Mosaico de la danza de los cuatro genios danzando, Casa de la alfombra de piedra, Ravenna |
En los primeros tiempos de la antigua Roma los ciudadanos romanos solo podían participar en danzas dentro de un contexto militar, cívico o religioso. En una sociedad donde el decorum (decencia) era la norma de comportamiento en la vida, la intervención en actos festivos donde primaba el entretenimiento no era bien vista e impedía a los ciudadanos más notables tomar parte en los bailes de forma espontánea por su falta de gravitas y utilitas, las cuales eran características del pragmatismo del pueblo romano. Sin embargo, contemplar a los bailarines y bailarinas que ejecutaban sus danzas en diversos festejos era algo habitualmente aceptado.
“- Cuando alguien me contaba estas cosas, no podía imaginar que hombres nobles se las enseñaran a sus hijos; pero cuando me llevaron a la escuela de baile, a fe mía que vi en ese lugar a más de cincuenta chicos y chicas y, entre ellos –esto es lo que más pena me hizo sentir por la República- a un niño con la bula, de no más de doce años, hijo de un candidato, bailar con los crótalos una danza que no habría podido bailar con decoro ni un esclavo impúdico-. Ves de qué modo el Africano se lamentaba porque veía al hijo de un candidato bailando con crótalos…” (Macrobio, Saturnales, III, 14, 6-7)
Pintura de la Tumba del triclinio, Museo Nacional Etrusco de Tarquinia, Italia |
Según indica la cita de Macrobio existían escuelas de baile donde los bailarines profesionales adquirían habilidades con respecto a la expresión corporal, el sentido del ritmo o la capacidad de improvisación, cualidades que no se adquieren de forma espontánea habitualmente. Algunos ciudadanos particulares asistirían también con el fin de tener algunas nociones de danza que les permitieran demostrar su conocimiento artístico en rituales religiosos o privados realizados en la domus.
Danzante, Chipre |
Ya desde el siglo II a.C. hasta el siglo IV d. C. el baile era admitido siempre que se mantuviera dentro de las normas establecidas, por lo que la actitud de un bailarín profesional, el comportamiento de quienes solo miraban o la conducta del que bailaba para su propio placer eran censurables si sobrepasaban los límites que marcaba el decoro, llegando algunos autores a alabar las bondades de la danza.
Danza romana, pintura de Alma-Tadema |
Cuando en algún momento durante la República aprender a bailar dejó de considerarse algo indecoroso, entre las mujeres llegó a verse como una muestra de su buena educación, siempre que se practicara según las normas sociales. Durante el Imperio cada vez fueron más las mujeres que se consideraban buenas bailarinas y llegaban a presumir de ello.
“Aquella me gusta por sus gestos: mueve los brazos acompasados y gira su blando costado siguiendo una depurada técnica -que no se diga nada de mí, que me excito por todo. ¡Pon ahí a Hipólito que se convertirá en Príamo!” (Ovidio, Amores, II, 4, 25-32)
Durante las ceremonias matrimoniales había unos momentos de la fiesta protagonizados por los amigos de la pareja, encargados de recitar epitalamios (canciones relativas al matrimonio) y versos fesceninos (de contenido sexual) que propiciaban danzas bailadas al son de los cánticos.
Baile romano, pintura de Guglielmo Zocchi |
Durante las celebraciones privadas en el hogar tenían lugar las danzas de familiares y amigos como parte integrante del ceremonial religioso que estaba siempre presente. Por ejemplo, la celebración del Genius natalis, que solía coincidir con el cumpleaños del padre constituía un momento de regocijo, en el que era habitual cantar y bailar al son de las flautas, beber y practicar juegos de azar. Propercio describe una escena así en el cumpleaños de su amada Cintia.
“Luego, después de purificar con incienso los altares llenos de guirnaldas y de que la llama brille favorable en toda la casa, que llegue la hora de ir a la mesa, que la noche transcurra entre copas y que el ónice perfumado con mirra impregne las narices de azafrán. Que por incesantes danzas caiga la flauta abatida y ronca, que haya para tu indolencia palabras libres y que los alegres banquetes eviten el inoportuno sueño.” (Propercio, III, 10,19-25)
Floralia, pintura de Hobbe Smith |
Además de estas celebraciones de tipo privado, se desarrollaban a las afueras de la ciudad y en el campo algunas fiestas durante las cuales los participantes bailaban de forma espontánea como forma de entretenimiento y para olvidar sus problemas cotidianos.
En la fiesta de Anna Perenna se celebra un ceremonial lleno de canto y danza que simboliza, de algún modo, la ruptura del orden y las convenciones.
El Baile, pintura de Federico Andreotti |
En relación con la fiesta de la Bona Dea, Juvenal comenta la naturaleza obscena de las danzas que improvisan las mujeres a las que compara con verdaderas bacantes por su estado de exaltación.
Horae Serenae, Edward Poynter, Bristol City Museum and Art Gallery |
La danza se concebía a veces como un elemento religioso que simbolizaba, al mismo tiempo, la paz del estado, la alegría o el esplendor de la fiesta en tiempos pasados. En el siguiente pasaje de Calpurnio Sículo se insiste en la tranquilidad de los montes y en la libertad de los pastores expresada, precisamente, a través de sus danzas, alabando concretamente el reinado de Nerón y la felicidad de su época.
Fiesta de la cosecha, pintura de Alma-Tadema |
Las danzas de la vendimia tenían lugar, seguramente, después de la prensa de la uva y se basaban en la imitación de escenas mitológicas o en la recreación de las actividades practicadas durante la propia vendimia (recolección de la uva y su carga en los cestos, pisado de la uva, bebida del mosto), de tal forma que el baile era una representación idealizada de todo el proceso.
