Relieve de Leptis Magan, Libia, foto Association for Roman Archaeology on Twitter |
Existía entre los romanos la superstición suscitada por el temor al mal de ojo que consistía en el funesto poder, que se atribuía a ciertas personas, de provocar daño a otros por medio de su mirada. El bien ajeno hacía surgir en algunos individuos, posiblemente ruines y desgraciados, un estado anímico que los llevaba a envidiar el destino, que ellos consideraban más favorable, de aquellos sobre los que ejercerían su propio fascinum o aojamiento.
“Habiendo recaído la conversación durante la cena sobre los que se dice que aojan y tienen una mirada que produce mal del ojo, los demás menospreciaban el hecho y se burlaban de él por completo, pero Mestrio Floro, que nos agasajaba, dijo que los hechos apoyaban admirablemente esta creencia y que, por la dificultad de encontrar su causa, se desconfiaba sin razón de estas historias, cuando de miles que tienen una entidad evidente la explicación de su causa se nos escapa.” (Plutarco, Moralia, 680 C)
Cabeza de Medusa, ámbar, Museo Getty |
Como se pensaba que la capacidad para desencadenar el mal de ojo la poseían además de seres míticos y animales, las propias personas, había la creencia de que familias completas nacían con esta aptitud, que se transmitía por herencia.
“Asimismo, en África, según Isígono y Ninfodoro, hay algunas familias de hechiceros por cuyos elogios perece el ganado, se secan los árboles y mueren los niños. Añade Isígono que hay gente de la misma clase entre los tribalos y los ilirios, que hacen hechizos incluso con la mirada y matan a aquellos a los que contemplan largo tiempo, especialmente con los ojos encolerizados; su maleficio se deja sentir con más facilidad en los adultos, y lo más notable es que tienen dos pupilas en cada ojo.” (Plinio, Historia Natural, VII, 2, 16)
Es por ello que las desgracias podían atribuirse por ciertas personas al mal de ojo o mirada envidiosa de alguien que les deseaba el mal por no poseer lo que ellos sí tenían. Una de sus características principales es precisamente que podía producirse de manera involuntaria e inconsciente, y, aunque se considere una manifestación sobrenatural, ésta se produce sin intervención de los dioses y sin necesidad de recurrir a agentes externos para la invocación.
“C. Furio Crésimo, un liberto, era envidiado y había quien creía que se apropiaba de las cosechas de otros mediante magia, ya que en un terreno muy pequeño él obtenía mucha más producción que sus vecinos con mayores terrenos. Por ello fue acusado por el edil curul Sp. Albino. Temiendo una condena cuando se requirió la presencia de las tribus para votar, él hizo traer al foro todos sus enseres domésticos, junto a sus esclavos- que estaban, según dice Pisón, bien atendidos y vestidos- y sus herramientas de hierro, sus azadones y arados y sus grandes bueyes. Entonces dijo: Estos son mis mágicos hechizos, conciudadanos, pero no puedo mostraros o traeros al foro, mis tareas nocturnas, mis horas sin dormir, o mi sudor.” Fue absuelto por voto unánime.” (Plinio, Historia Natural, XVIII, 41)
En este caso el éxito que provoca la envidia era público pues todos podían ver que sus cosechas eran mejores, así como sus herramientas y esclavos. Crésimo fue acusado por usar magia, pero quienes provocaron la acusación actuaron movidos por la envidia.
Cualquier ciudadano, con independencia de su status o condición social podía ser afectado por el mal de ojo, aunque los más vulnerables eran los recién nacidos, las madres recién paridas, los niños, y las personas dotadas de belleza o con el éxito. Este mal (oculus malignus, inuidus, fascinatio) podía ser provocado con el simple deseo, manifestado a través de la mirada y se rehuía especialmente a los que sufrían alguna deformidad física, los aquejados de problemas en la vista, los extranjeros y los pervertidos.
