Mosaico con aves, foto de Christie´s |
Las aves exóticas eran muy apreciadas por los romanos que las mantenían en cautividad o semi-libertad en los jardines de las grandes mansiones y en los parques públicos o privados.
“Y había aves, unas que buscaban su comida por los contornos
del vergel, habituadas a la mano del hombre al
ser domesticadas por mediación del alimento, y otras
que aún con libres alas jugueteaban alrededor de las
copas de los árboles. Las unas trinaban con sus cánticos
de pájaros, las otras relucían con el atavío de sus
alas. Y eran los alados cantores cigarras y golondrinas,
aquéllas con sus cantos al lecho de la Aurora,
éstas a la mesa de Tereo. Y las aves domesticadas,
pavos reales y cisnes y loros: el cisne, que buscaba su
pitanza en torno a los veneros de agua; el loro, que
pendía en una jaula de un árbol; el pavo, que arrastraba
su plumaje por entre las flores.” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, I)
Mosaico de Daphne, Turquía, Museo del Louvre |
El pavo real procede de la India y hasta el siglo II a.C. con la conquista romana de Grecia no empezó a introducirse en Italia y Occidente, donde se convirtió en una exótica mascota debido a su bello plumaje y su estridente chillido, para encontrar, en el siglo I a.C., su camino hasta las ostentosas cenas romanas para ser servido como un alimento de lujo.
Mosaico con pavo real, Itálica, España |
En la antigüedad esta ave era muy valorada por el sabor de su carne y el contenido proteínico que los huevos podían aportar, donde Quinto Hortensio Hórtalo ingresó la costumbre de comerlas cuando hizo un gran festín luego de haber sido nombrado como sacerdote que podía practicar la adivinación. Seguido de esto, fue Marco Aufidio Lurco el que implementó mantenerlas en bandadas para facilitar el engorde del pavo real.
“El primero que en Roma mató un pavo real para comerlo fue el orador Hortensio en el banquete inaugural de su sacerdocio. El que implantó la costumbre de cebarlo fue Marco Aufidio Lurcón, en tomo a la última guerra contra los piratas, y de este negocio obtuvo unas ganancias de sesenta mil sestercios anuales.” (Plinio, Historia Natural, X, 43-45)
Mosaico con pavos reales, Siria, Museo Villa Getty, Estados Unidos |
Varrón menciona que la cría del pavo real se había introducido recientemente en Roma y que se podía obtener gran beneficio con los pollos. Columela describe su cría y cuidado, afirmando que son más aptos los pavos para una villa aristocrática que para una granja modesta. Sugiere, además, que se criarían mejor en una isla en libertad, porque al no ser grandes voladores, no podrían escaparse.
“Y así se guardan con facilidad en islas pequeñas y cubiertas de bosques, como son las que están cerca de las costas de Italia: porque como no pueden volar muy alto ni muy largo, y por otra parte no hay temor de que las arrebaten los ladrones, ni los animales nocivos, vagan con seguridad sin guarda, y se adquieren la mayor parte de la comida.” (Columella, De Agricultura, VIII, 11)
Detalle de mosaico con pavo real, Museo Romano-Germánico de Colonia, Alemania |
Claudio Eliano trata de la magnificencia de sus plumas y atribuye al ave las cualidades antropomórficas de vanidad y placer en ser admirado. También compara el ruido de su cola y el movimiento de su cabeza con la cresta con las armas y el casco de un guerrero. La belleza de su cola es asimismo comparable a las telas traídas de Oriente.
“El pavo real sabe que es la más bella de las aves y sabe en dónde reside su belleza; se enorgullece y ufana de ella y fía de sus plumas, que además de aumentar el ornato de su cuerpo, infunden terror a los extraños. En el verano le brindan cobijo propio no buscado ni solicitado. Y si por ventura quiere asustar a alguien, despliega las plumas de la cola, las sacude y produce un rumor que asusta a los circunstantes, como se asustarían con el estrépito que sale de las armas de un hoplita; levanta la cabeza y la menea con mucha presunción, como si menease un triple penacho... Se da cuenta de cuándo es objeto de alabanza, y, de la misma manera que un bello mancebo o una linda mujer despliega el encanto más valioso de su persona, así el pavo pone sus plumas en sucesión ordenada y se parece, entonces, a un prado florido o a un cuadro que resulta bello por lo abigarrado de los colores y que hace sudar a los pintores que quieren representar lo característico de su naturaleza. Y muestra su complacencia en exhibirse, al permitir que los circunstantes se sacien en su contemplación, y se contonea mostrando de industria la variedad de su plumaje, desplegando con el mayor orgullo un atavío superior al vestido de los medos y a los bordados de los persas.” (Claudio Eliano, Historia de los Animales, V, 21)
Detalle de Mosaico con pavo real extendiendo su cola, Vaison-la-romaine, Francia |
Plinio añade que cuando el pavo real empieza la muda y pierde sus plumas se esconde con vergüenza.
“Cuando se le alaba, despliega sus colores propios de las piedras preciosas, sobre todo poniéndose al sol, porque así resplandecen con más brillo. A la vez, haciendo la rueda busca ciertos reflejos a la sombra para los otros colores, que también brillan más intensamente en la oscuridad, y amontona todos los ojos de las plumas, que le enorgullece que se admiren. Al perder la cola cada año con la caída de las hojas, busca vergonzoso y triste un escondrijo hasta que le renazca otra con la floración.” (Plinio, Historia Natural, X, 43)
Los pavos reales eran imágenes frecuentes en monedas romanas de emperatrices por las asociaciones divinas que encarnaban. Aunque no eran nativos de Italia se identificaron como aves sagradas de Juno, quizás por el mito de Argos, al que la diosa transformó en pavo real, sembrando sus cien ojos sobre su cola.
“Entre las ofrendas dignas de mención está un altar que tiene esculpida en relieve la legendaria boda de Hebe y Heracles; ésta es de plata, y de oro y piedras preciosas el pavo real que ofrendó el emperador Adriano, y lo ofrendó porque consideran a esta ave consagrada a Hera. Hay también una corona de oro y un peplo de púrpura, ofrendas éstas de Nerón.” (Pausanias, Descripción de Grecia, II, 17, 6)
Mosaico de Cirene, Libia |
Se le otorgó el poder de conjurar el mal de ojo y la asimilación de sus ojos con las estrellas del firmamento le valieron para representar la inmortalidad celestial.
Las emperatrices de la época Flavia y sus sucesoras adoptaron el símbolo del pavo real para asociarse con Juno, esta ave además sirvió para indicar su apoteosis tras la muerte. Otras imágenes muestran a la emperatriz divinizada llevada al Olimpo por un pavo real.
Moneda de Paulina, esposa de Maximino el Tracio |
Existía una antigua creencia de que la carne del pavo real era incorruptible y permanecía sin descomponerse incluso después de la muerte. San Agustín puso a prueba esta teoría y quedó sorprendido por el tiempo que resistió, según desvela en La ciudad de Dios:
“Y ¿quién sino Dios, creador de todas las cosas, dio a la carne del pavo real muerto la prerrogativa de no pudrirse o corromperse? Lo cual, como me pareciese increíble cuando lo oí, sucedió que en la ciudad de Cartago nos pusieron a la mesa una ave de éstas cocida, y tomando una parte de la pechuga, la que me pareció, la mandé guardar; y habiéndola sacado y manifestado después de muchos días, en los cuales cualquiera otra carne cocida se hubiera corrompido, nada me ofendió el olor; volví a guardarla, y al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo modo, y lo mismo pasado un año, a excepción de que en el bulto estaba disminuida, pues se advertía estar ya seca y enjuta.” (Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, XXI, 4)
Columbario villa Doria Pamphili, Nuseo Arqueológico Nacional, Roma |
Además, el patrón en forma de ojo en el plumaje del pavo real recordaba a los cristianos el ojo que todo lo ve de Dios.
Por estas razones los pavos reales se encontraban frecuentemente en las catacumbas e iglesias cristianas y se representaban de forma prominente en tumbas, como una alegoría perfecta de la vida eterna y la inmortalidad del alma.
Pintura de Henry Ryland |
Por ello, algunos escritores satíricos criticaron que se sirviese en las mesas más por sus plumas que por la exquisitez de su carne, que no sobrepasaba a la de otras aves.
“Y, sin embargo, a duras penas podré disuadirte de que, si te
sirven un pavo, prefieras mimarte el gusto con él mejor que con una
gallina, corrompido como estás por las vanidades, porque aquella
ave rara se vende a precio de oro y despliega el colorido espectacular
de su cola; como si eso tuviera que ver con lo que
nos importa. ¿Te comes acaso esas plumas que tanto encareces?
¿Es que una vez guisado conserva la misma belleza? Con todo,
aunque en la carne no hay diferencia ninguna, admitamos que
prefieras ésta que aquélla, engañado por la distinta apariencia.” (Horacio, Sátiras, II, 2)
Museo Villa Getty, Malibú, Estados Unidos |
El faisán procedía de los bosques de Asia sudoriental aunque en Roma se decía que llegaba del río Fasis en Colquis (en la actual Georgia). Durante el imperio romano se introdujo en Italia, Germania y Britania, pero no era tan conocido por no poseer los rasgos antropomórficos del pavo. Sin embargo, era admirado por su apariencia llamativa, de cabeza verde púrpura, barbas rojas y larga cola rayada.
Aunque la cría del faisán parece remontar por lo menos al siglo II a. C., su inclusión junto a flamencos, pavos y pintadas en el culto a Calígula muestra que en la época era todavía un ave exótica.
“Creó asimismo un templo especial para su divinidad, y sacerdotes y víctimas rarísimas. En este templo se alzaba una imagen suya en oro, de tamaño natural, que cada día se cubría con una vestidura como la que él llevaba. Los ciudadanos más ricos se hacían sucesivamente con los cargos más altos de este sacerdocio mediante las mayores intrigas y las pujas más elevadas. Las víctimas eran flamencos, pavos reales, urogallos, pintadas y faisanes, que se inmolaban cada día por especies.” (Suetonio, Calígula, 22, 3)
Mosaico con faisanes, foto de Sotheby´s |
Hacia finales del siglo I d.C. aparece como ave criada en granjas en Italia, como se intuye por la referencia de Marcial sobre la finca de Faustino.
“Anda a sus anchas toda la turbamulta del sórdido corral: los gansos, con sus graznidos, y los pavos reales, salpicados de gemas, y el ave que debe su nombre al rojo de sus plumas y las pintadas perdices y las gallinas de Numidia y el faisán de los impíos colcos. Los airosos gallos cubren a sus hembras de Rodas y los palomares resuenan a batir de alas de las palomas, zurean de este lado los pichones y del otro las tórtolas de color de cera.” (Marcial, Epigramas, III, 58)
En la época de los Severos el faisán se servía en las mesas durante las celebraciones festivas como un alimento apreciado y posiblemente costoso.
“En los días de fiesta se servía un ganso, pero en las calendas de enero, en las fiestas de Cibeles, madre de los dioses, en los juegos en honor de Apolo, en el banquete sagrado en honor de Júpiter, en las Saturnales y en otras solemnidades similares ofrecían en su mesa un faisán, pero en alguna ocasión la invitación incluía dos faisanes, a los que se añadían dos pollos.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 37, 6)
Iglesia de los Apóstoles, Madaba, Jordania |
Ya en el bajo Imperio la cría de faisanes se había hecho muy común y Paladio da indicaciones para su alimentación como anteriormente había hecho Columella.
“En la cría de faisanes procúrese disponer de faisanes nuevos para la reproducción, o sea de los que nacieron el año anterior, pues los viejos no pueden fecundar.” (Paladio, Tratado de Agricultura, I, 29)
En el Digesto de Justiniano existe una provisión de que, si aves como los faisanes se dejan en un testamento, sus cuidadores (phasianarii) no están incluidos en el legado.
“Cuando se dejen como legado, gansos, faisanes y pollos, además de pajareras los esclavos que los tienen a su cargo no se incluyen, a menos que el testador así lo especifique.” (Digesto, XXXII, 66)
El faisán fue representado en mosaicos romanos tardíos que se identifican por su forma y color, pero solo como figura decorativa, ya que no poseían ningún valor simbólico o religioso.
Los loros han sido valorados como mascotas exóticas y de entretenimiento desde la antigüedad por su belleza y su inteligencia además de por su notable capacidad para imitar la voz humana (aunque en libertad no imiten ningún otro sonido natural) y las fuentes más antiguas sitúan al loro como procedente de Oriente, especialmente de la India.
