domingo, 28 de octubre de 2018

Phantasma, historias de fantasmas en Roma antigua



Ilustración de Jean-Claude Golvin

“Vivió Calígula veintinueve años y reinó tres años, diez meses y ocho días. Su cadáver fue llevado en secreto a los jardines Lamianos, lo quemaron en una pira improvisada, y lo enterraron luego cubriéndolo con un poco de césped. Más adelante sus hermanas, al volver del destierro, lo hicieron exhumar, lo incineraron y dieron sepultura a sus cenizas. Se asegura que hasta esta época aparecieron fantasmas a los guardias de aquellos jardines, y por la noche, en la casa donde le asesinaron resonaban espantosos ruidos.” (Suetonio, Calígula, LIX)

El temor a los muertos, a su presencia entre los vivos y a su relación con éstos, constituye uno de los temas más repetidos en infinidad de leyendas y tradiciones populares de numerosas y variadas culturas.

La literatura se ha encargado de reflejar la visita, siempre inesperada, de un espíritu procedente del reino de los muertos, que se presenta, ya sea de manera amistosa o terrorífica, para pedir cuentas a los vivos sobre algo ocurrido en el pasado o advertir sobre lo que sucederá en el futuro. Estas apariciones rompen con las leyes de la lógica y se alejan de toda explicación científica.

Los romanos, a pesar de ser un pueblo pragmático, tan apegado a disfrutar de todo lo vinculado al ámbito terrenal, como su familia, su hogar, su pueblo, concedían gran relevancia a la muerte y a las creencias que se derivaban de ella, y especialmente, a los espectros y seres maléficos, en cuanto que disturbaban la paz de los vivos.

Es por ello que existía un culto a los difuntos, público o privado, con el doble propósito de que los muertos sobrevivieran en la memoria de sus parientes y amigos y sus restos mortales tuvieran la atención de los vivos en la tumba. Se celebraban por tanto unos ritos exigidos por la tradición, controlados por el colegio pontifical, para asegurar que el muerto permaneciera en su tumba y no saliese a perjudicar a los vivos. En el caso de que durante las exequias se produjese un olvido, una irregularidad, o que el difunto no llegase a ser enterrado, éste podría convertirse en un fantasma sin descanso hasta el día en que sus allegados o parientes le hicieran justicia.


Estela funeraria de la familia de Publio Gessio, Museo de Bellas Artes, Boston

En la antigüedad se creía que el alma sin sepultura era una desgracia, que no tenía morada, quedaba errante y no podía aspirar a descansar de los sufrimientos de la vida terrenal, por lo que vagaba siempre en forma de sombra o de fantasma, sin disfrutar de las ofrendas necesarias para su descanso eterno. En su desgracia se dedicaba a atormentar a los vivos, y por eso la ceremonia fúnebre no era tanto para demostrar el dolor de los vivos cuanto para procurar el descanso y tranquilidad de los muertos.

Ovidio muestra lo que ocurre cuando no se celebran los ritos exigidos en el culto a los muertos:

“Mas hubo una época, mientras libraban largas guerras con las armas batalladoras, en la cual hicieron omisión de los días de los muertos. No quedó esto impune, pues dicen que, desde aquel mal agüero, Roma se calentó con las piras de sus suburbios. Apenas puedo creerlo; dicen que nuestros abuelos salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche silenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando las calles de la ciudad y los campos extensos. Después de este suceso, se reanudaron los honores olvidados de las tumbas, y hubo coto para los prodigios y los funerales.” (Ovidio, Fastos, 546-556).


Funeral, Ilustración de Jean-Claude Golvin

Se consideraba a los muertos seres sagrados, que merecían toda la veneración que el hombre puede profesar a una divinidad a quien ama o teme. Cada muerto era un dios y no había distinciones, ni privilegios por ser un personaje ilustre.

“Nuestros antepasados quisieron que a los que dejaban esta vida se les contase en el número de los dioses.” (Cicerón, De las Leyes, II, 22)

El hombre romano tenía la certeza de que al abandonar esta vida entraba en la comunidad deificada de los Manes, almas de los antepasados difuntos, que, aunque en principio no eran ni buenos ni malos debían ser venerados por sus descendientes, para asegurarse éstos su propia tranquilidad. Los Manes dependían de la piedad de sus parientes para que continuaran su culto y buscaran su descanso en un lugar inviolable.

“Dad a los dioses manes lo que le es debido –dice Cicerón-, pues son los hombres que han abandonado la vida, tenedlos, pues por seres divinos.” (Cicerón, De las Leyes, II, 9)

La cultura greco-romana distinguía claramente entre los dioses de arriba y los de abajo, los superi y los inferi. Los romanos oponían a los dioses de arriba los dioses subterráneos, los dioses que están bajo tierra, que están debajo, en lo inferior, los di inferi. En esta segunda categoría o di inferi, junto a Plutón, Hécate, Perséfone, etc, se incluyen los Di Manes.

Hades y Proserpina, Tuma de los Cecilios, Ostia


A las almas de aquellos difuntos que volvían para reclamar algo a los vivos porque consideraban que no habían sido sepultados siguiendo los ritos que exigía la tradición, o porque habían muerto de forma prematura o violenta, se les llamaba Lemures

Los días, 9, 11 y 13 de mayo, se celebraban las Lemuria, festividades en las que lemures, volvían a sus antiguas viviendas, y era necesario apaciguar las almas de estos difuntos y alejarlas lo más rápidamente posible. Tenían un carácter privado ya que eran celebradas por cada familia, dentro de cada hogar.


Fiesta de Lemuria

Estos Lemures son a veces confundidos con los espíritus llamados Larvae que según las épocas designarían, primero, a las almas de los difuntos que no habían conseguido la paz eterna, en contraposición a los Lares familiaris que si lo habían hecho (lo que dio lugar a que se considerase que el individuo que sufría cierta clase de locura fuera llamado larvatus, poseído por espíritus malignos. Posteriormente se empezó a denominar Larvae a los espíritus que vivían en el inframundo y que se dedicaban a hacer sufrir a las almas de aquellos que vivían allí y no habían conseguido volver, por lo que se convertían en seres maléficos a los que temían tanto los vivos como los muertos.

Estos seres terroríficos se invocaban por partes de los que se sentían agraviados contra los que consideraban que les habían ofendido o perjudicado para provocar su miedo durante la vida y la muerte.

“Ojalá, Emiliano, en pago de esta mentira, este dios, que se mueve constantemente entre el mundo celeste y el mundo infernal, te premie con la maldición de los dioses del cielo y del infierno y acumule sin pausa ante tus ojos los fantasmas de los muertos, todos los espectros que por doquier existen, todos los lémures, todos los manes, todas las larvas, todas las apariciones nocturnas, todas las figuras espantosas que surgen de las piras funerarias, todas las visiones terroríficas de los sepulcros, de las que, por cierto, no estás muy lejos tanto por tu edad como por tu conducta.” (Apuleyo, Apología, 64, 1)

Aqueronte, pintura de Hirschl

En su acepción de muertos malvados que venían a hostigar a los vivos las Larvae se confundirían con los Lemures y serían lo que actualmente llamamos fantasmas.

