La poción de amor, pintura de Evelyn Morgan |
Para los romanos, veneficium era el crimen cometido al administrar venenum, que era cualquier sustancia capaz de alterar a personas o cosas con las que entrara en contacto. El acto de usar veneno con la intención de causar perjuicio se consideraba veneficium y estaba castigado por ley.
“Aquellos que administren un
abortivo o un afrodisiaco, incluso si no lo hacen con mala intención, serán
condenados a las minas, si son de clase inferior, o a una isla con la
confiscación de parte de su propiedad, si son de clase superior, porque el acto
siembra un mal ejemplo. Pero si por esa razón muriese un hombre o una mujer,
serán castigados con una muerte horrible.” (Digesto, XLVIII, 19.38.5)
Sin embargo, existía una distinción, el venenum podía
considerarse bonum (inofensivo) cuando se aplicaba con la intención de ayudar o
sanar (medicamentum) o malum (perjudicial) cuando se administraba con la
intención de hacer daño. Así, el mismo venenum dependiendo de la dosis o la
forma de administrarlo, podía ser beneficioso o nocivo. Por ejemplo, la
mandrágora se puede utilizar como ayuda para dormir, pero si se consume de
forma abusiva puede tener consecuencias letales.
“Yo veía las ansias de ese
malvado por conseguir un veneno fulminante; por otra parte, mis convicciones no
me permitían ofrecer a nadie una substancia mortal; había aprendido que la
medicina no tiene por objeto matar a los hombres, sino salvarles la vida. Temía
no obstante que, en caso de cerrarme, una rotunda negativa de mi parte diera
paso a un crimen, es decir, que ese hombre se fuera a otra parte a comprar su
pócima de muerte o incluso llevara adelante su proyecto abominable recurriendo
al puñal o a otra arma cualquiera. Le di, pues, una droga, pero era un soporífero,
el famoso narcótico de la mandrágora, tan conocido por su virtud letárgica y
por el sueño, muy parecido a la muerte, a que da lugar.” (Apuleyo, El
asno de oro, X, 11, 2)
El primer caso conocido de crimen por envenenamiento múltiple
en Roma fue en el año 331 a.C. cuando se produjo una alta mortalidad debido
quizás a una plaga, pero que se achacó a la toma de veneno. Después de que muchos
ciudadanos principales murieran de la misma enfermedad, una esclava informó a
los ediles curules que la causa de las muertes era que algunas matronas romanas
preparaban y administraban venenos. Al investigarlo, encontraron a unas veinte
matronas, incluyendo algunas patricias, preparando venenos, que ellas dijeron
ser remedios curativos. Al ser obligadas a beber sus preparados para probar que
los cargos eran falsos, ellas murieron. Además, ciento setenta más fueron
declaradas culpables del mismo crimen.
“Sí desearía que fuese falsa la
tradición —y no todos los escritores la avalan— según la cual murieron por
envenenamiento todos aquellos cuya muerte hizo tristemente famoso al año por
una epidemia; no obstante, hay que exponer la cosa tal como está en la
tradición, para no negarle credibilidad a ninguno de los escritores. Cuando los
ciudadanos principales se estaban muriendo de una enfermedad similar y todos
casi con los mismos síntomas, una esclava le confesó al edil curul Quinto Fabio
Máximo que ella desvelaría la causa de la calamidad pública si él le daba su
palabra de que su delación no le iba a acarrear inconvenientes. Fabio somete
inmediatamente el asunto a la consideración de los cónsules, éstos a la del
senado, y con el acuerdo de todo este estamento se le dan garantías a la
denunciante. Entonces quedó al descubierto que la población sufría por la
maldad de las mujeres, que las matronas preparaban aquellos venenos y que, si
querían seguirla en el acto, podían sorprenderlas con todas las evidencias.
Siguieron a la denunciante y encontraron a algunas matronas cocinando los
medicamentos, y descubrieron otros escondidos. Conducidas éstas al foro, el
viator hizo comparecer a unas veinte matronas en cuyo poder habían sido
aprehendidos; como dos de ellas, Cornelia y Sergia, de familia patricia ambas,
pretendían que aquellos medicamentos eran saludables, la denunciante,
rebatiéndolas, les pidió que bebieran para demostrar que ella había inventado
una falsedad. Se tomaron un tiempo para cambiar impresiones; una vez retirado
el público, expusieron la cosa a las demás, y como tampoco éstas rehusaron
beber, apuraron el brebaje a la vista de todo el mundo y todas ellas perecieron
en su propia trampa. Apresadas inmediatamente sus cómplices, denunciaron a un
gran número de matronas, de las cuales fueron condenadas alrededor de ciento setenta.
Antes de esa fecha no se habían dado en Roma procesos por envenenamiento.”
