domingo, 31 de mayo de 2015

Unguenta, perfumes para oler bien entre los antiguos romanos


Balsamarios de vidrio, Museo Arqueológico de Barcelona, foto Samuel López

Los ungüentos y aceites perfumados se utilizaron originalmente en la Antigüedad para conservar la salud y la elasticidad de la piel, pero posteriormente se emplearon como artículos de lujo para proporcionar al cuerpo la mejor de las fragancias, no solo después del baño, sino en cualquier ocasión, pues oler bien era supuestamente signo de buena salud.

“Ella entonces se despoja de todas sus vestiduras e incluso del sostén que sujetaba su hermoso busto femenino; y, de pie junto al foco de luz, saca de un frasco metálico un aceite perfumado con el que se frota bien.” (Apuleyo, Metamorfosis, X, 21, 1)

Un olor corporal desagradable se consideraba  rústico y poco sofisticado. La limpieza y el uso de productos de belleza como aceites aromatizados y polvos desodorantes eran elementos que formaban parte de una cultura, la romana, en la que la visita diaria a los baños era casi una obligación.

“Rociarse con perfume de nardo aleja el olor del sudor”. (Dioscórides 1.6)

El perfume se ha utilizado desde la antigüedad y es conocido que en la antigua Mesopotamia y en Egipto se elaboraban perfumes que se utilizaban como ofrendas a los dioses, para embalsamar a los difuntos y para disfrute de los sentidos  en celebraciones.

“En Siria, en los symposia reales, cuando se distribuyen coronas entre los comensales, ciertos asistentes entran con pequeños sacos de perfumes babilonios de los cuales, a medida que circulan, salpican con perfume, desde una distancia,  las coronas de los invitados reclinados pero no derraman otra cosa sobre ellos.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, VII)


Pintura de Alfonso Savini

Los romanos quemaban incienso y perfumes en sus ritos domésticos durante las celebraciones privadas como bodas y funerales, pero también para solicitar favores o dar las gracias a los dioses.

“Madre cruel de los amores dulces:
Evita mi suplicio
Diez lustros ya me tienen
Duro para atender tiernos caprichos.
Déjame en paz, y acude
Donde la juventud sueña contigo.
…………………………………………………
Allí nubes de incienso
Aspirarás, y halagarán tu oído
Sones de lira y flautas Berecintias
Y alegres caramillos”. (Horacio, Odas, IV, 1)

Productos como el incienso, la mirra y otras especias provenían de tierras lejanas y eran transportadas por caravanas comerciales que atravesaban las tierras de los árabes y que los fenicios y luego los griegos se encargaban de distribuir por el Mediterráneo. Durante la dinastía de los Ptolomeos,  Egipto dominó Palestina y Fenicia, lo que les proporcionó el libre acceso a las rutas comerciales árabes. Los romanos accedieron a los perfumes por el contacto con los territorios conquistados y la influencia de sus costumbres. En un principio el carácter austero del pueblo romano pareció rechazar el uso de los perfumes por ser un lujo innecesario y creer que era muestra de debilidad. A pesar de ciertas prohibiciones para que no fuesen usados, nada se pudo hacer para evitar que tanto hombres como mujeres usaran e incluso abusaran de ellos tanto en su vida privada como pública. 

“Cuando El rey Antioco fue vencido y el Asia Menor fue conquistada, se publicó un edicto durante  el mandato de los censores P. Licinio Craso y L. Julio César prohibiendo la venta de ungüentos exóticos. Pero, por Hércules, actualmente, hay quien incluso lo pone en sus bebidas…Hay un hecho conocido sobre  L. Plotio, el hermano de l. Planco, que fue dos veces cónsul y censor, que tras ser proscrito por los triunviros, fue delatado en su escondite en Salerno por el olor de sus perfumes.” (Plinio, Historia natural,  XIII, 5)

En la época imperial el uso del perfume se extendió por las distintas clases sociales, aunque las más bajas lo consideraban signo de superioridad y los más conservadores pensaban que era muestra de lujo excesivo o inmoralidad.

“Porque, siempre negro de canela y de cinamomo y del nido del ave maravillosa, hueles a los botes de plomo de Niceros, te ríes de mí, Coracino, porque no huelo a nada. Yo prefiero no oler a nada que oler bien.” (Marcial, Epigramas, VI, 55)

Los ciudadanos del imperio lo perfumaban casi todo.Para ocultar los olores desagradables de los hogares llegaban a aromatizar el aceite que se utilizaba para encender las lámparas y las ropas que conservaban los olores que provenían de los tintes. Los perfumes se rociaban en espectáculos públicos donde su uso podía enmascarar el olor de las masas de gente; en desfiles y en funerales.
En los banquetes se impuso la utilización de perfumes y coronas de flores sobre la cabeza durante la comissatio o momento para beber y disfrutar de los entretenimientos para ocultar el olor procedente de los aromas culinarios y de la sudoración provocada por la proximidad de los cuerpos en los lechos. En los triclinia se quemaban perfumes en trípodes durante las cenas y se repartían frascos de perfume entre los comensales. 