“También hay, según su significado, un tipo de demonio, si el alma humana abandona su cuerpo pidiendo recompensas debidas en vida. A éste, en lengua latina se solía llamar Lémur. De estos lémures aquel que ha sido aplacado por sus descendientes y preside el hogar es llamado Lar familiar. Pero el que, a causa de su vida no ha merecido ningún honor, vaga sin sede segura y, puesto que se le castiga con este exilio, horriblemente castiga a los hombres buenos y malos: a este tipo pertenecen las larvas. Cuando ciertamente es difícil distinguir si se trata de un Lar o de una Larva, se les denomina Manes.” (Apuleyo, De deo Socratis, 15)

La palabra Larva en singular llegó a significar esqueleto o representación grotesca de seres sobrenaturales que daría lugar a la máscara utilizada en representaciones teatrales o actos populares como sinónimo del mal o la muerte.

“Mientras los tracios luchen con el arco y los yáziges con la lanza, mientras sea templado el Ganges, frío el Danubio, mientras los montes tengan robles, suave pasto los campos, mientras tenga el etrusco Tíber aguas cristalinas, estaré yo en guerra contigo; ni siquiera la muerte pondrá fin a mis iras, sino que daré violentas armas a mi ánima para luchar contra la tuya. También entonces, cuando me disperse en el vacío de los aires, mi sombra exangüe odiará tu forma de ser. También entonces vendré, sombra que no olvida tus actos, y en forma de esqueleto perseguiré tu rostro.” (Ovidio, Ibis)





Los insepultos erraban sin encontrar reposo hasta el momento en el que se les rendían los ritos funerarios necesarios, siendo necesario recuperar los huesos, y que éstos no hubieran sido dispersados. Cuando se cumplían tales preceptos el muerto entraba en los Infiernos y cesaba de ser maléfico.

Si el difunto había llevado una vida reprobable y había sido ejecutado por sus crímenes, había tenido una muerte violenta y no había recibido una sepultura adecuada (ya que a los condenados a muerte no se permitía enterrarlos), pero podía traer muchos problemas a los vivos. Se convertía en un muerto viviente que alteraba la vida de los vivos por gozar de tal “corporeidad”, que no solo le permitía ser visto como un espectro aterrador, sino que tenía capacidad de emitir ruidos o de mover objetos inertes, incluso la de hacer señales o entablar diálogos con los vivos y responder a sus preguntas.

En muchos casos los muertos vivientes no actuaban de manera agresiva, sino que, ante todo, buscaban transmitir un mensaje, recibir los rituales funerarios, de los que hacían responsables a la sociedad del mundo de los vivos.

La Barca de Caronte

Plinio el joven recoge una famosa historia de fantasmas en la que define el espacio donde se producen los acontecimientos y los fenómenos paranormales que tienen lugar, comenzando por los sonidos espectrales y siguiendo por las visiones, para concluir con las funestas consecuencias que conlleva para los vecinos del inmueble encantado. Sin embargo, el relato demuestra que, aunque el espectro no es tan malo, causa verdadero pavor a los vecinos de la casa. El filósofo Atenodoro alquila el inmueble a un precio de ocasión beneficiándose de la ignorancia de la gente supersticiosa y con gran disposición de ánimo se prepara para trabajar por la noche de un modo habitual. Mantiene la actitud serena cuando primero escucha los sonidos de hierros y luego se encuentra con la visión espectral. Entonces comprende, perspicaz, que la espantosa aparición solo pretende llamar la atención de los vivos sobre alguna anomalía durante el proceso de la muerte y al día siguiente manda excavar donde el fantasma ha señalado y se encuentran los huesos de alguien, que había sido un criminal, como permiten deducir las cadenas, y que ha sido enterrado sin seguir los ritos adecuados. Para la vuelta a la normalidad ritual es imprescindible que los funerales del desconocido se hagan a costa del erario público.

“Había en Atenas una casa grande y espaciosa, pero de mala fama y maldita. En el silencio de la noche se oía el sonido de hierros y si escuchabas con atención, se oía un ruido de cadenas, primero de más lejos, luego más cercano. Enseguida aparecía la visión, un viejo esquelético con una larga barba y pelo desordenado; llevaba cadenas en sus manos y en sus pies y hacía ruido con ellas. Los pobres vecinos pasaban las noches en vela por el miedo; la vigilia forzada daba lugar a la enfermedad y el miedo creciente a la muerte. Pues incluso en pleno día, aunque la aparición no estuviera presente, la memoria del fantasma permanecía en sus ojos, y el temor perduraba por causa del terror. La casa fue abandonada a la más absoluta soledad y entregada por completo al monstruo; sin embargo, se siguió anunciando por si alguien, desconocedor de una desgracia tan grande, quería comprarla o alquilarla”.

“Llega a Atenas el filósofo Atenodoro, lee el anuncio y, asombrado de su bajo precio, se entera de todo el asunto y, a pesar de todo, la alquila. Cuando cae la tarde, ordena preparar un lecho en la parte delantera de la casa, dispone tablillas, cálamo, luz; envía a todo el servicio al interior y él mismo dispone su espíritu, ojos, mano para la escritura, de modo que su imaginación no se desmandase y se abriese al sonido de fantasmas y a miedos sin sentido”.


Atenodoro y el fantasma. Ilustración de Henry Justice Ford

Al principio, como en todas partes, el silencio de la noche; luego, comenzó el sonido de los hierros del movimiento de las cadenas; él no levantó los ojos, no dejó el cálamo, sino que concentraba su espíritu y cerraba sus oídos. Entonces, aumentó el fragor, se acercaba a la habitación y entraba dentro de ella; mira, ve y reconoce la aparición de la que se le había hablado”.

“Estaba de pie y le hacía una señal con el dedo, como quien está llamando la atención. Él, por el contrario, hace una señal con la mano de que se espere un poco y de nuevo vuelve con el cálamo y las tablillas enceradas. La aparición hacía sonar las cadenas sobre su cabeza mientras él escribía. Mira de nuevo y ve que le hace el mismo gesto y sin dudar coge la luz y le sigue. La aparición caminaba despacio, entorpecida por las cadenas. Después de girar hacia el patio de la casa, de repente se esfumó, dejando solo a su acompañante, quien marcó el lugar con hierbas y hojas”.
(Plinio, Epístolas, VII, 27)


El caso de este fantasma o muerto insepulto manifiesta un fenómeno social en el que una persona maltratada por la vida, a las que la sociedad ha castigado por sus crímenes, imponiéndole la pena adicional de privarle de unas exequias adecuadas, se convierte en un ser frustrado, para el que la marginación continúa en la muerte. Por ello es la misma sociedad que lo ha rechazado la que debe ocuparse de proporcionarle los ritos funerarios que le corresponden.

