martes, 20 de agosto de 2024

Familia urbana, esclavos domésticos en la antigua Roma

 

Gran Palacio de Estambul, Turquía

“Balión.— A ti te doy el cargo de la limpieza de la casa; buena tarea te espera: deprisa, adentro. (A otro.) Tú, prepara los divanes, ten limpia la plata y ponla en la mesa. Encargaos de que me lo encuentre todo a punto cuando vuelva del foro, que todo esté barrido, regado, limpio, preparado, fregado, guisado; porque hoy es el día de mi cumpleaños y vosotros todos debéis celebrarlo junto conmigo. (A un esclavo.) Pon en agua el jamón, corteza de tocino, papada y tetilla de cerdo, ¿te enteras? Quiero acoger a lo grande hoy en mi casa a personas de mucho rango, para que tengan la impresión de que nado en la abundancia.” (Plauto, Pseudolus, 133)

La vida doméstica ocupaba un espacio relevante en el estilo de vida de la antigua Roma. Durante los primeros tiempos de Roma cada miembro de la familia tenía asignadas unas tareas, las cuales en las casas más ricas pasarían a ser desempeñadas por sirvientes. Las guerras que Roma emprendió para conquistar nuevos territorios proporcionaron gran cantidad de prisioneros que se convirtieron en esclavos, cuyo trabajo llegó a ser fundamental para el buen funcionamiento de la mayoría de hogares romanos. Fueran cuales fueran sus labores, los esclavos hacían del hogar un lugar más cómodo y eficiente en el que vivir para sus dueños. 

"Entretanto, en su casa, despreocupados, lavan ya la vajilla y avivan el fuego con la boca y resuenan los estrígiles barnizados, preparan las toallas y llenan la jarra de aceite. Esto hacen diligentemente, repartiéndose la tarea los esclavos." (Juvenal, III, 261)

Pintura de Camilo Miola

La familia urbana estaba compuesta por los esclavos que atendían las necesidades particulares y domésticas de los hogares romanos y, que, formaban verdaderas cuadrillas de sirvientes los cuales ejercían labores especificas o cualificadas. En algunos casos, gracias a la proximidad y la convivencia con sus amos, llegaron a gozar de algunos privilegios y ciertas prerrogativas que les permitían obtener prebendas y mantener cierta dignidad o, incluso, autoridad.

“Has visto a tu amigo irritado contra el portero de algún abogado, de algún rico, porque no le han recibido, y tú mismo te irritaste por él contra el esclavo más despreciable. ¿Te irritarías contra un perro encadenado? éste, después de ladrar mucho, se amansa con el bocado que se le arroja: aléjale y ríe. El portero se cree importante porque guarda una puerta asediada por los litigantes; y su amo, que descansa dentro, dichoso y afortunado, considera como muestra de grandeza y poder una puerta bien guardada: no piensa que es más difícil de pasar el dintel de una cárcel.” (Séneca, De la Ira, III, 37)

Pintura de Roberto Bompiani, Galería Nacional Romana

Cuando en un hogar humilde la economía doméstica no era de grandes recursos, una esclava o un esclavo habrían de servir para la realización de los trabajos más cotidianos.

"Demifón — Porque... porque su aspecto no dice con lo que nos hace falta en casa. Nosotros lo que necesitamos es una esclava que sepa tejer, moler, hacer leña, que hile su ración, barra la casa, reciba sus palos, que tenga a diario la comida a punto para toda la familia; esa mujer no podrá hacer nada de todo esto." (Plauto. Mercator, 396)


En ocasiones las personas con ingresos modestos podían tener un esclavo personal que llevara a cabo ciertas labores que permitieran a su dueño utilizar su tiempo en otros menesteres.

Por aquel entonces los príncipes habían dado un edicto ordenando que los hijos de los soldados veteranos fueran enrolados en la milicia- Entonces su padre, que no veía con buenos ojos su santa conducta, lo entregó, cuando tenía quince años, para ser recluido, aherrojado, atado con los juramentos militares. Sólo tenía un servidor que lo acompañaba, y al cual él, a pesar de ser su señor, invirtiendo los papeles le prestaba servicio. A menudo le quitaba su calzado y lo limpiaba, comía con él, y frecuentemente lo servía.” (Sulpicio Severo, Vida de San Martín de Tours, II, 2.5)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

En las casas ricas había gran cantidad de esclavos, comprados no solo por la necesidad de que las tareas más cotidianas del hogar se llevaran a cabo de la forma más diligente posible, sino como signo de prestigio social, ya que la visión de muchos esclavos con buen aspecto y trabajando mostraría a los visitantes de la casa la riqueza de su propietario.

Siervos y libertos formaban parte de la familia doméstica y asumían las diversas faenas de la casa con atribuciones muy específicas. Existía una enorme especialización de tareas y cada esclavo ocupaba un puesto determinado en la jerarquía doméstica, de acuerdo con el nivel de confianza y cercanía que habían conseguido del dueño o patrono.

En tiempos de Plauto (III-II a.C.), el atriense era el esclavo más importante de la casa, que asignaba las tareas a otros esclavos y velaba por el perfecto estado de limpieza, y se encargaba además de ciertos asuntos de su señor.

“Leónidas. — Para hacerle migas esos costados llenos de cicatrices a fuerza de zurriagazos! ¡Quita tú y déjame acabar con éste, que me pone siempre fuera de quicio, ladrón, que no consigo encargarle lo que sea una sola vez, sino que tengo que decírselo y repetírselo cien veces lo mismo, que no puedo ya dar abasto a mi trabajo, demonios, a fuerza de gritar y de ponerme hecho una furia! ¿No te he dicho, bandido, que quitaras la mierda esta de delante de la puerta, no te he dicho que sacudieras las telarañas de las columnas? ¿No te he dicho que sacaras brillo a la clavetería de la puerta? ¡Nada! Voy a tener que ir siempre con un bastón, como si estuviera cojo. Como llevo ya tres días en el foro nada más que ocupándome de encontrar a alguien que quiera dinero a réditos, aquí vosotros entre tanto, ea, a dormir, y el amo vive en una pocilga, no en una casa. ¡Toma, pues! (Le pega.) (Plauto, Asinaria, 424)


En la época de Cicerón (I a.C.), la posición de atriense se había devaluado y se equiparaba a la de cocineros y limpiadores. Hacia la mitad del siglo I d.C., el atriense se ocupaba principalmente del atrio y años después se ocupaba, al igual que el portero, de las faenas domésticas más serviles.

“Cuando César Tiberio se dirigía a Nápoles, llegó a su casa de campo de Miseno, edificada por Lúculo en lo alto de una colina, desde donde se divisa por delante el mar de Sicilia y por detrás el de Tocania. Uno de esos criados del atrio que llevan la ropa arremangada – cuya túnica de lino de Pelusio le bajaba desde los hombros con los flecos colgando -, se puso a regar con una artesilla de madera la tierra reseca. Iba jactándose de sus atentos servicios, pero daba risa verlo. Desde allí, como conocía las veredas del jardín, le adelantó corriendo hasta otro paseo arbolado y asentó el polvo. Reconoce César qué clase de hombre es y comprende rápidamente sus intenciones. Cuando pensaba que había hecho un buen negocio. “Eh”, le dice su señor. Naturalmente, el esclavo acude rápido saltando de alegría con la seguridad de obtener alguna dádiva. Entonces, la majestad de tan gran emperador se burló así del esclavo. “No has hecho gran cosa y tu trabajo no conduce a nada. Mucho más caras vendo yo las bofetadas.” (Fedro, Fábulas, II, 5)

Basílica de Delfos, Grecia. Foto Helen Miles Mosaics

Cualquier hogar por modesto que fuese podía alardear de tener un portero, ostiarius o ianitor, el cual desempeñaba su puesto desde la cella ostiaria o cuarto del portero, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta, lo que puede indicar la falta de confianza de los dueños en el esclavo que ocupaba tal puesto.

“Portero amarrado, ¡oh indignidad! A la dura cadena, haz girar sobre sus goznes esa puerta tan difícil de abrir. Te pido poca cosa, entreabrirla solamente. Y por su media abertura penetraré de lado… Como lo deseas, las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo del postigo, córrelo presto; así quedes por siempre libre de tu dura cadena, y en adelante no bebas jamás el agua de los esclavos… ¿Me engaño, o sus hojas resuenan al girar los goznes, y su ronco son me da la señal apetecida?” (Ovidio, Amores, VI)

Posteriormente, ya sin cadenas, cumplía la función de anunciar a los visitantes. Se le representa a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, serían mejor recibidos.

“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero? Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)

Pintura de Stefan Bakalowicz

En las casas donde había un gran número de esclavos el señor podía permitirse el lujo de tener a su servicio un cubicularius, siervo de confianza, al que se le permitía el acceso a la alcoba para realizar sus labores y que se convertía en depositario de todas las intimidades de su dueño. Entre sus tareas destaca ayudar a vestir y desvestir a su señor, preparar su lecho, disponer sus elementos de aseo, despertarle a la hora requerida y velar su sueño sin hacer ruido, por lo que es más que probable que tal esclavo durmiese junto a la puerta de acceso al dormitorio del amo, y, quizás en algún caso, dentro del propio cubiculum.

"Hay alguna evidencia de que el cubicularius dormía en el mismo cubiculum que el señor, por lo que era responsable de lo que ocurriera a su amo durante la noche. El oficial, Trebius Germanus, ordenó que se infligiera un castigo a un esclavo que no había llegado a la pubertad, porque el chico casi había alcanzado tal edad; y no le faltaba razón, porque además estaba durmiendo a los pies de su dueño cuando mataron a este, y no dijo que había sido asesinado después." (Digesto, XXIX, 5, 6, 14)

Según el poeta galo Ausonio, era perfectamente natural despertar al esclavo que le ayudaba en el aseo matinal, justamente antes de ofrecer sus oraciones matinales; y que le tendía las ropas de calle a su señor. 

