Pintura de Alma-Tadema |
Dionisio de Halicarnaso señala que Rómulo había dividido a
la sociedad romana en patricios y plebeyos. Los últimos debían ser clientes de
los primeros, aunque cada plebeyo podía elegir a quien quisiera como patrón.
El texto señala las obligaciones de cada uno de los grupos: los patrones debían explicar las leyes a sus clientes, velar por ellos en los aspectos económicos, entablar procesos judiciales por ellos y defenderlos en caso de ser acusados; por su parte los clientes debían ayudar a sus patrones con la dote de sus hijas, ayudar en el pago de su rescate o el de sus hijos a los enemigos o para satisfacer penas civiles, así como contribuir en los gastos ocasionados por los actos públicos. Debía ayudar a pagar los costes de los pleitos que el patrón perdía o cualquier sanción a la que se le condenaba y además tenía que cubrir parte de los gastos de la carrera política del patrón.
“Los usos sobre el patronazgo fijados entonces por Rómulo y continuados durante largo tiempo por los romanos eran los siguientes: los patricios debían explicar a sus clientes las leyes que no sabían; en su presencia o ausencia preocuparse de igual manera de hacer todo lo que hacen los padres por sus hijos con vistas al dinero o a los tratos de dinero; entablar procesos en nombre de sus clientes si alguien los engañaba en sus contratos, y defenderlos si eran acusados. Y para decirlo en pocas palabras, proporcionarles completa seguridad en sus asuntos privados y públicos, que era precisamente lo que necesitaban. Los clientes debían ayudar a sus patronos a dotar a sus hijas casaderas, si los padres escaseaban en dinero, y entregar rescates a los enemigos si alguno de ellos o de sus hijos caía prisionero. Si los patronos eran condenados en juicios privados o tenían que satisfacer penas civiles con multas en metálico, los clientes debían pagarlas de su propio dinero, considerándolo no como un préstamo, sino como una muestra de agradecimiento. Como si fueran parientes debían contribuir a los gastos de los cargos, dignidades y los restantes desembolsos para actos públicos. Les era impío e ilícito a ambos por igual el acusarse unos a otros en juicios, aportar testimonios contrarios, votar en contra o aliarse con los enemigos mutuos.” (Antigüedades Romanas, II, 10)
Ni el patrón ni el cliente podían acusarse en un juicio, ni
prestar testimonio uno contra el otro, ni votar en contra en las elecciones. En
caso de guerra el cliente debía acompañar a su patrón en el campo de batalla.
“Fue citado también como testigo
contra Mario, Gayo Herenio, y contestó no ser conforme a las costumbres patrias
que atestiguase contra un cliente, sino que antes las leyes eximían de esta
obligación a los patronos- que es el nombre que dan los Romanos a los
defensores y abogados-y que de la casa de los Herenios habían sido clientes de
antiguo los progenitores de Mario, y aun Mario mismo. Admitían los jueces la
excusa, pero el mismo Mario hizo oposición a Herenio, diciendo que luego que
entró en las magistraturas se libertó de la calidad de cliente, lo que no era
enteramente cierto, pues no toda magistratura exime a los clientes y a su
posteridad de la obligación de alimentar al patrono, sino solamente aquella a
la que la ley concede silla curul.” (Plutarco, Vidas Paralelas, Mario, V)
La división social en una clase dirigente de patricios que
actuaban como magistrados, jueces y patrones y la clase de plebeyos conformada
por granjeros, artesanos y clientes, en realidad estaba diseñada según Dionisio
para evitar el conflicto social ya que las relaciones de patronazgo ligarían a
la clase dirigente y a la dirigida por unos vínculos de afecto y relaciones
personales que ayudarían a legitimar una práctica convertida ya en habitual.
Esa relación implicaba
desigualdad de poder, y no se limitaba a una actuación de una sola vez, sino
que se extendía en el tiempo. La posición del patrón significaba para el
cliente la posibilidad de acceder a unos recursos que social y económicamente
no tenía y no poder acceder a tales recursos dejaba al cliente en posición de
debilidad.
“En consecuencia, los lazos
entre clientes y patronos permanecieron durante muchas generaciones sin
diferenciarse de los vínculos familiares, transmitiéndose a los hijos de los
hijos. Y era un gran elogio para los hombres de ilustres casas tener el mayor
número posible de clientes, conservando la herencia de patronazgos familiares y
obteniendo otros nuevos por sus propios méritos. Y unos y otros tenían una
enorme y extraordinaria competición de buena voluntad por no quedar atrás en
agradecimiento: los clientes haciendo a sus patronos todos los servicios que
podían; los patricios procurando no molestar en absoluto a sus clientes, y no
recibiendo ningún regalo de dinero. Tan superior era para ellos la vida a todo
placer, midiendo la felicidad por la virtud, no por la fortuna.” (Dionisio
de Halicarnaso, Antigüedades romanas, II, 11)
El clientelismo con el paso del tiempo se vería como una relación voluntaria, y no sería equiparada a una relación de servidumbre. El estatus del cliente como ciudadano en principio no debería verse disminuido y no afectaría sus derechos de propiedad como tampoco implicaría la pertenencia obligatoria del cliente a la gens del patrón.
Las relaciones patrono clientes pertenecían al ámbito de la vida social y no estaban ordenadas por el derecho, aunque despreciar las reglas de esta relación, a pesar de no tener consecuencias jurídicas, podía acarrear la ruina social del infractor y amenazar su existencia económica y personal. Y es que esa relación se apoyaba en la confianza o fidelidad (fides), tan sagrada como la propia ley, que cubría en la vida pública y privada el espacio que la norma legal no alcanzaba de obligación moral. De esta forma, tanto en el derecho como en la vida pública, se apelaba a la lealtad y a la conducta respetable, a la confianza de que aquél de quien se esperaba algo lo cumpliría con honradez.
“Ahora bien, hemos de reconocer que Probo, animado por su bondad natural, nunca obligó a un cliente o a un esclavo a que hiciera algo ilícito. Pero si descubría que alguno de ellos había cometido un delito, aunque su actitud fuera contraria a la justicia, lo defendía sin investigar el asunto y sin tener en cuenta en absoluto lo correcto o lo honesto.” (Amiano Marcelino, 27.11.4)
Las obligaciones que ligaban a patrono y cliente no estaban establecidas en un catálogo de deberes, pero no por ello eran menos precisas o determinadas. Si para el patrono significaban sobre todo la defensa económica y jurídica de sus clientes a los que servía como portavoz político de sus intereses y reivindicaciones, para éstos implicaban, en especial, el apoyo al patrono en el ámbito político ofreciendo su voto a cambio de su protección, de tal forma que el cliente, al contribuir con su voto en las asambleas al mantenimiento y aumento de la dignitas de su patrono, se sentiría integrado en la vida pública. El patrono debía, por otra parte, atraerse a sus clientes y preocuparse por cumplir sus deseos, para asegurarse sus votos y mantener su prestigio social.
