lunes, 17 de marzo de 2025

Ludus gladiatorum, escuela de gladiadores en la antigua Roma

Secutor contra retiarius, Villa romana de Nennig, Alemania. Foto Carole Raddato

 “Nadie gana sino con daño de otro: se detesta a los felices y se desprecia a los desgraciados; los humillados por los grandes humillan a los pequeños; a todos animan diferentes pasiones, y todo lo destruirían por leve placer o ligero provecho. Esta es vida de gladiadores que habitan en común para pelear unos con otros.” (Séneca, De la ira, II, 8)

Los romanos no veían los juegos gladiatorios como espectáculos de violencia, sino que los tenían como demostraciones de valor para los jóvenes y para el público en general, e incluso los intelectuales más influyentes de la sociedad consideraban que servían como ejemplo militar a los ciudadanos y afirmaban que los munera fortalecían la moral y promovían la disciplina militar de todos aquellos que lo presenciaban, además, de transmitir toda una serie de valores positivos y útiles para la sociedad. Se ofrecían para que los jóvenes adquirieran valores educativos.

“Así se atendieron en la medida de lo debido las necesidades de los ciudadanos y de los aliados. Seguidamente, asistimos a unos juegos nada afeminados ni blandos, que pudiesen debilitar o quebrantar el vigor del hombre romano, antes bien, tan admirables que enardecían a los espectadores incitándolos a afrontar nobles heridas y a despreciar la muerte. Al ver el amor a la gloria y el ansia de victoria incluso en los cuerpos de los esclavos y criminales.” (Plinio, Panegírico, 33, 1)

Mosaico de gladiadores, Isla de Cos, Grecia

La gladiatura preparaba a la juventud romana para la guerra, infundiendo en ella el espíritu guerrero y motivándola a practicar con la espada o a alistarse en el ejército. Los juegos gladiatorios servían para recordar a la juventud y al pueblo de Roma que debían mantener vivo el espíritu guerrero de sus antepasados. Todavía en el bajo Imperio este tipo de espectáculos consistían en una exhibición que exaltaba los valores viriles del ciudadano.

“Otros dicen -y lo creo más verosímil- que los romanos, cuando estaban preparándose para ir a guerrear, debían contemplar heridas causadas por la espada y cuerpos desnudos trabados en batalla (combates de gladiadores) para que, en la guerra, no temiesen al enemigo armado ni se horrorizaran ante las heridas, ni la sangre.” (Historia Augusta, Máximo y Balbino, VIII)

Entrenamiento de las legiones romanas, foto Great Military Battles,
A history of Warfare de Gerald McRonald

Los juegos gladiatorios se convirtieron en parte de la romanización de los territorios bajo dominio romano. Tito Livio presenta el caso del rey Antíoco IV Epiphanes a mitad del siglo II a.C., quien, al celebrar los primeros espectáculos en Siria, provocó que sus habitantes se aterrorizaran, pero debido a la repetición de estos juegos se desarrolló una pasión por las armas, especialmente entre los jóvenes.

Ofreció exhibiciones de gladiadores a la moda romana, que asustaron más que agradaron a los espectadores, que no estaban habituados a tales espectáculos. Al ofrecer frecuentemente estas exhibiciones, en las que los gladiadores a veces solo se herían entre sí, pero que en otras luchaban hasta la muerte, acostumbró los ojos de su pueblo a dichos espectáculos y aprendieron a disfrutar de ellos. De esta manera, despertó entre la mayoría de los jóvenes la pasión por las armas. (Tito Livio, Ab urbe condita, 41, 20)

La escuela de gladiadores (ludus) era el lugar donde se entrenaban todos los gladiadores: los que acaban de llegar al oficio (tirones) y los profesionales consagrados (veterani). Probablemente, el primer ludus fue el de Capua, que en el 105 a. C. ya estaba en funcionamiento, bajo la dirección de C. Aurelio Scauro. En el 73 a. C. era propiedad de Gneo Lentulo Batiato, y bajo su dirección la disciplina era tan estricta con vigilancia de los soldados, y las condiciones eran tan duras que los gladiadores, liderados por Espartaco, decidieron escaparse.

“La sedición de los gladiadores y la devastación de Italia, a la que muchos dan el nombre de guerra de Espártaco, tuvo entonces origen con el motivo siguiente: un cierto Léntulo Batiato mantenía en Capua gladiadores, de los cuales muchos eran galos y tracios; y como para el objeto de combatir, no porque hubiesen hecho nada malo, sino por pura injusticia de su dueño, se les tuviese en un encierro, se confabularon hasta unos doscientos para fugarse; hubo quien los denunciara, mas, con todo, los que llegaron a adivinarlo y pudieron anticiparse, que eran hasta setenta y ocho, tomando en una cocina cuchillos y asadores, lograron escaparse. Casualmente en el camino encontraron unos carros que llevaban a otra ciudad armas de las que son propias de los gladiadores; las robaron y ya mejor armados tomaron un sitio naturalmente fuerte y eligieron tres caudillos, de los cuales era el primero Espartaco.” (Plutarco, Craso, VIII)

Revuelta de Espartaco, ilustración de Steve Noon

El objetivo de los gladiadores era inicialmente escapar de las consecuencias del confinamiento y encontrar una vida mejor que la de servir de entretenimiento a los espectadores. Pronto se les unieron miles de seguidores, los cuales no venían de escuelas gladiatorias ni siquiera de entre los esclavos, sino que eran campesinos y granjeros que habían sido desplazados por cambios en la economía romana y en el uso de la tierra que favorecía el crecimiento de grandes plantaciones que poseían unos pocos ricos.

El propio Espartaco destacó entre los líderes de la Revuelta porque tenía educación y era un hombre civilizado a quienes los dioses habían seleccionado para un suceso extraordinario.

“Espartaco era natural de un pueblo nómada de Tracia, y tenía no sólo gran talento y extraordinarias fuerzas, y era aun en el juicio y en la dulzura muy superior a su suerte, y más propiamente griego que de semejante nación. Se cuenta que cuando fue traído a Roma por primera vez para venderlo, estando en una ocasión dormido se halló que una serpiente se le había enroscado en el rostro, y su mujer, que era de su misma tribu, dada a los agüeros e iniciada en los misterios orgiásticos de Baco, manifestó que aquello era señal para él de un poder grande y terrible que había de venir a un término feliz. Hallábase también entonces en su compañía y huyó con él.” (Plutarco, Craso, VIII)

Muerte de Espartaco, Ilustración de Hermann Vogel

Esta rebelión, junto a otras, fueron sofocadas con dureza, pero a partir de entonces, la vigilancia se acentuó y se reforzó el control a los gladiadores en la capital, reconociendo su peligro. De hecho, posteriormente, algunos políticos romanos utilizaron a gladiadores para intimidar a sus rivales en las calles de Roma.

