jueves, 25 de febrero de 2016

Magicae I, magos y hechiceras en la antigua Roma

Altar con doce dioses, museo del Louvre, foto de Jastrow

La superstición que imperaba en las antiguas civilizaciones era la explicación que encontraban los individuos a determinados acontecimientos naturales cuando no podían explicar de una forma lógica lo que ocurría en su vida y entorno.

La tradición religiosa romana incluyó a la superstición dentro de sus elementos del culto, basándose en la herencia de los pueblos itálicos, como los sabinos y los etruscos. La religión oficial exigía una atención a los dioses que provocaba temor hacia ellos, por lo que recurrir a prácticas rituales prohibidas por el Estado se convirtió en algo más habitual. 


“La suerte ablandó aquella noche amenazadora capaz de producir alguna gran maldad con un caso fortuito. Porque, sin embargo, de que el cielo estaba casi claro, pareció que la luz de la luna vino a fallecer y eclipsarse; los soldados, que ignoraban la causa, lo tomaron como por presagio de las cosas presentes, y, comparando a sus trabajos el defecto de aquel planeta, se persuadieron a que les sucedería todo prósperamente si la luna volvía luego a cobrar su acostumbrado resplandor. Con esto comienzan a hacer gran estruendo con todo género de instrumentos militares, alegrándose o entristeciéndose conforme se iba aclarando u obscureciendo la luna; mas después que algunas nubes que se levantaron la acabaron de cubrir del todo teniéndola ya por sepultada en tinieblas, como suelen darse fácilmente a la superstición los ánimos turbados y temerosos, se pronostican eternos trabajos, doliéndose de que sus maldades tuviesen tan ofendidos a los dioses”. (Tácito, I, I, 28)

Durante el Alto Imperio coexistieron los cultos a divinidades orientales y africanas con los rituales practicados por magos, adivinos y hechiceros que, gracias a sus conocimientos de hierbas y plantas, la astrología y las artes ocultas ejercían un oficio aprovechando la necesidad que algunos tenían de satisfacer ciertas necesidades de una manera que no estaba amparada por la ley. Cicerón denunció la introducción de creencias bárbaras en la religión romana, la relajación de las costumbres y la práctica de actividades viciosas alejadas de la religión oficial por parte del pueblo.


"Por tanto, ¿veis cómo, a partir de unos hechos científicos descubiertos de una manera correcta y provechosa, nuestra razón se ha ido desviando hacia unos dioses imaginarios y ficticios? Esta circunstancia engendró creencias falsas, confusa desorientación y una superstición propia casi de ancianas." (Cicerón, De los Dioses, L. II)

Libro mágico, Termas de Diocleciano, foto de Marie Lan Nguyen

Tanto la magia como la religión compartían la creencia en fuerzas o seres superiores que podían actuar en sentido favorable o contrario a las propias intenciones. La religión trataba de atraerse el favor de los dioses o de evitar su castigo mediante la plegaria, el sacrificio y todas las manifestaciones del culto divino. La magia, en cambio, pretendía someter la voluntad de las potencias superiores utilizando la coacción de sus fórmulas y actos. La primera se preocupaba mayormente de la sociedad y sus ceremonias eran públicas, mientras la segunda se centraba más en el individuo y sus ritos eran privados.

Todos los hombres y mujeres de la Antigüedad Tardía creían en el poder de los magos, brujos, adivinos y en la omnipresencia del diablo y de otros seres y poderes no humanos que influían de una forma permanente en la vida de las personas, de los animales e incluso de las plantas.

La práctica de la magia era habitualmente castigada, hasta con la muerte. Las leyes prohibían ciertos comportamientos, como la ley de las XII Tablas, la ley Cornelia de sicariis et veneficiis y la ley Iulia maiestatis que condenaban los crimina magiae (delitos de magia).



La Lex Cornelia de sicariis et veneficis (Ley Cornelia sobre sicarios y envenenadores) fue promulgada el año 81 a.C. en la reforma jurídica propuesta por Sila. Establecía la pena de muerte como sanción a quien practicara envenenamientos y apuñalamientos con pérdida de la vida de quien las sufría. La ley también sentenciaba la muerte a quién preparara, vendiera o confeccionase los venenos o proporcionara medios para consumar el atentado, o instigase a alguien a que lo hiciera. La ley Iulia castigaba los crímenes mágicos que afectaban a la familia imperial u obedecían a razones políticas.

Varios emperadores decretaron la expulsión de magos, charlatanes y astrólogos de Roma.


En el mundo romano un clima de tensión política y social a veces traía generaba una gran paranoia y traía como resultado un inusual número de acusaciones contra cualquiera de practicar magia.  En un inestable momento político algunos se sentían excesivamente tentados a acusar a cualquiera de practicar la magia, al estar perseguido por la ley. Mayormente cuando se podía conseguir una ganancia personal, económica o política. Tácito sugiere que algunos periodos del imperio fueron peligrosos para las clases altas que tenían alguna relación con la magia.


“La suerte propicia salvó a otros pocos, amparando la manifestación de su inocencia. Pero las prevenciones se multiplicaron hasta lo infinito, y pronto envolvieron en sus inextricables redes innumerables víctimas que perecieron desgarrados sus miembros en los tormentos o sufrieron la sentencia capital con pérdida de cuanto poseían, siendo Paulo el eje de todas aquellas iniquidades. Su espíritu, fecundo en medios de dañar, era arsenal de toda clase de calumnias, pudiéndose decir que de una señal suya dependía la suerte de los acusados. Había llevado uno al cuello un amuleto como protección contra la fiebre cuartana o de otra enfermedad cualquiera, o bien se le había visto pasar de noche junto a una tumba; esto era bastante para que fuese denunciado y condenado a muerte, como confeccionador de venenos o como violador de sepulcros, que turbaba el reposo de los manes para componer maleficios, siguiendo la ejecución inmediatamente a la sentencia.” (Amiano Marcelino, Historia del Imperio Romano, XIX, 12)

Amuleto, Museo Kelsey
En su obra Apologia pro se de Magia, Apuleyo nos dejó noticia de que en Sabrata, cerca de la ciudad de Oea, aproximadamente en el año 158 d. C., se enfrentó a un juicio por una acusación de magia. 