Quinto Tulio Cicerón escribió un librito para su hermano
Marco, el célebre orador, aconsejándole cómo actuar a la hora de presentarse a
unas elecciones. Entre las recomendaciones que hace se encuentra la de qué
hacer con respecto a los clientes que uno tiene y cómo contar con ellos. Para
ello distingue tres clases de clientes: los que vienen a saludarte a tu casa,
los que llevas al foro y los que te siguen a todas partes, y aconseja contar
con tantos como se pueda, porque el número de clientes que acompaña a un
candidato determina su reputación.
“Y, ya que se menciona también ha de cuidarse que hagas
uso del acompañamiento cotidiano de cada género y orden y edad; pues por su misma
abundancia se podrá conjeturar cuántas fuerzas te apoyarán. Tres clases de
clientes tendrás: una, la de los saludadores que vienen a casa; la segunda, los
conductores, que tú llevas al foro; la tercera, los acompañadores. Entre los
saludadores –que son más vulgares y, por esta costumbre que ahora hay, vienen a
más–, ha de hacerse esto: que este mismo mínimo oficio de ellos parezca que te
es gratísimo. A quienes vengan a tu casa, signifícales que tú lo adviertes
(muéstralo a sus amigos, para que lo cuenten a aquéllos; a menudo díselo a
ellos mismos). Porque los hombres a menudo, cuando frecuentan a más
competidores, y ven que hay uno solo que aprecia mayormente esos oficios, se le
entregan; abandonan a los demás; insensiblemente se convierten de sufragantes comunes
en propios; de fingidos en firmes.
Tendrás en cuenta que este
oficio de los conductores (los que te acompañan al foro) es más grato para ti,
en cuanto es mayor que el de los saludadores, y, siempre que puedas irás al
foro en ciertas ocasiones. La costumbre en conducir conlleva magna opinión,
magna dignidad.
Habrás de cuidar la abundancia
de los acompañantes. A los voluntarios
les harás entender que, por su beneficio, tú quedarás obligado con ellos para
siempre. Pero a los que están obligados, les deberás exigir su presencia. A los
que por su edad y negocio pudieran acompañarte, que lo hagan y a quienes no
pudieran ellos mismos, que envíen a sus parientes.” (Quinto Tulio Cicerón, Commentariolum
Petitionis, IX, 34-37)
En Roma, principalmente durante la República, se mantenía un
alto grado de participación popular en la política y el patrón y cliente
actuaban de forma coordenada contra los rivales, a los que había que arruinar
públicamente para alcanzar el poder, pero se produjo una paulatina pérdida de
la importancia política de las asambleas populares en las que los clientes
habían cumplido importantes funciones en favor de su patrono durante los
conflictos políticos de fines de la República, y con la llegada del Principado el
sistema del clientelismo republicano entró en crisis debido a las restricciones
impuestas en las demostraciones aristocráticas como los triunfos, los juegos de
gladiadores y las construcciones públicas en la ciudad que terminarían con los
actos representativos tradicionales de la nobleza. La ampliación de la
colonización fuera de Italia, la regularización en la distribución estatal de
alimentos y de dinero, así como la concesión de espectáculos gratuitos a cargo
del emperador a la plebs frumentaria (sector de la población a la que se entregaba alimentos por el estado)
de la ciudad de Roma, situaron al emperador como el gran patrono de esa plebe.
Distribución de alimentos, Arco de Trajano, Benevento |
“También de anciano, antes de
que llegaran los clientes, comía pan seco para mantener las fuerzas.” (Historia
Augusta, Antonino Pio, 13)
Ya con la llegada del Imperio se establecen nuevos tipos de lazos,
en los que el emperador, los aristócratas romanos y no romanos, la plebe, las
provincias, los intelectuales, se relacionan a través de nuevas formas de
prestación mutua de servicios, que tenían más que ver con el ámbito privado que
con el ámbito público. La movilidad social y política durante el Imperio se asentó,
entonces, sobre verdaderas pirámides de influencias organizadas a través de las
prácticas clientelares.
Audiencia en casa de Agripa, Pintura de Alma Tadema |
Al permitir que los senadores funcionaran como
intermediarios importantes, el emperador conseguía dos objetivos importantes.
Por una parte, aumentó el grupo de aquellos que recibían favores personales, y
al usar a los caballeros y a los senadores como intermediarios, ligó a su
persona a través de vínculos personales a numerosos aristócratas municipales y
provinciales que no tenían, de otra forma, un contacto directo con él. Por otra
parte, al permitir que los senadores y caballeros actuaran como sus
intermediarios, el emperador concedía beneficia que presuponían su devolución esperada como gratia (gratitud), y expresada en la
forma de lealtad a cambio.
“Tus beneficios en mi favor, señor,
me han unido en estrechísimo vínculo con Rosiano Gemino; en efecto tuve como
cuestor durante mi consulado. Le he encontrado muy deferente con mi persona:
tan gran respeto me muestra después del consulado, que colma con atenciones
personales los vínculos nacidos de nuestra relación oficial. Te ruego, pues,
que tú mismo en respuesta a mis ruegos te intereses por el rango de este. Le
concederás, si das algún crédito a mis palabras, tu indulgencia; él se esforzará
en aquellas actividades que tú le hayas encomendado por llegar a merecer mayores
honores.” (Plinio, Epístolas, X, 26)
Durante la República, era importante mantener asociaciones
con gente de diferentes status y la cantidad de saludadores matutinos dependía
de la categoría social del patrón, aunque es improbable que la gente más
humilde tuviese acceso a tal formalidad. Probablemente, los grupos integrados en las clientelas
senatoriales no pertenecían a la plebs
sordida, es decir a los estratos sociales más bajos, sino a quienes podían
ser considerados como "pobres' (homines
tenues) por esos mismos senadores, pero de ninguna manera se trataría de la
masa de los proletarios. Sin embargo, durante el Imperio aquellos que estaban
situados tradicionalmente en los niveles sociales inferiores podían alcanzar
mayor poder social y político ya que no suponían una amenaza para la influencia
del emperador. Al perder el ritual su significancia política se convirtió en un
mero formalismo, que persistió por la inclinación romana a vivir según las
costumbres de los mayores. Ya avanzado el Imperio supuso para los saludadores
un mérito social ser aceptados en ciertas casas y ser recibidos en audiencias
imperiales o de altos magistrados. La relevancia de cada uno se medía según el
orden de admisión a la recepción o saludo.