El ambiente político de finales de la República se fue volviendo cada vez más violento, ya que cada candidato tenía su propia “guardia de gladiadores”, que le servía de escolta. El Senado, lógicamente, se alarmó por esta situación y decidió ponerle límites. Por ejemplo, César, para los munera que ofreció en 62 a.C., contrató a un gran número de gladiadores, que, como propiedad temporal suya, entraron con él dentro de las murallas de Roma, donde se debía celebrar el espectáculo. El riesgo era evidente. En consecuencia, el Senado actuó, poniendo un límite al número de gladiadores que podían introducirse en la urbe. De este modo, el número máximo de gladiadores que por ley podía poseer un ciudadano fue disminuyendo con el tiempo: 300 parejas al final de la República, 100 en tiempos de Augusto y 70 en época de Tiberio.

“Añadió Cesar un combate de gladiadores, pero con bastantes parejas menos de lo que había proyectado, pues, espantados sus enemigos ante la numerosa cuadrilla que había reunido de todas partes, se tuvo la precaución de fijar el número máximo de gladiadores que cualquier ciudadano podía tener en Roma.” (Suetonio, César, 10, 2)

Combate de gladiadores, pintura de Giorgo di Chirico

No obstante, algunos personajes ricos e importantes llegaron a tener sus propios gladiadores, bien para enfrentarlos en sus espectáculos privados o para que fuesen contratados para los juegos y así sacar rendimiento a su inversión.

“iA fe mía que has comprado una hermosa troupe! Según oigo, tus gladiadores luchan de maravilla; de haber querido alquilarlos, con los dos últimos juegos los habrías amortizado.” (Cicerón, Cartas a Ático, IV, 4)

Banquete con gladiadores. Ilustración Lorenzo Pignoria

En el 49 a.C., cuando César se disponía a invadir Italia, volvieron a surgir temores acerca de los gladiadores que poseía; César era el propietario del ludus de Capua, y se temía que cuando llegara a esa ciudad incorporaría a sus tropas a los 1.000 gladiadores que tenía en su ludus, una ayuda considerable para la guerra civil. Por lo tanto, Pompeyo tomó sus precauciones, diseminando a los gladiadores del ludus de Capua.

“Los gladiadores de César que están en Capua, acerca de los cuales te he escrito falsas noticias por culpa de una carta de Torcuato, los ha distribuido Pompeyo muy adecuadamente: dos para cada padre de familia. Había en la escuela mil escudos; se decía que hubieran hecho un levantamiento. Ciertamente ha habido en ello una gran previsión a favor de la república.” (Cicerón, Cartas a Ático, VII, 14, 2)

Sin embargo, cualquier motín era reprimido fácil y rápidamente por los soldados, puesto que los gladiadores no tenían acceso a las armas, que se guardaban en el armamentarium. Las armas solo se les entregaban cuando iban a entrenar y se requisaban de nuevo al acabar el entrenamiento, contándolas cuidadosamente para verificar que no se habían quedado con ninguna. Además, las armas que usaban para entrenar eran de madera y romas. Las piezas defensivas eran los únicos elementos metálicos que usaban en los entrenamientos.

Imagen idealizada del Ludus Magnus

En el año 49 a. C. el ludus de Capua pasó a ser propiedad de Julio César y recibió el nombre de ludus Iulianus y sus gladiadores Iuliani. Con Augusto, pasó a ser de propiedad imperial.

“Germano, samnita, Juliano (de la escuela juliana), griego de nacimiento, venció 14 veces. Muerto a los 30 años, yace aquí.”

El mismo nombre se mantuvo hasta el reinado de Nerón, que lo cambió por el de ludus Neronianus.  Después su nombre sería Caesaris o Imperatoris.

“Cerinthus, murmillo, de la escuela neroniana, griego de nacimiento, luchó dos veces. Murió con 25 años. Rome, su esposa, pagó esta lápida en memoria de su marido que bien lo merecía. Te ruego, tú que pasas delante de ella, digas; séate la tierra leve.”

Los ludi privados fueron vetados en Roma por Augusto y prohibidos completamente por Domiciano, que los sustituyó por los cuatro ludi imperiales que construyó junto al Coliseo: Ludus Matutinus, Magnus, Gallicus y Dacicus. El Matutinus estaba destinado al aprendizaje de los venatores y bestiarii que luchaban contra las fieras. El Magnus era el más grande y albergaba un anfiteatro con capacidad en las gradas para 3000 personas. Constaba de una cárcel y numerosas instalaciones.

Ruinas del Ludus Magnus, junto al Coliseo, Roma. Foto Jastrow

El Gallicus y Dacicus se denominaban de tal forma debido probablemente a que se destinaban a gladiadores de procedencia gala y dacia respectivamente, con entrenadores que hablarían la lengua propia de cada región de origen.  

El ludus podía ser de propiedad pública o privada. En Pompeya existía un ludus privado desde comienzos del Imperio.

La administración imperial estableció una extensa red para el reclutamiento y formación de gladiadores que abarcaba todo el Imperio. De esta manera, en cada provincia había una sede, ubicada en la capital, de la escuela imperial. Entre estas escuelas provinciales, se encuentran el ludus Hispanianus, el Gallicianus y el Alexandrinus.

“A los dioses Manes. Para Dión, liberto de nuestros Augustos, tabulario (contable o secretario) de las escuelas gladiatorias de los Galliciani e Hispaniani.”

Reconstrucción idealizada del anfiteatro y ludus de Carnuntum, Austria. Ilustración. M. Klein

La extensión de la red imperial de reclutamiento y formación de gladiadores explica que los lanistae particulares tuviesen a su servicio sólo una pequeña tropa cuyo radio de acción estaba limitado al ámbito comarcal o regional.

De Verona proviene una estela funeraria en la que se puede leer que el gladiador muerto podía pertenecer a la escuela de una mujer Arianilla, la única documentada en el occidente romano.

