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Detalle del mosaico de la Biblioteca de Alejandría, Museo Grecorromano de Alejandría, Egipto |
“¿Qué hombre anuncia la presencia de una fiera o de un ladrón con más distinción o con un grito tan alto, como lo hace este animal con su ladrido? ¿Qué siervo hay más amante de su amo? ¿Qué compañero más fiel? ¿Qué guarda más incorruptible? ¿Qué centinela más vigilante se puede encontrar? Finalmente, ¿qué vengador o defensor con más constancia?” (Columela, De Agricultura, VII, 12, 1)
Desde tiempos muy antiguos el perro ha acompañado al ser
humano cuando salía a cazar, cuando pastoreaba el ganado, y, además, protegía
su hogar y sus posesiones, proporcionando también compañía.
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Izda. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, foto Samuel López. Drcha. Museos Capitolinos, Roma |
Ya en tiempos de la antigua Grecia se tenía la idea del perro como un leal compañero del hombre como aparece en mitos e historias, como la de Argo, el perro de Odiseo (Ulises), él único que reconoce a su amo cuando este regresa a su hogar tras muchos años, vestido como un mendigo.
“Tal hablaban los dos entre sí cuando vieron un perroque se hallaba allí echado e irguió su cabeza y orejas:
era Argo, aquel perro de Ulises paciente que él mismo
allá en tiempos crio sin lograr disfrutarlo, pues tuvo
que partir para Troya sagrada. Los jóvenes luego
lo llevaban a cazas de cabras, cervatos y liebres,
mas ya entonces, ausente su dueño, yacía despreciado
sobre un cerro de estiércol de mulas y bueyes que había derramado ante el porche hasta tanto viniesen los siervos y abonasen con ello el extenso jardín. En tal guisa de miseria cuajado se hallaba el can Argo; con todo, bien a Ulises notó que hacia él se acercaba y, al punto, coleando dejó las orejas caer, mas no tuvo
fuerzas ya para alzarse y llegar a su amo. Éste al verlo
desvió su mirada, se enjugó una lágrima, hurtando
prestamente su rostro al porquero…” (Homero, Odisea, XVIII, 290)
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Ilustración de Chatterbox |
Tanto en Grecia como en Roma se
admiraba la capacidad de los perros para aprender, progresar, y reaccionar ante
diferentes situaciones con obediencia y disciplina.
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Mosaico del Museo de Susa, Túnez. Foto Ad Meskens |
Para los romanos el perro era un animal apreciado en el que se podía confiar y al que concedían virtudes consideradas exclusivamente humanas, como el espíritu de sacrificio, la generosidad y la capacidad de amar, en su caso, a su dueño de forma desmedida.
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Thermopolium, Regio V, Pompeya |
Algunos documentos reflejan episodios de fidelidad de los perros hacia sus amos de tal intensidad que están por encima del comportamiento humano y que sirven como ejemplos de virtud moral y modelos a seguir. Algunos muestran la lealtad a sus amos hasta después de su muerte.
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Perro de Volubilis, Museo Arqueológico de Rabat, Marruecos |
Los amos de los perros que mostraban tal fidelidad procuraban asegurar su bienestar y tenían la convicción de que los animales tenían el derecho moral a ser bien tratados durante su vida y ser cuidados en su vejez, cuando, en su caso, ya no podían trabajar; ser elogiados por el valor que ponían al llevar a cabo sus obligaciones y concederles el derecho a morir en paz y disponer de sus restos con dignidad.
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Detalle de mosaico, Casa del jabalí salvaje, Pompeya.Foto Aude Durand |
Desde el siglo I d.C., las clases más acomodadas comenzaron a tener en sus casas y villas perros que no sólo guardaban el hogar, sino que propiamente cumplían el papel de compañero. Eran animales pequeños, de suave pelaje, con cualidades y habilidades que sus amos apreciaban y agradecían, porque gracias a ellas les servían de compañía y entretenimiento.