“Sejano era tan importante a
causa de la altivez de su carácter y de la grandeza de su poder que, para
decirlo con brevedad, parecía que él era el emperador y que Tiberio era el
gobernador de una isla, dado que vivía en una isla llamada Capri. Peleas y empujones
había ante las puertas de su casa por miedo, no sólo a que él no te viera, sino
a que te vieran entre los últimos… Durante el primero de año, cuanto todos
estaban reunidos en casa de Sejano, el triclinio que estaba en la estancia
donde recibía se rompió, debido al peso de los que en él se sentaban.” (Dión
Casio, LVIII, 5)
En casa de Mecenas, Stefan Bakalovich |
En las relaciones públicas y profesionales entre un patrón y
un cliente existía una reciprocidad como muestran las epístolas de Plinio. Este
responde a la petición que le hace Clusinio Galo para que se haga cargo de la
defensa legal de Corelia, la hija de Corelio Rufo, destacando la relación que
lo unía con Corelio.
"Yo era aún muy joven, y él
ya me apreciaba e incluso, me atrevo a decir, me respetaba como a un igual. En
mis candidaturas a las magistraturas era mi valedor y el que daba testimonio de
mi vida. Con ocasión de la ceremonia de toma de posesión, formaba parte de mi
cortejo y era uno más de mis acompañantes. Durante el ejercicio de las mismas
era mi consejero y mi guía, y en fin, a la hora de prestarme su asistencia en
todos mis cargos, aunque débil y de edad avanzada, se mostraba siempre joven y
fuerte"…"¡Cuánto contribuyó a acrecentar mi reputación tanto entre
sus íntimos amigos como en la vida pública, e incluso ante el príncipe.” (IV,
17)
Estatua de Aulo Metelo, Museo de Florencia |
Se puede observar el hecho de que Plinio se había iniciado en la carrera política por el apoyo que este gran suffragator (el que apoyaba a un candidato y buscaba votos) le había brindado. Cada vez que se había presentado para obtener alguna magistratura, lo había hecho con el apoyo de Corelio y éste incluso había reforzado ese apoyo asistiendo personalmente a las ceremonias de posesión de tales cargos "formando parte del cortejo" de Plinio. Además, se posibilitaba el acceso al emperador. Sugerir la conveniencia de cierta persona para un cargo, o destacar las virtudes de un cliente, podía marcar la diferencia entre una carrera de éxito o una mediocre, por ello estas recomendaciones políticas ocupaban un lugar central en los vínculos clientelares.
Esas obligaciones asumidas con Corelio lo llevan a corresponder los antiguos favores.
"Cuando pienso en ello,
comprendo que debo esforzarme porque no parezca en modo alguno que he
traicionado la confianza que ese prudentísimo varón depositó en mí. Por ello
prestaré mi asistencia a Corelia con la mayor solicitud y no dudaré en hacer
frente por su causa al desprecio de cuantos sea necesario".
En una epístola que Plinio le envía al emperador Trajano, se
puede ver al autor intercediendo
por Voconio Romano, a fin de que sea promovido a la dignidad de senador. Plinio
actúa ahora en su calidad de protector, patrón, a diferencia del caso analizado
anteriormente en que aparecía en calidad de protegido.
“Tu indulgencia, excelente
emperador, que conozco por experiencia en toda su amplitud, me anima a
atreverme a pedírtela también para mis amigos, entre los que Voconio Romano,
condiscípulo y camarada desde la más tierna infancia, ocupa el primer lugar.
Por estos motivos había solicitado de tu divino padre que le promocionase a la
condición de senador, pero el cumplimiento de este ruego mío ha sido reservado
a tu bondad, porque la madre de Romano no había realizado aún de forma
satisfactoria según las leyes la generosa donación de cuatro millones de
sestercios que había prometido que haría en un escrito dirigido a tu padre; que
finalmente ha hecho, aconsejada por nosotros.” (X, 4)
Estas relaciones se aplicaban en el caso de abogados y
defendidos, ya que Quintiliano indica que no es propio de un
abogado honorable poner precio a sus servicios, lo que dependía de la costumbre
y la reciprocidad propias de las relaciones de amistad y clientelismo. Estas
deudas contraídas por los pleitos judiciales se pagaban a veces con legados y
herencias (especialmente de aquellos que no tenían hijos), apoyo político (no
sólo para las votaciones, sino a veces expresando públicamente el apoyo a
determinado candidato o generando obligaciones dentro de los miembros de una
curia o en el senado). Los clientes más humildes podían cumplir con sus
obligaciones sólo manifestando su deferencia siguiendo y apoyando a su patrón
en los espacios públicos.
En la inscripción funeraria de Lucio Plotio Sabino se
enumeran los cargos que ostentaba junto con los méritos que indicaban su
relevancia social, tener un puesto en la segunda salutatio del emperador Antonino Pío.
A los espíritus del origen.
A Lucio Plotio Sabino, hijo de Cayo de la tribu Pollia
Pretor
Sodal Titialo,
Edil curul
Miembro del comité de los siete de los caballeros
romanos.
Cuestor urbano,
Tribuno laticlavio,
Miembro leal y fiel de la primera legión de Minerva,
Miembro del comité de los diez (stlitibus iudicandis),
También ostenta el puesto en la segunda salutatio del
Emperador Antonino Augusto Pío.
Sabino el pretor, un gran poder, falleció…
Los patronos
podían proporcionar recursos directos como tierras, trabajo o indirectos, es
decir, contactos estratégicos con otras personas que controlan aquellos
recursos directamente o tienen acceso a las personas que lo hacen, que serían
intermediarios. Durante el principado los beneficios otorgados por el emperador
se lograron por la intermediación de terceros, personas de alta jerarquía social
pertenecientes al orden senatorial o ecuestre.
Mosaico con villa romana, Museo del Bardo, Túnez |
“Este bosque, estas fuentes, esta sombra entretejida de
los pámpanos vueltos hacia arriba, esta corriente guiada de agua de riego,
estos prados y rosales, que no ceden al Pesto de las dos cosechas, y todas las
hortalizas que verdean y no se hielan ni en el mes de Jano, y la anguila
doméstica, que nada en un estanque cerrado, y esta torre de un blanco
resplandeciente, que cría palomas de su mismo color, obsequios son de mi dueña.