“A los dioses Manes. Para Aedon, secutor, luchó ocho veces, de la escuela de Arianilla. Vivió 26 años.” (CIL, V, 3459)

Al frente de cada ludus imperial estaba un procurator que era escogido por su experiencia militar y administrativa, como, por ejemplo, el prefecto de la guardia pretoriana o los encargados de la administración fiscal de toda una provincia. La jurisdicción de estos procuradores comprendía las provincias occidentales, las provincias orientales, las regiones de Italia, o la escuela ubicada en Roma, en Pérgamo o en Alejandría.

Ilustración Seán Ó Brógáin

Lucius Didius Marinus tuvo entre otros cargos el de procurator de las familias gladiatorias en Asia, Bitinia, Galacia, Capadocia, Licia Panfilia, Cilicia, Chipre, Ponto y Paflagonia. Y posteriormente el de las familias gladiatorias en las Galias, Britania, Hispania, Germania y Raetia. Y Quinto Martius Turbo, amigo de Adriano, ostentó el cargo de procurator del Ludus Magnus de Roma, antes de ser nombrado por Trajano comandante de la flota en Miseno.

"…  Fronto Turbo Publico Severo, hijo de Cayo, de la tribu Tromentina, natural de Epidauro, dos veces primus pilus, prefecto de los vehículos, tribuno de la cohorte VII, tribun de los equites singulares de Augusto, tribuno pretoriano, procurador del Ludus Magnus, prefecto de la flota de Miseno…" (AE 1955, 255)

Cuando un aspirante llegaba a un ludus se le llamaba tiro. Independientemente de que fuese un esclavo, un condenado (damnatus ad ludum), o un voluntario (auctoratus), todos debían pasar un mismo proceso de selección inicial. Luego vendría la disciplina y la educación para moldear las condiciones del recién llegado. Solo vestía el subligaculum y se le asignaba un doctor (preparador) para que le hiciese una primera evaluación. El lanista supervisaba el proceso. Luego, se le daba una espada de madera para ver cómo reaccionaba a las acometidas de alguno de los magistri. Se estudiaban sus movimientos, su velocidad de reacción, su agresividad, si tenía técnica en el uso de las armas, su fuerza en el cuerpo a cuerpo, etc. A los que no tenían las condiciones adecuadas se los enviaba al grupo de los gregarii para luchar en grupo (gregatim) que, normalmente, eran los primeros en caer.

Una vez realizadas todas estas premisas, el aspirante a gladiador era sometido en el ludus a un proceso exhaustivo de entrenamiento físico, no exento de educación cívica y psíquica. A continuación, realizaban el juramento (auctoramentum) y se les exigía una estricta disciplina. Lógicamente, la principal actividad que se realizaba en el ludus era el entrenamiento. Los romanos creían en el entrenamiento físico como la mejor manera de mejorar las capacidades físicas, pero también la voluntad y el carácter.

“Has de llevar una vida ordenada, someterte a un régimen alimenticio, abstenerte de dulces, entrenarte por fuerza a la hora señalada, con calor o con frío. Cuando toque, no tomar agua fría ni vino. Sencillamente: ponerte en manos del entrenador como de un médico.” (Epicteto, Disertaciones, III, 15, 3)

Ilustración Oleh Yolchiiev

Los planes de entrenamiento físico de los gladiadores eran muy parecidos a los de los deportes de combate griegos (lucha, pugilato y pancracio), cuyas características eran muy parecidas al combate gladiatorio; se necesitaban movimientos rápidos y potentes, además de fuerza y resistencia para aguantar todo el combate.

En un momento impreciso del siglo I, los entrenadores griegos desarrollaron el ciclo de cuatro días (tetrada) que, de inmediato, fue incorporado a la preparación de los gladiadores.

“Se llama tétrada al período de cuatro días en que se van alternando diferentes actividades deportivas: el primer día el atleta realiza ejercicios de preparación, el segundo se entrena a fondo, el tercero se relaja y el cuarto realiza sus actividades a un ritmo intermedio. El entrenamiento preparatorio consiste en movimientos intensos y rápidos, de corta duración, con el objeto de desentumecer al atleta y de ponerlo a punto para futuras fatigas; el entrenamiento a fondo constituye una prueba inexorable de la fuerza interior del cuerpo; el período de reposo sirve para que el cuerpo se recupere como es debido y, finalmente, la actividad a ritmo intermedio del cuarto día consiste en aprender a rehuir al adversario y a no soltarlo si pretende escabullirse. No obstante, los gimnastas que suelen entrenar todo el tiempo de esta manera cíclica y organizan la preparación según el sistema de las tétradas, descuidan el conocimiento sistemático del atleta a entrenar.” (Filóstrato, Gimnástico, 47)

Gladiadores. Pintura de Aniello Falcone

Si el tiro mostraba cualidades, se le destinaba al grupo gladiatorio que mejor se adecuaba; es decir, si era fuerte, a las armas pesadas y, si era menos fuerte, pero ágil, a las armas ligeras. Si un tiro era enviado a alguna de estas armas, tenía que pasar por todas las unidades de entrenamiento de ese grupo para ver cual se adaptaba mejor a sus cualidades. En los retiarii, estaba el doctor retiarium y el magister retiarium; en los thraeces, el doctor thraecum, y el magister thraecum. Una vez determinado en cual rendía mejor, el tiro quedaba adscrito a la unidad que se le asignara (thraex, retiarius) y desde entonces comenzaba a entrenar con ellos, sometido a la disciplina del doctor, que era quien dirigía ese grupo.

Los doctores que enseñaban a luchar a los gladiadores tenían tanto prestigio que en 105 a.C., (como respuesta a la derrota romana de Arausio) el cónsul P. Rutilio Rufo decidió usarlos para que enseñaran a los soldados las técnicas de lucha de los gladiadores.

“El adiestramiento en el manejo de las armas fue enseñado a los soldados por el cónsul Publio Rutilio y su colega Gneo Malio: él, en efecto, rompiendo con el ejemplo de todos los que le habían precedido, llamados unos maestros de la escuela de gladiadores de Gayo Aurelio Escauro, enseñó a las legiones un medio más sutil de causar y evitar heridas, y mezcló así valor y técnica, técnica y valor, para que la técnica fuese más poderosa con el impulso del valor y el valor fuese más prudente gracias al conocimiento de la técnica.” (Valerio Máximo, Hechos y Dichos Memorables, II, 3, 2)

Ilustración Peter Connolly

Había un doctor especialista en cada tipo gladiatorio. Los doctores eran gladiadores ya retirados que habían destacado en el arma que ahora enseñaban. Además, debido a su edad o estado físico, estaban auxiliados por los magistri, gladiadores recientemente retirados o incluso en activo, pero que aún no podían aspirar a doctores. Los magistri eran los encargados de enseñar las “prácticas” y “técnicas” gladiatorias (llaves, ganchos, golpes, etc.).

