domingo, 7 de julio de 2019

Alea, los juegos de azar en la antigua Roma

Niña jugando a las tabas, Gliptoteca de Munich,
foto de Matthias Kabel

“Odio penetrar en tan pequeños detalles, pero quiero que mi alumna sepa echar los dados con soltura y calcular el impulso que debe darles al lanzarlos sobre la mesa, y que, o bien sepa sacar el número tres, o bien adivinar el lado que se ha de evitar, y el que se les demanda.” (Ovidio, Ars Amatoria, III, 355)

Todos los romanos coincidían en su pasión por el juego y en todas las épocas habían estado poseídos por ella. Entre los adultos, los juegos por excelencia eran los de azar, a los que prácticamente todos eran muy aficionados y cuyos peligros cantan numerosos poetas. Hasta tal punto eran considerados peligrosos, que la legislación protegía a aquellos que no eran dueños plenos de sus vidas, como los jóvenes que aún estaban bajo la autoridad del pater familias o los esclavos, y la ley no les obligaba a pagar las deudas contraídas en el juego; incluso llegaron a promulgarse leyes restrictivas en contra del juego (leges aleariae), prohibiendo las apuestas de dinero, tanto en época republicana como imperial.


“Y, además, para que no se salten la ley esa en contra del juego de las tabas, ya sabéis, les hacéis migas las propias y veréis como no vuelven a ponerse a la mesa con ellas.” (Plauto, Miles Gloriosus, II, 2)

Jugando a las tabas, Edward John Poynter

Exceptuando el periodo de las Saturnales, los juegos de azar estaban prohibidos en Roma bajo multa fijada en el cuádruple de la cantidad apostada.

Cicerón reprocha a Marco Antonio el haber liberado a un tal Licinio Denticula del castigo impuesto por una ley contra el juego de azar, para poder seguir jugando con él.

“Repatrió a Licinio Dentículo, condenado por tahúr y compañero suyo en el juego; no porque creyera ilícito jugar con un condenado, sino para resarcirse en el precio de este favor de lo que había perdido en el juego. ¿Qué motivo alegaste ante el pueblo romano para la conveniencia de levantar este destierro? ¿Dijiste, acaso, que fue acusado estando ausente, o que se le juzgó sin oírle, que no había tribunal legalmente establecido para juzgar los juegos de azar, o que se le oprimió con la fuerza de las armas, o que se le condenó, como se decía de tu tío, corrompiendo con dinero a sus jueces? Nada de esto, sino que era un hombre de bien, un digno ciudadano de la república. Razón inoportuna. Si fuera así te excusaría, puesto que para ti no tiene importancia alguna una condena. Pero quien repatrió a un hombre tan perverso que no se avergonzaba de jugar a los dados en el mismo foro y por cuyo delito había sido ya condenado, ¿no confesaba claramente su infame afición al juego?” (Cicerón, Filípicas, II, 23 [56])

Jugando a los dados, Museo del Bardo, Túnez

El jugador (aleator) era considerado socialmente como alguien deshonesto y la pasión por el juego se contemplaba como un defecto del carácter de una persona.

“No sabe el joven de linaje libre
montar sobre un corcel; la caza teme;
y en cambio juega bien al troco griego
o a los dados, proscritos por las leyes.”
(Horacio, Odas, III, 24)

Séneca en su obra Apocolocynthosis hace una crítica del emperador Claudio, que era un jugador empedernido, al que castiga a jugar en el infierno una partida de dados en el que el cubilete no tiene fondo, por lo que la partida es infinita.

“Pues siempre que iba a lanzarlos del sonoro cubilete,ambos dados escapaban por la base sin fondo. Y cuando osaba lanzar los dados ya recogidos, siempre en trance de jugar y en trance siempre de coger, su ilusión se frustraba. Huye y entre sus dedos se escurre el dado engañoso con la misma trampa.”

Pintura de la caupona de la vía de Mercurio, Pompeya

El emperador Augusto, a pesar de las leyes restrictivas sobre las apuestas, solía jugar frecuentemente y con dinero con su familia y amigos.


