miércoles, 11 de julio de 2018

Veranum tempus, el verano entre los antiguos romanos


Representaciones del verano en mosaicos (De izquierda a derecha Casa de Baco, Complutum Alcalá de Henares, Palacio Imperial de Ostia, Villa Dac Bur Ammera, Libia)

Entre los romanos se consideraba que durante el año solo existían dos estaciones climatológicas. La primera muy larga abarcaba lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, y la segunda, más breve, era el hibernum tempus, es decir, el invierno. La más prolongada se llamaba ver, palabra que dio lugar al verano actual, pero, cuando al comienzo de esta estación se le llamó primo vere 'primer verano' y más tarde, prima vera, surgió la primavera, mientras que la época en que más calor hacía tomó el nombre de veranum tempus (verano), aunque el nombre en latín era aestas (del que deriva estío). Al periodo final de éste, que coincidía con la época de las cosechas, se le llamó autumnus, que derivaba de auctus (crecimiento) y que en nuestra lengua se convirtió en otoño.

En la antigua Roma se consideraba el inicio del estío o de la época más calurosa del año cuando aparecía en el firmamento, antes de la salida del sol, la estrella Sirio, la más brillante de la constelación Canis Mayor, y por eso a los días más calurosos del año entre los meses de Julio y Agosto, se les llamaba canicula (canícula).



Alegoría del verano cosechando trigo. Antigua Uthina, Museo del Bardo, Túnez

El verano de Roma era especialmente insano por los rigores del calor y por el peligro de contraer enfermedades (como la fiebre palúdica) provocadas por la cercanía de terrenos pantanosos e insalubres, lo que provocaba la salida en época de verano de todos los ciudadanos romanos que podían permitirse residir en otros lugares más saludables y con un clima más benévolo.

“Tras prometerte que sólo cinco días estaría en el campo, quedo como un mentiroso y todo el mes de agosto se me echa de menos. Ahora bien, si quieres que esté sano y tenga la salud que conviene, la misma licencia que me das cuando estoy enfermo, has de dármela cuando temo enfermar, Mecenas; mientras los primeros higos y el calor le ponen al enterrador una escolta de enlutados lictores.” (Horacio, Epístolas, I, 7)



En Bayas, pintura de Frederick Pepys-Cockerell

Según Plinio el joven, algunos consideraban el clima de montaña, en su época, más beneficioso que el de la costa, por lo que los ciudadanos más adinerados disponían de residencias en distintas localizaciones geográficas para elegir estancia de acuerdo a la estación del año en la que se encontraban.

“Te agradezco sinceramente la preocupación e inquietud que me has demostrado, al intentar persuadirme de que no pase el verano en mi villa de la Toscana, cuando te enteraste de mi intención de hacerlo así, ya que piensas que el lugar es insalubre. En verdad que la zona de la costa toscana inmediata al litoral es pestilente y peligrosa para la salud, pero mis propiedades se encuentran lejos del mar, más aún incluso yacen al pie de los Apeninos, considerados los más saludables de los montes.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

La ciudad de Bayas, situada en la costa de Campania, convertida en lugar de recreo veraniego en la época imperial, tiene sus orígenes en el siglo III a. C., cuando era un lugar fundamentalmente religioso. En el siglo I a. C., Pompeyo limpió el litoral de piratas y los patricios romanos comenzaron a construir allí sus residencias de verano.

“Mientras tú, Cintia, veraneas en pleno centro de Bayas,
por donde pasa la vía de Hércules a lo largo del litoral,
y mientras admiras las aguas cercanas del famoso Miseno,
ha poco sometidas al reino de Tesproto, …”
(Propercio, Elegías, I, 11)




Villa de los Pisones, Bayas, ilustración de Jean-Claude Golvin

Sus aguas termales naturales ricas en azufre, un clima excelente y un paisaje atractivo acabaron por transformarla en el lugar predilecto de los futuros emperadores para tomar un respiro lejos de la política de Roma, desde Augusto hasta el excéntrico Calígula, pasando por Nerón o Adriano, que murió allí.

Los miembros de la élite romana hacían ostentación de sus posesiones en Bayas, la cual tenía dos complejos termales, sólo superados en tamaño y prestigio por las termas de Roma, acuarios, piscifactorías rudimentarias para asegurar el pescado y marisco fresco todos los días, villas y edificios opulentos decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles y réplicas de esculturas griegas, un muelle privado, fastuosos jardines y la Piscina Mirabilis, con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que asegurasen el suministro de agua dulce. Era la cisterna más grande del Imperio, lo que da una idea de la importancia de este enclave.

Sin embargo, sus fiestas desenfrenadas y legendarias, donde corría el vino a raudales, sus numerosos burdeles, los banquetes opulentos con toda clase de vicios y sus largas veladas nocturnas entre excesos, ostentación, vanidad y hedonismo le valieron el epíteto de «ciudad del pecado» y conmovieron a historiadores, poetas y escritores, provocando sus críticas.



En el frigidarium, Pintura de Alessandro Pigna

Séneca, que le puso el sobrenombre de «pueblo del vicio», escribió que por el puerto de Bayas sólo se encontraba a borrachos que a duras penas se mantenían en pie, que había fiestas allá donde uno fuera, también en los barcos, y que la música sonaba por todas partes.

"Y tú abandona cuanto antes la corrompida Bayas:
esas playas ocasionarán la separación de muchos,
playas que han sido enemigas de las castas doncellas: 

¡ay, mueran las aguas de Bayas, ruina de Amor!" (Propercio, Elegías, I, 11)

Pero Bayas no siempre fue un lugar de reposo lejos del ajetreo de la capital. La política no descansaba ni en verano y la ciudad costera tenía su crónica de poder: allí la élite de Roma también iba a conspirar, como hizo el mismo Nerón, quien urdió, también al cobijo de Bayas, el asesinato de su propia madre.

"IV. Contentó la industria de Aniceto, ayudada también del tiempo con la ocasión de los quincuatruos, fiestas dedicadas a Minerva, que Nerón celebraba en Bayas; con que pudo sacar de Roma a su madre, usando de halagos y persuasiones, y diciendo que se habían de sufrir los enojos paternos, y que era justo hacer los hijos todo lo de su parte para aplacarles el ánimo; y él lo hacía porque, pasando voz de que madre e hijo se habían reconciliado, viniese ella a su poder con mayor confianza; cebándola también con aquellas fiestas y regocijos, cosa con que se engaña más fácilmente la natural credulidad de las mujeres. Sale tras esto a recibirla a la marina, porque ella venía de Ancio, y dándole la mano al saltar en tierra, y abrazándola, la lleva a Baulo -así se llamaba la casa de placer que, bañada del mar, se asienta en aquella ensenada, entre el cabo de Miseno y el lago de Bayas-. Estaba entre las galeras una la más adornada y compuesta, como si hasta esto hubiera hecho aparejar Nerón en honra de su madre, la cual solía gustar que la llevasen por aquellas costas en alguna galera, con la mejor gente de marina por remeros. Se le aparejó un banquete de cena para que la noche ayudase también a encubrir la maldad. Es cierto que Agripina fue advertida de la traición, y que, mientras estuvo dudosa en si le daría crédito, mostró aprecio de que la llevasen en silla a Bayas. Mas recibida aquella noche con mucho amor, y puesta por su hijo en el lugar más honrado de la mesa, las caricias y regalos grandes le aliviaron el miedo; porque discurriendo Nerón con su madre, unas veces familiarmente y entreteniéndola con conversaciones juveniles y otras componiendo el rostro con severidad, dando a entender que trataba con ella cosas muy graves, entretuvo la cena lo más que pudo; y acabada la acompañó hasta la mar, clavando a la despedida los ojos en ella, y abrazándola con mayor ternura de lo que acostumbraba, o por cumplir en todo con la disimulación, o porque aquella última despedida de su madre que iba a morir le enterneciese algún tanto el ánimo, aunque fiero y cruel." (Tácito, Anales, XIV, I, 4)


El naufragio de Agripina, Gustav Wertheimer

Como no todos tenían los medios para escaparse a un lugar de vacaciones donde evitar el calor en una domus mejor acondicionada, existía la posibilidad de darse un baño en cualquiera de los ríos que se hallaban por todo el imperio romano. Esta circunstancia dio pie a algunos autores a ensalzar el encanto y la ventaja del mundo rural o de zonas alejadas de la ciudad de Roma, donde se podía disfrutar de lo mejor de ella, pero sin caer en el exceso y la desvergüenza que se podía encontrar en la urbe o en las ciudades de recreo vacacional.

"Vi yo mismo cómo gentes cansadas
de los muchos sudores del baño, desdeñaban los estanques
y los fríos de las piscinas para disfrutar de las
aguas vivas; luego, reanimados por la corriente, golpeaban
el helado río con su ruidoso nadar. Porque si llegase
aquí un forastero desde las costas de Cumas, creería
que la euboica Bayas había regalado copias pobres a estos
lugares: tanto refinamiento y tanta elegancia seducen,
mas el deleite no se excede en lujo ninguno."
(Ausonio, El Mosela, 8)


A la hora de construir las casas se tenía en cuenta la climatología para ubicar y disponer las habitaciones de forma que quedasen resguardadas del intenso calor del sol en verano y al mismo tiempo permitiesen, con el uso de ventanas, las corrientes de aire que refrescasen el ambiente.

“Su encanto es grande en invierno, mayor aún en verano. Pues antes del mediodía refresca la terraza con su sombra, después del mediodía la parte más próxima del paseo y del jardín, la cual, según que el día avance o decline, cae por un lado o por otro, ya más pequeña, ya más grande. La misma galería cubierta está por completo libre de los rayos del sol, cuando el astro en todo su ardor cae a plomo sobre su tejado. Además, por sus ventanas abiertas deja entrar y hace circular el céfiro, y nunca la atmósfera llegar a ser pesada y agobiante.” (Plinio, Epístolas, II, 17)



Peristilo y pórtico en la casa de Menandro, Pompeya, foto de Carole Raddato

En las casas o villas más grandes se podían encontrar triclinios de verano o invierno, emplazados en distintos lugares según la orientación de la casa. El arquitecto Vitruvio da consejos sobre la ubicación de estas habitaciones:

“Los triclinios de primavera y de otoño se orientarán hacia el este, pues, al estar expuestos directamente hacia la luz del sol que inicia su periplo hacia occidente, se consigue que mantengan una temperatura agradable, durante el tiempo cuya utilización es imprescindible. Hacia el norte se orientarán los triclinios de verano, pues tal orientación no resulta tan calurosa como las otras durante el solsticio, al estar en el punto puesto al curso del sol; por ello permanecen muy frescas, lo que proporciona un agradable bienestar”. (De Arquitectura, VI, 4)

Los triclinios de verano que se situaban en los jardines se rodeaban de vegetación exuberante y de fuentes de agua que proporcionaban un entorno ameno y un ambiente más fresco para disfrutar de las cenas con invitados.




Triclinio de verano, Casa del Efebo, Pompeya

En verano los niños no asistían a clase, pues éstas se llevaban a cabo en las calles con frecuencia por lo que cuando el calor apretaba los niños no atenderían a las lecciones de los maestros con demasiada atención. Se iniciaban unas vacaciones que se prolongaban desde julio hasta primeros de octubre. 

“Maestro de escuela, deja descansar a tu inocente
cuadrilla. Ojalá que, a cambio, numerosos
melenudos oigan tus lecciones y se encariñen
de ti los que hacen coro a tu delicada mesa y que
ningún contable ni un rápido escribiente se vean
rodeados por un corro mayor. Los días luminosos
se abrasan con los fuegos del León y el
ardiente julio cuece las mieses ya tostadas. El
cuero escítico, erizado de horribles correas, con el
que fue azotado Marsias de Celenas, y las
tristes palmetas, cetro de los pedagogos, que
descansen y duerman hasta los idus de octubre: en
el verano, los niños, si están sanos, bastante aprenden.”
(Marcial, Epigramas, X, 62)


Para hacer más llevaderas las calurosas tardes era habitual el descanso y la siesta.

“Me leían en mi villa Laurentina unos libros de Asinio Galo en los que se realizaba una comparación entre su padre y Cicerón. Apareció un epigrama de Cicerón sobre su querido Tirón. Luego, habiéndome retirado a mediodía a dormir la siesta (pues era verano), y no pudiendo conciliar el sueño, empecé a reflexionar que los más grandes oradores no solo se habían deleitado con este tipo de escritura, sino que incluso habían sido elogiados por ello.” (Plinio, Epístolas, VII, 4)


La siesta, pintura de Alma-Tadema

Los romanos hacían que esclavas o esclavos, durante sus momentos de descanso o en sus convites, colocados detrás de los comensales, estuviesen agitando constantemente el aire con los abanicos, que solían ser de plumas, para producir una brisa refrescante y librarlos de la incomodidad de los insectos en los días de calor.

“En verano dormía con las puertas de su cámara abiertas y a menudo bajo el peristilo de su palacio, en el que el aire era refrescado por varios surtidores de agua y donde tenía además un esclavo encargado de abanicarle.” (Suetonio, Augusto, 82)

El abanico rígido fue conocido por los latinos, que lo llamaban flabelo (flabellum). Las matronas romanas lo tenían en gran estima. Las esclavas que lo manejaban eran llamadas flabelíferas. Los abanicos construidos con delgadas tablillas de maderas olorosas tuvieron gran aceptación. Abanicos más ligeros, conocidos con el nombre de muscaria, se usaban en Roma para espantar las moscas y ahuyentarlas de las personas, o bien de los alimentos y de las ofrendas de los sacrificios.




La protección del sol era habitual en las calles de la antigua Roma, y especialmente para las matronas que no deseaban perder su habitual palidez y querían evitar la sequedad de la piel. Acostumbraban a llevar en sus salidas una sombrilla (umbracula), a semejanza de los paraguas actuales, que permitía mantener el rostro cubierto. Algunos personajes principales se acompañaban, en sus desplazamientos, de esclavos que sostenían un parasol más amplio que les proporcionaba sombra.



El cambio de indumentaria al pasar de una estación a otra también sería frecuente. Tejidos gruesos y capas se apartarían y aparecerían telas más ligeras y fáciles de limpiar. Era costumbre que los nobles caballeros romanos cambiasen incluso de anillos y luciesen durante el periodo estival uno de oro menos pesado y sin piedras preciosas (aurum aestivum).

“Durante el verano agita un anillo de oro en sus dedos sudorosos, sin poder soportar el peso de una piedra preciosa mayor.” (Juvenal, Sátiras, I)

El fuerte calor del verano no impedía la asistencia de los ciudadanos a los espectáculos públicos que se celebraban durante las numerosas fiestas del calendario romano. En los anfiteatros se instalaba un toldo (velum) que podía ser desplegado a discreción dependiendo de cómo fuera la climatología, días de mucho calor o lluvia.

“Durante los juegos, cuando el sol era más ardiente, mandaba descorrer de pronto el toldo que preservaba a los espectadores y prohibía que saliese nadie del anfiteatro.” (Suetonio, Caligula, 26)






Algunas casas disponían de una piscina (natatio) en los jardines donde la familia e invitados podrían refrescarse durante los días más calurosos dándose un "chapuzón". Incluso alguno recurría a la extravagancia de hacer que se refrescase el agua del aseo diario con nieve.

“Prolongaba sus comidas desde el mediodía a medianoche, y de cuando en cuando tomaba baños calientes, o bien durante el verano baños refrescados con nieve.” (Suetonio, Nerón, 27)



Piscina de la villa de Minori, Italia

Refrescar las bebidas con agua a la que se añadía nieve o hielo era algo frecuente entre los antiguos romanos. Aunque ciertos personajes no estaban de acuerdo con esta práctica a la que consideraban una sofisticación innecesaria y dañina, como Séneca:

“Esos helados del verano ¿piensas que no producen callosidades en el hígado?” (Séneca, Epístolas, XV, 95)

Sí era habitual desde muy antiguo la costumbre de construir neveros o pozos de nieve en ciertos lugares, dentro de las ciudades, donde se almacenaba la nieve traída de las montañas que permitía la conservación de alimentos durante las estaciones del año más cálidas.

“La mala fama de Chipre
por su excesivo calor, tenla en cuenta —te lo
aviso y te lo ruego, Flaco— cuando la era trilla
las mieses crujientes y se ensaña abrasadora la
melena del león.
Semo de Delos, en el libro segundo de su Historia de la
Isla, cuenta que en la isla de Cimolos se preparan en verano
unas neveras excavadas, donde, habiendo depositado
unos cacharros llenos de agua tibia, la sacan en nada distinta
de la nieve.”
(Ateneo. Banquete de los Eruditos, libro III)






Esa misma nieve serviría a muchos para enfriar el agua y las bebidas que se consumían en los días veraniegos, sobre todo, durante los largos banquetes de los más ricos ciudadanos de Roma.

“Calisto, échame dos dobles de falerno y tú, Alcimo, derrite sobre ellos las nieves veraniegas.” (Marcial, Epigramas, V, 64)

Había un recipiente de origen griego y de nombre psykter (psictero) diseñado para mantener el vino fresco. Se echaba el vino en un vaso de cerámica o metal que a su vez se introducía en la crátera llena de hielo o agua fría.

“Bebía siempre agua fría pura y, en el verano, vino aromatizado con rosas.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 37)



Psykter, Museo Metropolitan, Nueva York

Otros muchos ciudadanos se conformarían, para aliviarse del calor, con buscar la sombra de los árboles y beber el agua que se conserva fría de forma natural por venir directamente de las montañas, como la de los ríos o manantiales.

“Los veranos sin nubes los suavizarás en el aurífero Tajo, tupido por la sombra de los árboles; tu sed ardiente la aplacará la helada agua del Dercenna y del Nuta, más fría que la nieve.” (Marcial, Epigramas, I, 49)

El recurso que tenían los ciudadanos menos favorecidos era intentar refrescarse en los baños públicos o ir a nadar a los ríos cercanos, y beber el agua que podían obtener en las numerosas fuentes públicas distribuidas por la ciudad.




Escena callejera, pintura de Ettore Forti

El verano era una época peligrosa para la salud en la antigua Roma. El calor ayudaba a la propagación de epidemias y debilitaba el cuerpo de niños y ancianos. A veces se recomendaban ciertos alimentos que podían ayudar a pasar el riguroso calor del verano sin contratiempos para la salud, y, aunque algunos tenían cierta base científica, los más se basaban en la tradición cultural y la superstición.

“Pasará con buena salud los veranos el que ponga fin a su almuerzo con moras negras, cogidas del árbol antes de que el sol apriete.” (Horacio, Sátiras, II, 4)

No faltaban en la literatura los consejos para pasar el calor del verano de la manera más placentera posible, animando al mismo tiempo al placer sensual y carnal.


“¿De qué sirve agotado del polvo estival alejarse, en lugar de
estar echado en el lecho rociado de vino? Aquí hay jardines
y cabañas, cestillos, rosas, flautas, liras y cenadores
frescos por la sombra de las cañas.
………………………………………………………………………
Ahora con su repetido canto las cigarras rompen los matorrales,
ahora en su frío agujero se esconde el abigarrado
lagarto. Si eres discreto, recostado, remójate [ahora] con
el vidrio veraniego ' o, si, más bien, quieres hacer uso
de nuevas copas de cristal. Ea, repara aquí tu cansancio
bajo la sombra de pámpanos y ciñe tu cabeza pesada con
una guirnalda de rosas, [graciosamente] gustando los besos
de una tierna doncella.”
(Apéndice Virgiliano, La Tabernera)   




En casa de Luculo, pintura de Gustav Boulanger


Bibliografía

Bayas, la ciudad del vicio de los romanos; Lorena Pacho, El Mundo (Arqueología), 20 agosto, 2017
La casa romana, Pedro A. Fernández de la Vega, Ed. Akal
Enciclopedia Británica
http://etimologias.dechile.net