(Tito Livio, Ab Urbe condita, VIII, 18)
El suicidio por envenenamiento se veía como una salida noble y digna frente a la posibilidad de ser tomado prisionero y ejecutado por los enemigos. Así sucedió durante la segunda guerra púnica, cuando la ciudad de Capua se rebeló contra Roma y Aníbal no fue en su ayuda. En el año 211 a.C. Capua fue asediada y su líder, Virrius, sabiendo que no encontraría el perdón en sus enemigos decidió suicidarse e intentó convencer a los miembros del senado para que hicieran lo mismo. Veintisiete lo siguieron, pero los restantes cincuenta y tres fueron ejecutados por los romanos.
“Yo no veré a Apio Claudio y
Quinto Fulvio exultantes con su insolente victoria, ni me veré, cargado de
cadenas, arrastrado por la ciudad de Roma dando vistosidad a su triunfo para
después ser metido en una prisión o atado a un poste y doblegar el cuello ante
un hacha romana, con la espalda destrozada por las varas; no veré cómo es
incendiada y arrasada mi patria, y arrastradas para ser deshonradas las madres
campanas y las doncellas y los muchachos libres. Arrasaron hasta los cimientos
Alba, de donde ellos eran oriundos, para que no quedase memoria de su estirpe y
sus orígenes; mucho menos voy a creer que perdonarán a Capua, a la que odian
más que a Cartago. Conque aquellos de vosotros que quieran plegarse ante el
destino antes de ver todos estos horrores tienen hoy preparado y dispuesto un
convite en mi casa. Una vez saciados de vino y comida, irá pasando por turno la
misma copa que me será presentada a mí; esa bebida librará el cuerpo de los
suplicios, el espíritu de los ultrajes, los ojos y los oídos de ver y oír todas
las atrocidades e ignominias que esperan a los vencidos. Habrá alguien
preparado para arrojar nuestros cuerpos sin vida a una gran pira encendida en
el patio de mi casa. Ésta es la única posibilidad de una muerte honorable y
libre." (Tito Livio, Ab urbe condita, XXVI, 13, 17)
Muchas de las condenas por envenenamiento, sin suficientes
pruebas de culpabilidad, y sin poder analizar químicamente las sustancias
utilizadas, se producían en épocas de pestes, cuando la gente se encontraba en
un estado de agitación mental que les disponía a atribuir las calamidades que
sufrían a las malas artes de personas con perversas intenciones.
Especialmente proliferaron las acusaciones contra mujeres
acusadas de envenenar a sus maridos, como en el siguiente caso ocurrido en el
año 154 a.C.
“Hubo una investigación sobre
envenenamientos. Las mujeres nobles Publilia y Licinia fueron acusadas de
asesinar a sus maridos, antiguos cónsules; tras la audiencia, encomendaron sus
haciendas al pretor como fianza, pero fueron ejecutadas por decisión de sus
familiares.” (Floro, Periocas, 48, 6)
Como los casos que requerían una investigación pública,
tales como traición, conspiración, asesinato y envenenamiento fueron en
aumento, al final del siglo II a.C. se creó un tribunal para juzgarlos y en el
año 81 a.C. el dictador Sila promulgó una ley contra crímenes en los que se
incluía el uso de los venenos, Lex Cornelia de sicariis et veneficis.
Esta ley incluía la persecución de los venefici, preparadores y administradores
de los venenos, así como vendedores y compradores.
“Lo que ordena la ley en virtud
de la cual se ha constituido este tribunal es que el presidente, es decir,
Quinto Voconio, con los jueces que le han correspondido por suerte -a vosotros,
jueces, se dirige la ley- abran información en los casos de envenenamiento. ¿Información
contra quién? Se deja sin determinar. «Cualquiera que haya preparado, vendido,
comprado, retenido, dado»”. (Cicerón, Pro Cluentio, 148)
Agripina Metella encadenada, pintura de Aurora Mira, colección Banco de Chile |
Los casos de envenenamiento proliferaban por lo que se
juzgaban severamente, aunque no siempre era fácil encontrar un responsable o
declarar la culpabilidad de un acusado.
“Una mujer de Esmirna fue
conducida ante Cneo [Comelio] Dolabela, que ostentaba el mando proconsular en
la provincia de Asia. Con venenos administrados solapadamente aquella mujer
había asesinado a la vez al marido y a un hijo de éste y confesaba haberlo
hecho, afirmando que había tenido un motivo para hacerlo, porque aquellos
mismos marido e hijo habían dado muerte a otro hijo de la mujer habido de un
matrimonio anterior, un joven excelente e intachable, sorprendiéndolo en una
emboscada. Y no había duda alguna de que tal cosa había sucedido así. Dolabela
trasladó el caso al Consejo. Ninguno de los consejeros se atrevía a emitir una
sentencia en una causa tan delicada: por un lado, opinaban que no debía quedar
impune un envenenamiento reconocido por el que se había dado muerte a un padre
y a un hijo, y, por otro lado, creían que se había castigado con una pena
adecuada a unos criminales. Dolabela trasladó el caso a los areopagitas de
Atenas, como jueces más autorizados y experimentados. Una vez conocida la
causa, los areopagitas ordenaron que el acusador de la mujer y la mujer misma,
sujeto de la acusación, se presentaran al cabo de cien años. De este modo no
absolvieron del envenenamiento a la mujer, algo que las leyes no permitían, ni
condenaron ni castigaron a una inocente que merecía el perdón”. (Aulo
Gelio, Noches Áticas, XII, 7, 1-8)
Entre las causas principales para utilizar veneno en las
familias están la de librarse de una esposa o esposo para contraer nuevo
matrimonio o quitarse a un pariente de en medio para acceder a una herencia.