A mi vuelta después del séptimo lustro, Marcela me ha dado estas casas y estos
pequeños reinos. Si Nausícaa me concediera los huertos de su padre, podría
decirle yo a Alcínoo: “Prefiero los míos”.” (Marcial, Epigramas, XII, 31)
El tipo de patronazgo instaurado desde el gobierno de
Augusto tuvo su equivalente en la vida cultural. Las relaciones establecidas
entre el emperador y otros personajes poderosos, por un lado, y los artistas
por el otro, pueden ser definidas como clientelares. Los escritores necesitaban
patronos tanto para asegurar su sustento como para ver posibilitada la
publicación y difusión de sus obras. A cambio, el emperador esperaba la
producción de obras o declamaciones basadas en la adulación y en la exaltación,
generalmente forzadas, tanto de su persona como de su gestión. Mecenas, el
amigo de Augusto, decidió atraerse a los poetas más destacados de su generación
y convencerlos de que cantaran las alabanzas del fundador del Imperio. Para
atraer a todos estos poetas, Mecenas organizaba irresistibles banquetes, y les
ofrecía influencia, dinero y favores, aunque algunos a veces se resistían a
desempeñar el papel de poetas oficiales, como Horacio, que en una oda se
quejaba de que lo suyo era la poesía amatoria, no adular a Octavio. Sin
embargo, si sabían adular a su protector:
¡Oh, Mecenas, oriundo de un linaje de reyes!
¡Oh, tú, mi protector! ¡Oh, tú, mi gloria y honra! (Horacio,
Odas, I, 1)
Unos de los casos más conocidos de este tipo de lazos es
aquel que se estableció entre el emperador Domiciano y el satírico Marcial:
“Creta ha dado un gran nombre,
mayor lo ha dado África: el que tiene el victorioso Escipión y el que tiene
Metelo. La Germania otorgó otro más noble, dominado el Rin, y tú, César, siendo
un niño, eras digno de tal nombre. Tu hermano se ganó con tu padre los triunfos
sobre los idumeos; pero los laureles que se conceden por la sumisión de los
catos son tuyos por entero.” (Marcial, Epigramas, II, 2)
Domiciano, a sus 19 años, participó personalmente en la
campaña de Germania en el 70 d. C.; pero el nombre de Germánico lo tomó en el
84 por su triunfo sobre los catos.
Horacio y Virgilio en casa de Mecenas, Charles F. Jalabert |
Se puede decir que la continuidad de la práctica, aunque con
variaciones y adaptaciones según la evolución histórica, se mantuvo por una
necesidad mutua: el patrón necesitaba, por motivos tanto sociales como
políticos, que la gente proclamara su poderío y exhibiera su influencia,
mientras que el cliente necesitaba la ayuda del patronus para cubrir sus necesidades, que variaban de acuerdo a las
características particulares de cada cliente: subsistencia, influencia
política, etc.
A la hora de identificar la clientela se puede encontrar aquella
en que el cliente acudía al patrón en busca de protección, influencia o
sustento, en cuyo caso el patrón disponía de un mayor poder sobre sus
protegidos, y aquella clientela en la cual era el propio patrón el que “salía a
buscar” a sus clientes, siendo estos últimos un elemento por el cual varios
patronos competían, lo que proporcionaba al cliente una ventaja considerable en
sus negociaciones y rebajaba la molestia
que las obligaciones implicaban, como madrugar para ir a saludar al patrón por
las mañanas, de las que se queja frecuentemente el poeta Marcial.
“Si esta mañana no he querido ni
merecido verte en tu casa, Paulo, que tus Esquilias estén todavía más lejos de
mi casa. Yo vivo próximo a la columna de Tíbur, por donde la rústica Flora ve
al antiguo Júpiter. Tengo que salvar la senda de la cuesta de la Subura y sus
piedras sucias, casi siempre húmedas. Apenas puedo cortar las largas reatas de
mulas, ni esos bloques de mármol que se ven arrastrar con tantas sogas. Y lo
que es todavía más grave, Paulo: que, después de superar tantas fatigas y
llegar cansado, te diga el portero que no estás en casa. Éste es el final de mi
vano esfuerzo y de sudar mi pobre toga: resulta difícil que valga tanto la pena
el ver a Paulo por la mañana. Un cliente servicial siempre tiene amigos
inhumanos. A menos que te quedes dormido, no puedes ser mi patrón.” (Marcial, Epigramas, V, 22)
Un amante de arte romano, Pintura de Alma-Tadema |
Juvenal expone su indignación moral respecto a las prácticas
clientelares tanto en su crítica a la avaricia y abuso de los patronos como a
la hipocresía y excesiva adulación proporcionada por los clientes. La
degradación generada por estas prácticas y la corrupción de las costumbres
alcanzaba, así, tanto a ricos como a pobres, sin importar la condición social
que patrono o cliente detentaran.
El fruto de una amistad importante es el alimento: el rey lo pone a tu cuenta, y, por más raro que suene, lo pone a tu cuenta, sí. Así que si a los dos meses le viene en gana invitar a su olvidado cliente para que no quede libre el tercer cojín en su lecho vacío, te dice: «Vamos a comer juntos.» El colmo de tus deseos. ¿Qué más puedes pedir? Trebio tiene ya motivos para interrumpir su sueño dejar sueltos sus cordones, preocupado de la turbamulta entera de clientes haya terminado ya la ronda de saludos cuando las estrellas se difuminan o a la hora en la que el Carro helado del perezoso boyero completa una órbita.” (Juvenal, Sátira V)
La crítica llegaba
hasta la actitud de algunos emperadores que se permitían humillar a los
clientes haciendo esperar largo tiempo a los que aguardaban para una audiencia,
prefiriendo dedicarse a sus actividades particulares, como en el caso de
Caracalla.
“En cuanto al propio Antonino,
nos enviaba recado de que iba a administrar justicia o encargarse de algún otro
asunto público después del amanecer, pero nos tenía esperando hasta mediodía, y
a menudo hasta la tarde, sin dejarnos entrar siguiera hasta el vestíbulo, por
lo que teníamos que permanecer de pie afuera, dando vueltas por los
alrededores; y, generalmente, ya a una hora tardía, decidía que aquel día ni
siquiera intercambiaría saludos con nosotros. Entretanto, se ocupaba en
satisfacer su curiosidad de diversas formas, como ya he dicho, o conduciendo
carros, matando bestias salvajes, luchando como gladiador, bebiendo, o
aliviando los dolores de cabeza resultantes, mezclando grandes copas de vino
-además de todos los demás alimentos- para los soldados que hacían guardia
dentro del palacio, pasando rondas de copas en nuestra presencia y ante
nuestros ojos; y tras todo esto, solo entonces administraba justicia.” (Dión
Casio, LXXVIII, 17)
Honorio y sus favoritos, John William Waterhouse |
Marcial pinta la figura del cliens que refleja ante todo las malas condiciones en que se
encontraban algunos clientes quienes, a cambio de la salutatio cotidiana a su patrono, no recibían más que una miserable
sportula de sus patronos, lo que les
obligaba a buscarse varios patronos, o bien recibían una invitación a cenar de
vez en cuando.
“Si mi sufrimiento añade algo a
tu hacienda, de mañana o incluso desde la media noche llevaré la toga y
soportaré las rachas estridentes del inicuo aquilón y sufriré las lluvias y
aguantaré las nieves. Pero si no te pones más rico ni en un cuadrante gracias a
mis lamentos y a los tormentos de un hombre libre, mira, te lo ruego, por mi
cansancio y déjate de esfuerzos en vano, que a ti no te aprovechan y a mí,
Galo, me perjudican.” (Epigramas, X, 82)
Siguió, en cambio, habiendo clientes que eran tratados como
en los tiempos antiguos recibiendo protección judicial, donación de tierras, etc.
Mientras
estaba prohibido a los senatoriales ser clientes de otros, no era excepcional
que miembros de rango decurional e incluso ecuestre fueran clientes de otros
personajes social y económicamente mejor situados. Un claro ejemplo fue el
poeta hispano Marcial que pertenecía al orden ecuestre.
Como quiera que tú, que
inauguras el año con los fascios laureados, te pateas de mañana mil umbrales
dando los buenos días, ¿qué pinto yo aquí? ¿Qué nos dejas, Paulo, a nosotros,
que somos parte de la plebe de Numa y de su apiñada muchedumbre? A quien se
fije en mí, ¿voy yo a llamar “mi rey y señor”? Esto haces tú mismo, pero ¡con
cuánto mayores halagos! ¿Qué yo vaya en el séquito de una litera o de una silla
de manos? Tú no rehúsas ni llevarlas a hombros y te peleas por ir el primero
por todo el barro. ¿Que yo me levante una y otra vez ante quien recita sus
versos? Tú estás siempre de pie y tiendes hacia su cara tus dos manos a la par.
¿Qué hará un pobre, a quien no se le permite ser cliente? Vuestra púrpura ha
dado el despido a nuestras togas. (X,10)
Tras la audiencia, Pintura de Alma-Tadema |
Uno de los deberes del cliente era la salutatio matutina que implicaba la obligación de ir a casa del
patrón (o patronos) por la mañana para saludar e informarse de si necesitaba
que le acompañara en sus quehaceres diarios y recibir la sportula, cesta de comida que le podía servir de sustento diario.
Esta sportula era una obligación que
tenía el patrón con sus clientes y con el tiempo se convirtió en una pequeña
aportación dineraria.
En la ciudad de Roma (teniendo en cuenta que el coste de la
vida era más caro que en otras ciudades), la tarifa de dos sextercios se
consideraba adecuada a comienzos de la época imperial, aunque en tiempos de
Domiciano era ya de seis sextercios, cuando ya había decaído la costumbre de
los pagos cotidianos en especie (que se reservaban a ocasiones concretas, como
proporcionar entradas para un espectáculo -especialmente cuando lo organizaba
el patrón-, ropa para el año nuevo, o lo necesario para celebrar una boda). Era
habitual que los clientes fueran citados en el testamento dejándoles alguna
parte de la herencia
“Adiós ya, centenar de
pobrecillos cuadrantes, donativo que hacía a sus fatigados clientes un bañista
empapado. ¿Qué pensáis, amigos hambrientos? Se acabaron las espórtulas de un
patrón orgulloso. “Ya no hay disimulo, ya es un salario lo que tiene que dar”
El patrón daba de comer al cliente, luego Nerón sustituyó la comida por cien
cuadrantes. Domiciano restableció la comida por poco tiempo. Ahora se convierte
en un pequeño jornal, 25 ases.” (Marcial, Epigramas, III,7)
Por aparentar el patrón se podía exceder en la cantidad dada
como sportula, multiplicando lo
estipulado como habitual. Marcial critica a un tal Diodoro que quintuplica la
cantidad acostumbrada, cinco veces la ordinaria, que era de 100 cuadrantes, es
decir 25 ases o 6 sestercios y un as.
“En tu cumpleaños, Diodoro, el
senado se sienta a tu mesa como convidado y pocos caballeros dejan de adherirse
y tu espórtula reparte con largueza treinta sestercios por cabeza. Sin embargo,
Diodoro, nadie te cree nacido”. (Epigramas, X, 27)
Sextertius de Domiciano |
La invitación a la cena ofrecida por el patrón era también
uno de los favores esperados por el cliente para seguir manteniendo un cierto
nivel de aceptación social.
Como te trillas innumerables
umbrales por la mañana siendo senador, te parezco ser un caballero dejado,
porque no corro de un lado para otro con las primeras luces por la ciudad y no
me llevo, cansado, miles de besos de vuelta a casa. Pero tú [lo haces] para
agregar nombres nuevos a los fastos purpúreos, o para dirigirte a los pueblos
de los nómadas o de los capadocios; en cambio yo, a quien obligas a interrumpir
el sueño a mitad y a soportar y a padecer el barro matinal ¿qué busco? Cuando
mi pie sin rumbo se me sale del zapato roto y me cae un súbito chaparrón de
agua gorda, y no llega mi esclavo, llamado a gritos después de quitarme el
manto, se acerca tu esclavo a mi oreja helada y me dice: “Letorio te invita a
cenar con él”. ¿Por veinte sestercios? Yo no voy; prefiero el hambre a tener yo
una cena como recompensa y tú tener una provincia y que hagamos lo mismo y no
ganemos lo mismo. (Marcial, Epigramas, XII, 29)
Pintura de Roberto Bompiani |
Muchos patrones no soportaban de buen grado el gasto de
proporcionar la comida a ciertos clientes que nada le aportaban, por lo que les
servían alimentos y bebidas diferentes a las que él mismo y sus invitados más
ilustres degustaban. Este hecho fue criticado por los literatos debido a la
humillación que suponía tal actitud.
