. El defrutum y la sapa mejoraban y daban color al vino.
Las Vinalia eran las fiestas romanas que se celebraban en torno al vino en honor de Júpiter y Venus, para pedir protección sobre las huertas, viñas y vendimia. La Vinalia priora o urbana se celebraba el 23 de Abril, para bendecir y degustar el vino del año anterior y pedir buen tiempo hasta la siguiente cosecha. La fecha de la Vinalia rustica era el 19 de Agosto, cuando se pedía al dios Júpiter protección contra las tormentas de verano que podían dañar las uvas antes de la vendimia.
El vino en el convivium, en la poesía, en el amor,... merece otro capítulo aparte.
Ver entrada Vinum amoris sobre el placer del vino en la antigua Roma
Ver entrada Vinalia sobre las fiestas del vino en la antigua Roma
Ver entrada Negotium vinarium sobre el negocio del vino en la antigua Roma
El vino en el convivium, en la poesía, en el amor,... merece otro capítulo aparte.
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Bibliografía:
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El vino como alimento y medicina en la sociedad romana, Carolina Real Torres
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=58880,
Vino y amor en la literatura latina, Mª Luisa L. Harto Trujillo
www.elcantodelamusa.com/docs/2012/agosto/doc2_elvino.pdf,
El vino: un legado romano, Pedro S. Hernández Santos
www.academia.edu/.../Eros_y_Dioniso_sexo_y_vino_en_la_elegía_latin...,
Eros y Dioniso: sexo y vino en la elegía latina, Carlos Cabanillas
dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2295613.pdf,
La impronta simbólica de Liber Pater en los rituales y el consumo de vino en
Hispania romana. El caso de Segobriga, Mª del Carmen Santapau Pastor
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Embriaguez Y Moderación En El Consumo De Vino En La Antiguedad, Carmen Amat
Flórez
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El consumo del vino en el mundo, Gema Vallejo Pérez
http://www.researchgate.net/publication/263327959El_vino_griego_en_las_fuentes_literarias_latinas,
María José García Soler
http://revistas.um.es/rmu/article/view/68011,
Ánforas vinarias en la necrópolis de incineración de Águilas. El uso del vino
en los rituales funerarios romanos, Juan de Dios Hernández García
Actas de la Cultura del Vino. El vino en la antigüedad romana y su introducción en el Noroeste peninsular. Ana Mª Suárez Piñeiro. Google Libros.