lunes, 22 de diciembre de 2014

Saturnalia, fiestas de señores y esclavos en la antigua Roma

Pintura de Alma-Tadema

Las Saturnales estaban consagradas al dios Saturno, que había enseñado a los hombres a trabajar la tierra y se celebraban del 17 al 23 de diciembre. En este mes se celebraba con velas y antorchas el fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo periodo de luz, o nacimiento del Sol Invictus, coincidiendo con el solsticio de invierno.

En sus más remotos orígenes, las Saturnales celebraban la finalización de los trabajos del campo, una vez concluida la siembra efectuada durante el invierno, cuando toda la familia campesina, incluidos los esclavos domésticos, tenían ya tiempo para el descanso y el ocio.

El día oficial de la consagración del templo de Saturno en el Foro romano era el 17 de diciembre, pero la festividad era tan apreciada por el pueblo que de forma no oficial se festejaba también a lo largo de los seis días posteriores, hasta el 23 de diciembre. César la aumentó dos jornadas, Calígula le añadió un día más -llamándolo día de la juventud- y Domiciano la estableció en un ciclo de siete días, constituyendo desde entonces hasta su prohibición una de las feriae mas importantes de Roma.



Las fiestas comenzaban con un sacrificio en el templo de Saturno, que en la Roma primitiva tuvo tanta importancia como Júpiter. Dicho templo se hallaba situado a los pies de la colina del Capitolio, la zona más sagrada de Roma; después del sacrificio, seguía un banquete público, al que todo el mundo estaba invitado. Durante los días siguientes, la gente se entregaba a bulliciosas diversiones, celebraba banquetes y se intercambiaban regalos.

En uno de los pasajes de su obra, Tito Livio afirmaba que la fiesta de Saturno recibió su organización definitiva en el mismo año del desastre de Trasimeno (217 a.C.), en el curso de una de las más graves crisis de la historia de Roma. Cuenta la leyenda que dicho desastre impulsó a los romanos a consultar los Libros Sibilinos, los cuales aconsejaron la reforma que hizo de las Saturnales la gran fiesta popular de Roma.

“Por último, y ya en el mes de Diciembre, se ofreció en Roma un sacrificio en el templo de Saturno y se celebró un lectisternio -cuyos lechos además habilitaron los senadores- y un banquete público, y a través de la ciudad se dieron día y noche los gritos saturnales, y se invitó al pueblo a tener como festivo para siempre aquel día”

Por voluntad del dios, tal y como consideraban los romanos, no se podía estar triste mientras durase su fiesta. En el relato de Luciano de Samosata aparece continuamente el deseo divino de extender la alegría a todo el mundo y se reflejan los aspectos que caracterizaron la ley instituida por Saturno en el desarrollo de su fiesta: la abolición de las actividades públicas, y el carácter alegre y festivo que debía presidir las actividades privadas.

“Que nadie tenga actividades públicas ni privadas durante las fiestas, salvo lo que se refiere a los juegos, las diversiones y el placer. Sólo los cocineros y los pasteleros pueden trabajar. Que todos tengan igualdad de derechos, los esclavos y los libres, los pobres y los ricos. No se permite a nadie enfadarse, estar de mal humor o hacer amenazas. No se permiten las auditorías de cuentas. A nadie se le permite inspeccionar o registrar la ropa durante los días de fiestas, ni practicar deportes, ni preparar discursos, ni hacer lecturas públicas, excepto si son chistosos y graciosos, que producen bromas y entretenimientos”


 Las Saturnales se consideraban como “fiestas de los esclavos", ya que éstos eran recompensados con raciones extras de comida y vino. Por ejemplo, Catón el Viejo, que era muy estricto en cuanto al trato de los esclavos, les concedía en las Saturnales una ración extra de 3,5 litros de vino. Gozaban de tiempo libre y otros privilegios de los que no disfrutaban durante el resto del año; a menudo, incluso eran liberados de sus obligaciones y cambiaban sus tareas con las de sus dueños: el señor actuaba como esclavo, el esclavo como señor. Las fiestas servían para recuperar un presunto paraíso inicial, donde los hombres vivían sin separaciones jerárquicas, sin opresión de unos sobre otros.

“¿Acaso quieres que hable antes del culto a Ops o de las Saturnalia, fiestas también de esclavos, cuando los señores hacen de siervos?”.

Mosaico de Dougga, Museo Nacional del Bardo, Túnez

Al tratar las leyendas que giran en tomo al origen de las Saturnales,  la helenización fue el principal aspecto que propició la participación de los esclavos en esta fiesta. En su Deipnosophistae -El banquete de los sofistas-, Ateneo nos muestra los precedentes griegos de los ritos de inversión.

“Después de que Masurio hubiese concluido este largo recital se recogieron las segundas mesas (postres), tal y como ellos las llamaban, y se sentaron delante de nosotros; ellos nos servían frecuentemente y no solamente durante la celebración de las Saturnalia, durante las cuales es costumbre que los niños entretengan a los esclavos durante la cena al tiempo que se encargan de sus obligaciones domésticas. Esta costumbre es también griega; algo semejante ocurría en Creta durante los festivales de Hernaea, tal y como declara Caristius en sus Notas Históricas. Mientras los esclavos celebraban el banquete, sus señores les ayudaban en sus tareas domésticas. Lo mismo sucedía en Tracia durante el mes de Gerastius; entonces la celebración duraba muchos días, en uno de los cuales los esclavos jugaban a las tabas junto a los ciudadanos y los señores, según recuerda de nuevo Caristius, entretenían a los esclavos con un banquete.”

