lunes, 30 de enero de 2023

Servus fugitivus, los esclavos fugitivos en la antigua Roma

Relieve romano, Ashmolean Museum, Oxford, Inglaterra. Foto Jun

"Bien sabes, hermano arcadio, que tu hermana Venus nunca hizo nada sin la asistencia de Mercurio; tampoco ignoras cuánto tiempo llevo buscando en vano a esa esclava desaparecida. Ya no me queda más solución que divulgar por tu ministerio de heraldo la promesa de una recompensa para quien la descubra. Apresúrate, pues, a cumplir mi encargo; indícame qué señales permitirán identificarla con seguridad para que, si alguien se hiciese responsable de encubrimiento ilegal, no pueda alegar ignorancia en la defensa'. Al mismo tiempo ella le entrega una ficha con el nombre de Psique y otros detalles.

Mercurio no faltó a la obediencia. Corre de pueblo en pueblo por el mundo y cumple la misión encomendada con el siguiente pregón: 'Si alguien puede detener a la hija del rey, la esclava desaparecida de Venus, llamada Psique, o indicar dónde se oculta, que ese tal se presente ante el heraldo Mercurio, tras las columnas murcianas ", para recibir, como premio de su denuncia, siete dulces besos de Venus en persona y uno más, que será pura miel, con la puntita de la lengua." (Apuleyo, El asno de oro, VI, 8)

La huida, como forma de resistencia a la esclavitud, fue una práctica frecuentemente utilizada por los esclavos a lo largo de la historia. Escapar de una vida de penuria y malos tratos motivaba a los esclavos a intentar huir de sus dueños con la esperanza de hallar una vida mejor.

"Quéreas, por su parte, trabajaba en Caria encadenado. Y a fuerza de trabajar la tierra se agotó pronto su cuerpo, pues muchas eran las cosas que pesaban sobre él: la pena, la falta de cuidados, las cadenas, y más aún que estas cosas, el amor, y, queriendo morir, no se lo permitía una leve esperanza de que quizá podría ver algún día a Calirroe." (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, IV, 2, 1)

Se consideraba servus fugitivus (esclavo fugitivo) a todo aquel que se encontrara fuera de la casa del dueño con la intención de no regresar.

Emperador romano a caballo y su esclavo,
Théodore Chassériau, Museo Rouen

Los propietarios de esclavos romanos se referían a esclavos buenos y malos y achacaban su deseo de fuga a su maldad porque no se cuestionaban si sus conceptos morales eran apropiados y no se imaginaban que los esclavos, a la hora de enfrentarse a la adversidad, no compartiesen sus propios valores. No se esforzaron por comprender que si un esclavo huía era para salvarse del abuso físico o de cualquier otra penosa condición.

"Hasta que lleguen allá deben sufrir más los padres porque mandan y gobiernan, que los siervos porque sirven. Así, cuando alguno en casa, por la desobediencia va contra la paz doméstica, deben corregirle y castigarle de palabra, o con el azote o con otro castigo justo y lícito, cuando lo exige la sociedad y comunicación humana por la utilidad del castigado, para que vuelva a la paz de donde se había apartado." (Agustín, La ciudad de Dios, XIX, 16)


En algunos casos los amos llegaron a reconocer que si sus esclavos se comportaban mal era debido al modo en que eran tratados y no por sus inherentes defectos de carácter. Las amenazas de su señor podían tanto forzar al esclavo a fugarse como al mayordomo a malversar porque necesitaba comida.

“A nosotros mismos ¿no se nos escapa algunas veces el castigar a un esclavo que ha faltado?, pues huyen ante el temor de nuestras palabras de amenaza.” (Plutarco, Moralia, 459A)

Ilustración de Erica Guilane-Nachez

Para un esclavo fugarse era una empresa que requería valentía e ingenio, una experiencia llena de riesgos y que podía crear gran tensión emocional, además de ser una reacción ante la esclavitud que exigía una gran fuerza de voluntad.

"Había allí un esclavo campano que había desertado de los romanos, un hombre vigoroso y tremendamente audaz en la guerra; se llamaba Espendio. Temía que su dueño le recuperara, que le maltratara y que le hiciera ejecutar según las leyes romanas; ello hacía que se atreviera a decir y a hacer cualquier cosa, con el afán de romper los tratos con los cartagineses." (Polibio, Historias, I, 69, 4)

Cuando un esclavo se decidía a emprender su huida debía contar que su fracaso podía ir seguido de un castigo, como ser azotado o encadenado. Fedro escribió una fábula que revela de forma dramática el efecto disuasorio que la perspectiva de ser castigado tenía sobre un esclavo y que refleja la duda ante la que se enfrentaba un esclavo, permanecer en la esclavitud o intentar conseguir su libertad.

