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Pintura de Ettore Forti |
El Imperio Romano desarrolló una red de calzadas
pavimentadas sobre caminos ya existentes que no se conocía con anterioridad. Su
construcción se debió a la necesidad de permitir el movimiento rápido del
ejército y su avituallamiento y su trazado reflejaba el valor estratégico de
los distintos territorios. La posterior expansión territorial y económica
propició su uso para el tráfico comercial y de viajeros, que supuso el triunfo
de Roma durante siglos
Las calzadas de mejor calidad tenían un firme de hasta un
metro de espesor con cimientos de piedra y cascotes (statumen), que luego se aplanaba. Ese lecho se cubría con una capa
de mortero con cal y guijarrosa (rudus),
y sobre ella se ponía una argamasa más fina
de grava (nucleus) y, por
último, un empedrado en la superficie
hecho con grandes losas irregulares (summa
crusta). El borde se indicaba con una fila de piedras.
“Primero se ara un surco para
marcar el margen luego se excava el suelo, haciendo una gran trinchera, luego
se rellena y este foso se convierte en los cimientos de la columna vertebral
que se construirá encima, para evitar que el suelo se hunda o que la presión de
la roca revele la debilidad del terreno. Con troncos en unos sitios, y con
estacas muy untas en otros, se va asegurando bien el camino. ¡Cuántos hombres
trabajando unidos! Unos desbrozando las laderas de las colinas, destruyendo los
matojos; otros picando piedra, o derribando árboles con el hierro. Unos obreros
colocan la oscura toba en el suelo ya preparado, mientras otros desecan los
sedientos estanques y arroyos. (Estacio, Silvas)
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Calle de Pompeya, John William Godward |
La superficie de las
carreteras era redondeada con pequeñas
pendientes, había cunetas a los lados para que corriera el agua de lluvia o
nieve fundida, y tenían un ancho mínimo suficiente para el cruce seguro de dos
carros, aunque no solía superar los ocho metros. Todo acababa de completar las condiciones que
permitían el transporte cómodo y seguro por la red de carreteras imperiales. Estaban preparadas para proteger las pezuñas
de los animales y las ruedas de los carros, además de que podían soportar
cargas enormes y permitir buenas velocidades. La vía solía trazarse en línea
recta y los ríos y barrancos se salvaban mediante puentes. En los laterales
existían caminos para peatones, a veces pavimentados, además de fuentes, abrevaderos para los animales y bloques de
piedra para montar y desmontar. Un monolito de piedra (miliarium) cada mil pasos (milla romana) en el borde de la calzada
indicaba las distancias entre núcleos urbanos importantes y aportaba
información sobre la autoridad bajo la que se construyó o reparó la vía, además
del emperador que reinaba en el momento de ser erigido.
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Miliarios romanos |
L. Caecil. Q. F /METEL. COS / CXIX / ROMA (Inscripción con
los datos de un miliario)
Las vías vecinales no se pavimentaban y se limitaban a un
prensado de la tierra. Los propietarios de las villas se encargaban de
construir o reparar las vías dentro de sus posesiones.
“He
ido por la vía Vitularia, en el terreno que he comprado en Laterium. He inspeccionado
la carretera. Me ha parecido tan hermosa que la habría creído una vía pública,
excepto unos 150 pasos al lado de Satrium, que he medido yo mismo y donde se ha
puesto polvo en vez de grava. Necesitará que se arregle.” (Cicerón,
Cartas a Quinto, III)
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Sarcófago romano, Museo Nacional Romano
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El paseo en carruaje
por sus extensas propiedades era una actividad ociosa para los ricos hacendados
y para las personas de avanzada edad que no podían dar un paseo simplemente a
pie.
“Seguidamente sale a dar un
paseo en carruaje, y se lleva con él a su esposa, un modelo de virtud o a
alguno de sus amigos, como ha sido mi caso estos últimos días. ¡Qué hermoso es
ese paseo! (Plinio, III, 1)
El emperador Augusto estableció el cursus publicus, servicio público general encargado de la
correspondencia, de los viajes de las personas que viajaban por cuenta de la
administración del Estado y de las mercancías de propiedad estatal. Fue Julio
Cesar el primero que puso en marcha un sistema de transmisión de noticias
mediante mensajeros a caballo. Augusto estableció que este servicio corriera a
cargo del Estado y lo dotó de una organización tipo militar. Los funcionarios
que viajaban en misión oficial recibían la hospitalidad a cargo de las
autoridades locales. El sistema era muy gravoso y se prestaba a grandes abusos.
Durante el reinado de Trajano (98-117 d.C.)y Adriano (117-138 d.C.), el Estado
pagaba todos los gastos generados por el cursus publicus. En tiempos de Galerio
(306-307 d.C.) y Constantino (306-337d.c.) el mantenimiento de este servicio
pasó a los provinciales. El prefecto del pretorio, los gobernadores o los
emperadores concedían unas tablillas (diplomas) con el permiso para utilizar el
cursus publicus, que a partir del
siglo IV d.C. utilizarán también los obispos.