“Una mujer acompañó al exilio a
su marido, un proscrito. Un día lo sorprendió a solas con una copa en la mano y
le preguntó qué contenía. Él le contestó que era veneno y que quería morir.
Ella le suplicó que le dejara beber un poco, diciéndole que no quería vivir sin
él. Él se tomó parte del brebaje y le dio el resto a su mujer, pero únicamente
murió ella. En el testamento aparecía como heredero el marido. Al volver del
exilio se lo acusa de envenenamiento.” (Séneca, Controversias, VI, 4 Un
brebaje mortífero en parte)
Detalle mosaico del Museo del Bardo, Túnez |
En uno de los famosos juicios de Cicerón se expone la
defensa de Cluentio Avito acusado por el joven Opiánico, de intentar
envenenarlo, cuyo padre, ya fallecido, ya había sido acusado a su vez de
intentar envenenar al actualmente defendido, Cluencio. En su defensa Cicerón
acusa al difunto Opiánico de envenenar a su esposa Cluencia, tía del joven
Cluencio Avito, a su propio hermano y su cuñada embarazada.
“Vosotros, por favor, tened
presente que no es mi propósito acusar a Opiánico -que ya está muerto- sino,
queriéndoos convencer de que este hombre, mi defendido, no sobornó al tribunal,
usar como principio y fundamento de mi defensa el hecho de que Opiánico, el
mayor criminal y el mayor delincuente, fue condenado. Él alargó personalmente a
su mujer Cluencia, que era tía de mi cliente Avito, una copa y súbitamente
ella, a medio beberla, comenzó a gritar que se moría entre grandes dolores y no
vivió más de lo que tardó en decirlo porque, con las palabras y el grito aún en
la boca, murió. Confirmando esta muerte repentina y las palabras de la
moribunda, se encontraron en el cuerpo de la difunta todos los síntomas que
suelen ser indicios y vestigios de envenenamiento. Y también con el veneno mató
a su hermano Gayo Opiánico.
Y no para ahí todo. Aunque en
este fratricidio parece que no se omitió ninguna maldad, sin embargo, para
llegar a esta acción infame, se preparó antes el camino con otros delitos. Así,
hallándose embarazada Auria, la mujer de su hermano, y creyéndose que ya estaba
próximo el alumbramiento, mató a la mujer envenenándola para que al mismo
tiempo pereciera el fruto que había concebido de su hermano. Después se volvió
contra su hermano, el cual tarde, cuando ya se había agotado la copa mortal,
mientras lanzaba gritos por su asesinato y por el de su mujer y queriendo
cambiar el testamento, murió en el mismo momento en que expresaba esta
voluntad. Así mató a la mujer para no verse excluido, con el nacimiento de un
hijo, de la herencia de su hermano y a los hijos de su hermano los privó de la
vida antes de que ellos pudieran recibir de la naturaleza esta luz como suya.”
(Cicerón, En defensa de Aulo Cluencio, 30-31)
Circe, pintura de John William Waterhouse |
Todo aquel que tenía enemigos o pensaba que podía tenerlos
desarrollaba gran temor a ser envenenado por lo que era habitual entre los ricos
tener un probador para la comida, el praegustator. Sin embargo, no siempre era
una solución para evitar el veneno, como se demuestra en muchas ocasiones en la
historia.
“En la época en que se preparaba
para la batalla que se luchó en Actium, Antonio desconfiaba de la reina hasta
temer sus atenciones y no tocaba su comida a menos que otra persona la hubiese
probado primero. Por ello se dice que la reina para burlarse de su miedo, hizo
mojar las puntas de las flores de una corona en veneno, y luego se la puso en
la cabeza. Tras un rato, cuando la alegría se había extendido, retó a Antonio a
tragarse las flores mezcladas con el vino. ¿Quién en esas circunstancias se
podía esperar traición? Entonces se arrancaron las flores de la corona y se
echaron en la copa. Cuando Antonio estaba a punto de beber, ella le sujeto el
brazo. Contempla, Marco Antonio, dijo, a la mujer por la que tomas tantas
precauciones con tus probadores. Y si no pudiese vivir sin ti, no me faltaría
ocasión. Tras decir esto, ordenó traer un hombre de la prisión y le hizo beber de
la copa, al hacerlo cayó muerto ahí mismo.” (Plinio, Historia Natural,
XXI, 12)
Cleopatra probando veneno en condenados, pintura de Alexandre Cabanel |
Los probadores de comidas de los gobernantes llegaban a tener cierta importancia en la corte imperial, siendo normalmente esclavos y posteriormente libertos; algunos se vieron implicados en conspiraciones para envenenar a sus propios amos.