“Y así como los maestros de los gladiadores enseñan a sus discípulos todas las suertes de movimientos y posturas de cuerpo, que ellos llaman números, no para que los que los han aprendido hagan uso de todos ellos en el mismo ejercicio de la lucha (porque más se hace con el peso del cuerpo, firmeza y valor), sino para que entre tanta abundancia echen mano de cualquiera de ellos de que puedan valerse cuando la ocasión lo pida.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, XII, 2)

La fuerza específica necesaria para el combate se lograba usando armas lastradas; la rudis y el resto de armas que usaban en el entrenamiento, es decir, pesaban más que las armas que usaban en el combate de verdad. La velocidad de movimientos la desarrollaban practicando el combate con una rudis de peso normal. El resultado que se conseguía alternando armas lastradas con armas de peso real era la rapidez en el manejo de las armas. Lógicamente, también había que desarrollar la resistencia necesaria para aguantar el tiempo que solía durar un combate

“Los gladiadores se adiestran con armas más pesadas que las que emplean para luchar y el entrenador los obliga a permanecer armados más tiempo que el adversario.” (Séneca, Controversias, IX, 4)

La destreza técnica con la espada la entrenaban combatiendo entre ellos y luchando contra un palo clavado en el suelo, que sobresalía sobre el nivel del suelo.

“Estamos informados por los escritos de los antiguos que entre sus otros ejercicios se contaban los de guarnición. Daban a sus reclutas escudos trenzados de sauce, el doble de pesados de los que solían emplear en el servicio real, y espadas de madera del doble de peso que las normales. Se ejercitaban con ellos en el palo tanto por la mañana como por la tarde. Este es un invento de gran utilidad, no sólo para los soldados, sino para los gladiadores. Ningún hombre de tales profesiones se distinguió nunca en el circo o en el campo de batalla sin ser hábil en tal ejercicio. Cada soldado, pues, fijaba un poste firmemente en el suelo, de unos seis pies de altura. Contra ése, como contra un enemigo real, el recluta se ejercitaba con las armas arriba mencionadas, como si fueran los escudos y espadas normales, apuntando ora a la cabeza o cara, ora a los lados o tratando de atacar los piernas o muslos. Eran instruidos en el modo de avanzar y retirarse, como tomar ventaja en el cuerpo a cuerpo sobre su adversario; pero se les prevenía a todos particularmente para no abrir su guardia al enemigo mientras le apuntaban para atacarle.” (Vegecio, De Re Militari, I, 11)

Ilustración de RU-MOR para Revista Desperta Ferro

Los doctores insistían en que había que cubrirse el cuerpo con el escudo de manera efectiva, sobre todo, el torso desnudo. Enseñaban también a dar los golpes con la punta de la espada y no con los filos, ya que clavando se causaban heridas más profundas y más letales que dando tajos, si se quería matar al contrario de una manera rápida. Si, por el contrario, ambos gladiadores estaban de acuerdo en no herirse, está claro que evitarían pincharse, dando más importancia a los tajos en el intercambio de golpes.

“Se les enseñaba, igualmente, a no cortar, sino dar estocadas con sus espadas. Para los romanos, no sólo resultaba motivo de chanza quienes luchaban con el borde de tal arma, sino que constituían una fácil conquista. Un ataque con los filos, aún los hechos con mucha fuerza, raramente mata, pues las partes vitales del cuerpo están defendidas tanto por los huesos como por la armadura. Por el contrario, una estocada, con que penetre dos pulgadas, es generalmente fatal. Además, en la posición del ataque, es imposible evitar exponer el brazo derecho y el costado; de otra parte, el cuerpo está cubierto al dar una estocada, y el adversario recibe la punta antes de que vea la espada. Este fue el método de lucha usado principalmente por los romanos, y sus motivos para ejercitar a los reclutas al principio con armas de un tal peso era que cuando al fin llevaban las normales, mucho más ligeras, la gran diferencia de peso les permitía comportarse con gran seguridad y diligencia a la hora del combate.” (Vegecio, Res militari, I, 12)

Pintura de Giovanni Francesco Romanelli

En el ludus existía una jerarquía. El estrato más bajo lo representaban los tirones o gladiadores novatos, luego iban los distintos rangos de gladiadores veteranos, a continuación, los magistri y doctores y, por último, el lanista. Los jóvenes gladiadores aprendían de los veteranos y sentían respeto y admiración por los doctores, auténticos supervivientes y antiguas estrellas de la gladiatura.

Probablemente, también admiraban al lanista, sobre todo, si éste había comenzado como gladiador, pues representaba el triunfo del gladiador. Igualmente, los gladiadores noveles aprendían de los veteranos sus técnicas y estratagemas, sus leyendas e historias, al tiempo que se iban educando en el valor y la virtud. Así se creaba en el ludus un espíritu de familia que sentirían el resto de sus vidas. De hecho, entre todos desde los tirones hasta el lanista formaban la familia gladiatoria y muchos de ellos mantendrían lazos de amistad.

“Mira al bello Miletos, hermoso de mirar, el luchador que ganó ocho veces en el estadio, tan bello como Adonis, hijo de Cyniras, cuando estaba cazando, o como el bello Jacinto, quien fue una vez golpeado por un disco.

Ahora el destino me ha arrebatado a la fuerza de la arena y ha dejado mi cuerpo en la querida tierra de Panfilia. Esta lápida la ha puesto mi buen amigo Odiseo para mí como tumba como recuerdo de mi memoria, para mantener mi reputación.”

Lápida de Q. Vettius Gracilis, Museo Arqueológico de Nimes, Francia

El tiro lo era hasta que salía vivo de su primer combate. La norma era que el tiro se enfrentara a otro tiro en su primer combate, pero no siempre se cumplía y, a veces, se enfrentaba con un veterano con varias victorias.

Un famoso gladiador que como su nombre indica era ciudadano libre se enfrentó y venció como tiro a Hilarus que ya había obtenido 13 victorias. En su segundo combate se enfrentó al retiarius Felix, también libre, que había obtenido ya doce victorias.