“Como los cónsules hubiesen
nombrado los siervos públicos que habían de llevar los decretos del Senado al
emperador, y les hubiesen entregado los diplomas o despachos sellados, en cuya
virtud los magistrados de las ciudades en la mudanza de carruajes aceleran la
marcha de los correos, se irritó en gran manera, porque no se había puesto su
sello a los pliegos y no le habían pedido para este encargo sus soldados, y aun
se dice que estuvo deliberando sobre la venganza que tomaría de los cónsules, y
sólo se templó porque le dieron excusas e interpusieron ruegos.” (Plutarco,
Galba, VII)
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Adriano regresa de Tívoli, Ettore Forti
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La creación del cursus publicus redundó en la mejora de la ligereza y estandarización de los
vehículos. Estableció los límites de carga útil para diferentes tipos de carros
oficiales que aseguraban menos fatiga para los animales de tiro y los
vehículos, y un ritmo rápido de viaje. Este servicio se dividía en el cursus velox para jinetes de posta y
mensajería y el cursus clabularis para
el transporte de carromatos (clabula)
del ejercito con comida y equipajes, que
solo podía llevar a soldados enfermos o de vuelta a casa. Eran carros
descubiertos, muy pesados que podían cargar hasta 1500 libras romanas y que
llevaban unos listones de madera en los laterales.
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Relieve romano, Estrasburgo, Francia. Foto Dagli Orti |
Las estaciones de posta donde se cambiaba de caballo eran
las mutationes (cada ocho o nueve
millas: 13 Km), se descansaba en las mansiones
que distaban un día de viaje. Las mansiones tenían todo tipo de
instalaciones: termas, templo, alojamientos. Algunas villae actuaban
como mansiones. Los viajeros con dinero los consideraban lugares sucios
e inconvenientes y preferían alojarse en las casas de amigos y familiares
que encontraban en el camino.
En la Historia Secreta, Procopio (XXX, 3,7) nos habla del cursus publicus:
«Como viajaban cambiando frecuentemente los mejores caballos, en
ocasiones, quien tenía confiado este trabajo, llegaba a hacer en un día el
trayecto de diez jornadas».
Considerando que la jornada normal era la
que hacía un viajero sin especial prisa, debemos pensar en trayectos de menos
de 35 km/h. Aun así, estaríamos hablando de jornadas de ¡350 km! Si suponemos
12 horas de viaje, interrumpido sólo por el cambio de los caballos en las
paradas de posta, aproximadamente cada hora, resulta una media de unos 30 km/h.
Teniendo en cuenta el relevo de las bestias de tiro en las paradas
de postas (mutationes), las
distancias recorridas diariamente por este medio eran impresionantes. Así, por
ejemplo, Suetonio (Vida de César, 57) nos narra que algunas veces César:
«salvaba largas distancias con increíble rapidez, sin
equipaje, en un carro de alquiler, recorriendo de esta forma hasta cien millas
por día», (unos 150 km)
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Estela de Aesernia, Museo de Nápoles |
En una estela encontrada en Aesernia se puede leer los servicios por los que paga un viajero a una posadera:
Posadera, hágame la cuenta.
—Un sextario de vino. Por el pan un as; por el pulmentarium, dos ases.
—Conforme.
—Por la muchacha, ocho ases.
—De acuerdo también.
—Heno para la mula, dos ases.
—Bien
Los desplazamientos de los antiguos romanos entre ciudades y
núcleos urbanos y rurales se debían a diversos motivos. Los traslados por las
vías romanas los realizaban los comerciantes ambulantes, las compañías de
músicos y espectáculos, los nigromantes,
embaucadores y charlatanes que vendían sus servicios de ciudad en
ciudad, los trabajadores estacionales y los que emigraban en busca de trabajo o
fama. Los ricos que poseían villas en el campo pero vivían regularmente en la
ciudad se trasladaban a sus posesiones rurales para dedicar algún tiempo a su
negocio o simplemente para descansar. También había viajes para conocer lugares
exóticos, conocidos por su significado
cultural o por sus beneficios para la salud. Ciudadanos de toda condición se
desplazaban por motivos religiosos en peregrinaciones o procesiones
rituales. Séneca refiere la frecuencia de los viajes de gentes
poderosas, para salir del aburrimiento y olvidar los disgustos.
