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| Mosaico con captura de osos, Túnez, Getty Museum, Los Ángeles |
“Tú, Clío, ve suplicante a Trivia a la cima del Taigeto y al frondoso Ménalo. Que la hija de Latona, no despreciándote cuando le supliques, favorezca la pompa del anfiteatro. Que ella misma escoja hombres audaces que enlacen con habilidad los cuellos de las fieras y que claven sus venablos con un golpe certero. Que ella misma guíe a las bestias terribles y a los monstruos cautivos desde sus guaridas y que deje por un tiempo su arco sediento de matanza. Que vengan osos, a los que, cuando se precipiten con su gran mole, admire desde los astros de Licaón la fiera Hélice y que los leones rujan heridos mientras el pueblo empalidece, leones como los que Cibeles desearía enfrenar en su carro migdonio y los que los brazos de Hércules preferirían haber estrangulado. Que rápidos como el rayo se apresuren al encuentro de las heridas los leopardos nacidos de razas mezcladas, cuando por casualidad un adúltero macho de color verde fecundó el vientre, más noble, de una leona: los hijos recuerdan a su padre en sus manchas y a su madre en su vigor. Que yazca en el anfiteatro todo lo que cría Getulia en sus llanuras pobladas de fieras, todo lo que se oculta en la nieve de los Alpes y si algo teme la selva de la Galia. Que la arena se empape de generosa sangre. Que los espectáculos dejen desolados todos los montes.” (Claudiano, Consulado de Manlio Teodoro, 290-310)
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| Mosaico de la caza, Villa romana de la Olmeda, Palencia, España |
Los romanos fueron grandes aficionados a las cacerías y siempre
disfrutaron de los espectáculos violentos, por lo que cuando Roma empezó a
crecer y extender sus territorios los editores que se encargaban de la
organización de los espectáculos trasladaron su realización a las plazas, foros
o el circo de la ciudad al interior de la ciudad y las cacerías de animales que
se podían ver en dichos lugares se llamaron venationes en las que originalmente
se cazaban animales autóctonos, como jabalíes, ciervos y osos, a los que con la
conquista de nuevos territorios se añadieron animales exóticos anteriormente
desconocidos por los romanos.
“Hubo en Roma, durante el principado de
Gordiano, treinta y dos elefantes (de los que el mismo había enviado doce y
Alejandro diez), diez alces, diez tigres, sesenta leones domesticados, treinta
leopardos domesticados, diez belbi o hienas, mil parejas de gladiadores de
propiedad imperial, seis hipopótamos, un rinoceronte, diez leones salvajes,
diez jirafas, veinte asnos salvajes, cuarenta caballos salvajes y otros
animales de este tipo, innumerables y variopintos, que Filipo, en los juegos
seculares, o regalo o mato. Gordiano, preparaba todas estas fieras, las
domesticas y las salvajes, para el triunfo sobre los persas; pero su imperial
deseo no prevaleció, pues Filipo exhibió todas ellas en los espectáculos, en
los juegos seculares y en el circo, cuando celebro el milenario de la fundación
de la Ciudad en el consulado que compartió con su hijo.” (Historia
Augusta, Los tres Gordianos, 33, 1)
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| Mosaico de Antioquía, Siria. Museo de Honolulu |
Los animales exhibidos a finales de la República parecen
haber sido suministrados por estados sujetos al dominio romano o territorios
conquistados como parte de los tributos debidos a Roma. Durante el Imperio fue
una práctica común que los reyes extranjeros regalaran animales procedentes de
sus territorios a los emperadores romanos. Dicha costumbre se extendió hasta el
final del Imperio.
“Pero Augusto, por su parte,
regresó a Samos y una vez más pasó el invierno allí. En reconocimiento por su
hospitalidad, garantizó la libertad a los habitantes y también atendió muchas
cuestiones de gobierno. Un gran número de embajadas se presentó ante él, y los
indios, que ya habían hecho propuestas, ahora concertaron un tratado de
amistad, enviando unos tigres entre otros regalos, los cuales fueron vistos
entonces por vez primera por los romanos y creo que también por los griegos.” (Dión
Casio, Historia romana, LIV, 9, 7)
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| Detalle de mosaico de la Villa Adriana, Tïvoli. Altes Museum, Berlín |
Sin embargo, la mayoría de animales tenían que ser
capturados en sus hábitats locales e importados por los editores con mucha
antelación para que estuviesen en el lugar previsto para la celebración de las
venationes a tiempo.
Los encargados de capturar a los animales llegaban hasta los
lugares más remotos e inhóspitos con tal de encontrar las especies más
reclamadas por el público que solían ser las desconocidas y exóticas por su
procedencia. Llegaban para ello a las regiones más lejanas del norte de Europa,
África y Asia.
“A precio de oro se va a las
selvas en busca de fieras, se explora el último rincón de Hammón en África para
que no nos falte el monstruo cotizado por sus mortíferos colmillos; se
amontonan en nuestras naves animales exóticos hambrientos, y el tigre desfila
en jaula de oro a beber sangre humana ante los aplausos del pueblo.” (Petronio,
Satiricón, 119)
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| Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
Los editores de las venationes procuraban hacer uso de sus
numerosos contactos en distintos territorios del Imperio para hacerse con
animales tanto salvajes agresivos, por ejemplo, los felinos como los herbívoros
más dóciles. Se puede citar al senador romano Símaco, quien se encargó de
organizar los juegos que celebrarían la llegada de su hijo Memio a la pretura,
y que recurrió a un alto cargo de la administración provincial del África
proconsular, donde él mismo había sido proconsul Africae, para que le envíe
inofensivos antílopes y gacelas que eran también muy apreciadas en las
venationes.