“(Marcus Attilius, tiro (novato), victor (vencedor). Hilarus, del ludus neronianus, 14 combates, 13 victorias, missus (perdonado)”

“Marcus Attilius, un combate, una victoria, victor (vencedor). Lucius Raecius Felix, 12 combates, 12 victorias, missus (perdonado)”

Grafito de Pompeya, Italia

Spiculus fue un destacado gladiador desde su primer combate, en el que derrotó nada menos que a un rival que sumaba 16 victorias.

“Spiculus, del ludus Neronianus, tiro (novato) venció. Aptonetus, liberto, dieciséis victorias, murió.” (CIL, IV, 1474)

Tras semejante debut debió conquistar la fama, y en sus siguientes combates se hizo merecedor de ella, pues Nerón se convirtió en fiel seguidor suyo y lo consideró el mejor gladiador, premiándole con recompensas iguales a las de los generales que habían logrado triunfos.

“Premió al citaredo Menecrates y al murmillo Espiculo con patrimonios y casas dignos de generales que han obtenido los honores del triunfo.” (Suetonio, Nerón, 30, 2)

A partir de entonces, se le consideraba veteranus. El estatus de veteranus contemplaba cuatro niveles: quartus palus (conseguido al sobrevivir al primer combate), tertius palus, secundus palus y primus palus (conseguidos por el número de combates superados). Este último era el más alto de la categoría.

“Victor, primus palus, secutor.

Ahora contempla a Víctor, el fuerte perseguidor, ante el cual todos mis compañeros temblaron en la arena. Mi patria fue Libia; pero ahora la tierra de Xanthos (Turquía), me cobija por decreto de los hados. Juega, rie, caminante, y piensa que tú también morirás.

Amazona erigió el altar en memoria de su esposo Víctor a su costa. Quien lo destroce y excave en el lugar, pagará 500 denarios al tesoro.

Adiós, caminante.”

Estela funeraria de Narciso, Tesalónica, Grecia. Museo Arqueológico de Estambul,
Turquía. Foto de Samuel Lopez

En el proceso de selección y formación se prestaba especial atención a los gladiadores zurdos. Al zurdo se le valoraba mucho más como gladiador, ya que esta cualidad era muy apreciada, al igual que ocurre hoy en el tenis, lucha, esgrima, boxeo. Los gladiadores zurdos llevaban con mucha honra esta característica y se enorgullecían de ella. Cómodo, por ejemplo, era zurdo, y así lo hacía constar hasta la saciedad, y con mucha rimbombancia, en monumentos e inscripciones.

“Él [Cómodo] sujetaba el escudo con la mano derecha y la espada de madera con la izquierda, y ciertamente se enorgullecía mucho del hecho de ser zurdo”. (Dión Casio, Historia romana, LXXIII.19.2)

Detalle del mosaico de gladiadores, Bad Kreuznach, Alemania. Foto Carole Raddato

 Los golpes asestados por los gladiadores debían ser controlados, incluso elegantes, para maximizar la perfección y conservar sus fuerzas para un combate largo. Cicerón compara la economía de movimientos con el entrenamiento en retórica.

“Y así como vemos a los atletas y gladiadores proceder siempre con arte en el huir y en el acometer, juntando la utilidad de la pelea con la gallardía y elegancia; así el orador nunca hace herida grave, ni resiste victoriosamente el ímpetu del centrario, si no atiende al decoro en la resistencia misma.” (Cicerón, El orador, 228)

Detalle de mosaico con gladiador entrenando. Museo de las Ursulinas de Mâcon, Francia

Una instrucción adecuada para lograr la victoria tenía en cuenta que a menudo el peligro no estaba, tanto en las heridas sufridas, sino en que un rival herido de muerte era el más peligroso, puesto que trataba de acabar con su contrario por todos los medios, sabiendo que no tenía nada que perder.

“Incluso entre gladiadores, la peor situación para un luchador victorioso es haber de combatir con un moribundo. El adversario más temible es el que ya no puede vivir, pero puede matar.” (Controversias, Sentencias, IX, 6, 1)

Museo Arqueológico del Teatro Romano, Verona., Italia

Una norma que debían seguir tanto los gladiadores pesados como los ligeros– era que una vez habían hecho sangrar al rival, ya no deberían exponerse más, pues sabían que dejando pasar el tiempo el herido tenía las de perder, ya que con la pérdida de sangre se le iría la fuerza y acabaría desvaneciéndose. Por contra, el que sangraba, se apresuraba a atacar más rápido para intentar lograr la victoria antes de que le abandonasen las fuerzas o para conseguir el perdón en vez de la muerte.

“Cuando entraron los gladiadores, el heraldo hizo destacarse a un joven de buena talla y proclamó públicamente que quien estuviera dispuesto a luchar con él avanzara hasta el centro y recibiría diez mil dracmas como recompensa por el encuentro. Entonces se levantó Sisines, dio un salto a tierra, disponiéndose a luchar, pidió las armas, recibió la recompensa, las diez mil dracmas, me la trajo y la puso en mis manos, y dijo: «Si venzo, Tóxaris, nos iremos con todo lo necesario, pero si caigo, entiérrame y regresa a Escitia».

Mientras yo me lamentaba ante la situación, él recibió sus armas y se revistió con ellas, salvo el casco, que no se lo puso, sino que tomó posición con la cabeza descubierta y así luchaba. Él mismo recibió la primera herida, un golpe bajo en la corva con la espada curva, de modo que la sangre fluía abundante. Yo estaba ya con anterioridad muerto de miedo. Pero él esperó a que su adversario le atacara confiadamente y entonces le hirió en el esternón y lo atravesó, de modo que al punto cayó ante sus pies.” (Luciano, Toxaris, 58-60)

Mosaico de gladiadores, Villa Boghese, Roma

Además de entrenarse en herir y matar, los gladiadores se entrenaban en cómo morir, es decir, cómo someterse de forma adecuada al golpe mortal cuando así lo habían decidido el editor de los juegos y los espectadores.

¿Por qué se irrita tan injustamente el pueblo contra los gladiadores si no mueren en graciosa actitud? Se considera despreciado, y por sus gestos y violencias, de espectador se trueca en enemigo. (Séneca, De la ira, I, 2)

En el ludus se enseñaba al gladiador la forma de atraerse a la gente pues el gladiador que sabía ganarse al público arrastraba más gente que un buen gladiador que simplemente luchaba bien. Para el propio gladiador provocar simpatía entre el público le podía beneficiar a la hora de obtener el perdón si era derrotado y a la hora de negociar su contrato, si era libre.