“De aquí nace el hacerse vagas
peregrinaciones y el navegar remotos mares haciendo, ya en el agua y ya en la
tierra, experiencia de la enemiga liviandad. Unas veces decimos que queremos ir
a la provincia de Campania; y cuando nos causa lo deleitable, pasamos a los
bosques Brucios y Lucanos, y tras esto queremos que en la montaña se procure
algún sitio de recreación en que los lascivos ojos se eximan de la prolija
inmundicia de lugares hórridos y para esto vamos a Taranto, y a su celebrado
puerto y a otros sitios de cielo más templado, para pasar el invierno en las
casas que fueron otro tiempo capaces y opulentas a su antigua población. Luego
decimos «Volvamos a la ciudad, porque ha muchos días que nuestras orejas carecen
del estruendo y aplauso, y tenemos gusto de ver en los espectáculos derramar
sangre humana, pasando de unas fiestas en otras.» Y de este modo, como dijo
Lucrecio, anda cada uno huyendo de sí: pero ¿de qué le aprovecha, si nunca
acaba de ejecutar la huida? (Séneca, De la Tranquilidad del ánimo, II,
13)
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Relieve de alabastro, urna cineraria etrusca, Museo Británico |
Las familias romanas medias presumían hasta el límite de sus
posibilidades, intentando infundir la envidia en los vecinos. Presumir de lujo
y boato en los viajes podía causar quiebra, debido a los gastos.
"Yo estaba ya decidido a
iniciarme, pero la escasez de mi bolsillo retardaba el hecho, con gran pesar
mío. Mi débil patrimonio se había agotado con los gastos del viaje, y la vida
en Roma costaba mucho más cara que en la provincia de donde vine. Esta pobreza
me reducía, pues, a muy dura condición y me hallaba (como se dice vulgarmente)
entre espada y pared.” (Apuleyo, Metamorfosis, XI, 28)
El exceso era común en los cortejos de algunos ricos
viajeros como el descrito por Plutarco en la Vida de Antonio:
“Admiraba a los que le veían llevar
en los viajes, como en una pompa triunfal, vasos preciosos de oro, instalar en
los caminos pabellones, dar en los bosques y a las orillas de los ríos opíparos
banquetes, llevar leones uncidos a los carros y hacer que ciudadanos y ciudadanas
de recomendable honestidad dieran alojamientos en sus casas a bailarinas y
prostitutas.” (Plutarco, Antonio, 9)
Viajar de forma ligera y sin compañía podría ser preferible a hacerlo con una gran cantidad de pertenencias lo que implicaba desplazarse con varios animales, carros y sirvientes.
"... no querría llevar una carga a la que no estoy habituado. Acto seguido debería aumentar mi patrimonio y saludar a más por la mañana, y llevar uno o dos acompañantes para no salir solo al campo o al extranjero; tendría que alimentar a más palafraneros y rocines, llevar todo un convoy de carros (petorrita). Ahora puedo ir hasta Tarento, si me apetece, en mulo capado cuyo lomo hieren con su peso las alforjas y cuyos ijares el caballero." (Horacio, I, 6)
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Detalle del mosaico de los Caballos, Cartago
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El mundo romano valoraba los caballos como animales hermosos
y dignos del aprecio y la inversión de las clases aristocráticas, además de que
tuvieran un valor económico destacado en la vida diaria de Roma. El caballo es un
animal que revolucionó los transportes y las comunicaciones, debido a la
movilidad y velocidad que otorgaba, un privilegio del que disponían las élites
pero no el resto de la población; y desde un punto de vista militar jugó un
papel rol muy importante en la composición de los ejércitos. También tuvo un
papel muy destacado en el desarrollo político de las antiguas aristocracias
guerreras, que ocuparían las nuevas magistraturas locales, y que les darían su
nombre, equites.
“Pero si te inclinas más a las
cosas de la guerra y a los fieros escuadrones, o a deslizarte en un rápido
carro por las orillas del Alfeo de Pisa o en el bosque de Júpiter, pon tu
principal cuidado en la cría de caballos, acostumbrándolos a ver armas y
escaramuzas bélicas, y al ruido de los clarines y al rechinar de las ruedas, y
a oír en la cuadra el retintín de los frenos; alborócenlos también cada vez más
los elogios de su dueño y las sonoras palmadas con que, al celebrarlos, les
acaricie el cuello.” (Virgilio, Geórgicas, III)
Además del caballo, otros animales servían como animales de
tiro, bueyes, mulos o asnos.
“Esclavos, aunque sin cadenas,
libres, pero sin permisos, avanzan sin bridas pero obedientes. Cubiertos con
pieles marrones tiran de los carros estridentes, cada uno cumpliendo su tarea
con alegría. ¿Te maravillas de que Orfeo amansase las fieras con su canto
cuando las palabras de un galo pueden guiar estos mulos de rápido paso?”
