lunes, 4 de noviembre de 2024

Ad catacumbas, catacumbas en la antigua Roma

Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López

Los primeros cristianos en Roma llamaron al lugar de enterramiento bajo tierra coemeterium (actual cementerio), pero el nombre de catacumba, procede de ad catacumbas (en la hondonada), porque las conocidas ahora como catacumbas de San Sebastián se hicieron aprovechando una cantera de tierra puzolana, al sur de la ciudad de Roma. Posteriormente el topónimo catacumba pasó a denominar el cementerio subterráneo cristiano.

Las catacumbas fueron esencialmente cementerios o necrópolis subterráneas donde los fieles acudían para cumplir con los rituales en honor de sus difuntos y venerar a los mártires en el día de su aniversario de muerte, considerada como nacimiento a una nueva vida. Estaban formadas por un laberinto de galerías estrechas (ambulacros), cuyos pavimentos guardaban sepulcros individuales bajo tierra (hormas) cubiertos por lastras de mármol o piedra. En las paredes laterales de los pasillos se excavaban nichos a varios niveles (loculi) que albergaban sepulturas para difuntos de condición modesta. Cada lóculo se cerraba con una lápida de mármol, piedra o ladrillos, con el nombre del difunto o difuntos inscrito. Los nichos representan el sistema sepulcral más humilde e igualitario, con el objeto de respetar el sentido comunitario que animaba a los primeros cristianos. La uniformidad de las sepulturas se correspondía con la ideología de la nueva religión, que garantizaba a todos el mismo tratamiento y la igualdad frente a Dios.

"Tuve un nacimiento romano. Si quieres saber mi nombre, Julia me han llamado; viví virtuosa con mi esposo Florencio, a quien dejé tres hijos con vida. Después, he recibido la gracia de Dios, acogida en paz como neófita." (Poesía Epigráfica Latina, 1874, Catacumba de San Calixto)

Santa Cerula, Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia

El cubiculus era una gran cámara sepulcral donde se enterraba a los miembros de una familia o de un grupo de la comunidad. Se decoraba con imágenes y pinturas alusivas al grupo, a uno de sus integrantes o bien al credo religioso que profesaban. Algunas tumbas de estos cubículos se coronaban por un arco, llamado arcosolium.

Catacumbas de Comodilla, Roma, Italia

Las criptas eran espacios mucho más amplios que los cubículos, en los que se daba sepultura a uno o más mártires y donde se oficiaba misa. Las criptas se encontraban generalmente en el primer nivel de galerías. En el cielo raso de las criptas había lucernarios, perforaciones hacia el exterior que permitían el ingreso de luz natural, y airear el ambiente debido a la presencia de grupos de fieles.

“Después, cuando, a pesar del fácil recorrido, la oscura noche del lugar parece ennegrecerse a través de esa cueva misteriosa, aparecen claraboyas construidas en lo alto del techo, diseñadas para lanzar rayos brillantes sobre la caverna.
Aunque angostos atrios bajo sombríos pórticos van urdiendo por aquí y por allá confusos recodos, no obstante, la luz penetra por abundantes orificios de la bóveda, bajo las entrañas huecas de ese monte excavado.
Así se puede bajo tierra contemplar el brillo del sol en su ausencia y disfrutar de su lumbre. A semejante gruta es encomendado el cuerpo de Hipólito, en un lugar junto al que se situó un altar consagrado a Dios.”
(Prudencio, Libro de las Coronas, XI, 150)

Ilustración de las Catacumbas de San Calixto, Roma, Italia

El incremento de la población durante la segunda mitad del siglo II, unido a la práctica de la inhumación que precisaba de grandes cantidades de tierras públicas provocó el incremento de los precios del suelo. Por lo tanto, para superar estas dificultades, a finales del siglo I y comienzos del II, algunas familias y asociaciones romanas empezaron a recurrir a la sepultura subterránea, ahorrando terreno en superficie y garantizando una digna sepultura a sus muertos. Numerosos son los ejemplos de hipogeos funerarios paganos localizados en los suburbios, cubiertos muchas veces por frescos.

Hipogeo de Via Livenza, Roma, Italia

Muchos fueron los motivos que empujaron a la comunidad cristiana a sepultar a sus difuntos en cementerios independientes. Ante todo, el crecimiento numérico de los fieles, la toma de conciencia de pertenecer a una comunidad religiosa, el vínculo que sus adeptos sentían hacia ella, la necesidad -según los rituales cristianos primitivos- de honrar a los difuntos con los refrigeria y, en última instancia, la adquisición, por parte de la iglesia de territorios destinados a sepulturas.

Para garantizar a todos los cristianos la dignidad de una sepultura, Tertuliano señala la presencia de una caja común, que sobrevivía con las contribuciones voluntarias mensuales de los fieles. Hasta ese momento los fieles de la nueva religión sepultaban a sus difuntos en los cementerios comunes.

“E incluso si existe una especie de caja común, no se reúne ese dinero mediante el pago de una suma honoraria, como si la religión se comprara. Cada uno aporta una contribución en la medida de sus posibilidades: un día al mes, o cuando quiere, si es que quiere y si es que puede; porque a nadie se obliga, sino que se entrega voluntariamente. Estas cajas son como depósitos de misericordia, puesto que no se gasta en banquetes, ni en bebidas, ni en inútiles tabernas, sino en alimentar y enterrar a los necesitados, y ayudar a los niños y niñas huérfanos y sin hacienda, y también a los sirvientes ancianos, e igualmente a los náufragos, y a los que son maltratados en las minas, en las islas o en prisión, con tal de que eso ocurra por causa del seguimiento de Dios; se convierten en protegidos de la religión que confiesan.” (Tertuliano, Apologeticum, XXXIX, 5-6)

Ilustración de las catacumbas de San Calixto, Roma, Italia

El impresionante trabajo de excavación fue realizado por los fossores, obreros especializados que se encargaban de la realización de las sepulturas y de los túmulos de los difuntos. A partir del siglo IV formaron parte de la misma jerarquía eclesiástica. Muchas veces eran los propios fossores quienes realizaban las decoraciones pictóricas de los hipogeos.

Ilustración de la necrópolis de Carmona, Sevilla, España

A finales del siglo II, la comunidad cristiana de Roma recurrió a la construcción de cementerios subterráneos, que a diferencia de los hipogeos paganos, se distinguían por su mayor extensión, susceptible de continuas ampliaciones, realizando originales soluciones estructurales, que confirieron a estos monumentos un carácter exclusivo y peculiar. El trazado original preveía en lo posible el desarrollo mediante un sistema de galerías y una planimetría absolutamente regular, intensiva y extensiva de las áreas subterráneas.

“A menudo, entraba en esas criptas, profundamente excavadas en la tierra, con los cuerpos de los difuntos alineados en ambas paredes, donde todo estaba tan oscuro que parecía que iban a cumplirse las palabras de los salmistas: <Dejadles bajar rápidamente al infierno>. Aquí y allá la luz, que no entraba por ventanas, sino por unos huecos en el techo, aliviaba el horror de la oscuridad.” (San Jerónimo, Comentario sobre Ezequiel, 40, v. 5)

Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López

En el siglo III, a partir de la promulgación del edicto de Milán en el año 313 finalizaron las persecuciones religiosas y se produjo el gran florecimiento del número y extensión de los cementerios comunitarios o catacumbas, que se convirtieron definitivamente en propiedad de la Iglesia. Desde este momento se incrementan las áreas monumentales y se favorecen los cubículos familiares que guardan diversas formas y dimensiones y se caracterizan por una mayor complejidad arquitectónica con el uso de bóvedas, arcos, columnas, pilares y otros elementos. Se incrementam, además, los hipogeos privados, de reducidas dimensiones y ricamente decorados, con escenas bíblicas del antiguo y nuevo testamento, junto a pasajes de la mitología clásica pagana.

Catacumbas de Via Latina, Roma, Italia

Para atraer a los fieles se da mayor importancia a los lugares más próximos a las sepulturas de los mártires, que se convierten en lugares de peregrinación para los devotos. Para facilitar la oración, en la época del papa Dámaso (366-384), se ensanchan las galerías, se crean aulas y habitaciones subterráneas y se excavan basílicas hipogeas con la intención de que adquieran un mayor valor didáctico.

Son también relevantes las inscripciones con composiciones poéticas sobre lápidas de mármol convertidas en invocaciones para solicitar la protección de los mártires en un intento por parte de la iglesia de oficializar el culto a los santos y controlar la devoción popular.

“[Este templo] renovado [encierra] los cuerpos de unos [fieles] servidores del Señor que, [al derramar su sangre], liberaron sus almas para poder al tiempo poseer el [reino] de los vivos. La tumba que, en alto, [a la izquierda], sale al paso de los fieles oculta a Félix y la de la [derecha] a [Adaucto]; en tiempos todavía del papa Siricio, las [consagró] Félix, [cumpliendo una vez más las promesas] que había hecho a los mártires a cambio de su ayuda.” (Poesía Epigráfica Latina, 1971)

Pintura de Jules Eugene Lenepveu

Las más célebres son las inscripciones damasianas, compuestas por el Papa Dámaso para conmemorar las tumbas de los mártires en las catacumbas; en algunas de ellas se ofrece información relevante sobre la vida de los santos y mártires.

