Destrucción de Pompeya y Herculano, pintura de John Martin |
El día 24 de agosto del año 79 d.C. tuvo lugar la erupción más intensa del Vesubio causando la expulsión de una gran nube de gases, piedras, roca fundida y cenizas y alcanzando la lava una velocidad de unos 100 kilómetros por hora aproximadamente. Alrededor del volcán se asentaban varias poblaciones que aprovechaban la fertilidad del terreno y eran destino vacacional de muchos ciudadanos romanos, entre ellas, Pompeya, Herculano, Estabia y Oplontis. De la zona habló Estrabón indicando la riqueza de la tierra, excepto la cima del monte que daba muestras de anteriores erupciones.
Vesuvius, ilustración de Jean-Claude Golvin |
La erupción ocurrió en dos fases, en la primera el Vesubio expulsó una gigantesca columna de gas, ceniza y roca a la atmósfera. Piedra pómez cayó sobre las ciudades que rodeaban el volcán hiriendo a las personas que se encontraban en las calles y bloqueando puertas y caminos. Las rocas se amontonaron hasta llegar a una altura de dos metros y medio y su peso provocó el hundimiento de tejados atrapando a los habitantes en sus casas y negocios. Esta fase, llamada pliniana, duró un día entero.
La segunda fase, más destructiva incluso, se caracterizó por el flujo piroclástico, que consiste en una rapidísima corriente de gas y cenizas volcánicas avanzando por la ladera del volcán. Algunos gases que alcanzaron Pompeya y las otras poblaciones eran tóxicos y pudieron asfixiar a muchos residentes que no pudieron o no quisieron evacuar las ciudades durante la primera fase, aunque la mayoría probablemente murieron por las altas temperaturas alcanzadas. Las ciudades alrededor del volcán quedaron arrasadas y enterradas durante siglos.
Con un trueno terrible se desgarró la cima del monte. Una columna de humo, abriéndose como la copa de un gigantesco pino, se desplegó en la bóveda del cielo, y entre el fragor de truenos y relámpagos, cayó una lluvia de piedras y ceniza que oscureció la luz del sol. Los pájaros caían muertos del aire, las personas se refugiaban dando gritos, los animales se escondían. Las calles se veían inundadas por torrentes de agua, y no se sabía si tales cataratas caían del cielo o brotaban de la tierra.
Aquellas ciudades de reposo estival quedaron sepultadas en las primeras horas de actividad de un esplendoroso día de sol. De dos maneras les amenazaba el trágico final. Un alud de fango, mezcla de ceniza con lluvia y lava, caía sobre Herculano, inundaba sus calles y callejas, aumentaba, cubría los tejados, entraba por puertas y ventanas y anegaba la ciudad toda, como el agua empapa una esponja, envolviéndola con todo lo que en ella no se había puesto a salvo en huida rapidísima, casi milagrosa.
No sucedió así en Pompeya. Allí no cayó ese turbión de fango contra el cual no quedaba más salvación que la huida, sino que empezó el fenómeno con una fina lluvia de ceniza que uno podía sacudirse de encima, luego cayeron los lapilli, como si fuese pedrisco, y después cayeron trozos de piedra pómez de muchos kilogramos de peso. Lenta y fatalmente se manifestó la temible envergadura del peligro. Pero entonces era ya demasiado tarde. Pronto quedó la ciudad envuelta en vapores de azufre que penetraban por las rendijas y hendiduras y se filtraban por las telas que las personas, al respirar cada vez con más dificultad, se ponían para cubrirse el rostro. Y corriendo, huían al exterior para lograr así la libertad de respirar el aire; pero las piedras les daban con tanta frecuencia en la cabeza, que retrocedían, aterrorizados.
Ilustración de Greg Ruhl |
Apenas se habían refugiado de nuevo en sus casas, se derrumbaban los techos, dejándolos sepultados. Algunos, durante breve tiempo, conservaron la vida. Bajo los pilares de las escalinatas y las arcadas se quedaba acurrucados durante unos angustiosos minutos. Luego, volvían los vapores de azufre que los asfixiaban.
Al cabo de cuarenta y ocho horas el sol salió de nuevo. Pero ya Pompeya y Herculano habían dejado de existir. En un radio de dieciocho kilómetros, el paisaje quedó asolado. Y los campos antes fértiles, totalmente arrasados. Las partículas de ceniza se habían extendido hasta el norte de África, Siria y Egipto.
Del Vesubio sólo ascendía una débil columna de humo y de nuevo el cielo se tornaba azul." (Dioses, tumbas y sabios, C. W. Ceram)
El único testimonio que se conserva del acontecimiento es de Plinio el Joven, quien vivió la tragedia en persona y describió en dos cartas al historiador Tácito la muerte de su tío, Plinio el Viejo, mientras observaba el acontecimiento, y su propia experiencia durante su estancia en Miseno.
Erupción del Vesubio y muerte de Plinio el Viejo.
“El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño. Él había tomado su acostumbrado baño de sol, había tomado luego un baño de agua marina, había comido algo tumbado y en aquellos momentos estaba estudiando; pide el calzado, sube a un lugar desde el que podía contemplarse mejor aquel prodigio. La nube surgía sin que los que miraban desde lejos no pudieran averiguar con seguridad de que monte (luego se supo que había sido el Vesubio), mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro árbol. Pues tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol larguísimo, se abría como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de esta había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra o cenizas que transportaba…. Se dirige rápidamente al lugar del que todos los demás huyen despavoridos, mantiene el rumbo en línea recta, el timón directo hacia el peligro, hasta tal punto libre de temor que dictaba o él mismo anotaba todos los cambios, todas las formas de aquel desastre, tal como las había captado con los ojos. Ya las cenizas caían sobre los navíos, más compactas y ardientes, a medida que se acercaban; incluso ya caían piedra pómez y rocas ennegrecidas, quemadas y rotas por el fuego; ya un bajo fondo se había formado repentinamente y los desprendimientos de los montes dificultaban grandemente el acceso a la playa…. Luego se retiró a descansar y ciertamente durmió sin la menor sombra de duda, pues su respiración, que a causa de su corpulencia era más bien sonora y grave, podía ser escuchada por las personas que iban y venían delante de su puerta. Pero el patio desde el que se accedía a su habitación, repleto de cenizas y piedra pómez de tal manera había subido de nivel que, si hubiese permanecido más tiempo en el dormitorio, ya no habría podido salir…. Luego que fue despertado, salió fuera y se reúne con Pomponiano y los demás que habían pasado toda la noche en vela. Deliberan en común si deben permanecer bajo techo o salir al exterior, pues los frecuentes y fuertes temblores de tierra hacían temblar los edificios y, como si fuesen removidos de sus cimientos, parecía que se inclinaban ya hacia un lado, ya hacia el otro. Al aire libre, por el contrario, el temor era la caída de fragmentos de piedra pómez, aunque estos fuesen ligeros y porosos, pero la comparación de los peligros les llevó a elegir esta segunda posibilidad….
Erupción del Vesubio y muerte de Plinio el Viejo.