Trípode para quemar perfumes, Museo Arqueológico de Barcelona, 
foto Samuel López

Suetonio escribe de Nerón al hablar de la Domus Aurea: 

“El techo de los comedores estaba formado de tablillas de marfil movibles, por algunas aberturas de las cuales brotaban flores y perfumes.” (Nerón, XXXI)

El perfume se consideraba por parte de los romanos como un símbolo de auto-complacencia que las mujeres y los afeminados usaban en exceso.

“Ya que, por donde quiera que vas, pensamos que es Cosmo el que pasa y que fluye el cinamomo derramándose por haberse roto el frasco, no quiero que te deleites, Gelia, con esas fruslerías exóticas. Tú sabes, supongo, que, de esa guisa, puede oler bien mi perro.”  (Marcial, Epigramas, III, 55)

Los perfumes se llevaban en el pelo, pecho, y a veces en las piernas y los pies. En ocasiones utilizaban distintos aromas para diferentes partes del cuerpo y como critica Séneca, algunos renovaban el perfume varias veces al día.

“Actualmente no es suficiente usar ungüentos, a menos que se apliquen dos o tres veces al día, para evitar que se evaporen del cuerpo. Pero, ¿por qué debería un hombre presumir de este perfume como si fuera el suyo propio?” (Séneca, Epístolas, 86)




El nuevo perfume, John William Godward


Las mujeres solían recibir perfume como regalo y lo empleaban para aumentar su atractivo, y para seducir a sus amantes. No faltaban las críticas a una conducta en la que la mujer usaba su cuerpo para provocar y conquistar a los hombres desde la época de Plauto, incluyendo a los poetas del siglo I d. C. que preferían a sus amantes sin adorno y con su olor natural, y terminando en los filósofos y escritores del final del Imperio que arremetieron contra el uso de afeites por parte de hombres y mujeres cristianos.


FILEMATIO.— ¿No crees que me debo perfumar?
ESCAFA.— De ninguna manera.
FILEMATIO.— ¿Por qué?
ESCAFA.— Porque a fe mía que una mujer huele bien cuando no huele a nada; esas viejas que se untan de perfumes, todas recompuestas,  esos vejestorios sin dientes que pretenden tapar sus defectos a fuerza de afeites, cuando el sudor se combina con los perfumes, huelen exactamente igual que un batiburrillo de salsas de un cocinero; no puedes saber a lo que huelen, lo único de que te das cuenta es que huelen mal. (Plauto, Mostellaria)

Una mujer podía esperar que su amante le proporcionase un perfume a cambio de sus favores sexuales.

"La hermosa Filis se me entregó por toda la noche con generosidad perfecta a todas luces: Estaba pensando, llegada la mañana, qué obsequio podía ofrecerle; ¿sería una libra de perfumes de Cosmos o de Niceros, un buen surtido de lana bética o diez monedas con la señal de César? Pero se echó a mi cuello y dándome un beso tan largo como son los esponsales de las palomas, Filis empezó a rogarme que le diera un ánfora de vino." (Marcial, Epigramas XII, 65)

Se recomendaba que el hombre cuidase su limpieza corporal y en algunos casos se admitía que utilizase un aceite perfumado como el novio en su boda o los convidados en los banquetes. Pero muchos criticaban su uso como muestra de falta de virilidad y de vida poco activa.

¿No creéis que el perfume, que no es más que un aceite suavizado, puede  muy bien  afeminar los hábitos viriles?... El simple aceite sirve para engrasar la piel, relajar los nervios y eliminar del cuerpo el olor desagradable, si realmente necesitáramos para ello el aceite. Mas el uso de los perfumes es un cebo para la molicie, que nos arrastra de lejos hacia el deseo goloso. (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II)

Sin embargo ya en la época de la República parece que los hombres se rociaban de perfume para resultar más atractivos a las mujeres. En la obra Casina de Plauto (II, 3) el protagonista, ya mayor,  se jacta de utilizar los mejores perfumes para agradar a la joven de la que está enamorado pero es delatado por el olor ante su mujer, que lo interroga por ello.

LISÍDAMO: “Desde que estoy enamorado de Cásina, me encuentro más flamante, me dejo atrás en elegancia a la elegancia en persona: pongo en movimiento a todos los perfumistas, me doy con las lociones más finas que encuentro, todo para agradarla a ella, y tengo la impresión que de hecho le agrado.
(Tras encontrarse con su esposa Cleóstrata, le dice:)
Échame una miradita, encanto. 
CL. — ¿Encanto? Estamos a la recíproca. Dime, ¿de dónde salen esos olores a perfume?
LI. — ¡Oh, muerto soy! Me ha cogido in fraganti —hale, deprisa, a limpiarme la cabeza con la capa—. Que el buen Mercurio te confunda, perfumista, por haberme endosado tales zarandajas. 
(Hace ademán de irse.)
CL. — ¡Eh, tú, pelanas, moscón canoso, apenas me puedo contener de decirte todo lo que te mereces, ir por las calles a tu edad apestando a perfume, viejo calavera!
LI. — Te juro que es que he estado con un amigo que estaba comprándolos.
CL. — ¡Mira, qué ligero para inventar mentiras! ¿No te da vergüenza?