“Preparamos los juegos de la
pretura, cuyo ornato echa en falta animales exóticos para que el espectáculo
romano resplandezca con un lujo novedoso. Por lo tanto, deseo que por (tu)
diligencia se me proporcionen antílopes y gacelas; la frontera cercana os los
suministra en abundancia. En consecuencia, dígnate unir en alianza nuestra
amistad por medio de una prenda votiva; no seré incapaz de corresponderte si
igualmente exige algo tu provecho.” (Símaco, Cartas, IX, 144)
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| Detalle del mosaico de la caza pequeña, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
Cuando la organización de las venationes se hizo más
compleja la responsabilidad del suministro de los animales recayó en los
magistrados que estaban en campaña electoral. Así, por ejemplo, Marcus Caelius
Rufus, cuando optaba al cargo de edil y debía organizar una venatio en Roma,
escribió insistentemente a Cicerón gobernador de Cilicia entonces, solicitando
un envío de panteras (nombre dado a varios tipos de felinos entre los romanos).
“En casi todas mis cartas te he
hablado de las panteras. Sera un baldón para ti si a Patisco, que ha enviado
diez panteras a Curión, no lo superas con creces. Curión a su vez me las ha
regalado y ha añadido otras diez de África, a fin de que no vayas a creer que
solo sabe regalar fincas rústicas. Solo con que te acuerdes y hagas traer las
panteras de Cibira y con qué además envíes una petición a Panfilia (pues dicen
que allí la caza es más abundante), conseguirás lo que quieras. Me afano ahora
con particular empeño en esto porque creo que voy a tener que hacer frente a
todos los preparativos con independencia de mi colega. Haz tuyo, por favor,
este encargo. Te gusta estar habitualmente ocupado, mientras que yo por lo
general no me ocupo de nada. En este asunto solo tienes que preocuparte de
hablar, es decir, dar una orden y un recado. Pues, en cuanto las tengas
capturadas, para su alimentación y transporte dispones de los agentes que he
enviado para la deuda que ha de cobrar Sición. Pienso incluso, a la menor
esperanza que me des por carta, en enviarte a otros.” (Cicerón, Cartas a
familiares, VIII, 9)
De la respuesta de Cicerón a una de estas cartas se puede
saber que la captura de los animales estaba costando, a pesar de ser
trabajadores especializados los que están encargados de ello, por la escasez de
animales por la zona.
“En cuanto a las panteras, los
cazadores profesionales cumplen mi orden con diligencia, pero hay una asombrosa
escasez, y las que quedan se quejan vivamente, según cuentan, de que, en mi
provincia, salvo ellas, ningún otro ser corre peligro. Por tanto, han decidido
—siguen contando— dejar nuestra provincia para ir a Caria. Con todo, se está
actuando a conciencia, y, sobre todo, por parte de Patisco. Todo lo que haya,
será para ti; pero de qué se trate, ciertamente no lo sé. Tu edilidad, te lo
prometo, me preocupa sobremanera. La fecha misma me lo recuerda, y es que te
escribo precisamente durante los Juegos Megalenses.” (Cicerón, Cartas a
familiares, II, 11)
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| Mosaico de la villa romana de las Tiendas, Museo Nacional de Arte Romano, Mérida, España |
Los editores de los juegos pretendían ofrecer los mejores
juegos posibles ya que se jugaban su futuro político y se esforzaban en superar
a los celebrados anteriormente por sus antecesores, pero debían hacer frente
ellos mismos a los gastos de su organización lo que suponía un alto coste, y en
el caso de las venationes conllevaba la obtención de los animales, su captura,
traslado, alimentación y exhibición, además del impuesto al que estaba sujeto
el tráfico de animales, gravados con el portorium, tasa que debía pagar todas
las mercancías que provenían de otras circunscripciones aduaneras.
“Los cuestores de nuestro orden
nunca han pagado derechos de aduana por sus fieras: en efecto, a nuestros
antepasados les pareció oneroso que se sumase un gasto desmesurado a quienes
soportaban las cargas de la dignidad senatorial. Hace muy poco, cuando preparaba
un espectáculo de gladiadores, se me otorgó a mí esta prerrogativa, más en
nombre del pueblo romano que en el mío propio. Ahora se exige a mi hermano
Cinegio, varón clarísimo y candidato a la cuestura, el impuesto de la
quincuagésima, que únicamente se debe admitir para los tratantes de osos,
puesto que están dedicados a ese negocio. El resultado de esta situación de
injusticia espera tu intervención.” (Símaco, Cartas, V, 62)
Según Símaco, el impuesto era injusto porque el traslado de
los osos no le proporcionaba ningún beneficio, sino que entraba dentro de las
obligaciones del cargo para el que había sido nombrado.
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| Museo del Bardo, Túnez |
Es por ello que los editores se esforzaban en lograr
donaciones u obsequios de animales, bien de parte del emperador, bien de amistades
o algunos contactos influyentes, mostrando posteriormente su agradecimiento.
