viernes, 7 de noviembre de 2025

Venatio, captura de animales en la antigua Roma (II)

 

Mosaico con captura de osos, Túnez, Getty Museum, Los Ángeles

“Tú, Clío, ve suplicante a Trivia a la cima del Taigeto y al frondoso Ménalo. Que la hija de Latona, no despreciándote cuando le supliques, favorezca la pompa del anfiteatro. Que ella misma escoja hombres audaces que enlacen con habilidad los cuellos de las fieras y que claven sus venablos con un golpe certero. Que ella misma guíe a las bestias terribles y a los monstruos cautivos desde sus guaridas y que deje por un tiempo su arco sediento de matanza. Que vengan osos, a los que, cuando se precipiten con su gran mole, admire desde los astros de Licaón la fiera Hélice y que los leones rujan heridos mientras el pueblo empalidece, leones como los que Cibeles desearía enfrenar en su carro migdonio y los que los brazos de Hércules preferirían haber estrangulado. Que rápidos como el rayo se apresuren al encuentro de las heridas los leopardos nacidos de razas mezcladas, cuando por casualidad un adúltero macho de color verde fecundó el vientre, más noble, de una leona: los hijos recuerdan a su padre en sus manchas y a su madre en su vigor. Que yazca en el anfiteatro todo lo que cría Getulia en sus llanuras pobladas de fieras, todo lo que se oculta en la nieve de los Alpes y si algo teme la selva de la Galia. Que la arena se empape de generosa sangre. Que los espectáculos dejen desolados todos los montes.” (Claudiano, Consulado de Manlio Teodoro, 290-310)

Mosaico de la caza, Villa romana de la Olmeda, Palencia, España

Los romanos fueron grandes aficionados a las cacerías y siempre disfrutaron de los espectáculos violentos, por lo que cuando Roma empezó a crecer y extender sus territorios los editores que se encargaban de la organización de los espectáculos trasladaron su realización a las plazas, foros o el circo de la ciudad al interior de la ciudad y las cacerías de animales que se podían ver en dichos lugares se llamaron venationes en las que originalmente se cazaban animales autóctonos, como jabalíes, ciervos y osos, a los que con la conquista de nuevos territorios se añadieron animales exóticos anteriormente desconocidos por los romanos.

 “Hubo en Roma, durante el principado de Gordiano, treinta y dos elefantes (de los que el mismo había enviado doce y Alejandro diez), diez alces, diez tigres, sesenta leones domesticados, treinta leopardos domesticados, diez belbi o hienas, mil parejas de gladiadores de propiedad imperial, seis hipopótamos, un rinoceronte, diez leones salvajes, diez jirafas, veinte asnos salvajes, cuarenta caballos salvajes y otros animales de este tipo, innumerables y variopintos, que Filipo, en los juegos seculares, o regalo o mato. Gordiano, preparaba todas estas fieras, las domesticas y las salvajes, para el triunfo sobre los persas; pero su imperial deseo no prevaleció, pues Filipo exhibió todas ellas en los espectáculos, en los juegos seculares y en el circo, cuando celebro el milenario de la fundación de la Ciudad en el consulado que compartió con su hijo.” (Historia Augusta, Los tres Gordianos, 33, 1)

Mosaico de Antioquía, Siria. Museo de Honolulu

Los animales exhibidos a finales de la República parecen haber sido suministrados por estados sujetos al dominio romano o territorios conquistados como parte de los tributos debidos a Roma. Durante el Imperio fue una práctica común que los reyes extranjeros regalaran animales procedentes de sus territorios a los emperadores romanos. Dicha costumbre se extendió hasta el final del Imperio.

“Pero Augusto, por su parte, regresó a Samos y una vez más pasó el invierno allí. En reconocimiento por su hospitalidad, garantizó la libertad a los habitantes y también atendió muchas cuestiones de gobierno. Un gran número de embajadas se presentó ante él, y los indios, que ya habían hecho propuestas, ahora concertaron un tratado de amistad, enviando unos tigres entre otros regalos, los cuales fueron vistos entonces por vez primera por los romanos y creo que también por los griegos.” (Dión Casio, Historia romana, LIV, 9, 7)

Detalle de mosaico de la Villa Adriana, Tïvoli.
Altes Museum, Berlín

Sin embargo, la mayoría de animales tenían que ser capturados en sus hábitats locales e importados por los editores con mucha antelación para que estuviesen en el lugar previsto para la celebración de las venationes a tiempo.

Los encargados de capturar a los animales llegaban hasta los lugares más remotos e inhóspitos con tal de encontrar las especies más reclamadas por el público que solían ser las desconocidas y exóticas por su procedencia. Llegaban para ello a las regiones más lejanas del norte de Europa, África y Asia.

“A precio de oro se va a las selvas en busca de fieras, se explora el último rincón de Hammón en África para que no nos falte el monstruo cotizado por sus mortíferos colmillos; se amontonan en nuestras naves animales exóticos hambrientos, y el tigre desfila en jaula de oro a beber sangre humana ante los aplausos del pueblo.” (Petronio, Satiricón, 119)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Los editores de las venationes procuraban hacer uso de sus numerosos contactos en distintos territorios del Imperio para hacerse con animales tanto salvajes agresivos, por ejemplo, los felinos como los herbívoros más dóciles. Se puede citar al senador romano Símaco, quien se encargó de organizar los juegos que celebrarían la llegada de su hijo Memio a la pretura, y que recurrió a un alto cargo de la administración provincial del África proconsular, donde él mismo había sido proconsul Africae, para que le envíe inofensivos antílopes y gacelas que eran también muy apreciadas en las venationes.

“Preparamos los juegos de la pretura, cuyo ornato echa en falta animales exóticos para que el espectáculo romano resplandezca con un lujo novedoso. Por lo tanto, deseo que por (tu) diligencia se me proporcionen antílopes y gacelas; la frontera cercana os los suministra en abundancia. En consecuencia, dígnate unir en alianza nuestra amistad por medio de una prenda votiva; no seré incapaz de corresponderte si igualmente exige algo tu provecho.” (Símaco, Cartas, IX, 144)

Detalle del mosaico de la caza pequeña, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Cuando la organización de las venationes se hizo más compleja la responsabilidad del suministro de los animales recayó en los magistrados que estaban en campaña electoral. Así, por ejemplo, Marcus Caelius Rufus, cuando optaba al cargo de edil y debía organizar una venatio en Roma, escribió insistentemente a Cicerón gobernador de Cilicia entonces, solicitando un envío de panteras (nombre dado a varios tipos de felinos entre los romanos).

“En casi todas mis cartas te he hablado de las panteras. Sera un baldón para ti si a Patisco, que ha enviado diez panteras a Curión, no lo superas con creces. Curión a su vez me las ha regalado y ha añadido otras diez de África, a fin de que no vayas a creer que solo sabe regalar fincas rústicas. Solo con que te acuerdes y hagas traer las panteras de Cibira y con qué además envíes una petición a Panfilia (pues dicen que allí la caza es más abundante), conseguirás lo que quieras. Me afano ahora con particular empeño en esto porque creo que voy a tener que hacer frente a todos los preparativos con independencia de mi colega. Haz tuyo, por favor, este encargo. Te gusta estar habitualmente ocupado, mientras que yo por lo general no me ocupo de nada. En este asunto solo tienes que preocuparte de hablar, es decir, dar una orden y un recado. Pues, en cuanto las tengas capturadas, para su alimentación y transporte dispones de los agentes que he enviado para la deuda que ha de cobrar Sición. Pienso incluso, a la menor esperanza que me des por carta, en enviarte a otros.” (Cicerón, Cartas a familiares, VIII, 9)

De la respuesta de Cicerón a una de estas cartas se puede saber que la captura de los animales estaba costando, a pesar de ser trabajadores especializados los que están encargados de ello, por la escasez de animales por la zona.

“En cuanto a las panteras, los cazadores profesionales cumplen mi orden con diligencia, pero hay una asombrosa escasez, y las que quedan se quejan vivamente, según cuentan, de que, en mi provincia, salvo ellas, ningún otro ser corre peligro. Por tanto, han decidido —siguen contando— dejar nuestra provincia para ir a Caria. Con todo, se está actuando a conciencia, y, sobre todo, por parte de Patisco. Todo lo que haya, será para ti; pero de qué se trate, ciertamente no lo sé. Tu edilidad, te lo prometo, me preocupa sobremanera. La fecha misma me lo recuerda, y es que te escribo precisamente durante los Juegos Megalenses.” (Cicerón, Cartas a familiares, II, 11)

Mosaico de la villa romana de las Tiendas, Museo Nacional de Arte Romano, Mérida, España

Los editores de los juegos pretendían ofrecer los mejores juegos posibles ya que se jugaban su futuro político y se esforzaban en superar a los celebrados anteriormente por sus antecesores, pero debían hacer frente ellos mismos a los gastos de su organización lo que suponía un alto coste, y en el caso de las venationes conllevaba la obtención de los animales, su captura, traslado, alimentación y exhibición, además del impuesto al que estaba sujeto el tráfico de animales, gravados con el portorium, tasa que debía pagar todas las mercancías que provenían de otras circunscripciones aduaneras.

“Los cuestores de nuestro orden nunca han pagado derechos de aduana por sus fieras: en efecto, a nuestros antepasados les pareció oneroso que se sumase un gasto desmesurado a quienes soportaban las cargas de la dignidad senatorial. Hace muy poco, cuando preparaba un espectáculo de gladiadores, se me otorgó a mí esta prerrogativa, más en nombre del pueblo romano que en el mío propio. Ahora se exige a mi hermano Cinegio, varón clarísimo y candidato a la cuestura, el impuesto de la quincuagésima, que únicamente se debe admitir para los tratantes de osos, puesto que están dedicados a ese negocio. El resultado de esta situación de injusticia espera tu intervención.” (Símaco, Cartas, V, 62)

Según Símaco, el impuesto era injusto porque el traslado de los osos no le proporcionaba ningún beneficio, sino que entraba dentro de las obligaciones del cargo para el que había sido nombrado.

Museo del Bardo, Túnez

Es por ello que los editores se esforzaban en lograr donaciones u obsequios de animales, bien de parte del emperador, bien de amistades o algunos contactos influyentes, mostrando posteriormente su agradecimiento.

“Aportas a la celebración de nuestros juegos algo habitual y algo inusitado; así, como eres generoso en los actos tradicionales e inventor de novedades, piensas en todo para conciliarle a nuestro cuestor el favor de la plebe, como ha probado ahora la ofrenda de siete perros escóticos, que tanto admiró Roma el día de los juegos preliminares que pensó que habían sido traídos en jaulas de hierro.” (Símaco, Cartas, II, 77)

Para poder llevar a cabo una venatio se debía atrapar a los animales con vida y transportarlos desde su lugar de origen hasta la arena donde se iba a desarrollar el espectáculo.

Museo del Bardo, Túnez. Foto Andy Hammond

Opiano describe la captura de una osa utilizando perros y redes a los que se atan cintas y plumas con las que atraer la atención del animal, técnica llamada formido. Los capturadores se esconden y hacen sonar una trompeta que hace salir al animal de su guarida y la dirigen hacia la red donde acaban por atraparla y encerrarla en una jaula.