Las Saturnales propiciaron el alejamiento de barreras entre libres y no libres (o si se prefiere entre señores y esclavos). Dicho alejamiento podría ser entendido, más bien, como una superación de las diferencias, dado que durante su celebración se pretendía que no quedase claro quién era el libre y quien el esclavo. Esta ambigüedad jurídica constituye un matiz que puede ser apreciado en la carta que Plinio dirige a su amigo Tácito:

“No es en calidad de señor dirigiéndose a un señor, ni en calidad de esclavo dirigiéndose a un esclavo (aquello que me escribes) es en calidad de señor dirigiéndose a un esclavo (puesto que tu eres un señor y yo lo contrario; y precisamente me llamas a la escuela en el momento en que yo aún prolongo las Saturnales”.

Durante el desarrollo de la fiesta se abolían de forma ficticia las barreras jurídicas. Los esclavos eran agasajados por sus amos con un banquete, se vestían con sus ropas, se ponían máscaras y podían decir a sus amos todas aquellas cosas que quisieran, sin necesidad de reprimirse.

Las fuentes nos han transmitido la imagen de unos esclavos tratando con gran familiaridad a sus señores, hablándoles sin reservas, y diciéndoles en muchos casos todo aquello que se les antojase y que en otras fechas no se hubieran atrevido a decirles. Sirvan estos versos de Horacio para ilustrar nuestras palabras:

“[DAVO] -Hace ya tiempo que estoy escuchando, y aunque tengo ganas de decirte algunas palabras, no me atrevo porque soy siervo -servus-.
- [HORACIO] ¿Eres tú Davo?
- [DAVO] Sí, soy Davo, criado de su señor y lo suficientemente honrado para que creas que voy a vivir bastante.
- [HORACIO] Está bien; pues así lo quisieron nuestros antepasados, aprovéchate de la libertad de diciembre; habla”.

En los siguientes versos de Marcial aparece atestiguado el hecho de que, entre “las normas del juego de las Saturnalia”, se desarrollaría la potestad de los esclavos de poder decir a sus amos cualquier improperio de mal gusto:

“Quiero reírme de ti; como tengo el derecho, no haya castigo por tu parte [...] Quiero decir todo lo que se me pase por la cabeza sin penosa meditación”.

Los ritos suponían una ruptura del orden social, como el banquete ofrecido por los señores a los esclavos, el intercambio de regalos, o la institución del rey de las Saturnales, o del orden jurídico, como los juegos de dados, el beber hasta emborracharse, el que los esclavos dijesen a los amos lo que quisieran o el desenfreno sexual.

Marcial resume el carácter lúdico de la fiesta  en la introducción al libro catorce de los Epigramas, cuyo subtítulo -Apophoreta- (literalmente, las ofrendas entregadas a los comensales durante la fiesta de las Saturnalia), indica explícitamente su contenido:

“Mientras en ropa de fiesta se divierten el caballero y el senador soberano, y mientras le quedan bien a nuestro Júpiter los píleos que se ha puesto y el esclavo vernáculo no teme que el edil esté mirando cuando agita el cubilete, aunque vea tan cerca los estanques helados,  recibe las suertes cambiantes del rico y del pobre: que cada cual dé sus premios a su invitado. “Son fruslerías y bagatelas y, si lo hay, algo de menos valor que eso”. ¿Quién lo ignora? ¿O quién niega cosa tan manifiesta? Pero, ¿qué voy a hacer mejor, Saturno, en estos días de borracheras, que tu propio hijo te ha concedido a cambio del cielo? ¿Quieres que haga versos a Tebas o a Troya o a la criminal Micenas?
 —“Juega —me dices— a las nueces”.
—Yo no quiero perder las mías.

Pintura de Roberto Bompiani

Luciano de Samosata nos descubre, en un pasaje de su obra, cómo en esta combinación de ritos residía el carácter alegre que presidía las Saturnalia. En él, aparece el propio Saturno describiendo el carácter de su fiesta, e informándonos de todas las prescripciones de carácter público que tenían lugar ese día, pero detallando, como contrapunto, todas las cosas que estaban permitidas hacer:

“[Dice Crono] Yo he heredado el poder con condiciones: todo  reinado dura siete días y cuando haya terminado ese plazo al punto me convertiré en un particular y de alguna manera en uno del montón. Además en esos siete días no se me ha permitido gestionar nada importante ni de tipo público, pero puedo beber y estar bebido, gritar, jugar, echar los dados, nombrar encargados de la juerga, dar banquetes a los criados, cantar desnudo, aplaudir con emoción, de vez en cuando incluso tirarme al agua fría de cabeza con la cabeza tiznada en hollín”.

Las licencias festivas y trasgresoras tenían un límite temporal, al cabo del cual la situación volvía a la normalidad. Todos sabían que los excesos que se podían cometer, y las transgresiones que podían tener lugar ese día, se iban a llevar a cabo en un tiempo muy limitado. Tal y como recoge Séneca, en la mentalidad de todo el mundo estaría presente el día después: “Yo os digo que las Saturnalia no durarán siempre”.

Las Saturnales no eran una fiesta para alimentar el ansia de libertad de los esclavos; por el contrario, su implicación en esta fiesta les obligaba a asumir su situación. Los esclavos que se provechaban de estas licencias, debían tener en cuenta que solo eran partícipes de un juego cuyos protagonistas eran los señores. Además, no debían olvidar que la duración del mismo era limitada, y que finalizado el periodo durante el cual el Estado les permitía tomarse ciertas libertades, volvían a ser tan esclavos como lo eran antes, quedando frustrada la libertad adquirida ese día.
Pero los ritos de inversión y de transgresión no sólo implicaban a los esclavos. Séneca intentó explicar que gracias a dichas festividades, los ricos legaban a conocer en su piel la condición servil, por lo que sabrían a qué atenerse en el caso de verse sometidos a dicha situación:

“...harás lo que hacen muchos miles de siervos, muchos miles de pobres; enorgullécete porque no lo harás coaccionado y porque te será más fácil padecer siempre aquello que has experimentado alguna vez. Ejercitémonos en el palo. Y para que la fortuna no nos coja desprevenidos, hagámonos familiar a la pobreza. Seremos ricos con más tranquilidad si sabemos que no es tan pesado ser pobres”

 La elección del rey de las Saturnales era uno de los aspectos culminantes de la celebración.  Como juez destinado a imponer castigos en el entorno del juego, su figura contribuía tras el banquete, y en medio de una borrachera general  a propagar el alborozo entre todos los miembros de la domus, tanto libres como esclavos. El papel recaía a veces en un esclavo. Luciano describe su figura trazando un paralelo con la del vencedor en el popular juego de las tabas.