“Un esclavo que huía de un amo de mal talante se encontró a Esopo, a quien conocía como su vecino: `¿Por qué tienes tanta prisa?´ preguntó Esopo. `Te lo diré, padre,´ contestó el otro, porque eres digno de ser así llamado, ya que nuestras penas te son confiadas. Los golpes abundan, la comida escasea; de vez en cuando me envían a la hacienda como esclavo rústico; si él cena en casa debo permanecer a su lado toda la noche, y si cena fuera, permanezco hasta el alba en la calle. Me he ganado justamente mi libertad; pero con el pelo gris soy todavía un esclavo. Si fuera consciente de haber cometido alguna falta, lo soportaría pacientemente; nunca he tenido el estómago lleno, y, desgraciado como soy, tengo que aguantar un amo severo, además. Por estas razones, y por otras que llevaría tiempo contar, he decidido ir donde mis pies me lleven.´ `Escucha entonces,´ dijo Esopo, `cuando no has cometido ninguna falta, sufres estos inconvenientes como dices, ¿qué pasaría si hubieras hecho alguna ofensa? ¿Qué supones habrías tenido que sufrir?” (Fedro, Fábulas, Apéndice XX)

Tal consejo hizo que el esclavo se retractase de su deseo de huir.


Una vez que el esclavo había resuelto escaparse, debía trazar un plan, elegir el momento adecuado, tomar ciertas decisiones como si le compensaba el abandono de su familia y debía idear alguna trama para ocultar su marcha.

Ilustración de Norman Lindsay

Los esclavos fugitivos, por tanto, deberían moverse rápidamente y de forma clandestina, quizás viajando de noche, evitando a las autoridades, usando tal vez un disfraz y pretendiendo ser libre, refugiándose para dormir en lugares apartados de las localidades más pobladas. Se llevarían su propio peculium (el dinero ahorrado) o robarían en la casa para poder proveerse de comida.

¿No te da vergüenza ser más cobarde e innoble que los esclavos fugitivos? ¿Cómo abandonan aquéllos a sus amos al huir? ¿En qué campos confían, en qué sirvientes? ¿Verdad que tras sustraer un poco, justo para los primeros días, luego ya andan de un lado a otro por tierra y por mar apañándose un recurso después de otro para alimentarse? (Epícteto, Disertaciones, III, 26, 1)

Si confiaban en algún protector, existía el peligro de traición por las recompensas ofrecidas. Además de enfrentarse a las exigencias del clima, el terreno y la mera supervivencia, cada momento de la huida debía estar lleno de tensión e inseguridad. Es por ello que debido a las penalidades que podían sufrir durante la huida, algunos volverían junto a sus amos con la esperanza de ser perdonados.

"Aun los amos crueles e implacables reprimen su dureza cuando los esclavos evadidos han vuelto a casa arrepentidos." (Petronio, Satiricón, 107, 4)

Ilustración Otto Adolph Stemler. Foto Classic Bible Art Collection

 Los autores e historiadores romanos quitaban importancia al deseo de libertad de los esclavos y lo consideraban como una irresponsabilidad. Pero vistas las penalidades que los esclavos sufrían para intentar huir parece que el alivio de alejarse del amo llegaría a compensarlas. 

“Él también muy apropiadamente dice que la huida es una especie de libertad, en otras palabras, que, por un tiempo él está libre del poder de su amo.” (Digesto, XXI.1.17.10)

La fuga de esclavos causaba un gran perjuicio social y económico a sus amos, los cuales podían tomar diferentes medidas para restringir las posibilidades de huida. Desde muy antiguo se recurría a mantener a los esclavos encadenados durante sus momentos de descanso.

Hegión. — (Al esclavo.) A ver, tú, atiéndeme: a estos dos prisioneros que compré ayer del botín a los cuestores, les pones unas cadenas individuales y les quitas esas otras más pesadas con las que están atados juntos; déjalos que anden por aquí fuera o dentro de la casa, como ellos quieran, pero que se les guarde con toda diligencia: un cautivo en libertad es como un pájaro salvaje: si se le ofrece una vez la ocasión de escaparse, ya basta, nunca jamás le podrás echar después mano. (Plauto, Los Cautivos, I, 2)

Cautivos atados. Museo Británico, Londres

Otra manera de disuadir a los esclavos de la huida era la colocación de un collar con una etiqueta colgada en la que podía leerse el nombre del propietario para la restitución del esclavo y algún que otro mensaje como el ofrecimiento de una recompensa.

"Me he escapado, aprésame. Cuando me devuelvas a mi amo Zoninus, recibirás una moneda de oro." (CIL XV, 7194)

Collar de Zoninus, Museo Nacional Romano,
Termas de Diocleciano, Foto Carole Raddato


En caso de que el esclavo no pudiese ir más allá de una zona designada se podía indicar en la chapa del collar, para que el que encontrase al esclavo que lo llevaba supiese que debía ser devuelto a su amo.