(Claudiano, Poemas Menores)
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Museo della Civilta Romana, Roma. Foto A. Dagli Orti |
Era muy corriente la aplicación de la superstición mágica
antes de emprender el viaje. Así Apuleyo introduce un elemento todavía presente en la
actualidad: “empecé la marcha con el pie izquierdo,
de forma que fracasó el beneficio que esperaba conseguir. (Metamorfosis,
I, 5)
Los caminos y vías de comunicación eran, en general, debido
a su propia naturaleza, lugares peligrosos para quienes los frecuentaban, por
lo que los viajeros se encomendaban a
las divinidades para buscar su protección. En las encrucijadas de los
caminos y calles se erigían aras votivas y pequeños santuarios en los que hacer
ofrendas a los Lares viales o Compitales para que les concedieran auxilio en
sus desplazamientos.
A la hora de elegir el medio de transporte había que tener
en cuenta diversas consideraciones, como ir montado a caballo o en un carruaje,
qué equipaje llevar.
“Ya todos viajan como si
llevaran delante de ellos la caballería de los númidas, como llevando delante
un pelotón de corredores: sería vergonzoso que no hubiera quienes apartaran del
camino a los que los estorbaban o quienes manifestaran con una gran polvareda
que llegaba un hombre ilustre. Ya todos tienen mulos, para que lleven su
cristalería, sus vasos de murrina y las cosas cinceladas por mano de grandes
artistas…” (Séneca, Cartas a Lucilio, CXXIII)
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Jinete romano, mosaico de Cartago, Museo Británico |
Si el viajero tenía prisa podía escoger montar a caballo
antes que en un carruaje debido a las dificultades que podían encontrarse en el
camino y que retrasarían el viaje.
“Prefieren
montar a caballo antes que en un carro, debido al estorbo de los equipajes, a
la pesadez de los carruajes, de las ruedas en los caminos embarrados y con
baches, amén de los montones de piedras, de los troncos de los árboles, de los
caminos encharcados, de las colinas con pendiente. Obstáculos frecuentes eran
los ríos y también los deslizamientos de tierras.” (Apuleyo, Florida,
XXI)
Aparte de las incomodidades, el principal problema en los
viajes podía venir de los ataques de salteadores de caminos.
"Acaso no sabes que los caminos
están infestados de bandoleros, como para marchar por el camino a estas horas
de la noche?" (Apuleyo, Metamorfosis, I, 15)
Dión Caso cuenta que en el reinado de Septimio Severo hubo
una banda dirigida por Felix Bulla, que estuvo asaltando algunas regiones de
Italia durante dos años. Al frente de unos 600 hombres, muchos de ellos
esclavos evadidos, evitó ser apresado debido a su astucia y solo fue detenido
por la traición de una mujer. Hay que suponer que los viajeros serían con
frecuencia víctimas de estos
salteadores. También los piratas se acercaban a la costa y atacaban a los
viajeros que recorrían las vías terrestres.
“Insultaban de continuo a los
Romanos, y bajando a tierra rodaban en los caminos y saqueaban las inmediatas
casas de campo. En una ocasión robaron a dos pretores, Sextilio y Belino, con
sus togas pretextas, llevándose con ellos a los ministros y lictores. Secuestraron
también a una hija de Antonio, varón que
había alcanzado los honores del triunfo, cuando iba al campo, y la rescataron a costa de mucho dinero.”(Plutarco,
Pompeyo, 24)
Debido al peligro de los caminos algunos viajeros llevaban
escoltas armados o gran número de esclavos como protección y algunos
emperadores decretaron leyes para evitar los asaltos:
“La
mayoría de ladrones de los caminos llevaban públicamente armas con el pretexto
de atender a su defensa, y los viajeros de condición libre o servil eran
retenidos en los caminos y encerrados…Augusto contuvo a los ladrones
estableciendo guardias en los puntos convenientes…” (Suetonio, Augusto,
XXXII)
Los viajes normales de cualquier persona, en carro
particular o en diligencias de viajeros, eran también mucho más rápidos que lo
que se ha venido suponiendo, ya que hay datos que confirman distancias de 60 a
75 km recorridas en un solo día. Un epigrama de Marcial nos describe un viaje
desde Roma por mar hasta Tarragona y luego, por tierra, hasta Bilbilis (ciudad
romana cercana a la actual Calatayud), que se realiza en pocas jornadas:
«...y en una trayectoria fácil e
impulsada por los vientos favorables llegarás a las alturas de la hispana
Tarragona. De allí un vehículo (essedum)
te llevará rápidamente y quizás en la quinta jornada verás la alta Bilbilis y
tu Jalón» (Marcial, Epig. X, 104).
En el mundo romano se generalizó el uso de vehículos de
cuatro ruedas de radios tirados por équidos, de ejes frontales rotatorios, la utilización
de animales en tándem – cuatro, seis o más parejas – y algunas mejoras en los
yugos supusieron una sustancial mejora en la capacidad de carga.
Estos carros carecían de una amortiguación basada en
ballestas u otros artificios de flexión para absorber los impactos de la
rodada. La cabina y el habitáculo estaban suspendidos del chasis en los cuatro
puntos coincidentes con la vertical de las ruedas.