“Una gran muchedumbre acude a las sombrías espesuras de la selva, hombres hábiles con perros de aguzado olfato en traílla, para buscar las confusas huellas de las mortíferas bestias. Pero, cuando los perros observan las huellas de sus plantas, las siguen, y guían a los rastreadores con ellos, manteniendo sus largas narices pegadas al suelo. Y si después ven alguna huella fresca, en seguida corren ansiosos y exultantes, dejando en olvido la huella anterior. Y, cuando llegan al final de su tortuoso rastreo y a la astuta guarida de la fiera, al punto, un perro arde en deseos de saltar de la mano del cazador, y ladra con gañidos, con inmensa alegría en su corazón. […] el cazador, refrenando su ímpetu con correas, vuelve contento a unirse a sus camaradas. Y les muestra la espesura, y donde él y su ayudante se emboscaron y dejaron a la salvaje bestia.

Ellos apresuradamente hincan sólidas estacas, despliegan las redes grandes, y arrojan alrededor las redes de bolsa; en las dos alas ponen dos hombres, en los extremos de la red, bajo un montón de ramas de fresno. Desde las alas mismas y los jóvenes que vigilan la entrada tienden por la izquierda una bien retorcida y larga cuerda de lino, un poco alzada del suelo, como a la altura del ombligo de un hombre; de ella penden cintas de muchos colores, variadas y brillantes, alarma para las bestias salvajes; y de ella cuelgan incontables y brillantes plumas, las bellas alas de las aves del aire, de buitres, de blancos cisnes y zancudas cigüeñas.

A la derecha colocan emboscadas en las hendiduras de la roca, o techan cabañas rápidamente con verdes hojas, a poca distancia unas de otras, y en cada una de ellas esconden cuatro hombres, cubriendo completamente sus cuerpos con ramas. Tan pronto como todo ello está dispuesto en orden, suena la trompeta su bronca nota, y la osa brinca desde la espesura con terrible rugido, y su duro aspecto se asemeja al rugido.

Los jóvenes corren en bloque, y de cada lado vienen sus batallones en contra de la bestia, y la hostigan. Ella, abandonando el estruendo y los hombres, corre directamente al lugar donde ve un espacio vacío de campo abierto. Luego, por turno, se levanta una emboscada de hombres por detrás, y alborotan con formidable griterío, conduciéndola hacia el frente de la cuerda elevada y la polícroma alarma. Y la infortunada fiera está totalmente desconcertada, y huye aturdida, y teme todo al mismo tiempo: la emboscada, el estrépito, la trompeta, el vocerío, la inquietante cuerda. Pues con el restallante viento las cintas ondean arriba en el aire, y las plumas oscilantes silban estridentemente. Por lo cual la osa, mirando a todas partes en derredor, se aproxima a la red, y cae en la emboscada de linos.

Entonces, los que están situados en los extremos de la red saltan, y rápidamente tiran por arriba del cordel de esparto con que se cierra la red, y amontonan las redes paño sobre paño, porque entonces los osos muestran su rabiosa furia con sus mandíbulas y sus terribles zarpas, y, a veces, huyen inmediatamente de los cazadores, escapan de las redes, y hacen la caza inútil.

Y en ese mismo instante, algún hombre fornido pone un grillete en la garra derecha de la osa, y la despoja de toda su fuerza, y la ata hábilmente y amarra a la bestia a las estacas de madera, y la encierra en una jaula de encina y pino, después de que ella ha practicado toda clase de contorsiones y vueltas.” (Opiano, De la caza, IV, 360)

Museo de la Civilta romana, Roma

La caza de felinos suponía un reto para los capturadores pues debían atrapar a los animales vivos y entregarlos al editor de la venatio o su intermediario en la mejor condición física, teniendo cuidado en no ser heridos ellos mismos durante la captura.

En el caso de los leones y leopardos, preferidos entre el público romano, hay que tener en cuenta que son depredadores nocturnos, que suelen cazar en solitario, excepto las leonas que actúan en grupo. Por su velocidad, agudo olfato, naturaleza cautelosa y potencial agresividad la captura de produciría mediante un cebo, un pequeño animal que se ataba en algún lugar cercano donde merodeaba el felino, y los captores esperaban hasta que aparecía y le hacían caer en su trampa, reduciendo el riesgo de ser heridos por un león furioso y permitiendo atraparlo sin dañarlo.

“En primer lugar, van y marcan un sitio donde vive cerca de las cuevas un rugiente león de abundante melena, inmenso terror para los bueyes y los mismos pastores. Después observan el anchuroso sendero con las huellas gastadas de la bestia salvaje, por donde ella va a menudo al río a beber una dulce bebida.  Allí cavan un redondo hoyo, ancho y grande, y en medio de la fosa colocan un gran pilar recto y alto. En la parte superior de éste cuelgan un cordero lechal, arrancado de su madre recién parida. Y por fuera rodean el hoyo con un vallado construido con piedras amontonadas, para que el león no pueda ver el engañoso agujero cuando se acerque.

Y el corderillo colgado en lo alto bala, y su sonido sacude el hambriento corazón del león, que corre en su busca con exultante ánimo, buscando el rastro del balido y escudriñando aquí y allá con fieros ojos; y rápidamente se acerca a la trampa, y da vueltas alrededor, hostigado por la fuerza del hambre; en seguida, obedeciendo el impulso de su estómago, salta por encima de la valla, y le recibe la ancha boca de la fosa, y cae sin darse cuenta en el fondo del imprevisto abismo. Da vueltas en todas direcciones, corriendo siempre hacia atrás y hacia adelante, como un veloz caballo de carreras en torno al poste de meta, constreñido por las manos del conductor y por la brida.

Y los cazadores, desde su puesto de observación a distancia lo ven, y corren presurosos; y con bien cortadas correas atan y bajan una bien trenzada y ensamblada jaula, en la que ponen una pieza de carne asada. Y el león, creyendo que va a escapar en seguida del hoyo, salta alegremente; pero para él ya no hay preparado ningún regreso. Así acostumbran a cazar en la aluvial y sedienta tierra de los libios.” (Opiano, De la caza, IV, 80)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Así describe Opiano, la caza del león en África, pero también relata cómo se solía hacer en Mesopotamia con el método de perseguir al felino hasta conducirlo a un cercado y atraparlo con redes.

“Pero junto a las riberas del Éufrates de hermosa corriente, los cazadores aprestan caballos de brillantes ojos, de fuerte corazón, para la guerra de la caza. Puesto que los caballos de ojos brillantes son más rápidos en la carrera, y osados para luchar valerosamente, y son los únicos que se atreven a hacer frente al rugido del león, mientras los otros caballos tiemblan y apartan sus ojos, temiendo la fiera mirada de su señor, como dije anteriormente cuando canté a los caballos.

Hombres a pie extienden un seto circular de cuerdas de lino, levantando las redes sobre estacas muy juntas, y a cada lado avanza tanto el ala como se dobla el cuerno de la luna nueva. Tres cazadores emboscados se echan cerca de las redes, uno en el medio, los otros dos en las esquinas, a tal distancia que, cuando el hombre que está en el centro los llame, los hombres de las alas pueden oírlo. Los otros ocupan su puesto como es costumbre en la sangrienta guerra, llevando en sus manos en cada sitio ennegrecidas antorchas resplandecientes. Cada uno de los hombres sostiene un escudo en su mano izquierda -el estruendo del escudo provoca inmenso terror entre las mortíferas bestias- y en la derecha llevan una llameante antorcha de pino; porque extraordinariamente teme el poder del fuego el león de abundante melena, y no es capaz de mirarlo sin acobardarse. Y cuando los cazadores ven a los leones de valiente corazón, corren juntos todos los hombres a caballo, y les siguen los hombres a pie, metiendo ruido, y el estruendo llega al cielo.

Y las bestias no permanecen allí, sino que se dan la vuelta y huyen, rechinando sus dientes de cólera, pero evitando la lucha. […]  los reyes de las bestias cierran sus ojos, y, entonces, aterrados por el estrépito de los hombres y la llama de las antorchas, por propia iniciativa, se aproximan a los trenzados costados de las redes.” (Opiano, De la caza, IV, 115)

Mosaico de la Hippo Regius romana, Argelia

Para atrapar a los cachorros de felinos se utilizaba entre otros, un ardid que consistía en capturar todos los cachorros de una camada y mientras la leona o la tigresa perseguían al hombre montado a caballo, este soltaba uno de los animalillos y mientras la madre volvía a la guarida con su cachorro para ponerlo a salvo (solo pueden transportarlos de uno en uno puesto que lo hacen con la boca), el captor huía con el resto de la camada. Esto proporcionaba varias ventajas al comerciante: por un lado, tener varias crías por si alguna moría durante el viaje, minimizando riesgos económicos, y por otro, que creciesen durante el trayecto de forma que ocupaban poco lugar en las embarcaciones, se adaptaban al ser humano, comían menos, eran más manejables y terminaban siendo adultas a su llegada a destino, listas para participar en la arena.

“Los hircanos y los indios tienen el tigre, animal de una velocidad temible y especialmente demostrada cuando se le roban todas sus crías, que siempre son numerosas. Se las captura al acecho con el caballo más veloz y después se pasa a otro de refresco. Cuando la fiera recién parida encuentra vacío su cubil — pues los machos no cuidan de su prole— se precipita tras él, siguiendo sus huellas por el olfato. El raptor, al acercarse el rugido, suelta a uno de los cachorros, ella lo coge con la boca e, impulsada aún más rápidamente por el peso, regresa, y de nuevo vuelve a la persecución, y así una y otra vez, hasta que, cuando el cazador vuelve a la nave, la fiera se enfurece en vano en la costa”. (Plinio, Historia Natural, VIII, 25, 66)

Detalle de mosaic con escena de catura de una tigrse y sus crias.
Worcester Art Museum, Massachusetts

Otro favorito en las venationes era el avestruz, no tan peligroso de capturar, pero sí bastante complicado. Por la velocidad que obtienen al correr, era difícil su persecución a caballo, y parece que hostigarlas con perros hasta encerrarlas en un cercado era el método más utilizado. Por su facilidad para vivir fuera de su entorno, en época del Imperio parece que se criaban avestruces en cautividad para exhibirse en las venationes.

“Si alguien persigue al avestruz, no se arriesga a remontar el vuelo, sino que echa a correr desplegando las alas. Y, si corre el riesgo de ser capturada, con las patas dispara hacia atrás las piedras que encuentra en su camino.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, IV, 37)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

La gran demanda de animales para exhibir en las venationes, que se produjo tras la llegada del Imperio debido a la necesidad de los nuevos gobernantes de ganar popularidad y promocionar su imagen como monarcas generosos y deseosos de complacer a su pueblo, implicó que aumentara el número de individuos dedicados a la captura y traslado de los animales.

“Una causa votiva merece el apoyo de tu espíritu esclarecido. (El espectáculo) de la pretura espera una ofrenda nueva con la ayuda de Dios. Los precedentes de otros y mi propio entusiasmo me empujan a exhibir en ella ante los ciudadanos cocodrilos y numerosos animales exóticos. Dígnate por ello acoger benévolamente bajo tu cuidado a mi amigo Ciríaco, para que promueva las empresas. Contarás para el futuro con un deudor que no olvidará una gracia tan grande.” (Símaco, Cartas, IX, 151)

Lo más habitual sería que el editor de la venatio contratase a una compañía que funcionaría como intermediaria, ya que pagaría a nativos conocedores de los animales que se requerían para el espectáculo y que eran expertos en atraparlos. Una vez capturados los animales se trasladarían en caravanas organizadas por dichas compañías a las ciudades de destino o puertos de embarque.

