domingo, 21 de marzo de 2021

Insula, vivir en un piso en la antigua Roma

 


La insula es el edificio de varias plantas que alberga viviendas para alquilar y que surge en Roma como consecuencia del aumento de población y escasez de terreno para construir. Su nombre proviene de cuando las antiguas chozas estaban separadas de las contiguas por un espacio, dedicado generalmente a huerto, que las dejaba aisladas unas de otras. Al aparecer los edificios de varios pisos estos mantuvieron el nombre de insulae e inicialmente estas construcciones debían de constar de dos plantas: la parte inferior estaría dedicada a la explotación del negocio familiar, y la superior, a la vivienda.

“Todo el terreno que tenían algunos particulares, si lo habían adquirido de forma justa, que lo siguieran conservando sus dueños; pero el que habían edificado algunos después de haberlo tomado por la fuerza o por robo, debían entregarlo al pueblo una vez que los nuevos dueños pagaran los costes que los árbitros decidiesen, y todo el terreno restante, que era público, el pueblo debía recibirlo sin pago y repartírselo. Explicaba también que esta medida resultaría ventajosa para la ciudad por muchas cosas, pero, sobre todo, porque los pobres ya no se sublevarían por el terreno público que poseían los patricios, pues ellos se contentarían con recibir una parte de la ciudad, ya que de la tierra no era posible porque los que se habían apropiado de ella eran muchos y poderosos. Cuando hubo expuesto tales argumentos, Cayo Claudio fue el único que se opuso mientras que la mayoría dio su consentimiento, y se decidió entregar ese lugar al pueblo. A continuación, en la asamblea por centurias convocada por los cónsules, estando presentes los pontífices, los augures y dos intendentes de sacrificios, hicieron los votos e imprecaciones habituales y la ley fue ratificada. Dicha ley está grabada en una estela de bronce que colocaron en el Aventino después de haberla llevado al templo de Diana. Cuando entró en vigor la ley, se reunieron los plebeyos, sortearon los terrenos y empezaron a construir, cada uno tomando una parcela tan grande como pudo. A veces, se reunían de dos en dos, de tres en tres e incluso más para construir una sola casa, y a unos les tocaba en suerte la parte de abajo y a otros, la de arriba. Así pues, aquel año se empleó en la construcción de casas.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, X, 32, 2)


Via de la Abundancia, Pompeya. Ilustración Jean-Claude Golvin

Desde el siglo III a.C. la ciudad empezó a crecer de forma desmesurada como consecuencia del abandono de tierras y escasez de alimentos provocados por las guerras que demandaban continuamente más hombres para combatir. Los campesinos emigraron a la ciudad buscando trabajo, pero allí no había suficiente terreno para proporcionar vivienda a todos los recién llegados, por lo que se empezaron a levantar edificios de varias plantas.

“En una ciudad tan grande y con tal multitud de ciudadanos fue preciso ofrecer innumerables viviendas, y como el suelo urbano es incapaz de acoger una muchedumbre tan numerosa, que pueda vivir en la ciudad, tal circunstancia obliga a dar una solución mediante edificios que se levanten en varios pisos. Así, con pilares de piedra y con estructura de mampostería se levantan varios pisos con numerosos entramados, que logran como resultado unas viviendas altas, de enorme utilidad. Por tanto, el pueblo romano adquiere viviendas magníficas sin ningún obstáculo, a partir de superponer unos pisos sobre otros.” (Vitrubio, De Arquitectura, II, 8, 17)

Debido al creciente aumento de población la altura de estos bloques de viviendas se elevó hasta llegar, en los últimos años de la República, a tener seis o siete plantas.

“César Augusto se preocupó, sin duda, de semejantes limitaciones de la ciudad, contra los incendios, organizando una milicia de libertos que debía prestar socorro y, contra las demoliciones, disminuyendo la altura de las nuevas construcciones mediante la prohibición de que ninguna edificación se elevara sobre la vía pública por encima de los setenta pies”. (20 metros). (Estrabón, Geografía, V, 3, 7)


Horrea Epagathania, Ostia. Ilustración Jean-Claude Golvin

Las insulae solían conocerse por el nombre de su propietario y en los sótanos o debajo de la escalera se excavaba una especie de cueva que se utilizaba como almacén o bodega. La planta inferior con acceso desde la calle estaba ocupada por las tiendas (tabernae) y cada vivienda dentro de la insula era un cenaculum.

“En este edificio deseo que la insula Sertoriana sea para mi hija. (Hay) seis cenacula, diez tabernae, y un almacén debajo de las escaleras. Que lo disfrute.(CIL 6.2979114)


Inscripción de la insula Sertoriana

Los apartamentos o cenacula que se ubicaban en los pisos más bajos eran normalmente más espaciosos y caros, pudiendo contener varias estancias, cocina y letrina, e incluso agua corriente. Los situados en los pisos más altos, además de tener la incomodidad de más tramo de escalera, carecían habitualmente de estas comodidades.

“Siempre que te encuentras conmigo, Luperco, me dices al punto: “¿Quieres que te envíe un propio, para que le entregues tu libro de epigramas, que te devolveré una vez leído?”. No es necesario que molestes a un esclavo. Está lejos, si quiere venir hasta El Peral, y además vivo en una tercera planta, pero alta.” (Marcial, Epigramas, I, 117)

 En muchos casos se habilitaba una sola habitación (cella) que podía ocupar el espacio destinado a una taberna que no se había alquilado como tal o una pequeña estancia justo debajo del tejado, la cual tenía apenas las condiciones mínimas de habitabilidad y en la que además el calor sería sofocante en verano, por lo que el precio estaría conforme con lo que muchos podrían permitirse.

“Dime, Gargiliano, ¿qué haces en Roma? ¿De dónde tienes tu modesta toga y el alquiler de tu oscuro cuchitril?” (Marcial, Epigramas, III, 30)


Cuarto militar, Arbeia, Reino Unido

Los apartamentos o cenacula se diseñaban en forma alargada siguiendo la línea de la fachada que obtenía la luz solar. Las estancias se desplegaban a lo largo de esta aprovechando la luz que entraba por las ventanas. En los extremos se ubicaban las estancias más grandes con sus propias ventanas, mientras que en la parte central se encontraría un corredor desde el que se accedería a las otras habitaciones más pequeñas y sin luz directa. En alguno de los pisos podía encontrarse un acceso desde este corredor a un balcón. 

“La gente del pueblo, debido a que en los combates cuerpo a cuerpo llevaban la peor parte, subieron apresuradamente a los pisos de arriba desde donde causaron problemas a los soldados disparándoles tejas, piedras y otros cacharros. Los soldados no se atrevieron a subir contra ellos por su desconocimiento de las casas, estando cerradas además las puertas de casas y talleres. Entonces prendieron fuego a todos los balcones de madera que encontraron, y había un buen número de ellos en la ciudad. Al estar los edificios muy apretados y por la gran cantidad de madera en contacto, el fuego se extendió fácilmente por la mayor parte de la ciudad, de suerte que muchos pasaron de ricos a pobres al perder grandes y hermosas propiedades, valiosas unas como fuente de beneficios, y otras por su artística construcción.” (Herodiano, Historia del Imperio Romano, VII, 12, 5)


Ilustración de Ítalo Gismondi


En la parte baja y común algunos edificios contaban con un jardín y patio con pozo. En caso de no haber un pozo los inquilinos deberían acudir a los pozos o fuentes repartidos por las calles para proveerse de agua.


Pintura de Ettore Forti

En Roma no todas las casas de alquiler estaban destinadas a la plebe urbana que vivía en condiciones miserables, también había una clase media de comerciantes y miembros del rango ecuestre, que no se podían permitir el lujo de poseer una casa (domus) propia, pero si ansiaba vivir con un mínimo confort, por lo que se empezaron a construir insulae más suntuosas, en las que a veces se pagaban unas rentas desorbitadas, como se ve en el caso de Sila, quien siendo joven, había residido en un cenáculo por el que pagaba 3000 sestercios.

“A lo último, cuando, apoderado ya de la república, quitaba a muchos la vida, un hombre de condición libertina, que se creía ocultaba a uno de los proscriptos, y que, por tanto, había de ser precipitado, insultó a Sila, diciéndole que por largo tiempo habían habitado en la misma casa en cuartos arrendados, llevando él mismo el de arriba en dos mil sestercios, y Sila el de abajo en tres mil; de manera que la diferencia de fortunas entre uno y otro era la que correspondía a mil sestercios, que venían a hacer doscientas cincuenta dracmas áticas. Estas son las noticias que nos han quedado de su primera fortuna.” (Plutarco, Vidas paralelas, Sila, 1)


Insula, Ilustración de Andrei Koribanics

Los residentes de estas insulae debían aguantar las incomodidades de vivir en una comunidad de vecinos con negocios en los bajos, además de soportar los ruidos habituales de una ciudad en movimiento. Así describe Séneca las molestias a las que se enfrenta en su residencia de Bayas:

“Vivo precisamente arriba de unos baños. Imagínate ahora toda clase de sonidos capaces de provocar la irritación en los oídos. Cuando los más fornidos atletas se ejercitan moviendo las manos con pesas de plomo, cuando se fatigan, o dan la impresión de fatigarse, escucho sus gemidos; cuantas veces exhalan el aliento contenido, oigo sus chiflidos y sus jadeantes respiraciones… Luego al vendedor de bebidas con sus matizados sones, al salchichero, al pastelero y a todos los vendedores ambulantes que en las tabernas pregonan su mercancía con una peculiar y característica modulación… Entre los ruidos que suenan en derredor mío, sin distraerme, cuento el de los carros que cruzan veloces por la calle, el de mi inquilino carpintero, el de mi vecino aserrador, o el de aquel que junto a la Meta Sudante ensaya sus trompetillas y sus flautas, y no canta, sino que grita. Me resulta aún más molesto el ruido que se interrumpe, de cuando en cuando, que el otro continuado.” (Séneca, Epístolas, 56)




Los edificios solían estar construidos de forma muy endeble con materiales muy baratos, aprovechando el espacio al máximo, sin tener apenas ninguna medida de seguridad.

“Quisiera que nunca se hubieran inventado las paredes de zarzos, pues cuantas más ventajas ofrecen por su rapidez y por permitir espacios más anchos, tanto más frecuentes y mayores son los problemas que plantean, pues son fácilmente inflamables, como teas de fuego. Parece más acertado gastarse un poco más y usar barro cocido, que estar en un peligro continuo, por el ahorro que suponen las paredes de zarzos.” (Vitrubio, De Arquitectura, II, 8, 20)

El paso del tiempo, la falta de mantenimiento y los malos materiales empleados ponían a las insulae en constante riesgo de derrumbamiento, que los propietarios y los intermediarios con los inquilinos intentaban arreglar con apuntalamientos o reparaciones imperfectas que ponían en peligro la vida de los arrendatarios.

“Nosotros habitamos una ciudad que se apoya en buena medida en frágiles pilares, pues con un pilar detiene el casero el derrumbamiento, y así que ha tapado la abertura de viejas rendijas nos invita a dormir despreocupados con la ruina encima.” (Juvenal, Sátiras, III, 195)

Ilustración Peter Connolly

Cuando en la casa se detectaban grietas se recurría a estas soluciones transitorias, pero fáciles y baratas que evitaba al propietario un enorme gasto al propietario, quien, no obstante, debía haberse ocupado más diligentemente del mantenimiento y reparación de su propiedad.

 “Grande cosa nos da el que apuntala nuestra casa cuando amenaza ruina, y el que repara con maravillosa arte el cenaculo que tenía arruinados los cimientos; y con todo eso se conciertan estos reparos por un sabido y ligero precio.” (Seneca, De los beneficios, 6, 15)

Existían normativas que limitaban el grosor de los muros con la idea de que los edificios no tuvieran una altura demasiado elevada, lo que, por otra parte, incrementaba el riesgo de derrumbe.

“El derecho público no permite construir paredes exteriores con un grosor que supere pie y medio. Las restantes paredes, con el fin de no acotar un espacio ya excesivamente estrecho, se levantarán con el mismo grosor. Pero las paredes de adobe, a no ser que tengan dos o tres hileras de adobe, con un ancho de pie y medio únicamente pueden soportar encima un piso.” (Vitrubio, De Arquitectura, II, 8, 17)


Ilustración Italo Gismondi


Otro peligro al que se enfrentaban los moradores de una insula era el de los incendios, muy frecuentes en este tipo de vivienda por el uso de braseros y hornillos portátiles, la falta de chimeneas que expulsaran el humo, el hacinamiento y los materiales empleados en la construcción que incluía el empleo de la tierra, adobe y tapial con gran cantidad de madera en su estructura.

 “Hay que vivir allí donde no hay incendio alguno, ni temor alguno durante la noche. Ya pide agua, ya traslada sus cachivaches Ucalegón, ya tienes el tercer piso echando humo.

 Tú ni te enteras, pues si el alboroto empieza en las escaleras de abajo, el último en arder será el que sólo las tejas resguardan de la lluvia, donde las tiernas palomas ponen sus huevos.” (Juvenal, Sátiras, III, 195-200)




Como estos incendios tenían consecuencias devastadoras ya que se destruían barrios enteros algunos emperadores tomaron medidas para atajarlos en el futuro y para paliar las consecuencias de los ya sufridos, que incluían los materiales a utilizar en las reconstrucciones, las restricciones en los números de pisos a levantar y precauciones en cuanto a la seguridad.

Tras el incendio del año 64 d.C. Nerón promovió la reconstrucción de la ciudad de Roma teniendo en cuenta no solo la reedificación de las casas, sino la reestructuración de calles y barrios.

 “Pero las casas abrasadas del fuego no se reedificaron sin distinción y acaso, como se hizo después del incendio de los galos; antes se midieron y partieron por nivel las calles, dejándolas anchas y desavahadas, tasando la altura que habían de tener los edificios, ensanchando el circuito de los barrios y añadiéndoles galerías o soportales que guardasen el frente de los aislados. Estas galerías los solares limpios y desembarazados, y, señaló premios, conforme a la calidad y hacienda, de los que edificaban, con tal que se acabasen las casas y los aislados dentro del término establecido por él. Mandó que las calcinadas y los despojos de aquellas ruinas se echasen en los estaños de Ostia, y que lo cargasen y llevasen allá los navíos que habían subido por el Tíber cargados de trigo. Ordenó también que en ciertas partes se hiciesen los edificios sin trabazón de vigas y otros enmaderamientos, rematándolos con bóvedas hechas de piedra de Gabi y de Alba, las cuales resisten valerosamente al fuego. Y para que el agua de las fuentes, mucha parte de la cual hasta allí se divertía en uso de particulares, pudiese abundar más en beneficio público, puso guardias para que pudiesen todos tener más a la mano la ocasión de reprimir el fuego en semejantes desgracias. Mandó también que cada casa se fabricase con paredes distintas y propias, y no en común con las del vecino. Todas estas cosas, hechas por el útil, ocasionaron también grande hermosura a la nueva ciudad; aunque creyeron muchos que la forma antigua era más sana, respecto a que la estructura de las calles y altura de los tejados servía de defensa contra los rayos del sol; donde ahora, el ser las calles tan anchas y descubiertas, y a esta causa privadas de sombra, ocasiona más ardientes calores.” (Tácito, Anales, XV, 43)




Los peligros no solo acuciaban a los alojados en los cenacula, sino también a los viandantes que pasaban por las estrechas calles y que se arriesgaban a ser golpeados por los objetos que caían, sobre todo, desde los pisos más altos por el fuerte impacto que podían tener sobre sus cabezas. Así, Juvenal se queja de ello, no sin congratularse por el hecho de que uno podría contentarse de que solo le cayese encima el agua sucia de una palangana o el contenido de un orinal.


“Considera ahora otros diferentes peligros de la noche:
la altura que alcanzan las elevadas casas, de donde un recipiente
te hiere en la cabeza cuantas veces caen de las ventanas jarrones
desconchados y partidos, y el enorme peso con que marcan
y hacen mella en el pavimento. Se te podría tener por negligente
y poco previsor de accidentes repentinos, si asistes a una cena
sin hacer testamento: los riesgos son tantos exactamente como
ventanas abiertas y en vela esa noche, cuando tú pasas bajo ellas.
Así que debes anhelar y llevar contigo el deseo miserable
de que se contenten con verter palanganas bien anchas.”
(Juvenal, Sátiras, III, 268)




A pesar de los riesgos la inversión en el mercado inmobiliario se consideraba lucrativa y muchos romanos con dinero veían las rentas provenientes de los alquileres como un negocio provechoso del cual se podía obtener grandes beneficios y vivir bien de ello.

 “Sus conocidos lo acompañábamos a casa agrupados a su alrededor, cuando, al subir el monte Cispio, vemos ardiendo una casa de alquiler de muchos pisos de altura y a punto ya de ser devorada por el vasto incendio. Entonces, uno de los acompañantes de Juliano comentó: “Son grandes las rentas que se obtienen de las fincas urbanas, pero los riesgos son, con mucho, mayores. Si existiera algún remedio para que las casas no ardieran con tanta frecuencia en Roma, ¡por Hércules! que vendería las fincas rústicas y compraría fincas urbanas”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, XV, 1, 2-3)


Domus urbana y al fondo insulae. Ilustración María Espejo

Un reducido grupo de aristócratas romanos se vieron convertidos en prósperos hombres de negocios y supieron ver que la inversión en casas de alquiler podía ser una manera rápida de obtener ganancias y constituir un medio de subsistencia seguro para su vejez. Cuando un propietario decidía construir un edificio de viviendas invertía en él un capital importante con la intención de obtener beneficios e intentaba sacar el máximo rendimiento posible. Por ejemplo, Cicerón contaba con las rentas de unos arrendamientos para financiar la estancia de unos ciudadanos en Atenas.

 “Quisiera que le propongas a Marco, aunque sólo si no te parece injusto, que acomode los gastos de esta estancia fuera a las rentas del Argileto y el Aventino, con las cuales se habría contentado fácilmente si permaneciera en Roma y tuviera una casa alquilada, como pensaba hacer; una vez se lo hayas propuesto, quisiera que tú personalmente organizaras el resto, es decir, el modo de que le proporcionemos cuanto necesite a partir de estas rentas. Yo responderé de que ni Bíbulo, ni Acidino, ni Mesala , que, según oigo, estarán en Atenas, hagan gastos superiores a lo que se reciba de estas rentas. Así pues, quisiera que veas primero quiénes son los arrendatarios y a cuánto; después que sean de los que paguen puntualmente; y también la cantidad suficiente de dinero para el traslado y para el equipaje.” (Cicerón, Cartas a Ático, XII, 32, 2)




Según el derecho civil romano no se podía separar la propiedad de lo edificado de la propiedad del suelo, por lo que no se podía vender cada cenaculum por separado, sino que debía venderse el edificio entero y el solar sobre el que se había construido.

 “Un edificio levantado en mi terreno, aunque el constructor lo haya hecho por su cuenta, me pertenece por ley natural; porque la propiedad de una estructura corresponde a la propiedad del terreno.” (Gayo, Instituciones, II, 73)

 Esto mismo dio lugar a una fuerte especulación, producida por la creciente necesidad de vivienda y el consiguiente aumento del precio de los alquileres, que no se veía frenada por la legislación existente y que provocó el enriquecimiento de algunos ciudadanos romanos notables. Por ejemplo, Cicerón apenas se entristece cuando dos tabernae de su propiedad se derrumban, porque ve que tras su reconstrucción podrá pedir una renta más alta.

“Y respecto a tu pregunta de por qué he hecho venir a Crisipo (arquitecto), se me han derrumbado dos tiendas y las demás tienen grietas; de forma que no sólo los arrendatarios sino incluso los ratones han emigrado. Los demás llaman a esto desastre; yo ni siquiera incomodidad. iOh Sócrates y seguidores de Sócrates, jamás os lo agradeceré lo suficiente! ¡Dioses inmortales, qué insignificantes me resultan esas cosas! Pero, no obstante, se ha iniciado, siguiendo por cierto el consejo y la iniciativa de Vestorio, un plan de reconstrucción tal que este daño resultará ventajoso.” (Cicerón, Cartas a Ático, XIV, 9)


Algunos lograron hacerse muy ricos con la especulación, como es el caso de Marco Licinio Craso quien supo aprovecharse de la desgracia de los que sufrían el incendio de sus viviendas, al hacer a los propietarios ofertas de comprar el edificio a un precio muy bajo para así poder construir sobre los restos un nuevo edificio empleando a sus propios esclavos. Un cuerpo de bomberos creado por él no actuaba hasta que la venta no se había cerrado. La rehabilitación del edificio siniestrado le permitía incrementar el precio del alquiler a los nuevos arrendatarios.

“Teniéndose por continuas y connaturales pestes de Roma los incendios y hundimientos por el peso y el apiñamiento de los edificios, compró esclavos arquitectos y maestros de obras, y luego que los tuvo, habiendo llegado a ser hasta quinientos, procuró hacerse con los edificios quemados y los contiguos a ellos, dándoselos los dueños, por el miedo y la incertidumbre de las cosas, en muy poco dinero, por cuyo medio la mayor parte de Roma vino a ser suya.” (Plutarco, Vidas paralelas, Craso, 2)


Negociando para apagar el fuego

Los precios solían subir en las calendas de Julio, fecha en la que empezaba la vigencia de los contratos de arrendamiento y aumentaba la demanda de vivienda. Sin embargo, la cotización de las viviendas que no se habían alquilado bajaba pasados esos días. Los inquilinos que no podían hacer frente a los pagos debían abandonar la casa y podían ver embargados sus bienes. Marcial se burla de un tal Vacerra que deja su casa con sus únicos y miserables propiedades tras ser embargado por no pagar el alquiler y al que aconseja buscarse un puente bajo el que alojarse.

“¡Oh vergüenza de las calendas de Julio! He visto, Vacerra, tus trastos, los he visto. Los que han quedado sin embargar por el alquiler de dos años los llevaba a cuestas tu mujer, una pelirroja con siete crenchas, y tu encanecida madre con la gorda de tu hermana… Creería uno que se mudaba la cuesta de Aricia. Iba un camastro de tres patas, una mesa de dos y, junto con una lucerna y una cratera de cornejo, un orinal roto goteaba por el lado recortado. A un brasero con cardenillo lo sostenía el cuello de un ánfora; que había tenido arenques o menas incomibles lo manifestaba el olor hediondo de una orza, como difícilmente llega a ser el tufo de una piscifactoría marina… ¿Por qué buscas casas de lujo y te ríes de los caseros, pudiendo, oh Vacerra, alojarte de balde? Esta pompa de tus trastos es la que corresponde a un puente.” (Marcial, Epigramas, XII, 32)


Londiniun. Ilustración Alan Sorrell

Los inquilinos que soportaban rentas abusivas por viviendas de tan mala calidad comenzaron a manifestar su descontento hacia los propietarios en la época de Cicerón lo que desembocó en la primera intervención estatal con respecto a los precios de los alquileres. El pretor Celio Rufo presentó un proyecto de ley que condonaba las deudas y eximía a los inquilinos del pago de sus alquileres, que logró aprobar. Pero el Senado, integrado por muchos propietarios envió al cónsul Servilio Isaúrico a restablecer el orden. Este propuso la destitución de Celio y lo expulsó del Senado. Al año siguiente, el tribuno Cornelio Dolabela hizo la misma propuesta provocando más disturbios. César retomó los proyectos de Celio y Dolabela introduciendo una modificación: la condonación de la deuda por alquileres se reducía a la renta de un año, pero únicamente se aplicaba a las viviendas cuya renta anual no superase los dos mil sestercios, en la ciudad de Roma, y los quinientos en el resto de Italia. Como la medida no fue satisfactoria para los inquilinos, las revueltas se reanudaron en el año 41 a. C.

“Oponiéndose a la ley el cónsul Servilio con los demás magistrados, y pudiendo él (Celio) conseguir menos de lo que pensaba, con el fin de ganar a la gente, suspendida la primera ley, promulgó otras dos: una, en que a los inquilinos se eximía de pagar los alquileres anuales de las casas; otra de rebaja de deudas nuevamente escrituradas; y acometiendo contra Cayo Trebonio con una pandilla de descontentos, después de haber herido a algunos, lo derribó a él del tribunal. Se quejó de este atentado el cónsul Servilio al Senado y el Senado privó a Celio de sus empleos por sentencia. En virtud de ella le prohibió el cónsul la entrada en el Senado, y queriendo él arengar al pueblo, le hizo bajar del tribunal.” (Julio César, Comentarios de la guerra civil, III, 21)




 Los propietarios también se sentían defraudados con esta ley porque veían sus ganancias reducidas y aducían que cobrar rentas era un negocio del que obtener el máximo beneficio, y que era lícito cobrar un precio abusivo, si se cumplía con la obligación de hacer las reparaciones necesarias en el edificio.

Y ¿Qué hay de habitar de balde en casa ajena? ¿Cómo es esto? Que yo compre, que edifique, que guarde, que guarde, que gaste mis caudales y que venga otro a disfrutarlo contra mi voluntad. ¿Qué diferencia hay entre quitar a uno lo que es suyo y dar a otro lo ajeno? ¿Y qué otro fin es el de estas nuevas leyes, sino que uno compre heredades con mi dinero, que las posea, y que yo me esté sin ello? (Cicerón, De los oficios, II, 23)


Insula. Ostia. Foto Samuel López


Bibliografía:


La casa romana, Pedro Ángel Fernández Vega; Ed. Akal
http://www.rehj.cl/index.php/rehj/article/viewArticle/361; EL NEGOCIO DE LAS RENTAS INMOBILIARIAS EN ROMA: LA EXPLOTACIÓN DE LA INSULA; ANA BELÉN ZAERA GARCÍA
Rome: A Sourcebook on the Ancient City; Fanny Dolansky and Stacie Raucci; Bloomsbury Academic
https://www.jstor.org/stable/299916?seq=1; The Rental Market in Early Imperial Rome; Bruce Woodward Frier
https://prism.ucalgary.ca/handle/11023/3680; Rental housing and urban property: The archaeological and social analysis of insulae in Roman Ostia from the 1st to the mid-4th century CE; Katherine Tipton
http://local.droit.ulg.ac.be/sa/rida/file/2003/van_den_berg.pdf; The plight of the poor urban tenant; Rena VAN DEN BERGH
https://nanopdf.com/download/marco-licinio-craso-y-la-necesidad-de-politicos-honrados_pdf; Marco Licinio Craso y la necesidad de políticos honrados; Javier Fernández Aguado

lunes, 1 de marzo de 2021

Therma publica, las termas en la antigua Roma (I)

 

Acuarela. Wellcome Images.

“El pórtico era elevado, con ancha escalinata, más plana que empinada, para comodidad de los usuarios. Al entrar, nos aguarda una sala pública de amplias dimensiones, espera adecuada para criados y acompañantes; a la izquierda están los salones de recreo, muy convenientes, por cierto, para un balneario, con reservados acogedores y rebosantes de luz; a continuación de éstos se encuentra una sala, desmesurada para el baño, pero necesaria para la recepción de los ricos; tras ésta, a ambos lados, hay vestuarios suficientes para desnudarse, y en el centro una sala de gran altura y enorme claridad, con tres piscinas de agua fría, revestida de mármol de Laconia, con dos estatuas de mármol blanco, de factura arcaica, una de la Salud, y la otra de Asclepio.


Pintura de Alma-Tadema

Al salir nos aguarda otra sala suavemente caldeada, para no encontrar bruscamente la caliente, oblonga y redondeada; sigue a la derecha una sala muy bien iluminada, agradablemente preparada para los masajes, que tiene a ambos lados puertas embellecidas con mármol frigio, para recibir a quienes llegan de la palestra. A continuación, se encuentra otra sala, la más bella de cuantas existen, confortabilísima para permanecer en ella, de pie o sentado, en extremo tranquilo para detenerse a reposar, muy adecuada para vagar por ella, resplandeciente también de mármol frigio en su techumbre. Luego nos aguarda el pasillo caliente, revestido de mármol númida, y la sala contigua es bellísima, llena de luz abundante, y diríase teñida de púrpura, dotada de tres baños calientes.


Pintura de William Holmes Sullivan

Tras el baño, no tienes por qué regresar por las mismas habitaciones, sino que pasas directamente a la sala fría a través de una estancia suavemente templada, todo ello bajo una gran iluminación y abundante entrada de luz solar. Además, la altura de cada habitación es la adecuada, la anchura guarda proporción con la longitud, y por doquier brota la gracia y el encanto de Afrodita. Para decirlo con el noble Píndaro, «iniciada la obra, hay que dotarla de un rostro fulgurante». Ello puede lograrse sobre todo gracias a la luz, el resplandor y los ventanales, pues Hipias, que era verdaderamente sabio, construyó la sala de baños fríos cara al Norte, mas sin prescindir tampoco de los aires del Mediodía; en cambio, las que requerían mucho calor las orientó al Sur, Este y Oeste.


En el frigidarium, pintura de Pedro Weingärtner

¿Para qué continuar hablándote de las palestras e instalaciones generales de guardarropas, con rápido e inmediato acceso a las salas de baño, por razones tanto utilitarias como de seguridad? (Luciano, Hipias)



La historia de los baños públicos en Grecia comenzó en el siglo VI a.C., con la práctica del entrenamiento físico. El baño tenía su importancia no sólo en el ámbito del ejercicio, sino también por su pretensión de mantener la armonía entre el cuerpo y la mente. Las primeras instalaciones estaban al aire libre, a la sombra de los olivos, cerca de la palestra (área de gimnasio) y la exedra (lugar de la enseñanza de la filosofía). Su formación se realizó a partir de pilones circulares y ensanchados, conocidos como loutrones –  en la sala de baños anexa al gimnasio –. Las mujeres se rociaban utilizando afusiones de agua, mientras que los gimnastas se lavaban, y luego limpiaban su cuerpo de la arena con la que se habían cubierto para retener gotas de sudor durante los ejercicios físicos. Utilizaban para esto un estrígil o estrigilo, pequeño instrumento de hierro o bronce, de hoja curva que permitía raspar el polvo o la arena que cubría el cuerpo de los atletas.

“Allí, en Olimpia, el gimnasta lleva un estrígil, tal vez por esta razón: el atleta, en la palestra, no puede evitar cubrirse de polvo y barro. Además, está expuesto al sol; con el fin de que no se estropee el estado de su piel, el estrígil recuerda al atleta no sólo que debe usar aceite sino untárselo tan copiosamente que haga falta rascarlo con él después de la unción.” (Filostrato, Gimnástico, 18)


Izda, Hidria griega, Museo de Bellas Artes de Boston. Drcha, estrígilo,
Museo Metropolitan de Nueva York

Estos pilones de características diversas (rectangulares, profundos) eran de uso individual a modo de bañeras. A medida que la práctica de los ejercicios gimnásticos evoluciona, se desarrollan las dependencias acuáticas. Algunos gimnasios fueron embellecidos con piscinas, provistas de asientos que facilitaban las inmersiones. Encima de las piletas estaban incrustados los nichos para depositar las prendas de vestir.

El pórtico doble constará de los siguientes elementos: en su parte central, un «efebeo» (sala de tertulia), para ejercitarse los jóvenes, cuya longitud será una tercera parte mayor que su anchura; en la parte derecha se instalará el «coriceo» (lugar de entrenamiento) y junto a él, el «conisterio» (sala donde los luchadores cubrían sus cuerpos con un polvo para que no resbalasen sus miembros desnudos), desde el conisterio hasta el rincón o ángulo del pórtico se instalará una sala de baños, de agua natural, que los griegos llaman loutron; en la parte izquierda del efebeo estará situado el «eleotesio» (estancia para masajes con aceite) y muy cerca de él, el baño de agua fría; desde este baño hasta la esquina del pórtico correrá un pasillo o acceso hacia el «propnigeo» (estancia que precede al baño caliente). Pasando dentro, frente al baño de agua fría se situará una sauna abovedada con doble longitud que anchura; en sus ángulos o esquinas por una parte estará el lacónico con la misma estructura que antes hemos descrito y, frente al lacónico, se ubicará la sala para lavarse con agua caliente. (Vitrubio, V, 11, 1-2)


Baños griegos de Cirene, Libia


Inicialmente entre los griegos los baños fríos estaban asociados a la práctica deportiva y al entrenamiento de los soldados, y los baños calientes tenían una pésima reputación salvo que fueran prescritos por los médicos, ya que eran susceptibles de afeminar y ablandar el cuerpo, mientras que el agua fría lo curtía y templaba el temperamento.

En las casas romanas, durante el invierno, se aprovechaba el calor de la cocina para bañarse en agua templada en una sala próxima que denominaron lauatrina, pero durante la república la concentración en Roma de grandes masas de población y la construcción de casas de alquiler de varios pisos (insulae) supuso que los inquilinos no pudieran disponer de sus propias lavatrina por el reducido tamaño de las viviendas, lo que propició la aparición de los baños públicos.

“El primer baño (el nombre balneum es griego), cuando se introdujo en la ciudad, se instaló con carácter público en un lugar tal que en él había dos edificios unidos para bañarse, uno donde se bañasen los hombres y el otro donde lo hiciesen las mujeres. Por la misma razón, en su casa cada uno dio la denominación de balneum a donde uno se baña y, dado que no existían dos, no acostumbraban a decir balnea (si bien es cierto que al baño los antiguos acostumbraban a denominarlo no balneum, sino lavatrina).” (Varrón, De la Lengua Latina, X, 68)


Mujer lavándose en un labrum.

Los romanos en un principio mostraron su gusto por los baños en aguas frescas, y porque, según las costumbres griegas, esto era un símbolo de salud, estimulaba el cuerpo y se hacía una muestra de virilidad y de austeridad moral. En el siglo I d.C., Séneca se zambullía el primer día del año en las gélidas aguas de Aqua Virgo (del acueducto de dicho nombre). Este evento lo recordaría con nostalgia un anciano Séneca en su obra “Cartas a Lucilio”,

“Yo, que era tan amante de los baños fríos, que en las calendas de enero saludaba el canal, que inauguraba el nuevo año no sólo leyendo, escribiendo, declamando alguna pieza, sino también zambulléndome en el Agua Virgen", primero trasladé mis reales junto al Tiber, luego a esta bañera que, cuando estoy más vigoroso y todo se realiza con buena ley, basta el sol para templarla: no me queda mucho ya para los baños calientes.” (Séneca, Epístolas, 83)

Para los romanos el baño implicaba los siguientes elementos básicos: sudar para expulsar los fluidos corporales nocivos; relajar el cuerpo en agua templada, frotarse para hacer eliminar la suciedad y fortalecer el cuerpo con agua fría. Por lo tanto, las instalaciones termales que se construyeron estaban destinadas a satisfacer cada una de estas necesidades.

Izda, Atrio de las termas de Herculano. Drcha, Ilustración de Jean-Claude Golvin

El primer gran complejo termal en la ciudad de Roma fue construido por Agripa, quien en el año 25 a.C. inauguró en el Campo de Marte un laconicum (estancia de baños de vapor) rodeado de pórticos y jardines, conocido como Nemus Agrippae. Con la finalización del acueducto Aqua Virgo en el año 19 a.C. se pudo acceder al suministro de agua limpia que animó a la ampliación de las termas de Agripa con la construcción de un frigidarium, un tepidarium y un caldarium.

“Después construyó los baños calientes a los que llamó Lacónico. Dio el nombre de Lacónico al gimnasio porque en aquel tiempo eran los lacedemonios los que más fama tenían de hacer deporte y frotarse con ungüentos”. (Dion Casio, Historia romana, LIII, 27)




La construcción de acueductos capaces de traer agua a las ciudades impulsó el surgimiento de complejos termales en ciudades, incluso pequeñas, para el disfrute de sus ciudadanos. Los promotores de dichos establecimientos buscaron las mejores ubicaciones y diseños con grandes ventanales en los que poder aprovechar el sol y la luz diurna para conseguir calentar las instalaciones más fácilmente.

“Lo primero que debe hacerse es seleccionar un lugar lo más cálido posible, es decir, un lugar opuesto al septentrión y al viento del norte. En la sala de los baños calientes y en la de los baños templados la luz debe entrar por el lado del poniente; si la naturaleza o situación del lugar no lo permite, en ese caso tomará la luz desde el mediodía, ya que el tiempo fijado para los baños va desde el mediodía hasta el atardecer.” (Vitrubio, De Arquitectura, V, 10)

Arriba, reconstrucción de caldarium de las termas de Trajano, Roma.
Abajo, Termas Taurinas, Civitavecchia

“Derrama el Titán su lumbre en nuestros baños y la cámara esplendorosa retiene dentro sus rayos. Que los aljibes de otros se calienten con llamas metidas debajo; estos podrán volverse cálidos, Febo, con las tuyas.” (Antología Latina, 129)

Pero ante la imposibilidad de calentar los baños solo con la luz solar se recurrió al calentamiento de las instalaciones mediante el hipocausto, de forma que en el exterior del edificio se construía un horno en el que se quemaba leña o carbón y los gases calientes derivados de la combustión se llevaban por canalizaciones situadas bajo el suelo hasta unas cámaras situadas bajo las estancias que se querían calentar. En las salas donde era necesario conseguir un calor más intenso, se utilizaba un tipo de calefacción vertical (concameratio), basada en la construcción de dobles paredes entre las que circulaba el aire caliente originado en el hypocaustum y evacuado, junto con gases y humos, a través de conductos que terminaban en chimeneas colocadas en las partes altas de los muros.

“Que no se equivoca debes creerlo por el caso de los habitantes de Bayas, cuyos balnearios se calientan sin fuego. Se introduce un soplo de aire ardiente, procedente de un lugar muy caliente; éste, al deslizarse por los tubos, calienta las paredes y los recipientes del balneario, al igual que sucedería si se pusiera debajo fuego; en fin, que en su recorrido toda el agua fría pasa a caliente y no toma sabor del sistema calefactor porque discurre encerrada.” (Séneca, Cuestiones Naturales, III, 24)




A pesar de los avances para crear un sistema de calefacción satisfactorio existían quejas por la falta de calor en las instalaciones. Se responsabilizaba a los balneatores o a los dueños de los baños del frío que los bañistas pasaban por la falta de madera con la que alimentar los hornos.

“¿Quién puso un muro rodeando el rio, bañero?
¿Quién tan falsamente hizo de esta fuente unos baños?
“Eolo, hijo de Hippotas, caro a los dioses inmortales,
Trajo los vientos aquí desde su hogar.
¿Y por qué están puestos estos dos tablones aquí para los pies?
No para dar calor, sino para enfriar.
Este es el lugar para tiritar y para congelarse.
Escribe ahí. Báñate aquí en agosto,
Porque el viento del norte sopla siempre dentro.”
(Antología Griega, IX, 617)

Por otro lado, también se protestaba por el extremo calor que hacía en las salas y baños calientes que podía provocar sofocos y riesgos para la salud.


No deberías llamar a este lugar baño, sino más bien
la pira funeraria que Aquiles encendió para Patroclo,
o la corona de Medea que la Furia prendió en la cámara nupcial de Glauca por Jason. Perdóname, bañero, por el amor de Dios, porque soy un hombre que escribe todos los hechos de los dioses y los hombres.
Pero si te propones quemarnos vivos, enciende una pira de leña, verdugo, y no una de piedra.”
(Antología Griega, XI, 411)




 Este tipo de establecimiento termal se inició con el propósito no solo de ejercitar el cuerpo para satisfacer los cánones de belleza, como sucedía en Grecia, y garantizar su salud y su higiene, sino sobre todo para dedicarse al placer y la diversión. Las duchas con agua fría típicas de los griegos se sustituyen por la inmersión en piletas de agua fría y caliente. Incluso la palestra acoge más los juegos dedicados al ocio que al entrenamiento deportivo.

“Ni el trinquete, ni el balón, ni la pelota rústica te preparan para el baño caliente, ni los golpes faltos de penetración de una simple espada de madera, ni abres arqueados tus brazos llenos de un ungüento viscoso, ni yendo de una parte a otra robas balones llenos de polvo, sino que solamente corres en las cercanías de las aguas de la Virgen o bien donde el toro arde en el amor sidonio. Jugar a los más variados juegos, para los que sirve cualquier espacio libre, pudiendo correr, es un género de pereza.” (Marcial, Epigramas, VII, 32)


Ilustracion de Los Viajes de Alix de Jacques Martin

Los emperadores romanos contribuyeron en gran medida al desarrollo de enormes complejos termales para uso público antes de la época del Bajo Imperio. Estos baños imperiales integraban espacios acuáticos y culturales que combinaban la higiene con intereses intelectuales y de ocio, ofreciendo a los usuarios instalaciones que contaban con salas de lectura, bibliotecas, auditóriums, espacios deportivos y santuarios religiosos.

“Con el objeto de no frustrar en ningún sentido la intimidad con que tú me acoges, que es gratísima, he utilizado principalmente los libros de la biblioteca Ulpia, que en mi época estaban en las termas de Diocleciano y los de la casa de Tiberio.” (Historia Augusta, Probo, 2)


Mitreo de Ostia, foto de Carole Raddato


Además, algunos de estos baños públicos tenían extensas áreas donde los ricos patrones romanos podían hablar de política, cerrar negocios o simplemente cotillear, con lo que estos establecimientos se convertían en lugares de socialización. Hacia el Bajo Imperio llegaron a convertirse en lugares propicios para incitar a la rebelión y conspirar contra el Estado. 

“Ordenó que todas las termas se cerraran antes de que se encendieran las lámparas, con el fin de que no se originara ninguna sedición nocturna.” (Historia Augusta, Tácito, 10)


Las termas de Caracalla, pintura de Virgilio Mattoni de la Fuente


Estos edificios grandiosos y costosos se construían para enfatizar la riqueza y naturaleza magnánima del emperador, quien deseaba atraerse el favor de las clases sociales cuyos miembros no podrían de otro modo disfrutar de unos baños tan lujosos, en los que se combinaban una arquitectura monumental, una decoración que incorporaba mármoles, mosaicos, pinturas y famosas obras de arte, además de una tecnología avanzada como el aprovechamiento del agua de los acueductos y el calentamiento por hipocausto.

Los Baños de Zeuxipo fueron unas magníficas termas situadas en el centro de Constantinopla, construidas sobre lo que probablemente fue un edificio anterior fundado por Septimio Severo a finales del s. II d.C. El emperador Constantino mandó completar la instalación y decorar los baños con variados mármoles y estatuas.

“Él terminó el baño público conocido como el Zeuxippon, y lo decoró con columnas y mármoles de muchos colores y estatuas de bronce. Él se había encontrado el baño inacabado; lo había empezado anteriormente el emperador Severo.”  (Juan Malalas, Crónica, XIII, 8)


Izda,  Laooconte y sus hijo procedente de las Termas de Trajano, Museos Vaticanos. Drcha, Toro Farnese procedente de las Termas de Caracalla, Palazzo Massimo, Museo Nacional Romano


Incluso baños que exteriormente no mostraban ninguna magnificencia arquitectónica podían tener una cuidada decoración interior con profusión de mosaicos y pinturas. Estos edificios más modestos que proliferaron durante los siglos II y III d. C. por todo el imperio pudieron pertenecer a particulares o asociaciones de individuos que compartían una misma actividad, como es el caso de los Baños de la Caza en Leptis Magna, que conserva pinturas sobre la caza de animales salvajes, lo que podría significar que los que acudían a dichos bañadores fueran cazadores.


"Mira estos baños que en su techo y estanques relucen, a los que dan no pequeño lustre el pintor y las aguas.
Pues los tejados relucientes presentan formas hermosas y suavemente van cayendo los chorros de agua clara.
Quien pretenda cosechar gozos de doble provecho
y sepa disfrutar de la vida que pasa, que aquí se bañe;
remozando aquí el cuerpo y aliviando el espíritu,
animará con las pinturas los ojos, con las aguas el cuerpo.”
(Antología Latina 119)


Exterior e interior de los baños de Los Cazadores, Libia

Entre las termas más reconocidas de la época romana se puede citar, además de las ya citadas de Agripa, las termas de Nerón, llamadas Alexandrinas, por la reforma llevada a cabo por Alejandro Severo, las termas de Tito, las termas de Trajano, las de Caracalla y las de Diocleciano, todas en Roma.

“Yo soy Urso -si es que creéis lo que os digo-, el primer togado que con bolas de cristal jugué con maña contra mis adversarios, celebrándolo todos con grandes griteríos en las termas de Trajano, y en las termas de Agripa y en las de Tito, y sobre todo en las de Nerón.” (Epigrama, epitafio. Poesía Epigráfica latina, 29)


Reconstrucción idealizada de las Termas de Diocleciano

Las instalaciones como las termas de Caracalla cultivaron un sentido de comunidad, prosperidad, y salud entre la gente común. Manteniendo un alto nivel de vida en la ciudad, los emperadores Severos esperaban mantener la población contenta y plácida, para minimizar el descontento político y asegurar la estabilidad de su régimen. Además las termas se convirtieron en un excelente medio para difundir la propaganda imperial, puesto que el tremendo ascenso de la arquitectura y la extravagancia de la decoración en las termas de Caracalla tenían la intención de recordar a los visitantes la fuerza y el poder de Roma y de los emperadores Severos.

“Entre las construcciones que dejó en Roma, hay que citar unas termas de gran magnificencia que llevan su nombre, cuya sala de forma de sandalia no puede imitarse por otra construcción similar a ella, según aseguran los arquitectos. En efecto, éstos dicen que está construida sobre una balaustrada de bronce o cobre a la que está confiado el peso de toda la bóveda y que posee unas proporciones tan gigantescas que los entendidos en mecánica dicen que es imposible construir una obra así.” (Historia Augusta, Caracalla, 9, 3-4)


Reconstrucción idealizada de las Termas de Caracalla

Al mismo tiempo que los emperadores impulsaban la construcción de grandes termas para aumentar su popularidad y satisfacer a los ciudadanos, si consideraban que los habitantes de alguna población habían sido desleales o se habían aliado con algún rival político o enemigo, decidían clausurar los baños y otros espectáculos como castigo.

“Luego Severo distribuyó un generoso donativo a sus soldados y emprendió la expedición contra Albino. Envió también unas tropas a sitiar Bizancio, donde se habían refugiado los generales de Níger y que todavía permanecía cerrada. Después la ciudad fue tomada por hambre y destruida por completo; privada de teatros y baños y de toda consideración y honor.” (Herodiano, Historia del imperio romano, III, 6, 9)


Termas de Evaux-les-bains, Francia. Ilustración de Jean-Claude Golvin

Fueron varios los emperadores que impulsaron la construcción de grandes complejos termales en distintas ciudades de las provincias romanas siguiendo un ambicioso programa de monumentalización urbana por todo el imperio desde el siglo I al III d.C. que imitaba el modelo de Roma y era además una forma más de fomentar la romanización de los nuevos territorios anexados al imperio.

“A mí me convencieron para aferrarme a Antioquía Daciano y la belleza con la que él dio lustre a la ciudad: los baños públicos ya terminados y los que están en construcción, el pórtico que tan largamente se extiende y que florece en su esplendor mientras ocupa una extensión tan grande en la ciudad como los hombros de Pélope en el cuerpo de Pélope.” (Libanio, Cartas, 441)

Las termas de Antonino en Cartago fueron las más grandes erigidas en África, pero mejor se conservan los baños de Adriano en Leptis Magna, Libia, levantados en época de Adriano y que fueron decorados con distintos tipos de mármoles y que fueron ampliados por Cómodo y Septimio Severo.


Frigidarium de las termas de Leptis Magna. Izda, ilustracion de Jean-Claude Golvin

La entrada en el recinto de las termas llevaba al bañista a un atrio donde sería recibido y probablemente debía hacer el pago. La primera sala del circuito termal era el vestuario o apodyterium, en donde los bañistas se despojaban de sus vestimentas y pertenencias personales, que dejaban en los nichos y que eran vigilados por los esclavos por el temor a que los ladrones las robasen.

Tracalión— ¿Sabes, Ampelisca?, también cuando se va uno a bañarse a las termas, aunque estés allí con todo el cuidado del mundo a la mira de tu ropa, así y todo, te la roban, porque no sabes a quién es al que tienes que observar; en cambio, el ratero sí que lo sabe, pero el que pretende custodiar sus cosas no tiene idea de quién es el ladrón. (Plauto, Rudens o La Maroma, 380)

Ahí se esperaba el turno para entrar en las zonas de agua caliente y la estancia podía tener una temperatura atemperada mediante un hipocausto o con sencillos braseros.


Izda, tepidarium de las termas del Foro, Pompeya. Pintura de Joseph Theodor Hansen

En caso de haber una palestra o gimnasio, el bañista, si así lo deseaba podía hacer algo de ejercicio físico con pesas, por ejemplo, combates de lucha para lo que se untaban con aceite y cera, aplicando una capa de polvos para no resbalarse, o dedicarse a juegos de pelota. Todo ello servía como calentamiento para poder apreciar mejor el calor de las termas.

“Vivo precisamente arriba de unos baños. Imagínate ahora toda clase de sonidos capaces de provocar la irritación en los oídos. Cuando los más fornidos atletas se ejercitan moviendo las manos con pesas de plomo, cuando se fatigan, o dan la impresión de fatigarse, escucho sus gemidos; cuantas veces exhalan el aliento contenido, oigo sus chiflidos y sus jadeantes respiraciones.” (Séneca, Epístolas, 56)



El siguiente paso era entrar en la sala templada o tepidarium, normalmente a una temperatura cerca de los 30º, para aclimatar el cuerpo. Las aguas templadas contribuían a relajar los músculos y articulaciones, mejorar la circulación sanguínea, la digestión y aumentar el apetito. En caso de no haber una sala dedicada exclusivamente a la unción de aceites perfumados se podía realizar en esta estancia.


Tepidarium, Termas de Pompeya. Drcha, pintura de Domenico Morelli

Después el bañista pasaba a una sala con una temperatura muy alta, denominada de manera general caldarium, que podía alcanzar hasta unos 55º, y estaba destinada a abrir los poros de la piel y provocar la sudoración. Era habitual la existencia en el caldarium de una piscina o bañera de agua caliente, a unos 40º, para la realización de baños de inmersión.


Caldarium de las termas de Pompeya. Foto de Samuel López

También podía haber otras dependencias para elegir, en función de los gustos, entre el calor seco del laconicum, o el calor húmedo del sudatio. El laconicum solía ser una sala circular con un techo cónico abovedado que se calentaba con fuegos bajo el pavimento y con tubos de aire caliente por las paredes, y se podía convertir en sudatio con piedras calentadas al fuego, que se traían al baño donde se ponían en una plataforma central sobre la que se vertía agua para crear vapor. A veces se podían añadir hojas de plantas aromáticas reconocidas por sus cualidades terapéuticas. Seguidamente llegaban a otra dependencia donde estaba el labrum, pila o bañera donde podían rociarse de agua fría.

La sala de los baños de vapor y la sala para sudar -saunas- quedarán contiguas a la sala de baño de agua templada; su anchura será igual que su altura hasta el borde inferior, donde descansa la bóveda. En medio de la bóveda, en su parte central, déjese una abertura de luz, de la que colgará un escudo de bronce, mediante unas cadenas; al subirlo o al bajarlo se irá ajustando la temperatura de la sala de baños de vapor. Conviene que la sala de baños de vapor sea circular con el fin de que, desde el centro, se difunda por igual la fuerza de las llamas y la del vapor, por toda la rotonda de la sala circular. (Vitruvio, De Arquitectura, V, 10, 5)


Sala de baños de vapor, según Vitrubio. Drcha, Villa Adriana, Italia. 

En los establecimientos más modestos habría únicamente una piscina de agua caliente y un labrum para refrescarse, como en las dependencias para mujeres de las termas Stabianas de Pompeya.


Caldarium y labrum, Termas Estabianas, Pompeya

Tras estas abluciones, algunos preferían volver al tepidarium – con la finalidad de hacer un descanso o una transición más suave y donde se limpiaba el sudor y las impurezas con el estrígil y se remataba el circuito en la sala fría (frigidarium) donde uno podía zambullirse, si no le incomodaba el agua fría, en una pileta con la finalidad de cerrar los poros abiertos con la sudoración, lo que protege al organismo de posibles enfriamientos; como alternativa era posible nadar en la piscina exterior o natatio.


Frigidarium, Termas de Pompeya

Algunas termas contaban con una sala destinada exclusivamente a dar masajes (destrictarium), a los bañistas que lo deseaban.

“C. Uulius, hijo de Cayo, y P. Aninius, hijo de Cayo, duoviros, contrataron la construcción de un laconicum y un destrictarium, y la restauración de los pórticos y la palestra, con el dinero, que, según la ley, deberían haber gastado en juegos y monumentos. Ellos vigilaron la obra y la aprobaron.” (Termas Estabianas, Pompeya, CIL X.829= ILS 5706)



Una explicación práctica a la popularidad de los baños en la antigüedad es la creencia de que eran buenos para la salud por lo que diferentes formas de tomar los baños se recomendaban para tratar ciertas dolencias en particular.

El baño como medida terapéutica seguía las recomendaciones de la escuela hipocrática, según la cual uno debía bañarse más frecuentemente en verano que en invierno, y que el agua fría hidrata y refresca el cuerpo, mientras que el agua salada del mar lo seca y calienta. No se recomendaba el baño en caso de fiebre alta o para los que sufrían de diarrea o estreñimiento.

El médico griego Asclepiades de Prusa, que ejerció en la época en que la expansión del baño romano se produjo, empleó un estricto programa de dieta, ejercicio y baños, incluyendo el agua fría en su régimen. Sus seguidores más célebres fueron Celso y Galeno, quienes expusieron diferentes formas de tomar los baños para tratar las dolencias de los pacientes, aunque ambos los recomendaban en combinación con la práctica de ejercicio físico, masaje y sudoración, actividades que constituyen el núcleo de la rutina romana del baño.




Galeno recomendaba primero para los que siente debilidad en alguno de sus extremidades el vapor del laconicum, luego el baño de agua templada y después el de agua fría para terminar con un masaje. Sin embargo, la recomendación de Celso es la siguiente:

“Primero debería sudar durante un rato en el tepidarium, bien tapado, y después uncirse con aceite allí mismo; tras ello debería pasar al caldarium y tras sudar un rato no sumergirse en el baño caliente, sino echarse desde la cabeza hasta los pies, primero agua caliente, luego templada, después fría, y más por la cabeza que por ninguna otra parte, tras lo cual debería recibir un masaje, secarse y untarse con aceite.” (Celsus, De Materia Medica, I, 4, 2)


Juego de estrígilos, patera y ungüentario

Los romanos acomodados eran acompañados durante este trayecto en las termas por sus esclavos que, o bien vigilaban la ropa en el apodyterium como ya se ha mencionado, o llevaban la lámpara de aceite, los ungüentos y las toallas, o bien se encargaban de ayudar a sus señores a salir de las piletas, también de abrirles paso hasta el labrum que estaba muy solicitado, o efectuar las frotaciones con el estrígil.

Se bañaba frecuentemente en público y mezclándose con todo el mundo. Por ello, se hizo célebre aquella broma de los baños: en una ocasión en que vio a un veterano al que había conocido en el ejército restregarse en la pared la espalda y el resto del cuerpo, le preguntó el motivo por el que se rascaba en el mármol y, cuando oyó que actuaba así porque no tenía esclavo, le regaló esclavos y dinero para que los mantuviera.  En cambio, otro día, cuando una multitud de ancianos se restregaban en la pared con el fin de provocar su generosidad, ordenó que los hicieran acudir ante él y que luego se rascaran los unos a los otros mutuamente. (Historia Augusta, Adriano, 17, 6-7)

Balneatrix y balneator, pinturas de Alma-Tadema

En Roma tanto los hombres como las mujeres tenían la oportunidad de ir a los baños. En época de la República los edificios termales constaban de dos edificios adyacentes para que tanto ellos como ellas pudiesen bañarse al mismo tiempo, pero de forma separada. Es posible que en caso de existir un solo edificio se establecieran turnos dedicados al baño por sexo.

"Debe procurarse que los baños calientes para mujeres y hombres estén juntos y situados con esta orientación, ya que así se logrará que los útiles de la casa de baños y el horno para calentar sean los mismos para ambos sexos." (Vitrubio, V, 10)

Desde la época imperial se impuso un modelo de instalación termal en el que había un único edificio donde se encontraban todas las estancias para el baño por lo que es posible que se establecieran diferentes horarios para que los hombres y las mujeres se bañaran separadamente en diferentes turnos. Algunos emperadores vieron la necesidad de emitir decretos prohibiendo el baño conjunto, pero parece que no se llegó a conseguir porque desde Adriano fueron varios los emperadores que lo intentaron y algunos otros los que se opusieron.

“Prohibió que se exhibieran baños mixtos en Roma, prohibición que ya había sido hecha realmente antes, pero que había levantado Heliogábalo.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 24)


Pintura de Fiodor Bronnikof

Las evidencias literarias demuestran que hombres y mujeres compartían el baño exponiendo sus cuerpos desnudos y critican la falta de pudor femenino y los escritores cristianos desde el siglo II d.C. hasta la caída del imperio dan testimonio que las mujeres seguían acudiendo a los baños junto a los hombres al tiempo que advierten sobre cuál debe ser el comportamiento cristiano a seguir.

“Ten la precaución de no lavarte en un baño donde estés junto con los hombres. Cuando haya, en una ciudad o en un pueblo, baños para las mujeres, tú, que eres una mujer fiel, no acudas a lavarte con los hombres. Porque si escondes tu rostro a los hombres que te son ajenos con un velo de pureza, ¿cómo podrás entrar en los baños con hombres que te son ajenos? Pero si no hay baño de mujeres y tienes necesidad de lavarte en el baño común de hombres y mujeres- algo fuera de lo que conviene a la pureza- lávate (al menos) con pudor, con modestia y con mesura. No lo hagas en cualquier momento, ni todos los días ni al mediodía, sino que debes tener muy presente el momento en que te lavarás. (Será) a la hora décima, porque es preciso que tú, mujer cristiana, evites, sea como fuere, el vano espectáculo que en los baños se ofrece a los ojos.” (Didascalia apostolorum, III, IX, 1-4)


Termas de Caracalla, pintura de Alma-Tadema

Las mujeres acudían a los baños para hacer algo de ejercicio, lavarse y recibir masajes, pero allí tenían también la oportunidad de encontrarse con alguna amiga, contar chismes y ponerse al día de las noticias producidas en su entorno social.

“De noche se encamina a los Baños, de noche ordena movilizar los frascos de ungüento y su logística; disfruta sudando en medio de un cisco de órdago. Cuando se le caen los brazos agotados por las macizas pesas, el hábil masajista presiona con sus dedos en el pubis y obliga a la parte alta del muslo de la señora a dar un quejido.” (Juvenal, Sátiras, VI)


En el frigidarium, pintura de Alma-Tadema


Leer también: Balneum, el baño de la domus en la antigua Roma


Bibliografía

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4298462; LAS TERMAS ROMANAS, ESTABLECIMIENTOS PRECURSORES DE LOS ACTUALES CENTROS ACUÁTICOS DE OCIO; Concepción E. Tuero del Prado
https://www.ajaonline.org/article/3817; Building the Thermae Agrippae: Private Life, Public Space, and the Politics of Bathing in Early Imperial Rome; Anne Hrychuk Kontokosta
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https://orca.cf.ac.uk/53876/1/2013zytkamjphd.pdf; Baths and Bathing in Late Antiquity; Michal Zytka
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La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio, Jerôme Carcopino
Bathing in Public in the Roman World; Garrett G. Fagan; Google Books