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Detalle mosaico de Antioquía, Turquía. San Diego Museum of Art. Foto Mary Harsch |
La caída de una rueda en un bache, no se traducía en una
caída inmediata del lado de la cabina, ya que ésta aún quedaba suspendida por
los otros tres puntos. Estos artificios, unidos a la excelencia del firme,
hacían que la comodidad fuera muy superior a la que nunca ha existido en los
carros de viajeros hasta nuestros tiempos.
La unión de un animal como fuerza de tiro con un habitáculo
en el que se podía viajar con comodidad hizo que el transporte de personas y
mercancías por carretera fuera más accesible para todos.
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Pintura con carro y auriga, Ostia, Italia |
"Erictonio
inventó los carros (currus) y fue el
primero que se atrevió a uncirles cuatro caballos y a sostenerse arrogante
sobre las rápidas ruedas. Cabalgando en ellos, los lápitas Peletronios los
acostumbraron al freno y a los escarceos y los enseñaron a botar alborozados
bajo el peso del armado jinete y a bracear soberbios." (Virgilio, Geórgicas, III)
La carruca de viajeros era un modelo de
carro que evolucionó mucho en el mundo romano. Sus ornamentos llegaron a ser
muy lujosos y sofisticados, se cubría con plata cincelada y se le adornaba de
bronces y marfil. Tenía cuatro ruedas y podían acomodarse en su interior varias
personas, incluso para dormir, por lo que se utilizaban con frecuencia para
desplazamientos nocturnos, como ocurría con la conocida carruca dormitoria, que
probablemente usó Tiberio, cuando su hermano Druso enfermó en Germania. Viajó
durante más de dos días seguidos, día y noche, para verle antes de su muerte,
en jornadas de hasta 300 km diarios, entre Ticinum (Pavía) hasta Mogontiacum
(Maguncia), donde murió Druso. Todo esto a través de los pasos de los Alpes sin
más compañía que la de un guía indígena.
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Relieve en alabastro, Museo de Florencia, foto de Sailko |
Desde el siglo III d.C., las carrucas fueron
privativas de la nobleza, y atributo obligado, de los funcionarios calificados como honorati, y era
un carro bastante elevado,
que hacía más visible a la persona,
e iba arrastrado por dos caballos,
o dos mulas. A menudo estos carruajes eran muy lujosos y
se adornaban con metales preciosos por lo que alcanzaban un alto precio.
“Que se te prepare una carroza (carruca)
de oro por el precio de una dehesa, que hayas comprado una mula por más
de lo que cuesta una casa” (Marcial, III, 62)
En la Historia Augusta se cita que el emperador Alejandro
Severo promulgó incontables leyes y permitió a cada senador utilizar un
carruaje (carruca) por la ciudad y tener una carroza (raeda) adornada con
plata, con la idea de que se aumentaba la dignidad de una ciudad como Roma que
los senadores los usaran.
El couinnus era propiamente el carro de
guerra de los britanos y de los belgas. Llevaba ejes armados de hoces. Roma acomodó este vehículo para viajes;
iba descubierto, aunque podía adaptársele una capota, tenía dos ruedas, un
asiento para dos plazas y lo conducía el propio viajero: por eso Marcial en su
epigrama lo llama “deliciosa soledad”, por la ausencia de oídos indiscretos.
¡Oh, deliciosa soledad, carro bretón (covinnus), más agradable que una carroza (carruca) y que un carro
galo (essedum), regalo para mí del elocuente Eliano! Aquí conmigo tienes
licencia, aquí, Juvato, para hablar cualquier cosa que te venga a la boca:
ningún conductor negro de un caballo líbico ni corredor arrezagado va delante
de nosotros; no hay por ningún sitio mozo de mulas: los caballitos guardarán silencio.
¡Oh, si estuviera aquí de testigo Avito, no temería yo un tercer oído! ¡Qué
bien se pasaría así el día entero! (Marcial, XII, 24)
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Carro ligero, Columna Igel, Tréveris |
El essedum era un carro ligero de guerra o
carreras de origen galo, aunque posteriormente se utilizó como transporte. Iba
abierto por delante y tiraban de él dos caballos; al ser tan ligero podía alquilarse en las
paradas de posta y llegar con rapidez a los lugares de destino.
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Estela funeraria de M. Viriatius Zosimus, Museo della Civilta Romana, Roma |
Cicerón describe en una carta a su amigo Ático el encuentro con un tal Publio Vedio que viajaba con dos esseda, en uno de los cuales había un babuino, una raeda cuyo tiro lo componían unos asnos salvajes, una litera y gran cantidad de esclavos.
El emperador
Claudio tenía instalado un tablero de
juego en su essedum para amenizar
las largas jornadas de viaje.