“Aportas a la celebración de
nuestros juegos algo habitual y algo inusitado; así, como eres generoso en los
actos tradicionales e inventor de novedades, piensas en todo para conciliarle a
nuestro cuestor el favor de la plebe, como ha probado ahora la ofrenda de siete
perros escóticos, que tanto admiró Roma el día de los juegos preliminares que
pensó que habían sido traídos en jaulas de hierro.” (Símaco, Cartas, II,
77)
Para poder llevar a cabo una venatio se debía atrapar a los
animales con vida y transportarlos desde su lugar de origen hasta la arena
donde se iba a desarrollar el espectáculo.
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| Museo del Bardo, Túnez. Foto Andy Hammond |
Opiano describe la captura de una osa utilizando perros y
redes a los que se atan cintas y plumas con las que atraer la atención del
animal, técnica llamada formido. Los capturadores se esconden y hacen sonar una
trompeta que hace salir al animal de su guarida y la dirigen hacia la red donde
acaban por atraparla y encerrarla en una jaula.
“Una gran muchedumbre acude a
las sombrías espesuras de la selva, hombres hábiles con perros de aguzado
olfato en traílla, para buscar las confusas huellas de las mortíferas bestias.
Pero, cuando los perros observan las huellas de sus plantas, las siguen, y
guían a los rastreadores con ellos, manteniendo sus largas narices pegadas al
suelo. Y si después ven alguna huella fresca, en seguida corren ansiosos y
exultantes, dejando en olvido la huella anterior. Y, cuando llegan al final de
su tortuoso rastreo y a la astuta guarida de la fiera, al punto, un perro arde
en deseos de saltar de la mano del cazador, y ladra con gañidos, con inmensa
alegría en su corazón. […] el cazador, refrenando su ímpetu con correas, vuelve
contento a unirse a sus camaradas. Y les muestra la espesura, y donde él y su
ayudante se emboscaron y dejaron a la salvaje bestia.
Ellos apresuradamente hincan
sólidas estacas, despliegan las redes grandes, y arrojan alrededor las redes de
bolsa; en las dos alas ponen dos hombres, en los extremos de la red, bajo un
montón de ramas de fresno. Desde las alas mismas y los jóvenes que vigilan la
entrada tienden por la izquierda una bien retorcida y larga cuerda de lino, un
poco alzada del suelo, como a la altura del ombligo de un hombre; de ella
penden cintas de muchos colores, variadas y brillantes, alarma para las bestias
salvajes; y de ella cuelgan incontables y brillantes plumas, las bellas alas de
las aves del aire, de buitres, de blancos cisnes y zancudas cigüeñas.
A la derecha colocan emboscadas
en las hendiduras de la roca, o techan cabañas rápidamente con verdes hojas, a
poca distancia unas de otras, y en cada una de ellas esconden cuatro hombres,
cubriendo completamente sus cuerpos con ramas. Tan pronto como todo ello está
dispuesto en orden, suena la trompeta su bronca nota, y la osa brinca desde la
espesura con terrible rugido, y su duro aspecto se asemeja al rugido.
Los jóvenes corren en bloque, y
de cada lado vienen sus batallones en contra de la bestia, y la hostigan. Ella,
abandonando el estruendo y los hombres, corre directamente al lugar donde ve un
espacio vacío de campo abierto. Luego, por turno, se levanta una emboscada de
hombres por detrás, y alborotan con formidable griterío, conduciéndola hacia el
frente de la cuerda elevada y la polícroma alarma. Y la infortunada fiera está
totalmente desconcertada, y huye aturdida, y teme todo al mismo tiempo: la emboscada,
el estrépito, la trompeta, el vocerío, la inquietante cuerda. Pues con el
restallante viento las cintas ondean arriba en el aire, y las plumas oscilantes
silban estridentemente. Por lo cual la osa, mirando a todas partes en derredor,
se aproxima a la red, y cae en la emboscada de linos.
Entonces, los que están situados
en los extremos de la red saltan, y rápidamente tiran por arriba del cordel de
esparto con que se cierra la red, y amontonan las redes paño sobre paño, porque
entonces los osos muestran su rabiosa furia con sus mandíbulas y sus terribles
zarpas, y, a veces, huyen inmediatamente de los cazadores, escapan de las
redes, y hacen la caza inútil.
Y en ese mismo instante, algún
hombre fornido pone un grillete en la garra derecha de la osa, y la despoja de
toda su fuerza, y la ata hábilmente y amarra a la bestia a las estacas de
madera, y la encierra en una jaula de encina y pino, después de que ella ha
practicado toda clase de contorsiones y vueltas.” (Opiano, De la caza,
IV, 360)
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| Museo de la Civilta romana, Roma |
La caza de felinos suponía un reto para los capturadores
pues debían atrapar a los animales vivos y entregarlos al editor de la venatio
o su intermediario en la mejor condición física, teniendo cuidado en no ser
heridos ellos mismos durante la captura.
En el caso de los leones y leopardos, preferidos entre el
público romano, hay que tener en cuenta que son depredadores nocturnos, que
suelen cazar en solitario, excepto las leonas que actúan en grupo. Por su
velocidad, agudo olfato, naturaleza cautelosa y potencial agresividad la
captura de produciría mediante un cebo, un pequeño animal que se ataba en algún
lugar cercano donde merodeaba el felino, y los captores esperaban hasta que
aparecía y le hacían caer en su trampa, reduciendo el riesgo de ser heridos por
un león furioso y permitiendo atraparlo sin dañarlo.
“En primer lugar, van y marcan
un sitio donde vive cerca de las cuevas un rugiente león de abundante melena,
inmenso terror para los bueyes y los mismos pastores. Después observan el
anchuroso sendero con las huellas gastadas de la bestia salvaje, por donde ella
va a menudo al río a beber una dulce bebida.