Casa del Mal de ojo, Museo de Hatay, Antioquía, Turquía |
En 197 d.C. un ciudadano romano de Antinopolis llamado Gemelo Horion, un propietario de tierras de Karanis, envió varias peticiones al estratego solicitando que se hiciera un informe oficial de un incidente que tenía que ver con la envidia y el mal de ojo para poder presentarlo en una audiencia con el epistratego. Según él sus vecinos Julio y Sotas habían llegado a su propiedad con la intención de tomar posesión de ella, ya que “ellos le despreciaban por su débil vista”. En respuesta a esta conducta Gemelo envió una petición al prefecto, Quinto Emilio Saturnino, quien autorizó a Gemelo a verse con el epistratego. Entretanto, Sotas murió, y Julio, junto a su esposa y un hombre llamado Zenas, vino a su tierra con un feto, para poder “rodear a su arrendatario con envidia maliciosa (phthonos)”. Después de atemorizar al arrendatario de Gemelo robaron las cosechas que había estado recogiendo. Cuando Gemelo y dos oficiales del pueblo inquirieron a Julio sobre el incidente, Julio arrojó el feto a Gemelo en presencia de los oficiales, dado que, según Gemelo, querían también rodearle con phthonos. Julio recuperó el feto y se llevó el resto de las cosechas.
La consecuencia que se puede sacar es que Sotas y Julio creían que Gemelo podría provocar el mal de ojo debido a su defecto en la vista y que habría traído la desgracia a su comunidad, por lo que para contrarrestar su efecto adverso llevaban el feto cuando fueron a quedarse con sus tierras en compensación.
En Grecia la envidia tenía una divinidad propia el dios Phthonos que simbolizaba los celos y la envidia por la buena fortuna de los demás. Solía representarse como un hombre delgado de aspecto algo grotesco.
“La dirige un hombre pálido y feo, de mirada penetrante y aspecto análogo al de quienes consume una grave enfermedad: podría suponerse que es la Envidia.” (Luciano, De Calumnia, 5)
Dios griego de la envidia, Phthonos, Chipre, Museo Británico |
La consecuencia que se puede sacar es que Sotas y Julio creían que Gemelo podría provocar el mal de ojo debido a su defecto en la vista y que habría traído la desgracia a su comunidad, por lo que para contrarrestar su efecto adverso llevaban el feto cuando fueron a quedarse con sus tierras en compensación.
En Grecia la envidia tenía una divinidad propia el dios Phthonos que simbolizaba los celos y la envidia por la buena fortuna de los demás. Solía representarse como un hombre delgado de aspecto algo grotesco.
“La dirige un hombre pálido y feo, de mirada penetrante y aspecto análogo al de quienes consume una grave enfermedad: podría suponerse que es la Envidia.” (Luciano, De Calumnia, 5)
¡Qué ingente caterva de monstruos se aloja por estas salas y monta guardia, aterrando a los manes con sus gritos confusos! El Duelo voraz y la Delgadez compañera de las enfermedades malignas, la Tristeza que se alimenta del llanto, la exangüe Palidez, las Preocupaciones y las Insidias; de un lado la quejumbrosa Vejez, del otro la Envidia que se estrangula a sí misma con ambas manos; la Pobreza, abominable mal que empuja al crimen, el Error con su paso inseguro y la Discordia que disfruta enredando el mar y el cielo…” (Silio Itálico, La Guerra Púnica, XIII, 579)
En un mosaico en Cefalonia, Grecia aparece la figura de un envidioso (que podría ser el propio dios Phthonos) estrangulándose a sí mismo de la envidia que tiene al contemplar la hermosa domus que le rodea, pues no la puede soportar, y siendo atacado por leones. Es un aviso a los visitantes para que no traigan su envidia al interior describiendo lo que puede pasarles si no lo hacen.
Mosaico de Cefalonia, Grecia, foto de Luz Neira |
Todas las civilizaciones antiguas imaginaron todas las medidas posibles para librarse del mal de ojo, con el objetivo de obligar a la mirada fascinadora a desviarse, entre las que se encuentran los gestos o la utilización de objetos.
“Tenemos la costumbre de escupir, por ejemplo, para evitar la epilepsia, o en otras palabras, repeler el contagio, también así repelemos la fascinación y los malos presagios al encontrar una persona coja de la pierna derecha.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 7)
El método más común de defenderse contra este mal fue, también en el mundo romano, el uso de amuletos, a los que se atribuían valores propiciatorios y apotropaicos.