“La talla de mi perrita es pequeña, pero asequible por eso, que podría sostenerla toda entera el hueco de la mano. A una voz del amo corre servicial y parlanchina,
saltando con ademanes que parecen humanos. Y su cuerpo lindo no tiene nada de monstruoso: a todos gusta cuando la ven con su cuerpo chiquito. Blanda es su comida y en blando colchón duerme; es enemiga muy enconada de ratones y de gatos. Supera sus miembros chiquitos con ladrido muy fiero, si la naturaleza lo permitiera, se le podría enseñar a hablar.” (Antología Latina, 358)
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Terracota de perro meliteo, Esmirna, Turquía. Museo Británico, Londres |
“[Régulo]
ahora llora al hijo perdido de una forma insensata. El muchacho poseía muchos
ponis de silla y de enganches, tenía también perros de todos los tamaños, tenía
ruiseñores, papagayos y mirlos; a todos los sacrificó Régulo delante de la pira
funeraria.” (Plinio, Epístolas, IV, 2, 3)
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Niña con cachorro. Museo Metropolitan, Nueva York |
El cariño desmedido que algunos amos demostraban por sus perros de compañía es criticado por algunos autores que ven en el exceso de mimo una demostración de la degradación moral en la que la sociedad romana de la época iba cayendo.
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Chesters Roman Fort. English Heritage |
El perro de compañía más apreciado en Roma, que ya lo había sido en el mundo griego, es el meliteo, de incierta procedencia, aunque se le supone de origen en Malta. Tenía pelo largo, cola tupida, orejas triangulares y puntiagudas, era de color blanco o claro y con un hocico similar al de los zorros. Servían como compañeros principalmente de niños y mujeres, pero también los hombres disfrutaban de su compañía. Era un perro al que se acostumbraba a dormir en el regazo de sus amos y solo los ricos podían permitirse tener uno.
Tesmópolis
le prometió que lo haría; se lo pedía con mucho interés y casi lloraba. La
situación era ridícula a más no poder; una perrita asomando un poquito por el
manto, justo a la altura de la barba, meándolo con frecuencia y -aun cuando
Tesmópolis no hubiera añadido este detalle ladrando con voz aguda -así son los
perros meliteos y lamiendo la barba del filósofo, sobre todo si entre los pelos
le habían quedado algunos residuos de sopa del día anterior.” (Luciano,
Sobre los que están a sueldo, 34)
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Perros meliteos. Izda, Museo Británico, Londres. Drcha. Museo Arqueólogico, Johns Hopkins University, Baltimore |
Los perros de compañía, utilizados como mascotas, eran los canes catelli (catella, perrita y catellus, perrito) y algunos amos eligieron a estos perros como compañeros y amigos, y parece que los quisieron de tal forma que les daban de comer de su propio plato, se echaban a dormir junto a ellos para que les dieran calor, y sintieron tan profundamente su muerte que les dedicaron lápidas funerarias, construyeron tumbas con la esperanza que pudieran acogerlos a ambos cuando cada uno de ellos muriera, y encargaron que se escribieran bellos epitafios que mostraran su afecto, describieran sus cualidades y mostraran su tristeza por la pérdida.
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Tumba del perro Stephanos, Museo de Antalya, Turquía. Foto Samuel López |
Epitafio de Stephanos
"Los que jugaban con él lo llamaban Stephanos. [Esta tumba] guarda al que la muerte se llevó de repente. Es la tumba del perro Stephanos que se fue y desapareció, Rhodope lloró por él y lo enterró como a un humano. Soy el perro Stephanos, y Rhodope me hizo esta tumba."
Muchos ciudadanos privados mandaban hacer retratos de sus animales de compañía a pintores y escultores o encargaban a poetas famosos escribir versos elogiando sus cualidades, como ya se ha visto, como último tributo. Aunque algunos autores criticaron esta práctica como un medio de alardear de su riqueza o status social por parte de los dedicantes, no hay duda que en la mayoría de casos un sincero afecto sería el verdadero motivo.
"Isa es más traviesa que el pájaro de Catulo,
Isa es más pura que el beso de una paloma,
Isa es más coqueta que cualquier muchacha,
Isa es más valiosa que las piedras de India,
Isa es la perrita, delicia de Publio.
Esta, cuando se queja, pensarás que habla;
puede sentir tristeza y alegría.
Se acuesta apoyada sobre su cuello y coge el sueño
sin que se note suspiro alguno;
y obligada por la necesidad del vientre,
nunca manchó la colcha con gota alguna,
sino que con su pata zalamera le despierta
y le avisa que la baje de la cama y le pide que la suba.
En la casta perrita hay un pudor tan grande
que no conoce a Venus; y no hemos encontrado
a un macho digno de una hembra tan tierna.