Mosaico de Phobos, dios griego del miedo

El mismo caso lo narra Luciano en su obra El Aficionado a la mentira donde encontramos de nuevo una casa deshabitada porque nadie quiere residir en ella por el temor a un fantasma que la habita. Difiere de la historia de Plinio en que el fantasma se comporta de forma violenta y el filósofo, Arignoto, debe reducirlo con magia. Al final los restos humanos son enterrados y la casa libre de fantasmas.

“Al día siguiente, se presenta ante el magistrado y le convence de que ordene excavar en aquel lugar. Encuentran unos huesos revueltos con cadenas que un cuerpo putrefacto después de largo tiempo en la tierra había dejado desnudos y corroídos por las cadenas. Tras recoger los huesos, se hicieron los funerales a expensas del erario público. Una vez cumplidos los ritos, la casa ya no tuvo más fantasmas”.
Pero, vamos a ver, replicó, si alguna vez vas a Corinto, pregunta dónde está la casa de Eubátidas, y una vez que te indiquen que junto al Cráneion, cuando estés ya allí, dile al portero Tibío que te gustaría ver el lugar de donde el pitagórico Arignoto excavó su espíritu y lo hizo salir y consiguió que, a partir de entonces, se pudiera vivir en la casa. 

- ¿Qué pasaba, Arignoto?, preguntó Éucrates.

- Por los miedos hacía mucho tiempo que era imposible vivir en ella. Y si alguien se instalaba allí, huía enseguida espantado, perseguido por una alucinación terrible y turbulenta. Se metía dentro y se desplomaba el tejado, de manera que nadie tenía el valor suficiente para entrar en ella. Después de oír eso, cogiendo los libros -tengo muchos, egipcios sobre todo, que tratan de esos temas- llegué a la casa al filo del primer sueño, pese a que mi anfitrión intentaba hacerme desistir y dejó de acompañarme en cuanto supo a dónde pretendía dirigirme, a un callejón sin salida. Yo, con la antorcha en la mano, voy y entro sólo y, tras dejar la luz en la habitación más grande. Me dediqué a leer tranquilamente sentado en el suelo. Se me pone al lado el 'demonio', creyendo que venía sobre uno cualquiera de tantos y esperando amedrentarme, como había hecho con los demás, polvoriento, melenudo y más negro que las tinieblas. Pegándose a mí, me tanteó acechándome por todas partes a ver por dónde podía dominarme, adoptando la forma unas veces de perro, otras de toro, otras de león. Yo, echando mano de la más terrible de las maldiciones, encantándolo en lengua egipcia, lo acorralé hacia una esquina de una tenebrosa habitación. Vi dónde lo metí y dormí el resto de la noche.
Al amanecer, cuando todos habían dado el tema por perdido y creían que me encontrarían muerto como a los demás, voy y sin que nadie se lo espere me acerco a Eubatidas con la buena noticia de que podrá vivir ya en su casa que ha quedado por fin limpia y libre de temores. Así que acompañándole a él y a otros muchos -que nos seguían más que nada por lo sensacional del suceso- les exhorté, Ilevándolos junto al lugar en donde había visto bajar al demonio, a excavar con palas y pico. Y así lo hicieron y apareció un cadáver amojamado, enterrado a una braza de profundidad, que sólo tenía los huesos en su forma normal. Tras sacarlo del hoyo lo enterramos, y a partir de aquel momento la casa dejó de ser molestada por los fantasmas."


Pintura romana

Implantado ya el cristianismo ampliamente y a pesar del rechazo de algunos autores cristianos, como San Agustín, de que las apariciones fantasmales fueran corpóreas, un escritor cristiano Constancio de Lyon recoge el mismo tema de la aparición que Plinio al contar la experiencia del santo Germán de Auxerre que hace desaparecer la amenaza de un fantasma en una casa deshabitada y que se equipara a un milagro del santo.

“En cierta ocasión, en la que (San Germán) viajaba en invierno y había pasado todo el día en ayuno y fatigas, se le rogó que, dado que se hacía tarde, se resguardase en algún lado. Había a la vista una casa deshabitada, con los tejados semiderruidos que, por incuria de los aldeanos, había sido invadida por la maleza, de modo que casi hubiera sido mejor pasar la noche bajo el rigor del cielo raso que resguardarse en aquel peligro y horror, en especial porque dos ancianos que vivían cerca habían advertido que dicha casa era inhabitable por una plaga terrible. Cuando se enteró de esto el santo varón, se dirigió a las horribles ruinas como si fueran un lugar idílico, y allí, entre las muchas habitaciones que un día existieron, con esfuerzo se encontró una que sirviera de refugio. En aquel lugar se colocan los livianos equipajes y los pocos acompañantes con los que había compartido una frugal cenita, aunque el obispo se había privado de casi todo. Luego, cuando ya era noche cerrada y uno de los clérigos había asumido la tarea de leer, agotado por el ayuno y la fatiga, San Germán fue vencido por el sueño. De repente, ante el rostro del que leía se presenta una sombra terrible y se alza poco a poco a la vista de los presentes y las paredes se caen en una lluvia de piedras. Entonces, el lector, aterrado, implora el auxilio del sacerdote. Este, levantándose al punto, ve el rostro de la terrible aparición e, invocando en primer lugar el nombre de Cristo, le ordena que declare quién es y qué hace allí. Abandonando su terrible apariencia, con la voz humilde de un suplicante, le dice que él y su compañero habían cometido muchos crímenes, yacían insepultos y por eso asustaban a los hombres, porque no podían tener descanso; le pide que ruegue por ellos al Señor para que merecieran alcanzar el reposo. Ante esto, el santo se condolió y le ordena que le muestre el lugar donde yacían. A la luz de una vela, la sombra les guía por entre las dificultades que ofrecían las ruinas y la oscuridad de la noche al lugar donde habían sido arrojados. Cuando la luz del día fue devuelta al mundo, invita a los habitantes de la zona y les exhorta, ayudando él mismo en la tarea. Limpian con rastrillos los escombros que el tiempo había acumulado; encuentran los cuerpos que habían sido abandonados de cualquier manera, los huesos aún atados con esposas de hierro. Se cava una fosa digna de ser una sepultura, se despoja a los huesos de sus cadenas, se les cubre con un sudario, se les echa tierra por encima, se cumple con la oración de intercesión; los muertos alcanzan el descanso, los vivos la tranquilidad y así, después de aquel día, la casa pudo ser habitada sin rastro de aquel espanto”. (Constancio, Vita Germanis)

Constancio mantiene la creencia de época clásica en la corporeidad de los muertos sin descanso, en los mensajes que transmiten a los vivos y en la necesidad de reparar la anomalía de los insepulti mediante un rito socializado. El texto deja traslucir que, todavía en época de Constancio y pese a la importancia de la doctrina de San Agustín, el remedio para calmar a un muerto inquieto era cumplir los ritos de sepultura. Tanto en época de Plinio como casi cuatro siglos más tarde, el problema de los muertos sin descanso se entendía como algo comunitario, por lo que los ritos debían de ser costeados por los ciudadanos, tal como cuenta explícitamente Plinio refiriéndose a la ciudad de Atenas, o bien participados por la comunidad en el marco de los ritos cristianos, como narra Constancio.