"Soy Asellus, esclavo de Praejectus, oficial del prefecto de la annona. He ido más allá de la muralla; captúrame, porque me he escapado, y devuélveme a Flora, donde los peluqueros." (CIL XV 7172)

Si el nombre del propietario no aparecía, se indicaba el lugar de donde provenía el esclavo para ser restituido a las autoridades.

"Me llamo Adúltera, y soy prostituta. Aprésame porque me he escapado de Bulla Regia." (AE 1906, 148)

Collar de Adúltera, Museo del Bardo, Túnez, Foto Jona Lendering

Estos collares empezaron a proliferar a finales del Imperio, cuando se comenzó a eliminar la marcación en la piel de los esclavos con fuego o tatuajes, que suponía un desfiguramiento físico, por la influencia de las ideas religiosas que no aprobaban el maltrato de los esclavos.

"Tan perezoso para escribir como lento, Pérgamo, para correr, intentaste la huida y te cogieron en el primer estadio. Y así, te viste con tu rostro marcado, Pérgamo, por unas letras, y aguanta tu frente las que despreció tu diestra." (Ausonio, epigrama 36)

La aprobación de algunas leyes en época cristiana permitió que no se desfigurase el rostro, pero se marcase otras partes del cuerpo.

"Si cualquier persona fuera condenada a la arena o las minas, según la naturaleza del crimen que haya cometido, no será marcada en la cara, ya que la pena por la condena puede realizarse en las manos y en corvas de las piernas, para que la cara, que se ha hecho a semejanza de la belleza celestial, no sea desfigurada." (Código Teodosiano, IX, 40, 2)

En Grecia existía el derecho de asilo por el que los esclavos griegos podían acogerse a la protección de determinados templos frente a las vejaciones cometidas por los dueños. La asimilación por Roma del derecho de asilo se hizo patente durante los últimos años de la República y comienzo del Imperio. Algunos juristas de la época de Augusto se preguntaban sobre sí debían ser considerados fugitivos los que se acogiesen al derecho de asilo y los que se presentasen donde suelen hacerlo quienes piden salir a la venta.


"Preguntan Labeo y Caelius, si el esclavo que escapa hasta un lugar de asilo, o se entrega a alguien donde se venden los esclavos o se exponen para la venta, es un fugitivo. Pienso que el que actúa de tal manera no es un fugitivo, porque es lícito hacerlo tan públicamente. No pienso tampoco que sea un fugitivo el que se acoge a la estatua del emperador, porque no lo hace con intención de escapar, y tampoco lo es el que se refugia en un lugar designado como asilo, porque no hace con intención de fugarse. Pero, si en un principio se escapó y posteriormente se acogió al asilo, es por descontado un fugitivo." (Digesto, XXI, 1, 17, 12)

Detalle de mosaico, Iglesia de San Esteban, Umm er-Rasas, Jordania


El auxilium que el rescripto anterior establece para los esclavos acogidos al asilo junto a la estatua del emperador, no implicaba que dejaran de ser esclavos, sino tan sólo que podían cambiar de dueño. Por tanto, el derecho de asilo de los esclavos en los templos no conllevaba ninguna amenaza para el sistema, sino que lo consolidaba, porque el esclavo perdía el peculio acumulado, se liberaba del maltrato de su antiguo dueño, del hambre..., podría subsistir, pero seguía siendo esclavo.

Séneca en De Clementia del año 56 d.C. considera lícita la práctica de acogerse al asilo junto a la estatua del emperador.

"A los esclavos se les permite buscar refugio junto a una estatua: aun estando todo permitido contra los esclavos, hay algo que el derecho natural impide autorizar sobre los seres humanos." (I, 18, 2)

La extensión del derecho de asilo a las estatuas de los emperadores se incluye en el valor protector procedente del culto imperial surgido en la época del Principado.

“Señor, Apuleyo, un soldado que pertenece a la guarnición de Nicomedia, me ha escrito que un individuo de nombre Calidromo, al ser detenido por los panaderos Máximo y Dionisio, con los cuales había contratado sus servicios, se refugió al pie de tu estatua y que, una vez conducido ante el magistrado, declaró que durante algún tiempo fue esclavo de Laberio Maximo, y que, luego de haber sido hecho prisionero por Susago en Mesia y enviado por Decébalo como presente a Pacoro, rey de los partos , había estado al servicio de este durante varios años, y que después había huido y así había llegado a Nicomedia. He pensado que debía ser enviado ante ti, ya que, una vez que fue conducido ante mí, refirió los mismos hechos; he tardado un poco más en hacerlo, mientras estaba buscando una gema que decía le había sido robada y que tenía una imagen de Pacoro con los atributos reales con los que solía ser investido. En efecto, quería enviártela al mismo tiempo, si hubiese podido encontrarla, como te he enviado la pepita que decía había sacado de las minas de Partia. Ha sido sellada con mi anillo, cuyo emblema es una cuadriga.” (Plinio, Epístolas, X, 74)

Estatua de Trajano, Laodicea, Turquía

Antonino Pío justifica que se actúe contra la propiedad privada al permitir el traspaso de los esclavos a otro dueño, en interés de los mismos propietarios, ya que la crueldad y los abusos sexuales suponían una amenaza para ellos mismos, porque podían empujar al esclavo a una respuesta desesperada contra los amos.