“Siendo invitado a la cena ya no como antes,
en calidad de cliente pagado, ¿por qué no me sirven la misma cena que a ti? Tú
tomas ostras engordadas en el lago Lucrino, yo sorbo un mejillón habiéndome
cortado la boca. Tú tienes hongos boletos, yo tomo hongos de los cerdos; tú te
peleas con un rodaballo, en cambio yo, con un sargo. A ti te llena una dorada
tórtola de enormes muslos; a mí me ponen una picaza muerta en su jaula. ¿Por
qué ceno sin ti, Póntico, cenando contigo? Que sirva de algo la desaparición de
la espórtula: cenemos lo mismo”. (Marcial, Epigramas, III, 60)
La estructura de la domus
(casa familiar romana) incluía una estancia a la entrada que permitía acoger a
los clientes; aunque lo habitual era permitir su entrada en espacios más
privados según su rango o nivel de confianza (los más humildes se quedaban en
la entrada, mientras que a algunos se les permitía llegar hasta el peristilo). Debía
ser habitual que en las fachadas de las casas más ricas hubiera un banco donde
los clientes esperaban a ser atendidos, pues en Pompeya se ha conservado uno de
piedra en la fachada de una casa. Era prueba del prestigio de una familia el
que cada mañana frente a su casa esperara un gran número de clientes.
El orden de recepción venía determinado
por el rango del cliente. Olvidar el tratamiento que debía darse al patrón (el
título de dominus), podía dar lugar a
ser despedido sin recibir la sportula.
“Esta mañana te he saludado por
descuido con tu verdadero nombre y no te he llamado, Ceciliano, “mi señor”.
¿Qué cuánto me ha costado tamaña libertad, preguntas? Se me ha llevado ella
cien cuadrantes.” (Marcial, Epigramas, VI, 88)
El que el patrón devolviera el saludo, citándole por su
nombre, era una muestra de confianza y reconocimiento. Se debía acudir vestido
propiamente, con toga, requisito que para los más pobres era difícil de
cumplir, en cuyo caso se esperaba fuera su propio patrón el que se la
facilitara. Dependiendo del número de clientes, la salutatio podía prolongarse mucho (hasta la hora secunda o tertia) Por muy molesto que fuera para el patrón mantener este
ritual cotidiano, desatender las quejas y peticiones de sus clientes, o no
responder a su saludo, era considerado una pérdida de reputación.
“Ésos que corren en medio de sus
compromisos, que se desasosiegan a ellos mismos y a los demás, cuando ya estén
bien locos, cuando día a día hayan recorrido los umbrales de todos sin pasar de
largo ante ninguna puerta abierta, cuando hayan llevado en torno su interesado
saludo por las casas más alejadas, ¿a cuántos en concreto podrán ver en una
ciudad tan enorme y desgarrada entre intereses tan diversos?
¡Cuántos por tener
sueño o por regalones o por desconsiderados los despacharán sin más! ¡Cuántos
después de haberlos torturado largo rato pasarán de largo ante ellos
pretextando tener prisa! ¡Cuántos evitarán asomar por el atrio atestado de
clientes y escaparán por los oscuros pasillos de sus mansiones como si no fuera
más inhumano engañar que no tener en cuenta! ¡Cuántos medio dormidos por el
desenfreno de la víspera y enfadados con aquellos pobres, —que han roto su
propio sueño para aguardar a que otro despierte—, repiten, entre bostezos más
que desdeñosos, con los labios apenas entreabiertos, el nombre que le han apuntado mil veces!” (Seneca, De la Brevedad de la
vida, 14, 3-4)
Pintura de Gustave Boulanger |
No solo se quejaban los patronos por las obligaciones que
conllevaba la salutatio y demás
deberes, ya que Marcial se quejaba de tener que actuar como si fuera un nuevo
cliente y pedía a su patrón tener consideración por su edad y veteranía para
poder retirarse de tales quehaceres.
“Lo que te presta un amigo nuevo
y recién hecho, eso me ordenas, Fabiano, que te lo preste yo: que arrecido vaya
a saludarte todos los días a primera hora, y que tu litera me lleve y traiga
por medio del barro, que ya cansado, te siga a la hora décima o más tarde a las
termas de Agripa, cuando yo me baño en las de Tito. ¿Esto he merecido yo,
Fabiano, a lo largo de treinta diciembres, el ser siempre un recién llegado a
tu amistad? ¿Esto he merecido yo, Fabiano, con mi toga raída pero mía, que no
me consideres aún digno del retiro?” (Epigramas, III, 36)
Para evitar cumplir con sus tareas como cliente Marcial
llega a enviar a uno de sus libertos para que le sustituya en esas funciones y
aduce los motivos y las ventajas que para el patrón puede tener ese cambio.
“Tú me exiges, sin que les vea el fin, mis servicios de
cliente. No voy, pero te envío a mi liberto. —No es lo mismo, me dices. —Te
probaré que es mucho más. Yo apenas podría seguir la litera; él la llevará.
Cuando te veas atascado entre la multitud, él abrirá paso a codazo limpio; yo
tengo los costados débiles y delicados. Si tú narras cualquier cosa en el
discurso de la causa, yo me callaré; pero él te berreará un triple “¡muy
bien!”. Que tienes un proceso, él dejará oír sus insultos a grandes voces; el pudor
ha contenido siempre en mi boca las palabras gruesas. —Entonces, agregas, tú, amigo
mío, ¿no me prestarás nada? —Sí, Cándido, lo que no pueda el liberto.” (Epigramas,
III, 46)
Los clientes
realmente agradecidos a sus patronos por los favores recibidos les dedicaban
estatuas o retratos en los que se reflejaban los valores que creían debían
poseer. El patrón en el que uno debía confiar debía caracterizarse por la gravitas, virtud que reflejaba la
dignidad tanto física como intelectual de la persona y que se manifestaba en la
escasa expresión emocional y en la constancia y seriedad al hablar y tratar a
los demás.
El cliente
ideal respondía a tal patrón con el piadoso respeto que se esperaba de un hijo
hacia su padre, que se manifestaba en su devoción por ayudar a su patrón en
caso de necesidad y en su muestra de gratitud por la labor ejercida en su
favor.
Esta
exhibición de gratitud implicaba una marcada subordinación del cliente hacia el
patrón, el cual se comportaba como un patriarca, como se puede apreciar en el
comentario de Cicerón sobre los habitantes de Capua al convertirse en sus
clientes.