Los aparecidos podían presentarse durante un sueño para reclamar venganza por su muerte de la que debía encargarse el que había tenido el sueño. Cicerón cuenta un caso ocurrido en Grecia.

“Una vez, dos tipos de Arcadia que eran amigos íntimos hacían juntos un viaje y llegaron a Mégara; el uno se dirigió a la posada y el otro a casa de un anfitrión que él tenía. Cuando, ya cenados, estaban reposando, entrada la medianoche, al que estaba con su anfitrión le pareció en sueños que el otro le solicitaba que acudiese en su ayuda, porque el posadero se disponía a asesinarlo. Se levantó inmediatamente, aterrado por el sueño; después, al recapacitar y considerar que no había que conceder importancia alguna a esa visión, volvió a acostarse. Entonces le pareció, mientras dormía, que la misma persona le rogaba que, ya que no había acudido en su ayuda cuando aún estaba vivo, no consintiese que su muerte quedase impune; que, una vez asesinado, el posadero lo había arrojado a un carro y le había echado estiércol encima; le pedía que, por la mañana, se colocase junto a la puerta, antes de que el carro saliera de la población. Verdaderamente conmovido a causa de este sueño, se apostó por la mañana junto a la puerta, y, presentándose ante el boyero, le preguntó qué había en el carro; aquél huyó aterrado, y se desenterró el cadáver. Una vez revelado el asunto, se castigó al posadero.” (Cicerón, De Divinatione, 1, 27)

Fantasma de Samuel invocado por la bruja de Endor

Los muertos atormentaban a sus asesinos durante el sueño nocturno para que no pudiesen encontrar paz espiritual. Estas visiones eran consideradas fantasmas igualmente. Existen testimonios referidos a personajes relevantes como emperadores o generales a los que las consecuencias de sus crímenes persiguen durante la noche en forma de apariciones que reclamaban venganza.

“En ese tiempo, durante la tregua que la naturaleza le aportaba con el sueño, sus sentidos eran atormentados por el terror que le causaban los espectros que aullaban entorno a él, y las hordas de aquellos que él había hecho morir, conducidas por Domiciano y Montius, le aparecían en sueños, lo cogían y lo entregaban a los ganchos de las Furias. En efecto, el espíritu libre de las ataduras del cuerpo, siempre agitado por movimientos infatigables, crea los pensamientos subconscientes y las inquietudes que atormentan el alma humana, estas visiones nocturnas que nosotros llamamos, fantasmas.” (Sobre Constacio, Amiano Marcelino, Historia de Roma, XIV, 11, 17-18)

Mosaico con máscara, Museo Nacional de Roma

A veces un sueño era visto como presagio de un suceso futuro que vendría como consecuencia de una pasada mala acción. Es lo que aparentemente le ocurrió a Nerón, que había mandado matar a su madre Agripina para liberarse de la influencia que tenía sobre él y después de ello el emperador soñó que le arrancaban de la mano el timón de un navío que pilotaba (los dioses intervenían para arrebatarle el poder).

“Le tenían además amedrentado los claros pronósticos suministrados por sueños, augurios y presagios, tanto antiguos como recientes. Mientras que antes no solía soñar nunca, después de haber matado a su madre soñó que le arrancaban de la mano el timón de un navío que pilotaba, que su esposa Octavia lo arrastraba a las más densas tinieblas, y unas veces que se hallaba cubierto por una multitud de hormigas aladas, y otras que las estatuas de las naciones dedicadas junto al teatro de Pompeyo le rodeaban y le impedían avanzar…” (Suetonio, Nerón, 46)

Los romanos interpretaron que aquel prodigio significaba que Agripina venía a vengarse de su hijo haciéndole perder el imperio por haber ordenado que la asesinaran y privarla de unos funerales dignos.

“En esto convienen todos los autores. Mas que Nerón después consideró el cuerpo de su madre muerta y alabó su hermosura, habiendo algunos que lo afirman, hay otros que lo niegan. Fue quemado su cuerpo la misma noche en un diván donde se solía reclinar para comer y con viles exequias. Y mientras Nerón gobernó no se recogieron ni enterraron sus cenizas.” (Tácito, Anales, XIV, 9)

Nerón y el cadáver de Agripina

En una tragedia atribuida a Séneca, Octavia, se vuelve a mencionar las apariciones de los manes de Agripina, aunque en este caso no a su hijo Nerón, sino a su futura nuera Popea, con la que se casará el emperador tras repudiar a su esposa Octavia. El fantasma de Agripina reprocha a su hijo haberla matado y pronuncia una maldición contra él en venganza.

Sombra de Agripina

Rasgando la tierra, he dirigido mis pasos fuera del Tártaro,
encabezando el cortejo de esta boda criminal con una antorcha de la Éstige
en mi derecha ensangrentada: que se una en matrimonio Popea a mi hijo a
la luz de estas llamas que la mano vengadora y el resentimiento de una
madre convertida en fúnebres hogueras.
En medio de las sombras permanece en mí siempre el recuerdo de mi
impío asesinato, intolerable para mis Manes que aún están sin vengar.

La Erinis vengadora prepara para el impío tirano una muerte digna de
él, azotes y una vergonzosa huida; y castigos con los que supere a la sed de
Tántalo, al terrible trabajo de Sísifo, al ave de Titio y a la rueda que
arrastra los miembros de Ixión.

Vendrá el día y el momento en que ese culpable pague con la vida sus
crímenes y entregue el cuello a sus enemigos, abandonado, abatido, privado
de todo.”
(Séneca, Octavia)

La mutilación del cuerpo impedía la perfecta realización de los ritos fúnebres y la imposibilidad de descanso para el espíritu del fallecido. El fatal destino de Octavia, asesinada por orden de su esposo Nerón, permite deducir que su espíritu no podrá descansar en su tumba.

Y así, aquella muchacha, a los veinte años de edad, entre centuriones y soldados, arrancada ya a la vida por el presagio de sus males, no hallaba, sin embargo, todavía el descanso de la muerte. Pasados unos pocos días se le da la orden de morir, cuando ya se proclamaba viuda y simplemente hermana del príncipe, invocando la común estirpe de los Germánicos y, por fin, el nombre de Agripina; pues mientras aquélla había vivido, había tenido que soportar, es cierto, un matrimonio infeliz, pero que no suponía su perdición. La sujetan con grillos y le abren las venas de todos los miembros; y como la sangre, paralizada por el pavor, fluía demasiado lenta, la asfixian en el calor de un baño hirviendo. Y se añade una crueldad más atroz: su cabeza, cortada y llevada a la Ciudad, fue contemplada por Popea.” (Tácito, Annales, XIV, 63-64)

Por tanto, según la creencia imperante, es lógico pensar que su espíritu desearía vengarse de algún modo de su asesino intelectual.