“[Dice Crono] Y además, al actuar con el mayor regodeo y ser aclamado en el banquete como mejor cantor que el vecino y ver que los otros servidores de la mesa caen al agua porque éste es el castigo por un servicio defectuoso, mientras a ti te proclaman vencedor y consigues la salchicha como premio ¿tú has visto cosa más buena? Más aún, el convertirse en el único rey de todos por haber vencido en el juego de las tabas, de forma que no se te impongan órdenes ridículas y en cambio tu puedas dar órdenes, a uno que diga a gritos cosas vergonzosas de sí mismo, a otro que baile desnudo, se ligue a la flautista y de tres vueltas a la casa, ¿Cómo no van a ser estas demostraciones de mi influencia? Y si censuras esta soberanía diciendo que no es verdadera ni segura, obrarás irreflexivamente, cuando te des  cuenta de que yo, que puedo conceder tales favores, tengo el poder por poco tiempo”.


Tal y como adelantábamos en el estudio de las otras fiestas, el banquete aparece en el centro de la celebración de las Saturnalia. En el párrafo anterior, Luciano de Samosata  describe  una comida copiosa culminada con la entonación de canciones -cabe suponer que de tono burlesco-, y la participación en juegos.

“LEYES PARA LOS BANQUETES: 

Deben bañarse cuando la sombra del reloj de sol tenga seis pies; antes de bañarse deben tener nueces y juegos. Que cada uno se acueste donde se encuentre. La categoría, el linaje o la riqueza deben tener poco peso para la prioridad en la comida. Todos deben beber del mismo vino, y que el rico no ponga como pretexto el dolor de estómago o de cabeza para beber el sólo del mejor. Todos deben tener la misma ración de carne. Los camareros no deben hacer ningún favor a nadie; no deben ser demasiado lentos, ni tampoco pasar de largo con los manjares hasta que los invitados hayan decidido lo que deben servirse. Tampoco deben ponerse a uno delante grandes raciones y al otro demasiado pequeñas, ni a uno el muslo y a otro la quijada del cerdo, sino que todos deben ser tratados con igualdad.
El copero, desde un puesto de observación, debe estar pendiente de todos los invitados con aguda mirada, y menos del amo; debe tener los oídos muy abiertos y disponer de toda clase de copas. Se debe permitir ofrecer la copa de la amistad a quien lo desee. Todos pueden brindar por todos, si lo desean, una vez que haya empezado los brindis el rico. No debe ser obligatorio beber, si alguien no puede.
Si alguien quiere meter en  el convite, un danzarín o a un tocador de cítara novato, no se le debe permitir.  El límite de las bromas debe ponerse en lo que no moleste a nadie. Deben jugar con nueces; si alguien apuesta dinero, no debe ser invitado a comer al día siguiente. Cada uno debe quedarse o marcharse cuando lo desee. Cuando el rico invite a los criados, sus amigos deben ayudarle a servir la comida.

Todos los ricos deben tener estas normas escritas en una estela de bronce, deben ponerlas en medio del salón y deben leerlas. Deben saber que mientras la estela permanezca en el salón, ni el hambre, ni la peste, ni el fuego ni ninguna otra desgracia entrarán en sus casas. Pero si alguna vez ¡lo que ojalá no ocurra nunca¡ se destruye la estela, será atroz lo que ocurra en el futuro”
“Entre tanto, el mayordomo encargado de quemar incienso a los Penates, de las provisiones y de dirigir la organización del servicio doméstico, informa al señor que el servicio ha concluido la preparación del banquete ofrecido para la solemne festividad. En efecto, en esta fiesta las familias que seguían los preceptos religiosos honraban en primer lugar a los servidores, sirviéndoles una comida como para los señores; luego se preparaba de nuevo la mesa para los señores. Entonces, el jefe del servicio anuncia que la comida está preparada e invita a los señores a acudir a la mesa”.





El orden que describe el texto de Macrobio, en el que aparecen señores y esclavos comiendo por separado -primero los esclavos y luego los amos-, no respondería al tipo de banquete más extendido entre las familias romanas. Sobre todo si nos atenemos a la popularidad que adquirió la fiesta a partir del desarrollo del propio banquete. Dependiendo del paterfamilias y de la relación que éste mantuviese con sus esclavos, se desarrollaría un banquete menos conservador, si bien es cierto que a partir de determinada fecha no muy tardía, cabe suponer que habría muchos de ellos que sentarían a sus esclavos en la mesa para contribuir al desorden de la celebración.
El protagonismo de los señores en la fiesta es evidente y no debió palidecer a lo largo de la historia de Roma. A lo largo de su sátira, Luciano habla de los regalos y del banquete relacionándolos, no sin razón, con los grandes señores. Dicho autor explicaba cínicamente que su origen estribaba en la necesidad que tenían los ricos de tener admiradores. 

¿Qué harían los ricos –se pregunta- si no existiesen los pobres para admirar sus riquezas? 

Para un rico -continúa- el regalo y el banquete no supone un gran dispendio, mientras que los pobres no olvidarán nunca este  -pobres entre los que no cabe excluir a los esclavos-. Y concluye con este consejo a los ricos:

“.. .haced planes que sean convenientes para el festival y los más seguros para vosotros; aliviadles su mucha pobreza con un pequeño costo y tendréis amigos irreprochables.