Para que la última luz no se la arrebate del todo,
Publio la tiene reproducida en un cuadro,
en el que verás a una Isa tan parecida,
que ni ella misma se parece tanto a sí misma.
Pon para terminar a Isa junto al cuadro:
o creerás que las dos son reales
o creerás que las dos son pintura." (Marcial, Epigramas, I, 109)
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Relieve con perro junto a su dueña en el lecho. Museo de Arte e Historia de Ginebra, Suiza |
Sin embargo, como en todas las
épocas en Roma los perros podían ser afortunados, cuidados y bien alimentados
por sus dueños, algunos mimados hasta la exageración, o bien podían ser tan
desgraciados como sus amos y alimentarse de las sobras y desperdicios que les
dejaban o tener que buscarse la vida y el sustento. Muchos de los perros que
deambulaban por las calles eran los compañeros de los vagabundos.
.“A los perros flojos, pelados por una sarna ancestral,
que se ponen a lamer el pico de un candil seco, se les dará el nombre de leopardo, tigre o león, o cualquier otra cosa que ruja más violentamente en la faz de la tierra.” (Juvenal, Sátiras, VIII, 35)
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Detalle de una copa ática del pintor Euergides, Museo Ashmolean, Oxford |
Los canes villatici eran los perros destinados a la custodia de casas, villas o talleres avisando si aparecían extraños. En las casas de los ricos romanos era habitual la presencia de un perro guardián atado con una cadena que ayudaba con su aspecto y ladridos a proteger el hogar de ladrones o merodeadores.
El escritor agrícola Columela destaca las características que debe tener un perro guardián de una casa o una villa y describe cómo ha de ser su constitución y su temperamento.
“El de la casería que se opone a los ataques de los hombres, si el ladrón viene de día claro, siendo negro, es más terrible a la vista: y si viene de noche, por la semejanza que tiene este color con la oscuridad, ni aun siquiera se ve, por lo cual cubierto como está con las tinieblas puede llegar con más seguridad al que está acechando. Es mejor un perro cuadrado que uno largo o corto, y que tenga la cabeza tan grande que parezca la parte mayor de su cuerpo, las orejas caídas y colgando, los ojos negros o zarcos que centelleen con una luz viva, el pecho ancho y bien poblado de pelo, las espaldas espaciosas, las piernas gruesas y peludas, la cola corta, los dedos y uñas de los pies muy grandes, […] Esta es la figura más recomendable en el perro de la casa. Pero su natural no debe ser ni muy sosegado, ni por el contrario feroz y cruel: porque en el primer caso gustaría al ladrón, y en el segundo podría atacar hasta a las gentes de la casa. Basta que sean severos y no cariñosos, de forma que alguna vez miren con ceño a los que conviven con ellos, y siempre se irriten con los de fuera.” (Columela, De Agricultura, VII, 12)
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Detalle de mosaico de una "mansio" en Fidenae, Roma |
El visitante de la casa podía encontrar a su llegada un mosaico con un perro y un letrero “Cave Canem” (Cuidado con el perro) para alertar de la presencia de un perro, que podía ser muy agresivo, encargado de vigilar la casa. Esta advertencia también serviría para tener alejados los malos espíritus, pues como en otras culturas los romanos también creían que el perro podía llegar a proteger de la muerte.
Mosaico de la entrada de la casa de Paquio Proculo, Pompeya. Foto Samuel López |
Los perros actuaban como guardianes de los templos consagrados a los dioses.
Mosaico en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Samuel López |
Entre los perros más apreciados por su ferocidad y mejor considerados por su capacidad para vigilar y mantener alejados a los extraños estaban los perros molosos, grandes y fuertes y de fiero aspecto.
“El más vehemente de los perros es el moloso, porque también los hombres de Molosia son de espíritu fogoso.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, III, 2)
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Perro moloso. Museo Británico, Londres |
Los canes pastorales eran los perros que se destinaban al cuidado y transporte de los ganados. Los defendían de los depredadores que acechaban por los caminos, campos y bosques.