"Conviene mantener intacto el poder de los dueños sobre sus esclavos y no disminuir a nadie en su derecho, sin embargo, interesa a los propios dueños que, contra la crueldad, el hambre o la injusticia intolerable, no se les deniegue el auxilio a quienes lo imploran correctamente. Por tanto, atiende las quejas de los esclavos de Julio Sabino que se refugiaron junto a una estatua `del emperador´ y si averiguas que fueron tratados con dureza excesiva, atendiendo a la equidad, o bien con infame injusticia, ordena entonces su venta de modo que jamás retornen a su actual dueño. Y en cuanto a este, que sepa que, si intenta burlar esta decisión mía, tomaré medidas más severas." (Digesto I. 6. 2)

Los señores se preocupaban por recuperar los esclavos huidos pues su pérdida suponía un perjuicio económico y social. El procedimiento a seguir para la recuperación del prófugo consistía en movilizar tanto a los poderes públicos como privados.

"Lícino, el esclavo, al que conoces, de Esopo, nuestro amigo, se ha escapado. Estuvo en Atenas y de hecho estaba en Atenas cuando Lícino llegó allí, al enterarse después de que era un fugitivo por una carta de Esopo, lo prendió y lo puso bajo custodia en Éfeso, lo que no he podido deducir con claridad de su carta es si es una prisión pública o en un molino. Tú, sea del modo que sea, pues está en Éfeso, quisiera que hagas averiguaciones sobre ese individuo y con la mayor prontitud lo mandes a Roma o te lo traigas contigo. No te fijes en la calidad de la persona. Pues poco vale quien ya no sirve para nada. Pero Esopo está afectado por un dolor tan grande a causa del delito y la osadía del esclavo que con nada podrías lograr más su gratitud que si recuperaba su esclavo por tu mediación." (Cicerón, Cartas a Quinto, I, 2)

Cárcel Mamertina, Ilustración de Jean-Claude Golvin

En principio, tanto la persecución como el castigo del esclavo fugitivo era responsabilidad de su dueño; pero, a partir de finales de la república romana el Estado empezó a intervenir de forma progresiva con la emisión de varias disposiciones legales

El estado proporcionaba ayuda a los propietarios de esclavos de diversas maneras. En primer lugar, se requería a los vendedores para que expusieran el historial de fugas de los esclavos y que diesen ciertas garantías contra los intentos de huida. En segundo lugar, el estado podía castigar a los esclavos fugados con distintas penas. En tiempo de Constantino se proclamó una ley por al que cualquier esclavo capturado mientras huía a territorio de los bárbaros sería enviado a las minas o se le amputaría un pie.

"El emperador Constantino Augusto y el césar Licinius a Probus.
Si los esclavos fugitivos son capturados mientras huyen hacia territorio de los bárbaros, serán castigados con la amputación de un pie o condenados a las minas o a cualquier castigo a voluntad."
 (Código Justiniano, VI, 1, 3)

Pintura de Onofrio Tomaselli

En tercer lugar, el estado ayudaba a los propietarios castigando a los que ayudaban a los fugados. Como se pensaba que el esclavo fugitivo intentaría encontrar un nuevo dueño, en vez de lograr su libertad, se imponían fuertes sanciones a los que daban cobijo a los esclavos fugados.

"Demetrius, estratego del nomo de Gynaecopolite, a su estimado Agathodaemon, estratego del nomo de Oxirrinco, saludos…los escribas del nomo y los de la metrópolis han informado que Achilleus, quien, como ya dijiste, fue acusado de dar cobijo a un esclavo, ha desaparecido. Rezo por tu salud… El año 12 del emperador César Trajano Adriano Augusto." (Papiro Oxirrinco, 12.1422)

El estado se encargaba de desanimar la huida del esclavo, que temía el castigo tras un grave error o delito cometido, ofreciendo la posibilidad de participar en las luchas con fieras en la arena, siendo devuelto a su amo antes o después de la lucha.