“Al genio de Coetus Herodianus, praegustator
del divino augusto, después vilicus en los jardines de Salustio, murió en el
consulado de M. Cocceius Nerva y C. Vibius Rufinus. Julia Prima lo dedicó a su
patrono.” (CIL, VI, 9005)
Coetus, por su agnomen Herodianus, pertenecería como
esclavo a Herodes en un primer momento, y sería heredado por Augusto en virtud de
un legado. Cuando fue liberado, se convirtió en un cuidador de los famosos
jardines de Salustio siendo su propia liberta quien se encargó de su tumba.
Durante el imperio la dinastía Julio-Claudio consiguió una
fama nefasta por los numerosos casos de envenenamiento ocurridos en la familia.
En el año 19 d.C. el sobrino del emperador Tiberio,
Germánico, murió en extrañas circunstancias en Antioquía. Su esposa Agripina
acusó al gobernador de Siria, Calpurnio Pisón, con quien el difunto había
tenido grandes diferencias, y a su esposa Plancina de haberlo envenenado con la
ayuda de una famosa hechicera siria, Martina.
“Éste, a instancia de Vitelio y
de Veranio, que hacía el proceso contra los tenidos por culpados, envió a Roma
una mujer llamada Martina, tenida por hechicera pública en aquella provincia,
muy amada de Plancina.” (Tácito, Anales, II, 74)
Muerte de Germánico, pintura de Adolf Hiremy Hirschl |
De camino a Roma para ser juzgada Martina murió y aunque no
había pruebas de suicidio se encontró veneno escondido en su cuerpo.
“Ya se sabía que aquella
Martina, famosa hechicera, enviada, como he dicho, por Cneo Sencio, había
muerto súbitamente en Brindis, y que le habían hallado el veneno escondido en
las trenzas de los cabellos, sin señal alguna en su cuerpo de haberse quitado
ella misma la vida.” (Tácito, Anales, III, 7)
En el año 23 d.C. murió Druso, el hijo de Tiberio, por un
veneno que le había sido administrado por Ligdo, un liberto suyo, instigado por
Sejano, prefecto del pretorio, quien deseaba el poder y había cometido
adulterio con la esposa del propio Druso. El veneno ingerido produjo en el
afectado el efecto de una enfermedad degenerativa.
“Y así juzgando Sejano que le
convenía solicitar, escogió un veneno de tal calidad que, penetrando poco a
poco, hiciese su efecto semejante a las enfermedades casuales. Este veneno se
dio a Druso por medio de Ligdo, eunuco, como se descubrió ocho años después.” (Tácito,
Anales, IV, 8)
Druso minor, hijo de Tiberio. Museo del Prado, Madrid |
Dión Casio cuenta con respecto a la insania de Calígula que
envenenó a gladiadores y aurigas para que sus favoritos pudieran vencer y él
poder ganar más dinero.
“Al mismo tiempo que cometía
estos crímenes con la excusa de que se encontraba falto de recursos económicos,
ingenió este otro modo de sacar dinero. Vendía a los supervivientes de los
combates gladiatorios, a un precio desorbitado, a los cónsules, pretores y
otras personas. Se los vendía no sólo a los que deseaban comprarlos sino a los
que él forzaba, en contra de su voluntad, a hacerlo durante las carreras del
circo y, muy especialmente, a los que sorteaba para que fueran sus
organizadores. De hecho, había ordenado que se designase a suertes dos pretores
para aquellos combates, tal y como se había hecho en otras épocas. Mientras,
él, que se sentaba en el banco del vendedor, hacía subir la puja. Muchas
personas que venían de fuera aumentaban las pujas, especialmente porque así
permitía, a los que quisieran, ofrecer un espectáculo con un número mayor de
gladiadores del que la ley establecía y porque él los visitaba con cierta frecuencia.