Pudentila era una viuda, de 40 años de edad, madre de dos hijos, y Sicinio Emiliano, hermano del esposo ya fallecido de Pudentila atacó a Apuleyo, con sus abogados; primero con palabras, o sea, difamándolo, incurriendo en el delito de injuria; después lo acusó, también de palabra, de “maleficios mágicos”, “de magia” y de que mediante encantamientos y brebajes había enamorado a Pudentila. Esta era una mujer rica, su fortuna consistía en 4 millones de sestercios, además de, entre otras propiedades, granjas, rebaños, predios, campos, una casa muy grande y opulenta. Ella le prometió a Apuleyo, su segundo esposo, la cantidad de 300 mil sestercios por concepto de dote. La razón de la acusación de magia era, a los ojos de Apuleyo, muy clara: en realidad Emiliano quería que la fortuna quedara en sus manos y no en las de un extraño a la familia.

Apuleyo, al abordar el tema sobre la magia, distingue dos tipos: la magia buena, la que podríamos llamar blanca; y la mala, la que hace daño, o sea, la llamada comúnmente negra. La magia blanca, primeramente, la relacionan a lo que pensaban y consideraban los persas: la que radica en el conocimiento, la que todo filósofo o científico tiene necesidad de conocer, la que es propia de los sacerdotes. La magia mala, la dañina, es la que se castiga con las leyes y se refiere a ella de la siguiente manera: es oculta, no menos que repugnante y horrible, y por lo común se practica en las noches, se esconde en las tinieblas, huye de testigos y murmura conjuros; a ella se admiten pocos individuos no sólo de entre esclavos sino también de entre libres.


Pintura de Alma Tadema
Apuleyo, hábil orador, se defiende de una manera magistral, anulando prácticamente todas las acusaciones que sus adversarios interpusieron contra él, dejándolos en ridículo, como charlatanes e ignorantes. Se muestra ante el procónsul Claudio Máximo y ante todo el público que asistió al juicio, no como un mago, sino como un hombre culto, estudioso, interesado en la religión, en la filosofía y en la ciencia.

“Voy a referirme ahora a la raíz misma, a la causa real de la acusación de maleficio. Respondan Emiliano y Rufino a esta pregunta: ¿por qué iba a interesarme a mí el seducir a Pudentila, mediante encantamientos y bebedizos, para casarme con ella, aunque yo fuera el más grande de todos los magos?” (Apuleyo, Apología)

Los romanos diferenciaban entre dos tipos de magia, la blanca o buena, más cercana a la sabiduría y relacionada con los dioses y el ámbito celestial, capaz de interpretar los signos astrales y adivinar el futuro, que busca el bien del hombre y que está en manos de los varones. La magia negra es más terrenal, adora a los ídolos, utiliza hierbas y plantas, conjura a los seres del inframundo, se aparta de la ley, se practica en secreto y se vale de los espíritus de los muertos para lograr un fin que no conduce a ningún bien, y sus resultados son normalmente perjudiciales. La practican seres marginales y principalmente mujeres, retratadas como figuras horrorosas e infames.



Retrato de anciana, Museo Británico, foto de Jastrow
La magia llevaba a cabo rituales que cubrían ciertas necesidades de protección sobrenatural a la cual el pueblo llano no tenía acceso. Pero aun así la literatura latina proporciona datos sobre los temores a los encantamientos y hechicerías. Venenos, hierbas y pócimas se administraban para lograr un éxito personal o para hacer fracasar a otros.

¿Entorpece mi cuerpo por ventura un veneno de Tesalia, o los ensalmos y las maléficas hierbas han hecho mi desgracia? Tal vez alguna hechicera escribió contra mí nombres siniestros en la cera de Fenicia, y me clavó en el mismo hígado sus agujas sutiles. Los dones de Ceres, sometidos al influjo de un encantamiento, se convierten en hierbas estériles, y con el poder de los ensalmos se agotan los raudales de una fuente, la bellota asimismo se desprende de la encina, las uvas caen de las cepas y los frutos del árbol, sin que nadie sacuda sus ramas. ¿Quién, pues, impedirá que las artes mágicas paralicen mis nervios? (Ovidio, Amores, I, 8)



Medea y Jasón, Pintura de John William Waterhouse
Se creía que la magia buscaba dominar la naturaleza invocando las fuerzas sobrenaturales y según las creencias más antiguas de los pueblos orientales, los magos conocían el mundo invisible de los espíritus y desempeñaban un papel preponderante en la comunidad.

En Grecia y Roma los adivinos y magos no tenían ya nada en común con los sacerdotes, aunque eran solicitados por los poderes de los que se creía estaban dotados. Los magos, normalmente extranjeros, egipcios, tesalios, o persas, no estaban muy bien vistos por ser expertos en unas artes desconocidas para los demás que les llevaba a actuar contra la naturaleza y los dioses en unas prácticas secretas y nocturnas. Sin embargo, algunos magos gozaron de cierto prestigio, como Apolonio de Tiana, de quien Filostrato dice que hacía resucitar a una muerta, podía expulsar démones de los cuerpos, sanar enfermos, apartar la peste, o invocar a los muertos.

Apuleyo relata el caso del mago Zatclas, dedicado especialmente a la necromancia:

“Pues bien, replicó el viejo, encarguemos a la divina Providencia el cuidado de esclarecer la verdad. Hay aquí un egipcio, llamado Zaclas, profeta de primera categoría, que mediante una fuerte suma convino tiempo atrás conmigo en traerme, para breves instantes, un alma del infierno y reanimar un cuerpo después de muerto. Diciendo esto hizo avanzar por entre la muchedumbre a un joven vestido con tela de lino, calzado con hojas de palmera y la cabeza completamente afeitada. Después de besarle largo rato las manos y abrazarle las rodillas, dijo:—¡Tened piedad de nosotros, divino pontífice, tened piedad de nosotros! Os conjuro por los astros del cielo, por los dioses infernales, por los elementos que componen el universo, por el silencio de la noche, por el trabajo que secretamente llevan a cabo las golondrinas cerca de Coptos, por las avenidas del Nilo, por los misterios de Memfis y por los sistros de Pharos, a que derraméis un poco de luz sobre estos ojos, cerrados para siempre; dejadles gozar un instante la luz del sol. No nos resistimos, no disputamos su presa a la madre tierra, sólo por la consoladora esperanza de vengarle pedimos unos momentos de vida para este cadáver.” El profeta, en virtud de esta invocación, aplicó por tres veces, sobre la boca del cadáver una hierba, luego otra sobre el pecho; luego, puesto de cara a Oriente dirigió, en voz baja, una oración al sol cuyo carro augusto recorría la bóveda celeste. Esta imponente escena impresionó a todos los espectadores, que pusieron viva atención en el milagro que iba a operarse.” (Apuleyo, El Asno de oro, II, 28)