“En cuanto a su fama de jugador, no le preocupó en lo más mínimo, y jugó siempre sin recato, considerándolo un solaz, sobre todo en la vejez; jugaba, por esto, tanto en diciembre como en cualquier otro mes, fuese o no día festivo. De esto no puede caber duda, pues aunque se conserva de él una carta que reza así: He cenado, mi querido Tiberio, con los que sabes. Vinicio y Lilio, el padre, han venido a aumentar el número de convidados. Los viejos hemos jugado a los dados, durante la cena, ayer y hoy. As y seis perdían, y pasaban al juego un dinero por dado, pero Venus se lo llevaba todo. En otra carta dice: Mi querido Tiberio; hemos pasado agradablemente las fiestas de Minerva, habiendo jugado sin descanso todos los días. Tu hermano se quejaba; pero, a fin de cuentas, sus pérdidas no han sido graves, y al fin cambió la suerte y se repuso de sus desastres. En cuanto a mí he perdido veinte mil sestercios, por culpa de mis liberalidades ordinarias, porque si hubiese querido hacerme pagar los golpes malos de mis adversarios o no dar nada a los que perdían, habría ganado más de cincuenta mil.” (Suetonio, Octavio Augusto, LXXI)

Singular forma de dado romano. Museo Británico, Londres

Las mujeres también se dedicaban a pasar el rato con este tipo de juegos. Plinio el Joven cuenta en una de sus cartas cómo Ummidia Cuadratila, una matrona notable “acostumbraba a distraerse jugando al juego de los peones o viendo representar pantomimas” (Epístolas, VII, 24)

Terracota, siglo IV a.C. Museo Británico, Londres

Ovidio aconseja al hombre sobre lo que debe hacer cuando se dedica a los juegos de azar junto a la amada.


“O si juega y tira con su mano los dados de marfil, tira tú a perder y dáselos después de haberlos tirado mal. O si tiras las tabas, para que no tenga que sufrir el castigo por haber perdido, haz que te salgan más de una vez los ruinosos perros. O si el peón se mueve en el juego de los soldados, procura que tu soldado sea muerto por su enemigo de vidrio.” (Ovidio, Ars Amatoria, II, 205)

Pintura de Jean-Jacques-FranÇois Le Barbier

Plinio menciona a la diosa Fortuna como una de las veneradas por los romanos desde los primeros tiempos. Esta diosa fue en Roma la personificación del destino caprichoso e incierto. A veces funesta, a veces favorable, Fortuna gobernaba la vida de los hombres y las naciones, a los que concedía el éxito o condenaba al fracaso.

“La humanidad cree que la Fortuna, que es voluble, es ciega, inconstante e incierta, la protectora de lo injusto. Atribuimos todas nuestras pérdidas y todas nuestras ganancias a ella, porque ella sola lleva la responsabilidad de decidir sobre la adversidad y la prosperidad.” (Historia Natural, II, 6)

Diosa Fortuna, Museo Británico, Londres

Los primeros padres de la Iglesia condenaron las apuestas entre los cristianos. Dos de las leyes eclesiásticas más antiguas amenazaban con la excomunión a clérigos y laicos si apostaban. El Concilio de Elvira (306 d. C. aprox.) decretó que el excomulgado por apostar podía retornar al seno de la Iglesia después de un año. Clemente de Alejandría, Tertuliano y otros escritores cristianos condenaron la afición al juego y las apuestas por reflejar un interés en lo material en vez de perseguir la recompensa en una vida celestial. 

“También debe prohibirse el juego de dados y el afán de ganar con los astrágalos, juego que les gusta practicar. Tal es el pago que la falta de control cobra a quienes pueden malgastar su tiempo en el libertinaje.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, III, 75, 2)

Detalle del museo de los caballos, Cartago, Túnez

Sin embargo, esto no impidió que los romanos continuaran jugándose su patrimonio en partidas de capita aut navim (cara o cruz), tesserae (dados) o tali (tabas). El juego “capita aut navim” provenía de echar a suertes una moneda de un as, en el que el anverso mostraba dos cabezas con la efigie de Jano, el dios de las dos caras, y en el reverso se veía la proa de una nave, supuestamente la que lo trajo a Italia. 