“El 24 de agosto, como a la séptima hora, mi madre le hace notar que ha aparecido en el cielo una nube extraña por su aspecto y tamaño. Él había tomado su acostumbrado baño de sol, había tomado luego un baño de agua marina, había comido algo tumbado y en aquellos momentos estaba estudiando; pide el calzado, sube a un lugar desde el que podía contemplarse mejor aquel prodigio. La nube surgía sin que los que miraban desde lejos no pudieran averiguar con seguridad de que monte (luego se supo que había sido el Vesubio), mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro árbol. Pues tras alzarse a gran altura como si fuese el tronco de un árbol larguísimo, se abría como en ramas; yo imagino que esto era porque había sido lanzada hacia arriba por la primera erupción; luego, cuando la fuerza de esta había decaído, debilitada o incluso vencida por su propio peso se disipaba a lo ancho, a veces de un color blanco, otras sucio y manchado a causa de la tierra o cenizas que transportaba…. Se dirige rápidamente al lugar del que todos los demás huyen despavoridos, mantiene el rumbo en línea recta, el timón directo hacia el peligro, hasta tal punto libre de temor que dictaba o él mismo anotaba todos los cambios, todas las formas de aquel desastre, tal como las había captado con los ojos. Ya las cenizas caían sobre los navíos, más compactas y ardientes, a medida que se acercaban; incluso ya caían piedra pómez y rocas ennegrecidas, quemadas y rotas por el fuego; ya un bajo fondo se había formado repentinamente y los desprendimientos de los montes dificultaban grandemente el acceso a la playa…. Luego se retiró a descansar y ciertamente durmió sin la menor sombra de duda, pues su respiración, que a causa de su corpulencia era más bien sonora y grave, podía ser escuchada por las personas que iban y venían delante de su puerta. Pero el patio desde el que se accedía a su habitación, repleto de cenizas y piedra pómez de tal manera había subido de nivel que, si hubiese permanecido más tiempo en el dormitorio, ya no habría podido salir…. Luego que fue despertado, salió fuera y se reúne con Pomponiano y los demás que habían pasado toda la noche en vela. Deliberan en común si deben permanecer bajo techo o salir al exterior, pues los frecuentes y fuertes temblores de tierra hacían temblar los edificios y, como si fuesen removidos de sus cimientos, parecía que se inclinaban ya hacia un lado, ya hacia el otro. Al aire libre, por el contrario, el temor era la caída de fragmentos de piedra pómez, aunque estos fuesen ligeros y porosos, pero la comparación de los peligros les llevó a elegir esta segunda posibilidad….
Ilustración de Peter V. Bianchi, National Geographic |
Mi tío decidió bajar hasta la playa y ver sobre el lugar si era posible una salida por mar, pero este permanecía todavía violento y peligroso. Allí, recostándose sobre un lienzo extendido sobre el terreno, mi tío pidió repetidamente agua fría para beber. Luego, las llamas y el olor del azufre, anuncio de que el fuego se aproximaba, ponen en fuga a sus compañeros, a él en cambio le animan a seguir. Apoyándose en dos jóvenes esclavos pudo ponerse en pie, pero al punto se desplomó, porque, como yo supongo, la densa humareda le impidió respirar y le cerró la laringe, que tenía de nacimiento delicada y estrecha y que con frecuencia se le inflamaba. Cuando volvió el día (que era el tercero a contar desde el último que él había visto), su cuerpo fue encontrado intacto, en perfecto estado y cubierto con la vestimenta que llevaba: el aspecto de su cuerpo más parecía el de una persona descansando que el de un difunto.” (Plinio el Joven, Epístolas, VI, 16)
Plinio el Joven relata su vivencia durante la erupción del Vesuvio y su puesta a salvo.
“Había habido primero durante muchos días un temblor de tierra, que no causa un especial temor pues es frecuente en Campania; pero ciertamente aquella noche fue tan violento que se creería no que todo temblaba, sino que se daba la vuelta. Mi madre se precipitó en mi dormitorio, yo a mi vez ya me estaba levantando con la intención de despertarla, si estaba durmiendo. Nos sentamos en el patio de la casa, reducido espacio que separaba el mar de los edificios de la finca. Tengo dudas de si debo calificar mi comportamiento de firmeza de ánimo o de estupidez (iba a cumplir dieciocho años): pido un libro de Tito Livio, y me pongo a leerlo, como si no tuviese otra cosa mejor que hacer, e incluso continúo haciendo extractos, tal como había empezado. He aquí que llega a casa un amigo de mi tío materno que había venido hacia poco de Hispania para verle, y cuando nos ve a mi madre y a mi sentados, y a mí además leyendo un libro, nos reprende a ambos, a mí por mi indolencia y a ella por permitirla.
“Había habido primero durante muchos días un temblor de tierra, que no causa un especial temor pues es frecuente en Campania; pero ciertamente aquella noche fue tan violento que se creería no que todo temblaba, sino que se daba la vuelta. Mi madre se precipitó en mi dormitorio, yo a mi vez ya me estaba levantando con la intención de despertarla, si estaba durmiendo. Nos sentamos en el patio de la casa, reducido espacio que separaba el mar de los edificios de la finca. Tengo dudas de si debo calificar mi comportamiento de firmeza de ánimo o de estupidez (iba a cumplir dieciocho años): pido un libro de Tito Livio, y me pongo a leerlo, como si no tuviese otra cosa mejor que hacer, e incluso continúo haciendo extractos, tal como había empezado. He aquí que llega a casa un amigo de mi tío materno que había venido hacia poco de Hispania para verle, y cuando nos ve a mi madre y a mi sentados, y a mí además leyendo un libro, nos reprende a ambos, a mí por mi indolencia y a ella por permitirla.