De esta forma, algunos porque necesitaban a aquellos hombres, otros porque
creían que así se congraciaban con el emperador, y la mayoría, todos aquellos
que tenían la reputación de ricos, porque querían gastar una parte de sus fortunas
con aquel pretexto para que, disminuyendo sus riquezas, consiguieran salvar sus
vidas, compraban a los gladiadores a precios muy altos. Pero después de haber
hecho todo eso, mató a los mejores y más famosos de aquellos gladiadores con un
veneno. Lo mismo hizo con los caballos y los aurigas del equipo contrario.” (Dión
Casio, Historia romana, LIX, 14)
Se cree que el emperador Claudio murió envenenado por su
cuarta esposa Agripina con un veneno proporcionado por la famosa Locusta para
sustituirlo por su propio hijo Nerón. Claudio, gran aficionado a las setas, se
sintió indispuesto tras comer un plato elaborado con ellas, pero no murió
inmediatamente, sino que se dice que su médico, Jenofonte, le metió una pluma
en la garganta para provocar el vómito, que estaría supuestamente envenenada lo
que acabó por producir su muerte.
“Agripina, resuelta al crimen desde
hacía tiempo, solícita para aprovechar la ocasión que se le había presentado y
sin necesitar intermediarios, reflexionó mucho sobre la elección del tipo de
veneno, temiendo que uno de efectos rápidos e inmediatos pusiera al descubierto
su crimen, y que, si elegía uno lento y de efectos retardados, Claudio, al
llegar a sus últimos momentos y comprender el engaño, retornara al amor de su
hijo. Quería algo rebuscado, algo que perturbara la mente y aplazara la muerte.
Entonces elige a una experta en tales artes llamada Locusta, condenada hacía
poco por envenenamiento y mantenida desde tiempo atrás entre los instrumentos
de su poder. Con el saber de esta mujer se preparó el veneno y se encargó de
servirlo a Haloto, uno de los eunucos, que era quien solía llevarle las comidas
a la mesa y probarlas.
“Hasta tal punto se supieron
después todos los detalles, que los historiadores de aquellos tiempos cuentan
que el veneno se echó en un sabroso plato de setas, y que los efectos del
tóxico no se notaron en un primer momento, ya fuera por la estupidez de
Claudio, ya porque estuviera borracho. A la vez daba la impresión de que una
descomposición del vientre había venido en su ayuda. Aterrada por ello Agripina
y, pues se temía lo peor, haciendo caso omiso de los reproches de los
presentes, emplea la complicidad de Jenofonte, el médico, a quien se había
ganado previamente. Se cree que éste, aparentando ayudarle en sus intentos de
devolver, hundió hasta su garganta una pluma untada en un rápido veneno, no
ignorando que los mayores crímenes empiezan con peligro y terminan en
recompensa.” (Tácito, Anales, XII, 66-67)
El motivo por el que Nerón pudo haber hecho envenenar a Británico, hijo de Claudio, no está totalmente claro, pues el joven no llegó a ser nombrado sucesor y su paternidad había quedado en entredicho al ser hijo de Mesalina. Agripina se había encargado de eliminar a todos sus partidarios, pero quizás hizo creer a Nerón que apoyaría a Británico si aquel no seguía sus consejos. Suetonio cree que le tenía envidia por su voz y por ser el hijo del recordado Claudio.
Para llevar a cabo su detestable propósito recurrió a la
mencionada envenenadora de su tiempo, Locusta, que creó una poción especial
para la ocasión.
“Envenenó a Británico tanto por
envidia de su voz, que era muy agradable, como por temor de que algún día el
recuerdo de su padre le hiciera prevalecer en el favor de los hombres. Le dio
el veneno una tal Locusta, que había descubierto varios, pero como este obraba
más lentamente de lo que esperaba y solo consiguió provocar a Británico una
descomposición de vientre, mandó llamar a esta mujer y la golpeó con sus
propias manos, acusándola de haberle dado una medicina en lugar de un veneno;
al poner ella como excusa que le había dado menos cantidad para ocultar un
crimen tan odioso, exclamó: “Pues sí que temo yo la ley Julia” y la obligó a
cocinar ante su vista, en su habitación, el veneno más rápido y más activo que
pudiera. Luego, lo experimentó con un cabrito que tardó cinco horas en morir,
en vista de lo cual lo hizo recocer una y otra vez y se lo dio a comer a un
cochinillo, que murió en el acto; entonces ordenó que lo llevaran al comedor y
se lo sirvieran a Británico mientras comía con él. Nada más probarlo, aquel
cayó, y Nerón fingió ante los convidados que había sufrido uno de sus
habituales ataques de epilepsia; al día siguiente, lo enterró a toda prisa, sin
ninguna ceremonia, en medio de una lluvia torrencial. En premio a sus
servicios, concedió a Locusta la impunidad, extensas posesiones, e incluso
discípulos.” (Suetonio, Nerón, 33)
Muerte de Británico, ilustración de Pierre Narcisse Guerin |
Locusta había sido condenada por muchos crímenes durante el
reinado de Claudio y permanecía en prisión cuando Agripina la hizo llamar para
conseguir un veneno contra Claudio. Posteriormente Nerón la utilizó para librarse
de Británico y tras la muerte de este, su sentencia de muerte fue suspendida y
mantenida como consejera sobre venenos. Se le permitió enseñar a otros y
también probar sus pócimas en animales y criminales convictos. Fue ejecutada
cuando Galba accedió al poder tras la muerte de Nerón.