El intercambio de regalos contribuiría con fuerza a conferir un tono relajado a la fiesta. Entre las leyes que Luciano nos transmitió sobre la celebración de las Saturnales, destaca un amplio apartado dedicado al intercambio de obsequios -Xenia-. En él queda reflejada la voluntad de no marginar a nadie de la fiesta por su condición social o jurídica.

“Mucho antes de las fiestas, los ricos deben escribir en una tablilla el nombre de cada uno de sus amigos, y deben tener dispuestos el equivalente a la décima parte de la renta anual, el excedente de su indumentaria, todo el mobiliario que resulte demasiado basto para su fortuna y una buena cantidad de plata. Todo esto deben tenerlo a mano. La víspera de la fiesta deben hacer por toda la casa un sacrificio purificatorio y echar de ella la cicatería, la avaricia, el afán de lucro y cuantos otros vicios parecidos suelen convivir con la mayoría de ellos. Al caer la tarde se les debe leer aquel breviario con los nombres de los amigos. Deben dividir sus regalos, en proporción a los merecimientos de cada uno, y enviárselos a los amigos antes de la puesta de sol. Los portadores no deben ser más de tres o cuatro, entre los criados más fieles, ya de edad avanzada. [...] Los propios criados deben tomar una sola copa antes de salir y no deben pedir más. A las personas de letras se les debe enviar doble cantidad de todo pues es justo que las personas de letras tengan doble porción. Los mensajes que acompañen a los regalos deben ser muy modestos y breves. No debe decirse nada molesto ni se debe alabar el envío. El rico no debe enviarle nada al rico, ni debe invitar durante las Saturnales el rico a nadie de su misma clase".

En este párrafo se pone en evidencia la generosidad con la que los ricos debían obsequiar a las amistades. Cuenta Suetonio que con motivo de la fiesta, Tiberio regaló a Claudio cuarenta piezas de oro. Elio Espartiano, biógrafo de Adriano en la Historia Augusta, relata que éste también hacía regalos suntuosos, de la misma forma que le gustaba recibirlos. Contrasta este hecho con la siguiente afirmación de Luciano: que nadie realizase regalos que estuviesen por encima de sus posibilidades económicas. Tal y como comenta el propio Luciano, el intelectual ofrece un buen obsequio cuando regala un libro apto para ser leído durante convite, y mucho mejor si ha sido escrito por él. 

“En correspondencia, el intelectual pobre debe enviarle al rico un libro antiguo, que sea agradable y apto para el convite, o escrito por él mismo si es posible. El rico, al recibirlo debe poner cara muy satisfecha y leerlo enseguida. Si lo rechaza o lo tira, sepa que queda sometido a la amenaza de la guadaña, aunque haya enviado como regalo lo que debía."

Durante las Saturnalia no había regalos insignificantes, sino regalos adecuados. Estacio coincide con Luciano al afirmar que el regalo siempre aparecía en relación con el nivel de la persona que lo entregaba y con el de la persona que lo recibía. Marcial satirizó en varias ocasiones la mezquina actitud de algunos ricos que no enviaban regalos generosos (“los ricos llaman munificencia a regalar con motivo de las Saturnalia una cucharilla de plata de baja calidad”).


La práctica de enviar obsequios durante las Saturnalia estaba muy extendida en Roma. Tenemos testimonios como el de Marcial que no sólo nos confirman que los esclavos recibían regalos de sus señores, sino que incluso ellos mismos podrían obsequiar a los amos. En el epigrama número cincuenta y tres de su séptimo libro, se adviene la queja de un personaje por la pobreza de los regalos recibidos, aduciendo que un esclavo los habría mandado mejores:

 “Me enviaste en los Saturnales, Umbro, todos los regalos que te habían acumulado esos cinco días. Dos juegos de seis trípticos y siete mondadientes. A esto se añadió la compañía de una esponja, una servilleta, una copa, medio modio de habas, con un cestito de olivas del Piceno y una frasca de negro arrope de Laletania. Y junto con unas ciruelas pasas vinieron unos pequeños higos de Siria y una orza pesada debido a la cantidad de higos de Libia. Creo que escasamente costarían treinta sestercios todos los regalos que trajeron ocho hombretones sirios. ¡Cuánto más cómodamente pudo traerme sin ningún trabajo cinco libras de plata un esclavo! (Marcial, VII,53)

 La relevancia de esta costumbre queda constatada por el hecho de que este autor refleje, en uno de sus epigramas, el serio reproche del autor a una mujer llamada Galla que, finalizadas las Saturnalia, aun no le había entregado ningún presente.
Las quejas vertidas por Marcial motivadas por el hecho de no haber recibido los regalos preceptivos que se solían entregar durante las Saturnalia contrastan con lo expuesto por Luciano sobre el comportamiento que debe mantener cualquier persona al recibir el regalo:

 “Los que reciben el regalo no deben censurarlo, sino más bien considerarlo generoso, cualquiera que sea. Un ánfora de vino, una liebre o una gallina gorda no deben considerarse como regalo de las Saturnales, ni los regalos de las Saturnales deben tomarse a risa”.

No todos lo regalos que se entregaban a las amistades y al servicio eran suntuosos, o cuanto menos útiles. Existía la costumbre de realizar otro tipo de obsequios de carácter fundamentalmente simbólico. Tal era el caso de las velas de cera -cerei- e imágenes de terracota -sigilla- que habían comenzado a regalarse desde el periodo más antiguo en el último día de la fiesta, la Sigillaria, y que se compraban en los puestos instalados en el mercado.
El carácter de los cerei era completamente simbólico y como nos indica Varrón, serían ofrendados a los dioses.

“Y como el fuego también lo es [el origen de todo], en las Saturnales se ofrecen velas de cera a quienes están por encima de nosotros.



El regalo de imágenes de terracota también constituía una costumbre de carácter muy antiguo, quizás como recordatorio de los sacrificios humanos originariamente ofrecidos a Saturno y posteriormente sustituidos por esas figuritas, o simplemente como un regalo barato para niños o mayores.