Plinio el Joven y su madre en Miseno, pintura de Angelica Kauffman |
No por ello sigo menos absorto en mi lectura. Ya había amanecido, pero la luz era todavía incierta y tenue. Ya los edificios de los alrededores amenazaban ruina y, aunque nos encontrábamos en un espacio abierto, pero estrecho, el miedo de un derrumbamiento era cierto y grande. Solo entonces nos pareció oportuno abandonar la ciudad; nos sigue una muchedumbre atemorizada, que, prefiriendo seguir el consejo ajeno que el propio (comportamiento que en el temor se asemeja a la prudencia), con su densa columna nos presiona y empuja en nuestra marcha.
Una vez que dejamos atrás nuestras casas, nos detuvimos. Entonces vivimos muchas experiencias extraordinarias, muchos temores. Pues los vehículos que habíamos mandado llevar con nosotros, aunque el campo era completamente llano, empezaron a moverse en direcciones opuestas, y ni siquiera calzados con piedras permanecían quietos sobre el mismo sitio. Además, veíamos que el mar se retiraba sobre sí mismo y se replegaba como empujado por los temblores de la tierra. Desde luego, la costa había avanzado y gran cantidad de animales marinos se encontraban varados sobre las arenas secas. Por el lado opuesto una nube negra y espantosa, desgarrada por ardientes vapores que se retorcían centelleantes, se abría en largas lenguas de fuego, semejantes a los relámpagos, pero de mayor tamaño…. Entonces mi madre empezó a rogarme, a suplicarme, a ordenarme que huyese del modo que fuese; diciéndome que un hombre joven podía hacerlo, pero que ella, entorpecida por la edad y su exceso de peso, no podía, y que moriría en paz, si no había sido la causa de mi muerte. Y le respondí que no me pondría a salvo, a no ser con ella; después, asiéndola de la mano, la obligo a acelerar el paso. Me obedece con dificultad, y se reprocha ser la causa de mi demora. Ya caía ceniza, pero todavía escasa. Volví la vista atrás: una densa nube negra se cernía sobre nosotros por la espalda, y nos seguía a la manera de un torrente que se esparcía sobre la tierra. «Salgamos del camino», le dije, «mientras podamos ver, para no ser derribados al suelo y pisoteados en la oscuridad por la muchedumbre que nos sigue». Apenas nos habíamos sentado un poco para descansar, cuando se hizo de noche, pero no como una noche nublada y sin luna, sino como la de una habitación cerrada en la que se hubiese apagado la lámpara… De pronto se produjo una tenue claridad, que nos pareció no el anuncio de la llegada del día, sino de la aproximación del fuego. Pero las llamas se habían detenido algo más lejos; luego las tinieblas vinieron de nuevo, las cenizas cayeron de nuevo, esta vez abundantes y densas. Poniéndonos de pie repetidamente la sacudíamos de nuestra ropa; de otro modo hubiésemos quedado enterrados e incluso aplastados por el peso…. Finalmente, aquella oscuridad se desvaneció y se dispersó a la manera de humo o de una nube; después se vio la luz del día, un día verdadero; el sol también brilló, amarillento, sin embargo, como suele brillar en los eclipses. Recorríamos con ojos todavía aterrorizados todos los objetos cambiados y sepultados en una profunda capa de ceniza como si se tratase de nieve. Regresamos a Miseno y luego de haber recuperado nuestras fuerzas lo mejor que pudimos, pasamos la noche en tensión, suspensos entre el temor y la esperanza. Se imponía el temor, pues los temblores de tierra continuaban, y muchos, que habían perdido la razón, con sus tétricos vaticinios convertían en objeto de burla las desgracias ajenas y las suyas propias. Nosotros, sin embargo, ni siquiera entonces, aunque hubiésemos sufrido los peligros y todavía esperásemos otros, no teníamos la intención de partir, hasta que no tuviésemos noticias de mi tío.” (Plinio el Joven, Epístolas, VI, 20)