Estela funeraria de Vitalis, Museo de Mugla, Turquía.
Foto de Dosseman

Culpar de la derrota a la utilización de trucos o engaños por parte del vencedor o de los árbitros era una táctica habitual para evitar la responsabilidad del fracaso.

“Es seguro que yo, que fui aclamado en el anfiteatro, he caído en el olvido, después de matar a mi oponente, quien estaba lleno de amargura irracional. Mi nombre es Stephanos. Cuando fui coronado en la competición por décima vez, caí muerto y aquí yazgo tras un largo tiempo enterrado. Nunca me abandonó la fuerza hasta que alguien conspirando contra mi vida, me mató con un engaño.”

El orgullo de luchador hacía que los luchadores prefiriesen ser emparejados con un oponente de igual fuerza o aptitud, pues consideraban que vencer a alguien inferior era degradante.

“El gladiador tiene por ignominia el salir a la pelea con el que le es inferior, porque sabe que no es gloria vencer al que sin peligro se vence.” (Séneca, De la divina providencia, III)

Combate de gladiadores, Museo de Hierapolis, Turquía. Foto de Samuel López

Intentaban crear en ellos el orgullo de pertenecer a un grupo que se consideraba superior al resto de la sociedad, la cual los adoraba, pero también los despreciaba. Su gran satisfacción era saber que eran admirados por los mismos que los despreciaban. Ese era su poder, el poder del gladiador. El pueblo podía enviarlo a la muerte, pero él, aún muerto, recibía la admiración del pueblo. Había emperadores que, pese a estar al frente de todos los ejércitos, nunca fueron admirados por el pueblo, sin embargo, no hubo un solo gladiador que no fuese admirado, tan solo por el mero hecho de ser gladiador.

“Un día en que se celebraba un espectáculo, el esedario Porio fue calurosamente aplaudido por manumitir a su esclavo después de alzarse con la victoria; a la vista de ello, Calígula se lanzó con tanta precipitación fuera del anfiteatro, que pisó el borde de su toga y cayó de cabeza por los escalones, lleno de indignación y vociferando contra el pueblo dueño del mundo, que, por el motivo más fútil, tributaba más honor a un gladiador que a los emperadores divinizados o a él mismo, allí presente.” (Suetonio, Calígula, 35, 3)

Pintura de Jean-Leon Gerome

El trato que recibían los gladiadores dependía mucho de su origen: los condenados estaban sujetos a una vigilancia más estricta, pues, si escapaban, el estado podía responsabilizar al lanista; los esclavos gozaban de más libertad y, si escapaba alguno, era exclusiva competencia del lanista; los gladiadores voluntarios gozaban casi de total libertad. De hecho, algunos vivían fuera del ludus, en su casa, con su mujer e hijos, e iban al ludus solo a entrenar. Los que no tenían casa propia, se les daba una habitación en el ludus. Los luchadores estaban repartidos en el ludus por el arma que utilizaban, murmillos con murmillos, retiarii con retiarii, etc. También había dependencias separadas para las mujeres y los homosexuales.

“De modo que más pura y mejor que tu hogar es la casa de un entrenador de gladiadores; entre el número de éstos se ordena que se ponga a cien leguas el ceceante de Eupholio. Y todavía más: no se juntan las redes con una túnica de sarasa, ni deja en la misma caseta las hombreras de protección ni el tridente el que acostumbra a pelear desnudo. El último rincón de la escuela recoge a estas almas de cántaro, y en la cárcel, un cepo especial.” (Juvenal, Sátiras, VI, 365 {7-13})

Ilustración de Oleg Gorbachik

Los tunicati eran los gladiadores afeminados (cinaedi) que eran tratados con desprecio tanto por el resto de sus compañeros de profesión como por los sectores tradicionales de la sociedad romana, tanto plebeyos como nobles, pese a que la homosexualidad masculina, desde que Roma entró en contacto con Grecia (sobre todo a partir del siglo II aC), era algo habitual entre los hombres de la alta sociedad romana. Séneca cuenta como los homosexuales buscaban refugio en los ludi, donde podían practicar su “anormalidad” sin ser molestados.

“Diariamente imaginamos nuevos medios para degradar nuestro sexo o disfrazarlo, no pudiendo rechazarlo. Uno se amputa lo que lo hace hombre: el otro busca el asilo deshonrado de los juegos, se vende para morir y se arma para hacerse infame.” (Séneca, Cuestiones Naturales, VII, 31)

El lanista proporcionaba a los afeminados un lugar en el que vivir tranquilos al mismo tiempo que ganaba gladiadores para combatir. Estos luchaban vestidos con túnica por lo que eran llamados tunicati. Parece que luchaban principalmente con las armas del retiarius, en cuyo caso eran llamados retiarii tunicati.

“Graco, en túnica, venció incluso semejante monstruosidad con un tridente, y como un gladiador recorrió huyendo los medios del Coso, él que era de mejor linaje que los Capitolinos y Marcelos y que los descendientes de Cátulo y de Paulo y que los Fabios, y que todos cuantos lo contemplaban en primera fila, aunque metas entre éstos al mismísimo sujeto por cuya munificencia echó él entonces las redes.” (Juvenal, Sátiras, II, 143)

A los lanistae les interesaba mantener a los luchadores principales contentos, pues representaban una importante fuente de ingresos. El resto de gladiadores debía acatar la ley del lanista y cumplir con las normas del ludus. Cualquier violación al reglamento se penaba con castigos físicos e, incluso, con la muerte. Mantener la disciplina en el ludus era muy importante. La tarea y habilidad de los magistri, doctores y lanista estaba en convertir a hombres duros, corpulentos e indeseables en dóciles y disciplinados gladiadores. Su mérito principal era conseguirlo, pues diariamente llegaban hombres rudos y violentos y los convertían en disciplinadas estrellas del espectáculo gladiatorio, que requería del dominio de varias habilidades sociales, como el lenguaje expresivo en público, el protocolo, etc. Todo esto tenía mucho mérito, teniendo en cuenta que los recién llegados no hablaban latín, sino lenguas desconocidas para los magistri y doctores.

Los gladiadores eran la fuente de ingresos del lanista, por lo que este ponía cuidado en que sus gladiadores estuviesen sanos y en condiciones de combatir durante el máximo número de años. Cuantos más años aguantase logrando triunfos en esa carrera más beneficios ganaba el lanista con ellos. Los lanistae contrataban a los mejores médicos del imperio para cuidar de los gladiadores y curar sus heridas y lesiones.