“En los casos, no obstante, de
Helio, Narciso, Patrobio, Locusta, los hechiceros y el resto de escoria que
había salido a la luz durante los días de Nerón, ordenó que les condujera
encadenados por toda la Ciudad y que después se les ejecutara.” (Dión
Casio, Historia romana, LXIV, 3, 4)
Locusta y Nerón probando un veneno, pintura de Xavier Sigalon, Museo de Bellas Artes de Nimes, Francia |
Ni siquiera los emperadores mejor considerados quedaban a
salvo de ser acusados de envenenar a sus rivales políticos, como en el caso de
Marco Aurelio, quien habría supuestamente envenenado a su coemperador Lucio
Vero.
“No hay ningún príncipe que no
se vea salpicado por la mala fama, de manera que también sobre él se difundió
el rumor de que había dado muerte a Vero, bien mediante la aplicación de un
veneno cortando una tetina de cerdo con un cuchillo por el lado que previamente
había sido envenenado y dándole a comer la parte envenenada mientras que se
reservaba para sí la parte inofensiva, bien mediante la utilización de los
servicios del médico Posidipo que, según cuentan, le hizo una sangría antes de
tiempo.” (Historia Augusta, Marco Aurelio, 15, 5)
El temor a ser envenenado era una constante entre los
gobernantes de la antigüedad por lo que era habitual que tomasen medidas para
paliar los efectos de una posible ingesta, por lo que de forma preventiva
solían tomar ciertas dosis de varios venenos que servirían como antídoto en
caso de necesidad.
“Decidieron, pues, dar a Cómodo
un veneno, que Marcia se comprometió a administrárselo sin dificultad. Pues
tenía la costumbre de mezclar ella misma el vino y de ofrecer al emperador la
primera copa para que tuviera el placer de beberla de manos de su amada. Al
volver Cómodo del baño Marcia puso el veneno en la copa, mezclándolo con un
vino aromático y le ofreció la bebida. Él, como copa de amor que habitualmente
le brindaba Marcia después de sus frecuentes baños y combates con los animales,
sediento, la bebió sin darse cuenta. Al punto le sobrevino un sopor que le
forzó a dormir y, pensando que esto le ocurría a causa del cansancio, se
acostó. Eclecto y Marcia, con el pretexto de dejar descansar al emperador,
ordenaron a todos que se retiraran y fueran a sus asuntos… Durante un rato permaneció tranquilo, pero cuando el
veneno afectó al estómago e intestinos, se apoderó de él un mareo seguido de
una vomitona, bien porque la comida y abundante bebida ingeridas antes
rechazaban el veneno, bien por haber tomado previamente un antídoto, como
suelen tomar los emperadores siempre antes de cada comida. Pero, ante aquella
vomitona, Marcia y los otros, temiendo que arrojara todo el veneno y que se
recuperara y fuera la ruina de todos, persuadieron con promesas de generosas
recompensas a un tal Narciso, joven decidido y fuerte, para que se acercara a
Cómodo y lo estrangulara. Él irrumpió en la habitación del emperador, que
estaba abatido por el veneno y el vino, y le apretó el cuello hasta matarlo.” (Herodiano,
Historia del Imperio romano, I, 17, 8-11)
Narciso estrangulando a Cómodo, grabado de G. Mochetti |
La rivalidad familiar provocaba que se buscase el
envenenamiento como forma fácil de deshacerse de algún pariente molesto al que
se consideraba un impedimento para el ascenso al trono, como sucedió en el caso
de Claudio y su hijo Británico. Pero avanzado el imperio, la eliminación de
rivales seguía sucediendo. La enemistad entre Caracalla y su hermano Geta se
vio salpicada por el enfrentamiento y las sospechas, entre ellas las de posible
envenenamiento, aunque finalmente el segundo acabó sucumbiendo a la violencia
de su hermano mayor.
“En el libro anterior han
quedado descritas las acciones de Severo en sus dieciocho años de emperador. Sus
hijos, todavía unos jóvenes. junto con su madre regresaron apresuradamente a
Roma, y ya manifestaron su desacuerdo durante el camino. Ni paraban en los
mismos alojamientos, ni comían juntos; cada uno miraba con gran recelo todo lo
que comía y bebía, no fuera que el otro se hubiera adelantado y a escondidas, o
por medio de algún criado, le hubiera puesto un veneno.” (Herodiano, Historia
del Imperio romano, IV, 1)
Izda. Caracalla, Museo Palazzo Massimo, Roma. Drcha. Geta |
Los efectos provocados tras la ingestión de veneno se
describen de forma cruda y dramática en algunos textos haciendo patente el
sufrimiento que producía en los afectados.