“Los de Capua me dedicaron una estatua dorada, me habían
elegido como su patrón especial; ellos contaban sus vidas, sus fortunas y sus
hijos como un regalo de mi parte.” (Cicerón, Contra L.C. Pisón, 25)
En el
santuario de Diana en Nemi se encontraron varias estatuas del siglo I d.C.
dedicadas por el liberto Fundilius Doctus, parásito de Apolo (había una
asociación de actores y mimos, llamados parásitos de Apolo). Entre ellas se
encuentran una de él mismo y otra dedicada a su patrona Fundilia Rufa, que
refleja esa dignidad y seriedad en su rostro y porte.
Los vínculos de clientelismo podían darse en diferentes
niveles sociales, como entre ricos hacendados y campesinos, entre litigantes y
abogados en los procesos jurídicos, entre soldados y generales, entre un
miembro notable de la sociedad y un collegium
(asociación privada de miembros con la misma ocupación) o entre personajes
influyentes de la corte imperial y aristócratas provinciales. Los vínculos ya
institucionalizados de alianza entre los romanos y otros pueblos podían incluir
diferentes tipos de relaciones, como la subordinación directa, la ciudadanía
sin posibilidad de sufragio, o incluso el autogobierno de los municipios y
colonias, pero en ciertas ocasiones era necesario contar con determinados
contactos para acceder al centro de la toma de decisiones (el senado o el emperador)
por intermedio de algún patrón. En este caso, la relación se establecía entre
un patrón, que pertenecía normalmente al estamento ligado al poder, y una ciudad
o una comunidad cliente.
"No solamente en la propia
ciudad la plebe estaba bajo la protección de los patricios, sino también cada
una de las ciudades colonias suyas, las que habían acudido a su alianza y
amistad y las vencidas en guerra tenían como protectores y patrones a los
romanos que eligiesen.” (Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades romanas,
II, 11)
Cuando Escipión Emiliano fue elegido cónsul en el 134 y se
le asignó la provincia de Hispania, el senado le negó el permiso de enrolar un
nuevo ejército y no le garantizó recursos. En su lugar, Escipión organizó un
ejército de clientes y amigos de Italia, reforzado por contingentes enviados
por ciudades y reyes extranjeros. Esto podía hacerse porque los amigos y
aliados de los romanos estaban en una posición parecida a la de los clientes en
relación con su patrón, especialmente en el caso de los Estados que no tenían
tratados establecidos con Roma, exigiendo protección del más fuerte y ofreciendo
lealtad y obediencia de una según la norma no legal, pero habitual.
“Lo cierto es que los dos
Escipiónes dominaban mucho a sus clientes, tanto por el entendimiento y la
palabra, como por la autoridad.” (Cicerón, Bruto, 97)
La elección de un patrón en un municipio debía seguir un
estricto proceso legal iniciado por la decisión del senado local siguiendo los
términos y procedimientos especificados en sus estatutos municipales o
coloniales, seguido por el envío al senado de Roma y al emperador para su
ratificación. El nombramiento se registraba con una inscripción en una lámina
habitualmente de bronce, llamada tabula
patronatus. Esta era generalmente rectangular, y, a veces, con forma
triangular en la parte superior y servía para dar fe pública de la nueva
relación establecida y se custodiaba en un edificio público en un lugar visible
para todos los miembros. El patrón podía adoptar el título de patrono del
municipio o colonia, que era hereditario, al igual que las obligaciones que
conllevaba el patronazgo. A él se le entregaba una placa con los mismos
términos para que la expusiera en su casa.
Inscripción: Siendo cónsules Quinto Sulpicio Camerino y Cayo Poppeo Sabino, Décimo Julio Clio , hijo de Marco, de la tribu Galeria, hizo un pacto de hospitalidad con Lugario, hijo de Septanio, de los Turduli Veteres, y lo recibió a él, a sus hijos y descendientes en fidelidad y clientela de sí mismo, sus hijos y descendientes.
Tabula patronatus
en bronce del año 101 d.C. en Roma con una inscripción en latín que ratifica la
elección de Tito Pomponio Basso como patrón del municipio de Ferentium (cerca
de Viterbo, actual Lazio):
En el consulado de L. Arruntio Stella y L. Julius
Marianus, 14 días antes de las Calendas de Noviembre, M. Acilio Placido y L.
Petronio Fronto, quattuorviri i(ure)d(icundo) consultaron al senado de los
Ferentini que estaban reunidos en el templo de Marte. Q. Segiarius Maeciano y
T. Munnio Nomantino estaban presentes como testigos. Esto se decidió por
unanimidad: que T. Pomponio Basso, un hombre de gran reputación, de acuerdo con
la política del más indulgente emperador Nerva Trajano Augusto Germánico estuvo
realizando la tarea que el emperador le dio, por la cual el emperador ha
provisto para la duración eterna de Italia de tal forma que cada generación
esté agradecida por la administración de Basso, y que un hombre de tal virtud
debe ser de ayuda para nuestra ciudad. Que lo que ellos deseaban hacer sobre
este tema se decidió así: Que los senadores se complacen en enviar delegados de
este orden a T. Pomponio Basso, vir clarissimus, para persuadirle de que tenga
la gracia de recibir nuestra ciudad en el patronazgo de su importante casa y
permita ser co-optado como patrono y permita que un registro de clientela se
inscriba con este decreto para ser exhibido en su casa. Esto se decidió.
Designado como enviado: A. Cecilio A. F. Quirinalis y Quirinalis (hijo de A.
Cecilio Quirinalis)
Cuando los municipios decidían la cooptatio (elección
deliberada del senado municipal) de un patrón pensaban en que fuera una persona
relevante que pudiera serles de utilidad en caso de conflicto con la metrópoli.
Tanto en su registro en una tabula
patronatus como en los diferentes documentos epigráficos que pudieran
surgir durante la relación, se aportaban unos datos que manifestaban la
excelencia de los patroni a través de
sus virtudes, en las que resaltaban su condición social - dignitas -, su influencia social y política - suffragium -, su generosidad con los demás, - munificientia -, y los lazos afectivos con su municipio-cliente,
además de sus cualidades personales y profesionales, todo ello con la intención
de mostrar la excelencia personal del
elegido como patrón y subrayar el acierto de la elección, fortaleciendo el
vínculo patronal y asegurándose buenas relaciones con el poder político e
imperial.
Tabula patronatus |
La forma más evidente de excelencia personal era el rango
social, que, a partir del reinado de Adriano, sería más fácil de identificar,
al iniciarse la costumbre de asignar ciertos títulos a algunos magistrados del
estado, que acabarían constituyendo una clara nobleza dentro de la jerarquía
social.
La manifestación pública de la generosidad era exigida a los
ricos y era elemento fundamental en cualquier relación en la que se intercambiaban
honores por beneficia.