“Al igual que los bisoños levemente heridos gritan sin embargo y sienten más horror de las manos de los médicos que de la espada, y en cambio los veteranos, aun traspasados de lado a lado, permiten pacientemente y sin gemidos que les limpien las heridas como si no se tratara de sus cuerpos.” (Séneca, Consolación a Helvia, 3, 1)

Science Source. Science Photo Library

Los médicos de los gladiadores tuvieron en cuenta los conocimientos aprendidos de los médicos de los atletas griegos, especializándose en las lesiones, afecciones y circunstancias típicas que se daban en los cuerpos y salud de los hombres a los que trataban y convirtiéndose tanto unos como otros en los precursores de la medicina deportiva.

“La planta sideritis (rabo de gato) posee unas virtudes tan notables, que, aplicada a la herida de un gladiador recién infligida, parará el flujo de sangre; un efecto que se produce igualmente con la aplicación de hinojo gigante carbonizado, o de las cenizas de dicha planta.” (Plinio, Historia Natural, XXVI, 83 (135)

La dieta se consideraba un elemento esencial para preservar la salud y lograr el máximo rendimiento deportivo, por lo que una de las tareas principales del médico era confeccionar una dieta que permitiese al gladiador rendir al máximo de sus posibilidades. Debido a las necesidades de fuerza que imponía el combate gladiatorio, la carne era un alimento predominante en la dieta para aumentar la masa muscular y la fuerza.

“Con vistas a su fortaleza se les atiborra con los más sustanciosos alimentos y la mole robusta de aquellos miembros engorda con tajadas de tocino. De este modo, estando bien cebado, será más valioso cuando ocurra su muerte, a la que está condenado.” (Cipriano, A Donato, 7)

Ilustración Eats History

No obstante, la dieta no era siempre lo saludable que debía haber sido, pues, las cantidades de comida que consumían los gladiadores eran enormes debido a sus formidables apetitos, ya que eran hombres grandes que al hacer tanto ejercicio gastaban enormes cantidades de energía, por lo que podían pasar horas comiendo.

“Se fatigan así mismos hasta el límite y luego se atiborran [de comida] hasta el exceso, prolongándose a menudo sus cenas hasta la medianoche. Su sueño también lo guían por reglas análogas a las que rigen su ejercicio y su dieta.” (Galeno, Exhortación al estudio de las artes, especialmente la medicina, IV)

Así, teniendo en cuenta el apetito de sus hombres, para el lanista era una cuestión esencial conseguir comida de un modo barato. Para ello la carne la obtenía principalmente de los animales muertos en las venationes, pues el animal cazado por el venator era en parte dado a él y al ludus en el que entrenaba. Cuando la carne de las venationes no era suficiente el lanista recurriría a comprarla en los mercados o a ganaderos, pero esto le suponía un gasto económico, por lo que generalmente trataría de abastecerse con la carne gratis que lograban sus venatores en la arena (la frecuencia de venationes y la gran cantidad de animales que moría en ellas garantizaba que nunca faltara carne de esta procedencia en el ludus).

Detalle de mosaico de la villa de Nennig, Alemania. Foto Carole Raddato

Junto con la carne, fuente de proteínas, la dieta se complementaba con alimentos ricos en hidratos de carbono, como la cebada. Además de carne y cebada, también consumían legumbres, sobre todo, alubias. La dieta se suplementaba con complementos nutricionales: infusiones de ceniza de madera y de hueso, muy ricas en calcio, que les ayudaba a tener huesos fuertes y a recuperarlos fácilmente en el caso de fracturas.

“Las alubias tienen multiples usos, con ellas se hacen sopas, líquidas en una cazuela y espesas en una olla. También son un ingrediente de otra receta con cebada perlada. Los gladiadores a los que trato usan esta legumbre cada día para mantener el físico de sus cuerpos, no con carne densa y comprimida, como hace el cerdo, sino más esponjosa.” (Galeno, De las facultades de los alimentos, I)

Ilustración Eats History

En el deporte gladiatorio los competidores tendían a ser tan pesados como les era posible, pues el luchador más pesado tenía la ventaja de poseer una mayor fuerza, lo cual sin duda debía influir mucho en el resultado final pues, pese a que se luchaba con armas, evidentemente había momentos de cuerpo a cuerpo que resultaban cruciales (golpes con el escudo, forcejeo con las hojas cruzadas), momentos en los que el más fuerte era el que ganaba.

“Los tales tienen por más valeroso al gladiador que entra a pelear sin saber manejar las armas y al luchador que emplea todo el cuerpo en vencer al contrario; siendo así que a éste sus mismas fuerzas le postran en tierra, y todo el ímpetu del otro queda burlado por su competidor, con sólo hurtar el cuerpo.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, II, 13)

Relieve combate de gladiadores. Museo de Hierapolis, Turquía. Foto Samuel López

Galeno explica las consecuencias nocivas de las actividades que practicaban los atletas, entre los que podían incluirse a los competidores de las diversas modalidades de lucha y los gladiadores. Los rostros y cuerpos se deformaban por efecto de los golpes recibidos. La exigencia del entrenamiento y del espectáculo provocan fallos en su salud y la desfiguración de su aspecto.

“Mientras siguen en activo sus cuerpos se mantienen en este peligroso estado [de hipertrofia]. Cuando se retiran caen todos en un estado aún más peligroso. Muchos mueren poco después, otros viven algo más, pero nunca alcanzando edad anciana … [estando] sus cuerpos debilitados por los choques que han recibido, están predispuestos para la enfermedad a la menor oportunidad. Sus ojos suelen estar hundidos, siendo fácilmente el lugar de aparición de una fluxión. Sus dientes, tan dañados [por los golpes], se les caen. Con músculos y tendones frecuentemente rotos, sus articulaciones son incapaces de resistir el esfuerzo y se dislocan fácilmente. Desde el punto de vista de la salud ninguna condición es más desgraciada … muchos que eran perfectamente proporcionados caen en manos de entrenadores que los desarrollan más allá de toda mesura, sobrecargándolos con carne y sangre, y convirtiéndolos en lo opuesto [de la proporción] … [estos hombres] adquieren un rostro desfigurado, repugnante de mirar. Miembros rotos o dislocados, y tuertos, esta es la clase de belleza resultante. Estos son los frutos que recogen. Tras retirarse, pierden [capacidad de] sensación, sus miembros se dislocan y, como he dicho, se vuelven completamente deformes.” (Galeno, Exhortación al estudio de las artes, especialmente la medicina, IV)

Mosaico de gladiadores, Galleria Borghese, Roma. Foto Sebastiá Giralt

Los gladiadores que presentaban un peor aspecto serían los que apareciesen en espectáculos donde los editores no habían gastado mucho dinero o en los que a los lanistas no les importaba perder ya a algunos gladiadores que daban por amortizados.