Moneda con el dios Jano y nave

Un juego más inocente era el de las nueces, apropiado para niños, pero al que los adultos dedicaban tiempo, sobre todo, durante las fiestas de las Saturnales.

"Nunca has preferido los dados a las simples tabas, sino que tus únicos juegos de azar han sido unas sobrias nueces." (Marcial, Epigramas, IV, 66)

El emperador Claudio viajaba con un tablero (alveus) en su carruaje y llegó a escribir un libro ahora perdido sobre el juego de la tabula.

“Fue muy aficionado al juego, escribiendo incluso un libro sobre este arte; jugaba hasta en viaje, pues había hecho construir los carruajes y mesas de manera que el movimiento no pudiese interrumpir el juego.” (Suetonio, Claudio, 33)

Tablero de juego, Corbridge collection

Tanto en el juego de dados como en el de las tabas, se comparaban las combinaciones obtenidas de los diversos jugadores para comprobar el ganador. La mejor tirada era la de Venus (iactus Veneris) en la que cada uno de los dados mostraba una cara diferente. Con la tirada de Buitre todos los dados sacaban el mismo resultado, y si todos tenían unos se llamaba la tirada de Perro. En la tirada Senio, en un solo dado se obtenía un seis y cualquier otro resultado en los restantes. 

“Mis dados no luchan a muerte con las tabas generosas ni un seis tumba mi marfil con un can. Este papel es para mí las nueces, este papel es para mí el cubilete: este juego no produce ni pérdidas ni ganancias.” (Marcial, Xenia,)

Tabas, Tracia, siglo III a.C

Los juegos de dados (alea) estaban permitidos solamente cuando no se apostaba dinero. Pero algunos, a pesar de la prohibición, gastaban verdaderas fortunas en las apuestas. 

“Mi querido Tiberio: hemos pasado agradablemente las fiestas de Minerva, habiendo jugado sin descanso todos los días. Tu hermano se quejaba; pero, a fin de cuentas, sus pérdidas no han sido graves, y al fin cambió la suerte y se repuso de sus desastres. En cuanto a mí, he perdido 20.000 sestercios, por culpa de mis liberalidades ordinarias, porque si hubiese querido hacerme pagar los golpes malos de mis adversarios o no dar nada a los que perdían, habría ganado más de 50.000. Más prefiero esto, porque mi bondad me valdrá eterna gloria.” (Suetonio, Augusto, 71)

El emperador Nerón también apostaba grandes cantidades de dinero en el juego de los dados: 


“Jugaba a los dados a cuatrocientos sestercios dobles el punto” (Suetonio, Nerón, XXX)

Dados romanos de hueso. Foto de ancientresource.

En cualquiera de los juegos, a pesar de la prohibición, los participantes hacían apuestas, bien de dinero, bien de efectos personales.

“Luego que cenamos y bebimos, va y pide las tabas y me propone que echemos una partida; yo me juego mi capa, él, su sello; él invoca a Planesio. 
Fédromo.— ¿A mi amor? 
Gorgojo.— Calla un momento. Tira, y le salen los cuatro buitres. Cojo yo las tabas, invoco a mi bendita nodriza Hércules y me sale la jugada real (equivale aquí a la tirada de Venus): entonces le ofrezco un vaso al militar, se lo echa al coleto, deja caer la cabeza y se queda dormido.
Yo le cojo el anillo, me echo abajo del diván con mucho cuidado para que el otro no lo note. Me preguntan los esclavos que adonde voy; les digo que a donde se suele ir cuando se está harto. Veo la puerta, cojo y sin perder un momento, salgo pitando de allí.” 
(Plauto, Curculio, 354)

Entre los juegos de estrategia se pueden citar los siguientes:

Esta es una descripción de un juego, que posiblemente es el ludus latrunculorum, que aparece en el Laus Pisonis.