"Si un esclavo fugitivo se acoge a la arena, no puede escapar al poder de su amo exponiéndose a este peligro, que tiene riesgo de muerte, porque del divino Pio estipuló en un rescripto que dicho esclavo debe, como sea, ser devuelto a su dueño, bien antes o después de la lucha con las fieras, ya que a veces puede haber defraudado dinero, o cometido algún otro delito grave, por lo que preferiría acogerse a la arena antes que someterse a un proceso judicial o sufrir el castigo por su fuga, por lo tanto debe ser entregado."  Digesto XI, 4, 5)

Detalle de mosaico, venator contra leopardo, Römerhalle, Bad Kreuznach, Alemania,
Foto Carole Raddato

Las grandes propiedades privadas podían suponer un impedimento a la hora de apresar a un esclavo fugado, ya que los propietarios de los terrenos podían oponerse a la entrada de los encargados de buscarlo. Para que las élites locales estuviesen dispuestas a colaborar, la ley consideraba a los encubridores de los fugitivos de la misma manera que a los bandidos y amenazaba con una sanción a los que no la cumplieran. En concreto, en el Digesto hay constancia de dos rescriptos de Antonino Pío relativos a esclavos fugitivos; en el primero se regulaba la intervención del Estado en su persecución a través de los gobernadores provinciales y se estipulaba que el dueño que quisiera entrar en propiedades ajenas para buscar a esclavos fugados, podía acudir al gobernador provincial, quien proporcionaría órdenes de búsqueda e, incluso, algún funcionario. Además cabía la posibilidad de que el gobernador provincial impusiese castigos a los propietarios que se opusiesen.

Por lo tanto, se emitieron decretos para que soldados u otros individuos que tuvieran una orden de registro oficial pudieran entrar en dichos territorios para buscar a los fugitivos. Los órdenes de registro se obtenían al escribir una carta formal al magistrado solicitando ayuda para recuperar al esclavo huido. Los magistrados estaban obligados a acceder a las peticiones también bajo amenaza de pagar una multa.

"Este decreto concedía a soldados o civiles a entrar en las propiedades de senadores o particulares con el propósito de buscar a esclavos fugitivos, y, además, la ley Fabia y el decreto del Senado que se emitió siendo cónsul Modestus, hacían referencia a este asunto. Se establecía que en caso de querer buscar a esclavos fugitivos , se debería dirigir una carta a los magistrados, a quienes se impondría una multa de cien sólidos, si tras recibir la carta, se negaban a negaban a ayudar a las partidas de búsqueda; y la misma multa se impondría a quien no permitiese entrar en sus posesiones para dicha búsqueda. Un rescripto general del divino Marco y de Cómodo estipula que todos los gobernadores, magistrados tropas y guarniciones militares están obligadas a asistir a las personas que estén buscando esclavos fugitivos y entregarlos si los encuentran; y que cualquier individuo en cuyas tierras se escondan los esclavos serán castigados si están implicados en el delito." (Digesto, XI, 4, 1, 2)

También existía la posibilidad de devolver el esclavo fugado a su dueño o a las autoridades dentro de un plazo, para así poder evitar la sanción.


"Si alguien restituyera los esclavos fugados a sus propietarios en veinte días o los presentaran ante los magistrados, se le perdonaría lo que hubieran hecho anteriormente; posteriormente se estableció en el mismo decreto que se otorgaba inmunidad a quien devolviese los esclavos fugitivos a sus dueños, o los trajese ante los magistrados dentro del periodo prescrito, cuando los encontrasen en sus posesiones." (Digesto, XI, 4, 1, 1)

Mosaico de Tipasa, Argelia, foto de Roberto Piperno

Parece que la apropiación de un esclavo por parte de un aristócrata para incorporarlo a su mano de obra fue habitual y derivó en pleitos sobre la propiedad del esclavo, que debían ser juzgados por los gobernadores.

"Sebón es el más noble de los cretenses, el más distinguido de los helenos, el varón más querido por nosotros. Unos esclavos domésticos se le han escapado descaradamente y creen que refugio suficiente para ellos es un comerciante sirio llamado Onésimo, un ser malvado. Pues Evodo, conocedor del delito, se alegró de toparse con los criados, dio la voz de alarma y, capturándolos, los llevó a rastras a Hecebolio, el hijo de Ascolio, en la creencia de que así nos serían enviados los fugitivos sin problemas. Sin embargo, parece que Evodo no razonó correctamente, pues el tiempo transcurrido desde entonces es muy largo y el botín no aparece por ninguna parte. Así es que tenemos muchas sospechas sobre lo ocurrido. Pero si se ha cometido una segunda maldad, tú harás que no sirva de nada al no permitir que quienes lo deseen puedan apropiarse de los esclavos en lugar de su dueño. Pues no nos descuidarás y desearás devolverles su vigor a las leyes." (Libanio, Epístolas, III, 306)

Otra forma de combatir la fuga de los esclavos era el despliegue de soldados o fuerzas de seguridad a las rutas de escape y a los puertos donde debían mantenerse alerta y vigilar los movimientos de la gente para captar a los fugitivos. Se perdonaba las ausencias de los soldados mientras estaban persiguiendo a esclavos fugados.