El patrono debía cuidar de las necesidades de los habitantes
de los municipios que eran sus clientes, y correr con los gastos de edificar
construcciones que fueran necesarias para ellos o que embellecieran las
ciudades, además se encargaban de sufragar campañas de alimentación para los
más necesitados o ayudar a la educación de los más jóvenes. Plinio en sus
cartas cuenta algunos casos en los que él se encarga de estos gastos.
“Muy cerca de mi propiedad hay un pueblo cuyo nombre es
Tifernio Tiberino, que me nombró patrono suyo cuando yo era poco más que un niño pequeño,
con un afecto tanto mayor cuanto menor era la reflexión.
La población celebra mis llegadas, se entristece con mis
partidas, y se regocija con los honores que recibo. Por ello, al objeto de
mostrarles mi agradecimiento (pues resulta muy torpe ser vencido en el afecto),
he levantado a mis expensas un templo, cuya dedicación sería sacrílego demorar más
tiempo, puesto que su construcción está ya terminada. Así pues, permaneceremos
allí el día de la dedicación, que he decidido festejar con un banquete público.”
(Plinio, Epístolas, IV, 1)
Los municipia honraban con monumentos
conmemorativos o con estatuas a sus patroni
en agradecimiento a su generosidad, aunque esta exhibición de gratitud
implicaba una marcada subordinación del cliente hacia el patrón, el cual se
comportaba como un patriarca, como se puede apreciar en el comentario de
Cicerón sobre los habitantes de Capua al convertirse en sus clientes.
“Los de Capua me dedicaron una estatua dorada, me habían
elegido como su patrón especial; ellos contaban sus vidas, sus fortunas y sus
hijos como un regalo de mi parte.” (Cicerón, Contra L.C. Pisón, 25)
Busto de Cicerón |
A partir del
gobierno de Augusto, los patronos cívicos no serían vistos ya no como posibles
competidores, sino como colaboradores del régimen imperial, por lo que el
patrono municipal de época imperial sería elegido, principalmente por su
capacidad de ejercer influencia
o de mediar
ante el Princeps y ante su administración; y, por tanto, su poder y prestigio
ya no se centraría en tener una extensa clientela o en su independencia, sino
en su lealtad a la domus Imperial, quedando la institución subordinada al poder
del Princeps.
Las ciudades
debieron ofrecer este honor, preferentemente, a personas cercanas al princeps,
ya que por sus lazos familiares o de amistad y fidelidad, les sería más fácil
actuar en beneficio de las ciudades patrocinadas.
“A los tresviros y decuriones
(De Cirta, en la actual Argelia):
Cuanta preocupación siento y
preferiría con mucho que creciese la protección de nuestra patria más que mi
propio favor. Por ello, os aconsejo que nombréis patronos y dictéis normas a
este respecto para aquellos que en este momento ocupan el primer puesto del
Foro: a Aufidio Victorino, a quien tendréis entre el número de vuestros
conciudadanos, si los dioses apoyan mis planes, ya que le he prometido a mi hija…
También a Servilio Silano, un hombre extraordinario y de una facilidad de
expresión singular, a quien tendréis como defensor por derecho de municipio, ya
que es oriundo de la vecina y amiga ciudad de Hipona. A Postumio Festo haríais
bien en nombrarlo vuestro defensor en prueba de su conducta y su elocuencia,
quien, además, pertenece a nuestra provincia y a una ciudad no muy lejana.” (Cornelio
Frontón, Epístolas, I, 143)
El creciente
número de senadores de ciudades provinciales posibilitó que cada vez más
ciudades co-optaran patronos de entre sus compatriotas senatoriales, aunque se
encontrasen ciudades que iniciaban una relación de patronazgo con miembros de
las más importantes familias ecuestres y decuriales. En su búsqueda de patronos
del rango más alto, algunas ciudades co-optaron mujeres o menores de edad de
familias prominentes.
Estatua de Eumachia, sacerdotisa y patrona del collegium de tintoreros de Pompeya |
Puesto que
la asistencia legal y la intervención política no estaban en manos de las
patronas, sí que se podía contar con su mediación a favor de la comunidad
cliente y con su aporte económico. La riqueza y las buenas relaciones de las
mujeres de clase alta proporcionaban prestigio a la ciudad-cliente o collegium. Era habitual que las patronas
de comunidades cívicas fueran de familias con mayor nivel social que la de los
patrones varones, pero la inclusión de los méritos de los familiares masculinos
en las dedicatorias a las patronas podía suponer que su nombramiento era
meramente honorífico.
"Los principales
magistrados (quinquenales) declararon: con cuánto amor y afecto Laberio Galo,
primipilaris y hombre distinguido, ha hecho suyo actuar como benefactor hacia
nuestro collegium desde hace tiempo.
Permítannos por ello co-optar como patrona de nuestro collegium a su
esposa, Ancharia Luperca, hija del difunto Anchario Celer, de bendita memoria,
cuya descendencia y familia coparon todas las magistraturas de nuestra patria
de una forma sincera y digna de confianza. Permítannos co-optarla en honor de
ellos y por su casta moral y la pureza de sus hábitos. Permítannos también erigir
una estatua de bronce en la sede de nuestro collegium junto a la de su esposo,
Laberio Galo…" (Inscripción del collegium de constructores)
En su
búsqueda de patronos de mayor rango que tuvieran lazos sociales, económicos y
emocionales con la ciudad o asociación, la mayoría de ciudades y collegia
tenían solamente unas pocas familias entre las que elegir. Por tanto, es
frecuente encontrar familias ejerciendo el patronazgo durante generaciones,
aunque no era realmente un compromiso hereditario. La elección de qué miembros
de las familias eran elegibles para convertirse en patronos dependía en parte
de los propios méritos.
Bibliografía:
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http://cdsa.aacademica.org/000-006/530.pdf; El clientelismo en la Roma clásica: las transformaciones de los vínculos clientelares con la llegada del Imperio; Alejandra Paula Ardanaz
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https://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/129259/1/El_patronato_sobre_comunidades_civicas_h.pdf; EL PATRONATO SOBRE COMUNIDADES CÍVICAS HISPANAS EN ÉPOCA AUGUSTEA; Enrique MELCHOR GIL
http://www.persee.fr/doc/antiq_0770-2817_1999_num_68_1_1334; El elogio de las virtutes patronales en los municipios de la Italia altoimperial; Daría Saavedra-Guerrero
https://mefra.revues.org/184; Las tábulas de hospitalidad y patronato del Norte de África; Borja Díaz Ariño
La casa romana, Pedro A. Fernández Vega, ed. Akal