“Tu línea de batalla lucha de diferentes formas: este huye de un agresor que él sin embargo roba; este otro, que estaba alerta, regresa en lucha y engaña al enemigo que avanza con esperanza de botín; éste está en una posición peligrosa y mientras parece como si estuviera bloqueado, realmente bloquea a dos enemigos. ¿Tiene éste objetivos mayores, rápidamente romper por el campo, avanzar a través de las líneas enemigas y destruir los muros ahora sin defensa?

Mientras, con ardientes batallas todavía en marcha, los soldados se dispersan, pero tu falange está todavía completa o quizás uno o dos de tus guerreros faltan aún; tú ganas y tus dos manos sujetan el grupo capturado.”

Tablero romano de juego. Museo do Castro de Viladonga

Roma, en un principio, era conocido como el juego de los soldados puesto que los términos latro o latrunculi se utilizaban en el latín antiguo para designar a los milites mercenarios. Sin embargo, ya en época de Cicerón pasaron a denominar a los vagabundos y ladrones, puesto que los soldados mercenarios no eran considerados como los individuos más honestos de la sociedad romana. Entonces los peones empezaron a ser llamados milites o bellatores, términos más amables.

Este juego de estrategia tenía lugar sobre una tabula lusoria rectangular o cuadrada (compartimentada mediante una trama ajedrezada —tabula latruncularia—) que simbolizaba un campo de batalla en el cual se enfrentaban dos contendientes. El tablero se divide en 8 líneas formadas por 8 casillas, cuadradas o rectangulares, de tal manera que configuran un diseño de 64 casillas en total por las que se movían los 16 peones de cada contrincante.

“… que juegue con precaución y talento al juego de los soldados, un peón cae vencido al encontrarse con dos enemigos; el rey, cogido por sorpresa, pelea sin su compañera, y tratando de mantenerse, desanda muchas veces el camino emprendido. Deposítense también en una retícula extendida las bolitas, no debiendo moverse ninguna de ellas sino la que retiras.” (Ovidio, Ars Amatoria, III, 355)

Tablero de juego romano

El equipo o acies de cada uno de los dos contendientes está formado por dos tipos de piezas: calculi ordinarii, pedones o pedites, que serían los equivalentes a los peones y, por tanto, tendrían un único movimiento, en línea recta; y calculi vagi, formados por dos centuriones, dos elefantes, dos caballeros y dos satélites, que se moverían en todas las direcciones. La diferencia entre los calculi ordinarii y los vagi se apreciaba en el mayor tamaño de los últimos frente a los primeros.

La partida comenzaba con los calculi vagi de cada contrincante alineados en las hileras de las casillas exteriores y, junto a ellos, en la línea inmediatamente más próxima se disponían los ordinarii. La estrategia consistía en avanzar con las fichas hacia el campo contrario, comiendo o expulsando todas las fichas del contrario que se pusieran en su camino, siempre y cuando hubiera una casilla libre tras ella. De esta manera, mediante los diversos movimientos se lograba expulsar fichas del rival —calculi capti—, apresarlas —calculi ligari— o inmovilizarlas —calculi inciti—. La victoria era para el contendiente que lograse dejar en alguna de las situaciones mencionadas todas las piezas del adversario, tras lo cual era proclamado imperator.

Los hombres (latrones) eran piezas (calculi) de cristal, marfil o metal.

“Si juegas a la guerra de los ladrones emboscados, estas fichas de piedras preciosas serán tus soldados y tus enemigos.” (Marcial, Epigramas, XIV, 18)

El ludus duodecim scriptorum se jugaba sobre un tablero dividido en veinticuatro partes por medio de doce líneas paralelas y una línea transversal. Cada movimiento de los quince hombres, de color negro y blanco, se determinaba por una tirada previa de dados.

“Escévola en el juego de las doce líneas, habiendo él primero movido la pieza y perdido el juego, recorriendo en la memoria todo el orden con que había jugado mientras iba a la aldea, acordándose de la jugada que había errado, volvió a aquél con quien había jugado y declaró que así había sucedido.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, XI)

Tablero de duodecim scripta del Museo Británico, Londres


El juego del duodecim scripta estaba prohibido porque el movimiento de las fichas (calculi) dependía de los números que salieran en los dados y las tablas.