"Se examinan las causas del vagabundeo y por qué se ausentaban los soldados, y donde estaban, y lo que hacían; y se concede el perdón en caso de ausencia causada por enfermedad, asuntos familiares, y si el acusado estaba persiguiendo a un esclavo fugado; y también se excusa a un nuevo recluta que todavía no se ha familiarizado con la disciplina." (Digesto, IL.16.4.15)



Un propietario de esclavos rico y poderoso tenía mayores probabilidades de que el estado se movilizase para ayudarle a buscar a un esclavo fugado que un propietario sin recursos suficientes, por lo que los que se apropiaban de un fugitivo, cuyo propietario no disponía de los medios para su recuperación, se despreocupaban al pensar que no se implicaría demasiado en su búsqueda.

"Los hombres que reciben a los fugitivos, les preguntan de dónde han huido. Y, cuando ven que es un siervo de un señor poco potente, le reciben sin temor alguno, diciendo en su corazón:
"Este no tiene un señor que pueda seguirle la pista." Sin embargo, cuando oyen que pertenece a un señor poderoso, o no le reciben o le reciben con gran temor, y hacen esto porque el hombre poderoso puede ser engañado."
(Agustín, Salmos, 138, 10)

Relieve campano, Museo Británico, Londres

Los propietarios de esclavos con recursos y bien relacionados podían confiar en amigos, conocidos y emisarios para que les ayudasen a recuperar a los esclavos huidos. Si el prófugo era recuperado por un amigo, el dueño contraía una deuda personal con aquél, y ambos reforzaban sus vínculos de amistad.

En la correspondencia epistolar de Cicerón con sus allegados se puede ver cómo el propio autor pide ayuda para encontrar un esclavo que se ha escapado tras robar unos libros, y cómo uno de sus amigos le informa de su intención de recuperarlo. Parece ser que dicho esclavo nunca fue hallado.

"Marco Cicerón saluda al imperator Publio Sulpicio. (otoño del 46 a.C.)


Además, te pido que en el siguiente asunto te esfuerces más de lo habitual en razón de nuestra amistad y del afecto invariable que me manifiestas: mi esclavo Dionisio, quien se ha encargado de mi biblioteca —valorada en mucho dinero—, tras haber sustraído un buen número de libros y pensar que no saldría impune, se dio a la fuga. Está en tu provincia. Tanto mi amigo Marco Bolano como muchos otros lo vieron en Narona, pero, al decirles que yo lo había manumitido, le creyeron. Si tú te pudieses encargar de devolvérmelo, no puedo expresar cuán grato me resultaría. El asunto en sí mismo no es importante, pero el dolor de mi corazón es grande. Bolano te indicará dónde está y qué puede suceder. Si yo puedo recuperar a este individuo por tu mediación, pensaré que he recibido un gran beneficio tuyo. (Cicerón, Cartas a Familiares, XIII, 77)

El imperator Vatinio saluda a su amigo Cicerón (11 de Julio de 45 a.C.)

"Me he enterado de que ese esclavo lector tuyo que ha huido está con los vardeos. No me has encomendado nada sobre él, sin embargo, yo me he encargado de que fuese buscado por tierra y por mar, y te lo encontraré enseguida, a no ser que haya huido a Dalmacia; con todo, algún día lo sacaré fuera de allí." (Cicerón, Cartas a Familiares, V, 9 año)

Marco Cicerón saluda al imperator Vatinio (Diciembre del 45)

Lo de Dionisio, déjalo, si me tienes en tu estima: cualquier encargo que le hayas confiado yo te lo restituiré; pero si es una mala persona como es, tú lo llevarás cautivo en tu desfile triunfal.
(Cartas a familiares, V, 11)

Vatinio saluda a su amigo Cicerón (Enero del 44)

De tu esclavo Dionisio no he sacado nada en claro hasta ahora, y tanto menos porque el frío dálmata, que me echó de allí, también ha refrescado esta zona. Pero con todo, no dejaré de descubrirlo algún día." (Cartas a familiares, V, 10a)

Adriano y el jurista Gallus, Pintura de George Schmidt

Cuando un propietario de esclavos no podía él mismo hacerse cargo de la recuperación de sus esclavos se lo encargaba a alguien que sí pudiese, un representante, o podía recurrir a los servicios de profesionales encargados de recuperar a los fugitivos a los que se pagaba un precio. Estos fugitivarii no gozaban de buena fama, pues algunos podían quedarse con el dinero sin cumplir con el trabajo o incluso aliarse con los perseguidos traicionando a los que les habían contratado.

En el siguiente papiro fechado en el año 298 d.C. se recoge el permiso que un propietario da a un representante para que se traslade a otra ciudad en busca de su esclavo, lo detenga y lo presente ante las autoridades.