“Nos ofrece una fiesta de miserables gladiadores, ya decrépitos, que con un soplo serían derribados. Yo he visto atletas más temibles morir devorados por las fieras a la luz de las antorchas; pero esta parecía una riña de gallos. Uno estaba tan gordo, que no podía moverse; otro, patizambo; un tercero, reemplazante del muerto, estaba medio muerto, pues tenía los nervios cortados. Uno sólo, tracio de nacionalidad, tenía buena presencia, pero parecía que luchaba al dictado. Por fin, se rasguñaron mutuamente para salir del paso, pues eran gladiadores de farsa.” (Petronio, Satiricón, 45)

Algunos gladiadores se presentarían ante el público con un aspecto saludable y bien vestidos, incluso siguiendo las modas del momento en cuanto a ropa y peinado. La belleza y el atractivo físico también podían servir de ayuda a un gladiador, ya que en caso de derrota podía suponer que los asistentes le dieran su favor y le concedieran el perdón.

“Y, ¿qué me dices de los que, en la flor de la edad, con una figura corporal suficientemente hermosa y vestidos con distinción, se arrojan a las fieras sin que nadie les haya condenado?” (Cipriano, A Donato, 7)

Gladiadores después del combate. Pintura de José Moreno Carbonero

Contrariamente a lo que pudiera creerse, el final de un gladiador vencido no era siempre la muerte. Los luchadores, y, sobre todo, los mejores y más aclamados, conseguían grandes beneficios al lanista, quien no deseaba perder ninguno, porque hacerse con nuevos gladiadores era costoso, en cuanto al dinero para comprarlos y mantenerlos y a la preparación que necesitaban.

Durante el entrenamiento se incluirían técnicas para vencer al oponente sin matarlo o herirlo seriamente. Los gladiadores aprenderían normas y códigos de conducta que tenían como objetivo celebrar combates justos entre gladiadores que compartiesen similares características físicas y aptitudes al mismo tiempo que se debía limitar la posibilidad de víctimas intencionadas o accidentales.

Igualmente, por parte de los propios gladiadores podía desarrollarse su propio código de honor en el que valoraban su capacidad para no herir a sus oponentes y alardeaban de ello, esperando a su vez recibir el mismo trato.

En algunos epitafios se conmemora al difunto celebrando sus sentimientos por no desear dañar innecesariamente a otros combatientes.

“No soy el Aias (Ayax) de Locria el que contemplas, ni el hijo de Telamon, sino aquel que se mostró amable en los estadios durante los combates, el que salvó muchas almas, y esperaba que alguien haría lo mismo por él. Ningún oponente me mató, morí y mi querida esposa me enterró en la sagrada llanura de Tasos. Kalligenia (lo erigió) en recuerdo de su marido Aias.”

Estela funeraria de gladiador. Museo de Antalya,
Turquía. Foto de Samuel López

Los gladiadores que no participaban de ese código de honor y de forma intencionada buscaban matar a su oponente en vez de vencerlo sin infligir heridas graves eran considerados peligrosos y debían ser detenidos. En el siguiente epitafio Stephanos, desconsolado, lamenta haber tenido que matar a su contrincante por su irracional agresividad e inaceptable conducta, aunque anteriormente le había salvado la vida. Sin embargo, Stephanos también resultó muerto.

“Celebrado como vencedor en los estadios, encontré la muerte tras matar un oponente lleno de odio irracional. Mi nombre, Stephanos, coronado diez veces, muero y por años permaneceré enterrado, pero nunca perdí mi coraje, antes tuve que matar con mis manos al que defendió mi vida. Polychronis hizo la inscripción en su memoria.”

Estela funeraria de Nikephoros, Museo Arqueológico de Hierápolis, 
Turquía. Foto Samuel López


El lanista podía intentar convencer al gladiador liberado de que volviese a ejercer el oficio como contratado para su familia gladiatoria y así poder seguir ganando más dinero, ya que el convertirse en rudiarius subía su cotización. Algunos decidían volver a entrar por su cuenta, sin depender de un lanista, con lo que no tendría que compartir sus beneficios con nadie.

“Ofreció un combate de gladiadores en memoria de su padre y otro en memoria de su abuelo Druso en diferentes fechas y lugares, el primero en el Foro, el segundo en el anfiteatro, haciendo volver incluso a algunos gladiadores retirados mediante una paga de cien mil sestercios.” (Suetonio, Tiberio, 7)

Detalle del mosaico del frigidarium de las termas de la villa romana de Wadi Lebda,
Leptis Magna, Libia

Bibliografía


Fighting for Identity: the Funerary Commemoration of Italian Gladiators, Valerie Hope
Valuing others in the gladiatorial barracks, Kathleen M. Coleman
Armorum Studium: Gladiatorial Training and the Gladiatorial Ludus, Michael Carter
Gladiators, Combatants at Games, Garrett G. Fagan
Spectacular Tropes: Representations of the Roman Arena, Tiger Maurice Britt
Gladiatorial Combat: The Rules of Engagement, M. J. Carter
Friendship and the grave: the culture of commemoration, Craig A. Williams
The Roman Games, Alison Futrell
A Companion to Sport and Spectacle in Greek and Roman Antiquity, Paul Christesen y Donald G. Kyle, editors
Gladiators: Fighting to the death in Ancient Rome; M.C. Bishop
Munera gladiatoria: origen del deporte espectáculo de masas, Alfonso Mañas Bastidas
Educación y entrenamiento en el ludus, Mauricio Pastor Muñoz y Héctor F. Pastor Andrés
Cónyuges, familiares y compañeros: aproximación a la tipología de los dedicantes en la epigrafía gladiatoria romana, Miguel Martínez Sánchez
Epitafios latinos de gladiadores en el occidente romano, Alberto Ceballos Hornero
Lápidas funerarias de gladiadores de Hispania, Antonio García y Bellido

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario