sábado, 18 de mayo de 2013

Textrinum, hilar y tejer en una casa romana



La Hilandera, pintura de Waterhouse

La matrona ideal romana se presentaba como lanifica, tejedora de lana, dirigiendo el trabajo de sus esclavas hilanderas (quasillariae), tejedoras y  pesadoras de lana (lanipendiae), que verificaban la cantidad de trabajo diario realizado. Todas implicadas en un proceso doméstico de producción de tejidos para la familia. Cada hogar especialmente en el campo contenía un lugar (textrinum) con todos los aparatos necesario para trabajar la lana (lanificium).

Periplectomeno: “Pero no estoy dispuesto a casarme con una mujer que jamás me diría: `Marido mío compra lana para que yo te haga una capa suave y caliente y unas gruesas túnicas para que no pases frío en invierno.´”

Muchas prendas se harían en casa con materiales compradas a vendedores de lana o lino, pues las familias ricas tenían sastres (vestifici) y vestificae (costureras) entre su personal, aunque la señora de la casa y sus hijas tomarían parte en la labor.

“Contiguo a este edificio puede verse un taller de tejido; el fundador, audazmente, lo ha proyectado en el estilo del templo de Palas. En este santuario, dirá un día la fama, era donde la irreprochable esposa del noble Leontius, que entre todas las mujeres entradas en la familia Pontia fue la que más deseó compartir la suerte de su ilustre marido, hilaba la lana en los husos sirios, trenzaba los hilos de seda sobre ligeros juncos, o hilaba con el bien templado metal, engrosando el huso con hilos de oro.” (Sidonio Apolinar, Poemas, 22)


Mujer hilando, jarrón griego, Museo Británico
Augusto llevaba ropas hechas por mujeres de su familia a las que parece ser obligaba a trabajar la lana, por ser símbolo de la virtud de la matrona.

“Y allí para el trabajo de las niñas llevó la oveja sus vellones blancos;
Ellos labor a las mujeres dieron, con el huso y la rueca el copo hilaron,
Y en los telares de Minerva, algunas
Al son, tejieron,  de armonioso canto.”
(Tibulo, Elegías, II, 1)

El hilado es el proceso por el que las fibras se convierten en hilo. Para  empezar era necesario retorcer las fibras sobre ellas mismas hasta dejar un solo hilo cuanto más delgado mejor. Se utilizaba la rueca y el huso. La rueca era generalmente de unos tres pies de largo, comúnmente un palo o caña con una expansión cerca de la parte superior para sujetar la bola de lana. A veces se hacía de ricos materiales. La rueca se mantenía bajo el brazo izquierdo  y las fibras se estiraban desde la bola saliente, siendo al mismo tiempo, enrollado en espiral con el dedo índice y pulgar de la mano derecha. El hilo así producido se envolvía en el huso hasta que la cantidad fuese suficiente.

“Déjale aprender a hilar la lana, a sostener la rueca, a poner el cesto en su regazo, a girar el huso, a tirar de los hilos con su pulgar.” (San Jerónimo, Carta a Laeta en la educación a su hija)

Detalle del mosaico de Aquiles, mujer con rueca y huso, 
villa de La Olmeda, Palencia

El huso se hacía con alguna madera ligera o junco, y medía entre ocho y doce pulgadas de largo. En su parte superior había una hendidura a la que se fijaba el hilo, de forma que el peso del huso podía llevar el hilo hacia el suelo tan pronto como estaba terminado. Su extremo inferior se insertaba en una espiral, o rueda (fusayola) hecha de piedra, metal o algún material pesado que servía tanto para mantenerlo fijo como para causar su rotación.

Fusayola romana, colección particular
 La hilandera, de vez en cuando, daba al huso un nuevo giro con un suave toque para aumentar el enrollado del hilo. Siempre que el huso alcanzaba el suelo se hilaba un largo; se sacaba el hilo entonces de la hendidura o pasador y se enrollaba; se cerraba otra vez el pasador y comenzaba el hilado de nuevo. Cuando la bobina de cada huso se cargaba con hilo, se sacaba de la rueda y se ponía en una cesta (quasillus o calathus) hasta que había suficiente para que las tejedoras comenzaran su trabajo.