Algunos perfumes y aromas se consideraban más apropiados para las mujeres, pero otros podían recomendarse para uso de los hombres.

“Me gustan los bálsamos: éstos son los perfumes de los hombres. Oled a los aromas de Cosmo vosotras, matronas.” (Marcial, Epigramas, XIV, 59)

Mujer con unguentarium, Villa Farnesina, Museo Nacional Romano

 La elaboración artesanal consistía en macerar flores, hierbas o especias, machacadas en un mortero,  en aceite,  sobre todo el que se obtenía de las olivas verdes durante la primera prensada, el denominado omphacium, que se empleaba como vehículo fijador o disolvente de las esencias aromáticas, y a la mezcla se añadía un estabilizante hecho de alguna resina, especialmente de coníferas o de alguna especie más exótica como la mirra. Otros aditivos eran el vino perfumado, agua o miel.

 “Los componentes básicos para la elaboración de un perfume son dos: el líquido (sucus) y la parte sólida (corpus): al primero pertenecen diferentes tipos de aceite,(stymmata) y  al segundo, las  esencias (hedysmata). Entre estos dos componentes existe un tercero, despreciado por muchos, que es el colorante. Para dar color se emplean el cinabrio y la ancusa. La sal añadida mantiene las propiedades del aceite. Pero cuando se añade ancusa, no se añade sal. La resina o las gomorresinas se añaden para mantener el aroma en el cuerpo; pues éste se evapora rápidamente y desaparece, si no están presentes estos conservantes.” (Plinio, Historia Natural XIII, 2, 7)

Los perfumes más  líquidos elaborados con  aceite de oliva, almendra o sésamo, entre otros, se utilizaban  para dar masajes corporales y perfumar el cabello o las ropas mediante espátulas. Los más espesos, llamados ungüentos, servían  para untar y perfumar el cuerpo. Una tercera forma de realizarlos era con polvos (diapasmata), que  se aplicaban en el cuerpo y en el rostro con plumas de cisne.
Se proporcionaban  a los perfumes colores diferentes a partir de productos naturales como el cinabrio, la ancusa o la henna. Debían emplearse con precaución para no manchar la piel o la ropa.

“La mirra por sí sola hace un perfume sin necesidad de aceite, es aceite de mirra; además es demasiada amarga. El ciprinum es de color verde, el susinum es grasiento, el mendesium de color negro, el rhodinum blanco y la mirra amarillenta.”  (Plinio, Historia Natural 13, 2, 17)

De entre todas las esencias la que se añadía la última era la que permanecía de forma más potente y proporcionaba el aroma por el que se conocería.

El Mendesium era uno de los perfumes egipcios más famosos y se elaboraba en la ciudad de Mendes, en el delta del Nilo, desde donde luego se exportaba a Roma. Consistía en aceite de moringa, mirra y resina. Dioscórides le añadía casia. Era sumamente importante el orden en el que se agregaban los ingredientes al aceite ya que el último le impartía el aroma más dominante. Teofrasto menciona como ejemplo que se agregaba una libra de mirra a media pinta de aceite y en una etapa posterior se añadía un tercio de onza de canela, dominaba el aroma de canela. El secreto de los fabricantes de ungüentos egipcios era, obviamente, el momento en el cual añadir los distintos ingredientes y a qué temperatura hacerlo. El perfume de Mendes era conocido como “El Egipcio” por excelencia.

Amorini haciendo perfume, Casa de los Vetti

 
La producción de perfumes en Roma no era un monopolio estatal, aunque en el siglo III  d. C. se aplicó una tasa comercial. Los perfumistas eran artesanos que transmitían los secretos de la creación aromática y su comercialización a sus descendientes.  Cuando los clientes llegaban a sus establecimientos les ponían un poco del perfume en sus muñecas para que olieran su fragancia.

Unguentarios, Museo de Pérgamo, Berlín

El thurarius era el comerciante que vendía sustancias para quemar, especialmente incienso para los sacrificios. El unguentarius fabricaba y vendía ungüentos de grasa vegetal y animal aromatizados con esencias, además de cosméticos y medicinas. El seplasarius vendía medicamentos. Los fabricantes y vendedores de perfumes solían concentrarse juntos en una calle o zona de la ciudad. Los negocios solían llevarlos esclavos o libertos a los que sus patronos, procedentes de familias nobles, solían proporcionar una inversión con capital a cambio de un beneficio. Los perfumistas podían llegar a ser muy conocidos por sus productos, como el Cosmos o Niceros, citados por Marcial y otros autores latinos, aunque no poseían gran consideración social.