“Por otra parte, Licinio
perseguía con su ejército al tirano, y éste, batiéndose en retirada, se dirigió
de nuevo a los desfiladeros del Tauro. Aquí intentó el avance con la construcción
de torres y fortificaciones, pero fue desalojado por los vencedores, que
destruyeron todas las construcciones, y, finalmente, huyó a Tarso. Allí, al
verse asediado por tierra y por mar y no esperar ya refugio alguno, angustiado
y temeroso, recurrió a la muerte, como remedio a los males que Dios había
acumulado sobre su cabeza. Pero previamente se sació de comida y se anegó en
vino, tal como acostumbran a hacerlo quienes piensan que lo van a hacer por
última vez. Tras ello ingirió veneno. Su efecto, al actuar sobre un estómago
lleno, no pudo ser fulminante, sino que le produjo una debilidad maligna,
similar a la que provoca la peste, por lo que su vida se prolongó algún tiempo
entre dolores. Después comenzó a intensificarse el efecto del veneno, con lo
que sus entrañas comenzaron a arder con un dolor tan insoportable que le llevó
a la locura. Llegó a tal extremo, que, por espacio de cuatro días, preso de la
locura, cogía con sus manos tierra seca y la devoraba como un hambriento.
Seguidamente, después de innumerables y duros dolores, al golpear su cabeza
contra las paredes, sus ojos se saltaron de sus órbitas. Por último, perdida ya
la vista, tuvo una visión en la que Dios le juzgaba rodeado de servidores
vestidos de blanco. Daba gritos de manera semejante a los que están sometidos a
tortura y declaraba que no lo había hecho él, sino otros. Finalmente, como si
hubiese cedido a los tormentos, comenzó a confesar a Cristo suplicándole e
implorándole que se compadeciese de él. De este modo, exhalando gemidos como si
le estuviesen quemando, entregó su espíritu pernicioso en medio de un género de
muerte detestable.” (Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, 49
– Muerte de Maximino Daya)
“Vibulio Agripa, un caballero,
se mató en la propia curia bebiendo el veneno que llevaba oculto en uno de sus
anillos.” (Dión Casio, Historia Romana, LVIII, 18, 4)
No siempre el efecto buscado a la hora de administrar un
veneno era la muerte, sino provocar una enfermedad o la interrupción de un embarazo.
“Mientras tanto, Helena, hermana
de Constancio y esposa del César Juliano, fue conducida a Roma por una llamada
aparentemente amistosa, según un plan tramado por la emperatriz Eusebia,
estéril durante toda su vida, que la convenció para que bebiera un veneno
preparado con mala fe de manera que, cuando quedara embarazada, perdería el
hijo que esperara.” (Amiano Marcelino, Historia, 16.10.18)
El uso inadecuado del veneno podía implicar que el resultado
no fuera el esperado, como en el caso de mezclar sustancias que podían
interferir unas contra las otras y acabar evitando un desenlace fatal en vez de
provocarlo.
“Una esposa adúltera dio venenos
a su celoso marido y creyó que no le había dado suficiente para matarlo. Añadió
proporciones mortales de mercurio para que esa fuerza duplicada le provocase
una rápida muerte. Si se aíslan los ingredientes, son, por separado, veneno;
toma un antídoto quien juntos los bebe. Así, mientras luchan entre sí esos
nocivos brebajes, el daño mortal se trueca en bien salutífero.
Y buscaron sin detenerse los
vacíos recovecos del vientre, siguiendo el camino resbaladizo y conocido de los
alimentos desechados. ¡Qué justa providencia la de los dioses! La esposa más
cruel puede favorecer y, cuando los hados quieren, dos venenos benefician.”
(Ausonio, Epigramas, 3)
Los antiguos romanos diferenciaban entre tres clases de venenos, los que matan con rapidez, los que causan deterioro físico y los que provocan perturbación mental. En estos últimos se pueden incluir los filtros amorosos que muchos clientes encargaban a hechiceras para someter la voluntad de los afectados.
“No por la fuerza de pócimas
sabidas, ¡oh Varo, hombre destinado a tantos llantos!, has de acudir a mí de
nuevo, ni a mí volverá tu pensamiento llamado por invocaciones marsas. Voy a
preparar algo más grande, una poción más potente le voy a administrar a tus
desdenes; y el cielo quedará debajo de los mares, y por encima se extenderá la
tierra, si no ardes tú en mi amor, como arde el betún en negros fuego.” (Horacio,
Épodos, V)
En la antigüedad se conocieron una gran variedad de
sustancias con propiedades venenosas provenientes del mundo animal, vegetal y
mineral. Del primero había gran interés por el estudio de las mordeduras de
animales como las serpientes, escorpiones o las liebres marinas.
“Voy a hablar del escorpión,
armado con un potente aguijón., y de su desagradable progenie. La especie
blanca no causa daño. Pero la roja causa una fiebre rápida y calenturienta en
las bocas de los hombres, y las víctimas luchan de forma convulsiva como si se
hubieran prendido fuego, y les provoca una sed constante. La especie negra por
otro lado, cuando muerde, causa una agitación temible y las victimas se asustan
y ríen sin ninguna razón.” (Nicandro de Colofón, Theriaca)
También se sabían las propiedades nocivas de algunos
minerales como el arsénico, el plomo o el albayalde. Pero, sobre
todo, los efectos más estudiados son los procedentes de las hierbas y plantas.
Entre las plantas más conocidas destacan, por ejemplo, el acónito, cuya raíz
era uno de los venenos más enérgicos del reino vegetal, pues con poca cantidad
se lograba un efecto letal tras un colapso cardiovascular y una parálisis
respiratoria. Entre sus síntomas se encontraban los dolores musculares,
debilitamiento general, ritmo cardiaco irregular y baja presión sanguínea.
Izda. Acónito. Centro, cicuta. Drcha. Eléboro |
La cicuta se usaba ya en el siglo V a.C. en los tribunales
de Atenas como método de ejecución. El filósofo Sócrates puso fin a su vida
bebiendo cicuta en el año 399 a.C. Produce náusea, salivación, vómitos, dolor
abdominal y de cabeza. Provoca una paralización de los órganos respiratorios
hasta llegar a la asfixia. Se dice que su resultado es una muerte fácil e
indolora. Séneca tras la condena impuesta por Nerón intentó quitarse la vida
abriéndose las venas, pero al no llegar la muerte, tomó cicuta para acelerar el
proceso, pero al no conseguir morir tampoco, fue llevado a una bañera para que
los vapores del agua caliente le produjeran la asfixia.
“Séneca, entretanto, al
prolongarse su agonía, rogó a Estacio Anneo, en quien tenía experimentada gran
amistad y no menor ciencia en la medicina, que le trajese el veneno ya de antes
preparado, que era el que solían dar por público juicio los atenienses a sus
condenados; y habiéndoselo traído, lo tomó, aunque sin ningún efecto, por
habérsele ya enfriado los miembros y cerrado las vías por donde pudiese
penetrar el veneno.” (Tácito, Anales, XV, 64)
La muerte de Séneca. Pintura de Manuel Domínguez Sánchez, Museo del Prado. |
El eléboro podía utilizarse como purgante y como
remedio para tratar enfermedades mentales como la epilepsia. El opio se
empleaba para calmar el dolor, pero en grandes cantidades causaba la muerte por
lo que se tomaba en casos de suicidios.
La forma más fácil de administrar los venenos era mezclarlos
con vino o ponerlos en la comida.
Que alguien dé antes un mordisco a cuantos te alargue aquélla que te ha parido, que pruebe antes precavidamente la copa tu preceptor.” (Juvenal, Sátiras, VI, 630)
Pintura de Alma-Tadema |
El cuerpo de una persona
envenenada podía oscurecerse tras su muerte y Dión Casio cuenta la historia de
Nerón que hizo que embadurnaran el cuerpo de Germánico con yeso para
enblanquecerlo, ya que se había puesto negro por el veneno que le habían
suministrado, pero cuando le llevaban por el Foro empezó a llover
torrencialmente e hizo que el yeso se diluyera, por lo que el crimen quedó al
descubierto.
Británico (probable), Pompeya, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto M0tty |
Bibliografía
https://www.researchgate.net/publication/280210350_POISONS_POISONING_AND_THE_DRUG_TRADE_IN_ANCIENT_ROME; POISONS, POISONING AND THE DRUG TRADE IN ANCIENT ROME; L Cilliers & F P Retief
https://www.mcgill.ca/classics/files/classics/2007-8-03.pdf; Snow White’s Apple And
Claudius’ Mushrooms: A Look at the Use of Poison in the Early Roman Empire; Connie Galatas
https://www.academia.edu/13316961/Poisoning_in_Ancient_Rome_The_Legal_Framework_The_Nature_of_Poisons_and_Gender_Stereotypes; Poisoning in Ancient Rome: The Legal Framework, The Nature of Poisons, and Gender Stereotypes; Evelyn Höbenreich and Giunio Rizzelli
https://www.proquest.com/openview/bacd0135baf4df8eaaecd7553c937ede/1?pq-origsite=gscholar&cbl=18750&diss=y; THE ROLE OF POISON IN ROMAN SOCIETY; Cheryl L. Golden
https://www.jstor.org/stable/265324?origin=JSTOR-pdf; Poisons and Poisoning among the Romans; David B. Kaufman
https://www.researchgate.net/publication/288204969_Poisons_Poisoners_and_Poisoning_in_Ancient_Rome; Poisons, Poisoners, and Poisoning in Ancient Rome; Louise Cilliers
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3070687; Maleficio y veneno en la muerte del Germánico; Manuel García Teijeiro