Dión Casio en su Historia De Roma relata el caso acontecido en el ejército, que estando aislado en las montañas de Panonia, cercado por los peligrosos cuados, un calor sofocante y la falta de agua hacían presagiar una masacre, y, entonces, Arnufis, recurrió a sus artes ocultas, invocando la intervención de Hermes Aérios (dios de la magia correspondiente al egipcio Thot) y una fuerte tormenta, acompañada de abundantes lluvias consiguió que el ejército romano se repusiese y pudiese rechazar a los bárbaros.

Sin embargo, la visión más negativa se otorgaba a las magas o hechiceras (sagae). Se pensaba que si una mujer se dedicaba a la magia era solo para provocar el mal. Se podría interpretar que los hombres temían que las mujeres asumieran tal poder y se las veía como seres que se dejaban llevar por los más bajo instintos, como la violencia, la venganza, el desenfreno sexual o la ebriedad.

“Oiga el que desee conocer a cierta meretriz: es una vieja llamada Dipsa; el nombre le viene del oficio: Jamás la sorprendió en ayunas la madre del negro Memnón desde su carro ornado de rosas. Ella conoce las artes de la magia, las canciones de Colcos y los conjuros que obligan a retroceder las rápidas aguas hacia su fuente. Sabe muy bien las virtudes de las plantas, del lino arrollado en el rombo y del virus que destilan las yeguas en celo. Si quiere amontona las nubes en el vasto cielo, y si quiere brilla la luz del día en la atmósfera azulada. ¿Lo creerás? Yo he visto a los astros destilar gotas de sangre, y he visto asimismo ensangrentado el purpúreo cerco de la luna. Me sospecho que en vida revolotea entre las sombras de la noche con el cuerpo cubierto de plumas; lo sospecho, y es rumor acreditado que en sus ojos brilla una doble pupila y de las dos, lanza rayos de fuego. Evoca de los antiguos sepulcros a sus remotos ascendientes y con sus cánticos hiende la sólida corteza de la tierra”. (Ovidio, Amores, I, 8)



Las hechiceras más solicitadas eran las que procedían de Tesalia según se deduce de los testimonios literarios. Casi todas las cualidades que poseen las hechiceras se derivarán de las originarias de Tesalia. De acuerdo a las obras literarias estas magas podían transformarse en diversos animales; empleaban, además de hierbas y piedras, ingredientes repugnantes para sus pócimas, como las entrañas de cadáveres. Dominaban los fenómenos atmosféricos, los astros, los espíritus y dioses y las bestias. Podían manipular a los más obstinados obligándolos a amar u odiar.

“Más aún, la tierra de Tesalia produce habitualmente en sus rocas tanto yerbas venenosas como piedras capaces de comprender a los magos cuando entonan arcanos funestos. Brotan allí numerosos productos capaces de hacer violencia a los dioses, e incluso la extranjera de Cólquida recogió en tierras hemonias yerbas que no había traído consigo. Los impíos encantamientos de esta siniestra casta atraen hacia sí los oídos de los celícolas, sordos a tantos pueblos, a tantas gentes. Sólo esta famosa voz se adentra por las profundidades del éter y hace llegar hasta la divinidad palabras que vencen su resistencia, sin que jamás logren sustraerla a ellas ni el cuidado del eje ni el de las revoluciones del cielo. Cuando su sacrílega melopea ha alcanzado los astros, entonces, que la persa Babilonia y la misteriosa Menfis abran, si quieren, de par en par todos los santuarios de sus viejos magos: la tesalia se llevará de los altares extranjeros a los dioses celestes. Por obra del encantamiento de las tesálidas se ha infiltrado en corazones insensibles un amor no inducido por los hados, y austeros ancianos se han abrasado en llamas ilícitas. Y no solo les son de utilidad los nocivos bebedizos o el sustraer a la yegua recién parida la bolsa hinchada de líquido de la frente del potro, prenda del amor de su madre: la mente, aun sin estar inficionada por la ingestión de ningún veneno, sucumbe ante el simple encantamiento. A quienes no encadena ningún vínculo de lecho conyugal ni la pujanza de una belleza seductora, les han atraído ellas con el mágico girar del hilo retorcido." (Lucano, La Farsalia, VI)



Círculo Mágico, pintura de John William Waterhouse

Este mismo autor hace una descripción exhaustiva del perverso ritual que una hechicera tesalia, Ericto, realiza siguiendo unas prácticas incluso más macabras, como la necromancia y la profanación de tumbas.

"Estos ritos alevosos, estos crímenes de una siniestra ralea, la feroz Ericto los había condenado como excesivamente piadosos y había derivado sus inmundas prácticas hacia nuevos ritos. Para ella, en efecto, es un sacrilegio poner su fúnebre cabeza bajo techado de una ciudad o en un ambiente hogareño, habita las tumbas abandonadas y, gracias a los dioses del Erebo, ocupa los túmulos tras la expulsión de sus sombras…. Ni dirige ruegos a los celestes, ni llama en su auxilio a la divinidad entonando súplicas, ni conoce las fibras propiciatorias: se goza en colocar sobre los altares llamas funerarias y los granos de incienso que ha robado a los fuegos de la pira.... Humeantes cenizas y huesos calcinados de jóvenes roba ella del centro de la pira, e incluso la antorcha que sostenían sus padres, y recoge pedazos del lecho fúnebre que vuelan en negra humareda, vestidos que caen hechos cenizas y pavesas todavía con olor a carne muerta. En cambio, cuando los cadáveres quedan guardados en los sarcófagos, donde se desprende el humor interior, y, eliminada la corrupción de la médula, se endurecen, entonces ella se ensaña ávidamente contra todos los miembros, hunde sus manos en los ojos, se goza en extraer los globos helados y roe las lívidas excrecencias de la mano desecada. …Además, siempre que algún cadáver yace en la tierra desnuda, allí está ella antes que las fieras y las aves; y no quiere despedazar los miembros con el hierro y con sus propias manos, antes espera a que lo muerdan los lobos, pronta a quitarles las tajadas de sus fauces resecas. Y no se abstienen sus manos del asesinato, si hay necesidad de sangre viva, la primera que salta de la garganta abierta, [ni rehúye el asesinato si sus ritos exigen sangre viva] y si las mesas fúnebres reclaman entrañas palpitantes." (Lucano, La Farsalia, VI)