El latrunculi estaba permitido, ya que el movimiento de sus peones sólo dependía de la capacidad de observación y habilidad de cada jugador.

Terni lapilli era el antecedente de las tres en raya, que se jugaba en cualquier sitio en el que se pudiera dibujar un tablero. Este se dividía en nueve casillas y se jugaba con 6 fichas en grupos de tres, que debían diferenciarse claramente. El jugador capaz de colocar sus tres fichas en línea era el ganador. Se intentaba bloquear las fichas del contrario para que no pudiera conseguir la formación de una línea.

“Hay otro tipo de juego: una estrecha línea lo divide en tantas casillas como meses tiene el año fugaz; en un pequeño tablero se colocan tres fichas por cada una de ambas partes y la victoria consiste en poner en línea las fichas propias.” (Ovidio, Ars Amatoria, III, 360)


Juego y fichas. Museo de Zamora, foto de Samuel López

Duplum molendinum: este juego consistía en alinear cuatro fichas seguidas por parte del ganador. Un objetivo era dejar al adversario con menos de tres fichas. Se jugaba con veinticuatro fichas, doce de cada color. 

La micatio se podía jugar a plena luz en la Roma de los Antoninos, y se hizo tan popular que no se pudo erradicar del foro hasta el siglo IV d.C. Dos jugadores levantan al mismo tiempo la mano derecha y muestran un número de dedos, mientras dicen al mismo tiempo una cifra en voz alta, hasta que uno acierta con el número exacto de dedos que han enseñado entre los dos. 

El juego de par impar es el de pares y nones, que se juega entre dos personas. Por turnos, en cada partida, un jugador elige bien par, bien impar y la dice en alto, mientras que al otro jugador se le deja la opción no elegida por el primero. Después se inicia el juego enseñando cada uno de los jugadores, al mismo tiempo, el número de dedos que desee. Gana el jugador cuya opción, pares o nones, coincida con la paridad de la suma de los dedos.

“Te he enviado 250 denarios; he dado otro tanto a cada convidado, para que jueguen a los dados o a pares y nones (par impar) durante la cena.” (Suetonio, Augusto a su hija, LXXI)

Las fichas de juego se hacían de distintos materiales, desde piedra y arcilla hasta cristal y piedras preciosas.

Tabas de cristal, Museo Metropolitan, Nueva York

La lápida de Lucilio Vitorino, (CIL VI, 9927), fabricante de fichas de juego (artifex artis tessalariae lusorie), hace pensar en la importancia que tenía el negocio del juego.

“Trimalción: Me permitiréis, sin embargo, que termine mi partida.

Le seguía un esclavo con un tablero de madera de terebinto y dados de cristal. Y advertí un detalle que rayaba en el colmo del refinamiento; denarios de oro y plata hacían las veces de peones blancos y negros.”
(Petronio, Satiricón, 33)

El cubilete (fritillus, pyrgus, turricula) servía para echar los dados y las tabas y tenía en su interior una grada que hacía sonar los dados al sacudirlos.

“La mano tramposa que sabe arrojar las tabas amañadas, si las tira conmigo, se quedará solo con las ganas.” (Marcial, Epigramas, XIV, 16)

Cubilete Vettweiss-Froitzheim, Landesmuseum, Bonn

Se han encontrado tableros (tabulae lusoriae) de piedra u otros materiales, como la arcilla, en los que las dos caras del mismo tablero (tabula) servían respectivamente para cada uno de los dos juegos, aunque muchos restos encontrados son de dibujos improvisados en los suelos de lugares públicos donde se concentraba la gente.

“Por esta cara, los dados se me cuentan con una puntuación de doble seis; por la otra, la ficha de distinto color se la come una pareja enemiga.” (Marcial, Epigramas, XIV, 17)

Tablero de Latrunclui, Basilica Julia, Foro romano,
foto Eric-Livak-Dahl 

Ovidio en su obra Tristias describe varios de estos juegos al mismo tiempo que los critica como una pérdida de tiempo.

“Algunos escribieron libros sobre los juegos de azar, que no fue vicio menor de nuestros antepasados – como echar las tabas, qué tirada saca la mejor puntuación, y como evitar el funesto Perro; qué número señalan los dados y cómo arrojarlos para obtener los números deseados; cómo atacan las piezas multicolor en línea recta, y por qué se pierde una pieza entre dos enemigas, cómo mover una ficha y proteger su retirada siempre acompañada. En un reducido tablero se disponen dos líneas de piedrecitas. (Tristias, 475) 


Relieve sirio, Museo Fine Arts, Boston

El propio Ovidio recuerda que el juego puede exacerbar los ánimos y hacer que la excitación y la tensión por ganar desate la cólera del perdedor y se inicien riñas o peleas.

“Pero es poco esfuerzo aprender a tirar los dados como es debido; lo verdaderamente difícil es contener los propios ímpetus. En esos momentos nos despreocupamos; en el mismo apasionamiento manifestamos cómo somos y nuestro carácter aparece desnudo a través del juego. Surge la ira, vicio horrible, el deseo de ganar, las disputas, las peleas y la angustiosa inquietud. Se lanzan acusaciones, resuena el aire con las voces y cada uno invoca en su favor la ira de los dioses. Ante la mesa de juego no hay que fiarse de nadie.” (Ovidio, Ars Amatoria, 370)

Las partidas en las tabernas debieron ser habituales, así como los enfrentamientos entre jugadores e, incluso, el robo entre ellos, acto que era perseguido por ley. Los propietarios de las casas de juego (susceptores) no gozaban de tutela procesal, de tal modo que no podían hacer nada frente a aquellos que causaran, durante las partidas, destrozos en sus bienes, daños físicos e incluso, aunque hubiesen sido robados por terceros no jugadores. Esto explica las escenas de los frescos hallados en la caupona de Salvius (Pompeya), donde se representa una riña ente jugadores y los rótulos de lo que dicen. En la primera imagen aparecen dos jugadores sosteniendo un tablero portátil con las rodillas; uno dice, Exsi (“¡Sale!” – dando a entender que el dado marca el número que necesitaba para ganar), mientras que el otro le contesta Non tria, duas est (“No es un tres, sino un dos”). En la siguiente imagen, aunque muy deteriorada, aparecen de pie y en posición aparentemente violenta. El perdedor grita Noxsi a me tria eco fui (“¡Tramposo! ¡He sacado un tres! ¡He ganado yo!”), mientras que el otro hombre se defiende Or(o) te fellator eco fui (“¡Mamón! ¡He ganado yo!”) y el tabernero, que no desea peleas en su local, grita mientras les empuja: Itis foras rixsatis (“¡Id fuera a reñir!”). [CIL IV, 3494e-i].

Caupona de Salvius, Pompeya

(Esta entrada actualiza y reemplaza la anterior de Otium II. Capita aut navim, juegos de azar en Roma)



Bibliografía:

www.rcumariacristina.net › Inicio › No 42 (2009) › Quintana Orive, D. 11.5 (De aleatoribus) y C. 3.43 (De aleae lusu et aleatoribus): Precedentes romanos del contrato de juego1, Elena Quintana Orive
https://www.ucm.es/data/cont/docs/106-2016-03-17-11.Jim%C3%A9nez.pdf; ESTUDIO PELIMINAR SOBRE LOS JUEGOS DE MESA EN HISPANIA; Cristina JIMÉNEZ CANO
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=67618; EL LUDUS LATRUNCULORUM, UN JUEGO DE ESTRATEGIA PRACTICADO POR LOS EQUITES DEL ALA II FLAVIA; SANTIAGO CARRETERO VAQUERO
https://idus.us.es/xmlui/handle/11441/72811; Tabulae lusoriae en Hispalis; Fernando Amores Carredano y Cristina Jiménez Cano
La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio, Jerome Carcopino, Temas de Hoy