“La gloria de Cristo ha mostrado que el mártir Eutiquio pudo vencer los crueles mandatos del tirano y al mismo tiempo las numerosas maneras de hacer daño de los verdugos. A la inmundicia de la prisión le sigue un nuevo tormento para su cuerpo, le disponen como lecho trozos de escombros para que no pudiera llegar a conciliar el sueño. Y pasaron doce días negándosele el alimento; lo envían al calabozo y su sangre santificada lava todas las heridas que le había causado el terrible poder de la muerte.
En el sopor de la noche el insomnio perturba la mente, se muestra el secreto lugar que retiene el cuerpo del santo, se le busca, una vez encontrado se le venera y él los favorece y ayuda en todo. Dámaso ha relatado su conducta meritoria. Rinde culto a este sepulcro.”
(Poesía Epigráfica Latina, 370)

La intensificación de las sepulturas en las zonas cercanas a los mártires llevó a la creación de áreas retro sanctos, para sepulturas privilegiadas que se otorgaban a los difuntos que verdaderamente lo merecían.

Los cristianos descubrieron el importante papel comunicativo de las inscripciones sobre piedra o estuco a la hora de propagar su doctrina. Mediante los epitafios de las catacumbas públicas y privadas los cristianos podían reclamar la atención del lector y hacerlo reflexionar sobre la vida virtuosa de los santos, la inmensa recompensa de la vida eterna y la esperanza en la redención de las almas.

Aquí yace en paz Amelius, que vivió 34 años, 3 meses y 15 días, a su querido hijo lo dedicó su madre, Rufa. Trier, Rheinisches Landesmuseum, Alemania

Con la cristianización la tumba deja de ser la morada eterna para convertirse en un lugar de acogida y recuerdo, ya que el alma viaja hasta los cielos donde se reunirá con los santos. Así que expresiones funerarias tradicionales como sit tibi terra leuis o la dedicatoria a los Manes de los difuntos, irán dando paso a la imagen de Cristo redentor, o a las promesas de intercesión que el difunto -como mediador- asegura a la comunidad cristiana.


“Primer ministro del altar durante mucho tiempo, elegí ser portero de este santo lugar. Pues, regresando a la tierra que es nuestro verdadero hogar, yo, Sabino, hago enterrar aquí en el suelo mi cuerpo silencioso. No me agrada, mejor, me incomoda estar pegado a las tumbas de la gente piadosa: por los méritos de los santos está cerca la vida mejor. No se necesita el cuerpo, dirijámonos, pues, a ellos con nuestra alma, la cual, bien a salvo, puede llegar a ser la salvación del cuerpo. Pero yo que, entonando salmos con mi voz armoniosa, he cantado poemas sagrados con melodías diversas, establecí aquí, en el propio umbral, la morada de mi [cuerpo], convencido de que el momento [deseado] habrá de llegar enseguida, [cuando] la tuba que resuena con sonido [angelical] procedente del cielo, [deje escapar su sonido], reuniendo a los piadosos para ascender al campamento celestial. [Y tu], diácono y mártir [Lorenzo], [une] entonces también [al diácono Sabino a tus coros angélicos].” (Poesía Epigráfica Latina, 1423)

Junto a los nombres de los difuntos, los deseos sobre la vida eterna y las peticiones de protección a los santos que se inscriben en las lápidas funerarias se añaden símbolos que permitían a los cristianos iletrados identificar los mensajes como propios de su fe. Así, por ejemplo, el ancla podría simbolizar la seguridad de su fe en Dios y la esperanza en las promesas que hizo sobre la vida eterna. El ancla, junto al símbolo del Chi Rho, que son las dos primeras letras de Cristo en griego, llevan una cruz, no explícita, en su diseño, lo que permitía su utilización durante las épocas de persecución.


“Nuestros sellos deben llevar la imagen de una paloma, de un pez, de un navío a pleno viento; de una lira, de la que se servía Polícrates o de un ancla que Seleuco hizo grabar en su anillo.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, III, 11)

Catacumbas de San Sebastián, Roma, Italia

El pez se menciona con frecuencia en el Nuevo Testamento en relación con los milagros de Cristo, en las parábolas, y con la función de los apóstoles como pescadores de hombres. Además es junto con el pan, símbolo de la eucaristía. El nombre del pez en griego ichtys corresponde a un acróstico Iēsoûs Khrīstós, Theoû Huiós, Sōtḗr que significa Jesucristo, Hijo de Dios Salvador.

“Veo a los comensales que se reparten en mesas separadas, y todos llenos con abundancia de comida, de forma que ante sus ojos aparece la abundancia ofrecida por la bendición del Evangelio y la imagen de esas multitudes a quien Cristo, el verdadero Pan y Pez del agua de la vida, llenó con cinco panes y dos peces.” (Paulino de Nola, Epístolas, 13, 11)

Símbolos de la paz son la paloma y la rama de olivo, y la primera representa también al Espíritu Santo, el cual desciende sobre Jesús en su bautismo.

Lápida paleocristiana del siglo III

Con el tiempo estos símbolos fueron sustituidos por la cruz, el crucifijo o escena de crucifixión.

Las primeras manifestaciones de la pintura cristiana de época romana proceden de las catacumbas y se remontan a finales del siglo II y comienzos del siglo III d. C., y, contrariamente a lo que podría creerse, las catacumbas romanas nunca fueron pintadas para hacerlas más bellas estéticamente en su conjunto, sino que solamente un pequeño número de cámaras o de arcos funerarios fueron decoradas con pinturas por parte de los pocos cristianos afortunados de la época.

Durante el siglo III, con la llegada del cristianismo a las clases medias y altas, se produce un hecho fundamental para la historia del arte cristiano: la aparición de una clientela artística cristiana con el suficiente nivel económico como para despertar el interés de los talleres artísticos, donde trabajan los artesanos en base a unos modelos previamente establecidos, que se ven obligados a proveerse de un repertorio iconográfico cristiano que pueda satisfacer la creciente demanda de los nuevos clientes. Existe una limitación del repertorio iconográfico que utiliza la imaginería cristiana del siglo III que la lleva a repetir, casi con monotonía, las mismas escenas una y otra vez. Estas evocan un sentimiento religioso y un código ético que prefesan un grupo de cristianos. Es posible que la Iglesia seleccionase o recomendase las escenas que debían representarse, aunque no está claro que su intención fuese puramente didáctica.

Adán y Eva, junto al árbol de la vida. Catacumbas de San Pedro y Marcelino, Roma, Italia

La imaginería funeraria que ha llegado hasta nuestros días es esencialmente optimista, ya que no aparece ninguna escena violenta, ninguna angustia, debido a que estos cristianos han puesto sus esperanzas en otro mundo, su optimismo reside en el más allá y no en el presente en que viven.

“La situación, pues, se mueve entre estos dos condicionantes: los que en esta vida corporal y terrena han sido felices, serán eternamente desgraciados, porque ya disfrutaron de los bienes que prefirieron; y esto sucede a los que adoran a los dioses y desprecian a Dios; los que, en pos de la justicia en esta vida, han sido desgraciados, despreciados, pobres y vejados frecuentemente con persecuciones e injurias a causa de la propia justicia -y éste es el único camino para llegar a la virtud-, serán eternamente felices, gozando incluso de bienes, puesto que ya soportaron los males; y esto sucede a los que, despreciando a los dioses terrestres y los bienes perecederos, siguen la celestial religión de Dios, cuyos bienes, de la misma forma que el que los concede, son eternos.” (Lactancio, Instituciones divinas, VII, 11)

En las pinturas anteriores a la época de Constantino se muestran motivos ya presentes en la pintura de tradición funeraria pagana que se vinculan a la paz, la felicidad la salvación y el estilo de vida cristiano, y que indican que las imágenes cristianas se adaptaron a las prácticas funerarias que estaban fuertemente enraizadas en la sociedad romana. Así aparecen pájaros, frutas, máscaras, genios, guirnaldas, peces, escenas bucólicas y motivos marinos.

Catacumbas de San Sebastián, Roma, Italia

Las representaciones de jardines pueden interpretarse como el paraíso del que gozan los difuntos y la representación de flores, pétalos o guirnaldas dispersas por la superficie de los cubículos podían aludir a ese mismo paraíso.

“Y siendo esto así, consolaos con estas palabras y con la esperanza de la verdad recobrad vuestros corazones llenos de fe. Tened la seguridad de que Celso, vuestra común prenda, disfruta en la luz del cielo de la leche y de la miel de los vivos; acaso el fecundo Abrahán le da calor acogiéndolo en su regazo y el cariñoso Eleazar lo alimenta con el rocío de su dedo, o bien que en la compañía de los niños de Belén, a los que el perverso Herodes mató por odio, juega en medio del perfumado bosque del Paraíso y teje coronas que serán premio de los venerables mártires. Junto con éstos el niño acompañará al Cordero Real unido a los coros de las vírgenes.” (Paulino de Nola, Poemas, 31)

Hipogeo de Crispia Salvia, Marsala, Sicilia

El pavo real que fue ampliamente representado en la imaginería pagana debido a una antigua creencia de que la carne del pavo real era incorruptible y permanecía sin descomponerse incluso después de la muerte. San Agustín puso a prueba esta teoría y quedó sorprendido por el tiempo que resistió, según desvela en La ciudad de Dios:

“Y ¿quién sino Dios, creador de todas las cosas, dio a la carne del pavo real muerto la prerrogativa de no pudrirse o corromperse? Lo cual, como me pareciese increíble cuando lo oí, sucedió que en la ciudad de Cartago nos pusieron a la mesa una ave de éstas cocida, y tomando una parte de la pechuga, la que me pareció, la mandé guardar; y habiéndola sacado y manifestado después de muchos días, en los cuales cualquiera otra carne cocida se hubiera corrompido, nada me ofendió el olor; volví a guardarla, y al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo modo, y lo mismo pasado un año, a excepción de que en el bulto estaba disminuida, pues se advertía estar ya seca y enjuta.” (Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, XXI, 4)

Este extraño fenómeno y el hecho de que las plumas del pavo real se mudan anualmente para dar paso a plumas nuevas llevó a muchas culturas del mundo antiguo a considerar al pavo real como un símbolo de inmortalidad y resurrección. Además, a los cristianos el patrón en forma de ojo en el plumaje del pavo real les recordaba el ojo que todo lo ve de Dios, y, por todo ello, los pavos reales se encontraban frecuentemente en las catacumbas e iglesias cristianas y se representaban de forma prominente en tumbas, como una alegoría perfecta de la vida eterna y la inmortalidad del alma.

Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López

Las escenas de banquete, que ya aparecían en el mundo funerario pagano, también se representan en las catacumbas, pues las primeras comunidades cristianas celebraron, casi desde sus mismos inicios y sin que importara de qué tradiciones paganas o judías procediera, una comida en común o ágape de carácter religioso que se centraba en la acción de gracias y, que, en un principio, cumplía la doble función de saciar el hambre, especialmente de los acólitos más pobres, y de establecer un sacramento de unión y confraternización a semejanza de la última cena de Cristo.

“Nuestra cena da razón de sí por su nombre: se llama lo mismo que el amor entre los griegos. Sea cual fuere el gasto que produce, es una ganancia hacer un gasto por motivos de piedad, ya que los pobres y los que se benefician de este refrigerio no se asemejan a los parásitos de vuestra sociedad, que aspiran a la gloria de esclavizar su libertad a instancias del vientre, en medio de gracias groseras, sino porque ante Dios tiene más valor la consideración de los que tienen pocos medios. Si es honroso el motivo del banquete, valorad, teniéndoos a la causa, el modo en que se desarrolla: lo que se hace por obligación religiosa no admite ni vileza ni inmoderación. No se sientan a la mesa antes de gustar previamente la oración a Dios; se come lo que toman los que tienen hambre; se bebe en la medida en que es beneficioso a los de buenas costumbres […] Después de lavarse las manos y encender las velas, cada cual según sus posibilidades, tomando inspiración en la Sagrada Escritura o en su propio talento, se pone en medio para cantar a Dios: de ahí puede deducirse de qué modo había bebido. Igualmente la oración pone fin al banquete.” (Tertuliano, Apologético, 39)

Catacumbas de San Pedro Y Marcelino, Roma, Italia

Otro motivo son las representaciones de oficios relacionados con el mundo de los obreros, los artesanos y los comerciantes que ofrece un interesante muestrario social. Entre ellos destaca la figura de los mencionados fossores.


Junto a estos motivos que ya aparecían en la iconografía pagana se empiezan a representar escenas que remiten al Antiguo y Nuevo Testamento. Del primero se repite con frecuencia el episodio de Daniel en el foso de los leones, el de Jonás engullido por la ballena y expulsado por ella, Noé salvado de las aguas, los tres hermanos en el horno, todos salvados por la providencia divina. 

“Pero tocó a Dios, con cuya inspiración se escribían estos sucesos, el disponer y distinguir primeramente estas dos compañías con sus diversas generaciones, para que se tejiesen de una parte las generaciones de los hombres, esto es, de los que vivían según el hombre, y de otra las de los hijos de Dios, esto es, de los que vivían según Dios, hasta el Diluvio, donde se refiere la distinción y la unión de ambas sociedades: la distinción, porque se refieren de por si las generaciones de ambas, la una de Caín; que mató a su hermano, y la otra del otro, que se llamó Seth, porque también éste había nacido de Adán, en lugar del que mató, Caín; y la unión porque declinando y empeorando los buenos, se hicieron todos tales que los asoló y consumió con el Diluvio, a excepción de un justo que se llamaba Noé, su mujer, sus tres hijos y sus tres nueras, cuyas ocho personas merecieron escapar por medio del Arca de la sumersión y destrucción universal de todos los mortales.” (San Agustín, La Ciudad de Dios, XV, 8)

Noe. Izda. Catacumbas de San Pedro y Marcelino. Drcha. Catacumbas de los Giordani

En todas estas escenas los personajes aparecen en actitud de oración o agradecimiento por la intervención divina para su salvación, además de servir como petición a Dios de que conceda esa misma ayuda a los difuntos.

"Dios, salva a Lucius, como salvaste a Daniel y Noé"

Las escenas relativas al Nuevo Testamento muestran la vida pública de Cristo, los milagros principalmente, como la resurrección de Lázaro, la curación del paralítico, y más, pero no se representan todavía escenas de su Infancia, la Pasión ni la Resurrección.

Milagro de la resurrección de Lázaro. Izda. Catacumbas de San Calixto. Centro Catacumbas de Via Anapo. Drcha. Catacumbas de San Pedro y Marcelino

Las posteriores representaciones del bautismo de Jesús, la samaritana del pozo, y otras reflejan el elemento purificador del agua bautismal que da lugar a una nueva vida y a la salvación del alma.

“Y sucedió que en aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y nada más salir del agua vio los cielos abiertos y al Espíritu que, en forma de paloma, descendía sobre él; y se oyó una voz desde los cielos: —Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido.” (Marcos, 1, 9)

Bautismo de Cristo. Catacumbas de San Pedro y Marcelino

Una de las imágenes más comunes es la del Buen Pastor, que representa a Cristo como un humilde pastor que lleva una oveja sobre los hombros, mientras cuida de su pequeño rebaño. Esta imagen evoca las figuras griegas de época pre-arcaica del moscóforo, portador del ternero y del crióforo, portador del carnero, que se asociaban al dios Hermes, patrón de los pastores y guía de las almas al inframundo, de ahí la posible comparación con Cristo, cuya naturaleza dual, como hombre y como hijo de Dios, le permitía guiar su rebaño (los hombres) de un mundo al otro ofreciendo la salvación del alma.

“Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pastor. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.” (Juan, 10, 9-16)

El Buen Pastor. Izda arriba, catacumbas de San Calixto, drcha arriba catacumbas de Priscilla, izda abajo catacumbas de Domitilla, drcha abajo catacumbas de San Pedro y Marcelino

Más hacia finales del siglo III y durante el IV se hacen frecuentes las imágenes de la Orante, de los santos y la Virgen María con el niño.

La figura de la orante en las catacumbas tuvo su punto culminante en el siglo III cuando los cristianos todavía no habían encontrado una forma precisa de diferenciarse de su entorno y debían recurrir a a las imágenes ya conocidas dotándolas de un nuevo significado. De esta forma la figura de la orante se asimila a la de la Pietas, divinidad romana pagana, asociada a la correcta conducción de los ritos, al mantenimiento de una actitud apropiada hacia lo divino, el respeto a los muertos y a la seguridad de la vida en el más allá, virtudes todas que eran análogas a las creencias cristianas en la vida eterna y la corrección de la conducta religiosa.

Mujer orante y virgen con el niño. Catacumbas de Priscilla

El gesto que muestra la figura de la orante (o del orante) tenía por tanto un doble aspecto ritual y funerario, en el que tanto podía suponer la petición por parte de fieles de la intervención divina para la salvación del alma del difunto, como la representación de la piedad del propio difunto solicitando la salvación eterna.

“Encomendamos nuestras oraciones a Dios cuando rezamos con modestia y humildad, con las manos no demasiado elevadas, pero con moderación y adecuadamente; y el rostro levantado sin atrevimiento.” (Tertuliano, De la oración, XVII)

También se ha interpretado como la imagen del alma del difunto que ya en el cielo enseña a los que la observan como la fe, representada por la oración y la piedad, ha permitido lograr su salvación. Asimismo, la aparición de la figura de una mujer orante en la mayor parte de casos ha llevado a considerar que se refiriera a la intervención de las viudas, citadas en el Nuevo Testamento, como encargadas, mediante sus oraciones, de buscar el poder de Dios para conseguir la salvación del alma de los difuntos.

“Las viudas presentes y que lloran copiosamente pueden no sólo librar no de la muerte presente, sino también de la muerte futura.” ( Juan Crisóstomo, Homilía XXI, 4, 7)

Orantes. Catacumba de San Calixto, Roma, Italia

En algunas de las catacumbas, como la de Via Latina en Roma, la decoración pictórica alterna temas cristianos con otros paganos, como el de los trabajos de Hércules, lo que podría llevar a la teoría, sin comprobar, de que se tratase de un cementerio privado, en el que recibiesen sepultura tanto miembros de la familia cristianos como paganos cada uno con sus propias creencias.

Catacumbas de Via Latina, Roma, Italia

A finales del siglo aparecen los temas que se verán ampliamente representados en los mosaicos y pinturas del llamado arte paleocristiano, entre ellos, la imagen de Cristo entronizado, rodeado de los apóstoles y el tema de la traditio legis, denominación iconográfica que define a la representación de Cristo entregando la ley divina a san Pedro. Esta imagen suele estar acompañada de san Pablo o de algún otro discípulo, como testigo del acto simbólico de la transmisión del mensaje de salvación evangélica. El cristianismo, como continuador del arte romano, tomó esta representación de la tradición imperial, en la que el emperador hacia entrega de un rollo (que generalmente eran leyes o algún privilegio), a alguien de su entorno o confianza.

“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.” (Mateo, 28, 19)

Escena de Traditio Legis, catacumbas de San Pedro Y Marcelino, Roma, Italia

Las invasiones de los bárbaros provocaron la destrucción y profanación de las tumbas en las catacumbas, algunas de las cuales fueron rehabilitadas, aunque en los siglos V y VI se acabaron convirtiendo en lugares de peregrinaje devocional, donde las sepulturas fueron reduciéndose cada vez más ya que se empezó a preferir el enterramiento en la superficie.