“Sobre los cuadrúpedos, dice Ático, queda lo que atañe a los perros, cosa que nos concierne sobre todo a los que criamos ganado lanar, pues el perro es el guardián del ganado y de quien, siendo su compañero, lo necesita perros para defenderse. En esa clase están sobre todo las ovejas, después las cabras, pues suele cogerlas el lobo, al que e oponemos canes defensores.” (Varrón, De Agricultura, II, 9, 1)
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Estatuilla de bronce. Museo Metropolitan, Nueva York |
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Mosaico de Siria, Teece Museum of Classical Antiquites, Christchurch, Nueva Zelanda |
Varrón recomienda que haya un perro por cada pastor y la cantidad total debería depender de si en la región había muchas alimañas o del tamaño del ganado. También escribe que se les colocaba unos collares alrededor del cuello, unas correas de cuero duro forradas con pieles blandas para no dañar el cuello, pero que llevaban unos clavos para protección contra las fieras.
“Para que no sean heridos por las fieras, se les colocan esos collares que se llaman carlancas, esto es, una correa que rodea el cuello de cuero duro con clavos cabezudos que, con las cabezas hacia dentro, se forra con pieles blandas para que no se dañe el cuello con la dureza del hierro; porque si el lobo u otra alimaña resulta herido por estos clavos, se consigue también que estén a salvo los demás perros que no los llevan.” (Varrón, De Agricultura, II, 9, 15)
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Relieve romano. Walters Art Museum, Baltimore |
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Perro de bronce, St James´s Ancient Art |
Los perros que se dedicaban a la persecución de las presas debían ser veloces y eran los canes celeres, que se corresponden a los actuales lebreles, los cuales destacan por su excepcional capacidad de persecución y velocidad, generalmente siendo más altos que largos y exhibiendo una delgadez nervuda. Además, poseen una agudeza visual que supera la de la mayoría de las razas caninas, gracias a sus cráneos ovalados y cabezas alargadas.
Tales
son los perros que deberían adiestrarse para las largas carreras de las
gacelas, de los ciervos, y de la liebre veloz como el huracán.” (Opiano,
De la caza, I, 400)
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Detalle de mosaico, Villa romana del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
El más famoso perro de este tipo entre los romanos era el canis vertragus, de origen celta, que se destinaba a la caza menor, donde no se necesitaba ni fiereza ni corpulencia. Este perro se consideraba un símbolo de status social, ya que debía importarse desde tribus celtas, tan lejanas a veces como Irlanda, y por tanto solo los ricos podían poseer uno.
El perro Vertragus revolucionó la caza. Cazaba con la vista, en vez del olfato, y con él el cazador podía seguir la caza a caballo, en vez de correr a pie. Era tan rápido que se empleaba en la caza deportiva, deporte de origen celta para perseguir a la liebre sin matarla.
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Mosaico con escena de caza. Museo del Bardo, Túnez |
Arriano aconseja cómo comportarse con los perros una vez terminada la actividad cinegética para recompensarles por el trabajo bien hecho, llamándolos por su nombre y acariciándolos.
“Cuando
el galgo ha atrapado la liebre, o ha vencido en la carrera, deberías desmontar
de tu caballo, y acariciar a tu perro y felicitarle, besando su cabeza y
rascando sus orejas, y llamándole por su nombre: “Bien hecho, Cirras”, “Bien
hecho, Bonnas”, “Bravo, mi Horme”, citando cada perro por su nombre, porque al
igual que a los hombres de espíritu generoso, les gusta ser alabados, y si el
perro no está demasiado cansado, vendrá alegremente a agasajarte.” (Arriano,
De la caza, XVIII)
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Mosaico de lebreles, colección particular |
Los asirios y otros pueblos criaban perros de gran envergadura y fuerza para utilizarlos tanto en las batallas como en la caza de leones y de otras fieras. Eran perros con hocico fuerte y corto, cabeza inmensa, patas musculosas, cuerpo grande y pesado. También se utilizaban para proteger al ganado de los depredadores de gran tamaño y cuidar las propiedades.
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Detalle del mosaico de caza de la villa romana del Salar, Granada |
No hay evidencia exacta de que los romanos utilizaran los perros en los ataques durante sus batallas, aunque si parecen haber ayudado en labores de vigilancia como se ha visto anteriormente.
En Roma los canes pugnaces eran los perros que por su gran tamaño se utilizaban durante las partidas de caza mayor para enfrentarse con animales feroces como el jabalí, y entre ellos estarían los citados molosos, naturales de Épiro, que se extendieron por todo el Mediterráneo y zonas de Europa occidental gracias a los fenicios.