 “Es tradicional intercambiarse cerei (candelas de cera) durante las Saturnales, y fabricar estatuillas de arcilla (sigilla) con las que los hombres realizan expiaciones (piaculum) por sí y por los suyos a Saturno”.

Los elementos en torno a los cuales giraba la inversión de papeles que caracterizaba a este periodo, eran la institución del rey de las Saturnalia, el lucimiento de los pillea (gorros puntiagudos) por los amos y el ofrecimiento de un banquete a los esclavos que luego era compartido con ellos, y finalmente el intercambio de regalos como señal de la aceptación de la igualdad.
En un párrafo sin tapujos, Séneca relaciona las fechas de la fiesta con los excesos sexuales, y critica de forma velada a la sociedad romana, que en su opinión pecaba de ser excesivamente liberal durante esta celebración:

“Estamos en diciembre, cuando mayor es la calentura de la ciudad. A la lujuria pública se ha dado licencia. Todo resuena con gran aparato, como si hubiera alguna diferencia entre las Saturnalia y los días de trabajo”.

El intercambio de ropas sería otro elemento que también mostraría la aceptación de estas rupturas jurídico-sociales. La ropa constituye un factor que a lo largo de todas las épocas, ha contribuido a diferenciar a los miembros de una sociedad.

Como elemento de distinción, cada cargo romano, y cada estrato social de la población vestía de una forma que los diferenciaba. Con la idea utópica del retorno a la Edad de Oro, época en la que había reinado Saturno y en la que no había distinciones sociales o jurídicas, resultaba lógico que también se tratase de eliminar las diferencias que marcaba el vestido. Por ello, durante las Saturnales los ciudadanos cambiaban la toga por la túnica, ropa de carácter más humilde y que les daba un aspecto social ambiguo, colocándose en la cabeza el pilleum, gorro propio de los esclavos con el que simbolizaban su “rechazo” a la jerarquía jurídica. Con estos elementos contribuían al sentimiento de igualdad que se pretendía alcanzar en la fiesta a partir de ritos como el banquete, el juego, etc.


No todos los sectores de la población estaban de acuerdo con los excesos en la bebida, el sexo y la transgresión de costumbres  que comportaba el desarrollo de la fiesta,  así como con el protagonismo que acapararon los esclavos. Por ello, surgieron voces en las que se criticó con fuerza su celebración. Entre ellas, destaca la de Séneca quien, en una de sus cartas muestra su desacuerdo con los abusos que comportaba el festejo.

“Si te tuviese aquí conmigo, con mucho gusto departiría contigo lo que crees que deba hacerse: si no ha de mudarse nada de la costumbre ordinaria o si, porque no parezca que disentimos de las costumbres públicas, hemos de cenar más alegremente y despojarnos de la toga. Pues lo que no acostumbraba a hacerse sino en los tumultos y en las calamidades públicas, cambiar de vestido, ahora lo hacemos por placer y por fiesta. Si te conozco bien, tú haciendo de árbitro no querrías que ni en todo fuésemos semejantes ni desemejantes a la turba con pileo; a no ser que principalmente en estos días haya de mandarse al ánimo que se abstenga él sólo de placer cuando toda la turba cae en él; porque obtiene la prueba más cierta de su firmeza si no va ni se deja conducir a las blanduras y a los estímulos de la lujuria. Es mucho más fuerte estar seco y sobrio cuando todo el pueblo está ebrio y vomitando; pero es más moderado no exceptuarse, ni señalarse, ni mezclarse con todos, y hacer lo mismo que todos, pero de otro modo. Porque se puede celebrar una fiesta sin disipación”

La celebración de los ritos de las Saturnales entraba en conflicto con el carácter conservador de la religión. Pero el carácter pragmático de los romanos supo encontrar una solución a este problema, convirtiendo la fiesta en un momento de suspensión del tiempo. En consecuencia, tal y como vimos al analizar uno de los textos de Luciano, se suspendían todas las actividades públicas y privadas, cerrándose para ello los tribunales, máximo organismo que los regulaba. Ello implicaba simbólicamente la suspensión de todas las leyes para que, una vez libres de ellas, no se pudiera pensar que se estaba transgrediendo ley alguna.
Las escuelas, que en otras ocasiones no prestaban atención alguna a las numerosísimas fiestas del calendario romano, cerraban sus puertas en estas fechas. Las leyes contra el lujo permitían en las Saturnales gastar en comidas una cantidad mayor que en los días corrientes.



Los juegos de azar estaban prohibidos en Roma por la denominada lex talaria. Sin embargo, y pese a dicha prohibición, su práctica se extendió durante la celebración de las Saturnales, como expresa Luciano sobre el dios: 

“Mi reino se desenvuelve entre dados, aplausos, cantos y borracheras, y no dura más de siete días”.

La costumbre de apostar nueces en vez de dinero permitiría a los esclavos participar en el juego en pie de igualdad con sus amos, dado que no conllevaba ni pérdidas ni ganancias. Leyendo a Marcial podemos recoger varias alusiones a este fruto:

“De nuestro pequeño campo, elocuente Juvenal, te mando, mira, estas nueces saturnalicias. El resto (de frutas] el lascivo deseo de su dios guardián las ha regalado a lujuriosas jovencitas”.

En algunos aspectos, ciertas costumbres de las Saturnales perviven en las costumbres navideñas; así ocurre con la costumbre de encender velas y lámparas  para representar la llegada de la estación de la luz, y hacerse regalos. Las Saturnales tuvieron tal arraigo en la sociedad romana que el cristianismo tuvo muchos problemas para acabar con las celebraciones, y en parte lo consiguió cuando cobró mayor importancia la celebración de la Navidad.

Saturnales, calendario de Filocalo

Una vez que el cristianismo se impuso en el Imperio Romano, en época de Constantino,  el nacimiento del Sol y su nuevo periodo de luz fueron sustituidos por la celebración del nacimiento de Jesucristo que se hizo coincidir con la celebración de la festividad del Sol Invictus el 25 de Diciembre.



Bibliografía:

http://www.academia.edu/5749288/Las_Fiestas_Saturnales_Saturnalia, Jesús Castro
Fiestas de pueblo, Francisco José Flores Arroyuelo, Google Libros
http://eprints.ucm.es/2449/1/AH0029701.pdf, Juan Ignacio Garay Toboso, La participación de los esclavos en las fiestas del calendario romano.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Ars ornatrix, adorno del peinado romano

Mosaico de Venus,  Museo Villa Getty, Los Angeles

Además  de seguir las modas del peinado, las matronas romanas pasaban largo tiempo intentando mejorar su imagen con el cuidado y embellecimiento de su cabello. La aplicación de tintes y ungüentos, la elaboración de rizos y la ornamentación con distintos complementos  eran tareas que ocupaban a las ornatrices y permitían a las señoras vanagloriarse de una belleza  más artificial que natural.

Pero la mayor parte de sus esfuerzos se van en el peinado. Porque algunas no pasarían un juicio favorable sobre sus dones naturales y, por medio de pigmentos que pueden colorear de rojo el pelo para igualar al sol de mediodía, ellas tiñen su pelo con un capullo amarillo como colorean la lana; las que están satisfechas con sus rizos oscuros gastan la fortuna de sus maridos en ungir su pelo con casi todos los perfumes de Arabia; utilizan herramientas de hierro calentadas a fuego lento para rizar su cabello a la fuerza en bucles, y rizos elaborados con estilo traídos hacia las cejas dejan la frente sin apenas espacio, mientras las trenzas por detrás caen orgullosamente hasta los hombros.”  (Ovidio, Amores)

La higiene más simple del cabello consistía en lavarlo con agua caliente, para aplicar después ungüentos para perfumarlos y proporcionar más brillo.  Se podía cortar el pelo no más de la longitud necesaria para poder llevarlo recogido. Que una mujer llevar el cabello corto era signo de dejadez, provocación e indecencia.

Retrato época Flavia, Museos Capitolinos, Roma

Las mujeres que tenían cierta posición económica aumentaban el volumen de su cabellera con postizos o pelucas.  Se recurría a pelucas y postizos para disimular las canas y cubrir la calvicie, o para complicar el peinado impuesto por la moda, ya que el pelo natural era insuficiente para elaborar los voluminosos peinados.

“La mujer se nos presenta con abundantísimos cabellos gracias a su dinero, y de ajenos convertidos en propios, sin avergonzarse de comprarlos en público, a la faz del mismo Hércules y el coro de las Musas.” (Ovidio, A. A. III).

Retrato con peluca, Museo Nacional 
Romano

En los bustos que representan a las emperatrices, podemos ver como Julia Domna llevaba una peluca con ondulaciones artificiales en paralelo a la raya central, que dejaba ver por debajo, a la altura de las mejillas, unos pequeños mechones de pelo natural.

"Además desconozco las cantidades de postizos cosidos y trenzados que os sujetáis, ya a modo de bonete como un cubrecabeza y como cobertura de la coronilla, ya como un moño sujeto en la nuca." (Tertul. Los adornos de las mujeres II, 7)


El capillamentum (peluca entera) o galerus (media peluca o tupé) de pelo natural se montaban sobre un armazón curvo, empleando para ello distintos materiales como el cuero o la piel fina de animales como el corzo, la cera de abejas o alguna resina, sobre el cual se implantaban los cabellos naturales. Los capilli Indici, postizos hechos con cabellos negros procedentes de la India, eran muy apreciados para ocultar las canas y tan demandados que se incluyó un impuesto especial a su importación. Las damas romanas también utilizaron pelucas hechas con el pelo rubio de las cautivas germanas, que se convirtió en una mercancía valiosa.

 “La loción de los Catos (chattica spuma) enciende las cabelleras teutónicas: podrás ir mejor arreglada con cabelleras cautivas." (Marcial, Ep. XIV, 26).

Que los cabellos superpuestos se distinguieran o no de los naturales dependía de la destreza de las ornatrices.

Peinado romano, Museo Nacional Romano

 “Cipasis, tan entendida en dar mil formas a una cabellera, que merecías dirigir el tocador de las diosas.” (Ovidio, Tristias)

"¿Todavía ahora imitas insensata a los pintados britanos y coqueteas con tu cabeza teñida con brillo extranjero? Tal y como la naturaleza la dio, así es ideal toda belleza: feo es el color belga para los rostros romanos. ¡Que surjan bajo tierra muchos males para la doncella que cambia su cabello con artificio inapropiado! ¿Es que si una tiñera sus sienes con tinte azul, por eso esa belleza azulada le sentaría bien?" (Propercio, Elegías, II, 18b)

Pintura de Pompeya, Museo Nacional de Nápoles

Teñirse el pelo llegó a ser común entre las damas romanas muy pronto. En una época tan antigua como la de Catón se había introducido en Roma la costumbre griega de colorear el pelo de amarillo rojizo, pero las largas guerras contra los germanos acentuaron el deseo de imitar las rubias cabelleras de las esclavas apresadas. De entre los tintes más utilizados hay que destacar las pila mattiaca, bolas hechas con la tierra rojiza del entorno de Mattiacum, antigua ciudad con aguas termales que corresponde a la actual Wiesbaden y que daba al cabello un color rubio encendido:

“Si a teñir te dispones ya canosa, tus longevos cabellos, toma -¿a dónde te llegará la calva? Unas bolas mattiacas. (Marcial, XIV, 27)

La spuma batava era otro tinte que procedía de Mattium, en la actual Holanda, que proporcionaba el rubio rojizo deseado. Estos colorantes eran muy agresivos y podían producir fuertes y dolorosas inflamaciones.
Para teñir el pelo de rojo se hacía uso de la henna, sustancia vegetal procedente de Egipto y de las provincias orientales. Incluso utilizaron el minio y otros productos minerales para obtener el color apropiado. 
“aunque mostrabas un color rojizo como si hubieras sido teñida a fondo con minio, aquel color tuyo era de sangre, esa es la verdad” (Ov. Am. I, 14)

Detalle mosaico de Villa romana de La Olmeda,
Palencia
Los romanos utilizaron un tinte hecho con cenizas de haya y sebo de cabra (sapo)  que elaboraban los esclavos galos para teñir de rubio.