“Murió a los treinta y dos años de edad, en el mismo día en que en otro tiempo había hecho perecer a Octavia.” (Suetonio, Nerón, LVII)
Modioli con esqueletos, Museo del Louvre

En otro caso conocido de fantasmas que vuelven de la muerte para hacer una advertencia durante el sueño su presencia parece ser benigna, como ocurre en la narración de Cicerón sobre el poeta griego Simónides. Según esta historia, el poeta se encontró con un hombre que no estaba enterrado y lo enterró. En ese tiempo Simónides iba a hacer un viaje por mar, pero el fantasma del hombre muerto se le apareció en un sueño y le advirtió que no navegara. Simónides hizo caso de la advertencia y –puesto que el barco se hundió– evitó una muerte en el agua.

Y bien, ¿quién puede, en fin, menospreciar aquellos dos sueños que tan frecuentemente recuerdan los estoicos? Uno de ellos se refiere a Simónides: vio tirado a un muerto desconocido y lo enterró; y se disponía a embarcarse, cuando le pareció que aquel a quien había dado sepultura le advertía de que no lo hiciese, pues, si se hacía a la mar, perecería en un naufragio; así es que Simónides se volvió atrás, y perecieron cuantos se habían hecho a la mar en esa ocasión.” (Cicerón, De Divinatione, I, 27)

Mosaico con el rostro del dios Phobos

El ejemplo más gráfico de la utilización de un fantasma para la realización de una maldición se encuentra en las Metamorfosis de Apuleyo, donde la esposa infiel de un molinero contrata a una bruja para deshacerse de su marido, y la bruja, en cambio, envía a un fantasma para hacer el trabajo, en un claro ejemplo de invocación necromántica.

“A eso del mediodía se presentó de pronto en el molino una mujer con el atuendo de los acusados y desfigurada por una indecible tristeza: vestida a medias con míseros andrajos, los pies desnudos por completo; su palidez igualaba la del boj; horriblemente demacrada; su cabellera canosa, alborotada y manchada de ceniza, le caía por delante tapándole casi totalmente el rostro. En estas condiciones pasa suavemente su brazo por la espalda del molinero, como si tuviera que contarle algún secreto; lo arrastra hacia su habitación, donde permaneció largas horas con la puerta cerrada. Pero, como entretanto se había terminado el trigo que los obreros estaban moliendo y había que pedir más, los esclavos de antecámara se pusieron a llamar al dueño y a reclamarle una tarea suplementaria. Después de llamar a voz en grito una y otra vez sin que el amo diera la menor respuesta, se ponen a golpear fuertemente la puerta y, como estaba muy bien sujeta por las barras, empezaron a temer lo peor; de un violento empujón, haciendo saltar el gozne o rompiéndolo, logran por fin abrirse paso. La mujer no aparece por parte ninguna, y se encuentran con el amo colgado de una viga, estrangulado y ya sin aliento. Le sueltan la soga que tenía al cuello y lo sacan de allí; entre los más angustiosos suspiros y los más vivos lamentos, le administran las últimas abluciones. Y, cumplidos esos deberes fúnebres, lo acompañan a la sepultura en nutrido cortejo.
Al día siguiente acudió su hija, que vivía casada en una aldea cercana. Llegó angustiada, dando tirones a su cabellera suelta y golpeándose el pecho con ambas manos. Nadie le había dado de la catástrofe familiar, pero estaba enterada de todo porque, en sueños, se le había aparecido su padre en lamentable estado -todavía llevaba el nudo atado al cuello- y le había revelado en detalle la conducta criminal de su madrastra, con sus infidelidades y sus maleficios; además también le explicó cómo había sido él mismo víctima de un fantasma y conducido a los infiernos.
(Apuleyo, El asno de oro, IX, 30-31)

Clitemnestra despertando a las Erinias, pintura de John Downman

Lo que resulta inquietante de este relato es saber si fue la propia mujer fantasma la que mató al molinero o fue él mismo quien, aterrorizado por la visión, puso fin a su vida. También de nuevo es el fantasma quien acusa al promotor de su muerte, la fiel esposa en este caso.

Antiguamente se asociaba la guerra con la presencia de fantasmas o con las sombras de vencidos o vencedores caídos en el campo de batalla. En el mundo romano las apariciones fantasmales implicaban un mensaje determinado a los vivos, anuncios y advertencias que podían cambiar el curso de los acontecimientos. Una aparición significativa ocurre en el poema Púnica cuando las matronas romanas, presas del pánico ante la llegada de las tropas de Aníbal a las orillas del Anio, sufren una suerte de delirio colectivo en el que se les aparecen los romanos de otros tiempos caídos en combate.

“Ante sus azorados ojos aparecen las sombras mutiladas de quienes encontraron la muerte junto al infausto Trebia y junto a las aguas del Tesino. Paulo y Graco, ensangrentados, y con ellos Flaminio, desfilan ante la vista de estas desdichadas.” (Silio Itálico, Punica, XII, 547)

Sin embargo, esta visión podría clasificarse como un prodigio sucedido ante la amenaza de una guerra y tratarse de una alucinación colectiva que altera el orden de la comunidad. En este caso las mujeres, enloquecidas, anticipan un desenlace funesto.

En muy pocas ocasiones un espectro se manifiesta en solitario en un contexto bélico. Plutarco transmite el suceso acontecido a Bruto cuando una horrenda figura se le aparece durante una vigilia antes del combate. En algunas fuentes se le identifica con César, quien como fantasma vengativo viene a reclamar su venganza ante uno de sus asesinos.

Aparición de César ante Bruto
“Cuando estaban a punto de regresar de Asia, se cuenta que Bruto tuvo un gran presagio. Era, por naturaleza, un hombre que dormía poco y había reducido el tiempo dedicado al sueño con la disciplina y la templanza, no durmiendo nada por el día y, en la noche, sólo el tiempo en el que no tenía nada que hacer ni nadie con quien hablar, mientras todos descansaban. En aquel momento, ya en guerra, como tenía entre manos los asuntos de los que todo dependía y la mente dirigida a lo que iba a ocurrir, daba alguna cabezada al atardecer tras la cena y ya pasaba el resto de la noche dedicado a los asuntos urgentes. Y si acababa pronto y terminaba con esas ocupaciones, leía un libro hasta la tercera guardia, momento en el que acostumbraban a reunirse con él los centuriones y tribunos. Estando, pues, a punto de hacer pasar el ejército desde Asia, era la noche muy profunda, su tienda la alumbraba una luz no muy clara y todo el campamento estaba en silencio. Él, envuelto en sus razonamientos y reflexiones, creyó sentir que alguien se acercaba. Girando la vista a la entrada, ve una imagen terrible y singular, de un cuerpo extraño y temible, colocado en silencio a su lado. Tomando ánimo, dijo:

«¿Quién, hombre o dios, eres?, ¿qué quieres de mí?».

El fantasma respondió con voz baja: «Bruto, soy tu mal daimon"'; volverás a verme en Filipos.

Bruto dijo, sin turbarse: «Te veré».