Allí cavan un redondo hoyo, ancho y grande, y en medio de la fosa
colocan un gran pilar recto y alto. En la parte superior de éste cuelgan un
cordero lechal, arrancado de su madre recién parida. Y por fuera rodean el hoyo
con un vallado construido con piedras amontonadas, para que el león no pueda
ver el engañoso agujero cuando se acerque.
Y el corderillo colgado en lo
alto bala, y su sonido sacude el hambriento corazón del león, que corre en su
busca con exultante ánimo, buscando el rastro del balido y escudriñando aquí y
allá con fieros ojos; y rápidamente se acerca a la trampa, y da vueltas
alrededor, hostigado por la fuerza del hambre; en seguida, obedeciendo el
impulso de su estómago, salta por encima de la valla, y le recibe la ancha boca
de la fosa, y cae sin darse cuenta en el fondo del imprevisto abismo. Da
vueltas en todas direcciones, corriendo siempre hacia atrás y hacia adelante,
como un veloz caballo de carreras en torno al poste de meta, constreñido por
las manos del conductor y por la brida.
Y los cazadores, desde su puesto
de observación a distancia lo ven, y corren presurosos; y con bien cortadas
correas atan y bajan una bien trenzada y ensamblada jaula, en la que ponen una
pieza de carne asada. Y el león, creyendo que va a escapar en seguida del hoyo,
salta alegremente; pero para él ya no hay preparado ningún regreso. Así
acostumbran a cazar en la aluvial y sedienta tierra de los libios.” (Opiano,
De la caza, IV, 80)
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| Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
Así describe Opiano, la caza del león en África, pero
también relata cómo se solía hacer en Mesopotamia con el método de perseguir al
felino hasta conducirlo a un cercado y atraparlo con redes.
“Pero junto a las riberas del
Éufrates de hermosa corriente, los cazadores aprestan caballos de brillantes
ojos, de fuerte corazón, para la guerra de la caza. Puesto que los caballos de
ojos brillantes son más rápidos en la carrera, y osados para luchar valerosamente,
y son los únicos que se atreven a hacer frente al rugido del león, mientras los
otros caballos tiemblan y apartan sus ojos, temiendo la fiera mirada de su
señor, como dije anteriormente cuando canté a los caballos.
Hombres a pie extienden un seto
circular de cuerdas de lino, levantando las redes sobre estacas muy juntas, y a
cada lado avanza tanto el ala como se dobla el cuerno de la luna nueva. Tres
cazadores emboscados se echan cerca de las redes, uno en el medio, los otros
dos en las esquinas, a tal distancia que, cuando el hombre que está en el
centro los llame, los hombres de las alas pueden oírlo. Los otros ocupan su
puesto como es costumbre en la sangrienta guerra, llevando en sus manos en cada
sitio ennegrecidas antorchas resplandecientes. Cada uno de los hombres sostiene
un escudo en su mano izquierda -el estruendo del escudo provoca inmenso terror
entre las mortíferas bestias- y en la derecha llevan una llameante antorcha de
pino; porque extraordinariamente teme el poder del fuego el león de abundante
melena, y no es capaz de mirarlo sin acobardarse. Y cuando los cazadores ven a
los leones de valiente corazón, corren juntos todos los hombres a caballo, y
les siguen los hombres a pie, metiendo ruido, y el estruendo llega al cielo.
Y las bestias no permanecen
allí, sino que se dan la vuelta y huyen, rechinando sus dientes de cólera, pero
evitando la lucha. […] los reyes de las
bestias cierran sus ojos, y, entonces, aterrados por el estrépito de los
hombres y la llama de las antorchas, por propia iniciativa, se aproximan a los
trenzados costados de las redes.” (Opiano, De la caza, IV, 115)
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| Mosaico de la Hippo Regius romana, Argelia |
Para atrapar a los cachorros de felinos se utilizaba entre
otros, un ardid que consistía en capturar todos los cachorros de una camada y
mientras la leona o la tigresa perseguían al hombre montado a caballo, este
soltaba uno de los animalillos y mientras la madre volvía a la guarida con su
cachorro para ponerlo a salvo (solo pueden transportarlos de uno en uno puesto
que lo hacen con la boca), el captor huía con el resto de la camada. Esto
proporcionaba varias ventajas al comerciante: por un lado, tener varias crías
por si alguna moría durante el viaje, minimizando riesgos económicos, y por
otro, que creciesen durante el trayecto de forma que ocupaban poco lugar en las
embarcaciones, se adaptaban al ser humano, comían menos, eran más manejables y
terminaban siendo adultas a su llegada a destino, listas para participar en la
arena.
“Los hircanos y los indios
tienen el tigre, animal de una velocidad temible y especialmente demostrada
cuando se le roban todas sus crías, que siempre son numerosas. Se las captura
al acecho con el caballo más veloz y después se pasa a otro de refresco. Cuando
la fiera recién parida encuentra vacío su cubil — pues los machos no cuidan de
su prole— se precipita tras él, siguiendo sus huellas por el olfato. El raptor,
al acercarse el rugido, suelta a uno de los cachorros, ella lo coge con la boca
e, impulsada aún más rápidamente por el peso, regresa, y de nuevo vuelve a la
persecución, y así una y otra vez, hasta que, cuando el cazador vuelve a la
nave, la fiera se enfurece en vano en la costa”. (Plinio, Historia
Natural, VIII, 25, 66)
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| Detalle de mosaic con escena de catura de una tigrse y sus crias. Worcester Art Museum, Massachusetts |
Otro favorito en las venationes era el avestruz, no tan
peligroso de capturar, pero sí bastante complicado. Por la velocidad que
obtienen al correr, era difícil su persecución a caballo, y parece que
hostigarlas con perros hasta encerrarlas en un cercado era el método más
utilizado. Por su facilidad para vivir fuera de su entorno, en época del
Imperio parece que se criaban avestruces en cautividad para exhibirse en las
venationes.
“Si alguien persigue al
avestruz, no se arriesga a remontar el vuelo, sino que echa a correr
desplegando las alas. Y, si corre el riesgo de ser capturada, con las patas
dispara hacia atrás las piedras que encuentra en su camino.” (Claudio
Eliano, Historia de los animales, IV, 37)
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| Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
La gran demanda de animales para exhibir en las venationes,
que se produjo tras la llegada del Imperio debido a la necesidad de los nuevos
gobernantes de ganar popularidad y promocionar su imagen como monarcas
generosos y deseosos de complacer a su pueblo, implicó que aumentara el número
de individuos dedicados a la captura y traslado de los animales.
“Una causa votiva merece el
apoyo de tu espíritu esclarecido. (El espectáculo) de la pretura espera una
ofrenda nueva con la ayuda de Dios. Los precedentes de otros y mi propio
entusiasmo me empujan a exhibir en ella ante los ciudadanos cocodrilos y numerosos
animales exóticos. Dígnate por ello acoger benévolamente bajo tu cuidado a mi
amigo Ciríaco, para que promueva las empresas. Contarás para el futuro con un
deudor que no olvidará una gracia tan grande.” (Símaco, Cartas, IX, 151)
Lo más habitual sería que el editor de la venatio contratase
a una compañía que funcionaría como intermediaria, ya que pagaría a nativos
conocedores de los animales que se requerían para el espectáculo y que eran
expertos en atraparlos. Una vez capturados los animales se trasladarían en
caravanas organizadas por dichas compañías a las ciudades de destino o puertos
de embarque.
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| Izda. Mosaico del Baptisterio, Mount Nebo, Jordania. Drcha. Mosaico de Urfa, Museo de los Mosaicos HaleplibahÇ, Turquía |
Además, existen testimonios de que el ejército participaría
en partidas de captura de animales por mandato de los oficiales que debían
satisfacer los pedidos de los editores o del propio emperador. Según algunos
autores esta actividad serviría como entrenamiento militar para los soldados
romanos.
“Siempre que el oficial al mando
esté entrenando con su ejército y toma la decisión de dirigir una cacería,
lleva a la infantería entera en una persecución en uniforme de batalla. Los
rastreadores de estas poderosas bestias habrán informada de antemano del
avistamiento de un lugar donde un león está acechando. Por tanto, inician su ataque con sigilo; se
ponen en círculo, un hombre junto al otro, protegiéndose con sus escudos,
unidos unos a los otros, de forma que su solapamiento crea la imagen de
azulejos. Las trompetas suenan y los hombres dejan escapar un grito al unísono.
La asustada bestia salta desde su guarida y al ver tanto el muro de hombres
armados y las antorchas encendidas que portan (porque los soldados las llevan
en vez de lanzas), se queda donde está sin moverse y no salta sobre la cerrada
hilera de escudos. Donde la pendiente del terreno es más favorable, se coloca
una máquina y encima una jaula amplia, abierta y con un cabrito dentro Detrás
del león, hombres totalmente armados gritan, usando palos para golpear pieles
secas que llevan. El león, atemorizado por el ruido, el espectáculo, y el
griterío, carga contra la jaula, con los hombres escondidos detrás de la
máquina para no ser vistos por el león, y los que rodean la jaula se protegen
con altos maderos. De esta forma, el león, creyendo que la jaula es la única
via de escape, es capturado.” (Julius Africanus, Cestes, VII, 14)
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| Grabado de Jan Collaert |
Una inscripción de la ciudad de Montana en Moesia (actual
Bulgaria) indica como varios animales fueron capturados por el ejército para
una venatio en Roma, probablemente la que presentó Antonino Pio en el año 148
d.C. para celebrar el 900 aniversario de la fundación de Roma. La inscripción,
dedicada a la diosa Diana, menciona a Tiberius Claudius Ulpianus, tribuno de la
primera cohorte Cilicia, además de destacamentos de la primera legión Itálica, la
décimo primera legión Claudia, y la flota Flavia Moesia, todas las cuales
fueron asignadas por el gobernador de Moesia, Claudius Saturninus, para
capturar osos y bisontes para una venatio imperial.
“A Diana, Tiberio Claudio
Ulpiano tribuno de la I cohorte de Cilicia con destacamentos de la I legión
Itálica, de la undécima legión Claudia y de la flota Flavia Moesia por una
venatio cesariana encargada por Claudio Saturnino, legado augustal y propretor,
consagró con osos y bisontes felizmente capturados, siendo cónsules Largo y
Mesalino.” (AE 1987, 00867)
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| Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
Según testimonios epigráficos varias unidades militares
serían asignadas por sus superiores para capturar animales salvajes para los
juegos y los vivaria imperiales. Algunos de los soldados se consideraban
venatores immunes, cazadores especializados que estaban exentos de algunas
rutinas militares a cambio de su labor en la captura de animales y la
vigilancia de los vivaria del ejercito o imperiales.