Izda. Mosaico del Baptisterio, Mount Nebo, Jordania. Drcha. Mosaico de Urfa,
Museo de los Mosaicos HaleplibahÇ, Turquía

Además, existen testimonios de que el ejército participaría en partidas de captura de animales por mandato de los oficiales que debían satisfacer los pedidos de los editores o del propio emperador. Según algunos autores esta actividad serviría como entrenamiento militar para los soldados romanos.

“Siempre que el oficial al mando esté entrenando con su ejército y toma la decisión de dirigir una cacería, lleva a la infantería entera en una persecución en uniforme de batalla. Los rastreadores de estas poderosas bestias habrán informada de antemano del avistamiento de un lugar donde un león está acechando.  Por tanto, inician su ataque con sigilo; se ponen en círculo, un hombre junto al otro, protegiéndose con sus escudos, unidos unos a los otros, de forma que su solapamiento crea la imagen de azulejos. Las trompetas suenan y los hombres dejan escapar un grito al unísono. La asustada bestia salta desde su guarida y al ver tanto el muro de hombres armados y las antorchas encendidas que portan (porque los soldados las llevan en vez de lanzas), se queda donde está sin moverse y no salta sobre la cerrada hilera de escudos. Donde la pendiente del terreno es más favorable, se coloca una máquina y encima una jaula amplia, abierta y con un cabrito dentro Detrás del león, hombres totalmente armados gritan, usando palos para golpear pieles secas que llevan. El león, atemorizado por el ruido, el espectáculo, y el griterío, carga contra la jaula, con los hombres escondidos detrás de la máquina para no ser vistos por el león, y los que rodean la jaula se protegen con altos maderos. De esta forma, el león, creyendo que la jaula es la única via de escape, es capturado.” (Julius Africanus, Cestes, VII, 14)

Grabado de Jan Collaert

Una inscripción de la ciudad de Montana en Moesia (actual Bulgaria) indica como varios animales fueron capturados por el ejército para una venatio en Roma, probablemente la que presentó Antonino Pio en el año 148 d.C. para celebrar el 900 aniversario de la fundación de Roma. La inscripción, dedicada a la diosa Diana, menciona a Tiberius Claudius Ulpianus, tribuno de la primera cohorte Cilicia, además de destacamentos de la primera legión Itálica, la décimo primera legión Claudia, y la flota Flavia Moesia, todas las cuales fueron asignadas por el gobernador de Moesia, Claudius Saturninus, para capturar osos y bisontes para una venatio imperial.

“A Diana, Tiberio Claudio Ulpiano tribuno de la I cohorte de Cilicia con destacamentos de la I legión Itálica, de la undécima legión Claudia y de la flota Flavia Moesia por una venatio cesariana encargada por Claudio Saturnino, legado augustal y propretor, consagró con osos y bisontes felizmente capturados, siendo cónsules Largo y Mesalino.” (AE 1987, 00867)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Según testimonios epigráficos varias unidades militares serían asignadas por sus superiores para capturar animales salvajes para los juegos y los vivaria imperiales. Algunos de los soldados se consideraban venatores immunes, cazadores especializados que estaban exentos de algunas rutinas militares a cambio de su labor en la captura de animales y la vigilancia de los vivaria del ejercito o imperiales.

“A la salud del emperador César Marcus Antonius Gordianus Pius Félix Augustus y Tranquilina Sabina Augusta, los venatores immunes con vigilancia de los vivaria Pontius Verus, soldado de la sexta cohorte pretoria, Campanius Verax, soldado de la sexta cohorte pretoria, Fuscius Crescentio, guardián del vivarium de las cohortes pretoriana y urbana, lo erigieron por un voto a Diana a su costa.” (CIL VI, 130, año 241)

Mosaico de los Horti Liciniani, Centrale Montemartini, Roma. Foto Carole Raddato

Algunos cazadores podían especializarse en la captura de un animal en exclusiva, como, por ejemplo, el oso. Una inscripción de Colonia recoge la actividad de estos cazadores.

“Tarquitius Restutus Pisauro de la legión I Minerva informa de la captura de cincuenta osos en un periodo de seis meses.” (CIL XIII, 8174)

Inscripción de Tarquitius Restutus Pisauro

Los vestigiatores eran posiblemente los rastreadores que localizaban a los animales en sus guaridas y facilitaban la labor de los captores.

Después de la captura de los animales salvajes había que facilitar su transporte hasta su destino, las ciudades africanas donde se celebraban venationes o a los puertos donde serían embarcadas a las ciudades de destino. Aunque los animales para los juegos debían ser transportados por tierra en algunas circunstancias, el método preferido era por mar, que solía ser más rápido y barato.

Mosaico de Isola Farnese. Badisches Landesmuseum Karlsruhe, Alemania

Se intentaba que el viaje por mar fuera lo más corto posible, ya que los animales podían ponerse enfermos y era difícil alimentarlos en mar abierto. El mal tiempo podía causar retrasos y que los animales no llegasen a tiempo para las venationes previstas o que incluso llegasen sin vida.

“Has actuado de forma egregia, al haber dado el espectáculo de una forma tan condescendiente, tan generosa, pues a través de estos actos se revela también los grandes espíritus. Me hubiera gustado que las panteras africanas, que habías comprado en gran cantidad, hubiesen llegado el día previsto; pero, aunque faltaron al quedar detenidas por el mal tiempo, tú has merecido sin duda que se reconozca que no dependió de ti el que no se hayan exhibido. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VI, 34)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Para el transporte por tierra las jaulas se cargarían en carros tirados por bueyes y para el transporte por río o mar se embarcarían en naves con diseño especial para albergar a dichos animales. Los barcos estarían especialmente preparados para alojar a animales voluminosos y deberían ir sujetos, probablemente en jaulas, para no herirse durante el viaje y no causar accidentes.

El poeta Claudiano describe poéticamente en su panegírico dedicado a la aceptación de Estilicón de su consulado en el año 400, el transporte de animales exóticos para la venatio que se celebraría en su honor.

“Todo lo que es temible por sus colmillos, destacado por sus crines, respetuoso por sus cuernos, o de erizadas cerdas, es capturado, toda la belleza y terror de las selvas.  No las oculta su cautela, ni sus fuerzas hacen frente con su corpulencia, ni su agilidad las sustrae en rápida carrera. Unas gimen enredadas en las trampas, otras van encerradas en prisiones de encina. No hay suficientes carpinteros para alisar las maderas; se construyen frondosas jaulas con hayas y fresnos sin pulir. Una parte iba por mares, por ríos, en embarcaciones repletas; lívida se paraliza la mano de los remeros y temía el marinero la mercancía que llevaba. Otra parte es transportada por tierra sobre ruedas y en larga caravana obstruyen los caminos las carretas llenas de los despojos de las montañas; las cautivas fieras son arrastradas por agitados bueyes, con los que antes saciaban su hambre, y cuantas veces las han contemplado vueltos hacia atrás, asustados se retiran de la lanza del carro.” (Claudiano, Consulado de Estilicón III, 315-330)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

El comercio de animales entre Italia y África parece haber sido organizado predominantemente por compañías navieras en los puertos norteafricanos a donde llegaban las caravanas que los traían tras su captura y los representantes de dichas navieras en el puerto de Ostia, desde donde se organizaba su traslado a Roma y otras ciudades en las que se celebraban las venationes.

El transporte por tierra de los animales podía conllevar algunos problemas burocráticos ya que las exigencias de los encargados del traslado podían chocar con la disposición de quienes debían proveer los servicios para el alojamiento y manutención de las personas y los animales que formaban parte de la caravana. Un edicto de Teodosio y Honorio del año 417 restringe la estancia de las caravanas en una misma ciudad a siete días. El gasto de alimentación de tantos animales debía suponer un gasto enorme para ciertas ciudades, sobre todo, las menos ricas, especialmente si las caravanas pasaban por ellas más de una vez al año.

“Por la queja del personal del gobernador de Eufrates, sabemos que aquellos a quienes la oficina ducal ha asignado para la tarea de transportar animales permanecen, en vez de siete u ocho días, tres o cuatro meses en la ciudad de Hieropolis, en contra de la norma general de delegaciones, y además de los gastos por tanto tiempo exigen jaulas, lo que ninguna costumbre permite que se proporcione. Por tanto, decretamos que, si algún animal es enviado por el duque de la frontera a la corte imperial, no permanecerán más de siete días dentro de ningún municipio. Los duques y sus asistentes sabrán que, si actúan de forma contraria, pagarán una multa de cinco libras cada uno al fisco. (Código Teodosiano, 15.11.2)

Museo Británico, Londres. Foto Mary Harrsch

El hecho de tener que depender de intermediarios o agentes encargados por los editores de las venationes de negociar la compra o captura de los animales y su traslado hasta la sede de los juegos hacía desconfiar a los editores de sus intenciones y la sospecha de engaño o fraude estaba presente durante el proceso de organización de la venatio. Por ello recurrían una vez más a sus contactos para que supervisasen distintas etapas de ese proceso, como entregar los animales que realmente se habían solicitado o procurar que no hubiese retrasos en su entrega.

“Sé que conduce a testimoniar amistad que yo acepte dar parte a tu lealtad de nuestra necesidad. Te ruego por ello que acojas como un encargo cómodo lo que deberías atender en favor del afecto mutuo aun cuando no se te rogara. Nos transportan desde Dalmacia muchísimos osos para la celebración de nuestros juegos y deseamos que aparezcan rápidamente para el provecho del espectáculo próximo. Dígnate por ello tomar su paso a cargo de tu celo y dedicación, y ejerce al mismo tiempo tu vigilancia, para que por un codicioso fraude no me los cambien. Y sobre todo deben cortarse los retrasos, porque la cercanía del día de la función no da lugar a treguas en disponer los preparativos.” (Símaco, Cartas, VII, 121)

Museo Arqueológico de Sfax, Túnez

Uno de los mayores temores que tenían los editores en cuanto a los animales que deseaban exhibir en la venatio, aparte de que llegaran a tiempo, era que los animales estuvieran enfermos o que enfermaran durante su cautividad antes de su salida a la arena, con el perjuicio económico que les suponía tras la gran inversión realizada y el desprestigio social que implicaba el no poder cumplir con el espectáculo ofertado al no poder presentar los animales anunciados.

“Pero sobre los demás recursos del fantástico espectáculo destacaban unos osos enormes que él compraba en cantidad, agotando con ellos todas las posibilidades de su hacienda. Pues a los que él mismo había capturado en sus cacerías particulares, a los que había adquirido en costosas compras, se añadían los que, a porfía, le regalaban de todas partes sus amigos. El sostenimiento de esos animales era costoso y él les daba una alimentación esmerada.

Pero tanto lujo y esplendor en los preparativos de un festejo público no podía escapar a la maligna mirada de la Envidia. Pues la prolongada cautividad restó vigor a los osos; además adelgazaron con el calor estival; y a esto añádase el decaimiento producido por la inmovilidad e inacción. De pronto cogieron una peste y no sobrevivió casi ninguno.” (Apuleyo, Las Metamorfosis, IV, 13-14)

Mosaico, Casa del oso herido, Pompeya, Italia

Los animales tanto autóctonos como exóticos necesitaban un espacio que fuese lo suficientemente grande como para pasar el tiempo desde que llegaban hasta la ciudad sede de la venatio hasta el momento que se trasladaban al edificio donde se celebraba el espectáculo. Estos lugares se llamaron entre los romanos vivaria. Los vivaria originales eran parques de animales, al estilo de los que tenían los reyes mesopotámicos, donde se albergaban animales de todo tipo para esparcimiento de sus propietarios o como coto privado de caza para ellos.