Desaparecido el fantasma, llamó a sus esclavos, que afirmaron que ni habían escuchado voz alguna ni visto ninguna imagen; entonces continuó su vigilia.”
(Plutarco, Vidas Paralelas, Bruto, 36, 3-4)


La obra de Plutarco recoge pasajes cuyo tema central es la realidad fantasmagórica y la inquietud que ésta provoca en los vivos, sin embargo, él se mostraba escéptico ante este tipo de manifestaciones sobrenaturales, entendiendo que las visiones de fantasmas son relatos inventados o errores de percepción, que responden a la debilidad o enfermedad de quien los observa, y, por tanto, no ofrecen ninguna credibilidad.

“Hay, sin embargo, quienes rechazan cosas tales, en la idea de que a nadie sensato le ha ocurrido ver el fantasma de una divinidad, ni su espectro, sino que los niños, las mujeres y aquellos a los que la enfermedad ha alienado, ya por algún desvarío del alma, ya por debilidad del cuerpo, son los que se imaginan estas historias vacías e inauditas porque está en ellos el genio maligno de la superstición. Pero si Dión y Bruto, hombres serios, filósofos, en absoluto vacilantes ni fáciles de seducir por las pasiones, hasta tal punto fueron impresionados por una aparición que se lo contaron a los demás, yo no sé si no deberíamos aceptar la opinión, ciertamente insólita, que tenían nuestros antepasados, de que vulgares y maliciosos demonios, sintiendo envidia de los hombres de bien y obstaculizando sus acciones, les infunden inquietudes y miedos, haciendo vacilar y extraviando su virtud, de modo que, no pudiendo mantenerse firmes ni puros en el bien, no alcancen un destino mejor que el suyo tras su muerte." (Plutarco, Dión, II, 4)


Boca de la verdad, Roma

Plutarco utiliza las historias de fantasmas con el fin de mostrar que los excesos de una mente perturbada por la superstición pueden traer funestas consecuencias para el hombre. Así, por ejemplo, en su obra hallamos la historia de Damón, quien, tras llevar una vida disoluta, interviniendo en una conjura contra el general romano de Queronea y dedicarse a cometer todo tipo de desmanes por las inmediaciones de la región es asesinado durante una estancia en las termas, siendo a partir de ese momento cuando se considera al lugar ocupado por su fantasma. En este caso, Plutarco habla de algo que se cuenta y que él no ha experimentado y su relato no desvela si el fantasma exigía un correcto ritual o venganza, decidiendo la comunidad evitar al espectro tapiando el lugar donde murió, sin proporcionar ninguna forma de resarcimiento.

“Damón, en tanto, infestaba la comarca con latrocinios y correrías, amenazando a la ciudad, y los ciudadanos procuraban con mensajes y decretos ambiguos atraerle a la población. Vuelto a ella, le hicieron prefecto del Gimnasio; y luego, cuando estaba siendo ungido, acabaron con él en el calidarium. Después de mucho tiempo se aparecían en aquel sitio diferentes fantasmas, y se oían gemidos, como nos lo refieren nuestros padres, y se tapió la puerta del calidarium; aunque ahora les parece a los vecinos que discurren por allí visiones y voces que causan miedo.” (Plutarco, Cimón, 1)

Flegón de Trales, liberto del emperador Adriano, recoge en su libro Sobre los hechos maravillosos (s. II) todo aquello que se quedara fuera de los parámetros de lo normal: cosas maravillosas (De Rebus Mirabilis). Uno de sus relatos corresponde a un suceso ocurrido en la Grecia antigua y tiene como protagonista a una no muerta, o lo que actualmente conocemos como novia cadáver. Este asunto tendrá repercusión en la literatura posterior que incluirá elementos de esta historia, como la palidez de la amante aparecida o el sepulcro vacío. Macates, un joven hospedado en un hostal en las cercanías de Anfípolis, recibe al caer el sol la visita en carne y hueso de Filonea, fallecida hace poco tras contraer contra su voluntad matrimonio, pero de cuya muerte Macates nada sabe. Con ella comparte lecho y sábanas durante tres días, gracias a la ayuda de los dioses del infierno. Cuando los padres de Filonea tienen noticia de estas visitas, una noche deciden esperarla.

“Una vez caída la noche y siendo la hora en la que Filonea acostumbraba presentarse con él, los ávidos familiares aguardaban ver su regreso. Ella llegó. De acuerdo con la costumbre se acostó en el lecho sin que fingiera nada Macates que quería comprobar el rumor pues en lo más mínimo creía que estaba teniendo relaciones con una muerta y menos si se había presentado con tanta cortesía a la misma hora incluso para comer y beber con él.

Tomó con desconfianza lo que aquéllos le habían dicho antes y comenzó a creer que unos profanadores de tumbas habían desenterrado el sepulcro y le habían vendido los vestidos y los bienes al padre del engendro. Luego, como quería saber las cosas con exactitud, envió a sus sirvientes, sin despertarla, para dar aviso. Al punto se presentaron Demóstrato y Caritó, la vieron y se quedaron primero sin habla e impresionados por lo ilógico de la aparición, después gritaron una y otra vez y se lanzaron hacia su hija. Entonces Filonea les dijo:

— ¡Ay, madre y padre! ¡Cómo pueden reprocharme por haber estado tres días con el huésped si no afectaba a nadie de la familia! Ahora verán las consecuencias de su entrometimiento: sufrirán un segundo duelo mientras yo regreso de nuevo a mi lugar destinado, pues no llegué hasta aquí sin el designio divino.

Aparición, Pintura de Sir John Everett-Millais

Tras hablar así al punto se convirtió en muerta y a la vista de todos extendió su cuerpo sobre el lecho. La madre la abrazó y el padre se puso también alrededor de ella; tanto alboroto, tanto lamento envolvió la casa por la desgracia ¡qué ocasión tan implacable y a la vez qué espectáculo tan increíble! A tal grado que con rapidez fue difundido el acontecimiento por la ciudad y así llegó hasta mí. Ciertamente contuve aquella noche a la multitud que estaba reunida en la casa, teniendo cuidado de que no hubiera alguna revuelta por haberse propalado tal rumor. Ya desde muy de mañana estaba la asamblea a reventar. Luego de que todos hablaron de cada uno de los detalles, se decidió primero que fuéramos a la tumba y la abriéramos para ver si estaba el cuerpo en el lecho o si encontrábamos el lugar vacío, pues no se cumplían ni seis meses de la muerte de la mujer. Abrimos la cámara donde se sepultaban a todos los habitantes fallecidos y aparecieron todos los cuerpos yacientes en sus aposentos y los restos de los que habían muerto hace mucho tiempo. Pero en el lecho aislado donde Filonea había sido colocada y sepultada encontramos puesto encima el anillo de hierro del huésped y la copa bañada en oro, justo la que recibió de Macates el primer día que se conocieron. Admirados e impresionados, al punto nos presentamos con Demóstrato en el hospicio para ver a la muerta, si en verdad podía verse. Después de comprobar que estaba en el piso nos reunimos en asamblea, pues los sucesos increíbles eran de envergadura. Con el murmullo empezó el pánico en la asamblea y ya nadie podía asimilar los hechos más que Hilo, no sólo el más distinguido adivino sino también el más perspicaz agorero, además de buen observador de estos prodigios. Se puso en pie y ordenó que sacaran a la muerta de la ciudad (pues ya no convenía enterrarla en el pueblo) y que procuraran a las Euménides y a Hermes para que alejaran a los muertos a los infiernos. Acto seguido todos debían purificarse al igual que los símbolos sagrados y todo cuanto convenía disponer para los dioses infernales. En especial me dijo a mí que llevara a cabo los sacrificios por el rey y el gobierno a Hermes, a Zeus hospitalario y a Ares, y que no escatimara esfuerzos. Nosotros realizamos lo conveniente tan pronto el adivino nos lo ordenó, pero el huésped Macates, a quien se le había presentado el fantasma, se quitó la vida por la desesperación. (Flegonte de Trales, De las cosas Maravillosas)