“Jugaba hasta en viaje, pues
había hecho construir los carruajes (esseda)
y mesas de manera que el movimiento no pudiese interrumpir el juego”.
(Suetonio, Claudio, 3)
En todo el Imperio romano se emplearon distintos tipos de
carro - de uno o dos ejes, de ruedas macizas o radiadas -, para acarrear todo
tipo de productos transportables.
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Carro rústico romano, Mausoleo Santa Constanza, Roma. Foto Samuel López |
El plaustrum era
el clásico carro propio del ámbito rural, tirado por bueyes, robusto, con ruedas semejantes a las muelas de un molino y de eje fijo. No se descarta su
utilización, secundariamente, en muy diversos campos de la vida cotidiana civil
y militar, como se documenta en los relieves de las columnas Trajana y
Antonina. Se empleó en Roma y en la mayor parte de las provincias del Imperio,
lo cual se aprecia en los mosaicos, la pintura y el relieve. Tenía un tren de
ruedas, dos o cuatro, estas de madera maciza, sobre las que se extendía una plataforma para la carga, que se sujetaba
con cuerdas o se metía en grandes cestas y era movido por bueyes, pero también
aunque, menos común, por mulos y asnos.
“Se dice que Tespis ideó el género ignoto de la trágica Camena y en carretas (plaustra) llevó sus obras para ser cantadas y representadas
por unos con cara tiznada de heces de vino.” (Horacio, Ars poética, 275)
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Carro de carga, Museo de Augsburgo |
Otro carro
de envergadura suficiente para aguantar una carga pesada era el serracum, rústico y que se empleaba
para transportar mercancías y materiales.
“Tremola un largo abeto en un carro (serracum) que se acerca y otros carromatos (plaustra) transportan pinos. Se
bambolean en las alturas y amenazan al público. Porque si se cae el carruaje
que transporta piedras de Liguria y derrama sobre la bulla el pedazo de monte
que lleva, ¿qué quedará de esos cuerpos? (Juvenal, Sátiras, III, 255)
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Carro tirado por bueyes, Mosaico de Orbe, Suiza |
La basterna era
una especie de litera que se empezó a emplear en tiempos
del Imperio romano. Se usaba para el transporte
interurbano, ya que dentro de la ciudad la litera era portada por esclavos y
estaba destinada principalmente a las señoras por viajar los hombres a caballo.
La basterna era transportada por dos mulas enganchadas a las varas, una delante y otra detrás. El esclavo encargado
de conducir las mulas de la basterna recibía el nombre de basternario. El
interior se llamaba cávea, y tenía una cama o un colchón suave. Tenía
cubiertas y ventanas en los lados.
“Enclaustra a las señoras decentes la carroza (basterna) dorada que, radiante, a un
lado y otro ensancha sus costados. Una collera de mulas con doble fuerza la
arrastra y a buen paso hace avanzar el oscilante albergue. ¡Bien se ha previsto
que al ir por lugares concurridos la casta esposa no se ensucie con miradas de
varones!” (Basterna, Antología Latina, 101)
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Carro procesional, Museo de Bellas Artes, Budapest |
El pilentum era
un carruaje de cuatro ruedas cubierto con un techo pero abierto por todos los
lados y acondicionado con almohadones para comodidad de sus ocupantes. No se
cubría con cortinas. Se destinaba para conducir a los sacerdotes y vestales en
las procesiones religiosas y en los juegos. La distinción de usar el pilentum se concedió a las matronas
romanas por parte del senado por haber entregado sus joyas y oro para proteger
la ciudad.
"Como no había suficiente, las
matronas, después de una reunión para hablar sobre el asunto, prometieron sus
joyas y ornamentos a los tribunos y los enviaron al tesoro. El Senado se sintió
altamente agradecido por ello, y la tradición dice que en compensación por esta
generosidad, a las matronas se les otorgó el honor de acudir en coche
cerrado (pilentum) a los actos
sagrados y a los juegos, y en coche abierto (carpentum)
al ir a festivales en días laborables."
(Livio, Ab Urbe Condita, 5,25)
El carpentum era
un vehículo con cubierta abovedada sobre dos ruedas que se usaba desde muy antiguo. Tirado normalmente por un par de mulas o
bueyes, y a veces por cuatro caballos.
Al igual que con otros carros su uso estaba restringido en la ciudad de
Roma durante el día, e incluso las emperatrices Mesalina y Agripina solo
pudieron utilizarlo con un voto especial del senado. Septimio Severo otorgó a
altos oficiales, gobernadores provinciales y legados el derecho a utilizar
estos carruajes dentro de la ciudad. No fue hasta el siglo IV que se eliminaron
todas las restricciones sobre su uso dentro de la ciudad. El carpentum de los últimos tiempos se
convirtió en un carruaje más lujosamente adornado, usado para viajes y
ceremonias de estado.
Cuando Caligula instituyó juegos y otras solemnidades en
honor de su madre muerta, su carpentum
desfiló en el cortejo. (Suetonio, Cal., 15)
“Junto a las cenizas y huesos de los antepasados va
lanzado en veloz carruaje
(carpentum) el gordo Laterano, y él mismo, cónsul y arriero, sujeta la rueda
con el freno, de noche, es verdad, pero la luna lo ve, pero las estrellas como
testigos miran atentas”. (Juvenal, Sátiras, 8, 145)
El carro
solía ser conducido por un esclavo y se consideraba infame que lo hiciera un
noble él solo.
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Carruaje romano, Foto de Johann Joritz |
El cisium era un carruaje ligero y
descubierto, tirado generalmente por un solo animal o dos en el que montaban una o dos personas, y que
al igual que el essedum podía
alquilarse en las postas. Al ser un vehículo ligero se podía viajar con rapidez en él. Su uso estaba regulado porque los cisiarii, conductores de estos carruajes, entablaban competiciones cuando se encontraban en el camino, por lo que podían ser multados. Cicerón habla de un mensajero que logró llevar la noticia de la muerte de Roscio a Ameria en diez horas cubriendo una ruta de más de ochenta kilómetros.
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Cisium, Termas del Cisiarius, Ostia, Italia |
La raeda era una carreta cubierta, grande
y pesada, de cuatro ruedas y con un tiro de dos o cuatro caballos. Se alquilaba
para el transporte de personas y equipajes.
“Luego raudos hicimos veinticuatro millas en carromato (raeda), para hacer noche en una aldea que no cabe en el verso, muy fácil de reconocer con estas pistas: aquí se paga por el agua, la cosa más barata, pero el pan es el mejor del mundo, y el viajero avisado suele hacer provisión…”
(Horacio, I, 5, 86)
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Detalle de la estela funeraria de Flavia Usaiu, Tac Gorsium, Hungría |
Currus daba nombre a un carro descubierto, cerrado por delante al que se accedía por la parte trasera y en el que cabían dos personas de pie. Se utilizaba en las carreras y en los desfiles triunfales.
“Por encima de todos, César, en el carro triunfal y
vestido de púrpura, te ofrecerás a la vista del pueblo; por donde pases
estallarán los aplausos de los tuyos, y las flores que arrojen alfombrarán tu
camino.
Con el ruido, el aplauso y las
demostraciones populares sentirás a ratos que tus cuatro caballos rehúsan
avanzar; luego subirás al Capitolio, templo favorable a tus votos, y allí
depositarás el laurel prometido y debido a Jove.” (Ovidio, Tristias, IV,
2)
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Biga romana, Palacio Nacional Romano
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Los carros empleados en las carreras y las batallas eran
cerrados por delante con un frontal bajo, a los que se accedía por detrás y a
los que se denominaba según el número de caballos que se uncían, biga, carro con dos caballos, cuadriga, con cuatro caballos, e,
incluso hasta diez caballos.
“Disputó también el premio de la
carrera de carros, y en los juegos Olímpicos guió uno arrastrado por diez
caballos, aunque en sus versos había criticado esta misma pretensión del rey
Mitrídates. Fue despedido del carro, recogido y colocado dentro otra vez; no
pudo resistir, al fin, y bajó de él antes de terminar la carrera; todo lo cual
no impidió que fuese coronado”. (Suetonio, Nerón, XXIV)
La litera
(lectica) podía ser de propiedad privada o de alquiler y era transportada por
seis u ocho esclavos que debían ser robustos e ir bien vestidos.
“Cuando no tenías seis mil sestercios, Ceciliano, eras
conducido por todos los sitios en una enorme litera (lectica) de seis portadores. Después que la diosa ciega te ha
concedido dos millones y las monedas han reventado tu bolsa, te has convertido,
fíjate, en peatón. ¿Qué podría yo desearte proporcionado a tus grandes méritos
y honores? Que los dioses te devuelvan, Ceciliano, tu litera”. (Marcial, Epigramas, IV, 51)
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Pintura de Ettore Forti |
Sobre el encintado del lecho se colocaba una colchoneta y el
reclinatorio de madera sobre el que se acomodaba la persona transportada tenía
los extremos revestidos de metal y se recubría con cojines de plumas.
En las varas de la litera había unos anillos metálicos por
los que se pasaban otras varas cilíndricas que servían para su transporte y que
se fijaban a los hombros de los porteadores mediante correas de cuero. Un
esclavo iría abriendo paso, a empujones si era necesario, a la litera del
señor, por las concurridas calles de las ciudades.