Hécate Triforme, Gliptoteca,
Munich, foto de Bibi Saint-Pol
Las hechiceras invocaban a varias divinidades como la diosa Hécate cuyo culto parece haberse desarrollado en Caria (Asia menor) y Tesalia; y que fue introducido en Atenas durante el siglo VI a. C. Como diosa de la noche enviaba a los humanos los terrores nocturnos, y como diosa de los muertos presidía las apariciones de fantasmas y sortilegios, y era protectora de las hechiceras y maestra de los encantamientos pues poseía poderes temibles durante la oscuridad nocturna. También se asociaba su poder al Hades por su relación con Perséfone (Core). Asimismo, se asimilaba su culto a Selene, la diosa lunar. Se hacía una invocación a su triple forma y así se la representaba en el arte, con frecuencia tres figuras femeninas alrededor de una columna.

Los ritos mágicos se hacían en la clandestinidad y por tanto la oscuridad protegía a quienes los practicaban. La luz del día era además perjudicial incluso para los filtros, pero se requería alguna luz y ésta era proporcionada por la luna y el fuego de las antorchas, que utilizaban las hechiceras en los ritos de purificación. Es por ello que Hécate se representaba con antorchas, y junto a Platón, rey del Hades, era la divinidad más frecuentemente invocada durante el ceremonial mágico. 


Perséfone y Hades (Plutón), Museo de Heraklion, Creta
Entre las atribuciones de las magas estaban la de provocar movimientos de la luna y así causar los eclipses. Plutarco cita a una hechicera tesalia histórica, del siglo II d.C., llamada Aglaonicé, famosa por sus conocimientos astrológicos. Aparentemente era experta en predecir eclipses de luna llena y que conocía de antemano el tiempo en que la luna es oscurecida por la sombra de la Tierra. Engañaba así a las mujeres, a las que convencía durante los eclipses de luna de que era capaz de embrujarla y “hacerla bajar”, una creencia muy extendida en la Antigüedad.



Altar con Selena (Luna), Museo del Louvre, foto de Jastrow

"¡Oh Noche – fiel confidente de los más profundos secretos! ¡astros y luna que con nuestra luz suplís la luz del día! ¡Y vos, oh triple Hécate, a quien yo confío todos mis proyectos y de quien siempre he recibido protección! ¡Encantos, artes mágicas, hierbas y plantas cuya virtud es tan poderosa, aire, vientos, montañas, ríos, lagos, dioses de los prados, dioses de la noche, acudid todos en mi ayuda! Vosotros, que forzando el curso de los ríos los contenéis haciéndoles volver a su cauce primitivo; vosotros que dais a mis encantamientos la virtud de calmar la mar agitada, provocan las tempestades, disipan las nubes y volverlas a juntar, detener la violencia impetuosa de los vientos, quebrar las gargantas a las serpientes, arrancar de cuajo árboles y rocas, las montañas, hacer temblar la tierra, obligando a salir de sus tumbas las almas que ellas encierran. Yo te obligo, poderosa luna, a bajar del Cielo para evitar que seas eclipsada." (Ovidio, Metamorfosis, VII, 3)


Circe envidiosa,
John William Waterhouse
Las hechiceras eran reclamadas por hombres y mujeres para lograr ser correspondidos en sus amores. Hacían uso, para lograr sus propósitos, de los más diversos métodos para satisfacer tal deseo: invocar dioses infernales, manejar a su antojo los elementos de la naturaleza, liberar los espíritus de los muertos, y utilizar pociones mágicas. 
El riesgo de recurrir al poder de la magia para obligar a amar u odiar era que el resultado del conjuro podía ser adverso y en vez de conseguir que el amor fuera correspondido podía perderse totalmente. Desear el mal a quien provoca el fracaso del amor citando las maneras más siniestras de las prácticas mágicas no está lejos de los deseos de los poetas defraudados.

 “Esto es la fuente de mis males: que tiene un amante rico y una astuta alcahueta llegó para mi perdición. Que coma ella sanguinolientas comidas y con su boca manchada de sangre beba amargos brebajes con mucha hiel. A su alrededor pululen las ánimas lamentando su suerte y desde los tejados grazne sin cesar un búho siniestro. Que enloquecida por acuciante hambre busque hierbas en los sepulcros y huesos abandonados por crueles lobos; que corra con las ingles desnudas y ulule por la ciudad; después, que una rabiosa jauría de perros la expulse de los caminos.” (Tibulo, I, 5, 48)

Apuleyo nos presenta a una mujer que contrata a una consumada hechicera para que o calme a su marido y reconcilie el matrimonio o, en caso de no tener éxito, que una divinidad infernal pusiera violentamente fin a sus días. Tras el fracaso la hechicera intenta con los medios que puede acabar con la vida del marido.

“Pero ella, cuya innata picardía fue excitada y exasperada con tan merecida afrenta, recurrió a su refinada astucia y a los ardides propios de su sexo. A fuerza de pesquisas dio con una hechicera que gozaba fama de disfrutar, por medio de sus oraciones y maleficios, un poder ilimitado. Logró de ella la promesa de que se realizaría uno de sus deseos, después de insistentes ruegos y numerosos regalos. Le aseguró que apaciguaría a su marido y les reconciliaría, y que, si esto no era posible, se valdría de un espectro o de una maléfica deidad para torturarle hasta causarle la muerte.
Y la hechicera, cuyo poder se extendía hasta los dioses, puso en juego los primeros recursos de su abominable industria. Intentó dominar el corazón del ultrajado esposo y despertar en él nuevo amor; pero salieron fallidas sus esperanzas. Indignada contra sus divinidades y estimulada por el fracaso, que no respondió a su salario, comenzó a amenazar la cabeza del desgraciado, suscitando contra ella la sombra de una mujer que murió de muerte violenta.” (Apuleyo, Met. IX, 29)



Pintura de la Casa de los Dioscuros, Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles
El tópico de solicitar los servicios de las hechiceras para ser correspondido en el amor se repite en la literatura clásica, aunque a veces es en tono de crítica, avisando a los jóvenes de que no se dejen engañar por los trucos de embaucadores que pretenden aprovecharse de su ansiedad para llevarse algún dinero.