"La izquierda sostenía la rueca cubierta de blanca lana, la derecha, ya tirando ligeramente de las fibras, les daba forma con los dedos vueltos, o ya torciéndolas con el pulgar inclinado, hacía girar el huso equilibrado con la redondeada tortera; el diente, que así trabajaba, siempre igualaba su obra,y los trozos de lana quedaban adheridos a sus labios resecos, los que antes habían despuntado de la lisura del hilo: canastillas de mimbre guardaban ante sus pies los blandos vellones de blanca lana." (Catulo, poema 64)

Detalle del mosaico de Aquiles, cestos con lana y útiles para tejer, villa de la Olmeda, Palencia

Minerva Egarne era la diosa protectora de la industria del tejido.
En el mito de Aracne, ésta es una muchacha muy admirada por su habilidad en el arte de tejer. Su orgullo le lleva a desafiar a Minerva y, aunque la diosa triunfa, transforma a Aracne en una araña por su osadía.

“Sin demora disponen sus telares en la sala, tensan los hilos de un lado a otro y la caña divide la trama, el peine separa los hilos de la urdimbre arrastrando las lanzaderas con dedos fogosos mientras que el peine dentado nivela la napa. Ceñidas las estolas a sus pechos, tejen con sus diestros brazos, y gozan de su trabajo con su rapidez y maestría." (Ovidio, Metamorfosis, VI)

Reproducción de telar romano, Museo de Segovia

Tejer era el proceso de entrelazar hilos de urdimbre verticales (stamen) con hilos de trama horizontales (subtegmen o trama), siendo los primeros más fuertes y firmes a consecuencia de haberlos retorcido más en el hilado, mientras que los segundos son más flexibles. Para entrelazarlos se fijan los hilos verticales a un marco conocido como telar (tela); tras ello los hilos horizontales se pasan de atrás adelante entre los verticales usando una lanzadera. Finalmente los hilos de la trama se agrupan usando un instrumento dentado llamado peine.
En la antigüedad se conocieron tres tipos de telares: el horizontal que permitía a la tejedora sentarse al realizar la labor; el vertical que obligaba a estar de pie y realiza movimientos hacia arriba; y el vertical de doble travesaño que permitía estar sentado y realizar el movimiento hacia abajo.

“Toma, por ejemplo, a Posidonius, - que, en mi opinión, es de los que más han contribuido a la filosofía – cuando desea describir el arte de tejer. El explica, cómo, primeramente, algunos hilos son retorcidos y algunos arrancados de la suave lana suelta; después, como la urdimbre vertical mantiene los hilos estirados colgando pesos; entonces, como el hilo insertado en la trama, que suaviza la dura textura de la red que lo sujeta firmemente a cada lado, es forzado el varal para hacer una unión compacta con la urdimbre. El mantiene que incluso el arte del tejedor fue descubierto por hombres sabios, olvidando que el arte más complicado que describe fue inventado posteriormente – el arte en el que la red está atada al marco; en partes ahora divide el peine la urdimbre. Entre los hilos se dispara la trama por puntiagudas lanzaderas: los bien cortados dientes del ancho peine lo llevan a su lugar.” (Séneca, Carta XL a Lucilio)

Pesas de telar, Museo de Palencia

 Tras el tejido de las telas, éstas debían confeccionarse en distintas prendas cosiéndolas con aguja. Como no se conocía el acero, las agujas eran de bronce y hueso. Para coser prendas de vestir de buena calidad se debían emplear agujas de bronce, mientras que para los tejidos más bastos se usarían agujas de hueso de mayor fragilidad y grosor, pudiéndose utilizar en ciertos casos punzones de metal (subulae) para perforar previamente los tejidos y poder pasar posteriormente la aguja de hueso enhebrada.


Agujas de hueso, Museo Nacional Romano, Mérida

Como la actividad de coser, debido a los materiales, no estaba perfeccionada, se procedía a unir las partes de las prendas con fíbulas o broches. Muchas ropas utilizadas por los romanos tomaban su nombre del lugar de procedencia, normalmente confeccionadas en otros lugares del imperio o por artesanos procedentes de ellos.
Con la llegada de nuevos tejidos procedentes de fuera del Imperio, lino, algodón y seda, la costumbre de tejer la ropa en casa quedó relegada al ámbito rústico, donde las campesinas siguieron con la tarea de hilar y tejer, pero las damas ricas prefirieron las exquisitas telas ofrecidas por los comerciantes orientales.

“Pero ahora que la mayor parte de las mujeres están entregadas al lujo y a la ociosidad, de tal manera, que ni aún se dignan de tomar el cuidado de preparar la lana y hacerla hilar y tejer y se quejan de las ropas de telas hechas en la casa.” (Columella, De Agricultura, XII, pref.)