"Empapa tu cabeza con esencia de Cosmo, la almohada tomará el olor. Cuando tu cabellera ha perdido el perfume, las plumas lo conservan."(Martial, Epigramas, XIV,146)

Exposición Vidrios Romanos, 2012
Foro de Roma, foto Samuel López
Los perfumes tenían en su origen un altísimo coste debido a varias razones, entre ellas la dificultad de su obtención y su traslado hasta las rutas comerciales, los ataques a las caravanas, los naufragios de los barcos  por las tormentas y los ataques de piratas y el encarecimiento de los recipientes que contenían los perfumes.
El conocimiento de las épocas precisas de los monzones en el Océano Indico en el siglo I a.C. gracias al navegante griego Ippalo implicó la mejora del transporte marítimo. Los persas también incrementaron el comercio de productos de lujo procedentes de Oriente por la Ruta de la Seda, y la posterior invención del vidrio soplado abarató el coste de los envases para conservar los perfumes, por lo que el precio final de los perfumes acabó por reducirse.
Jarra de vidrio, Museo Romano de Mérida, 
foto Samuel López

El alto coste de algunos perfumes impedía a algunos anfitriones ofrecer los más codiciados ungüentos que los comensales solían ponerse en el cabello durante las celebraciones conviviales. Horacio llega a pedir a su invitado Virgilio que sea él mismo quien traiga a la cena  el preciado ungüento ante la imposibilidad de proporcionarlo él  debido a su modesta economía.

“El tiempo trae la sed. 
Mas si calmarla
Te apetece, Virgilio,
Con los zumos en Cales cosechados,
¡oh cliente de jóvenes dignísimos!,
Por nardos del Oriente
Has de cambiar mi vino.
Vea yo de su esencia
Un solo botecillo,
Y un barril tú verás – que duerme ahora
En las frescas bodegas de Sulpicio-;
De los que hacen hervir las esperanzas
Y dar tristes cuidados al olvido.
Si estos goces anhelas,
Rápido ven, y el nardo trae contigo;
No pudo yo bañarte, sin condición, en generoso lïquido,
Como si dueño fuera de un palacio
En opulencia rico.” (Horacio, Odas, IV, 12)

El nardinum compuesto de nardo, amomo, mirra, el aceite de olivas sin madurar, aceite de balano, cálamo, costo y bálsamo se traía a Roma y demás parte del Imperio de bolas sólidas de distintos tamaños. Según los evangelios, se usó para lavar los pies de Cristo. En Roma se empleó para ungir el cabello.  A principios del siglo I a.C. el precio de este ungüento era 300 denarios el litro, pero varias décadas después su precio había bajado hasta 100 denarios  por la misma cantidad, gracias al abaratamiento del transporte y de los ungüentarios.

¿Por qué no bebemos, mientras podamos, bajo el pino o el alto plátano, perfumando nuestros canosos cabellos con perfume de rosa y ungiendo (nuestros cuerpos) con perfume de nardo de Siria? (Horacio, Odas, II, 11)

De todas formas algunos perfumes seguían teniendo un gasto tan elevado que se producían falsificaciones utilizando aceites de peor calidad y sustituyendo algunos ingredientes por otros más baratos, cuyo aroma desaparecía más rápidamente. Ciertos aceites de la Campania eran codiciados por sus cualidades como excipientes en la elaboración de los perfumes, por lo que también obtenían buen rendimiento los que dedicaban sus cosechas de aceite, como el del Velafro,  y sus cultivos de rosas en la Campania a la producción local de perfumes y ungüentos. Marcial menciona en uno de sus epigramas cómo se puede reconocer el característico aroma del aceite Venafro en un perfume:

“Esto te lo sudará la baya del campano Venafro: cada vez que te das ungüento también a esto huele”. (Marcial, Epigramas, XIII, 101)

Jarra para aceite, Exposición de vidrio romano, 2012, 
Foro de Roma, foto Samuel López

Los perfumistas podían sacar gran beneficio por utilizar un aceite de menor calidad y más barato que el indicado en  las mezclas de sus mejores perfumes.  Para sacar al mercado perfumes más baratos que cubrieran las necesidades de los menos favorecidos económicamente, como las prostitutas,  se utilizaban aceites  como el de ricino o sésamo.
También obtenían buen rendimiento los que dedicaban sus cosechas de aceites y rosas en la Campania a la producción local de perfumes y ungüentos.
Clemente de Alejandría cita ciertas esencias utilizadas por las mujeres de su tiempo y critica su avidez por hacerse con todas las fragancias posibles para elaborar los distintos tipos de perfumes.