“A la salud del emperador César
Marcus Antonius Gordianus Pius Félix Augustus y Tranquilina Sabina Augusta, los
venatores immunes con vigilancia de los vivaria Pontius Verus, soldado de la
sexta cohorte pretoria, Campanius Verax, soldado de la sexta cohorte pretoria,
Fuscius Crescentio, guardián del vivarium de las cohortes pretoriana y urbana,
lo erigieron por un voto a Diana a su costa.” (CIL VI, 130, año 241)
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| Mosaico de los Horti Liciniani, Centrale Montemartini, Roma. Foto Carole Raddato |
Algunos cazadores podían especializarse en la captura de un animal en exclusiva, como, por ejemplo, el oso. Una inscripción de Colonia recoge la actividad de estos cazadores.
“Tarquitius Restutus Pisauro de
la legión I Minerva informa de la captura de cincuenta osos en un periodo de
seis meses.” (CIL XIII, 8174)
| Inscripción de Tarquitius Restutus Pisauro |
Los vestigiatores eran posiblemente los rastreadores que
localizaban a los animales en sus guaridas y facilitaban la labor de los
captores.
Después de la captura de los animales salvajes había que
facilitar su transporte hasta su destino, las ciudades africanas donde se
celebraban venationes o a los puertos donde serían embarcadas a las ciudades de
destino. Aunque los animales para los juegos debían ser transportados por
tierra en algunas circunstancias, el método preferido era por mar, que solía
ser más rápido y barato.
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| Mosaico de Isola Farnese. Badisches Landesmuseum Karlsruhe, Alemania |
Se intentaba que el viaje por mar fuera lo más corto posible, ya que los animales podían ponerse enfermos y era difícil alimentarlos en mar abierto. El mal tiempo podía causar retrasos y que los animales no llegasen a tiempo para las venationes previstas o que incluso llegasen sin vida.
“Has actuado de forma egregia,
al haber dado el espectáculo de una forma tan condescendiente, tan generosa,
pues a través de estos actos se revela también los grandes espíritus. Me
hubiera gustado que las panteras africanas, que habías comprado en gran cantidad,
hubiesen llegado el día previsto; pero, aunque faltaron al quedar detenidas por
el mal tiempo, tú has merecido sin duda que se reconozca que no dependió de ti
el que no se hayan exhibido. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VI, 34)
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| Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
Para el transporte por tierra las jaulas se cargarían en
carros tirados por bueyes y para el transporte por río o mar se embarcarían en
naves con diseño especial para albergar a dichos animales. Los barcos estarían
especialmente preparados para alojar a animales voluminosos y deberían ir
sujetos, probablemente en jaulas, para no herirse durante el viaje y no causar
accidentes.
El poeta Claudiano describe poéticamente en su panegírico
dedicado a la aceptación de Estilicón de su consulado en el año 400, el
transporte de animales exóticos para la venatio que se celebraría en su honor.
“Todo lo que es temible por sus
colmillos, destacado por sus crines, respetuoso por sus cuernos, o de erizadas
cerdas, es capturado, toda la belleza y terror de las selvas. No las oculta su cautela, ni sus fuerzas hacen
frente con su corpulencia, ni su agilidad las sustrae en rápida carrera. Unas
gimen enredadas en las trampas, otras van encerradas en prisiones de encina. No
hay suficientes carpinteros para alisar las maderas; se construyen frondosas
jaulas con hayas y fresnos sin pulir. Una parte iba por mares, por ríos, en
embarcaciones repletas; lívida se paraliza la mano de los remeros y temía el
marinero la mercancía que llevaba. Otra parte es transportada por tierra sobre
ruedas y en larga caravana obstruyen los caminos las carretas llenas de los despojos
de las montañas; las cautivas fieras son arrastradas por agitados bueyes, con
los que antes saciaban su hambre, y cuantas veces las han contemplado vueltos
hacia atrás, asustados se retiran de la lanza del carro.” (Claudiano,
Consulado de Estilicón III, 315-330)
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| Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia |
El comercio de animales entre Italia y África parece haber
sido organizado predominantemente por compañías navieras en los puertos norteafricanos
a donde llegaban las caravanas que los traían tras su captura y los
representantes de dichas navieras en el puerto de Ostia, desde donde se
organizaba su traslado a Roma y otras ciudades en las que se celebraban las
venationes.
El transporte por tierra de los animales podía conllevar
algunos problemas burocráticos ya que las exigencias de los encargados del
traslado podían chocar con la disposición de quienes debían proveer los
servicios para el alojamiento y manutención de las personas y los animales que
formaban parte de la caravana. Un edicto de Teodosio y Honorio del año 417
restringe la estancia de las caravanas en una misma ciudad a siete días. El
gasto de alimentación de tantos animales debía suponer un gasto enorme para
ciertas ciudades, sobre todo, las menos ricas, especialmente si las caravanas
pasaban por ellas más de una vez al año.
“Por la queja del personal del
gobernador de Eufrates, sabemos que aquellos a quienes la oficina ducal ha
asignado para la tarea de transportar animales permanecen, en vez de siete u
ocho días, tres o cuatro meses en la ciudad de Hieropolis, en contra de la
norma general de delegaciones, y además de los gastos por tanto tiempo exigen
jaulas, lo que ninguna costumbre permite que se proporcione. Por tanto,
decretamos que, si algún animal es enviado por el duque de la frontera a la
corte imperial, no permanecerán más de siete días dentro de ningún municipio.