“Pero hace presa especialmente este arte en los enamorados, pues, enfermos como están de una enfermedad tan crédula que incluso hablan de ella con viejucas, no hacen nada admirable, creo, si van con estos hábiles individuos y les oyen cosas de este estilo. Ellos les dan, para que los lleven, un cinturón y piedras, procedentes unas de los lugares recónditos de la tierra, otras de la luna y los astros, así como cuantas especias produce la India, y por esas cosas consiguen espléndidos beneficios, pero no les ayudan en nada. Pues si alguno de los amados experimenta cierto afecto por los amantes, se celebra este arte como válido para todo, pero si tiene poco éxito el intento, la culpa es de algún fallo, pues no quemaron o no sacrificaron o no fundieron tal cosa, y eso era de gran importancia e indispensable. Las formas por las que fabrican señales del cielo y obran otros prodigios mayores, han sido incluso descritas en libros por algunos que se han carcajeado a gusto de este arte. Así que a mi básteme con denunciarlo, para que los jóvenes no los frecuenten y que no se habitúen, ni por jugar, a tales prácticas.” (Filóstrato, Apolonio de Tiana, VII, 39)

Del fracaso del encantamiento también se hacen eco los poetas latinos, frustrados por no ver cumplidos sus deseos.

“Caen los rombos que giran al son de un canto mágico y el laurel está quemado en el fuego ya apagado.
Y ya la Luna se niega a descender del cielo tantas veces y negra ave presagia funesto augurio”.
(Propercio, II, 28, 35)


No siempre era necesario recurrir a una hechicera para conseguir un conjuro mágico y atraer al amante. Virgilio describe el ritual que una pastora realiza para hacer volver a su amado utilizando los materiales propios de las magas.

“Trae agua y ciñe estas aras con flexibles vendas; quema pingües verbenas e inciensos machos; que quiero ver sanar con mágicos conjuros la locura de mi amante. Dispuesto está todo, y solo falta el ensalmo.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Poderosos son los conjuros para atraer del cielo la luna; con ellos transformó Circe a los compañeros de Ulises; con ellos se parte en los prados la fría culebra.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Ciño lo primero tu imagen con tres lienzos de tres colores, dándoles tres vueltas, y tres veces la llevo en torno de los altares; el número impar es grato al numen.
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Ata, Amarilis, con tres nudos estos lienzos de tres colores; átalos pronto, Amarilis, y di: "Atando estoy los lazos de Venus."
Traed de la ciudad a casa, conjuros míos, traed a Dafnis.
Blanco con Selene, rojo con Artemis, negro con Hécate.”
(Virgilio, Egloga VIII)



Pintura de Frederick Leighton

Los hilos de colores aparecen frecuentemente en ritos mágicos con un uso profiláctico; pero entrelazados jugaban también un gran papel en la magia erótica para así encadenar al amante.

Los colores habituales en los sortilegios son el blanco de la luz lunar, de ahí la palidez de las hechiceras y su vinculación a la Luna, cuya luz era necesaria para llevar a cabo los ritos nocturnos. El rojo simboliza la sangre y la fuerza. Los sacrificios con sangre aplacan a las divinidades infernales para tener éxito en el ritual. El negro se refiere a la noche y la oscuridad cuando se ejercen las prácticas mágicas. El sacrifico de víctimas negras favorecía la atracción de los dioses del inframundo.

“Yo mismo vi merodear con su negro manto subido a Canidia, los pies descalzos y el pelo revuelto,
aullando con Sagana la Mayor. La palidez a ambas
les daba un aspecto horrendo. Se pusieron a escarbar
con las uñas y a despedazar a mordiscos una oveja
negra. Dejaron chorrear su sangre en la fosa, para
seducir a almas de difuntos y obtener sus respuestas.”
(Horacio, Sátiras, I, 8)



Pintura La Joven Hechicera de Antoine Wiertz

Los oficiantes de la magia también se servían de un instrumento, una especie de rueda a la que tensando y relajando las cuerdas que pasan por dos agujeros se hacía girar con rapidez en direcciones opuestas, de forma alternativa, con el objeto de captar voluntades.

En el epigrama 726 de la Antología Palatina una hechicera ofrenda a la diosa Afrodita un lujoso instrumento mágico en forma de rueda.

“La rueda de Nico, que sabe traer por los mares
a un hombre y sacar de su alcoba a las niñas,
ofrendada a ti, Cipris, está, su precioso instrumento
incrustado en traslúcidas amatistas, ornado
con oro, ligado por suave, purpúrea lana,
regalo que te hace la maga larisea.”


Las magas podían valerse de sus conocimientos para satisfacer sus propios deseos amatorios o sexuales. Apuleyo cuenta el relato que la criada de una hechicera, Pánfila, hace a Lucio, el protagonista de la obra, en el que describe cómo su ama le encarga que busque algo para realizar un encantamiento con el que atraer el amor de un joven beocio.

“Ahora mismo está chiflada por un muchacho beocio de extraordinaria belleza y pone en juego, con increíble ardor, todos los artificios, todos los resortes de la magia. Ayer, al anochecer, oí, con mis propias orejas, cómo amenazaba al sol, diciendo: -Si no te dejas caer inmediatamente desde lo alto del firmamento, y no dejas paso a las tinieblas para dar lugar a mis hechizos, cubriré tu frente con espesas nubes y te condenaré a obscuridad perpetua. Para cautivar al muchacho, me obligó ayer a que buscara los cabellos que acababan de cortarle en una barbería, donde le vio al volver del baño.” (El Asno de Oro, L.III) 

El oficio de mago y hechicera no estaba siempre bien pagado, por lo que el recurso a ejercer la mendicidad o la delincuencia era parte de la vida cotidiana de estos personajes. Rebuscar en los cementerios para proveerse de material necesario era tarea rutinaria para ellos si no disponían de medios para pagar ingredientes exóticos y escasos que se compraban en los mercados de productos de Oriente y África.

“Como no tienes ni el pan de cada día,
llevas a cabo, sin saber, artes de magia:
vacilando en tu ruin corazón intentas
caminar entre las ánimas y los sepulcros,
pero los Manes no aceptan tus conjuros.
Mientras que empujado por el hambre
alteras con tu ensalmo todo el Tártaro,
¿crees que Plutón puede darles algo
a los vivos y a los pobres? Sin duda hará que
más pobre seas para todo el mundo siempre,
mago, si andas detrás de cuerpos muertos.”
(Antología Latina, 299)


En algunos casos era posible disponer de un lugar bien provisto de todos los componentes para hacer un ritual mágico completo, en el que no faltaban perfumes, líquidos para abluciones, restos humanos y cualquier cosa que los hechiceros considerasen necesarios para sus prácticas, como el que describe la criada de Pánfila en El Asno de Oro de Apuleyo:

“Lo primero que hizo una vez allí fue preparar su aciago laboratorio con el instrumental acostumbrado: aromas de toda clase, láminas grabadas con signos indescifrables, restos de naufragios, innumerables miembros de cadáveres hasta hace poco llorados y enterrados ya: narices, dedos, trozos de carne clavados en la pared, sangre de asesinados, mutiladas calaveras arrancadas de las fauces de las fieras… Se puso luego a salmodiar sobre entrañas aún palpitantes, y comenzó el sacrificio derramando líquidos varios. Primero hizo abluciones de agua de la fuente, luego de leche de vaca, después de miel, y por fin de hidromiel. Inmediatamente ofrendó los pelos aquellos bien trenzados en inextricables anudamientos, los perfumó con variados aromas, y los puso sobre ascuas vivas para que se quemaron. Por el poder propio de la ciencia imparable de la magia, y por la fuerza ciega de los dioses invocados, aquellos pellejos cuyos pelos chisporroteaban echando densa humareda, adquirieron sensibilidad humana: sienten, oyen, caminan dirigidos por el olor de sus propios despojos, y se lanzan a golpes sobre las puertas del joven beocio.” (Apuleyo, III) 



Circe, Pintura de John William Waterhouse
El precio de los sortilegios en los que los magos empleaban gran cantidad de elementos necesarios para sus rituales (filtros, sacrificios, purificaciones) era alto, sobre todo, si conllevaba riesgo por la clandestinidad de sus prácticas. Las tarifas más elevadas corresponderían a las prácticas más duramente perseguidos, como la necromancia o los maleficios.

Luciano narra el caso de un mago contratado por el maestro del joven Glaucias para que atraiga el amor de Chrysis, mujer de Demeas. El mago cobra una suma importante por el servicio: cuatro minas por los materiales y dieciséis más por el ritual, una cantidad, que debía estar lejos de los honorarios de las mejores sagae latinas.

"Yo, como era natural, pues era su profesor, lo llevo a casa del famoso mago hiperbóreo, pagando cuatro minas a tocateja -era necesario pagar por anticipado el precio de las víctimas- y dieciséis si conseguía hacerse con Crisis…. Y aún más atónito me quedo ante el mago, pues siendo capaz de conseguir el amor de las mujeres más acaudaladas y de cobrarles todos los talentos del mundo, va y se dedica a hacer amante a Glaucias, un tacaño, por cuatro minas.” (Luciano, El Aficionado a la mentira)




La mayoría de hechiceras ejercían la práctica de la magia con la de la alcahuetería. Si lograban atraer para una joven a un amante rico, sus servicios prestados serían mejor recompensados económicamente que si quedaba emparejada con un hombre sin recursos.

“Por casualidad fui una vez testigo de sus discursos, oyéndola, detrás de la puerta que me ocultaba, dar tales consejos: «Luz de mi vida, sabes que ayer cautivaste a un joven opulento, que se detuvo y quedó largo rato suspenso contemplando tu linda cara. ¿A quién no cautivarás? A ninguna cedes en belleza; pero, ¡qué desgracia!, el atavío de tu cuerpo no responde a tus hechizos. Quisiera que fueses tan feliz como hermosa, y yo no sería pobre viviendo tú en la abundancia.” (Ovidio, Amores, I, 8)



Luciano describe en su Diálogo de Cortesanas como una le pide a la otra que busque una hechicera que le ayude a recuperar a su amante. La segunda le explica lo que tiene que pagar y cómo se va a desarrollar el encantamiento.

“No se puede decir que pida un gran sueldo, solo una dracma y un pan. Pero tienes que proveerte, además, de granos de sal, de siete óbolos de azufre y de una antorcha. Estos son los requisitos de la vieja, también es preciso llenar una crátera de vino mezclado con agua y que ella sola se la beba. Necesitarás, además, algo que sea propiedad personal de este hombre un vestido, unas botas, un mechón de sus cabellos.

Cuelga las botas de un clavo y las fumiga con azufre mientras esparce la sal sobre el fuego. Luego murmura ambos nombres, el suyo y el tuyo. A continuación, extrae de su seno una rueda, la hace girar mientras recita con rapidez un ensalmo compuesto de palabras bárbaras y escalofriantes. Apenas había terminado cuando llegó Fanias; Febis, la chica con la que estaba, le había suplicado que no se fuese, pero el hechizo fue muy fuerte. Y me enseñó un encantamiento contra Febis. Tenía que marcar sus huellas, y borrar las últimas, poniendo mi pie derecho sobre su huella izquierda y mi pie izquierdo en su huella derecha y debía decir: Mi pie en tu pie; te pisoteo, y yo hice lo que me dijo.” (Luciano, Diálogo de Heteras, IV)



Mosaico de la Villa de Cicerón, Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles

El mago al ser un mortal no puede transformar la naturaleza a su antojo como hacen los dioses, por lo tanto, recurre a la práctica de unas operaciones con elementos que se consideran mágicos y también a la elaboración de mezclas con diversos productos dotados con poderes. El mago ha de ser lo suficientemente hábil como para hallar los ingredientes que le ayudarán a cambiar el destino de los afectados por sus hechizos.