“Usan también la esencia de lirio y de ciprés; el nardo goza de renombrada fama entre ellos, como también el ungüento de rosas y otros, que aún emplean las mujeres: perfumes secos y líquidos, en polvo y para quemar. Porque cada día se inventan, para colmar sus deseos insaciables, perfumes inagotables, razón por la cual hacen gala de una total falta de gusto.” (Clemente, El Pedagogo, II)

Pintura de Alma Tadema, Museo de Bellas Artes, Boston

Las esencias más utilizadas eran flores como la rosa, el nardo, o el lirio, hierbas como el romero, tomillo, o lavanda, especias como el azafrán, canela, o cardamomo,  resinas como el incienso, la mirra, o  la de ciprés y frutos como el membrillo.

Receta de Dioscórides para elaborar aceite de membrillo:

“El aceite de membrillo se prepara de esta forma: mezcla seis sextarios de aceite con diez sextarios de agua, añade tres onzas de romaza triturada y una onza de esquemanto, déjalo durante un día y cuécelo. Luego, tras colar el aceite, échalo en una vasija de boca ancha, coloca encima zarzos de caña o una esterilla antigua y sobre ellos los membrillos. Envuélvelo todo con paños y déjalo reposar suficientes días, hasta que el aceite atraiga la virtud de los frutos."

Membrillos y rosas, Pintura de casa de Livia, Museo Nacional Romano, foto Samuel López

Muchos ingredientes de los perfumes apreciados en Roma tenían que ser importados de lugares exóticos, aunque algunos empezaron a cultivarse en Italia con el tiempo, pero otros podían encontrarse en los jardines domésticos, y además eran renombrados por su buena calidad, como parecen demostrar los restos hallados en algunas casas de Pompeya.

“Que Tmolo (Lidia, Asia Menor) y Córico (Cilicia, Asia Menor) deben su celebridad a la flor del azafrán, como Judea y Arabia a sus preciados perfumes, pero tampoco se ve privada de tales plantas nuestra ciudadanía, pues en varios sitios de la Urbe podemos ver ya el follaje de la canela, tan prontamente desarrollado, y huertos en los que florecen el árbol de la mirra y el azafrán.” (Columela, De agricultura, III, 8)

En los huertos y jardines de las casas romanas se cultivaban hierbas y plantas con fines medicinales y culinarios, además de proveer en casos de los más extensos a los fabricantes de perfumes y ungüentos con los ingredientes necesarios.

“En medio hay un patio rico en fragante turba que difunde su perfume, allí crece el nardo y la madura casia, la flor de la canela y ramilletes de húmeda melisa, mientras el bálsamo se arrastra lentamente en un rezumante fluido.”  (Claudiano, Epithalamion)

Estanque de lirios, Pintura de John William Godward

Algunas ciudades o regiones tenían fama por las flores o productos que se cultivaban para elaborar los más renombrados ungüentos, como el rhodinum, perfume de rosas, que podían proceder de la Campania, donde las rosas de Paestum eran muy famosas por su fragancia. Esta fértil zona parece haber albergado algunas instalaciones especializadas en la elaboración de perfumes y ungüentos. Según cita Plinio:

 “Egipto es uno de los países mejor adaptados para la producción de ungüentos pero Campania le sigue de cerca.” (Historia Natural, XIII, 26)

Capua, donde existía una calle entera llamada Seplasia, destinada a la venta de perfumes y Alejandría eran ciudades clave y rivales en la producción de perfumes.

 "Su pelo era tan basto que en Capua, en la que él, a causa de comprometerse con tener una imagen de sí mismo, estaba ejerciendo la autoridad de decenviro, parecía como si requisiera la Seplasia entera.” (Cicerón, descripción de Pisón, En defensa de Publio Sestio)

Alejandría era el centro de producción del olibanum (hecho con incienso), un producto lo suficientemente valioso como para que los trabajadores que lo elaboraban eran vigilados para evitar que se lo llevaran al salir de su lugar de trabajo.

“En Alejandría donde se trabaja con el olíbano para su venta, ninguna vigilancia sobra para proteger las factorías (officinae). Se pone un sello en los delantales de los trabajadores y tienen que llevar  una mascarilla y una redecilla en la cabeza, y antes de que puedan dejar su lugar de trabajo, tienen que quitarse todas sus ropas.” (Plinio, Historia Natural)

Los romanos atribuyeron el nombre de Arabia felix a la zona sur de la península arábiga, donde se encuentra actualmente Yemen, porque creían que todos los productos exóticos y de lujo que llegaban desde ese lugar eran producidos allí, sin conocer su verdadera procedencia, que podía ser la India o China. El historiador griego Herodoto en el siglo V a. C. afirmaba que la Arabia feliz era la única región productora de incienso, mirra, casia y canela.