“Aurelius Sarapammon también llamado Didymus, … a Aurelius … , de Oxirrinco, saludos. Te nombro por este documento como mi representante para viajar a Alejandría y buscar a mi esclavo de nombre …. De 35 años, a quien conoces; y para que cuando lo encuentres lo entregues, con los mismos poderes, como si yo estuviera presente; lo pongas en prisión, lo castigues y hagas las acusaciones correspondientes contra los que le dieron cobijo y que exijas satisfacción.” (Papiro Oxirrinco, 14. 1643)

Ilustración Angus McBride

Las redes eclesiásticas fueron útiles en la recuperación de esclavos fugitivos y a finales del siglo IV a.C., la Iglesia ya se había incorporado por completo a la lucha del estado contra los fugados, de tal forma que la ley requería a los obispos y sacerdotes que devolviesen a sus dueños los esclavos que habían buscado refugio entre ellos. Se permitía que la Iglesia ofreciese asilo temporal a los fugados y que sirviese como intermediaria entre el amo y el esclavo, tratando de apaciguar la ira del propietario antes de entregarle su esclavo fugitivo. Si el esclavo se resistía a su entrega, se concedía al señor el derecho de entrar y apresarlo por la fuerza.

“Creemos que debería promulgarse un edicto que debería ser válido para siempre, relativo a aquellos que se refugian en los altares de la santa religión, con el efecto de que si el esclavo de alguien, confiando solo en la reverencia del lugar, buscase refugio en la iglesia o en los altares sin estar armado, será desalojado tras un día allí; además, los clérigos afectados notificarán a sus dueños o a la persona de la que esclavo se ha evadido. El amo perdonará sus errores, y, sin rastro de ira en su corazón, por respeto al Señor, a quien el esclavo ha solicitado ayuda, se llevará al esclavo.
Pero, si el esclavo entrara armado o con sospecha de estarlo, será desalojado inmediatamente, o al menos se notificará a su dueño o a la persona a la que el esclavo teme, y no se denegará la oportunidad de sacarlo en seguida. Pero, si con el apoyo de las armas y llevado por su locura, el esclavo concibiese la intención de resistirse, se le concederá a su dueño el derecho de sacarlo y llevárselo con los medios que cuente.

Si durante el enfrentamiento el esclavo resultase muerto, el amo no será responsable, ni nadie podrá iniciar una causa criminal, al haber cambiado el difunto su estatus servil por la condición legal de enemigo público y homicida. (Código Teodosiano, IX.45.5)

Mosaico con Iglesia, Museo del Louvre, foto Carole Raddato

El santuario de un santo llegó a especializarse en la producción de talismanes que, se creía, podían ayudar a descubrir a esclavos fugitivos.

"Si alguien viene a uno de sus templos, solicitando que se revele donde encontrar sus propiedades robadas o el arresto de los esclavos, basta con que este hombre tome un pequeño sello de cera en cualquiera de los casos, y que lo guarde en su casa. De esta forma, uno consigue aprehender a los que le han robado, y a los que se han escapado." (Crisipo, Encomio del santo Teodoro, 73)


Ilustración de Ángel García Pinto

Los papiros hacen referencia a la costumbre de dar publicidad de los fugitivos en lugares públicos, como templos, donde los propietarios colgaban carteles con los rasgos característicos e identificativos del individuo perseguido y ofrecían una recompensa por su captura.

"[Una recompensa está disponible si alguien encuentra a ---] un egipcio del nomo de Athribites, que no sabe griego, [y es] alto, delgado, calvo, con una cicatriz en el lado izquierdo de su cabeza, color de piel aceitunado, con ictericia, con barba rala y sin pelo en la barbilla, de piel suave, con mandíbula estrecha y nariz larga, de oficio tejedor, que anda dándose importancia, con voz aguda. De unos 32 años. Lleva un manto de color brillante." (Papiro Oxirrinco, LI 3617)

Retrato de El Fayum

Entre las causas que podían explicar el temor de los esclavos se encuentra ser condenados a pena capital por cometer delitos que sus dueños les mandaron mediante coacciones. Estos los utilizaban de un modo intimidatorio o punitivo para resolver diversos asuntos como pueden ser la exigencia del reembolso de créditos, pagos o litigios concernientes a lindes de tierras, así como la apropiación indebida de parte de un fundus ajeno, fenómeno que se conocía como invasio.

En una de sus cartas Símaco se refiere a la propiedad de su hija que ha sido ocupada por los hombres de Celsinus Titianus, hermano de aquél y, por tanto, tío de la mujer. El senador pide al destinatario de la misiva que, al tratarse de un asunto entre miembros de una misma familia, se resuelva el litigio en el seno de la misma, sin tener que recurrir a los tribunales. Símaco parece querer decir que los esclavos, autores directos de la invasión habrían actuado a escondidas de su señor, lo cual supondría la exculpación del propietario, sin embargo, la mención a la posible actuación de otros representantes ante la justicia implicaría que el senador no puede estar seguro de tal hecho, aunque intenta que el asunto quede en familia para no perjudicar el status de su familiar.