“Edificó una casa que llegaba desde el Palatino hasta el Esquilino y a la que llamó primero Transitoria y luego, después de ser consumida por un incendio y restaurada, Dorada. […] albergaba […]  un estanque tan grande como un mar, rodeado de edificios que parecían ciudades, y, además, grandes extensiones de terreno, que incluían campos, viñedos, pastos y bosques, con una multitud de animales domésticos y salvajes de todo tipo.” (Suetonio, Nerón, 31, 1)

Mosaico del Baptisterio, Mount Nebo, Jordania

Ciudadanos particulares muy ricos podían permitirse la posesión de un vivarium, pero cuando la necesidad de un gran número de animales para las venationes de época imperial creció, los vivaria eran propiedad casi exclusivamente del emperador, aunque algunos eran administrados por el ejército que se hacía cargo de los animales en diversos territorios.

“Se dice que esta calamidad la predijo Arsacius, que era un soldado persa empleado en el cuidado de los leones del emperador; pero durante el reinado de Licinio se convirtió en un notable confesor, y dejó el ejército.” (Sozomenos, Historia Eclesiástica, IV, 16)

Los vivaria que recogían a los animales que posteriormente serían utilizados en los espectáculos, se hallarían adecuadamente situados cerca de los edificios de espectáculos, pero lo suficientemente alejados de los habitantes para evitar la insalubridad del lugar, así como posibles escapes de animales que eran potencialmente peligrosos como osos, leones, panteras, tigres… Se encontraba extramuros de la ciudad de Roma, alejados de los lugares neurálgicos de la ciudad romana, sobre todo del edificio del Senado, el foro, el palacio o la Curia.

“Así pues, los antiguos romanos habían construido alrededor de ella y por fuera otra pared de poca longitud, no por razones de falta de seguridad pues no tenía, en efecto, ni el refuerzo de unas torres, ni tampoco habían sido construidas allí almenas ni ninguna fortificación que permitiera rechazar el ataque de posibles enemigos contra las murallas-, sino a causa de un lujo indecente: para tener encerrados y mantener allí a leones y otras fieras salvajes. Por esta razón precisamente este sitio recibía el nombre de Vivario, pues de este modo llaman los romanos al lugar donde se suele cuidar a los animales que no han sido domesticados.” (Procopio, Guerras Góticas, V, 23, 16)

Mosaico de Ostia Antica, residencia presidencial de Castel Porziano, Italia

Los vivaria no solo permitían a los emperadores alojar a los animales que estaban destinados a morir en la arena, sino que también les permitía retener a los animales que deseaban que viviesen. Allí los animales eran entrenados y preparados para su actuación en los juegos. Algunos se convertían en dóciles animales perdiendo su agresivas, por lo menos con sus entrenadores, aunque el peligro, por su naturaleza salvaje siempre existía.

“Habituado a lamer la mano de su despreocupado domador, un tigre, gloria suprema de los montes de Hircania, ha despedazado cruelmente con sus rabiosos colmillos a un feroz león. Cosa inaudita y sin parangón en todos los siglos pasados. Nunca intentó nada igual mientras vivía en el interior de las selvas: ha acrecentado su ferocidad desde que está con nosotros.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XVIII)

Detalle del mosaico de Orfeo, Museo de Zaragoza, España

Algunos de estos animales lograron sobrevivir e, incluso, algunos obtuvieron cierta celebridad. Un emperador podía ganar popularidad incorporando tales animales aclamados en sus espectáculos.

Los emperadores también podían donar animales de sus vivaria entrando en una red de favores recíprocos que servía como fuente de animales para los editores menos pudientes. En el siguiente texto Símaco agradece a Estilicón que el emperador Honorio le haya donado unos leopardos.

“Prosigues tu consulado con generosidad hacia mí, y como un padre del pueblo estimulas la generosidad imperial igualmente hacia los futuros magistrados. ¿Con qué lenguaje debo yo celebrar entonces a una persona que justamente visible en la cima de los honores organiza incluso las solemnidades de las preturas? Sin duda piensas que también las obligaciones de los particulares deben concordar con los demás bienes de la época. Y así infundes siempre entusiasmo por hacer el bien en nuestro señor el augusto Honorio, de estirpe divina, y enseñas al príncipe invicto a estimular con dones la modesta condición de los senadores. Entre todos, el único que puede darle las gracias en mi nombre eres tú, que has sido el inspirador de un beneficio tan grande. Yo atestiguaré en la exhibición de los juegos de mi hijo a quién se deben un aplauso más justo y alegres voces de aprobación cuando la carrera de los leopardos llene el anfiteatro romano.” (Símaco, Cartas, IV, 12)

Mosaico de Ostia Antica, residencia presidencial de Castel Porziano, Italia

A finales del imperio se impuso el monopolio imperial sobre ciertos animales, especialmente los leones, que pasaron a ser de su sola propiedad y existían leyes para impedir su caza sin autorización. Los emperadores controlaban así que animales podían exhibir sus súbditos en sus propios espectáculos.

“Añade si te place lo que te tengo solicitado, que la autoridad sacra me autorice la compra de otros animales líbicos. Una vez logrado esto, consideraré un don la obtención de todo.” (Símaco, Cartas, VII, 122)

Colección particular

Las expediciones para realizar la caza eran costosas, ya que, además, la captura indiscriminada provocó que cada vez fuera más difícil encontrar los animales adecuados para estos certámenes y que las caravanas tuvieran que alejarse cada vez más para dar con su presa. A esto hay que sumar la destrucción de su hábitat natural a fin de ganar nuevas tierras para la agricultura. Así durante la segunda mitad del siglo IV, ya era imposible localizar hipopótamos en Egipto.

“Y desde entonces, durante muchas generaciones, se han traído con frecuencia hipopótamos a Roma, aunque ahora es imposible encontrarlos, ya que, según piensan los habitantes de esas regiones, los hipopótamos tuvieron que emigrar a Blemia debido al elevado número de cazadores que los perseguían.” (Amiano Marcelino, Historias, 22.15.24)

Escena nilótica con caza de hipopótamos, Museo Arqueológico Nacional Palazzo Massimo, Roma


Bibliografía


La editio quaestoria en el Bajo Imperio: el ejemplo de Quinto Memio Símaco, Enric Beltrán Rizo y Juan Antonio Jiménez Sánchez
Animalia in Spectaculis: Animales, fieras y bestias en espectáculos romanos, María Engracia Muñoz Santos
Venationes y poder en la Roma imperial: poesía panegírica y crítica, Vicente Flores Militello
La crisis de las venationes clásicas. ¿Desaparición o evolución de un espectácuro tradicional romano?, Juan Antonio Jiménez Sánchez
The Capture of Animals by the Roman Military, Christopher Epplett
Animal Spectacula of the Roman Empire, William Christopher Epplett
The Emperor and his Animals: The Acquisition of Exotic Beasts for Imperial Venationes, Nicholas Lindberg
The Venatores, Duncan B. Campbell
Exotics for Entertainment: A Reconstruction of the Roman Exotic Beast Trade (First to Third Centuries AD), Jordon Alex Houston
Venationes Africanae: Hunting spectacles in Roman North Africa: cultural significance and social function, A. Sparreboom

viernes, 29 de agosto de 2025

Haruspex, arúspices y adivinos en la antigua Roma

Auspicios de un emperador, Giovanni Lanfranco, Museo del Prado, Madrid

Todas las civilizaciones antiguas estuvieron atentas a los mensajes de aprobación, advertencia o prohibición que sus dioses les enviaban y que orientarían decisivamente el sentido de las acciones que se debían emprender y requerían con regularidad la opinión de sus dioses antes de tomar decisiones o emprender acciones que afectarían a la vida pública.

“Nuestros antepasados quisieron que las ceremonias solemnes y establecidas fueran reguladas por los conocimientos de los pontífices, la autoridad en el éxito de las empresas militares estuviera sujeta a la observación de los augures, las predicciones de los adivinos basadas en los oráculos de Apolo y los conjuros de los malos prodigios sometidos a la ciencia de los etruscos. Además, conforme a la antigua costumbre, se pone sumo cuidado en los asuntos relacionados con la divinidad, y así, cuando hay que recomendar algo hacemos plegarias, y votos cuando hay que hacer una súplica, cuando tenemos que saldar alguna deuda damos gracias, cuando hay que averiguar algo mediante las entrañas de los animales o los dados hacemos una plegaria a tal fin, y, cuando queremos cumplir un rito solemne, hacemos un sacrificio mediante el cual expiamos también las amenazas de los prodigios y los rayos.” (Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, I, 1, 1)

Arúspice, grabado de L. Labrousse

La adivinación fue, por tanto, en el mundo antiguo parte integrante de las instituciones de gobierno y de la vida social, y todos los gobernantes buscaron compartir con los dioses la responsabilidad de las decisiones más graves que pudieran tomar y poder así legitimar sus acciones para mantener la estabilidad social y el orden social establecido.

“Pues bien, ¿quién no advierte que, en todo Estado de pro, han tenido gran vigencia los auspicios y los demás tipos de adivinación? ¿Acaso ha habido algún rey o algún pueblo que no recurriera a las predicciones divinas? Y no sólo en tiempos de paz, sino mucho más, incluso, en tiempos de guerra, por el hecho de que el peligro y el riesgo que corría la supervivencia eran mayores. Dejo a un lado a los nuestros, que no emprenden nada, en tiempo de guerra, sin consultar las entrañas, y que nada preservan, sin consultar los auspicios, en tiempo de paz.” (Cicerón, Sobre la adivinación, I, 95)

Se hacían consultas adivinatorias y lecturas de auspicios para emprender actividades oficiales, militares y religiosas y su gestión era competencia de las autoridades públicas o de expertos que estaban al servicio de los poderes establecidos.

“Desde luego, no encuentro pueblo alguno —por muy formado y docto, o muy salvaje y muy bárbaro que sea— que no estimase que el futuro puede manifestarse a través de signos, así como ser captado y predicho por algunas personas.” (Cicerón, Sobre la adivinación, I, 2)

Relieve con lectura de auspicios y declaración de votos, Museo del Louvre, París

La adivinación también tenía su papel en la vida privada de los clientes que solicitaban la intervención de los encargados de interpretar los prodigios ocurridos en su entorno.

“Y bien, ¿qué pasa con Roscio, con el que fue tu amor y tu entretenimiento? ¿Mentía él propiamente, o lo hacía, en su lugar, toda Lanuvio? Una noche, cuando éste era un niño de cuna y se criaba en Solonio — que es una llanura de la campiña de Lanuvio—, su nodriza se despertó y pudo advertir, gracias a la proximidad de una luz, que el niño dormía ceñido por el abrazo de una serpiente. Aterrada ante esta visión, se puso a gritar. El padre de Roscio, por su parte, recurrió a los arúspices quienes le respondieron que nadie sería más famoso y nadie más célebre que aquel niño.” (Cicerón, Sobre la adivinación, I, 36)

Arúspice haciendo un sacrificio.
Grabado basado en una pintura de Edwin Howland Blashfield

Los hombres creían que las divinidades eran infinitamente superiores a ellos y conocían todo lo que ellos ignoraban, por lo que intervenían continuamente en la vida de los mortales a través de mensajes, los cuales, por su variada naturaleza, requerían que se aplicase unos criterios para su correcta interpretación.

“Pero los dioses existen, luego envían mensajes. Y, si envían mensajes, no pueden dejar de darnos alguna vía para el conocimiento de su significado, porque, si no, en vano los enviarían [...]) (Cicerón, sobre la adivinación I, 83)

El reconocimiento de tales signos se fue estableciendo empíricamente en cada cultura a través de un largo proceso de observación por el que se llegó a determinar la identidad precisa de cada signo y su lugar, función y valor en el ordenamiento institucional de la comunidad, estableciéndose la relación entre los signos y los dioses, la solidaridad de cada uno de ellos con la celebración de determinados actos públicos y el procedimiento formal por el que debían ser solicitados, obtenidos y dilucidados.

“Y es que aquello que llega a intuirse a través de las entrañas, a través de los rayos, de los portentos y de los astros, ha podido constatarse gracias a la observación cotidiana.” (Cicerón Sobre la adivinación, I, 109)

Grabado de William Cheselden, Wellcome Images

Por lo tanto, a la hora de interpretar el mensaje divino (signum) no era tan importante el examen del mismo, sino la aplicación de los principios contenidos en el conjunto de normas propio de cada comunidad para su análisis.

“Algunas de ellas [de las prácticas adivinatorias] se basan en testimonios y doctrinas como manifiestan aquellos libros etruscos referentes a la observación de entrañas, a los rayos y a las ceremonias, así como vuestros libros augurales, pero otras se explican mediante una interpretación, realizada de manera inmediata y acorde con la situación.” (Cicerón Sobre la adivinación, I, 72)

Los hombres tenían en consideración si el mensaje se refería a un tiempo pasado, a una situación presente o a un acontecimiento aún por llegar. Para la práctica oficial solo los dos últimos tipos importaban, pues eran los únicos que podrían afectar a las acciones previstas en un futuro cercano. Igualmente, les interesaba si el mensaje era de carácter aprobatorio o reprobatorio, contenía una predicción o una advertencia, o bien si se trataba de una prohibición, aunque en la vida pública solo eran relevantes los mensajes que manifestaban una oposición de los dioses, porque podría dar lugar al aplazamiento o suspensión de una determinada acción.

La divinidad podía revelar su mensaje de forma directa, aunque siguiendo ciertas normas a personas concretas, como en el caso de los profetas en Israel y los oráculos en el mundo griego. Pero también podían comunicar sus designios a través de signos.

Ilustración del libro Historia de las naciones de Hutchinson

Las entrañas de animales sacrificados, siempre domésticos y preferentemente de especie ovina o bovina (aunque también se contemplaron cápridos e incluso aves), constituyeron el tipo de signo adivinatorio probablemente más extendido entre los pueblos de la Antigüedad.

“Tú el dios sol Samas escribes en la carne interior de la oveja (las entrañas), tú dejas ahí una decisión oracular.” (Primer milenio a.C.)

La observación de las entrañas con fines adivinatorios se conocía ya en la Mesopotamia de fines del III milenio a.C., el hígado y el cielo estrellado se concebían como la tabla de los dioses donde la escritura celestial podía observarse y descifrarse.

“El rey de Babilonia se ha detenido en la encrucijada, en la cabecera de los dos caminos para consultar los presagios: baraja las flechas, consulta a los ídolos, examina el hígado. Ya tiene el presagio en su mano derecha: “¡A Jerusalén!” (Ezequiel, 21, 26)


Representación de hígado para consultar auspicios, Palacio de Mari, Siria.
Museo del Louvre, París

Sin embargo, los etruscos, entre los pueblos mediterráneos, fueron considerados los mayores expertos en su conocimiento. La adivinación etrusca es una ciencia basada en los signos, en la observación e interpretación de fenómenos ajenos al hombre aplicando unas técnicas muy precisas obtenidas de la experiencia y conservadas en unos libros sagrados que carecían de contenidos de tipo dogmático, centrándose sobre todo en prescripciones rituales y en las prácticas adivinatorias.

El conjunto de todas estas prácticas contenidas en los libros se conoce como Etrusca disciplina, producto de la revelación hecha al pueblo etrusco por boca de los profetas. La tradición recuerda el nombre de algunos de ellos, como el llamado Tages. La leyenda de este último la conocemos por Cicerón, quien a su vez la recibió de un noble etrusco amigo suyo y conocedor de la Etrusca disciplina, Aulo Caecina. Estas son sus palabras:

“Se dice que una vez, en el campo de Tarquinia, mientras se araba la tierra, se cavó un surco de gran profundidad, surgiendo de repente un tal Tages, quien le dirigió la palabra al que estaba arando. Este Tages, según consta en los libros de los etruscos, se dice que parecía de aspecto infantil, pero que tenía la sabiduría propia de un anciano. Como el campesino se quedó pasmado ante la visión y lleno de admiración soltó un grito enorme, se formó una concurrencia y en poco tiempo toda Etruria había acudido al lugar. Entonces Tages habló de más cosas a los muchos que le escuchaban, quienes recogieron todas sus palabras y las pusieron por escrito. El conjunto de su discurso fue tal, que en él se hallaba contenido todo el saber de los harúspices; después éste se engrosó con algunos conocimientos nuevos, a los que se puso en relación con aquellos mismos orígenes. Esto es lo que hemos oído decir a ellos mismos; conservan estos escritos, que consideran como la fuente de su saber.”

Espejo con la imagen del arúspice griego Calcas. Museos Vaticanos

Los libros que componían esta literatura sagrada se dividen en tres grandes categorías, según la clasificación de Cicerón: se trata de los libri haruspicini, fulgurales y rituales.

Los libros haruspicinales se centran en el análisis e interpretación de los signos que se muestran en los exta, las vísceras de los animales sacrificados. Por su parte, los libros fulgurales trataban sobre la doctrina relativa a los rayos como expresión de los designios divinos. Por último, se encuentran los libros rituales, cuyo contenido era muy variado, incluyendo también tratados sobre otras técnicas adivinatorias.

Los libros rituales describían el ritual para la fundación de una colonia y los arúspices podían predecir la duración de la nueva fundación.

Los encargados de interpretar y aplicar la ciencia contenida en la Etrusca disciplina eran los harúspices, cuya vestimenta se caracterizaba por un manto corto abrochado con una o varias fíbulas, es decir sin costuras, y un sombrero en forma puntiaguda atado debajo del mentón. Estos sacerdotes pertenecían a la clase aristocrática, dentro de cuyas familias se transmitían los conocimientos contenidos en la Etrusca disciplina y por ello en la aplicación de su ciencia se inclinaban por los intereses de su clase facilitando su control sobre la sociedad y el gobierno.

“Etruria, por su parte, analiza con gran sabiduría las descargas procedentes del cielo, y se ocupa también de interpretar qué es lo que se muestra a través de cada señal y de cada portento. Por lo que, entre nuestros mayores, el senado decretó con acierto en su momento, cuando nuestro poder florecía, que diez de los hijos de los jefes —elegidos de cada uno de los pueblos de Etruria— fueran educados en este saber, a fin de que tan gran habilidad no se viese —a causa de la indigencia de las personas, en busca del interés y de la ganancia— privada de su consideración religiosa.” (Sobre la adivinación, I, 92)

Estatuilla de arúspice etrusco, Museo Vaticanos

La adivinación se basaba en la creencia de que la naturaleza está sometida a los poderes divinos, que garantizan su orden y racionalidad. Cualquier suceso del que se pensaba que podía anunciar un signo divino se relacionaba con un punto determinado del cosmos, que era necesario conocer para saber qué divinidad enviaba el presagio, interpretar su significado, y aplicar el remedio para su expiación. El haruspex debía identificar el motivo del prodigio, determinar qué divinidad es la afectada y su predisposición hacia los hombres, y finalmente indicar cómo se podían evitar los peligros que el futuro depararía en caso de no tomar las medidas adecuadas.

Urna funeraria de un haruspex. Localización desconocida

(A los dioses Manes de Marcus Titius Stephanus, arúspice, que vivió 29 años y 6 días. Su padre Marcus Titius Stephanus se lo dedicó a su hijo que bien lo merecía)

La principal arte adivinatoria de los etruscos fue el extispicium que consistía en la interpretación de los exta, las vísceras de los animales sacrificados. Los harúspices distinguían dos tipos de víctimas, las hostiae animales empleadas en los sacrificios particulares con el objeto de deificar el alma del difunto y las hostiae consultatoriae, utilizadas para conocer el futuro mediante la inspección de sus órganos internos. Estas últimas tenían como finalidad consultar la voluntad de los dioses, ya que durante el sacrificio se producía un intercambio entre dioses y hombres, de forma que los primeros recibían la vida del animal y daban a los hombres la información que estos requerían.

“Apenas me es lícito, oh dioses del cielo, revelar a las gentes todo lo que estáis maquinando; pues no he celebrado en tu honor, supremo Júpiter, este sacrificio: los dioses infernales han venido al pecho de este toro inmolado. Indecibles calamidades tememos, pero sobrevendrán mayores aún de lo que tememos. ¡Que los dioses tornen favorable lo que he visto y que no merezcan ningún crédito las vísceras, sino que eso sea una impostura de Tages, fundador de esta ciencia!» Así vaticinaba el etrusco, envolviendo sus presagios en palabras sinuosas y velándolos con múltiples ambages.” (Lucano, Farsalia, I, 630)

Terracota griega de un arúspice

En el sacrificio romano el sacerdote observaba los exta sin extraerlos del cuerpo de la víctima, pero sólo podía obtener como respuesta un “sí” o un “no”, mientras que para el arúspice etrusco esas mismas vísceras transmitían el mensaje que en ellas había impreso la divinidad. Los intereses personales podían falsear el mensaje, haciendo que la intervención humana participase de un engaño y alterase el resultado del examen de las vísceras para favorecer un determinado propósito.

“Cuando Átalo iba a enfrentarse con los gálatas, que tenían una gran fuerza, al ver a sus soldados consternados; y decidido a animarlos ante el peligro del combate, preparó unas víctimas, cuyo sacrificio presidió Sudino, un adivino caldeo. Éste, después de hacer las súplicas y libaciones, cortó a la víctima en canal. Y el rey, después de triturar agalla de roble, escribió en su mano derecha «victoria del rey», escribiéndolo no de izquierda a derecha, sino al contrario, de derecha a izquierda. Y cuando se extraían las entrañas, colocó la mano debajo de ellas, imprimiendo la inscripción en el hígado caliente y blando. El adivino, después de examinar los lóbulos y la vesícula y observar, por supuesto, las entradas de la vena porta, las partes planas del hígado y demás señales, dio la vuelta al lóbulo que tenía la inscripción en la que se manifestaba la victoria del rey. Éste, por cierto, se puso muy contento y enseñó el augurio a la multitud de soldados. Y éstos, tras acercarse y leerlo, se llenaron de ánimo, y todos gritaban pidiéndole que los llevara contra los bárbaros, y, tras luchar animosamente, vencieron a los gálatas.” (Polieno, Estratagemas, IV, 20)

Estatuilla de arúspice etrusco

Los exta, u órganos fatídicos, eran seis: el bazo, el estómago, los riñones, el corazón, los pulmones y sobre todo el hígado. El arúspice procedía al examen de la víscera según prescripciones muy precisas: comenzaba por observar su posición dentro del cuerpo y, una vez extraída, se tenía en cuenta la presencia o ausencia de un determinado órgano, su estado, posición, tamaño o color. En esta operación el sacerdote adoptaba una postura ritual, que le llevaba a sostener el hígado con la mano izquierda y palpar con la derecha, y debía orientarse siempre hacia el sur. La parte principal del ritual consistía en determinar cuáles eran las divinidades implicadas, lo que se conocía porque cada una de ellas tenía su sede en una parte de la víscera.

“... y la víctima que durante mucho tiempo se había resistido al sacrificio no agradable, en el momento en que los servidores, ceñidos con sus vestidos, sujetaban sus cuernos amenazadores, doblada la rodilla, ofrecía su cuello vencido. Y no brotó el crúor acostumbrado, sino que de la larga herida se derramó en lugar de sangre roja un humor siniestro. Palideció atónito ante aquel sacrificio funesto Arrunte y buscó en las entrañas arrancadas la cólera de los dioses de lo alto. El color mismo aterró al vate, pues una intensa lividez salpicada de sangre presentaba con varios matices las vísceras pálidas moteadas de manchas negras e impregnadas de un crúor gélido. Percibe el hígado lleno de podredumbre y las venas amenazadoras por la parte hostil. La fibra del pulmón jadeante está oculta y una pequeña grieta corta las partes vitales. El corazón está en un lugar bajo y las vísceras dejar salir por unas fisuras abiertas sangre corrompida y los intestinos muestran sus repliegues.

Y, prodigio horrendo que no apareció impunemente en ningún tipo de entrañas, he aquí que ve que a la cabeza de las fibras le crece la masa de otra cabeza; una parte pende enferma y débil, otra parte brilla y mueve incesante las venas con rápido impulso (Lucano, Farsalia, I, 611-629)

Grabado del libro Historia de las Vestimentas de la Antigüedad y Edad Media
de Robert von Spalart

El órgano privilegiado para la observación fue el hígado, considerado la entraña vital por excelencia. La técnica etrusca distinguía en dicho órgano tres partes fundamentales: la región favorable al consultante (pars familiaris), la región desfavorable (pars hostilis) y una protuberancia llamada caput iecinoris, cuya ausencia significaba el presagio más desfavorable, anunciador de grandes desgracias, como sucedió en las consultas previas a la muerte del cónsul C. Claudio Marcelo. Tampoco las malformaciones, traducidas normalmente en un corte o amputación, presagiaban nada bueno.

“El hígado está en la parte derecha, y en él lo que llaman la «cabeza de las entrañas», órgano de una gran variedad. A Marco Marcelo, estando ya próxima su muerte cuando pereció a manos de Aníbal, le faltó aquélla entre las entrañas del animal sacrificado; después, al día siguiente, se encontró doble.

También le faltó a Gayo Mario cuando ofreció un sacrificio en Útica, y lo mismo al emperador Gayo, cuando comenzaba su consulado, en las Calendas de enero del año en que fue asesinado, y a su sucesor Claudio en el mes en que fue muerto por medio de un veneno. Cuando el divino Augusto sacrificaba en Espoleto, en el primer día de su mandato, se encontraron los hígados de seis de sus víctimas replegados hacia el interior desde el lóbulo inferior, y se interpretó que su poder se duplicaría dentro del año. Si se corta la «cabeza de las entrañas» es también de mal agüero, excepto en caso de preocupación y miedo, pues entonces suprime la inquietud.” (Plinio, Historia Natural, XI, 73)

Enseñando a leer un hígado, foto The common vein

Así, según relata Apiano, cuando César se dirigía hacia la Curia donde iba a ser asesinado, los malos augurios se manifestaron en esta parte de la víscera.

“Es costumbre para los magistrados cuando entran en el senado consultar los auspicios a su entrada. Aquí, de nuevo, la primera de las víctimas de César estaba sin corazón o, según dicen otros, le faltaba la cabeza del hígado. El adivino le dijo que esto era signo de muerte, pero César le respondió riendo que ya le había ocurrido una cosa así en Hispania, cuando combatía contra Pompeyo. El adivino le replicó, a su vez, que también en aquella ocasión había corrido un claro peligro y que ahora la señal era más digna de crédito, pero César le ordenó que sacrificara de nuevo. Como ninguna de las víctimas resultaba más propicia y le daba vergüenza que el senado estuviera esperando, y apremiado por los enemigos disfrazados de amigos, penetró con desprecio de lo sagrado, pues debía cumplirse fatalmente el hado de César. (Apiano, Guerras civiles, II, 116)

Julio César y Espurina, pintura Escuela Inglesa

Los arúspices podían guiarse para sus interpretaciones de representaciones en bronce o arcilla de un hígado, que contenía una reproducción del universo, y permitía identificar las divinidades implicadas, lo que se conocía porque cada una de ellas tenía su sede en una parte de la víscera. Así, por ejemplo, el hígado de Piacenza, elaborado en bronce hacia el año 100 a.C., está dividido en dos partes, una externa que contiene el nombre del sol, y la otra el de la luna, que corresponden respectivamente a la parte favorable (pars familiaris) y a la desfavorable (pars hostilis). En su cara interna, la superficie está subdividida en una red de 16 casillas que reproducen el mismo esquema que regía la división del cielo para la observación de los rayos y cada una de ellas con el nombre de una o dos divinidades, con una apariencia a primera vista confusa, pero que responde a una organización muy precisa.

Hígado de Piacenza, Museo Cívico de Piacenza, Italia

Algunos fenómenos meteorológicos, especialmente el rayo, el trueno o el relámpago, fueron también considerados signos adivinatorios. La teoría de los rayos era tratada en los libri fulgurales. Estas son las palabras con las que Séneca resume la doctrina fulgural etrusca:

“Volvamos ahora a los rayos, cuya ciencia se divide en tres partes: observación, interpretación y conjuración. La primera supone una regla particular; la segunda constituye la adivinación; la tercera tiene por objeto hacerse propicios a los dioses, rogándoles manden bienes y libren de males, es decir, que confirmen las promesas o retiren sus amenazas.” (Séneca, Cuestiones naturales, II, 33)

Los grandes dioses vinculados al dominio celeste estaban generalmente asociados de forma solidaria a tales fenómenos, hasta el punto de que estos formaban parte de su misma naturaleza, constituyéndose en sus atributos característicos y en signos de su voluntad. En la evaluación de estos signos era fundamental un conocimiento preciso de la bóveda celeste, teniéndose en cuenta, además, variables como la dirección e intensidad del signo, el momento del día en que se observaba o, en su caso, la categoría del lugar (o persona) afectado.

“Se consideran favorables los [rayos] de la izquierda, ya que por esa parte del mundo está el naciente. No se atiende tanto a su llegada como a su retorno: si a consecuencia del choque echan fuego, o si despiden un soplo cuando ha concluido el efecto o cuando se ha apagado el fuego. Los etruscos dividieron al respecto el cielo en dieciséis partes: la primera es desde el septentrión hasta el naciente equinoccial, la segunda hasta el mediodía, la tercera hasta el poniente equinoccial, la cuarta ocupa lo que queda desde el poniente hasta el septentrión. A su vez subdividieron cada una de éstas en otras cuatro partes; a ocho de ellas a partir del naciente, las denominaron «izquierdas» y a las equivalentes del lado contrario, «derechas». Son particularmente hostiles las que llegan al septentrión desde el poniente. Por eso, es muy importante de dónde vienen los rayos y hacia dónde se retiran. Lo mejor es que vuelvan a las partes del naciente, así que, cuando proceden de la primera parte del cielo y tornan a la misma, se pronostica la felicidad suprema [...] Las demás partes son menos favorables o perjudiciales según su lugar en el cielo.” (Plinio, Historia Natural, II, 142-144)

Foto The Common Vein

En la organización del cielo a efectos fulgurales, la parte comprendida entre el norte y el este era considerada como la de la summa felicitas, la comprendida entre el oeste y el norte, la más infausta, mientras que las restantes eran proporcionalmente menos propicias y por tanto desfavorables. Pero no se tenía en cuenta sólo el lugar de procedencia del rayo, sino también la región del cielo hacia la cual retorna. Por ello, la señal más favorable se producía cuando el rayo procedía de la primera región y retornaba a la misma.

El mismo Plinio nos dice que los dioses fulguratorios eran nueve y que los rayos eran de once clases, pues Júpiter tenía tres. Un aspecto crucial de la doctrina etrusca era el relativo a estas tres manubiae (poderes de las deidades para lanzar rayos) de Júpiter (dios Tinia para los etruscos), cuyo contenido transmite Séneca:

“[Los etruscos] dicen que el rayo es lanzado por Júpiter y le atribuyen tres tipos de rayos. El primero, dicen, da advertencias favorables y Júpiter, para lanzarlo, toma la decisión por sí mismo. Es verdad que él lanza también el segundo; pero necesita la opinión de su consejo, pues se hace asistir por doce dioses. Este rayo produce en ocasiones un efecto favorable, pero también puede provocar daños y los servicios que presta no son gratuitos. Asimismo, es Júpiter quien envía el tercer rayo, pero no lo hace sino tras haber convocado a los que los etruscos llaman dioses superiores y ocultos. Este rayo destruye lo que toca y en todo caso nunca deja tal cual las condiciones de la vida privada y pública, pues el fuego no permite que nada permanezca como estaba hasta entonces.” (Séneca, Cuestiones Naturales, II, 41)

Dios etrusco Tinia, Cleveland Art Museum, USA

Como se puede observar, los efectos más o menos desastrosos del rayo de Júpiter se miden por la participación de otras divinidades. El primero lo envía él solo y tiene consecuencias favorables; el segundo requiere la consulta de los doce Di consentes y puede proporcionar algunas ventajas, pero también perjuicios; el tercero es por completo destructivo y sólo lo emite tras haber convocado a los Di superiores et involuti, misteriosas divinidades de las que se desconocía el nombre y el número, posiblemente las que controlaban el destino y que se situaban por encima del propio Júpiter.

“De forma similar, el día siguiente, que era siete de abril, cuando se acercaba el anochecer, a partir de una pequeña nubecilla el cielo se oscureció de repente y desapareció la luz, hasta tal punto que, después de frecuentes y amenazadores truenos y relámpagos, un soldado llamado Joviano fue alcanzado por un rayo y cayó con dos caballos cuando volvía de darles agua en el río.

Al verlo, se hizo venir a los intérpretes de estos hechos, quienes, al ser interrogados, afirmaron con seguridad que se trataba de una advertencia contra la campaña, pues el rayo era una «señal admonitoria» -que es el nombre que reciben los presagios que disuaden o que recomiendan hacer algo-. Por otra parte, había que hacer caso a esta señal, porque había muerto un soldado ilustre junto con unos caballos de guerra, y porque los lugares indicados de este modo, según los libros relativos a los fenómenos luminosos, no deben ser vistos ni hollados.” (Amiano Marcelino, Historia, XXIII, 5, 12-13)

Ilustración de Pierre Blanchard

En la investigación sobre el significado de los rayos tenían también su importancia otros aspectos, dando lugar a diferentes clasificaciones. Así, por el color, se distinguía entre alba, nigra y rubra. Especial significación tenían los llamados fulmina regalia, que golpeaban un lugar público y solían anunciar la amenaza de la monarquía. Otros eran denominados fatidica, porque estaban en relación con el destino del hombre. La lista de los diferentes tipos puede alargarse de forma considerable, pues en definitiva hacían alusión a cualquier preocupación o situación, del individuo y del Estado. Pero existía también la posibilidad de provocar, mediante los ritos oportunos, que Júpiter lanzase el rayo para obtener un beneficio, como sucedió en el episodio sobre el monstruo Olta, que asolaba los campos de Volsinii hasta que el rey Porsenna evocó el rayo para destruirle.

“Es una antigua leyenda de Etruria la de que el rey Porsena consiguió un rayo que había invocado cuando el monstruo que llamaban Volta entraba en la ciudad de Bolsena después de haber devastado los campos. Y aún antes de él, refiere Lucio Pisón, un autor serio, en el libro primero de sus Anales, que en repetidas ocasiones había hecho otro tanto Numa y que Tulo Hostilio, por imitarlo sin el debido ritual, había muerto fulminado.” (Plinio, Historia Natural, II, 140)

Ilustración con lectura de auspicios

Una vez cumplido todo el proceso, se hacía necesario purificar el lugar donde el rayo había caído. El poeta Lucano representa la escena de este ritual de purificación cumplido por el arúspice Arrunte, el cual, musitando oscuras plegarias, recogía los restos del fuego provocado por el rayo y los enterraba en un lugar dedicado al dios que lo había lanzado.

“Arrunte recoge los fuegos diseminados del rayo, los entierra musitando una lúgubre letanía y asigna a aquellos lugares la protección de una divinidad.” (Lucano, La Farsalia, I, 606)


Ilustración con la imagen
del arúspice Espurina

Determinadas manifestaciones celestes o terrestres de carácter extraordinario, inusual o anormal (como eclipses, cometas, terremotos, lluvia de piedras, sangre o leche, etc.), así como otras consideradas contrarias a las leyes de la naturaleza (nacimientos de animales o niños deformes o monstruosos, animales parlantes) eran catalogadas como «prodigios», es decir, signos a través de los cuales las divinidades manifestaban su descontento con los hombres. Ante su presencia, los humanos debían encontrar los remedios rituales para expiarlos y asegurar de nuevo la concordia con los dioses:

“Antes de que los cónsules sortearan sus provincias se anunciaron prodigios: en territorio crustumino (de Crustumerium, en el Lazio) había caído del cielo una piedra sobre el bosque sagrado de Marte; en territorio romano había nacido un niño con el cuerpo mutilado, y había sido vista una serpiente con cuatro patas; en Capua habían sido alcanzados por el rayo muchos edificios del foro, y en Putéolos habían ardido dos naves por la caída de rayos. Mientras llegaban estas noticias, en la propia Roma, en pleno día, fue perseguido un lobo que había entrado por la puerta Colina y se escapó por la puerta Esquilina seguido por un gran tropel de gente. Con motivo de estos prodigios los cónsules sacrificaron víctimas adultas y se celebró un día de rogativas en todos los altares.” (Tito Livio, Ab urbe condita, XLI, 9, 4-7)

Ilustración de la Historia de las Naciones de Hutchinson

La consulta más antigua que registra la historiografía corresponde al año 340, en el contexto histórico de las Guerras Latinas. El conflicto comenzó en el año 341, cuando los Latinos se alzaron en armas contra Roma al considerarse tratados más como súbditos que como aliados, y sólo acabó tras cuatro años de duras campañas. El examen en cuestión tuvo su origen en un sueño, según cuenta Livio, estando los cónsules acampados cerca de Capua. En él se les advertía que los Dioses Manes y la Madre Tierra exigían el sacrificio del imperator de uno de los frentes contendientes y el ejército del otro, y que la victoria correspondería al pueblo y al frente cuyo imperator se sometiese a la devotio. Inmediatamente acordaron sacrificar víctimas para expiar la ira de los dioses, pero también, y esto es importante, para comprobar si las entrañas ‘corroboraban’ el sentido de la admonición nocturna y, en tal caso, a qué cónsul le correspondería el sacrificio supremo. Los imperatores no podían actuar guiados sólo por el valor dudoso de un sueño, y debe ser esa la razón por la que lo pusieron a prueba contrastándolo con el procedimiento ritual tradicional y oficial. Así pues, justo antes de la batalla de Veseris – Campania – los cónsules sacrificaron. El harúspice le mostró a Decio una fisura en la cabeza del hígado en la parte que le afectaba, pero le dijo que por lo demás los dioses aceptaban la víctima y que Manlio había obtenido la litatio. Decio manifestó de inmediato su conformidad con el resultado del sacrificio.

“Los cónsules romanos antes de salir al frente de batalla ofrecieron un sacrificio. Dicen que el arúspice le mostró a Decio la cabeza del hígado mutilada en la parte que le afectaba, pero que por lo demás la víctima era aceptable a los dioses, que Manlio había obtenido muy buenos presagios. `Pues entonces bien va la cosa, dijo Decio, si se han obtenido buenos presagios por parte de mi colega.´” (Tito Livio, Ab urbe condita, VIII, 9, 1)

Decio Mus consultando los auspicios, Peter Paul Rubens,
Colección Oskar Reinhart, Winterthur, Suiza

Al poco de iniciarse la acción y en un momento especialmente difícil para el ala izquierda, el cónsul Decio, bajo cuyo mando estaba, ordenó al pontífice Marco Valerio que le dictara la vieja fórmula ritual de la devotio para consagrarse a sí mismo en favor del éxito de las legiones.

“Hace falta la ayuda de los dioses, Marco Valerio, dice; vamos, pontífice público del pueblo romano, vete dictándome las palabras con las que ofrecerme en sacrificio en favor de las legiones.» El pontífice le mandó que cogiera la toga pretexta y que, velándose la cabeza y sacando la mano de la toga para tocarse el mentón, erguido sobre un dardo colocado bajo sus pies, dijera lo siguiente: `Jano, Júpiter, padre Marte, Quirino, Belona, Lares, dioses Novénsiles, dioses Indigetes, dioses que tenéis poder sobre nosotros y sobre los enemigos, y vosotros, dioses Manes, os ruego y suplico, os pido perdón, os pido que propiciéis al pueblo romano de los Quirites fuerza y victoria, y que a los enemigos del pueblo romano de los Quirites les provoquéis terror, pánico y muerte.´

Tal como he proclamado con mis palabras, así, por la república del pueblo romano de los Quirites, por el ejército, las legiones y las tropas auxiliares del pueblo romano de los Quirites, ofrezco en sacrificio juntamente conmigo las legiones y tropas auxiliares de los enemigos a los dioses Manes y a la Tierra.” (Tito Livio, Ab urbe condita, VIII, 9, 4-8)

Consagración de Decius Mus, Peter Paul Rubens, Museo de Liechtenstein

Murió en combate y su colega obtuvo una decisiva victoria sobre los campanos (más tarde triunfaría igualmente sobre los latinos, volscos y auruncanos en Trifanum). La decisión de Decio de consagrar su persona por la salvación del ejército, para expiar la cólera de los dioses, implica que había reconocido expresamente el signum en la malformación – fisura – de la cabeza del hígado en la parte que le correspondía. El cónsul entendió lo que le pedían los dioses, aceptó su destino y ofreció voluntariamente su vida a cambio de las de sus hombres.

“Hecha esta súplica, ordena a los lictores que se dirijan a Tito Manlio y le comuniquen enseguida a su colega que él se ha ofrecido en sacrificio por el ejército. Él, ceñido el cinturón al estilo gabino, saltó armado sobre su caballo y se lanzó en medio del enemigo a la vista de ambos ejércitos con un aspecto bastante más augusto que el humano, como si hubiese sido enviado del cielo para expiar toda la cólera de los dioses a fin de llevar contra los enemigos la ruina desviada de los suyos. Así, todo el pánico y el terror que portaba consigo sembró el desconcierto, primero, en la vanguardia de los latinos y, después, se difundió hasta la médula de todo el ejército. Esto resultó muy evidente porque por dondequiera que lo llevaba el caballo, allí los enemigos eran presa de espanto igual que si hubiesen sido alcanzados por algún funesto golpe del cielo; y cuando se derrumbó, acribillado de dardos, desde ese momento las cohortes de los latinos, ya claramente abatidas, se dieron a la fuga y dejaron desierto un amplio espacio.” (Tito Livio, Ab urbe condita, VIII, 9, 9-12)

Muerte de Decius Mus, Peter Paul Rubens, Museo de Liechtenstein

Cuando Roma se sintió amenazada por Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica se recurrió a la haruspicina y a partir de ese momento los comandantes militares y los gobernadores provinciales consultaban a los arúspices antes de las batallas o eventos importantes. Sin embargo, los romanos no concedieron a los arúspices un sacerdocio oficial, aunque si eran llamados por el Senado cuando se daban ciertos prodigios para interpretar su significado y discutir los rituales de expiación.

“Remitan los prodigios y los signos extraordinarios a los arúspices etruscos si el senado lo ordena, y Etruria instruya en esta disciplina a los nobles. A las divinidades que decreten denles culto expiatorio, y así mismo purifiquen los rayos y sus estragos.” (Cicerón, Sobre las leyes, II, 21)

Urna cineraria de arúspice etrusco, Museo Etrusco Guarnacci, Volterra, Italia

Hacia el final de la República, los libros etruscos empezaron a ser traducidos y adaptados según las particularidades romanas, pero era una época turbulenta en lo político y la haruspicina, en particular, y la profecía, en general, sufrieron un gran descrédito.

“Y es que ¿cuántas son las cosas que han sucedido, de cuantas ellos predijeron? Y, si es que algo ha sucedido, ¿qué razón puede aducirse, para que no haya sucedido por casualidad? El rey Prusias en una ocasión, cuando le parecía bien a Aníbal — refugiado en sus dominios— que se iniciase la lucha, dijo no atreverse a hacerlo, ya que lo desaconsejaban las entrañas. «¿Acaso estás diciendo» — le respondió— «que prefieres dar crédito a un pedacito de carne de ternero que a un viejo general?». Y bien, cuando el propio César fue advertido por el sumo arúspice de que no pasase a África antes del solsticio de invierno, ¿acaso no lo hizo? De no hacerlo, todas las tropas de sus enemigos habrían logrado agruparse en un solo lugar. ¿Para qué voy a recordar yo las respuestas de los arúspices — y podría recordar, sin duda, innumerables— que no tuvieron desenlace alguno, o bien el desenlace contrario?” (Cicerón, Sobre la adivinación, II, 24)

Ilustración según un grabado de John Gilbert

En el inicio del Principado, Octavio hizo un uso arbitrario de la disciplina con motivos políticos haciendo que las interpretaciones de los arúspices coincidieran con sus propios intereses políticos y favorecieran a la clase de los optimates. Tras un rayo que cayó sobre su casa, Augusto construyó un templo dedicado a Apolo, su dios protector, siguiendo la decisión de los arúspices que tratarían de satisfacer al gobernante.

“Levantó el templo de Apolo en esa parte de su casa del Palatino que había sido herida por un rayo y que los arúspices habían anunciado que era deseada por el dios.” (Suetonio, Augusto, 29, 3)

Claudio intentó organizar a los arúspices en un collegium para ganarse el apoyo de la aristocracia etrusca y dirigir sus interpretaciones de los prodigios de manera que beneficiase a su gobierno y con el objetivo de expandir la centralidad política de la ciudad de Roma. Sin embargo, el Senado no fue más allá de aceptar el mantenimiento y fortalecimiento de la haruspicina, pero se negó a unas medidas que igualaría a los arúspices con los pontífices y augures que ya estaban en el culto oficial del Imperio.