“La tierra de la India me engendró en sus rojas costas,
allá donde el blanco día regresa con el disco en llamas.
Aquí yo una vez criado entre divinos honores
cambié mi lengua extranjera por los sonidos del Lacio
Despacha ya, oh, Pean (Apolo) el de Delfos, a tus cisnes:
esta voz mía merece mejor dignificar tus templos.” (Papagayo, Antología Latina, 691)
Su entrada en Europa no parece haberse producido antes de la época helenística y se sabe que los romanos sentían gran afición por los pájaros habladores como urracas y cuervos, por lo que cuando descubrieron al “pájaro indio” quedaron impresionados. Apuleyo señala que el habla del loro es más natural que la del cuervo.
“Desde luego, canta, o más bien, repite lo que ha aprendido de una manera tan semejante a nosotros, que, si se oyera su voz, se le tomaría por un hombre. En cambio, si se oyera a un cuervo, que intentara hacer lo mismo, se oiría graznar, pero no hablar.” (Apuleyo, Florida, XII)
Los loros se convirtieron en mascotas favoritas y fueron tema común en la literatura y el arte romanos. Los loros se regalaban a niños y amadas para su divertimento o eran capricho exclusivo de los ricos y poderosos a los que les gustaba la ostentación y que encargaban epitafios para sus adorados pájaros. Entre otros poetas Estacio dedica un poema al papagayo difunto de su mecenas Atedio Melior.
"Papagayo, rey de las aves, elocuente placer de tu amo, papagayo, hábil imitador de la lengua humana, ¿quién ha apagado tus murmullos con muerte tan repentina? Próximo a la muerte asististe con nosotros, desgraciado, al banquete de ayer, y te vimos picoteando los presentes de una mesa amable y vagando después de la media noche por nuestros lechos. Incluso, hablándonos, repetiste las palabras aprendidas. Pero, ayer cantarín, hoy guardas el eterno silencio del Leteo." (Estacio, Silvas, II, 4)
En el mismo poema se incluye la primera mención a una jaula ahora vacía, que anteriormente había albergado vida y que además refleja la riqueza del dueño del pájaro parlante.
¡Qué magnífica era tu mansión, refulgente de espléndida concha,
con su hilera de varillas de plata combinada con marfil
y su puerta que resonaba con elocuencia a tu pico,
y que ahora gime sola! Aquella feliz jaula ahora
está vacía… (Silvas, 2, 4)
Desde el momento mismo en que en Roma surge el poema de lamento por la muerte de un ave doméstica, aparece ya mención al Hades como destino del volátil. Ese Hades estaba poblado por aves piadosas que, en vida, acompañaron a los mortales y particularmente a los niños con su canto.
“En la cría de faisanes procúrese disponer de faisanes nuevos para la reproducción, o sea de los que nacieron el año anterior, pues los viejos no pueden fecundar.” (Paladio, Tratado de Agricultura, I, 29)
Detalle de mosaico con faisán, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
En el Digesto de Justiniano existe una provisión de que, si aves como los faisanes se dejan en un testamento, sus cuidadores (phasianarii) no están incluidos en el legado.
“Cuando se dejen como legado, gansos, faisanes y pollos, además de pajareras los esclavos que los tienen a su cargo no se incluyen, a menos que el testador así lo especifique.” (Digesto, XXXII, 66)
El faisán fue representado en mosaicos romanos tardíos que se identifican por su forma y color, pero solo como figura decorativa, ya que no poseían ningún valor simbólico o religioso.
Los loros han sido valorados como mascotas exóticas y de entretenimiento desde la antigüedad por su belleza y su inteligencia además de por su notable capacidad para imitar la voz humana (aunque en libertad no imiten ningún otro sonido natural) y las fuentes más antiguas sitúan al loro como procedente de Oriente, especialmente de la India.
“La tierra de la India me engendró en sus rojas costas,
allá donde el blanco día regresa con el disco en llamas.