“Habiendo colocado los getas su campamento destinado a perecer al pie de la ciudad, provocaron, ya antes, guerras desastrosas contra los santos; y, con intención sacrílega, revolvieron estos sepulcros, consagrados en otro tiempo a los santos mártires, según la costumbre religiosa, a los cuales, reconociendo sus méritos por consejo divino, el papa Dámaso animó a adorar con una oración, clavándolo en una tablilla. Pero la sagrada inscripción desapareció una vez roto el mármol, y ellos, sin embargo, no tuvieron que quedar en el anonimato de nuevo, porque enseguida el papa Vigilio, que lo lamentaba sobremanera estos destrozos, tras haber sido expulsados los enemigos, renovó toda la obra.” (Poesía Epigráfica Latina, 917)

Ilustración del libro Stanley in Africa de James Penn

Aunque las catacumbas cristianas son las más conocidas porque han sido bien conservadas por la Iglesia Católica por ser lugares de enterramiento de los mártires y los primeros lugares de culto, los judíos también usaban catacumbas, siendo estas, según algunas investigaciones, más antiguas que las cristianas.

Como los cementerios de los primeros cristianos, las catacumbas judías estaban situadas fuera de las murallas de la ciudad, siguiendo las directrices que regulaban la convivencia en Roma y que aparecían recogidas en la Ley de las XII Tablas. De este modo, los enterramientos se practicaban fuera del pomerium, que delimitaba el límite sagrado de la ciudad.

“Aquí yace Regina, cubierta por esta tumba que su marido ha erigido como corresponde a su amor. Ella estuvo con él ventiun años, cuatro meses y ocho días. Ellá vivirá de nuevo, volverá a la luz otra vez, porque ella puede esperar, como es nuestra verdadera fe, la promesa de vida a los dignos y piadosos, y ha merecido tener una morada en la tierra santificada.
Todo esto te lo ha asegurado tu piedad, tu casta vida, tu amor por tu gente, tu respeto por la Torah, tu devoción por tu matrimonio que te era tan querido. Por todos estos hechos tu esperanza en el futuro está asegurada, lo que conforta a tu apenado esposo.”
(CIJ 476)

Catacumbas judías de Villa Torlonia, Roma, Italia

Como en la mayoría de cementerios subterráneos, los difuntos se enterraban en loculi tallados en la piedra de toba blanda que se sellaban con yeso. La portada a menudo se inscribiría con el nombre del difunto, así como oraciones o invocaciones. Los que podían permitírselo estaban enterrados en capillas más grandes con arcosolia, cuyas paredes y techos estaban elegantemente decorados con motivos judíos como la menorá y el Arca de la Alianza, o frutos simbólicos como la granada.

Los nombres de las catacumbas tienen diversas procedencias. Algunas llevan el nombre de miembros de familias ricas que habían proporcionado el terreno para la construcción del lugar de enterramiento, como las de Domitila, Priscila o Praetextatus; otras se denominaban por su localización o característica distintiva, como, por ejemplo, la de Ad Decimum, que debía servir como cementerio para la población en torno a la mansio (parada oficial en la calzada para servicio postal) llamada Ad Decimum porque estaba situada en el décimo miliario de la Via Latina. En el siglo IV con la extensión del cristianismo y del culto a los mártires y santos, muchos cementerios cristianos recibieron el nombre de los mártires enterrados en ellos, como es el caso de las catacumbas de San Sebastián en Roma y San Genaro en Nápoles, ambos santos y mártires ejecutados durante la persecución de Diocleciano.

Representación de San Genaro, Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López



Bibliografía

Historia de la cultura material del mundo clásico, Mar Zarzalejos Prieto, Carmen Guiral Pelegrín y M.ª Pilar San Nicolás Pedraz
Función y justificación de la imagen en el arte paleocristiano: la iconografía cristiana antes de la Paz de la Iglesia, Manel Miró Alaix
En torno a las catacumbas cristianas de Roma: historia y aspectos iconográficos de sus pinturas, Silvio Strano
Traditio Legis y otras representaciones iconográficas a través de objetos de vidrio y vidriados, Juan Carlos Olivera Delgado
El ágape y los banquetes rituales en el cristianismo antiguo, Raúl González Salinero
The Greco-Roman Influence on Early Christian Art, Tim Ganshirt
The Art of the Catacombs, Fabrizio Bisconti
The Catacombs, Vincenzo Fiocchi Nicolai
The Jewish Catacombs at Villa Torlonia (Rome) –Notes on the Architecture and Dating, Yuval Baruch, Alexander Wiegmann y Ayelet Dayan
Petition, Prostration, and Tears: Painting and Prayer in Roman Catacombs, Dale Kinney
Prayer and Piety: the Orans-figure in the Christian Catacombs of Rome, Reita J. Sutherland

 


martes, 20 de agosto de 2024

Familia urbana, esclavos domésticos en la antigua Roma

 

Gran Palacio de Estambul, Turquía

“Balión.— A ti te doy el cargo de la limpieza de la casa; buena tarea te espera: deprisa, adentro. (A otro.) Tú, prepara los divanes, ten limpia la plata y ponla en la mesa. Encargaos de que me lo encuentre todo a punto cuando vuelva del foro, que todo esté barrido, regado, limpio, preparado, fregado, guisado; porque hoy es el día de mi cumpleaños y vosotros todos debéis celebrarlo junto conmigo. (A un esclavo.) Pon en agua el jamón, corteza de tocino, papada y tetilla de cerdo, ¿te enteras? Quiero acoger a lo grande hoy en mi casa a personas de mucho rango, para que tengan la impresión de que nado en la abundancia.” (Plauto, Pseudolus, 133)

La vida doméstica ocupaba un espacio relevante en el estilo de vida de la antigua Roma. Durante los primeros tiempos de Roma cada miembro de la familia tenía asignadas unas tareas, las cuales en las casas más ricas pasarían a ser desempeñadas por sirvientes. Las guerras que Roma emprendió para conquistar nuevos territorios proporcionaron gran cantidad de prisioneros que se convirtieron en esclavos, cuyo trabajo llegó a ser fundamental para el buen funcionamiento de la mayoría de hogares romanos. Fueran cuales fueran sus labores, los esclavos hacían del hogar un lugar más cómodo y eficiente en el que vivir para sus dueños. 

"Entretanto, en su casa, despreocupados, lavan ya la vajilla y avivan el fuego con la boca y resuenan los estrígiles barnizados, preparan las toallas y llenan la jarra de aceite. Esto hacen diligentemente, repartiéndose la tarea los esclavos." (Juvenal, III, 261)

Pintura de Camilo Miola

La familia urbana estaba compuesta por los esclavos que atendían las necesidades particulares y domésticas de los hogares romanos y, que, formaban verdaderas cuadrillas de sirvientes los cuales ejercían labores especificas o cualificadas. En algunos casos, gracias a la proximidad y la convivencia con sus amos, llegaron a gozar de algunos privilegios y ciertas prerrogativas que les permitían obtener prebendas y mantener cierta dignidad o, incluso, autoridad.

“Has visto a tu amigo irritado contra el portero de algún abogado, de algún rico, porque no le han recibido, y tú mismo te irritaste por él contra el esclavo más despreciable. ¿Te irritarías contra un perro encadenado? éste, después de ladrar mucho, se amansa con el bocado que se le arroja: aléjale y ríe. El portero se cree importante porque guarda una puerta asediada por los litigantes; y su amo, que descansa dentro, dichoso y afortunado, considera como muestra de grandeza y poder una puerta bien guardada: no piensa que es más difícil de pasar el dintel de una cárcel.” (Séneca, De la Ira, III, 37)

Pintura de Roberto Bompiani, Galería Nacional Romana

Cuando en un hogar humilde la economía doméstica no era de grandes recursos, una esclava o un esclavo habrían de servir para la realización de los trabajos más cotidianos.

"Demifón — Porque... porque su aspecto no dice con lo que nos hace falta en casa. Nosotros lo que necesitamos es una esclava que sepa tejer, moler, hacer leña, que hile su ración, barra la casa, reciba sus palos, que tenga a diario la comida a punto para toda la familia; esa mujer no podrá hacer nada de todo esto." (Plauto. Mercator, 396)


En ocasiones las personas con ingresos modestos podían tener un esclavo personal que llevara a cabo ciertas labores que permitieran a su dueño utilizar su tiempo en otros menesteres.

Por aquel entonces los príncipes habían dado un edicto ordenando que los hijos de los soldados veteranos fueran enrolados en la milicia- Entonces su padre, que no veía con buenos ojos su santa conducta, lo entregó, cuando tenía quince años, para ser recluido, aherrojado, atado con los juramentos militares. Sólo tenía un servidor que lo acompañaba, y al cual él, a pesar de ser su señor, invirtiendo los papeles le prestaba servicio. A menudo le quitaba su calzado y lo limpiaba, comía con él, y frecuentemente lo servía.” (Sulpicio Severo, Vida de San Martín de Tours, II, 2.5)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

En las casas ricas había gran cantidad de esclavos, comprados no solo por la necesidad de que las tareas más cotidianas del hogar se llevaran a cabo de la forma más diligente posible, sino como signo de prestigio social, ya que la visión de muchos esclavos con buen aspecto y trabajando mostraría a los visitantes de la casa la riqueza de su propietario.

Siervos y libertos formaban parte de la familia doméstica y asumían las diversas faenas de la casa con atribuciones muy específicas. Existía una enorme especialización de tareas y cada esclavo ocupaba un puesto determinado en la jerarquía doméstica, de acuerdo con el nivel de confianza y cercanía que habían conseguido del dueño o patrono.

En tiempos de Plauto (III-II a.C.), el atriense era el esclavo más importante de la casa, que asignaba las tareas a otros esclavos y velaba por el perfecto estado de limpieza, y se encargaba además de ciertos asuntos de su señor.

“Leónidas. — Para hacerle migas esos costados llenos de cicatrices a fuerza de zurriagazos! ¡Quita tú y déjame acabar con éste, que me pone siempre fuera de quicio, ladrón, que no consigo encargarle lo que sea una sola vez, sino que tengo que decírselo y repetírselo cien veces lo mismo, que no puedo ya dar abasto a mi trabajo, demonios, a fuerza de gritar y de ponerme hecho una furia! ¿No te he dicho, bandido, que quitaras la mierda esta de delante de la puerta, no te he dicho que sacudieras las telarañas de las columnas? ¿No te he dicho que sacaras brillo a la clavetería de la puerta? ¡Nada! Voy a tener que ir siempre con un bastón, como si estuviera cojo. Como llevo ya tres días en el foro nada más que ocupándome de encontrar a alguien que quiera dinero a réditos, aquí vosotros entre tanto, ea, a dormir, y el amo vive en una pocilga, no en una casa. ¡Toma, pues! (Le pega.) (Plauto, Asinaria, 424)


En la época de Cicerón (I a.C.), la posición de atriense se había devaluado y se equiparaba a la de cocineros y limpiadores. Hacia la mitad del siglo I d.C., el atriense se ocupaba principalmente del atrio y años después se ocupaba, al igual que el portero, de las faenas domésticas más serviles.

“Cuando César Tiberio se dirigía a Nápoles, llegó a su casa de campo de Miseno, edificada por Lúculo en lo alto de una colina, desde donde se divisa por delante el mar de Sicilia y por detrás el de Tocania. Uno de esos criados del atrio que llevan la ropa arremangada – cuya túnica de lino de Pelusio le bajaba desde los hombros con los flecos colgando -, se puso a regar con una artesilla de madera la tierra reseca. Iba jactándose de sus atentos servicios, pero daba risa verlo. Desde allí, como conocía las veredas del jardín, le adelantó corriendo hasta otro paseo arbolado y asentó el polvo. Reconoce César qué clase de hombre es y comprende rápidamente sus intenciones. Cuando pensaba que había hecho un buen negocio. “Eh”, le dice su señor. Naturalmente, el esclavo acude rápido saltando de alegría con la seguridad de obtener alguna dádiva. Entonces, la majestad de tan gran emperador se burló así del esclavo. “No has hecho gran cosa y tu trabajo no conduce a nada. Mucho más caras vendo yo las bofetadas.” (Fedro, Fábulas, II, 5)

Basílica de Delfos, Grecia. Foto Helen Miles Mosaics

Cualquier hogar por modesto que fuese podía alardear de tener un portero, ostiarius o ianitor, el cual desempeñaba su puesto desde la cella ostiaria o cuarto del portero, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta, lo que puede indicar la falta de confianza de los dueños en el esclavo que ocupaba tal puesto.

“Portero amarrado, ¡oh indignidad! A la dura cadena, haz girar sobre sus goznes esa puerta tan difícil de abrir. Te pido poca cosa, entreabrirla solamente. Y por su media abertura penetraré de lado… Como lo deseas, las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo del postigo, córrelo presto; así quedes por siempre libre de tu dura cadena, y en adelante no bebas jamás el agua de los esclavos… ¿Me engaño, o sus hojas resuenan al girar los goznes, y su ronco son me da la señal apetecida?” (Ovidio, Amores, VI)

Posteriormente, ya sin cadenas, cumplía la función de anunciar a los visitantes. Se le representa a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, serían mejor recibidos.

“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero? Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)

Pintura de Stefan Bakalowicz

En las casas donde había un gran número de esclavos el señor podía permitirse el lujo de tener a su servicio un cubicularius, siervo de confianza, al que se le permitía el acceso a la alcoba para realizar sus labores y que se convertía en depositario de todas las intimidades de su dueño. Entre sus tareas destaca ayudar a vestir y desvestir a su señor, preparar su lecho, disponer sus elementos de aseo, despertarle a la hora requerida y velar su sueño sin hacer ruido, por lo que es más que probable que tal esclavo durmiese junto a la puerta de acceso al dormitorio del amo, y, quizás en algún caso, dentro del propio cubiculum.

"Hay alguna evidencia de que el cubicularius dormía en el mismo cubiculum que el señor, por lo que era responsable de lo que ocurriera a su amo durante la noche. El oficial, Trebius Germanus, ordenó que se infligiera un castigo a un esclavo que no había llegado a la pubertad, porque el chico casi había alcanzado tal edad; y no le faltaba razón, porque además estaba durmiendo a los pies de su dueño cuando mataron a este, y no dijo que había sido asesinado después." (Digesto, XXIX, 5, 6, 14)

Según el poeta galo Ausonio, era perfectamente natural despertar al esclavo que le ayudaba en el aseo matinal, justamente antes de ofrecer sus oraciones matinales; y que le tendía las ropas de calle a su señor. 

“Muchacho, ea, levántate y dame
los zapatos y la ropa de lino.
Dame cualquier manto que hayas
preparado para que salga.
Dame, que lave con el rocío de la fuente
las manos, la cara y los ojos.
Procura que esté abierta la capilla
sin adorno ninguno por fuera:
palabras piadosas, deseos sanos
lo son la riqueza de la religión.”
(Ausonio, Ephemeris 2)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

La doncella (ancilla) es una sirvienta mostrada por los poetas frecuentemente como cómplice, mediadora y hasta instigadora, ejerciendo un rol de celestina que no debe encubrir lo fundamental de sus labores de asistente.

“Pero antes de conquistar a una joven, procura conocer a su criada: ella te facilitará el acercamiento. Has de ver en qué medida es partícipe de los planes de su señora, y que no vaya a ser una cómplice poco fiel de tus secretos devaneos. Sobórnala con promesas, sobórnala con súplicas: lo que pretendes, lo obtendrás muy fácilmente, si ella quiere.”
(Ovidio, Arte de amar, I, 353)

Relieve de Virunum, Carinthia. 
Landesmuseum für Kaernten, Klagenfurt, Austria

El custos era el guardián que custodiaba las estancias privadas de los miembros de la familia. Tenía un papel especialmente preponderante con respecto a la vigilancia de la señora de la casa, durmiendo ante la puerta de su dormitorio y a la que acompañaba cuando esta salía a la calle para prestarle protección personal y para asegurarse de que su moralidad no se pusiera en entredicho. Es por ello que en muchos casos esa función la desempeñaba un eunuco, que debido a su condición podía encargarse de realizar labores más íntimas para su ama, sin levantar suspicacias entre los otros miembros de la familia.

“De aquí le vino la gloria a Eutropio. Y siendo la única virtud en todos los eunucos conservar castos los lechos conyugales, solo él se hizo grande mediante el adulterio. Y sin embargo no cesaron los azotes para su espalda, cuantas veces se había enardecido la pasión decepcionada de su irritado dueño; y éste lo entregó como dote para su yerno y como doncella para su hija mientras el eunuco le suplicaba en vano y le recordaba sus trabajos por tantos años ya. Y el futuro cónsul y gobernador del Este peinaba la cabellera de su señora y, desnudo, le llevaba con frecuencia en un recipiente de plata el agua a su dueña mientras se bañaba. Y cuando ésta se había tendido agotada por el ardiente calor, el patricio la abanica con rosadas plumas de pavo real.” (Claudio, Claudiano, Contra Eutropio I, 100-109)

La obligación del custos era mostrar total fidelidad a su ama lo que no evitaba que pudiera ser susceptible de ser sobornado por los pretendientes de ésta para tener la oportunidad de acercarse a ella.

“Tú que tienes el encargo de vigilar a tu señora, Bagoa, descansa un momento, mientras trato contigo unos pocos asuntos, pero que hacen al caso. Ayer vi a la joven paseándose por el pórtico aquel que está adornado con el batallón de las hijas de Dánao ". Como me gustó, enseguida se lo hice saber y solicité por escrito sus favores; pero ella, en respuesta, escribió con mano temblorosa: «no es posible), y al preguntarle por qué no era posible, me volvió a decir que el motivo era que tu vigilancia sobre ella, tu dueña, es demasiado severa.

Si eres razonable, oh guardián (custos), atiéndeme, no hagas méritos para ganarte odios: todos desean la muerte de aquel a quien temen.” (Ovidio, Amores, II, 2)


Pintura de la Villa de Agripa, Museo Palazzo Massimo, Roma

Los romanos adoptaron la costumbre griega del esclavo acompañante del niño a la escuela, al que denominaban con su nombre griego de paedagogus. Su labor consistía en vigilar su conducta moral y su modo de vestir tanto en casa como en la ciudad; asimismo, le reprendía si se comportaba de forma inadecuada, le acompañaba en sus salidas, y asistía con él a las lecciones. Por su origen, generalmente griego, podría introducir a su discípulo en el estudio del idioma. Este esclavo al igual que la nodriza podía permanecer junto al niño hasta su edad adulta, recibiendo el cariño de su pupilo o quizás siendo una molestia para él si se entrometía demasiado en su vida.

“Fuiste, Caridemo, el mecedor de mi cuna y el guardián y compañero asiduo de mi infancia. Ya se ennegrecen los paños del barbero con la barba que me corta y mi chica se queja porque se pincha con mis labios. Pero para ti no he crecido: te tiene horror mi cortijero, ante ti tiembla mi intendente, ante ti mi propia casa. Tú no me permites ni jugar ni enamorarme; quieres que a mí no se me consienta nada y quieres que, a ti, todo. Me reprendes, me vigilas, me das las quejas, lanzas suspiros y a duras penas se domina tu cólera para no echar mano a la férula. Si me visto de púrpura o me perfumo los cabellos, exclamas: “¡Nunca habría hecho eso tu padre!”. Y me llevas cuenta, con el ceño fruncido, de las copas que bebo, como si la jarra ésa fuera de tu bodega. Déjame; no puedo aguantar de liberto a Catón. Que ya soy yo todo un hombre, dígalo mi amiga.” (Marcial, Epigramas, XI, 39)


El pedisequus o la pedisecua eran esclavos que acompañaban a sus señores cuando salían a la calle, llevaban sus objetos personales, e, incluso, portaban una antorcha para volver a casa de noche. Su posición dentro de la casa no era la mejor considerada y, a veces, el trabajo lo desempeñaba un niño o niña.