“El sapo, también, es muy útil para este propósito, una invención de las Galias, para dar un tinte rojizo al cabello. Se prepara con sebo y ceniza, de las que las mejores son las de haya y carpe: hay dos tipos, el sapo sólido y el líquido, ambos muy utilizados por los pueblos germanos, por los hombres más que por las mujeres.” (H.N. XXVIII, 51)

Opciones más baratas para el pelo rubio era machacar pétalos de flores amarillas y polen. 

Para teñir el pelo de negro se utilizaba una mezcla de aceite de oliva y cáscara de nuez, además de otros ingredientes.

¡Ay, tarde llamo al amor y tarde a la juventud!
Cuando la ancianidad canosa impregna  una cabeza vieja,
Entonces llega el momento de cuidar la figura,
Entonces se tiñe el cabello para ocultar
Los años tintándolo  con la verde corteza de una nuez” (Tib. Elegías, I, 8)


Plinio, de nuevo, dejó algunas recetas en las que se empleaban unos ingredientes un tanto peculiares: “Las sanguijuelas dejadas pudrir en vino tinto durante 40 días tintan el pelo de negro.” (H.N. XXVIII, 29)

Se puede apreciar la ironía del escritor cristiano Tertuliano cuando describe a las mujeres que intentan buscar la eterna juventud al teñirse de negro las canas.

“Veo que algunas incluso se tiñen el cabello de color rubio azafrán. Hasta les avergüenza, su país, porque no han nacido ni en Germania, ni en la Galia. Así cambian de patria con el cabello (…) Las que se esfuerzan en hacerlo negro de blanco son las que  lamentan haber vivido hasta la vejez. ¡Qué temeridad! (Tertuliano, Los adornos de las mujeres, II, 6)

Retrato Exposición Historias de Tocador,
Barcelona
Una cabellera lisa podía convertirse en rizada y repleta de tirabuzones recurriendo al calamistrum, un instrumento formado por dos tubos: uno hueco de metal, que se calentaba al fuego, y otro de menor tamaño en el que previamente se enrollaba el pelo que se quería rizar y que se introducía en el interior del tubo caliente. Los esclavos que se ocupaban de su utilización se llamaban ciniflones o cinerarii.

Más sencillo era el empleo de pinzas de grandes dimensiones cuyos extremos, una vez calentados al fuego, servían para moldear y ondular el cabello.
Para fijar el peinado elaborado y marcar los rizos, la ornatrix aplicaba en ocasiones clara de huevo batida o goma arábiga mezclada con agua.

El excesivo uso de los tintes y del calamistrum fue una de las causas de la pérdida del cabello y  nos han quedado varios ejemplos literarios, como la elegía XIV de Ovidio, donde reprocha a la amada el quedarse casi calva por ese motivo:

”... Entonces sus trenzas eran suaves como el amanecer. Con cuanta frecuencia he presenciado su tortura, al obligarlas, pacientemente, a resistir el hierro y el fuego, para que formaran pequeños bucles. No, tuyo es el delito, y tuya fue la mano que derramó el veneno en tu cabeza. Ahora Germania te enviará la cabellera de una esclava; una nación vencida proporcionará tus ornamentos.”

Los aceite hechos de plantas y flores como el mirto y la rosa eran ingredientes empleados para dar color, frenar la caída  o alisar el cabello. Las cenizas del ajenjo mezcladas  con ungüentos y aceite de rosas servían para colorear el cabello de negro.

“También detienen la caída del cabello las lagartijas reducidas a ceniza, con la raíz de una caña recién cortada, finamente troceada para que se consuma al mismo tiempo, a lo cual se añade aceite de mirto”. (Plinio, H. N. XXIX)

Galeno en su obra De Compositione Medicamentorum  recoge la siguiente receta sacada de la Cosmética de Kleopatra: “Contra la pérdida de cabello, hacer una pasta de rejalgar (una forma natural de mono sulfato de arsénico) y mezclarla con resina de roble, aplicarlo a un paño y ponerlo donde ya se haya limpiado bien con natrón (una forma natural de carbonato de sodio). Yo mismo (Galeno) he añadido espuma de natrón a la receta anterior, y funcionó de verdad.”

Era costumbre también perfumar los cabellos con ungüentos:
“permite que los perfumes goteen de su brillante cabello, y deja que dulces guirnaldas rodeen cuello y cabeza” (Tibulo, I, 7)

El mirobálano es un fruto semejante a una almendra que se produce en la India y se importaba desde Egipto, con el que se hacía un ungüento para el pelo:

“Esto, que ni Virgilio ni Homero nombran en sus versos, se compone de perfume y nuez (de bálano)”. (Marcial, XIV, 146)

Retrato con acus crinalis, El Fayum, Egipto

Con el  nombre de acus crinalis se denominaba a la horquilla para sujetar el cabello. Suele estar realizada con hueso, bronce o marfil. A veces podía dejarse hueca para introducir perfume. Todas las aci presentan un esquema similar compuesto por una cabeza muy bien diferenciada, y el cuerpo alargado y en forma de huso con extremo más o menos puntiagudo; su diferenciación radica en la forma o decoración de la cabeza: cabeza lisa, bien de forma esférica o tallada en facetas, y las decoradas tanto con temas geométricos como figurados (serpientes, piñas,  manos o bustos femeninos).

Agujas para el pelo, Exposición Historias de Tocador, Barcelona

Se empleaba el acus como aplicador de tintes y cosméticos y para moldear, cardar, alisar, enrollar, levantar o rizar cabellos. El acus discriminalis o discerniculum servía para separar los cabellos en el peinado.
Tu pelo no se merece que lo quemes; el cabello mismo se moldea con las horquillas que se le aplican. (Ovid. Am. I, 14)

 “¿Acaso crees que por ti se arregla la cabellera
O que se alisa su delicada melena con denso peine.” (Tib. I, 8)

Peine romano, Museo Británico

Entre los objetos que las mujeres empleaban en su aseo y proceso de embellecimiento está el peine (pecten), que podía ser de madera, especialmente de boj, hueso, marfil e incluso bronce.

“Crees que ella arregla su pelo para ti, peina sus finas trenzas con el acero de finos dientes?” (Tibulo, I, 9)

“¿Qué hará si no encuentra ya cabellos este trozo de boj que con tantos y tantos dientes te regalo?” (Marcial, XIV, 25)

En la literatura latina encontramos una cierta esclavitud del espejo tanto de las mujeres como de los hombres. Ver el resultado final tras un largo proceso de embellecimiento con una imagen reflejada en el espejo suponía una muestra más de vanidad.

“Un rizo, sólo uno, había salido defectuoso. Una horquilla mal puesta se había soltado. Lalage estampó en su esclava el espejo que le había revelado la fechoría, y Plecousa se desplomó, inmolada a esta terrible cabellera”. (Marcial, Epigramas)

Pintura de John William Godward

El espejo se hacía de metal pulido por una cara para que reflejase la imagen y por la otra podía estar finamente decorado con figuras, o no,  y tener mangos de estilos diversos o carecer de ellos.

Espejo romano, Museo Nacional
de Nápoles
Los primeros espejos manufacturado se comenzaron a elaborar en materiales como el cobre, plomo o bronce, y según Plinio, fue Praxíteles, importante cincelador de espejos, quien introdujo por primera vez los espejos fabricados en plata en tiempos de Pompeyo Magno. Este autor describe el proceso de elaboración de los espejos de plata y admira la excelente falsificación de este preciado metal recurriendo a una mezcla de estaño y cobre.






Séneca relata la historia de los espejos desde que eran ofrecidos espontáneamente por la naturaleza hasta convertirse en objeto de lujuria y ostentación.

“Pues bien, después se utilizaron otros elementos terrestres no menos malos, cuya superficie lisa ofreció a quien se ocupaba de otra cosa su propia imagen; y este la vio en una copa, aquel en el bronce preparado para otros usos; a continuación se fabricó un círculo exclusivamente para este menester (…) Posteriormente, dominándolo todo el lujo, se cincelaron espejos de cuerpo entero en plata y oro; después, adornados con piedras preciosas."  (Séneca, Cuestiones Naturales, I)

Algunos autores exaltan su valor para reflejar la belleza femenina, y por otro lado, lo condenan porque no se corresponde con una imagen real y auténtica de la persona reflejada.
Otros complementos empleados para resaltar la belleza de la cabellera eran las redecillas, que podían ser de oro, para mantener recogido el pelo; la diadema que podía adornarse con piedras preciosas, las coronas de flores y las cintas que podían ser de lana o seda  de distintos colores, como el púrpura.

"La redecilla (reticulum) es la que recoge la cabellera, y se llama así porque retiene los cabellos para que no aparezcan despeinados." (San Isid. Etim. XIX, 31)

"La diadema es un ornamento propio de la cabeza de las mujeres; está confeccionada a base de oro y piedras preciosas; se ata por la parte de atrás  abriendo sobre sí mismo los extremos." (San Isid. Etim. XIX, 31)

Retrato con diadema, Museo de Arte Walters

Las coronas de flores se utilizaban en fiestas y celebraciones y podían ser de rosas u otras flores olorosas o de plantas como el laurel.

Detalle con mosaico de diosa, Villa de Materno, Carranque, Toledo

“Hay en mi hermoso jardín preciosas flores
Para ornar tus cabellos
Y hiedra para hacerte una corona” (Horacio, L. IV, Oda XI, A Filis)

Venus del Esquilino, Museo 

 Las vittae crinalis (cintas) podían llevarlas las vírgenes o las mujeres casadas y eran símbolo de buena reputación. Podían adornarse con piedras preciosas y también las utilizaban los sacerdotes y vestales.

"Las vittae son las cintas que se entrelazan en los cabellos y con las que se atan los cabellos sueltos. Taenia es la extremidad de esas cintas, que cuelga y presenta diferentes colores." (San Isid. Etim. XIX,31)


Bibliografía:


Cosmetics & Perfumes in the Roman World, Susan Stewart
http://www.academicroom.com/article/hair-and-artifice-roman-female-adornment, Hair and the Artifice of Roman Female Adornment, Elizabeth Bartman.
http://www.nature.com/jidsp/journal/v10/n3/pdf/5640231a.pdf%3Forigin%3Dpublication_detail, Hairstyles in the Arts of Greek and Roman Antiquity, Norbert Haas, Francoise Toppe, and Beate M. Henz.
http://www.academia.edu/3777852/La_estetica_capilar_en_la_antigua_Roma_a_traves_de_las_representaciones_numismaticas, La estética capilar en la antigua roma a través de las representaciones numismáticas, Alejandro Fornell Muñoz.
http://www.rhm.uni-koeln.de/150/Watson2.pdf, A matrona makes up, Fantasy and Reality in Juvenal, Sat. 6,457–507, Pat Watson.
El arreglo del cabello femenino en época romana. Evidencias arqueológicas en la Bética occidental. Milagrosa Jiménez Melero.