Aquí yo una vez criado entre divinos honores
cambié mi lengua extranjera por los sonidos del Lacio
Despacha ya, oh, Pean (Apolo) el de Delfos, a tus cisnes:
esta voz mía merece mejor dignificar tus templos.” (Papagayo, Antología Latina, 691)
Mosaico con loro, Itálica, España |
Su entrada en Europa no parece haberse producido antes de la época helenística y se sabe que los romanos sentían gran afición por los pájaros habladores como urracas y cuervos, por lo que cuando descubrieron al “pájaro indio” quedaron impresionados. Apuleyo señala que el habla del loro es más natural que la del cuervo.
“Desde luego, canta, o más bien, repite lo que ha aprendido de una manera tan semejante a nosotros, que, si se oyera su voz, se le tomaría por un hombre. En cambio, si se oyera a un cuervo, que intentara hacer lo mismo, se oiría graznar, pero no hablar.” (Apuleyo, Florida, XII)
Los loros se convirtieron en mascotas favoritas y fueron tema común en la literatura y el arte romanos. Los loros se regalaban a niños y amadas para su divertimento o eran capricho exclusivo de los ricos y poderosos a los que les gustaba la ostentación y que encargaban epitafios para sus adorados pájaros. Entre otros poetas Estacio dedica un poema al papagayo difunto de su mecenas Atedio Melior.
"Papagayo, rey de las aves, elocuente placer de tu amo, papagayo, hábil imitador de la lengua humana, ¿quién ha apagado tus murmullos con muerte tan repentina? Próximo a la muerte asististe con nosotros, desgraciado, al banquete de ayer, y te vimos picoteando los presentes de una mesa amable y vagando después de la media noche por nuestros lechos. Incluso, hablándonos, repetiste las palabras aprendidas. Pero, ayer cantarín, hoy guardas el eterno silencio del Leteo." (Estacio, Silvas, II, 4)
En el mismo poema se incluye la primera mención a una jaula ahora vacía, que anteriormente había albergado vida y que además refleja la riqueza del dueño del pájaro parlante.
¡Qué magnífica era tu mansión, refulgente de espléndida concha,
con su hilera de varillas de plata combinada con marfil
y su puerta que resonaba con elocuencia a tu pico,
y que ahora gime sola! Aquella feliz jaula ahora
está vacía… (Silvas, 2, 4)
Museo del Antiguo Episcopado, Grenoble, Francia |
Desde el momento mismo en que en Roma surge el poema de lamento por la muerte de un ave doméstica, aparece ya mención al Hades como destino del volátil. Ese Hades estaba poblado por aves piadosas que, en vida, acompañaron a los mortales y particularmente a los niños con su canto.
En época de Trajano Plinio el joven relata que el hijo del poderoso Régulo jugaba durante su niñez con papagayos, ruiseñores y mirlos, aves que fueron quemadas en una hoguera acompañando su cadáver:
“El muchacho poseía muchos ponis de silla y de enganches, tenía también perros de todos los tamaños, tenía ruiseñores, papagayos y mirlos; a todos los sacrificó Régulo delante de la pira funeraria.” (Plinio, Epístolas, IV, 2)
Iglesia de los Apóstoles, Madaba, Jordania |
Se trataba, sin duda, de una muestra del dolor, acorde con la categoría social de la familia, pero también de un rito funerario destinado a que las almas de dichas aves acompañaran a la del niño en el Más Allá para, una vez en el Hades, amenizarle allí como ya lo hicieron en vida.
Ovidio describe el Elíseo, donde no se admiten ni aves carnívoras ni rapaces, como destino de las aves buenas que acogen al papagayo de su amada, al que dedica un poético epitafio.
“A la falda del Elíseo se alza una selva de espesas
encinas; la tierra húmeda se ve tapizada siempre de
verde musgo, y si merecen crédito los cuentos de la
fábula, dicen que en aquel lugar de las aves
inocentes no son admitidas las carnívoras y rapaces.