"Confieso que en parte las quejas de mi hija Fasgania se han producido de acuerdo con mis deseos. Así es: de no haberme reclamado una carta que hubiera de serle útil, me hubiese faltado un motivo para escribirte. Saboreo por ello en primer lugar la salutación que responde a mi cortesía; el resto de la página se referirá a la causa de una mujer clarísima que deplora haber sido despojada por tus hombres de no sé qué campos. Como conozco tu posición y tu conducta, pienso que esta acción ha sido perpetrada sin tú saberlo por el atrevimiento de unos esclavos y por eso he garantizado a mi hija que se corregiría con facilidad si era una queja en confianza lo que hacía llegar a tu conocimiento el género del atropello. Te ruego en consecuencia que ordenes que se restablezca la situación de la propiedad violada. Si, no obstante, hay algún motivo de controversia, que se difiera hasta que esté presente nuestra querida hija, que como está segura de tu justicia renuncia a otros representantes." (Símaco, Epístolas, I, 74)

Ilustración Villa romana de Auggen, Alemania, 

Si el delito no se denunciaba, el propietario veía su patrimonio aumentado y todos, incluidos los esclavos recordarían el hecho como un mero cumplimiento de la voluntad del amo. Pero si el asunto llegaba a los tribunales, el dominus no sería encausado y, en el peor de los casos, si se demostraba que el propietario de los esclavos había ideado tal acción, el castigo no era tan duro como si se comprobaba que la idea había partido de sus siervos. Como es natural los propietarios en su mayoría intentarían demostrar que sus esclavos habían sido los autores físicos y organizadores de la apropiación, lo que exculparía de cualquier responsabilidad a los señores.

El final de la huida terminaría generalmente con la captura de los fugados, si no habían muerto por las dificultades que atravesarían, siendo entregados a sus amos por parte de las autoridades, por un conocido que los había localizado o por un servicio contratado para cazar esclavos. En caso de no ser atrapados, o bien podían trabajar para otro señor sin descubrir su verdadera identidad, o bien entrar en bandas de ladrones y bandoleros que se dedicaban al pillaje. En una inscripción de Saepinum se da una queja porque los soldados detienen a los pastores contratados temporalmente al confundirlos con esclavos fugados.

Inscripción de Saepinum (año 170 d.C.). Escrito por Septimianus a Cosmus (secretario del tesoro)

"Los contratistas de los rebaños de ovejas a tu cargo se quejan continuamente ante mí de que a menudo son perjudicados en los caminos de pastores itinerantes por soldados estacionarios y los magistrados de Saepinum y Bovianum, porque detienen a los animales y pastores contratados en tránsito, diciendo que estos son esclavos fugitivos y que los rebaños son robados." (CIL, IX. 2483)

Museo de Dafne, Turquía. Museo del Louvre

Si el esclavo era capturado durante su intento de fuga, el castigo podía ser terrible, desde el encadenamiento o flagelación, marcación con las letras FUG o llevar un collar con una chapa como las que ya se han mencionado. La pena de muerte pudo haberse dado en algún caso, aunque el alto coste de un esclavo hacía más favorable conservarle vivo para que siguiera trabajando, con restricciones y, quizás, peores condiciones de vida.

"Algunos de los trabajadores encadenados con Quéreas (eran dieciséis encerrados en una cabaña oscura), cortando de noche las cadenas, degollaron al guardián y luego intentaron la huida. Pero no pudieron escapar, pues los perros los delataron con sus ladridos. Cogidos, pues, in fraganti, aquella noche fueron atados todos más cuidadosamente a una viga, y de día el administrador le contó al dueño lo ocurrido, y él, sin verlos ni oír su defensa, mandó que crucificasen al punto a los dieciséis que ocupaban la misma cabaña. Los hicieron salir, en consecuencia, atados unos a otros por los pies y el cuello, y cada uno llevaba su cruz, pues al necesario castigo habían añadido los que lo ejecutaban algo más penoso: la ostentación pública del castigo, como ejemplo que indujera al miedo a sus semejantes." (Caritón de Afrodisias, Quereas y Callirroe, IV, 2, 5)



Bibliografía


La esclavitud desde la perspectiva aristocrática del siglo IV: resistencia o asimilación a los cambios sociales; Begoña Enjuto Sánchez
El rescripto de Antonino Pío sobre los esclavos de lulius Sabinus de la Bética; Cristóbal González Román
P. Harris I 62 and the Pursuit of Fugitive Slaves; Stephen Llewelyn
Recovering Runaways: Slave Catching in the Roman World; Laurie Venters
The Bitter Chain of Slavery; Keith Bradley
The Zoninus Collar and the Archaeology of Roman Slavery; Jennifer Trimble
On Psyche and Psychology: A Reflection; K. R. Bradley
Slavery and Society at Rome; Keith Bradley
Slavery in the Late Roman World; Kyle Harper