Los duques y sus asistentes sabrán que, si actúan de forma contraria, pagarán
una multa de cinco libras cada uno al fisco. (Código Teodosiano, 15.11.2)
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| Museo Británico, Londres. Foto Mary Harrsch |
El hecho de tener que depender de intermediarios o agentes
encargados por los editores de las venationes de negociar la compra o captura
de los animales y su traslado hasta la sede de los juegos hacía desconfiar a
los editores de sus intenciones y la sospecha de engaño o fraude estaba
presente durante el proceso de organización de la venatio. Por ello recurrían
una vez más a sus contactos para que supervisasen distintas etapas de ese
proceso, como entregar los animales que realmente se habían solicitado o procurar
que no hubiese retrasos en su entrega.
“Sé que conduce a testimoniar
amistad que yo acepte dar parte a tu lealtad de nuestra necesidad. Te ruego por
ello que acojas como un encargo cómodo lo que deberías atender en favor del
afecto mutuo aun cuando no se te rogara. Nos transportan desde Dalmacia
muchísimos osos para la celebración de nuestros juegos y deseamos que aparezcan
rápidamente para el provecho del espectáculo próximo. Dígnate por ello tomar su
paso a cargo de tu celo y dedicación, y ejerce al mismo tiempo tu vigilancia,
para que por un codicioso fraude no me los cambien. Y sobre todo deben cortarse
los retrasos, porque la cercanía del día de la función no da lugar a treguas en
disponer los preparativos.” (Símaco, Cartas, VII, 121)
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| Museo Arqueológico de Sfax, Túnez |
Uno de los mayores temores que tenían los editores en cuanto
a los animales que deseaban exhibir en la venatio, aparte de que llegaran a
tiempo, era que los animales estuvieran enfermos o que enfermaran durante su
cautividad antes de su salida a la arena, con el perjuicio económico que les
suponía tras la gran inversión realizada y el desprestigio social que implicaba
el no poder cumplir con el espectáculo ofertado al no poder presentar los
animales anunciados.
“Pero sobre los demás recursos
del fantástico espectáculo destacaban unos osos enormes que él compraba en
cantidad, agotando con ellos todas las posibilidades de su hacienda. Pues a los
que él mismo había capturado en sus cacerías particulares, a los que había
adquirido en costosas compras, se añadían los que, a porfía, le regalaban de
todas partes sus amigos. El sostenimiento de esos animales era costoso y él les
daba una alimentación esmerada.
Pero tanto lujo y esplendor en
los preparativos de un festejo público no podía escapar a la maligna mirada de
la Envidia. Pues la prolongada cautividad restó vigor a los osos; además
adelgazaron con el calor estival; y a esto añádase el decaimiento producido por
la inmovilidad e inacción. De pronto cogieron una peste y no sobrevivió casi
ninguno.” (Apuleyo, Las Metamorfosis, IV, 13-14)
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| Mosaico, Casa del oso herido, Pompeya, Italia |
Los animales tanto autóctonos como exóticos necesitaban un
espacio que fuese lo suficientemente grande como para pasar el tiempo desde que
llegaban hasta la ciudad sede de la venatio hasta el momento que se trasladaban
al edificio donde se celebraba el espectáculo. Estos lugares se llamaron entre
los romanos vivaria. Los vivaria originales eran parques de animales, al estilo
de los que tenían los reyes mesopotámicos, donde se albergaban animales de todo
tipo para esparcimiento de sus propietarios o como coto privado de caza para ellos.
“Edificó una casa que llegaba
desde el Palatino hasta el Esquilino y a la que llamó primero Transitoria y
luego, después de ser consumida por un incendio y restaurada, Dorada. […]
albergaba […] un estanque tan grande
como un mar, rodeado de edificios que parecían ciudades, y, además, grandes
extensiones de terreno, que incluían campos, viñedos, pastos y bosques, con una
multitud de animales domésticos y salvajes de todo tipo.” (Suetonio,
Nerón, 31, 1)
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| Mosaico del Baptisterio, Mount Nebo, Jordania |
Ciudadanos particulares muy ricos podían permitirse la
posesión de un vivarium, pero cuando la necesidad de un gran número de animales
para las venationes de época imperial creció, los vivaria eran propiedad casi
exclusivamente del emperador, aunque algunos eran administrados por el ejército
que se hacía cargo de los animales en diversos territorios.
“Se dice que esta calamidad la
predijo Arsacius, que era un soldado persa empleado en el cuidado de los leones
del emperador; pero durante el reinado de Licinio se convirtió en un notable
confesor, y dejó el ejército.” (Sozomenos, Historia Eclesiástica, IV,
16)
Los vivaria que recogían a los animales que posteriormente
serían utilizados en los espectáculos, se hallarían adecuadamente situados cerca
de los edificios de espectáculos, pero lo suficientemente alejados de los
habitantes para evitar la insalubridad del lugar, así como posibles escapes de
animales que eran potencialmente peligrosos como osos, leones, panteras,
tigres… Se encontraba extramuros de la ciudad de Roma, alejados de los lugares
neurálgicos de la ciudad romana, sobre todo del edificio del Senado, el foro,
el palacio o la Curia.