“Las que están satisfechas con sus rizos oscuros gastan la fortuna de sus maridos en ungir su pelo con casi todos los perfumes de Arabia.”  (Luciano, Amores)



Algunas otras regiones eran famosas por proveer a diversos países con sus productos cosméticos, como la zona de Oriente Próximo. El renombrado opobalsamum o bálsamo de Judea, citado por Plinio como uno de los mejores ungüentos, se caracterizaba por su alto coste, ya que había pocos lugares en los que podía cultivarse la planta de la que se extraía, ahora extinta, además se podía conseguir poca cantidad y el gasto de transporte lo encarecía aún más.  Las autoridades romanas vendían el bálsamo a 300 denarios el sextario, pero una vez que se había convertido en el preciado ungüento su precio alcanzaba los 1000 denarios.
Los bosques que proporcionaban tan apreciada esencia eran muy cuidados en el provincia de Judea. En los enfrentamientos contra los romanos algunos bosques fueron arrasados para que no cayeran en poder del Imperio, pero posteriormente  Roma se hizo con el control total de la producción a la que sacó gran beneficio. El comercio de este bálsamo se mantuvo por lo menos hasta el siglo VI d. C.

«En medio de Judea se encuentra la ciudad de Jerusalén, que es como el ombligo de toda la región. Es una tierra próspera en los más variados bienes, fértil por sus frutos, famosa por sus aguas, abundante en perfumes» (San Isidoro, Etimologías, XIV, 3, 21)

Las especias procedentes de lugares lejanos y exóticos podían comprarse en el mercado de especias de Vespasiano en Roma.
Los perfumes podían denominarse según la esencia que era su principal componente, la región o país del que provenían, o con el nombre de su creador.

"Otros, en cambio, detentan el nombre del inventor, como el amaracino. Cuentan que un cierto principito llamado Amaraco, mientras transportaba una serie de muy diferentes ungüentos, resbaló, y en su caída, al mezclarse los ungüentos, resultó un perfume mucho más oloroso. De ahí que hoy día a los mejores perfumes se les denomine «amaracinos»." (San Isidoro, Etimologías, IV)

Jarrita para aceite, Museo Arqueológico de Nápoles, foto Samuel López
 
Plauto enumera unos cuantos aromas de los perfumes de su tiempo en su obra Epidicus, cuando uno de sus personajes alaba el vino y lo compara con ellos:

“Te saludo, (al vino) alma mía, alegría del querido Baco; cuán enamorada estoy de tu antigüedad. Porque en comparación con el tuyo el aroma de todos los ungüentos son mera tontería; tú eres mi mirra (stacta), mi canela (cinnamum), mi rosa, mi azafrán (crocinum), y mi casia, tú eres mi telinum”.

En la obra de Plinio se encuentran ejemplos de perfumes que estaban de actualidad en diversos momentos:  

“El Telinum se hace con aceite de oliva, miel, mejorana... Este último fue el perfume más de moda en los tiempos del poeta cómico Menandro." (Plinio, Historia Natural)

El Megalium, creación del perfumista romano Megallus, se componía de bálsamo, junco, cálamo, aceite de bálano, casia y resina.

"Un tiempo después el conocido como “Megaleion” tomó su puesto, llamado así por ser de los mejores; se componía de aceite de balano, bálsamo, cálamo, junco, casia y resina. Una peculiar característica de este ungüento es que requiere que se remueva constantemente mientras hierve, hasta que ha perdido todo el olor; cuando se enfría, recobra su fragancia”. (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 2).

Ampulla olearia, Museo de la Ciudad, Barcelona, 
foto Samuel López

 Otros perfumes que gozaron de cierta fama fueron el crocimus, compuesto de azafrán. Se empleaba para perfumar ambientes en celebraciones y se consideraba un lujo por su alto precio.  Rociado con agua era el ambientador de los espectáculos públicos en la antigüedad.

“Luego, una vez que hayas adorado con incienso las aras coronadas, y haya brillado una llama propicia en toda la casa, que se prepare la mesa y que transcurra la noche entre copas, y que refresque el olfato perfume de azafrán en un vaso de rubio ónix.” (Propercio, Elegías, III, 10)

El de canela lo describe Plinio como el más espeso y uno de los más caros. El de rosas, también en su opinión, era el más universal por ser el más simple y cultivarse la flor en casi todas partes. Se apreciaba en los banquetes.

“Mecenas, hace tiempo que guardo para tus cabellos perfume de rosa, hecho con aceite de bálano y esencia de rosas.” (Horacio, Odas III, 29, 3-5)

Clemente de Alejandría enumera los perfumes más usados en su época y cita las  propiedades que tenían y el uso que se podía dar a tales productos,  diferenciando entre perfumarse y untarse con perfumes, y, exigiendo  moderación en su uso, para evitar la lascivia y el afeminamiento de los hábitos viriles. Clemente recomienda restringir su uso a fines realmente necesarios, como los medicinales, entre los que cita su empleo  en masajes  o para alivio de  catarros y náuseas y proporciona una interesante información acerca de dichos usos terapéuticos.