“Presentó después al senado una propuesta sobre el colegio de los arúspices, a fin de que su saber, el más antiguo de Italia, no se perdiese por desidia; muchas veces, argumentaba, en momentos difíciles para la república, se les había convocado para que con su consejo restauraran las ceremonias y las conservaran mejor para la posteridad. Los próceres de Etruria, por su cuenta o por impulso de los senadores romanos, habían aprendido esta ciencia y la habían propagado entre sus familias, cosa que ahora se hacía con menor entusiasmo por culpa de la desatención pública hacia las buenas artes y porque las supersticiones extranjeras estaban cobrando fuerza. La situación del momento, siguió diciendo, era ciertamente favorable, pero había que dar gracias a la bondad de los dioses, para que los ritos de los sacrificios, tan bien observados en las épocas difíciles, durante la prosperidad no cayeran en el olvido. En consecuencia, se redactó un decreto del senado en el sentido de que los pontífices determinarían lo que había que conservar y asegurar de la ciencia de los arúspices.” (Tácito, Anales, XI, 15)

Altar dedicado a la diosa Sulis, Bath, Inglaterra

Inscripción: A la diosa Sulis lo dedicó Lucius Marcius Memor, arúspice

Con el paso de la República al Imperio no disminuyó la importancia de la haruspicina a nivel estatal, sino que los emperadores, al igual que lo habían hecho Sila y César, recurrieron a un arúspice personal, al que se consideraba un personaje relevante en el Imperio. Así ocurrió con Umbricius Melior, que ejerció con Galba y Otón y tuvo una brillante carrera con Vespasiano, y que se benefició del acceso privilegiado al emperador y de la posibilidad de influir en sus decisiones a través del conocimiento del futuro que supuestamente le proporcionaba su ciencia.

“Sacrificaba Galba en el palacio, a presencia de sus allegados, y el sacrificador Umbricio, al punto mismo de tomar en sus manos las entrañas de la víctima, exclamó que veía, no por enigmas, sino con la mayor claridad, en la cabeza del hígado señales de gran turbación y un inminente peligro que amenazaba al emperador, pues no le faltaba al dios más que entregar a Otón, tomándole por la mano. Hallábase éste presente, a espaldas de Galba, y estaba muy atento a lo que Umbricio decía y anunciaba.” (Plutarco, Galba, 24)

Estatuilla de arúspice etrusco,
Museo Arqueológico del Teatro Romano, Verona, Italia

Los arúspices, y especialmente el arúspice personal del emperador tuvieron una gran influencia en las persecuciones contra los cristianos durante el Imperio. Lactancio describe cómo convencieron al Emperador Diocleciano, que antes no se había preocupado por la nueva religión, de tomar las primeras medidas contra los discípulos de Cristo. Se decía que los cristianos habían perturbado los procedimientos de una consulta de los arúspices, provocando que no se pudiera leer ningún signo en las entrañas de los animales sacrificados, lo que se llama muta exta, y esto era un suceso muy preocupante que indicaba que la comunicación entre el hombre y los dioses se había interrumpido y constituía una premonición de terribles consecuencias.

“Éste fue muchas veces el motivo fundamental de que los malos emperadores persiguieran a los justos: efectivamente, algunos de nuestros ministros se acercaban a los sacerdotes paganos cuando éstos hacían sacrificios, y, haciendo la señal de la cruz, ponían en fuga a los dioses de aquéllos, para que no pudieran describir el futuro a partir de las vísceras de sus víctimas; cuando los arúspices se dieron cuenta de ello, empezaron, por presión de los propios demonios para los cuales sacrificaban, a quejarse de que hombres profanos asistían a sus ritos, suscitando así el furor de los emperadores; y éstos terminaron por asaltar el templo de Dios y por mancharse con un auténtico sacrilegio, que sólo sería expiado con los durísimos castigos que sufren los perseguidores.” (Lactancio, Instituciones Divinas, IV, 27, 3)

San Sebastián reprochando a Diocleciano (la persecución de los cristianos),
Paolo Veronese, Iglesia de San Sebastián, Venecia

Tras la persecución de los cristianos por parte de los arúspices no se puede ver solo la reacción de un grupo que disfrutaba de una posición de poder y privilegio dentro del mundo romano y que arriesgaba perder todo con el crecimiento de la religión de Cristo, sino que existía el convencimiento de que su propia tradición era suficiente para satisfacer las necesidades religiosas del mundo romano. Su tradición representaba fidelidad al mos maiorum, pero también ofrecía la mejor respuesta a las expectativas religiosas de sus contemporáneos.

Algunos autores cristianos criticaron a los arúspices y los tildaron de charlatanes que se aprovechaban de la credulidad pública con la excusa de revelar los misterios del futuro. Arnobio se felicita de que el progreso del cristianismo provoque la pérdida de seguidores de la disciplina Etrusca.

“Estas son tus ideas, estos tus sentimientos, impíamente concebidos, y más impíamente creídos. Para decir la verdad, los augures, los intérpretes de sueños, los adivinos, los profetas, siempre vanidosos, han diseñado estas fábulas, porque, temiendo que sus artes desaparezcan, y que puedan extraer escasas contribuciones de sus devotos, pocas e infrecuentes ahora, creyendo que vosotros aceptaríais sus artes sin discusión, se lamentan.” (Arnobio, Adversus Nationes, I, 24)

Mango de bronce decorado con haruspex,
Museo Allan Pierson, Amsterdam, Paises Bajos

Con el avance del cristianismo, los emperadores fueron tomando medidas para reducir la influencia de la adivinación y la magia. Valentiniano I, al igual que Constancio II, prohibió bajo pena de muerte en septiembre de 364 los sortilegios, las prácticas mágicas y los sacrificios nocturnos. Valente extendió la prohibición y la pena a todos los sacrificios, fuesen públicos o clandestinos, diurnos o nocturnos. Estos edictos estuvieron en vigor tanto en Oriente como en Occidente, y como existía inquietud en ambientes paganos por ir en contra de las consultas a arúspices, Valentiniano I se dirigió al Senado para defender el ejercicio de la Haruspicina.

"Juzgo que la haruspicina no tiene nada en común con los asuntos de los maléficos (= magos). Ni la haruspicina, ni por otra parte religión alguna autorizada por nuestros antepasados, tienen, en mi opinión, un carácter delictivo. Como testimonio de ello se cuenta con las leyes dadas por mí a principios de mi reinado mediante las cuales hice posible que le fuese reconocido a cada uno el derecho de practicar el culto que hubiese adoptado su conciencia. No reprobamos la haruspicina; pero prohibimos ejercerla de manera culpable.” (Código Teodosiano, II, 16, 9)

Mientras Constantino luchaba por el poder se hacía acompañar de arúspices, pero una vez llegado al poder hizo unas cuantas reformas con el fin de acabar con todas las manifestaciones espirituales que no se identificaran con el cristianismo, llevado quizás por la idea de terminar con la influencia de adivinos y arúspices a la hora de tomar decisiones políticas.


Bautismo de Constantino, Oratorio de San Silvestre,
Basílica de los cuatro santos coronados, Roma

Primero se prohibió el ejercicio de la haruspicina de forma privada, castigando severamente a adivinos y consultantes.

“Que ningún arúspice se aproxime a otra persona, por razón alguna, sino que la amistad con estos hombres, por antigua que sea, sea rechazada; el arúspice que acceda a la casa de otro sea quemado y aquel que lo llamó, ya fuere por persuasión o premio, tras la confiscación de sus bienes sea deportado a una isla: quienes deseen servir a su superstición podrán ejercer sus ritos públicamente. Consideramos además que el acusador de tal crimen no será considerado delator, sino que será digno de gran premio.” (Código Teodosiano, IX, 16, 1)

Los arúspices públicos continuaron en sus funciones ya que el propio Constantino permitió que se consultara a los arúspices cuando un rayo cayó en el Coliseo, aunque el resultado debía ser remitido directamente al emperador, quizás para evitar la divulgación de una interpretación considerada alarmante.

“(El emperador Constantino a Máximo) Si constara que nuestro palacio u otro edificio público hubiera sido tocado por el rayo, manteniendo la antigua costumbre, que los arúspices busquen el sentido del presagio y el documento en el que ello se consigne sea escrupulosamente remitido para nuestro conocimiento; también se debe dar permiso a otros para hacer uso de esta costumbre, con tal de que se abstengan de los sacrificios domésticos, que están especialmente prohibidos. Sabes que, tanto la notificación como la interpretación escrita sobre el golpe contra el anfiteatro, acerca de la cual escribiste al tribuno y magister officiorum Heracliano, nos ha sido remitida.” (Código Teodosiano, XVI, 10, 1)

Foto @care4art

Tras un periodo en el que la producción normativa dejó de interesarse por la cuestión, esta fue retomada con fuerza por Constancio II. Tras declarar, en el año 341 d. C., todo sacrificio no autorizado como superstición, que puede verse como un alegato contra las religiones no cristianas con carácter general, posteriormente y mediante dos disposiciones, de 357 d. C. y 358 d. C. respectivamente, endureció la normativa constantiniana contraria a la adivinación, pues la prohibición se extendió a todo tipo de consulta, fuera pública o privada, alcanzando sus agravadas consecuencias también a los consultantes.

“Que nadie consulte a arúspice, ni a astrólogo, ni a agorero alguno. Que calle la torcida opinión del augur y el vate. Caldeos, magos y demás, que el pueblo llama maléficos por la magnitud de sus vilezas, no se esfuercen más por esa parte. Que por siempre calle para todos la curiosidad por la adivinación. En efecto, quien negara la obediencia a este mandamiento, será muerto, postrado ante la espada vengadora.” (Código Teodosiano, IX, 16, 4)


Relieve del haruspex C. Fulvio Salvis, Ostia, Italia


Bibliografía


Adivinación y presagios en el Bajo Imperio romano según Amiano Marcelino, Narciso Santos Yanguas
Adivinación y Astrología en el Mundo Antiguo, José A. Delgado Delgado y Aurelio Pérez-Jiménez
Arúspices y augures: la adivinación en Etruria y Roma antiguas, Rafael Agustí Torres
Caput in iecore non fuit. La ‘cabeza’ de los cónsules por la salvación de la República, José A. Delgado Delgado
La prohibición de la adivinación en Hispania, Edorta Córcoles Olaitz
Los etruscos, Roma y la adivinación, Jorge Martínez-Pinna
Los presagios del rayo: aspectos de la ciencia augural en Séneca, Lía Galán
Publica divinatio. consideraciones metodológicas y teóricas para el estudio de la adivinación oficial en la antigüedad, José A. Delgado Delgado
Emperor Claudius’ Promotion of Haruspicy in 47 CE and its Historical Meaning, Ko Hanseok
Tages Against Jesus: Etruscan Religion in Late Roman Empire, Dominique Briquel
Etruscan Religion in the Classical World, Jean MacIntosh Turfa
An Ominous Time: Thunder, Lightning, Weather, and Divination, Jean Macintosh
Haruspicy from the Ancient Near East to Etruria, Robert Rollinger
The Cinerary Urn of the Haruspex M. Titius Stephanus, Sabino Perea Yébenes
A New Reconstruction of the Etruscan Heaven, Natalie L. C. Stevens