Pintura de József Molnar |
“Pompeya, célebre ciudad de la Campania, rodeada de un lado por las playas de Sorrento y Stabia, y de otro por la de Herculano, entre las que el mar se abrió ameno golfo, quedó sepultada, como sabemos, por un terremoto que devastó todas las comarcas inmediatas, y esto, óptimo Lucilio, en invierno, estación exenta de estos peligros, según decían nuestros mayores. Este terremoto ocurrió el día de las nonas de febrero, siendo cónsules Régulo y Virginio. La Campania, que nunca había estado segura de estas catástrofes, aunque no había pagado al azote otro tributo que el del miedo, quedó ahora terriblemente asolada. Además de Pompeya, Herculano fue destruido en parte, y lo que queda de él no está muy seguro. La colonia de Nuceria, más respetada, tiene también de qué quejarse. En Nápoles muchos edificios particulares, aunque ninguno público, quedaron destruidos, alcanzándole, si bien ligeramente, el espantoso desastre. De las quintas que cubren la montaña, algunas se estremecieron, sin experimentar otro daño.” (Séneca, Cuestiones Naturales, VI, 1)
Relieve con terremoto en Pompeya en el año 62 d.C. |
El terrible suceso que destruyó Pompeya y las otras ciudades aconteció durante el mandato del emperador Tito que tomó medidas para paliar las consecuencias de la tragedia y socorrer a los supervivientes.
“Tristes e imprevistos acontecimientos perturbaron su reinado: la erupción del Vesubio, en la Campania; un incendio en Roma, que duró tres días y tres noches, y una peste, en fin, cuyos estragos fueron espantosos. En estas calamidades demostró la vigilancia de un príncipe y el afecto de un padre, consolando a los pueblos con sus edictos y socorriéndolos con sus dádivas. Varones consulares, designados por suerte, quedaron encargados de reparar los desastres de la Campania; se emplearon en la reconstrucción de los pueblos destruidos los bienes de los que habían perecido en la erupción del Vesubio sin dejar herederos.” (Suetonio, Tito, VIII)
Pintura de Pierre- Henri de Valenciennes |
En la zona de Campania tuvo gran importancia el desarrollo de Pompeya como centro vinícola gracias a la fertilidad proporcionada por la tierra volcánica y al clima de la zona. La ciudad se convirtió en productora y exportadora de los vinos que se producían allí mismo o en las fincas del entorno. La erupción del Vesubio en el año 79 d.C. terminó con su pujanza, como deja patente Marcial en uno de sus epigramas, y desplazó el cultivo de las viñas a otras zonas limítrofes.
“Éste es el Vesubio, verde hasta hace poco con la sombra de sus pámpanos, aquí su famosa uva hacía rebosar los bullentes trujales. Éstas son las cumbres que Baco prefirió a las colinas de Nisa, por este monte desplegaban hace poco sus danzas los sátiros, ésta es la morada de Venus, más grata para ella que Lacedemonia, aquí había un sitio famoso por el nombre de Hércules. Todo está asolado por las llamas y sumergido en lúgubre ceniza y los dioses no querrían que esto se les hubiera permitido.” (Marcial, Epigramas, IV, 44)
Pintura mural de Pompeya con el Vesubio y el dios Baco |
Bibliografía:
https://www.researchgate.net/publication/281359457_Los_Plinios_el_Vesubio_Pompeya_y_el_Imperio_Romano_de_la_segunda_mitad_del_siglo_ILos
Plinios, el Vesubio, Pompeya y el Imperio Romano de la segunda mitad del siglo
I; Gerardo J. Soto
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5191037.pdf;
Los Plinios, la Campania romana y las erupciones plinianas; Gerardo J. Soto
Bonilla
https://clasicos.hypotheses.org/646;
Plinio el Joven y el Vesubio: la épica de la destrucción; Francisco
García-Jurado
https://www.nationalgeographic.org/thisday/aug24/vesuvius-erupts/