“El placer derivado de las flores, y el beneficio derivado de los ungüentos y perfumes no debe pasarse por alto. Y de algún modo, qué placer hay, entonces, en las flores para aquellos que no las usan? Demos a conocer, pues, qué ungüentos se preparan con ellas y son más útiles. El Susinum se hace con varias clases de lirios, y es cálido, laxante, hidratante, sutil, antibilioso, emoliente. El Narcisinium se hace de narciso, y es tan beneficioso como el Susinum. El Mirsinium, de mirto y sus frutos, es astringente y detiene las efusiones del cuerpo y el de rosas es refrigerante”. (El Pedagogo, VIII)

Muchos otros autores grecorromanos  mencionan los efectos medicinales y terapéuticos de los ungüentos que aliviaban algunas enfermedades e indisposiciones, además de reducir los efectos del alcohol.

“El malabatron es más diurético y mejor para el estómago. Machacado y cocido en vino se frota en los ojos para aliviar la inflamación. Refresca el aliento si se pone debajo de la lengua  y entre las ropas les da olor y mantiene alejadas a las polillas. (Dioscórides, De Materia Medica)

Los perfumistas almacenaban sus productos en frascos de plomo o de otros materiales como el alabastro y el ónice, e incluso arcilla para evitar que se evaporaran los aromas y los guardaban en los altillos de sus tiendas, a la sombra, para que el sol y el calor no los dañara.

“Esta piedra se llama alabastro, y se trabaja para hacer recipientes para ungüentos, porque tiene fama de evitar que se estropeen más que ningún otro material.” (Plinio, Historia natural, XXXVI, 12)

Alabastron, Museo de Pérgamo, Berlín, foto Samuel López

Pero con la invención del vidrio soplado en Siria en el siglo I. d. C., las ampullae (botellitas para aceites o perfumes) comenzaron a elaborarse con ese material, ya que eran envases que reunían cualidades para preservar el aroma de los perfumes durante años. Además de poder ofrecer una gran variación decorativa, la reducción del precio de estos recipientes favoreció la ampliación de su uso debido también al abaratamiento del precio final del perfume o ungüento. Otro material más barato era la arcilla. Actualmente se conservan muchos recipientes tanto de vidrio como de arcilla y otros materiales, hechos en distintos tamaños y formas, en los museos.

“Ya sabréis disculpar lo que voy a deciros: prefiero los objetos de vidrio, al menos no huelen. Y si no se rompiesen, hasta los preferiría al oro. Pero hoy los apreciamos poco.” (Petronio, Satiricón, L)

Ungüentarios, Museo Romano de Mérida, foto Samuel López

Los envases para perfumes mantuvieron en Roma los nombres que tenían en Grecia. Uno de los nombres más usados fue el de alabastron, cuya forma original procedía de Egipto, donde el material original era el alabastro, vidrio o fayenza principalmente.

Zenón fue el administrador de un dominio que el rey Ptolomeo II Filadelfo concedió a su tesorero Apolonio. Se conservan papiros que informan sobre trámites burocráticos que él llevaba. En una carta datada en el año 257 a.C. uno de los agentes de Zenón en Menfis le informa acerca de la recepción de un número de alabastra de plomo conteniendo ungüento mendesiano.

“He recibido de Zenón veintiocho alabastra de plomo conteniendo cada uno una cotila (cerca de cuarto litro) de ungüento aromático mendesiano, uno de dos cotilas y cinco de media cotila.”

Los alabastrones  Corintios y Áticos fueron muy populares entre los siglos VII y IV a. C. se caracterizaban por una delicada y compleja decoración los más lujosos  y para los más baratos un material corriente y una forma sencilla. Todos debían ser manejables y fáciles de usar, podían ser de un solo uso,  pero también podían reutilizarse. Algunos podían llevarse colgados con un cordel o cadena para ser transportados fácilmente.

Alabastron, Museos Vaticanos, 
foto de Samuel López
“Y observamos que desde el artesonado baja de repente un aro enorme, sin duda extraído de un gran tonel. De todo su alrededor colgaban coronas de oro y frascos de alabastro con perfume”.

Los típicos alabastrones eran recipientes más o menos cilíndricos con la parte inferior redondeada, y un cuello más estrecho con una boca que permitiera dispensar el líquido en pequeñas cantidades o incluso gota a gota.

Los anforiscos  (amphoriskoi) son ánforas en miniatura con dos asas, cuerpo ancho y un cuello más estrecho. Los aríbalos (aryballoi) tenían un cuerpo redondeado u ovalado, con cuello más y a veces con una base. La ampulla tenía un cuerpo  redondo y plano con un cuello estrecho y más largo. El tipo askos solía tener un cuerpo más abultado, y un asa para su transporte.