Las hierbas y plantas, cuyas propiedades eran conocidas a todos, integraban una parte de los elementos que los hechiceros empleaban en sus fórmulas mágicas. Pero la manera en las que ellos las recogían y utilizaban era lo que las hacían efectivas.

Por ejemplo, Plinio decía que los supersticiosos creían que el muérdago era más eficaz si se cogía en luna nueva, sin utilizar hierro, ni dejar que tocara el suelo; pero también decía que los amuletos de muérdago elaborados así ayudaban a concebir. Plinio reconocía que, a pesar del contenido mágico de algunos rituales de magos o druidas, éstos eran útiles siempre que se hiciese con conocimiento de la naturaleza. La verbena, planta ya utilizada por los griegos para purificar los altares, es descrita así por Plinio:



Planta de Verbena
“Ambas clases de verbena son usadas por los galos para predecir el futuro y hacer profecías, pero los magos en especial hacen las más necias declaraciones sobre la planta: la gente que se frota con ella logran sus deseos, hace desaparecer la fiebre, ganar amigos, y curar todas las enfermedades… Dicen que si un lecho es rociado con agua en la que se ha sumergido la planta el entretenimiento será más alegre.” (Plinio, Historia Natural, XXV, 105)

Los griegos consideraban la ruda no sólo útil contra las enfermedades, sino también para proteger contra lo sobrenatural, evitando inclusive los malos negocios. Las matronas romanas andaban siempre con un ramo de ruda en la mano, como defensa contra molestias contagiosas y también como propiciatoria de la realización de sus deseos. Es una planta considerada sagrada. Protege contra la magia negra o espíritus desencarnados que no consiguen elevarse.

Plinio consideró a la ruda uno de los más importantes medicamentos, siendo un antídoto poderoso contra las picadas de escorpiones, arañas, insectos venenosos y también contra las mordeduras de perros rabiosos y serpientes. Decía que la acción sólo era eficaz cuando el jugo de las hojas eran mezcladas con vinos en dosis pequeñas. Recomendaba su uso para la resaca alcohólica.


Los animales que formaban parte del recetario mágico son los que por alguna razón estaban más próximos a los dioses, como las aves que se elevaban hasta el cielo, las especies venenosas, como serpientes, arañas o escorpiones que podían conllevar la muerte o los reptiles y mamíferos que moraban en el interior de la tierra y por tanto eran más cercanos a las divinidades infernales. Los productos derivados de los seres vivos como la leche, miel o vino también cumplían su función en los encantamientos.

“Toma las mortíferas hierbas y exprime la ponzoña
de las serpientes y les mezcla también aves siniestras y el corazón de un lúgubre búho y vísceras de ronca lechuza, extraídas aún viva.
Todas estas cosas la urdidora de crímenes las va
poniendo cada una en su sitio: unas poseen la arrebatadora violencia de las llamas, otras la helada rigidez de un frío entorpecedor.
Añade a los venenos fórmulas no menos temibles
que ellos.
Escuchad, se la oye con paso enloquecido y recitando fórmulas mágicas.
El universo se estremece en cuanto empieza a hablar.”
(Séneca, Medea, Acto IV)



Brazalete amuleto con serpiente y Selene, Pompeya
Desde el siglo I d. C. fue difícil separar una medicina oficial y científica, fundada sobre la observación y el razonamiento de una medicina mágica llena de elementos supersticiosos. Encontrar la sanación de alguna enfermedad llevaba a muchos individuos a buscar remedio en la magia, en la que confiaban más que en la medicina tradicional. La magia sanadora no era de carácter general, sino que había una práctica concreta para cada dolor: de pies, de cabeza, tos, hemorragias, quemaduras, etc. También servía para aliviar la impotencia, desarrollar la capacidad sexual y promover la concepción. Eran también abundantes los remedios contra picaduras de animales venenosos. Se realizaba a base de recetas que aconsejaban mezclar dos o tres ingredientes que se podían ingerir o aplicar en el cuerpo junto a una corta invocación a espíritus o dioses.

“Contra la fiebre con escalofríos. Toma aceite en tus manos y di siete veces: «Sabaot», dos veces lo que deseas, y úngelo desde el hueco sacro hasta los pies.” (Papiros Mágicos)

Si alguien pretendía que su persona amada sanase o se recuperara de un mal podía querer participar en persona en la ceremonia mágica que le llevaría a conseguir su propósito.

“Yo soy aquél de quien se dice que, como yacieras consumida por cruel enfermedad, te salvaste gracias a mis súplicas. Yo mismo, al haberlo predicho una vieja con su mágico ensalmo, purifiqué en derredor tuyo con azufre puro; yo mismo tuve el cuidado de que no pudieran dañarte las crueles pesadillas conjurándolas tres veces con harina sagrada; yo mismo, con un tocado de hilo y con la túnica suelta, hice los nueve votos de Trivia en el silencio de la noche. Todo lo cumplí: ahora otro goza de tu amor y, afortunado, saca él provecho de mis plegarias.” (Tibulo, I, 5, 9)



Pápiro griego de magia
En este caso, descrito por el poeta Tibulo, éste participa en unos ritos que incluyen la invocación a la triple forma de la diosa Hécate (Trivia), consiguiendo salvar a su amada, para luego ver que ella lo abandona por otro.

Plinio daba en su obra una serie de remedios «mágicos» para determinadas enfermedades, además de discutir los poderes de la palabra humana, de las supersticiones y de ciertas formas de la magia. El escritor naturalista intentaba parecer profundamente racionalista, pero parecía estar convencido de que existían unos poderes invisibles y sobrenaturales que dirigían los asuntos humanos. No era capaz de desacreditar los conjuros o los poderes mágicos inherentes a ciertas substancias, preguntándose:

“A propósito de los remedios utilizados por el hombre, existe una cuestión aún pendiente y de enorme gravedad: ¿Las fórmulas mágicas y los encantamientos tienen algún poder?” (Plinio, Historia Natural)




Los más exóticos y extravagantes, ingredientes naturales o no, se empleaban para curar los males físicos o espirituales que aquejaban a los hombres. Existía un bebedizo, el hipomanes, que se preparaba para activar el deseo sexual y que se realizaba con una sustancia extraída de la frente de los potros. Juvenal lo cita en una de sus sátiras:

"Un tipo suministra salmodias mágicas, otro vende filtros tesalios con los que la mujer puede desquiciar la mente del marido y sacudirle en el culo con la alpargata. La razón de que no estés en tí las tinieblas de tu espíritu, de ahí provienen, como el morrocotudo olvido de lo que acabas de hacer.
Mas con todo, esto es pasable si no comienzas a 
desvariar como aquel tío materno de Nerón,
a quien Cesonia le hizo ingerir la excrescencia entera
de la frente de un potro aun tembloroso..." (Sátira VI)


La magia dedicada a la agricultura estaba permitida más que otras, quizá porque se consideraba que tenía mayor contenido religioso. El código Teodosiano del siglo IV d.C. dice:

"No se imputará ningún crimen a los remedios para el cuerpo humano, o aquellos usados en áreas rurales para que las gentes no teman a las tormentas que pudieran caer en las uvas maduras, si éstas se emplean inocentemente; porque no se daña ni la salud ni la reputación, sino que aseguran que los dones de Dios y las tareas de los hombres no se vean perjudicados."



Medea, Birmingham Museum and Gallery, Anthony Frederick Sandys

Los autores latinos incluyen a las famosas magas griegas Circe y Medea en sus obras, donde se reflejan como mujeres que se dejan llevar por sus pasiones, el amor, los celos, la venganza y que hacen uso de sus conocimientos de las artes ocultas para lograr sus propósitos. Los recursos que utilizan son los que se atribuían a los magos y hechiceras, a los que los supersticiosos acudían para encontrar satisfacción a sus desgracias o anhelos.

Medea posee una sabiduría que le hace conocer la magia blanca y la negra. Tiene buena reputación por sus remedios, basados en el conocimiento de las hierbas, pero a su vez es motivo de temor, debido a los hechos monstruosos con los que ha ayudado a Jasón. Por otra parte, domina el arte de la palabra, elemento fundamental en acciones mágicas. Medea invoca a la Luna y a Hécate, clama a los materiales que utiliza y a los dioses para que la asistan. Es capaz de dominar los elementos de la naturaleza y los fenómenos atmosféricos, aunque estos poderes no le sirven de nada cuando se trata de conservar el amor de Jasón.

“Yo os conjuro, tropel de sombras silenciosas
y también a vosotros, dioses funerarios, y al ciego Caos y a la mansión oscura del tenebroso Dite
las cuevas de la muerte espeluznante
cercadas por los límites del Tártaro:
descansad de suplicios almas, y corred
a una boda inaudita.
Deténgase la rueda que retuerce sus miembros
y toque Ixión el suelo que 
Tántalo 
a sus anchas pueda beber las aguas de Pirene
que sólo para el suegro de mi esposo
se mantenga y se agrave la condena:
que la resbaladiza piedra haga rodar
a Sisifo hacia atrás por los peñascos.
Y vosotras, Danaides, a quienes burla la frustrante tarea de unas vasijas agujereadas,
acudid todas juntas,
este día requiere vuestras manos.
Acude ya, invocada
por mis conjuros, astro de las noches,
revestida del más terrible aspecto,
amenazando con tu múltiple frente.”
(Séneca, Medea, acto IV)



Circe ofreciendo la copa a Ulises, John William Waterhouse

La hechicera Circe tiene a su servicio esclavas que clasifican y distribuyen hierbas que sólo ella sabe utilizar, puede oscurecer el sol, enturbiar con niebla el espacio en el que va a hacer uso de sus hechizos, pronunciar palabras mágicas y conjuros, tiene poder no sólo sobre los animales, también sobre la naturaleza, logrando su manipulación. 

La Circe que presenta Ovidio es una seductora que habita suntuosas estancias, se adorna con joyas y luce lujosos vestidos. Se comporta como una mujer celosa y vengativa; es representación del lado de la pasión femenina malvado y salvajemente destructivo. Está dominada por fuertes pasiones, venganza, celos odio, y cuando no consigue lo que quiere castiga.

“Rápidamente sus hierbas de mala fama con jugos horribles tritura y mezcla las cosas trituradas con ensalmos de Hécate y se pone vestidos azules y a través del rebaño de fieras que le mueven la cola sale del interior del palacio y dirigiéndose a Regio, frente a los escollos de Zancle entra en las olas que hierven por el oleaje, sobre las que pone sus huellas como en la tierra firme y recorre la superficie del agua con los pies secos.
La diosa la infecta de antemano y la corrompe
Con monstruosos venenos, aquí los líquidos exprimidos de una raíz dañina esparce y un ensalmo oscuro por el misterio de unas palabras inauditas
veintisiete veces murmura con su boca mágica.”
(Metamorfosis, XIV, 43)



Bibliografía:

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fundacionarthis.org/ediciones/ojs/index.php/hdigital/issue/.../nº3.../13; Theurgía y Goeteia: la magia en el mundo clásico; Jaime Resino Toribio
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revistas.ucm.es/index.php/GERI/article/download/.../14345; POCIMAS DE AMOR: LAS MAGAS EN LA ANTIGÜEDAD; Carlos Espejo Muriel.
http://www.romanicodigital.com/documentos_web/documentos/C17- 9_Nicanor%20G%C3%B3mez%20.pdf; LA REPRESIÓN DE LA MAGIA EN EL IMPERIO ROMANO; Nicanor Gómez Villegas
TEXTOS DE MAGIA EN PAPIROS GRIEGOS; INTRODUCCIÓN. TRADUCCIÓN Y NOTAS DE JOSÉ LUIS CALVO MARTINEZ Y Mª' DOLORES SANCHEZ ROMERO; EDITORIAL GREDOS
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1973642; El pensamiento antiguo y la magia en el mundo romano: El ritual de necromancia en la Farsalia de Lucano; Bernabé Ramírez López
EL mago y la hechicera: poder y marginación en el Imperio romano. Santiago Montero Herrero; Religions del Mon Antic, La Mágia; María Luisa Sánchez León, ed., Google Libros
http://eprints.ucm.es/28358/1/Eprints_TFM_Celia_Molina.pdf; Hécate: paradigma de la relación entre la mujer, la luna y la magia; Celia Molina Martín