 “Esa persona había visto a menudo a Alipio en casa de un senador al que acudía con regularidad a saludar y tan pronto lo reconoció, agarrándolo de la mano lo apartó de la muchedumbre y, tras preguntarle el motivo de tan grave mal, oyó lo que había sucedido. Y a todo el grupo circundante de exaltados que vociferaban amenazantes les ordenó que fuesen con él. Y llegaron a casa del muchacho que había cometido el hecho.

A todo esto, un chiquillo estaba delante de la puerta y era tan pequeño que, sin temer de ahí nada para su dueño, podría fácilmente desvelar todo: de hecho, estuvo junto a aquél en el foro, como criado (pedisequus). A éste, después de reconocerlo, Alipio lo delató al arquitecto; el cual, a su vez, mostró el hacha al chiquillo preguntándole de quién era; éste enseguida dijo: «nuestra». Después, tras ser interrogado, desveló el resto.” (Agustín de Hipona, Confesiones, VI, 9, 14)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

Las doncellas encargadas de ayudar a sus amas a embellecerse, las cosmetae, sabían cómo emplear los diversos productos necesarios para proporcionar el resultado perfecto que agradase a sus señoras.

“Del mismo modo, actúa una señora, capaz de infundir temor o temblor, al preparar un ungüento refinado, precioso y de alto precio. Debiendo servirse para eso de muchas manos, despierta a sus siervas y las hace venir hacia sí; a una, manda separar con la criba, los aromas aún no preparados para el uso; a otra, hace examinar exactamente con la balanza y establecer si hay algo necesario de menos o de más, para que nada rompa las proporciones del conjunto; a otra, ordena cocinar a fuego lo que necesita; a otra, ordena quitar lo que no puede estar; a otra, hace poner y mezclar los diversos ingredientes; a otra, le dice estar vigilante con el vaso de alabastro; a una, hace sostener con la mano un vaso, a otra, otro. A todas impone así, concentrar la atención y poner la mente y las manos en aquel trabajo; con su empeño, impide que algo vaya mal; vigila todo, no concediendo ni aún a los ojos de ellas que giren por doquier o se distraigan.” (Juan Crisostomo. A Estelequio)

Museo Nacional de Cartago, Túnez

Las damas elegantes ocupaban gran parte de su tiempo en que su cabello estuviese perfectamente cuidado y peinado, para lo que empleaban hábiles criadas (ornatrices), cuya destreza también lograba que los cabellos superpuestos se distinguieran o no de los naturales.

“Cipasis, tú, que tan bien sabes disponer los cabellos de mil maneras, pero digna de peinar únicamente a las diosas; tú, de quien he sabido por el placer del furtivo encuentro que no eres tosca, idónea desde luego para tu dueña, pero mucho más idónea para mí, ¿quién ha sido el elator de nuestras uniones?” (Ovidio, Amores, II, 8)

Pintura de Juan Giménez Martín, Congreso Nacional de los diputados, Madrid

A veces, se convertían en víctimas del enfado de las señoras cuando no estaban de acuerdo con el trabajo realizado. Epigramas y sátiras están llenos de gritos de matronas enfadadas y lamentos de sufridas esclavas:

“Si la señora tiene una cita y desea estar más hermosa de lo habitual, y tiene prisa por encontrarse con alguien que la espera en los jardines, o más probablemente cerca de la capilla de la sensual Isis, la pobre Psecas, con los cabellos desarreglados, desnuda, con la espalda y pecho sin cubrir, le compone el peinado. ¿Por qué sobresale este rizo?, pregunta y entonces una correa de piel de toro castiga el crimen del rizo mal puesto.” (Juvenal, Sátiras, VI)

Relieve romano, Museo de Trier, Alemania. Foto de Samuel López

Los romanos que podían permitirse el lujo de tener uno o más tonsores (barberos y peluqueros) a su servicio delegaban en ellos esta función y, si llegaba el caso, se ponían en sus manos varias veces al día.

 De la época imperial tenemos el testimonio de Suetonio sobre Augusto: 

“...ningún cuidado se tomaba por el cabello, que hacía le cortasen apresuradamente varios barberos a la vez; en cuanto a la barba, unas veces se la hacía cortar muy poco, otras mucho, y mientras lo hacían leía o escribía.” (Augusto, LXXIX)


En los tiempos más antiguos la matrona romana dirigía el trabajo de las esclavas hilanderas y tejedoras que realizaban las prendas de lana para la familia en cada casa. Más adelante, en las casas ricas, probablemente, se compraría el lino y la lana para que las costureras (vestificae) o sastres (sarcinatores) confeccionasen la ropa de los moradores de la domus.


“Toma parte de las deliberaciones una vieja esclava promovida al cargo de la lana y ya jubilada de la aguja.” (Juvenal, Sátiras, VI, 495)

Mosaico de Tabarka, Túnez

En las casas ricas donde había interés por la cultura había esclavos especializados en lectura que se llamaban anagnostae y los expertos en escritura eran los librarii. Estos se ocupaban de escribir al dictado, copiar documentos y cuidar de la biblioteca del señor.

Ático, hombre muy culto y de gran riqueza, fue editor y amigo de Cicerón, y tenía en su casa esclavos que copiaban las obras del célebre orador.

“Si se consideran sus servicios, contó con una servidumbre excelente; pero si es por la apariencia, se diría que era prácticamente normal. La integraban jovencitos muy instruidos, extraordinarios lectores y en su mayoría copistas, de suerte que no había ni siquiera un lacayo que no fuera capaz de realizar de manera aceptable alguna de estas dos tareas. De los que exige la organización doméstica, los demás eran también especialistas, y de los buenos. Sin embargo, entre ellos no tuvo ninguno que no hubiese nacido y se hubiese formado en su casa." (Cornelio Nepote, Vida de Ático, XIII, 3)


El notarius parece haber sido un esclavo con la función de secretario, especializado en apuntar todo lo que su señor le dictaba lo más rápido posible y ponerlo luego en limpio.

“En los viajes, como si estuviese libre de preocupaciones, dedicaba su tiempo a esta única actividad: a su lado llevaba un secretario (notarius) con un libro y unas tablillas, cuyas manos estaban protegidas por largas mangas para que ni siquiera la crudeza del invierno pudiese robarle un minuto de su tiempo.”
(Plinio, Epístolas, III, 5, 15)

Relieve de la Iglesia de Saint Rupert, Dielach, Carintia, Austria.
Foto de Johan Jartiz

Los esclavos que tenían la capacidad de leer y escribir estaban más cotizados en los mercados donde se resaltaban las habilidades que poseían y su utilidad para los compradores.

Séneca critica a un personaje que utilizaba a sus esclavos para que se aprendiesen las obras literarias más famosas y que luego se las dijesen a él para que así pudiese alardear ante sus invitados de su fingido conocimiento.

“Calvisio Sabino, en nuestra época, fue un hombre rico; poseía tanto el patrimonio de un liberto como su carácter: jamás he visto opulencia más indecorosa. Era tan mala su memoria que se le olvidaba ora el nombre de Ulises, ora el de Aquiles, ora el de Príamo, héroes que conocía con la misma perfección con que nosotros reconocemos a nuestros pedagogos. Ningún nomenclator decrépito, que en lugar de repetir los nombres se los inventa, designaba con tantos errores las tribus como aquel lo hacía con los troyanos y aqueos; no obstante, quería pasar por erudito.
Así, pues, discurrió este procedimiento expeditivo: con gran desembolso compró esclavos; uno que supiese de memoria a Homero, otro a Hesíodo, además asignó otro a cada uno de los nueve líricos. Que los hubiera comprado con gran dispendio no debe extrañarte: no los había encontrado preparados, los ajustó para que los preparasen. Una vez adiestrada esta servidumbre, comenzó a incordiar a sus invitados. Tenía a sus pies a estos esclavos, a los que pedía sin cesar le sugiriesen versos para repetirlos, pero a menudo se perdía en medio de una frase.”
(Séneca, Epístolas, 27, 5-6)

Ilustración de Otho Knille

La expansión de Roma trajo el gusto por nuevos sabores y alimentos que necesitaban de un profesional que supiese acertar en la elección, la condimentación y presentación de los platos, por lo que un esclavo experto cocinero (coquus) se convirtió en un bien codiciado y un lujo.

“Los banquetes, además, empezaron a planearse con más cuidado y mayor gasto. En aquel tiempo el cocinero, que para los antiguos romanos era el más vil de los esclavos, tanto por su valor como por la forma de tratarlo, empezó a ser valorado, y el que había sido solo un servicio necesario (ministerium) empezó a ser un artista.” (Tito Livio, Historia de Roma, 39, 6.7)

Los romanos importaron cocineros de sus tierras conquistadas y los incorporaron a su servicio como esclavos para que cocinaran en sus banquetes y enseñaran a otros esclavos sus artes culinarias. Principalmente llegaron de Grecia, Sicilia y Asia Menor.

“Los partos, también, han enseñado su moda a nuestros cocineros; e, incluso, después de todo, a pesar de su refinamiento en el lujo, ningún artículo puede satisfacer igualmente en cada parte, porque por un lado es el muslo, y por otro la pechuga solo, lo que se estima." (Plinio, Historia Natural, X, 71)


Pintura romana. Getty Museum, Los Ángeles, EE.UU.

Cuando el cocinero formaba parte del servicio, el señor le exigía que la comida estuviese a su gusto:


“Sosias, tengo que comer. El cálido sol ya ha pasado de la hora cuarta, y en el reloj la sombra se acerca a la quinta. Prueba y asegúrate – porque a menudo te engañan- que los platos sazonados estén bien condimentados y sean sabrosos. Remueve tus ollas humeantes; rápido, mete tus dedos en la salsa caliente y humedece tu lengua con ellos… ” (Ausonius, Ephemeris, VI)


Los obsonatores eran los encargados de hacer las compras, mantener bien provista la despensa y conocer el gusto particular de los señores a los que servían, para saber que alimentos presentarles según su ánimo.

“Piensa también en el pobre comprador de comida (obsonator), que observa los gustos de su amo con delicada habilidad, que sabe qué sabores despertarán su apetito, qué presentación agradará su vista, qué nuevas combinaciones incitarán a su estómago, qué comida le fastidiará por la saciedad, y qué les removerá el hambre en ese día en particular.” (Séneca, Epístolas, 47)

Mosaico de Conimbriga, Portugal

El praegustator era un esclavo que realizaba una tarea de alto riesgo ya que se encargaba de probar la comida de sus señores antes que ellos en previsión de que pudiera estar envenenada. Uno de ellos, Haloto, praegustator de Claudio, se libró de la muerte, a pesar de que el propio emperador murió posiblemente al comer unas setas envenenadas, e, incluso, no fue castigado posteriormente.

“Agripina, resuelta al crimen desde hacía tiempo, solícita para aprovechar la ocasión que se le había presentado y sin necesitar intermediarios, reflexionó mucho sobre la elección del tipo de veneno, temiendo que uno de efectos rápidos e inmediatos pusiera al descubierto su crimen, y que, si elegía uno lento y de efectos retardados, Claudio, al llegar a sus últimos momentos y comprender el engaño, retornara al amor de su hijo. Quería algo rebuscado, algo que perturbara la mente y aplazara la muerte. Entonces elige a una experta en tales artes llamada Locusta, condenada hacía poco por envenenamiento y mantenida desde tiempo atrás entre los instrumentos de su poder. Con el saber de esta mujer se preparó el veneno y se encargó de servirlo a Haloto, uno de los eunucos, que era quien solía llevarle las comidas a la mesa y probarlas.” (Tácito, Anales, XII, 66-67)


El esclavo llamado vocator se ocupaba de preparar las invitaciones y entregarlas a los invitados, además de asignar los puestos en el lecho del banquete. El nomenclator decía los nombres de los comensales según iban llegando, y anunciaba los platos que se traían a la mesa, aunque también debía recordar al amo los nombres de las personas que se presentaban al acto matutino de la salutatio y los de las personas que iban encontrando en sus salidas a la calle.

Un tricliniarcha, experto en ceremonial, estaba encargado de organizar los preparativos para el banquete y vigilar que todo transcurriese sin contratiempos.

Los amos romanos preferían escoger a los esclavos por su origen de acuerdo a la actividad a la que iban a destinarlos. Por ejemplo, para el servicio doméstico y, especialmente, para servir en los banquetes, escanciando el vino y repartiendo la comida, prefirieron los que procedían de lugares lejanos y poseían rasgos exóticos y buena presencia. Así, por ejemplo, los esclavos procedentes de Egipto y Etiopía aparecen en la literatura sirviendo a los comensales en las funciones que requerían mayor proximidad.

“Unos esclavos de Alejandría nos echaron agua de nieve para lavarnos las manos; les siguieron otros por el lado de los pies y nos quitaron los padrastros con destreza sin igual. Y ni aun en tan desagradable menester se quedaban callados, sino que realizaban su tarea canturreando.” (Petronio, Satiricón, 31)

Mosaico de Dougga, Túnez. Foto de Dennis Jarvis

La exhibición de estos esclavos originarios de lugares remotos con rasgos considerados exóticos servía para demostrar el lujo en el que se desenvolvía el propietario y reflejaba su deseo de emular en pequeña escala lo que la república primero y el imperio después habían conseguido, la conquista de territorios lejanos, cuyos habitantes eran muy diferentes a los romanos.

“Inmediatamente después entraron dos etíopes, de larga cabellera, con unos pequeños odres, como los que sirven para regar la arena del anfiteatro: nos echaron vino en las manos, pues allí nadie ofrecía agua.” (Petronio, Satiricón, 33)

Foto Lindsay Hebberd/CORBIS

Para hacer ostentación de lujo y riqueza ante sus invitados estos señores vestían a los esclavos elegidos por su apariencia con ropas lujosas e incluso los adornaban con joyas y los ponían a servir las mesas y echar el vino en las copas de los comensales para que se lucieran con vistosidad.

“Al día siguiente, Aquémenes vino a buscarle siguiendo instrucciones de Ársace para que fuera a servir su mesa. Se puso Teágenes un lujoso vestido persa que ésta le había enviado y se adornó, entre el gusto y la repugnancia a la vez, con brazaletes y gargantillas de oro incrustados de pedrería. Aquémenes intentó mostrarle y enseñarle cómo había que escanciar, pero Teágenes se dirigió a una trébede donde estaban puestas las copas y cogiendo una de las más valiosas dijo:

— No me hacen ninguna falta maestros; sin que nadie me enseñe voy a servir la copa a la señora, y no me daré ninguna importancia por hacer una operación tan fácil. A ti, buen amigo, es la fortuna lo que te ha obligado a aprender esto, pero a mí, son mi naturaleza y mi instinto los que me indican lo oportuno en lo que tengo que hacer.” (Heliodoro, Las Etiópicas, VII, 27, 1-2)

Pintura de una casa del Celio, Roma

Los siervos del banquete eran los ministri, que, como ya se ha visto, eran escogidos por su buen aspecto, y según la función asignada solía tener un nombre diferente. El encargado de las bebidas en general era servus o minister a potione, el que estaba a cargo de la jarra de vino servus o minister a lagoena, el que servía las copas servus o minister a cyatho, aunque los nombres podían variar. A estos esclavos se les daban nombres de orígenes griegos u orientales para incrementar su exotismo.

“Cuando, retirado todo esto, un esclavo bien remangado hubo limpiado la mesa de arce con una bayeta de púrpura, y otro retiró los desechos que había en el suelo y lo que pudiera molestar a los comensales, al modo de una doncella ática que porta los objetos del culto de Ceres, se presentan el moreno Hidaspes trayendo vinos cécubos y Alcón uno de Quíos que no conocía el agua de mar.” (Horacio, Epístolas, II, 8, 10)

Mosaico Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Foto Samuel López

Los esclavos que, a pesar de hacer servicio en el triclinio, estaban encargados de oficios secundarios y más groseros, se cubrían con toscos vestidos, y llevaban los cabellos afeitados. Entre éstos se cuentan los scoparii (sustituidos más tarde por los analectae), que habían de recoger y llevarse los restos tirados por los comensales debajo de la mesa.

“Cuando estamos recostados para la cena, uno limpia los esputos, otro agazapado bajo el lecho recoge las sobras de los comensales ya embriagados.” (Seneca, Epístolas, 47)


Cada uno de los comensales llevaba consigo un esclavo de confianza (puer ad pedes), posiblemente un niño o un jovencito, el cual asistía al banquete, permaneciendo de pie, vigilando las sandalias que su amo se quitaba antes de tenderse en el lecho y a la espera de sus órdenes o de prestarle cualquier servicio por desagradable que fuese como ayudarle si comía o bebía en exceso.

“Cota se queja de haber perdido dos veces las sandalias, por llevar a un esclavito “de pies” descuidado, el único que en su pobreza le asiste y le hace de acompañamiento. Ha tenido una idea, hombre sagaz y astuto, para que sea imposible causarle más veces semejante perjuicio: ha empezado a ir descalzo a las cenas.” (Marcial, Epigramas, XII, 87)

Fresco romano. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

Otros esclavos se ocupaban de funciones diversas que no necesitaban de una buena presencia, ni disfrutaban de una cercanía al amo tan directa. Por ejemplo, los anteambulones precedían al dominus en sus salidas al exterior y se encargaban de abrirle paso entre la multitud, bien pidiendo paso de viva voz, o haciendo uso de manos y codos.

“Añadiré una anécdota sobre el mismo Macedón que muy oportunamente me viene a la mente. Cuando se encontraba en un baño público de Roma, le sucedió un hecho notable e incluso, como el desenlace ha mostrado, de mal augurio. Un caballero romano, como un esclavo de Macedón le hubiese tocado ligeramente con la mano, para que le cediese el paso, se dio la vuelta y golpeo con la palma de la mano no al esclavo, que lo había tocado, sino al propio Macedón con tal violencia que estuvo a punto de derribarlo.” (Plinio, Epístolas, 14, 6)

Si el señor no iba a pie, era llevado en una litera o silla de manos, y los porteadores (lecticarii) eran hombres fuertes, esclavos procedentes generalmente de Asia menor, igualados en estatura, que lucían ropas llamativas. Si cada miembro de la familia tenía una litera, el presupuesto en este tipo de esclavos aumentaría considerablemente.

Pintura de Ettore Forti

Entre la familia urbana también se deben contar los que ofrecían diversión y entretenimiento al señor y sus invitados, especialmente durante y después de los banquetes. Había músicos, lectores, bailarines, mimos y bufones, entre los que podía haber personas con deformidades físicas.

“Humilde es mi pobre cena —¿quién puede negarlo?—, pero no fingirás nada ni oirás nada fingido y te recostarás plácidamente sin hacer el paripé. Y el dueño de la casa no leerá un grueso volumen, ni las mozas de la licenciosa Cádiz harán vibrar en un prurito sin fin sus lascivas caderas con un temblor estudiado, sino que, algo que no es ni pesado ni sin gracia, sonará la flauta del joven Condilo.” (Marcial, Epigramas, V, 78)

Mosaico del Aventino, Museos Vaticanos

Los romanos acomodados iban a las termas acompañados por sus esclavos que, o bien vigilaban la ropa en el apodyterium o vestuario, o llevaban la lámpara de aceite, los ungüentos y las toallas, o bien se encargaban de ayudar a sus señores a salir de las piletas, también de abrirles paso hasta el labrum que estaba muy concurrido, o efectuar las frotaciones con el aceite y retirarlo con el estrígil.

Los unctores (unctrices) aplicaban aceite al cuerpo y practicaban fricciones y los tractatores (tractatrices) realizaban masajes sin fin terapéutico.

“Una masajista le recorre el cuerpo de pies a cabeza con su hábil técnica y le pasa su sabia mano por todos sus miembros.” (Marcial, Epigramas, III, 81)

Mosaico de los baños, Villa del Casale, Piazza Amerina, Sicilia

En caso de necesitar un masaje reparatorio que aliviara las molestias musculares y proporcionara bienestar general se recurría al aliptes, especialista que se encontraría mayoritariamente en gimnasios y termas.

“De noche se encamina a los Baños, de noche ordena movilizar los frascos de ungüento y su logística; disfruta sudando en medio de un cisco de órdago. Cuando se le caen los brazos agotados por las macizas pesas, el hábil masajista (aliptes) presiona con sus dedos en el pubis y obliga a la parte alta del muslo de la señora a dar un quejido.” (Juvenal, Sátiras, VI, 420)



Un esclavo con cierta especialización en la antigua Roma sería el topiarius, jardinero encargado de cuidar los jardines de las casas y villas. Entre sus funciones principales estarían podar y recortar árboles y arbustos con el fin de darles una forma determinada, bien con motivos geométricos o figurativos.

“Delante del pórtico hay un paseo adornado con arbustos de boj recortados con figuras muy diversas; desde él desciende en pendiente un bancal, sobre el que los bojes dibujan figuras de animales salvajes enfrentados por parejas; la parte llana está cubierta de acantos tan delicados que, me atrevería a decir, parece una superficie líquida. Todo alrededor hay una estrecha senda cerrada por unos espesos arbustos podados de forma caprichosa. Allí comienza un paseo para las literas a la manera de un circo, que rodea un boj de mil formas y pequeños arbustos a los que la poda no deja crecer.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

Pintura de Alma-Tadema

Los dispensatores privados, al igual que lo que ocurre con los que pertenecían a la administración imperial y a las ciudades, se encargaban de la gestión de los asuntos financieros de sus domini a través de la administración de una caja de caudales con la que llevar a cabo los pagos y los cobros. La aparición de un cargo como este en un contexto familiar nos indica la existencia de un patrimonio de suficiente envergadura como para necesitar un esclavo especializado que se encargue de su gestión.

Las tareas de estos individuos podían abarcar desde la administración de la economía doméstica hasta la gestión de inversiones, operaciones especulativas, compraventas y explotación de toda clase de negocios. Los dispensatores privados eran esclavos en una inmensa mayoría debido a que representaban la voluntad de sus amos en las actividades económicas y financieras y solo tenían responsabilidad ante ellos.


“Ahora, al echar adelante, todos a una, el pie derecho, un esclavo desnudo se arrojó a nuestras plantas y se puso a suplicarnos que lo libráramos del castigo: al parecer no era grave la falta que lo ponía en peligro; se había dejado robar en los baños la ropa del tesorero, lo que suponía apenas unos diez sestercios. Echamos, pues, atrás nuestro pie derecho, y presentándonos al tesorero, que estaba entonces contando las piezas de oro, le rogamos que perdonara al esclavo.” (Petronio, Satiricón, 30)

Estela funeraria de Viminacium, Serbia

El puesto de dispensator era el oficio servil que ofrecía las mayores posibilidades de promoción social y económica. Era el esclavo más valioso y reconocido en la familia servil, pues de su experiencia y preparación dependía la buena marcha económica de la casa, y para ostentar tal posición debía reunir cualidades tan importantes como la fidelidad al propietario, la intuición y prudencia necesarias para los negocios, una cierta laboriosidad o buena disposición para el trabajo y una cierta cualificación. La preparación del dispensator, en cuanto que era un oficio especializado, requería unos conocimientos generales, como saber escribir y las reglas aritméticas, y unos conocimientos prácticos relacionados con la gestión patrimonial que se podían obtener tras varios años de aprendizaje junto a un dispensator “maduro” de la familia. De esta forma, se posibilitaría la ocupación de ese puesto por un trabajador cualificado tras la muerte o manumisión del anterior dispensator sin tener que acudir al mercado donde un esclavo con conocimientos de este tipo estaba muy cotizado.

Detalle del sarcófago de Valerius Petronianus, Museo Arqueológico de Milán.
Foto de Giovanni Dall´Orto

Como ejemplo representativo del dispensator que ha sido manumitido y que ha aprovechado sus conocimientos en finanzas y gestión patrimonial para enriquecerse tenemos el personaje satírico Trimalción, el rico liberto que da una fastuosa cena en la que hace ostentación de su riqueza y de su falta de refinamiento, muy propio de un “nuevo rico” que anteriormente fue siervo. Así, en la descripción de la pintura situada a la entrada de la casa de este personaje se recoge su idealizada vida servil, quien  fue adquirido en un mercado de esclavos y tras estudiar contabilidad desempeñó el oficio de dispensator.

“Yo, cuando recobré la serenidad, no acababa de observar la superficie total de aquella pared. Había un mercado de esclavos con sus rótulos al cuello, y el propio Trimalción, con largas melenas de esclavo y un caduceo en la mano, entraba en Roma bajo la dirección de Minerva. Luego, se veía cómo había estudiado contabilidad, cómo había llegado a administrador: un hábil pintor había representado exactamente toda su vida con las respectivas leyendas.” (Petronio, Satiricón, 29)

Mosaico, Museo Arqueológico de Trier, Alemania. Foto Samuel López

Que todos los dispensatores engañaban a sus amos  era algo que se aceptaba por quienes necesitaban de sus servicios. Esta actitud de resignación ante este vicio se consideraba consustancial al oficio en cuestión. El emperador Tiberio exigía que todos los dispensatores le rindiesen cuentas personalmente, pues no estaba dispuesto a asumir la tolerancia que ante esta situación mostró Augusto. 

“Enriqueció a los muchos senadores que habían caído en la pobreza y que por esa razón ya no querían ser miembros del Senado. Pero no lo hizo sin criterio, sino que borró del álbum senatorial a algunos por su vida desenfrenada y, a otros, por su pobreza, cuando no pudieron ofrecer ninguna explicación razonable para su situación. Todo cuanto les donaba se contaba puntualmente ante su atenta mirada. Y porque bajo Augusto los pagadores se apropiaban de grandes cantidades de aquellos fondos, él vigiló con celo extremo que no sucediera lo mismo bajo su gobierno.” (Dión Casio, LVII, 10, 3)


Un dispensator con experiencia de años era difícilmente sustituible y era habitual que envejeciera en su puesto sin haber desempeñado más labores que las propias de esa profesión. La naturaleza del empleo exigía una total sumisión y fidelidad hacia el dominus, lo que era más presumible encontrar entre quienes aspiraban a dejar de ser esclavos, que entre los que ya habían dejado de serlo. Era costumbre que llegado a la vejez tras una dispensatio ejercida razonablemente durante años, el amo premiase al esclavo otorgándole la manumisión, bien mientras él todavía vivía, bien a su muerte por vía testamentaria.

“Un testador habiendo constituido a su hijo como heredero de todas sus posesiones, le dirige las siguientes palabras: Permite que Diciembre, mi contable, Severo, mi administrador, y su esposa Victorina, sean libres en ocho años, y deseo que permanezcan al servicio de mi hijo durante ese tiempo. Además, te encargo, mi querido hijo Severo, que trates a Diciembre y Severo, a los que no he concedido la libertad inmediatamente, con la debida consideración, para que te puedan proporcionar servicios adecuados, y espero que los tendrás como buenos libertos.” (Digesto, XL, 5, 41, 15)

Detalles de mosaico, Museo Arqueológico de Trier, Alemania. Foto de Samuel López


Bibliografía



Offlcium dispensatoris, Joaquín Muñiz Coello
Labor Domi: Relaciones económicas y sociojurídicas en la familia romana, Ana M. Rodríguez González
La casa romana, Pedro Ángel Fernández Vega
Esclavitud y sociedad en Roma, Keith Bradley
Domestic Staff at Rome in the Julio-Claudian Period, 27 B.C. to A.D. 68, Susan Treggiari
Cicero's 'Familia Urbana, Andrew Garland
Jobs in the Household of Livia, Susan Treggiari
Images of Black Slaves in the Roman Empire, Michele George
Ausonius’ Ephemeris and the Hermeneumata Tradition, Joseph Pucci
Roman Slavery: A Study of Roman Society and Its Dependence on slaves, Andrew Mason Burks
The Cambridge World History of Slavery, Keith Bradley y Paul Cartledge, editors
The Material Life of Roman Slaves, Sandra R. Joshel y Lauren Hackworth Petersen
The Position of Roman Slaves: Social Realities and Legal Differences; Martin Schermaier, editor
Slavery and the Roman Literary Imagination, William Fitzgerald
Slavery in the Late Roman World, AD 275-42; Kyle Harper