AskósExposición de vidrio romano, 2012, Foro de Roma, foto de Samuel López

Algunos de estos envases podían tener diseños en forma vegetal o animal, imitando frutas o pájaros u otras especies. Algunos ungüentarios se fabricaban en otros materiales y formas, como el cuerno de rinoceronte.

“Ese es el final de Tongilio, que lleva a los baños un enorme cuerno de rinoceronte” (Juvenal, Sátiras, VII)

Otros eran alargados en forma de huso. Para evitar la pérdida de producto se podía utilizar una pieza de cuero como tapón.
Los perfumes se utilizaban en los ritos funerarios como ofrendas a los dioses y se dejaban en las tumbas para acompañar a los difuntos en el más allá.

¡Oh dioses, haya para las ánimas de nuestros antepasados tierra liviana y sin peso, fragancias de azafrán y eterna primavera junto a su tumba…” (Juvenal, Sátiras, VII)

                   Ampulla oleariaExposición de vidrio romano, 2012, Foro de Roma, Foto Samuel López


Cuanto más elaborado era su diseño y más costoso el material, más evidencia había del poder económico del difunto y sus familiares.

“Y ahora, Estico, tráeme la mortaja en que quiero me lleven envuelto  a la tumba. Trae también el perfume y un poco de ungüento de aquella ánfora con el que mando que laven mis huesos.” (Petronio Satiricón, LXXVII)

Tácito relata que el cuerpo de Popea, esposa de Nerón, fue embalsamado con perfumes.  Egipcios, griegos y romanos, quemaban incienso en sus casas y en sus templos y lo empleaban en sus ceremonias funerarias, en la creencia de que el alma ascendía junto con el humo. Plinio  escribió que el emperador Nerón mandó quemar la cosecha de incienso de Arabia de todo un año durante los funerales de su esposa Popea en el año 65.

Los romanos disfrutaban de un buen masaje tras el baño en el que algunos expertos esclavos (unctores) untaban el cuerpo con aceites perfumados en unas salas acondicionadas para ello. Algunos ciudadanos romanos llevaban sus propios aceites en un balsamario o en una pequeña botellita (ampulla olearia) que a veces eran aplicados por sus propios esclavos.

“El calor nos hizo sudar y al cabo de un rato nos cambiamos al agua fría. Mientras tanto a Trimalción, perfumado de ungüentos, le secaban no con paños de lino corriente, sino con toallas de lana finísima.” (Petronio, Satiricón, XXVIII)

Aryballos, Museo Arqueológico de Nápoles, foto Samuel López

Con respecto al uso del perfume por parte de personajes señalados existen claros ejemplos: 
Vespasiano canceló la cita que tenía con un noble que venía a agradecerle haberle concedido una prefectura y que olía a perfume. Vespasiano torció el gesto y le dijo que prefería que hubiera apestado a ajo. (Suetonio, VIII,3)
Para rivalizar en quién hacía mayor ostentación sirve de muestra una anécdota contada por Plutarco.

"Se dice que Nerón usó un día uno de los mejores perfumes y roció con él un poco a Otón, por lo que al día siguiente éste que recibía a Nerón en su casa dispuso en todas partes que por tuberías de oro y plata arrojasen ungüento que se esparcía como el agua." (Plutarco, Galba, 19)

Plinio se asombra de ciertas rarezas que mostraban algunos personajes, de nuevo Nerón y Otón:


"Sabemos que incluso se rocían de perfume las mismas plantas de los pies; una sofisticación que enseñó Otón al emperador Nerón. ¿Cómo, me gustaría saber, puede ser perceptible, o, incluso, producir cualquier placer en esa parte del cuerpo? Sabemos de algunos que han ordenado esparcir ungüentos por las paredes de sus baños, y el emperador Calígula hizo lo mismo con su inodoro, aunque esto no se puede decir que sea privilegio de los príncipes, ya que también lo hizo un esclavo que perteneció a Nerón." (Plinio, Historia natural, XIII, 4) 


El emperador Heliogábalo gustaba de arrojar pétalos sobre sus convidados en los banquetes en tal cantidad que alguna vez provocó la asfixia de un comensal y también derrochaba en perfumes:

“Solamente nadaba en piscinas rociadas con nobles perfumes o con azafrán”. (Historia Augusta,  Heliogábalo, 19,5)

Las rosas de Heliogábalo, Alma-Tadema, colección particular

BIBLIOGRAFÍA:

Cosmetics & Perfumes in the Roman World, Susan Stewart
El Perfume en Roma, Victoria Bescós
Studies in ancient technology - R. J. Forbes - Google Libros
Relaciones de intercambio entre Egipto y el Mediterráneo Oriental (IV-I ... - Alicia Daneri de Rodrigo - Google Libros
Aroma: The Cultural History of Smell, Constance Classen, David Howes, Anthony Synnott
La Casa Romana, Pedro Ángel Fernández Vega