“Así pues, los antiguos romanos
habían construido alrededor de ella y por fuera otra pared de poca longitud, no
por razones de falta de seguridad —pues no tenía, en efecto, ni el refuerzo de unas torres, ni tampoco
habían sido construidas allí almenas ni ninguna fortificación que permitiera
rechazar el ataque de posibles enemigos contra las murallas—-, sino a causa de
un lujo indecente: para tener encerrados y mantener allí a leones y otras
fieras salvajes. Por esta razón precisamente este sitio recibía el nombre de
Vivario, pues de este modo llaman los romanos al lugar donde se suele cuidar a
los animales que no han sido domesticados.” (Procopio, Guerras Góticas,
V, 23, 16)
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| Mosaico de Ostia Antica, residencia presidencial de Castel Porziano, Italia |
Los vivaria no solo permitían a los emperadores alojar a los
animales que estaban destinados a morir en la arena, sino que también les
permitía retener a los animales que deseaban que viviesen. Allí los animales
eran entrenados y preparados para su actuación en los juegos. Algunos se
convertían en dóciles animales perdiendo su agresivas, por lo menos con sus
entrenadores, aunque el peligro, por su naturaleza salvaje siempre existía.
“Habituado a lamer la mano de su
despreocupado domador, un tigre, gloria suprema de los montes de Hircania, ha
despedazado cruelmente con sus rabiosos colmillos a un feroz león. Cosa
inaudita y sin parangón en todos los siglos pasados. Nunca intentó nada igual
mientras vivía en el interior de las selvas: ha acrecentado su ferocidad desde
que está con nosotros.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XVIII)
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| Detalle del mosaico de Orfeo, Museo de Zaragoza, España |
Algunos de estos animales lograron sobrevivir e, incluso,
algunos obtuvieron cierta celebridad. Un emperador podía ganar popularidad
incorporando tales animales aclamados en sus espectáculos.
Los emperadores también podían donar animales de sus vivaria
entrando en una red de favores recíprocos que servía como fuente de animales
para los editores menos pudientes. En el siguiente texto Símaco agradece a
Estilicón que el emperador Honorio le haya donado unos leopardos.
“Prosigues tu consulado con
generosidad hacia mí, y como un padre del pueblo estimulas la generosidad
imperial igualmente hacia los futuros magistrados. ¿Con qué lenguaje debo yo
celebrar entonces a una persona que justamente visible en la cima de los honores
organiza incluso las solemnidades de las preturas? Sin duda piensas que también
las obligaciones de los particulares deben concordar con los demás bienes de la
época. Y así infundes siempre entusiasmo por hacer el bien en nuestro señor el
augusto Honorio, de estirpe divina, y enseñas al príncipe invicto a estimular
con dones la modesta condición de los senadores. Entre todos, el único que
puede darle las gracias en mi nombre eres tú, que has sido el inspirador de un
beneficio tan grande. Yo atestiguaré en la exhibición de los juegos de mi hijo
a quién se deben un aplauso más justo y alegres voces de aprobación cuando la
carrera de los leopardos llene el anfiteatro romano.” (Símaco, Cartas,
IV, 12)
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| Mosaico de Ostia Antica, residencia presidencial de Castel Porziano, Italia |
A finales del imperio se impuso el monopolio imperial sobre
ciertos animales, especialmente los leones, que pasaron a ser de su sola
propiedad y existían leyes para impedir su caza sin autorización. Los
emperadores controlaban así que animales podían exhibir sus súbditos en sus
propios espectáculos.
“Añade si te place lo que te
tengo solicitado, que la autoridad sacra me autorice la compra de otros
animales líbicos. Una vez logrado esto, consideraré un don la obtención de
todo.” (Símaco, Cartas,
VII, 122)
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| Colección particular |
Las expediciones para realizar la caza eran costosas, ya
que, además, la captura indiscriminada provocó que cada vez fuera más difícil
encontrar los animales adecuados para estos certámenes y que las caravanas
tuvieran que alejarse cada vez más para dar con su presa. A esto hay que sumar
la destrucción de su hábitat natural a fin de ganar nuevas tierras para la
agricultura. Así durante la segunda mitad del siglo IV, ya era imposible
localizar hipopótamos en Egipto.
“Y desde entonces, durante
muchas generaciones, se han traído con frecuencia hipopótamos a Roma, aunque
ahora es imposible encontrarlos, ya que, según piensan los habitantes de esas
regiones, los hipopótamos tuvieron que emigrar a Blemia debido al elevado
número de cazadores que los perseguían.” (Amiano Marcelino, Historias,
22.15.24)
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| Escena nilótica con caza de hipopótamos, Museo Arqueológico Nacional Palazzo Massimo, Roma |
Bibliografía
La editio quaestoria en el Bajo Imperio: el ejemplo de Quinto Memio Símaco, Enric Beltrán Rizo y Juan Antonio Jiménez Sánchez
Animalia in Spectaculis: Animales, fieras y bestias en espectáculos romanos, María Engracia Muñoz Santos
Venationes y poder en la Roma imperial: poesía panegírica y crítica, Vicente Flores Militello
La crisis de las venationes clásicas. ¿Desaparición o evolución de un espectácuro tradicional romano?, Juan Antonio Jiménez Sánchez
The Capture of Animals by the Roman Military, Christopher Epplett
Animal Spectacula of the Roman Empire, William Christopher Epplett
The Emperor and his Animals: The Acquisition of Exotic Beasts for Imperial Venationes, Nicholas Lindberg
The Venatores, Duncan B. Campbell
Exotics for Entertainment: A Reconstruction of the Roman Exotic Beast Trade (First to Third Centuries AD), Jordon Alex Houston
Venationes Africanae: Hunting spectacles in Roman North Africa: cultural significance and social function, A. Sparreboom


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