“Por ello también creen que los llamados amuletos los ayudan contra la envidia, ya que por su rareza es atraída la vista, de suerte que se clava menos en los que la sufren.” (Plutarco, Moralia, 682)
Amuleto contra el mal de ojo, Museo John Hopkins University |
La veneración del falo fue algo común en toda la antigüedad, en Egipto, India, Asia Menor y Grecia, desde donde pasó a Roma. El falo, como símbolo fértil de la naturaleza creadora, protegía a quien lo llevase y lo defendía del atacante, por lo que era un símbolo sagrado y venerado. Se asimilaba al dios Fascinus. Su representación en lugares públicos era algo normal en la vida cotidiana romana y no se lo consideraba una imagen obscena, sino mágica que alejaba a los malos espíritus del lugar. Adquirió un valor erótico con la llegada del cristianismo, que convirtió al falo en símbolo de placer. Aparecía a modo de relieve y pintura en las fachadas de los edificios, en las esquinas de las calles, en las tiendas, en las termas, en los puentes y en las señales de los caminos con la intención de ser visto por todos.
“¿Debemos creer nosotros que es correcto que se haga a la llegada de un extraño o que, si mira a un bebé dormido, la nodriza escupa sobre él tres veces? Aunque a éstos los cuida Fascino, protector también de los generales, no sólo de los niños, divinidad cuyo culto entre los ritos religiosos romanos es atendido por las Vestales y que, médico del mal de ojo, ampara los carros de los triunfadores colgado debajo de éstos y, como remedio similar a una voz, les ordena mirar atrás para conseguir a su espalda la benevolencia de la Fortuna, verdugo de la gloria.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 39)
Como la envidia era un poder maléfico que cualquiera podía sentir y realizar provocando la ruina de un hogar o una cosecha era habitual en la sociedad romana colocar en las entradas de las viviendas y de muchos edificios públicos mosaicos con escenas e inscripciones que pretendían evitar la entrada de la envidia en su interior y contrarrestar el efecto del mal de ojo.
En un mosaico de Beirut, Líbano se halla un mosaico con un inscripción que pretende evitar el mal de ojo a los habitantes de la casa:
"La envidia es un mal, sin embargo tiene algo de belleza, se come los ojos y el corazón de los envidiosos."
Mosaico con inscripción, Museo de Beirut, Líbano, foto de Emna Mizouni (retocada) |
En un mosaico en Antioquía, por ejemplo, los animales que se lanzan contra el ojo son dos perros, una serpiente, un escorpión y un ciempiés. El ojo también está siendo amenazado por el miembro de un personaje itifálico y ha sido ya atravesado por un tridente y una espada. La inscripción KAICY sígnifica “y tú también” ( en griego) y responde a la idea de que el que entra en la casa obtenga lo mismo que él desea, ya sea algo bueno o malo.
Casa del mal de ojo, Antioquía, Turquía |
En el vestíbulo de la actual basílica Hilariana (Roma), que en el siglo II d.C. era un santuario dedicado a Cibeles y Atis, se encontró un mosaico en blanco y negro en el que un ojo atravesado por una lanza es rodeado y atacado además por un conjunto de animales que simbolizan distintas divinidades del panteón romano: una serpiente (Saturno), un ciervo (Diana), un león (Cibeles), un toro (Neptuno), un escorpión (Mercurio), un lobo (Marte), una cabra (Júpiter), un cuervo (Apolo) y una paloma (Venus). Sobre el ojo se sostiene un ave que podía ser una lechuza, animal simbólico de la diosa Atenea o Minerva, muy relacionada en Roma con la magia y brujería y considerada ave de mal agüero, que por su capacidad para aojar ella misma podía atacar al propio ojo maligno para desviar su poder. En la inscripción se puede leer la dedicatoria con el deseo de que los dioses sean propicios a los que allí entran.
Basílica Hilariana, Roma |
Similar al de Themetra es el mosaico que apareció en una villa romana en Mokhnine (Túnez), en donde se representa a un ojo sobre el que se abalanzan dos serpientes y un miembro viril.
Mano fica |
Los tintinnabula eran campanillas de bronce que servían de adorno o de ayuda en algunos rituales religiosos romanos, ya fuesen realizados en templos o en las propias casas. En muchos casos su motivo principal era la representación de un falo, simple o múltiple, del que cuelgan una serie de campanillas. Se creía que servían de hechizo contra los demonios. Parece que el sonido metálico era especialmente efectivo para ahuyentar embrujos y toda clase de efectos perniciosos sobre el animal que los portaba o la estancia de la que pendían. Estos amuletos solían estar situados a la entrada de una tienda o de una casa o en los pórticos. En el primer caso, el sonido que producían al ser golpeadas por la puerta le indicaba al dueño, situado en la trastienda, la presencia de un nuevo cliente. Pendientes del techo y siempre junto a la puerta, intentaban alejar los malos espíritus y atraer la buena suerte gracias al sonido de las campanillas, símbolo del poder creador, sobre todo si eran de bronce.
La figura del dios Mercurio se podía representar con una bolsa de dinero para atraer la prosperidad a la tienda o a la casa, y al mismo tiempo se le representa con un enorme miembro viril para protegerlas de cualquier amenaza sobrenatural.
Otro tipo de amuleto romano que se llevaba al cuello era la bulla, un colgante que podía adquirir diferentes formas y ser fabricado en distintos materiales como oro, bronce, hueso o cuero.
La más representativa, similar a las encontradas en la cultura etrusca, consistía en la unión de dos placas metálicas, oro o bronce, de forma convexa, que se unían a punta de martillo o con una cadena o cordel y que en su interior contenía un amuleto que podía ser un manojito de hierbas, piedras mágicas, o escritos con conjuros para protección contra el mal de ojo. Se desprendían de ella cuando llegaban a la edad viril y la ofrecían a los dioses Lares o Hércules, mientras que las niñas lo hacían a la diosa Juno. Solo los hijos de ciudadanos romanos podían llevarla y únicamente los hijos de senadores y caballeros tenían el privilegio de la bulla de oro, mientras que los más humildes la llevaban de cuero.
Los niños, que eran los más vulnerables a ser afectados por el mal de ojo, llevaban desde su nacimiento anillos y bullae con todo tipo de sortilegios y materiales para su autoprotección, aunque los adultos no escapaban a esta tradicional superstición.
“Así; conocemos, en efecto, a personas que por mirar a los niños les causan muchísimo daño, al ser desviada y movida por ellos a lo peor su constitución a causa de su humedad y debilidad, en tanto que los caracteres firmes y ya compactos padecen esto menos.” (Plutarco, Moralia, 680D)
Las niñas y algunas mujeres cambiaban la bulla tradicional por una lúnula, colgante en forma de luna creciente
"Pero luego, Tarquinio Prisco, hijo del exiliado corintio Demarato, llamado también Lucumón, según algunos, tercer rey a partir de Hostilio, quinto a partir de Rómulo, celebra un triunfo sobre los sabinos. En esta guerra, elogió ante la asamblea a un hijo suyo, de catorce años de edad, porque había dado muerte con sus propias manos a un enemigo, y le recompensó con la bulla de oro y la pretexta, distinguiendo a un niño con un valor superior a sus años con galardones propios de la edad viril y de las magistraturas. En efecto, igual que la pretexta era la vestimenta de los magistrados, la bulla era el atributo de los triunfadores, quienes la portaban sobre el pecho, tras haber encerrado allí dentro los amuletos que creían más eficaces contra la envidia. De aquí se ha derivado la costumbre de que la pretexta y la bulla fueran empleadas por los niños nobles, a modo de presagio y deseo de llegar a adquirir un valor semejante al de aquel crío al que, en sus primeros años, correspondieron tales recompensas." (Macrobio, Saturnales, I, 6, 8-9)
Tintinnabula de bronce |
La figura del dios Mercurio se podía representar con una bolsa de dinero para atraer la prosperidad a la tienda o a la casa, y al mismo tiempo se le representa con un enorme miembro viril para protegerlas de cualquier amenaza sobrenatural.
Representaciones itifálicas de Mercurio |
Otro tipo de amuleto romano que se llevaba al cuello era la bulla, un colgante que podía adquirir diferentes formas y ser fabricado en distintos materiales como oro, bronce, hueso o cuero.
La más representativa, similar a las encontradas en la cultura etrusca, consistía en la unión de dos placas metálicas, oro o bronce, de forma convexa, que se unían a punta de martillo o con una cadena o cordel y que en su interior contenía un amuleto que podía ser un manojito de hierbas, piedras mágicas, o escritos con conjuros para protección contra el mal de ojo. Se desprendían de ella cuando llegaban a la edad viril y la ofrecían a los dioses Lares o Hércules, mientras que las niñas lo hacían a la diosa Juno. Solo los hijos de ciudadanos romanos podían llevarla y únicamente los hijos de senadores y caballeros tenían el privilegio de la bulla de oro, mientras que los más humildes la llevaban de cuero.
Los niños, que eran los más vulnerables a ser afectados por el mal de ojo, llevaban desde su nacimiento anillos y bullae con todo tipo de sortilegios y materiales para su autoprotección, aunque los adultos no escapaban a esta tradicional superstición.
“Así; conocemos, en efecto, a personas que por mirar a los niños les causan muchísimo daño, al ser desviada y movida por ellos a lo peor su constitución a causa de su humedad y debilidad, en tanto que los caracteres firmes y ya compactos padecen esto menos.” (Plutarco, Moralia, 680D)
Las niñas y algunas mujeres cambiaban la bulla tradicional por una lúnula, colgante en forma de luna creciente
"Pero luego, Tarquinio Prisco, hijo del exiliado corintio Demarato, llamado también Lucumón, según algunos, tercer rey a partir de Hostilio, quinto a partir de Rómulo, celebra un triunfo sobre los sabinos. En esta guerra, elogió ante la asamblea a un hijo suyo, de catorce años de edad, porque había dado muerte con sus propias manos a un enemigo, y le recompensó con la bulla de oro y la pretexta, distinguiendo a un niño con un valor superior a sus años con galardones propios de la edad viril y de las magistraturas. En efecto, igual que la pretexta era la vestimenta de los magistrados, la bulla era el atributo de los triunfadores, quienes la portaban sobre el pecho, tras haber encerrado allí dentro los amuletos que creían más eficaces contra la envidia. De aquí se ha derivado la costumbre de que la pretexta y la bulla fueran empleadas por los niños nobles, a modo de presagio y deseo de llegar a adquirir un valor semejante al de aquel crío al que, en sus primeros años, correspondieron tales recompensas." (Macrobio, Saturnales, I, 6, 8-9)
Además de en la bulla las piedras y fórmulas mágicas escritas se guardaban en pequeños recipientes que a menudo se fabricaban como verdaderas joyas (colgantes, anillos, brazaletes) y que también, según creían sus poseedores, proporcionaban protección contra los diversos males que les podían perjudicar.
Algunos amuletos utilizaban como protección figuras de seres mitológicos de formas irreales y monstruosas, demonios, figuras grotescas u obscenas e incluso animales malignos, como la serpiente o el escorpión, en la creencia de que asustarían a los malos espíritus, protegiendo con ellos a las personas y las propiedades.
Uno de los numerosos seres míticos que se emplearon a menudo en la Antigüedad para proteger a los hombres con su figura, cuyos efectos benéficos contrastan evidentemente con la sensación que causa la visión directa de su figura monstruosa, es la Gorgona Medusa, cuya efigie (gorgoneion) se mantuvo con el mismo significado al menos desde la Grecia arcaica hasta el Bajo Imperio romano. Los antiguos, particularmente los militares, y sobre todo los emperadores romanos y sus soldados, estaban convencidos de que alejaba los peligros, por lo que sus representaciones formaban parte de los adornos habituales en las prendas militares.
Al parecer se creía que cuanto más terrible fuese la expresión de la máscara representada, más grande era la energía protectora que de ella derivaba. Se la puede encontrar pintada, dibujada, esculpida o cincelada en toda clase de objetos: rostros exentos para colocar en los edificios, tumbas, sarcófagos, vestidos, armas, vasos, copas, monedas, paramentos, placas. También se llevaba colgada al cuello como joya o amuleto y, aunque en las piezas griegas y etruscas se buscaba más la fealdad y el horror de la mueca, en las romanas se acentuaba más el patetismo de su destino que el valor apotropaico de la máscara horrorosa y fiera del monstruo mitológico.
La máscara de Gorgona era un signo mágico «triple» que unía tres elementos poderosos que se juntaban para formar una figura horrible que fascinaba con la mirada y dejaba petrificados a quienes la miraban de frente, pero que a la vez protegía por el poder de la magia de las serpientes que componían su cabellera y por el poder mágico del nudo que formaban los cabellos recogidos bajo su barbilla. La serpiente es, sobre todo, un ser benéfico, benévolo y protector, adorado por multitud de pueblos en todo el mundo. Los nudos simbolizaban un poder letal que encadenaba a las criaturas mortales y a los dioses, interfiriendo su voluntad e imponiendo sus deseos. El triple poder de la Gorgona Medusa dejaba a cualquier mortal petrificado por su mirada que fascina, espantado por las serpientes y atado o ligado por los nudos mágicos, impidiéndole influir a los demás cuando lanzaba su mal de ojo.
"Cuenta la leyenda que, cuando Perseo se llevó la cabeza cortada de la Gorgona, su repugnante sangre cayó sobre Libia, y es por ello que la tierra se inundó de serpientes como las de Medusa." (Silio Itálico, la guerra púnica, III, 310)
Los amuletos se realizaban sobre diferentes soportes y muy especialmente las piedras semi-preciosas y otros materiales que por sus características se consideraban mágicos, como el coral que se petrifica al contacto con el aire.
“La apresadora de botín (Atenea) le otorgó fuerza ilimitada para proteger a los pueblos cuando van al combate que hiela el corazón, o si alguien emprende un largo camino llevándolo consigo, o surca el divino mar en una nave de sólido puente. Pues, escapar de la rápida lanza del belicoso Enialio (Ares), de la emboscada que tiende los piratas homicidas, y del blanco Nereo turbulento, son los preciosos beneficios que ofrece a los mortales la fuerza del coral.” (Lapidario Órfico, 578-584).
Así por ejemplo se han hallado falos tallados en coral, cabezas de medusa en azabache y ámbar, etc. Se creía que dichos materiales aparte de su poder apotropaico tenían la capacidad de curar o aliviar enfermedades, y de proporcionar el éxito en acciones emprendidas.
"Si graba un flamenco en la piedra llamada hefaistita, también llamada pirita, y bajo sus patas un escorpión, y si pone una raíz de una planta pequeña bajo la piedra, obtendrá buena protección contra todos los animales venenosos. También le guardará de todas las apariciones nocturnas. Es también eficaz para los que sufren el mal de la piedra. Aparta toda influencia maligna." (Kyranides, I. 7, 17-21)
Los soldados, los aurigas o gladiadores portaban durante sus actividades distintos tipos de amuletos para protegerse del mal de ojo, de lesiones o incluso de la muerte.
"Arabia obtiene también malaquita, de un verde más denso que la esmeralda. capaz de contrarrestar con su poder innato los peligros de la infancia." (Solino, Colección de hechos memorables, XXXIII, 20)
Casco de gladiador en ámbar, encontrado en Inglaterra |
Los caballos, cuya finalidad primordial en el mundo antiguo era la carrera o la guerra, tenían una fuerte vinculación con las divinidades y sus carreras en el circo se dedicaban a los cultos de diferentes dioses por lo que eran objeto de protección contra el mal de ojo, ya que se veían también expuestos a la envidia por sus triunfos y acostumbraban a llevar entre sus herrajes y adornos amuletos que les protegieran sobre los conjuros que se grababan en las tablas de execración y que pedían su fracaso e incluso su muerte, además de servir como talismán para su éxito.
"Te conjuro, demon, quienquiera que seas, tortura y mata, desde esta hora, este día y este momento, a los caballos de los equipos verde y blanco; mata y destroza a sus aurigas Claro, Félix, Prímulo y Romano. No dejes aliento en ellos. Te conjuro por el que te ha entregado, en cierto momento, el Dios del mar y el aire: láo, Iasdao...a e ¡a."
Adorno con lunula para caballerías |
En el mundo antiguo tenía gran importancia la imagen del dios de tal forma que llevar un amuleto con un dios grabado potenciaba la eficacia de la piedra utilizada como soporte ya que la divinidad representada le transfería su poder.
“Coge dicha piedra (el topacio) y graba en ella a Poseidón con un carro, con las bridas en la mano izquierda y unas espigas de trigo en la derecha. Que esté también Anfítrite sobre el carro. Consagrada y llevada como amuleto, da a su poseedor mucho amor y numerosos bienes. Preserva a aquel que la lleva de los peligros del mar y le asegura ganancias considerables en el comercio”. (Kerygma, 8)
“Envidia envidiosa, no hay nada que puedas hacer contra un alma que es pura e inmaculada.”
En el ámbito doméstico aparecen varios elementos apotropaicos. En fachadas y dinteles se pueden encontrar relieves con falos exentos, en atrios y otras estancias, mosaicos con la cabeza de Medusa, acompañada a veces con una inscripción advirtiendo contra la envidia, y pinturas con la imagen de Príapo con un miembro viril enorme y entre los enseres domésticos se encuentran las representaciones del falo, la cabeza de medusa, el ojo maligno siendo atacado, las serpientes, en lucernas, figurillas y otros objetos.
La implantación del cristianismo por todo el imperio romano trajo la condena de los hombres de la Iglesia a la envidia y un aviso de sus consecuencias a los fieles. Basilio de Cesarea en el siglo IV d.C. enumera los perniciosos aspectos de la envidia y del mal de ojo.
“Ningún sentimiento más dañino está implantado en el alma humana que la envidia… Como el óxido estropea el hierro, la envidia corroe el alma que habita. Incluso, consume el alma que la alumbra, como las víboras que dicen nacen comiendo el vientre que las concibió. Ahora bien, la envidia es el dolor causado por la prosperidad del vecino. Una persona con el poder de aojar siempre tiene causa para la pena y el abatimiento. Si la tienda de su vecino es fértil, si la casa de su vecino tiene abundancia de todos los productos de esta vida, si, él, su señor, disfruta de una continua amabilidad de corazón- todas estas cosas agravan la debilidad y se añaden al dolor de aojador… ¿Qué podía ser más fatal que esta enfermedad? Esto arruina nuestra vida, pervierte nuestra naturaleza, levanta el odio por el bien concedido por Dios, y nos sitúa en una relación hostil con él.” (Basilio de Cesarea, Homilía contra la Envidia)
Los pensadores y predicadores cristianos en la Antigüedad Tardía tuvieron una postura inicial de condena radical de la costumbre pagana del uso de los amuletos o talismanes (llamados phylakteria) argumentando que los amuletos, por tratarse de objetos de naturaleza demoniaca que no podían ser eficaces para alcanzar los objetivos deseados y, que, por el contrario, dañaban tanto al cuerpo como al alma. Sin embargo, la Iglesia siguió la política de sustituir o combinar los signos o textos de origen pagano que, a veces, acompañaban los amuletos, por otros textos o signos de carácter cristiano, llegando a aceptar y recomendar su uso a los fieles bajo una forma que podría denominarse cristiana, lo que implicó que el término “filacteria” terminase por designar los objetos que contenían las reliquias de santos, los relicarios, desde los años finales del siglo IV d.C.
“¿No ves a las mujeres y a los niños pequeños colgar en su cuello libritos conteniendo los evangelios como protección poderosa y llevarlos allí donde van?” (Juan Crisóstomo, Homilías, 19, 4, Sobre las estatuas)
El problema principal para combatir estas creencias radicaba en que eran compartidas por paganos, judíos y cristianos por lo que pronto se planteó la cuestión de cómo distinguir entre los amuletos cristianos o cristianizados y los de otro origen. Como las creencias en que se sustentaba el uso de amuletos estaban muy arraigadas, se optó por la sustitución de otros amuletos que pudiesen ser asumidos o interpretados como cristianos, como la cruz, el pez o el crismón.
El primero y el más utilizado fue la cruz. Fue Constantino el primero que dio una especie de carácter oficial a la cruz como amuleto o talismán al convertirla en el símbolo protector de todo el Imperio.
Es muy significativo de las transformaciones que se produjeron en la mente de algunos pensadores cristianos en lo referente a los amuletos, el caso de Juan Crisóstomo, pues, aunque condenaba el uso de textos evangélicos como phylakteria, defendió el uso de la cruz con tal fin, y dejó un antiguo testimonio de la rápida difusión de la costumbre de llevar colgados al cuello fragmentos de la Vera Cruz como reliquias protectoras:
“Después de recibir una astilla de este leño, tantas personas, tantos hombres y mujeres la encastran en oro y la cuelgan al cuello como ornamento” (Juan Crisóstomo, Contra los judíos, 9-10)
Otro testimonio del uso de la cruz como phylacterion es el proporcionado por Gregorio de Nisa hacia el año 380 en el elogio de su hermana Macrina. Cuando el obispo capadocio se dispuso a preparar el cuerpo de su hermana para la sepultura con la ayuda de su compañera Veciana, ésta le mostró una cruz de hierro y un anillo del mismo metal con una cruz grabada que Macrina había llevado siempre colgados de un cordón junto a su pecho como phylakteria. Ambos objetos llevados bajo la ropa suponen elementos de piedad y superstición al mismo tiempo. La mejor forma de protegerse contra el mal sería adoptar un objeto significativo de la religión practicada como amuleto.
“Veciana, arreglaba aquella santa cabeza con sus propias manos. Cuando pasó su mano por el cuello, dijo mirándome: `He aquí el adorno que pende en torno al cuello de la santa´. Y mientras decía esto, desatando el lazo por detrás, extendió la mano y me mostró una cruz de hierro y un anillo de la misma materia. Ambos, colgados de un ligero cordón, estaban siempre sobre el corazón.
Yo dije: `Que este bien nos sea común Coge tú la protección de la cruz; a mí me bastará el haber recibido en suerte el anillo´. También sobre el anillo estaba grabada una cruz. La mujer lo observó y me dijo de nuevo: `Has hecho la elección de este bien con buen sentido. El anillo está hueco en su engarce, y dentro está escondido un fragmento del árbol de la vida. Lo que está grabado en el exterior, con la propia figura, manifiesta lo que hay en el interior´.” (Gregorio de Nisa, Vida de Macrina, 30, 1-2)
Bibliografía
https://grbs.library.duke.edu/article/view/1251; Gemellus’ Evil Eyes (P.Mich. VI 423–424); Ari Z. Bryen and Andrzej Wypustek
http://rabida.uhu.es/dspace/handle/10272/6727; Envidia y fascinación: el mal de ojo en el Occidente romano; Antón Alvar Nuño
https://repositorio.unican.es/xmlui/handle/10902/13610; De ‘cuentos de viejas’ a objetos sagrados: la ‘cristianización’ del amuleto-phylakterion en la Iglesia antigua; Ramón Teja
http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:ETFSerie2-DBE3633E-E32C-71D5-7FED-636EF8B372DC&dsID=Documento.pdf; Clasificación funcional y formal de amuletos fálicos en Hispania; Javier del Hoyo y Ana María Vázquez Hoys
http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2008_04esp.pdf; Higa romana de Santomé; Xulio Rodríguez González
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https://www.academia.edu/14458866/Riesgo_pirático_y_amuletos_mágicos_en_el_Imperio_romano; Riesgo pirático y amuletos mágicos en el Imperio Romano; Antón Alvar Nuño
https://www.academia.edu/35456917/Superstición_magia_y_otras_creencias_en_el_arte_de_la_Hispania_romana; Superstición, magia y otras creencias en el arte de la Hispania romana; Laura Sanjuán del Olmo
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