De que el tema de los aparecidos estaba desde antiguo en el imaginario de la gente es un ejemplo la introducción de un fantasma en una de las obras de Plauto, Mostellaria, esta vez con el punto cómico de ser parte de un ardiz para engañar al dueño de una casa y evitar que entre y averigüe lo que ha estado sucediendo en ella. Contiene elementos luego repetidos como la aparición en sueños, la causa de la muerte por asesinato, la falta de sepultura correcta y no poder habitar en el inframundo, el peligro para los habitantes de la casa…

TRANIÓN.— No toquéis la casa; tocad vosotros también la tierra.
TEOPRÓPIDES.— Diablos, por favor, ¿por qué no te explicas?
TR.— Es que hace ya siete meses que nadie ha puesto un pie en esta casa, después de que la desalojáramos.
TE.— Explícate, ¿por qué?
TR.— Echa una mirada, a ver si hay alguien que esté a la escucha de nuestra conversación.
TE.— No hay peligro alguno.
TR.— Mira otra vez.
TE.— No hay nadie, habla ya.
TR.— Se trata de un crimen.
TE.— ¿De qué? No te comprendo.
TR.— Un asesinato, digo, que ha sido cometido ya hace tiempo, un crimen viejísimo.
TE.— ¿Viejísimo?
TR.— Y nos acabamos de enterar ahora.
TE.— ¿Qué crimen es o quién lo ha cometido?
TR.— El dueño de la casa ha echado mano aquí a un amigo suyo y lo ha matado; [480] en mi opinión, el mismo que te vendió la casa.
TE.— ¿Que lo mató?
TR.— Lo mató y le robó su dinero y lo enterró aquí en la casa.
TE.— ¿Y cómo habéis llegado vosotros a esa conclusión?
TR.— Yo te lo diré, escucha: había cenado tu hijo fuera, y luego que volvió de la cena a casa, [485] nos vamos todos a la cama y nos dormimos; dio la casualidad de que se me había olvidado a mí apagar la lámpara, y de pronto va él y pega un grito enorme.
TE.— Pero ¿quién?, mi hijo, ¿no?
TR.— ¡Chsst! calla, tú escúchame: dice que es que se le había aparecido en sueños el difunto.
TE.— Pero en sueños, ¿no?
TR.— Síii, pero tú escúchame; dice que el muerto le habló como sigue...
TE.— ¿En sueños?
TR.— Milagro que se lo hubiera dicho despierto, si hacía sesenta años que había sido asesinado; a veces dices unas sandeces.
TE.— Me callo.
TR.— Pero verás (lo que le dijo) (con voz de ultratumba): «Soy un huésped venido aquí de ultramar, Diapontio, aquí habito, ésta es la morada que me ha sido concedida, que Orco no quiso acogerme en el Aqueronte por haber sido privado de la vida prematuramente. Fui objeto de una traición: mi amigo me dio muerte y me metió aquí bajo tierra clandestinamente sin darme debida sepultura el muy malvado, sólo por causa de mi oro. Ahora tú, sal de esta casa, que está maldita, es nefando el habitar en ella». Un año entero no me bastaría para contarte las cosas tan espantosas que ocurren aquí. ¡Chsst, chsst¡
TE.— ¿Qué es lo que sucede? por favor, yo te suplico.
TR.— Ha sonado la puerta, ¿será él quien ha dado esos golpes?
TE.— ¡No tengo una gota de sangre en mis venas, los muertos se me llevan en vida al Aqueronte!
(Plauto, Mostellaria, Acto II, Escena II)





El amor que trasciende a la muerte es el tema, con un matiz ciertamente macabro, de la elegía que el poeta Propercio dedica a su amada Cintia tras su muerte. Esta se aparece ante él tras su funeral con los vestigios de su incineración para reprocharle no haber dado genuinas muestras de dolor, ni cumplir con ciertos rituales funerarios (arrojar perfume y flores a su pira y lavar sus huesos con vino) y hacerle algunas recomendaciones sobre el cuidado de su tumba (dedicarle un epitafio) y sobre cómo ha de comportarse con sus allegados.

“Existen los Manes: la muerte no lo acaba todo,
y una pálida sombra se escapa de la pira extinguida.
Pues he visto inclinarse sobre mi cama a mi Cintia,
eco de la enterrada hace poco a un lado del camino,
cuando mi sueño estaba pendiente de las exequias de mi amor y me lamentaba en el frío dominio de mi lecho.
Tenía el mismo peinado con el que fue llevada a la tumba, los mismos ojos; el vestido estaba quemado por un lado, consumido estaba el berilo que solía llevar en el dedo y las aguas del Leteo habían marchitado la piel de su rostro.
Dejó escapar su voz y su vital aliento, pero en los pulgares le crujían sus débiles manos:


Mujer velada, Museo del Louvre

Y a mí nadie me gritó a los ojos cuando partía: un día hubiera conseguido de haberlo pedido tú.
Ningún guardián crujió a mi lado una caña rajada ni una teja rota me dañó la cabeza frente a mi casa.
Finalmente, ¿quién te vio hundido en mi funeral,
quién calentar con lágrimas tu toga de luto?
Si te comprometía acompañarme más allá de las puertas, haber mandado al menos que mi féretro fuera más despacio hasta allí.

¿Por qué, ingrato, no pediste tú mismo vientos para mi pira? ¿Por qué mis llamas no olían a nardos?
Incluso te resultaba enojoso arrojar jacintos que nada valían y purificar mi tumba apurando una cántara de vino.

Pero ahora te confío mis encargos, si es que te conmueves
y si no te dominan por completo los hechizos de Clóride: que mi nodriza Partenia no eche nada de menos en su vejez: pudo, pero no fue avara contigo.
Y que mi favorita Latris, llamada así por sus servicios, no sostenga el espejo a una nueva dueña.
Y todos los versos que escribiste con mi nombre, quémalos en mi honor: no conserves las poesías a mí dedicadas.
Planta sobre mi tumba hiedra, que con sus adhesivos
racimos atenace mis delicados huesos con su enredada cabellera.
Donde el pomífero Anio se extiende entre campos de árboles y el marfil nunca amarillea gracias al numen de Hércules, allí, en el centro de una columna, escribe una poesía digna de mí, pero breve y que pueda leerlo el caminante que sale de la ciudad:
AQUÍ YACE EN TIERRA DEL TÍBER LA DORADA CINTIA: GLORIA SE HA AÑADIDO, ANIO, A TUS RIBERAS.