“Tú me exiges, sin que les vea el fin, mis servicios de
cliente. No voy, pero te envío a mi liberto. —No es lo mismo, me dices. —Te
probaré que es mucho más. Yo apenas podría seguir la litera; él la llevará. Cuando te veas atascado entre la multitud,
él abrirá paso a codazo limpio; yo tengo los costados débiles y delicados.” (Marcial, III, 46)
También a hombros se llevaba la silla de manos (sella gestatoria) en la que un
permanecía sentado y no tumbado, que podía ser descubierta y ricamente decorada,
con metales preciosos y en la que se
podía mantener la privacidad, como Nerón cuando decidió viajar en ella en la
ciudad para no ser reconocido, tras haber sufrido algunos ataques.
“Para que unos costaleros sirios vestidos con lana
canusina suden con los varales y mi silla
de manos se vea rodeada de clientes bien arreglados”. (Marcial, Epigramas, IX,
22)
Tanto la litera como la silla eran utilizadas por hombres y mujeres
y podían llevar instalado un toldillo para resguardar al pasajero del sol y de la intemperie, y las cortinas lo
escondían de la vista de la gente. En algunos casos la cubierta era de piel.
“No te librará la cabeza
cubierta con capuchas ni una litera protegida
con pieles y cortinas, ni te protegerá una silla
de manos cerrada repetidas veces: el besucón entrará por cualquier
rendija.” (Marcial, Epigramas, XI, 98)
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Victoria alada en su carro, Herculano |
En la mitología aparecen los carros transportando a los
dioses y héroes como reflejan composiciones literarias de poetas como Horacio.
En la antigüedad se creía que el carro de Júpiter recorriendo el Olimpo era el
causante de los truenos.
“Porque Jove, que suele con sus rayos
Rasgar la nube, entre la misma oculto,
hoy lanza sus corceles resonantes
y el carro (currus) volador por cielos fúlgidos.” (Horaco, Odas, I, 34)
El carro de Venus, según se cita en diversas fuentes, podía
ir tirado por cisnes, palomas o gorriones. Ovidio cita las palomas en una de
las elegías de su obra Amores, cuando se refiere al triunfo de Cupido o el
amor.
“Corona tus cabellos de mirto, apareja las
palomas de tu madre, y el mismo Marte te
proporcionará el carro (currus) conveniente; tú, montado en él, y en medio de las aclamaciones que publiquen tus hazañas, regirás con destreza las aves que lo conducen; formarán tu séquito los jóvenes
subyugados y las cautivas doncellas, y su pompa
será para ti un magnífico
triunfo.” (Ovido, Amores, I, 2)
Aurora, la griega Eos, es la diosa del amanecer que recorre
en su carro el cielo entre el momento en que la luna se esconde y el sol empieza a brillar en su esplendor.
Se alimenta de néctar Titono, el esposo de Aurora,
y así ya en sus temblores ninguna vejez le daña.
Para que tu vida con tan santa medicina durara siempre, querría yo que le hubieras gustado para marido a Aurora.
Eras bueno para acostarse en su lecho sonrosado
y, en cuanto el rocío lavara el lecho de púrpura,
eras bueno para uncir la collera de su carro rosado
y ofrecerle riendas que manejar a su roja mano,
de acariciar entonces las crines del caballo que mira
atrás,cuando ya para virar tirase de
las riendas, al avanzar el día. (Antología Palatina)
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Camafeo romano, Museo Thorvaldsen, Dinamarca |
También el enamorado en la poesía latina pide a su amante que monte en un carro para que venga ante él rápidamente.
Si aún queda en ti un resto de piedad por mi aislamiento,
comienza a trasladar tus promesas a los hechos. Engancha sin tardar a tu ligera
carroza (essedum) los fogosos
caballos, y que sacudan las flotantes crines por estos lugares. Vosotros,
montes altivos, inclinaos a su llegada y ofrecedle por vuestros sinuosos valles
un camino sin obstáculos. (Ovidio, Amores, II, 16)
Bibliografía:
www.traianvs.net/viasromanas/viasromanas.pdf, Isaac Moreno Gallo.
www.elfuturodelpasado.com/eFdP02/05%20Tirador,%20V.pdf, Caballo y poder: las elites ecuestres en la Hispania indoeuropea, Víctor Tirador García.
www.academia.edu/.../Las_calzadas_romanas_propaganda_o_utilidad, Calzadas romanas, ¿propaganda o utilidad? Jesús Rodríguez Morales.
http://www.academia.edu/3363579/Itinera_Loquuntur_Los_contenidos_historicos de_los_antiguos_caminos, Antonio C. Ledo Caballero.
http://www.mikridoxipara-zoni.gr/publications/PDF/HW-10-Crouwel.pdf, Four-wheeled vehicles in the Roman world, Joost H. Crouwel.www2.urjc.es/hiryt/docs/los_viajes_en_epoca_romana.pdf, Los viajes en época romana, Nuria Morère Molinero.
https://archive.org/.../travelamonganci01moongoog, Travel among the ancient Romans, William West Mooney