Allí los cisnes inofensivos pacen a su sabor con el
fénix, la única inmortal de las aves; el pavón de Juno
despliega altivo su brillante plumaje, y la paloma
besa el pico de su ardiente esposo. Recibido por
ellos como un nuevo habitante de la selva, el
papagayo con su charla se atrae la benevolencia de
tan buenos amigos. Guarda sus huesos un túmulo
de grandeza proporcionada a tal cuerpo, y sobre
una pequeña losa se lee este breve epitafio:
«Comprendo por este sepulcro que supe agradar a
mi dueña, y tuve para hablarle más talento del que suelen las aves.»” (Ovidio, Amores, II, 6)
Fresco descubierto en Pompeya |
La capacidad del ave para reproducir el lenguaje humano fascinaba a los científicos romanos, pero mientras algunos le otorgaban cierta medida de racionalidad, otros afirmaban que los loros en sus propios hábitats no aprendían a hablar. El proceso de enseñarles a hablar era conocido y existen testimonios de algunos métodos ciertamente violentos como golpearlos con una palmeta.
“Cuando se le enseña a imitar el lenguaje humano, se le golpea en la cabeza con una varilla de hierro, para que obedezca las órdenes de su maestro. Esta es su palmeta de estudiante.” (Apuleyo, Florida, XII)
Mosaico de Daphne, Turquía, Museo del Louvre, París |
Apuleyo afirma que si un loro aprender a maldecir no se le puede entrenar a no repetir tales palabras así que la única alternativa es cortarles la lengua o devolverlos a su hábitat natural.
“Si se les enseña palabras injuriosas, proferirán insultos día y noche y alborotarán sin tregua con sus groserías: ésta es su única canción y el ave está convencida de que está cantando. Cuando ha agotado todo el repertorio de palabrotas que ha aprendido, repite de nuevo el mismo estribillo. Si quiere uno verse libre de su fastidioso estrépito, hay que cortarle la lengua o devolverlo cuanto antes a sus selvas.” (Apuleyo, Florida, XII)
Los loros se ven reflejados en mosaicos y pinturas volando en libertad, comiendo fruta o posados entre la flora. En un epigrama de Crinágoras del siglo I d.C. se puede ver que vivían en cautividad.
“Un papagayo, imitador de la voz humana, tras escapar de su jaula
de mimbre, huyó a los bosques batiendo sus floreadas alas y,
acostumbrada como estaba a saludar al glorioso César,
ni siquiera se olvidó de su nombre por los montes.
Ahora todos los pájaros, ágiles a la hora de aprender, rivalizan
por ver quién es el primero en saludar a la divinidad:
Orfeo hizo que las fieras le obedecieran en las montañas; ahora ante ti, César, toda ave pía sin que se le ordene.” (Antología Palatina, Crinágoras, Epigrama 333 (IX, 562)
Detalle de mosaico, Museo de Pérgamo, Berlín |
Una de las primeras y más logradas representaciones de la figura de un loro en el arte clásico es un panel de un mosaico del palacio de la dinastía atálida de Pérgamo lo que evidencia que era un tema referente ya desde época helenística.
Aunque la posesión de un loro era un signo de riqueza entre los romanos, su aparición en los mosaicos romanos puede ser la práctica frecuente de copiar diseños populares de mosaicos helenísticos, como el de las palomas bebiendo de una fuente, diseño original de Sosos de Pérgamo, que se reprodujo por todo el Mediterráneo con diferentes variedades de aves. Un famoso mosaico de Capua muestra dos loros y una paloma como variante de dicho tema.
Mosaico de Santa María in Vetere, Capua, Museo Arqueológico de Nápoles, foto de Marie Lan Nguyen |
Bibliografía:
https://www.academia.edu/40986990/AVES_EN_EL_ELÍSEO_ROMANO; Aves en el Elíseo romano, Santiago Montero Herrero
https://www.academia.edu/29376974/El_consumo_de_aves_en_la_Roma_de_Augusto_luxus_y_nefas; El consumo de aves en la Roma de Augusto: luxus y nefas; Santiago Montero Herrero
https://www.academia.edu/9251776/La_jaula_vacía._El_lamento_por_la_muerte_de_un_ave_doméstica_desde_la_antigüedad_hasta_el_Renacimiento_y_la_Ilustración; La jaula vacía.
El lamento por la muerte de un ave doméstica desde la Antigüedad hasta el Renacimiento y la Ilustración; Manuel Antonio Díaz Gito
The Culture of Animals in Antiquity: A Sourcebook with Commentaries; Sian Lewis y Lloyd Llewellyn-Jones; Google Books
Food in the Ancient World, Joan P. Alcock, Google Books