En la novela Dafnis y Cloe, su autor Longo describe la llegada de un personaje a la fiesta de Dioniso, el viejo Driante, que baila una danza de lagar, en la que va imitando distintas acciones relativas a la vendimia.
El historiador Tácito narra cómo la emperatriz Mesalina se atrevió a representar en sus jardines una fiesta privada de la vendimia donde todos los invitados iban vestidos con atuendos basados en el cortejo báquico y bebían mientras danzaban, pisoteaban las uvas y simulaban el éxtasis de las bacantes. Esta fiesta hace referencia a los caprichos de la alta sociedad romana que, inspirándose en la poesía de su tiempo intentaba recrear sin moderación escenas bucólicas y campestres.
Bacanales, pintura de Henryk_Siemiradzki |
Tras las famosas y largas cenas de algunos notables romanos llegaba el momento de la comissatio, tiempo para disfrutar de la bebida y los entretenimientos, durante la cual la música y el baile podían calmar los encendidos ánimos de algunos comensales que, habiéndose excedido con el vino, entraban en discusiones o peleas.
Danza, pintura de Henryk_Siemiradzki |
Entre las artistas que se contoneaban al son de ritmos extranjeros con sedas y transparencias se encontraban las famosas puellae gaditanae, que alcanzaron un éxito arrollador en los banquetes del s. I d. C. Estas jóvenes, originalmente procedentes de Gades (Cádiz) proporcionaban al público un espectáculo sensual y sugerente que parecía primar la interacción con los espectadores.
Detalles de mosaico del Aventino, Museos Vaticanos |
Así, mientras las bailarinas se balanceaban y tocaban las castañuelas (crusmatae) al ritmo de sus obscenos cánticos, los asistentes las acompañaban no sólo con sus aplausos, como apunta Juvenal, sino también con su propia excitación.
“A lo mejor esperas que las Gaditanas empiecen a excitarte con su armoniosa danza y que, animadas por el aplauso, las jóvenes bajen al suelo sus trémulas nalgas; junto al marido echado, las esposas ven un espectáculo que cualquiera se avergonzaría de describírselo a ellas." (Juvenal, sátira XI)
Las bailarinas gaditanas, formadas en el arte de la danza, y teniendo plena conciencia de sus cuerpos y de sus movimientos, sabían hasta dónde podían llegar con sus gestos y aprovechaban su potencial para provocar y alcanzar renombre en su profesión.
En casa de Lúculo, Pintura de Gustave Boulanger |
Los asistentes a una fiesta, entusiasmados y fascinados a la vez por la visión de una danza, podían dejarse llevar por el deseo de bailar para los demás comensales, atreviéndose a la exhibición de sus pretendidas habilidades, sobre todo en un ámbito privado. La exaltación provocada por el vino y los bailes llevaba al anfitrión y los comensales a creerse el centro de atención de la velada invitando a los demás a unirse al espectáculo.
Pintura de Ulpiano Checa para Quo Vadis |
Algunos bailes de los que se podía disfrutar durante los banquetes tenían antecedentes griegos, como la danza jonia, que habría tenido en un principio un significado religioso y que acabó como espectáculo de entretenimiento. Lo mismo bailaban hombres y mujeres y consistía en saber moverse haciendo subir la túnica cada vez más arriba del cuerpo, lo que acabó convirtiéndolo en una representación de tipo lascivo y provocativo, muy habitual en las actuaciones de los cinaedi, hombres afeminados que se dedicaban a hacer distintas actuaciones artísticas.
El personaje de Pseudolo hace una parodia de sí mismo al explicar cómo intentó realizar una danza jonia ante algunos comensales durante una cena estando demasiado borracho.
“Los dejé en sus lechos, bebiendo, besándose con sus rameras, y a mi ramera también; los dejé disfrutando con toda su alma. Pero cuando me puse en pie, todos me piden que baile. [Bailando ridículamente] Me adelanté de este modo para complacerlos con gracia, porque aprendí la danza jonia mejor que nadie y, cubierto con el manto, comencé así unos pasos como diversión. Me aplauden sin cesar y gritan «otra», para que lo vuelva a hacer. Empecé de nuevo, de esta manera: no quise repetir lo mismo; me acerqué a mi amiga para que me besase y, al volverme, me caigo: este fue el final de mi espectáculo.” (Plauto, Pseudolo, 1271-1278)
Danza Jonia, Edward Poynter |
Los saltatores (bailarines) y saltatrices (bailarinas) se consideraban infames y artistas de segunda fila que, por su forma de vida, en cierta forma, itinerante y por los movimientos y gestos del cuerpo, considerados indecentes, es decir, en contra del decorum, no llegaban a tener la misma posición económica y social que otros artistas o actores profesionales. Incluso algunos recibían feroces críticas por su mal arte.
“Cuando bailas, Gátula, con cuerpo lamentable y a nadie da gusto lo que espantosa haces, más bien creo que eres una bailarina loca, pues con los meneos recargas tu mala facha y haces cada gracia desagradando siempre. ¿Crees que al público lo halagan los címbalos? Nadie mantiene en su ánimo un criterio tal que por ti no lo abandonen incluso los gozos.” (Antología Palatina, Epigrama 361)
Terracota griega, Sicilia |
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Bibliografía:
https://eprints.ucm.es/13975/1/T33425.pdf; La danza en época romana: una aproximación filológica y lingüística; Zoa Alonso Fernández
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/633339.pdf; Condición social y jurídica de la "puella gaditana"; José Manuel Colubi Falcó
Historia de la danza desde sus orígenes; Artemis Markessinis, Google Books