Cuando terminó de hablar conmigo entre quejosos reproches, su sombra se desvaneció entre mis brazos.”
(Propercio, Elegías, IV, 7)



Pintura de Jan Styka


En el Apéndice Virgiliano, atribuido a Virgilio, está incluido un poema en tono de burla, cuyo tema principal es un mosquito que muere por salvar a un pastor de ser mordido por una serpiente mientras dormía y que, durante el sueño se presenta ante él para reprocharle el haberlo matado y, tras una extensa descripción del infierno que se ve obligado a recorrer, logra conmover al pastor, que le prepara una tumba y escribe en él un epitafio en su honor. Las escenas sobre el mundo de ultratumba permitir conocer la creencia del autor de que el castigo allí es real, pero que los héroes son recompensados en Los Campos Eliseos y que es necesario proceder de forma correcta con los ritos funerarios debidos a los muertos para poder gozar de tranquilidad espiritual sin que el espíritu del difunto se aparezca.

"Ya fustiga los caballos de su carro la noche, al surgir del infierno, y perezoso camina desde el Eta de oro el Véspero, en el momento en que el pastor marcha con el rebaño recogido, mientras se espesan las sombras y se dispone a entregar al descanso sus miembros fatigados. Cuando el sueño penetró muy ligero por su cuerpo y sus miembros descansaron con la lasitud propia del sopor que los había invadido, el espectro del mosquito se le presentó y triste le entonó reproches por su muerte:

iA qué extremos llevado -dijo- por mis servicios, yo que me veo forzado a afrontar una suerte cruel! Por serme más querida tu vida que la mía misma, soy arrastrado por los vientos a través de sitios vacíos. Tú, despreocupado, reparas tu cansancio en medio de una tranquilidad feliz, salvado de horrible muerte; en cambio, a mi corazón los Manes le fuerzan a pasar por las aguas leteas. Soy conducido como presa de Caronte. ¡Ves cómo todos los umbrales de los templos brillan con el resplandor crepitante de hostiles antorchas!


…..
¿Dónde está la recompensa a mi piedad, los honores a ella debidos? Se convirtieron en satisfacciones vanas. Se fue del campo la Justicia y aquella antigua Fidelidad. Vi el destino amenazado de otro, dejando sin miramientos el mío propio. A una suerte igual soy conducido: se me inflige un castigo por mis merecimientos. Sea este castigo la destrucción, con tal de que, por lo menos, se me muestre agradecida tu voluntad. Surja para ti un deber igual.
…..
Apéndice Virgiliano, Culex

¡Ay, mis fatigas no cambiarán nunca! Soy arrastrado a lugares diversos todavía más lejos, veo sombras famosas en la distancia. Me contemplo transportado para pasar a nado las aguas elisias.
….

Me voy para no volver jamás: tú ama las fuentes, los verdes árboles de los bosques, los pastos, contento, pero mis palabras piérdanse por los aires dilatados. Así habló y, triste, con las últimas palabras se retiró.


Cuando su indolencia le abandonó, preocupado y lamentándose seriamente en su interior, no soportó por más tiempo el dolor que había penetrado sus sentidos por la muerte del mosquito y, en todo lo que le permitieron sus fuerzas de anciano, con las que, no obstante, había derribado luchando a un peligroso enemigo, junto a un arroyo escondido bajo una verde fronda, diligente se dispuso a labrar el terreno. Lo trazó en forma circular y buscó para su servicio una mancera de hierro con objeto de apartar del verde césped la tierra con malas yerbas. Ya su preocupación siempre presente, que le hace terminar la labor emprendida, le llevó a acumular el montón de tierra reunido, y con un enorme terraplén hizo levantar un túmulo en el círculo que había trazado. Alrededor de él, ajustándolas, coloca piedras de fino mármol teniendo siempre presente su preocupación constante. Aquí el acanto, la rosa casta de rubor de púrpura y violetas de todas clases crecerán.… y de todas cuantas flores renuevan las primaveras, el túmulo está sembrado por completo. Luego, en el frente se encuentra un epitafio que la letra, con el silencio de su voz, hace perdurable: Pequeño mosquito, el pastor del rebaño a ti, merecedor de ello, este monumento, a cambio del regalo de su vida, te paga.”
(Apéndice Virgiliano, Culex)


Funeral en la obra Culex



Ver también la entrada de Parentalia, fiesta de los difuntos en la antigua Roma

Bibliografía:

http://emerita.revistas.csic.es/index.php/emerita/article/viewFile/1043/1088Demonios, fantasmas y máscaras en la Antigüedad: consideraciones sobre el término larua y sus significados; Alejandra Guzmán Almagro
https://www.researchgate.net/publication/286165776_Una_aproximacion_a_las_creencias_populares_de_los_romanos_las_Lemurias_respeto_o_temor; Una aproximación a las creencias populares de los romanos: las Lemurias, ¿respeto o temor?; Teresa Espinosa Martínez
 https://revistas.ucm.es/index.php/ASHF/article/viewFile/53601/49119; Goethe y Bürger: el comienzo del Romanticismo negro. Ana Carrasco Conde
http://www.relat.org/relat/index.php/relat/article/view/220/228; Umbra feralis exercitus: ejércitos fantasma en la historia de Roma; Alejandra Guzmán Almagro
https://www.academia.edu/31100521/El_fantasma_de_la_casa_de_Atenas_y_otros_espectros._De_Plinio_el_Joven_a_Constancio_de_Lyon; El fantasma de la casa de Atenas y otros espectros. De Plinio el Joven a Constancio de Lyon; Juan Antonio Álvarez-Pedrosa Núñez
Fantasmas, aparecidos y muertos sin descanso; Mercedes Aguirre Castro, Cristina Delgado Linacero,Ana González-Rivas (eds.), Abada editores
http://www.culturaspopulares.org/textos2/articulos/garciajurado.pdf; Los cuentos de fantasmas: entre la literatura antigua y el relato gótico; Francisco García Jurado
https://uvadoc.uva.es/bitstream/10324/18730/1/TFG_F_2016_145.pdf; Cuentos de licántropos, de brujas y de fantasmas en la literatura latina; Borja E. Torres Santiago
https://www.gutenberg.org/files/17190/17190-h/17190-h.htm; Greek and Roman Ghost Stories; Lacy Collison-Morley
https://helvia.uco.es/bitstream/handle/10396/12137/2010%20fantasmas_40.pdf?sequence=3&isAllowed=y; Ciencia y Religión en Conflicto: Fantasmas y Sucesos Paranormales en Plutarco; Israel Muñoz Gallarte