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Mosaico de caza. Museo del Bardo, Túnez |
Algunas fuentes citan a perros considerados pugnaces procedentes de las Islas Británicas.
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Relieve con enfrentamiento de perro y jabalí. Museo Romano-Germánico de Colonia, Alemania |
Algunos perros corrían en la arena del anfiteatro persiguiendo a las presas durante las sesiones que remedaban cacerías durante los juegos (venationes). Las fuentes parecen referirse, en general, más bien a la persecución de animales herbívoros, como ciervos o gamos.
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Mosaico de caza. Museo Condé, Castillo de Chantilly, Francia |
La civilización romana consagraba en los altares gran número de animales, de los cuales algunos eran perros. El perro fue utilizado como víctima propiciatoria en sacrificios dedicados a los dioses para pedir protección para las cosechas y en ritos para ayudar a la fertilidad.
Día 25
El Carnero. Sirio.
“Ese
día, volviendo yo de Nomento a Roma, me encontré con una multitud vestida de
blanco en medio del camino. Un flamen iba hacia el bosque del viejo Tizón
(Robigo) para ofrecer a las llamas las entrañas de un perro y las entrañas de
una oveja […] ¿Preguntas por qué se ofrece una víctima desacostumbrada en esta
ceremonia? (yo se lo había preguntado). Escucha la razón —dijo el flamen—. Hay
un perro, que llaman Icario, y cuando esta constelación se levanta, la tierra
se abrasa y se seca, y la mies madura más pronto. En lugar del perro estelar,
ponemos en el altar este perro, y nada excepto el nombre es la razón de su
muerte.” (Ovidio, Fastos, IV, 900-945)
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Camafeo con rostro del perro Sirio, Museo Metropolitan de Nueva York |
La constelación del Can Mayor, cuyo nombre fue dado por los griegos, se conoce fundamentalmente porque contiene la estrella Sirio, que es la estrella más brillante del cielo nocturno. En la mitología griega hay varias interpretaciones con explicación del origen de esta constelación. Una de ellas la relaciona con uno de los perros de caza de Orión y en otra con el perro Lélape, que, según el mito, fue un regalo de Zeus a Europa y siempre atrapaba a sus presas. Posteriormente el perro pasó a manos de Céfalo y este le ordenó cazar a la zorra teumesia, que era una zorra mitológica que no podía ser cazada. Esto dio lugar a una paradoja que fue resuelta por Zeus, quien decidió convertir a los dos animales en constelación.
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Constelaciones. Foto Stellarium |
La canícula (palabra en latín que significa perrita) estaba relacionada con la estrella Sirio, la más brillante en la noche, cuya salida por el horizonte coincidía antiguamente con la época más calurosa y seca en el hemisferio norte, ha quedado actualmente como referencia de los días más calurosos del año, que suelen darse en julio y agosto.
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Perro sótico o de Sothis. Museo Británico, Londres |
La figura de la diosa Hécate se acompañaba de perros que eran las almas de los muertos sin descanso y se creía que cuando era invocada, los ladridos o aullifos de los perros anunciaban su llegada.
“De repente, al filo del primer albor del sol, comienza a rebramar bajo sus pies la tierra y a remecer la cumbre de los montes su arboleda cimera. Y les parece avistar a las perras ululando a través de las sombras a medida que se acerca la diosa.” (Virgilio, La Eneida, VI, 255)
Existía la creencia entre los romanos que los aullidos de los perros podía ser el augurio de una muerte próxima, como sucedió en el caso de la muerte del emperador Maximino.
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Perros aullando. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Samuel López |
El supplicia canum era una procesión que se celebraba anualmente en Roma para recordar que los perros guardianes del Capitolio habían fracasado en su labor de dar la alarma con sus ladridos ante el ataque que los galos llevaron a cabo hacia el año 390 a.C. Se llevaban perros sujetos a unas horcas como castigo, mientras que los gansos, que fueron los que con sus gritos alertaron del ataque eran honrados. El propósito era evitar que pudiera pasar lo mismo de nuevo.
“Los perros son menos útiles que los gansos para ejercer la vigilancia, y esto lo descubrieron los romanos. En efecto, los celtas estaban en guerra con ellos, les hicieron retroceder con suma energía y estaban ya en la misma ciudad. Ya había caído en su poder toda Roma, excepto la colina del Capitolio, porque no les resultaba fácil escalarla, ya que todos los lugares que parecían accesibles a los atacantes mediante estratagema estaban preparados para la defensa.
Era el tiempo en que el cónsul Marco Manlio custodiaba la antedicha colina que se le había confiado […] Cuando los celtas se apercibieron de que la colina era inaccesible por todas partes, decidieron esperar a las altas horas de la noche y caer sobre los sitiados cuando estuvieran profundamente dormidos. Confiaban en que la colina les sería escalable por el lugar no vigilado y carente de protección, ya que los romanos suponían que los galos no atacarían por allí […] Los perros, ante la comida que les echaron, se callaron, pero los gansos —es propio de ellos gritar y hacer algarabía cuando se les echa algo para que coman—, con su clamor, hicieron levantar a Manlio y a la guardia que dormía con él. Por esto, los perros hoy en día siguen sufriendo la pena de muerte todos los años entre los romanos, en memoria de su antigua traición; en cambio, en días determinados, un ganso es honrado llevándolo con gran pompa en una litera.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, XII, 33)
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Museos Vaticanos |
Entre las creencias que se daban entre los romanos sobre las prácticas para curar enfermedades estaban las de recurrir a animales, en este caso los perros, especialmente los cachorros, que eran frotados por el cuerpo del enfermo para que la enfermedad pasase al animal, con el resultado del animal enfermando y probablemente muriendo.
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Cachorros mamando. Colección particular |
En el arte romano la figura del perro se convirtió en un motivo recurrente y se representó de muy diversas maneras en distintas obras artísticas, lo que indica la importancia de su participación en la vida y cultura de la sociedad romana. Aparece en joyas, cerámicas, pinturas, mosaicos y esculturas.
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Broche romano con perro atacando a un jabalí. Museo Metropolitan, Nueva YorK |
En pinturas y mosaicos suelen representarse los perros en su función protectores del ganado y cazadores. A veces su imagen tiene un valor simbólico, como en el caso de su aparición junto al príncipe troyano Paris, quien fue criado entre pastores, al ser rechazado por su familia real debido a una profecía. El perro significa que su dueño era pastor.
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Paris y Helena. Casa con escenas de Troya, Regio IX, Pompeya |
El perro como motivo iconográfico se encontraba en esculturas que decoraban peristilos y villas lujosas e incluso edificios públicos. El perro que parece ser el más representado, por los hallazgos encontrados, es el galgo (canis gallicus) por su estilizada figura y bondadosa apariencia, que aportaría una idea de serenidad y belleza a los lugares en el que la pieza se emplazaba. Es posible que la vinculación de estos canes con la actividad cinegética hiciera referencia a la afición a la caza de los dueños de las residencias en las que se encontraban.
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Pareja de galgos de una villa de Laurentum, Italia, que se cree pudo pertenecer a Antonino Pio |
El tema del perro lamiendo sus heridas se representa con frecuencia en este tipo de representación escultórica y una famosa obra descrita por Plinio y realizada por Lisipo en bronce dio origen a la repetición de dicho motivo, con diferentes posturas del animal, en copias romanas en mármol.
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Copia romana de un original en broce de Lisipo. Museo de escultura antigua Giovanni Barracco |
Bibliografía
Homines et canes: el vínculo entre el ser humano y el perro en la obra de Marcial y Juvenal, Cayetana Paso Rodríguez
Imaginarios animales. Perros y gatos en las sociedades antiguas de Occidente, Lidia Graciela Girola
Perros y collares en la antigua Roma, World History Encyclopedia
Dogs and Humans in Ancient Greece and Rome: Towards a Definition of Extended Appropriate Interaction, Cristiana Franco
Greek and Roman Household Pets, Francis D. Lazenby
The Place of the Dog in Superstition as Revealed in Latin Literature, Eli Edward Burriss
The Sentimental Education of the Roman Child: the Role of Pet-Keeping, Keith Bradley
Attitudes Toward Animals in Greco-Roman Antiquity, Liliane Bodson
Dogs in Ancient Warfare, E.S. Forster
Sculptures of dogs licking their wounds in Roman period. A proposal for interpretation, Ana Portillo
The Maltese Dog, J. Busuttil
Greek and Roman Household Pets, Francis D. Lazenby
The Dog in Roman Peasant Life, Kyle deSandes-Moyer
Supplicia canum, Wikipedia