“Muchacho, ea, levántate y dame
los zapatos y la ropa de lino.
Dame cualquier manto que hayas
preparado para que salga.
Dame, que lave con el rocío de la fuente
las manos, la cara y los ojos.
Procura que esté abierta la capilla
sin adorno ninguno por fuera:
palabras piadosas, deseos sanos
lo son la riqueza de la religión.”
(Ausonio, Ephemeris 2)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

La doncella (ancilla) es una sirvienta mostrada por los poetas frecuentemente como cómplice, mediadora y hasta instigadora, ejerciendo un rol de celestina que no debe encubrir lo fundamental de sus labores de asistente.

“Pero antes de conquistar a una joven, procura conocer a su criada: ella te facilitará el acercamiento. Has de ver en qué medida es partícipe de los planes de su señora, y que no vaya a ser una cómplice poco fiel de tus secretos devaneos. Sobórnala con promesas, sobórnala con súplicas: lo que pretendes, lo obtendrás muy fácilmente, si ella quiere.”
(Ovidio, Arte de amar, I, 353)

Relieve de Virunum, Carinthia. 
Landesmuseum für Kaernten, Klagenfurt, Austria

El custos era el guardián que custodiaba las estancias privadas de los miembros de la familia. Tenía un papel especialmente preponderante con respecto a la vigilancia de la señora de la casa, durmiendo ante la puerta de su dormitorio y a la que acompañaba cuando esta salía a la calle para prestarle protección personal y para asegurarse de que su moralidad no se pusiera en entredicho. Es por ello que en muchos casos esa función la desempeñaba un eunuco, que debido a su condición podía encargarse de realizar labores más íntimas para su ama, sin levantar suspicacias entre los otros miembros de la familia.

“De aquí le vino la gloria a Eutropio. Y siendo la única virtud en todos los eunucos conservar castos los lechos conyugales, solo él se hizo grande mediante el adulterio. Y sin embargo no cesaron los azotes para su espalda, cuantas veces se había enardecido la pasión decepcionada de su irritado dueño; y éste lo entregó como dote para su yerno y como doncella para su hija mientras el eunuco le suplicaba en vano y le recordaba sus trabajos por tantos años ya. Y el futuro cónsul y gobernador del Este peinaba la cabellera de su señora y, desnudo, le llevaba con frecuencia en un recipiente de plata el agua a su dueña mientras se bañaba. Y cuando ésta se había tendido agotada por el ardiente calor, el patricio la abanica con rosadas plumas de pavo real.” (Claudio, Claudiano, Contra Eutropio I, 100-109)

La obligación del custos era mostrar total fidelidad a su ama lo que no evitaba que pudiera ser susceptible de ser sobornado por los pretendientes de ésta para tener la oportunidad de acercarse a ella.

“Tú que tienes el encargo de vigilar a tu señora, Bagoa, descansa un momento, mientras trato contigo unos pocos asuntos, pero que hacen al caso. Ayer vi a la joven paseándose por el pórtico aquel que está adornado con el batallón de las hijas de Dánao ". Como me gustó, enseguida se lo hice saber y solicité por escrito sus favores; pero ella, en respuesta, escribió con mano temblorosa: «no es posible), y al preguntarle por qué no era posible, me volvió a decir que el motivo era que tu vigilancia sobre ella, tu dueña, es demasiado severa.

Si eres razonable, oh guardián (custos), atiéndeme, no hagas méritos para ganarte odios: todos desean la muerte de aquel a quien temen.” (Ovidio, Amores, II, 2)


Pintura de la Villa de Agripa, Museo Palazzo Massimo, Roma

Los romanos adoptaron la costumbre griega del esclavo acompañante del niño a la escuela, al que denominaban con su nombre griego de paedagogus. Su labor consistía en vigilar su conducta moral y su modo de vestir tanto en casa como en la ciudad; asimismo, le reprendía si se comportaba de forma inadecuada, le acompañaba en sus salidas, y asistía con él a las lecciones. Por su origen, generalmente griego, podría introducir a su discípulo en el estudio del idioma. Este esclavo al igual que la nodriza podía permanecer junto al niño hasta su edad adulta, recibiendo el cariño de su pupilo o quizás siendo una molestia para él si se entrometía demasiado en su vida.

“Fuiste, Caridemo, el mecedor de mi cuna y el guardián y compañero asiduo de mi infancia. Ya se ennegrecen los paños del barbero con la barba que me corta y mi chica se queja porque se pincha con mis labios. Pero para ti no he crecido: te tiene horror mi cortijero, ante ti tiembla mi intendente, ante ti mi propia casa. Tú no me permites ni jugar ni enamorarme; quieres que a mí no se me consienta nada y quieres que, a ti, todo. Me reprendes, me vigilas, me das las quejas, lanzas suspiros y a duras penas se domina tu cólera para no echar mano a la férula. Si me visto de púrpura o me perfumo los cabellos, exclamas: “¡Nunca habría hecho eso tu padre!”. Y me llevas cuenta, con el ceño fruncido, de las copas que bebo, como si la jarra ésa fuera de tu bodega. Déjame; no puedo aguantar de liberto a Catón. Que ya soy yo todo un hombre, dígalo mi amiga.” (Marcial, Epigramas, XI, 39)


El pedisequus o la pedisecua eran esclavos que acompañaban a sus señores cuando salían a la calle, llevaban sus objetos personales, e, incluso, portaban una antorcha para volver a casa de noche. Su posición dentro de la casa no era la mejor considerada y, a veces, el trabajo lo desempeñaba un niño o niña.

 “Esa persona había visto a menudo a Alipio en casa de un senador al que acudía con regularidad a saludar y tan pronto lo reconoció, agarrándolo de la mano lo apartó de la muchedumbre y, tras preguntarle el motivo de tan grave mal, oyó lo que había sucedido. Y a todo el grupo circundante de exaltados que vociferaban amenazantes les ordenó que fuesen con él. Y llegaron a casa del muchacho que había cometido el hecho.

A todo esto, un chiquillo estaba delante de la puerta y era tan pequeño que, sin temer de ahí nada para su dueño, podría fácilmente desvelar todo: de hecho, estuvo junto a aquél en el foro, como criado (pedisequus). A éste, después de reconocerlo, Alipio lo delató al arquitecto; el cual, a su vez, mostró el hacha al chiquillo preguntándole de quién era; éste enseguida dijo: «nuestra». Después, tras ser interrogado, desveló el resto.” (Agustín de Hipona, Confesiones, VI, 9, 14)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

Las doncellas encargadas de ayudar a sus amas a embellecerse, las cosmetae, sabían cómo emplear los diversos productos necesarios para proporcionar el resultado perfecto que agradase a sus señoras.

“Del mismo modo, actúa una señora, capaz de infundir temor o temblor, al preparar un ungüento refinado, precioso y de alto precio. Debiendo servirse para eso de muchas manos, despierta a sus siervas y las hace venir hacia sí; a una, manda separar con la criba, los aromas aún no preparados para el uso; a otra, hace examinar exactamente con la balanza y establecer si hay algo necesario de menos o de más, para que nada rompa las proporciones del conjunto; a otra, ordena cocinar a fuego lo que necesita; a otra, ordena quitar lo que no puede estar; a otra, hace poner y mezclar los diversos ingredientes; a otra, le dice estar vigilante con el vaso de alabastro; a una, hace sostener con la mano un vaso, a otra, otro. A todas impone así, concentrar la atención y poner la mente y las manos en aquel trabajo; con su empeño, impide que algo vaya mal; vigila todo, no concediendo ni aún a los ojos de ellas que giren por doquier o se distraigan.” (Juan Crisostomo. A Estelequio)

Museo Nacional de Cartago, Túnez

Las damas elegantes ocupaban gran parte de su tiempo en que su cabello estuviese perfectamente cuidado y peinado, para lo que empleaban hábiles criadas (ornatrices), cuya destreza también lograba que los cabellos superpuestos se distinguieran o no de los naturales.

“Cipasis, tú, que tan bien sabes disponer los cabellos de mil maneras, pero digna de peinar únicamente a las diosas; tú, de quien he sabido por el placer del furtivo encuentro que no eres tosca, idónea desde luego para tu dueña, pero mucho más idónea para mí, ¿quién ha sido el elator de nuestras uniones?” (Ovidio, Amores, II, 8)

Pintura de Juan Giménez Martín, Congreso Nacional de los diputados, Madrid

A veces, se convertían en víctimas del enfado de las señoras cuando no estaban de acuerdo con el trabajo realizado. Epigramas y sátiras están llenos de gritos de matronas enfadadas y lamentos de sufridas esclavas:

“Si la señora tiene una cita y desea estar más hermosa de lo habitual, y tiene prisa por encontrarse con alguien que la espera en los jardines, o más probablemente cerca de la capilla de la sensual Isis, la pobre Psecas, con los cabellos desarreglados, desnuda, con la espalda y pecho sin cubrir, le compone el peinado. ¿Por qué sobresale este rizo?, pregunta y entonces una correa de piel de toro castiga el crimen del rizo mal puesto.” (Juvenal, Sátiras, VI)

Relieve romano, Museo de Trier, Alemania. Foto de Samuel López

Los romanos que podían permitirse el lujo de tener uno o más tonsores (barberos y peluqueros) a su servicio delegaban en ellos esta función y, si llegaba el caso, se ponían en sus manos varias veces al día.

 De la época imperial tenemos el testimonio de Suetonio sobre Augusto: 

“...ningún cuidado se tomaba por el cabello, que hacía le cortasen apresuradamente varios barberos a la vez; en cuanto a la barba, unas veces se la hacía cortar muy poco, otras mucho, y mientras lo hacían leía o escribía.” (Augusto, LXXIX)


En los tiempos más antiguos la matrona romana dirigía el trabajo de las esclavas hilanderas y tejedoras que realizaban las prendas de lana para la familia en cada casa. Más adelante, en las casas ricas, probablemente, se compraría el lino y la lana para que las costureras (vestificae) o sastres (sarcinatores) confeccionasen la ropa de los moradores de la domus.


“Toma parte de las deliberaciones una vieja esclava promovida al cargo de la lana y ya jubilada de la aguja.” (Juvenal, Sátiras, VI, 495)

Mosaico de Tabarka, Túnez

En las casas ricas donde había interés por la cultura había esclavos especializados en lectura que se llamaban anagnostae y los expertos en escritura eran los librarii. Estos se ocupaban de escribir al dictado, copiar documentos y cuidar de la biblioteca del señor.

Ático, hombre muy culto y de gran riqueza, fue editor y amigo de Cicerón, y tenía en su casa esclavos que copiaban las obras del célebre orador.

“Si se consideran sus servicios, contó con una servidumbre excelente; pero si es por la apariencia, se diría que era prácticamente normal. La integraban jovencitos muy instruidos, extraordinarios lectores y en su mayoría copistas, de suerte que no había ni siquiera un lacayo que no fuera capaz de realizar de manera aceptable alguna de estas dos tareas. De los que exige la organización doméstica, los demás eran también especialistas, y de los buenos. Sin embargo, entre ellos no tuvo ninguno que no hubiese nacido y se hubiese formado en su casa." (Cornelio Nepote, Vida de Ático, XIII, 3)


El notarius parece haber sido un esclavo con la función de secretario, especializado en apuntar todo lo que su señor le dictaba lo más rápido posible y ponerlo luego en limpio.

“En los viajes, como si estuviese libre de preocupaciones, dedicaba su tiempo a esta única actividad: a su lado llevaba un secretario (notarius) con un libro y unas tablillas, cuyas manos estaban protegidas por largas mangas para que ni siquiera la crudeza del invierno pudiese robarle un minuto de su tiempo.”
(Plinio, Epístolas, III, 5, 15)

Relieve de la Iglesia de Saint Rupert, Dielach, Carintia, Austria.
Foto de Johan Jartiz

Los esclavos que tenían la capacidad de leer y escribir estaban más cotizados en los mercados donde se resaltaban las habilidades que poseían y su utilidad para los compradores.

Séneca critica a un personaje que utilizaba a sus esclavos para que se aprendiesen las obras literarias más famosas y que luego se las dijesen a él para que así pudiese alardear ante sus invitados de su fingido conocimiento.

“Calvisio Sabino, en nuestra época, fue un hombre rico; poseía tanto el patrimonio de un liberto como su carácter: jamás he visto opulencia más indecorosa. Era tan mala su memoria que se le olvidaba ora el nombre de Ulises, ora el de Aquiles, ora el de Príamo, héroes que conocía con la misma perfección con que nosotros reconocemos a nuestros pedagogos. Ningún nomenclator decrépito, que en lugar de repetir los nombres se los inventa, designaba con tantos errores las tribus como aquel lo hacía con los troyanos y aqueos; no obstante, quería pasar por erudito.
Así, pues, discurrió este procedimiento expeditivo: con gran desembolso compró esclavos; uno que supiese de memoria a Homero, otro a Hesíodo, además asignó otro a cada uno de los nueve líricos. Que los hubiera comprado con gran dispendio no debe extrañarte: no los había encontrado preparados, los ajustó para que los preparasen. Una vez adiestrada esta servidumbre, comenzó a incordiar a sus invitados. Tenía a sus pies a estos esclavos, a los que pedía sin cesar le sugiriesen versos para repetirlos, pero a menudo se perdía en medio de una frase.”
(Séneca, Epístolas, 27, 5-6)

Ilustración de Otho Knille

La expansión de Roma trajo el gusto por nuevos sabores y alimentos que necesitaban de un profesional que supiese acertar en la elección, la condimentación y presentación de los platos, por lo que un esclavo experto cocinero (coquus) se convirtió en un bien codiciado y un lujo.

“Los banquetes, además, empezaron a planearse con más cuidado y mayor gasto. En aquel tiempo el cocinero, que para los antiguos romanos era el más vil de los esclavos, tanto por su valor como por la forma de tratarlo, empezó a ser valorado, y el que había sido solo un servicio necesario (ministerium) empezó a ser un artista.” (Tito Livio, Historia de Roma, 39, 6.7)

Los romanos importaron cocineros de sus tierras conquistadas y los incorporaron a su servicio como esclavos para que cocinaran en sus banquetes y enseñaran a otros esclavos sus artes culinarias. Principalmente llegaron de Grecia, Sicilia y Asia Menor.

“Los partos, también, han enseñado su moda a nuestros cocineros; e, incluso, después de todo, a pesar de su refinamiento en el lujo, ningún artículo puede satisfacer igualmente en cada parte, porque por un lado es el muslo, y por otro la pechuga solo, lo que se estima." (Plinio, Historia Natural, X, 71)


Pintura romana. Getty Museum, Los Ángeles, EE.UU.

Cuando el cocinero formaba parte del servicio, el señor le exigía que la comida estuviese a su gusto:


“Sosias, tengo que comer. El cálido sol ya ha pasado de la hora cuarta, y en el reloj la sombra se acerca a la quinta. Prueba y asegúrate – porque a menudo te engañan- que los platos sazonados estén bien condimentados y sean sabrosos. Remueve tus ollas humeantes; rápido, mete tus dedos en la salsa caliente y humedece tu lengua con ellos… ” (Ausonius, Ephemeris, VI)


Los obsonatores eran los encargados de hacer las compras, mantener bien provista la despensa y conocer el gusto particular de los señores a los que servían, para saber que alimentos presentarles según su ánimo.

“Piensa también en el pobre comprador de comida (obsonator), que observa los gustos de su amo con delicada habilidad, que sabe qué sabores despertarán su apetito, qué presentación agradará su vista, qué nuevas combinaciones incitarán a su estómago, qué comida le fastidiará por la saciedad, y qué les removerá el hambre en ese día en particular.” (Séneca, Epístolas, 47)

Mosaico de Conimbriga, Portugal

El praegustator era un esclavo que realizaba una tarea de alto riesgo ya que se encargaba de probar la comida de sus señores antes que ellos en previsión de que pudiera estar envenenada. Uno de ellos, Haloto, praegustator de Claudio, se libró de la muerte, a pesar de que el propio emperador murió posiblemente al comer unas setas envenenadas, e, incluso, no fue castigado posteriormente.

“Agripina, resuelta al crimen desde hacía tiempo, solícita para aprovechar la ocasión que se le había presentado y sin necesitar intermediarios, reflexionó mucho sobre la elección del tipo de veneno, temiendo que uno de efectos rápidos e inmediatos pusiera al descubierto su crimen, y que, si elegía uno lento y de efectos retardados, Claudio, al llegar a sus últimos momentos y comprender el engaño, retornara al amor de su hijo. Quería algo rebuscado, algo que perturbara la mente y aplazara la muerte. Entonces elige a una experta en tales artes llamada Locusta, condenada hacía poco por envenenamiento y mantenida desde tiempo atrás entre los instrumentos de su poder. Con el saber de esta mujer se preparó el veneno y se encargó de servirlo a Haloto, uno de los eunucos, que era quien solía llevarle las comidas a la mesa y probarlas.” (Tácito, Anales, XII, 66-67)


El esclavo llamado vocator se ocupaba de preparar las invitaciones y entregarlas a los invitados, además de asignar los puestos en el lecho del banquete. El nomenclator decía los nombres de los comensales según iban llegando, y anunciaba los platos que se traían a la mesa, aunque también debía recordar al amo los nombres de las personas que se presentaban al acto matutino de la salutatio y los de las personas que iban encontrando en sus salidas a la calle.

Un tricliniarcha, experto en ceremonial, estaba encargado de organizar los preparativos para el banquete y vigilar que todo transcurriese sin contratiempos.

Los amos romanos preferían escoger a los esclavos por su origen de acuerdo a la actividad a la que iban a destinarlos. Por ejemplo, para el servicio doméstico y, especialmente, para servir en los banquetes, escanciando el vino y repartiendo la comida, prefirieron los que procedían de lugares lejanos y poseían rasgos exóticos y buena presencia. Así, por ejemplo, los esclavos procedentes de Egipto y Etiopía aparecen en la literatura sirviendo a los comensales en las funciones que requerían mayor proximidad.

“Unos esclavos de Alejandría nos echaron agua de nieve para lavarnos las manos; les siguieron otros por el lado de los pies y nos quitaron los padrastros con destreza sin igual. Y ni aun en tan desagradable menester se quedaban callados, sino que realizaban su tarea canturreando.” (Petronio, Satiricón, 31)

Mosaico de Dougga, Túnez. Foto de Dennis Jarvis

La exhibición de estos esclavos originarios de lugares remotos con rasgos considerados exóticos servía para demostrar el lujo en el que se desenvolvía el propietario y reflejaba su deseo de emular en pequeña escala lo que la república primero y el imperio después habían conseguido, la conquista de territorios lejanos, cuyos habitantes eran muy diferentes a los romanos.

“Inmediatamente después entraron dos etíopes, de larga cabellera, con unos pequeños odres, como los que sirven para regar la arena del anfiteatro: nos echaron vino en las manos, pues allí nadie ofrecía agua.” (Petronio, Satiricón, 33)

Foto Lindsay Hebberd/CORBIS

Para hacer ostentación de lujo y riqueza ante sus invitados estos señores vestían a los esclavos elegidos por su apariencia con ropas lujosas e incluso los adornaban con joyas y los ponían a servir las mesas y echar el vino en las copas de los comensales para que se lucieran con vistosidad.

“Al día siguiente, Aquémenes vino a buscarle siguiendo instrucciones de Ársace para que fuera a servir su mesa. Se puso Teágenes un lujoso vestido persa que ésta le había enviado y se adornó, entre el gusto y la repugnancia a la vez, con brazaletes y gargantillas de oro incrustados de pedrería. Aquémenes intentó mostrarle y enseñarle cómo había que escanciar, pero Teágenes se dirigió a una trébede donde estaban puestas las copas y cogiendo una de las más valiosas dijo:

— No me hacen ninguna falta maestros; sin que nadie me enseñe voy a servir la copa a la señora, y no me daré ninguna importancia por hacer una operación tan fácil. A ti, buen amigo, es la fortuna lo que te ha obligado a aprender esto, pero a mí, son mi naturaleza y mi instinto los que me indican lo oportuno en lo que tengo que hacer.” (Heliodoro, Las Etiópicas, VII, 27, 1-2)

Pintura de una casa del Celio, Roma

Los siervos del banquete eran los ministri, que, como ya se ha visto, eran escogidos por su buen aspecto, y según la función asignada solía tener un nombre diferente. El encargado de las bebidas en general era servus o minister a potione, el que estaba a cargo de la jarra de vino servus o minister a lagoena, el que servía las copas servus o minister a cyatho, aunque los nombres podían variar. A estos esclavos se les daban nombres de orígenes griegos u orientales para incrementar su exotismo.

“Cuando, retirado todo esto, un esclavo bien remangado hubo limpiado la mesa de arce con una bayeta de púrpura, y otro retiró los desechos que había en el suelo y lo que pudiera molestar a los comensales, al modo de una doncella ática que porta los objetos del culto de Ceres, se presentan el moreno Hidaspes trayendo vinos cécubos y Alcón uno de Quíos que no conocía el agua de mar.” (Horacio, Epístolas, II, 8, 10)

Mosaico Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Foto Samuel López

Los esclavos que, a pesar de hacer servicio en el triclinio, estaban encargados de oficios secundarios y más groseros, se cubrían con toscos vestidos, y llevaban los cabellos afeitados. Entre éstos se cuentan los scoparii (sustituidos más tarde por los analectae), que habían de recoger y llevarse los restos tirados por los comensales debajo de la mesa.

“Cuando estamos recostados para la cena, uno limpia los esputos, otro agazapado bajo el lecho recoge las sobras de los comensales ya embriagados.” (Seneca, Epístolas, 47)


Cada uno de los comensales llevaba consigo un esclavo de confianza (puer ad pedes), posiblemente un niño o un jovencito, el cual asistía al banquete, permaneciendo de pie, vigilando las sandalias que su amo se quitaba antes de tenderse en el lecho y a la espera de sus órdenes o de prestarle cualquier servicio por desagradable que fuese como ayudarle si comía o bebía en exceso.

“Cota se queja de haber perdido dos veces las sandalias, por llevar a un esclavito “de pies” descuidado, el único que en su pobreza le asiste y le hace de acompañamiento. Ha tenido una idea, hombre sagaz y astuto, para que sea imposible causarle más veces semejante perjuicio: ha empezado a ir descalzo a las cenas.” (Marcial, Epigramas, XII, 87)

Fresco romano. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

Otros esclavos se ocupaban de funciones diversas que no necesitaban de una buena presencia, ni disfrutaban de una cercanía al amo tan directa. Por ejemplo, los anteambulones precedían al dominus en sus salidas al exterior y se encargaban de abrirle paso entre la multitud, bien pidiendo paso de viva voz, o haciendo uso de manos y codos.

“Añadiré una anécdota sobre el mismo Macedón que muy oportunamente me viene a la mente. Cuando se encontraba en un baño público de Roma, le sucedió un hecho notable e incluso, como el desenlace ha mostrado, de mal augurio. Un caballero romano, como un esclavo de Macedón le hubiese tocado ligeramente con la mano, para que le cediese el paso, se dio la vuelta y golpeo con la palma de la mano no al esclavo, que lo había tocado, sino al propio Macedón con tal violencia que estuvo a punto de derribarlo.” (Plinio, Epístolas, 14, 6)

Si el señor no iba a pie, era llevado en una litera o silla de manos, y los porteadores (lecticarii) eran hombres fuertes, esclavos procedentes generalmente de Asia menor, igualados en estatura, que lucían ropas llamativas. Si cada miembro de la familia tenía una litera, el presupuesto en este tipo de esclavos aumentaría considerablemente.

Pintura de Ettore Forti

Entre la familia urbana también se deben contar los que ofrecían diversión y entretenimiento al señor y sus invitados, especialmente durante y después de los banquetes. Había músicos, lectores, bailarines, mimos y bufones, entre los que podía haber personas con deformidades físicas.

“Humilde es mi pobre cena —¿quién puede negarlo?—, pero no fingirás nada ni oirás nada fingido y te recostarás plácidamente sin hacer el paripé. Y el dueño de la casa no leerá un grueso volumen, ni las mozas de la licenciosa Cádiz harán vibrar en un prurito sin fin sus lascivas caderas con un temblor estudiado, sino que, algo que no es ni pesado ni sin gracia, sonará la flauta del joven Condilo.” (Marcial, Epigramas, V, 78)

Mosaico del Aventino, Museos Vaticanos

Los romanos acomodados iban a las termas acompañados por sus esclavos que, o bien vigilaban la ropa en el apodyterium o vestuario, o llevaban la lámpara de aceite, los ungüentos y las toallas, o bien se encargaban de ayudar a sus señores a salir de las piletas, también de abrirles paso hasta el labrum que estaba muy concurrido, o efectuar las frotaciones con el aceite y retirarlo con el estrígil.

Los unctores (unctrices) aplicaban aceite al cuerpo y practicaban fricciones y los tractatores (tractatrices) realizaban masajes sin fin terapéutico.

“Una masajista le recorre el cuerpo de pies a cabeza con su hábil técnica y le pasa su sabia mano por todos sus miembros.” (Marcial, Epigramas, III, 81)

Mosaico de los baños, Villa del Casale, Piazza Amerina, Sicilia

En caso de necesitar un masaje reparatorio que aliviara las molestias musculares y proporcionara bienestar general se recurría al aliptes, especialista que se encontraría mayoritariamente en gimnasios y termas.

“De noche se encamina a los Baños, de noche ordena movilizar los frascos de ungüento y su logística; disfruta sudando en medio de un cisco de órdago. Cuando se le caen los brazos agotados por las macizas pesas, el hábil masajista (aliptes) presiona con sus dedos en el pubis y obliga a la parte alta del muslo de la señora a dar un quejido.” (Juvenal, Sátiras, VI, 420)



Un esclavo con cierta especialización en la antigua Roma sería el topiarius, jardinero encargado de cuidar los jardines de las casas y villas. Entre sus funciones principales estarían podar y recortar árboles y arbustos con el fin de darles una forma determinada, bien con motivos geométricos o figurativos.

“Delante del pórtico hay un paseo adornado con arbustos de boj recortados con figuras muy diversas; desde él desciende en pendiente un bancal, sobre el que los bojes dibujan figuras de animales salvajes enfrentados por parejas; la parte llana está cubierta de acantos tan delicados que, me atrevería a decir, parece una superficie líquida. Todo alrededor hay una estrecha senda cerrada por unos espesos arbustos podados de forma caprichosa. Allí comienza un paseo para las literas a la manera de un circo, que rodea un boj de mil formas y pequeños arbustos a los que la poda no deja crecer.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

Pintura de Alma-Tadema

Los dispensatores privados, al igual que lo que ocurre con los que pertenecían a la administración imperial y a las ciudades, se encargaban de la gestión de los asuntos financieros de sus domini a través de la administración de una caja de caudales con la que llevar a cabo los pagos y los cobros. La aparición de un cargo como este en un contexto familiar nos indica la existencia de un patrimonio de suficiente envergadura como para necesitar un esclavo especializado que se encargue de su gestión.

Las tareas de estos individuos podían abarcar desde la administración de la economía doméstica hasta la gestión de inversiones, operaciones especulativas, compraventas y explotación de toda clase de negocios. Los dispensatores privados eran esclavos en una inmensa mayoría debido a que representaban la voluntad de sus amos en las actividades económicas y financieras y solo tenían responsabilidad ante ellos.


“Ahora, al echar adelante, todos a una, el pie derecho, un esclavo desnudo se arrojó a nuestras plantas y se puso a suplicarnos que lo libráramos del castigo: al parecer no era grave la falta que lo ponía en peligro; se había dejado robar en los baños la ropa del tesorero, lo que suponía apenas unos diez sestercios. Echamos, pues, atrás nuestro pie derecho, y presentándonos al tesorero, que estaba entonces contando las piezas de oro, le rogamos que perdonara al esclavo.” (Petronio, Satiricón, 30)

Estela funeraria de Viminacium, Serbia

El puesto de dispensator era el oficio servil que ofrecía las mayores posibilidades de promoción social y económica. Era el esclavo más valioso y reconocido en la familia servil, pues de su experiencia y preparación dependía la buena marcha económica de la casa, y para ostentar tal posición debía reunir cualidades tan importantes como la fidelidad al propietario, la intuición y prudencia necesarias para los negocios, una cierta laboriosidad o buena disposición para el trabajo y una cierta cualificación. La preparación del dispensator, en cuanto que era un oficio especializado, requería unos conocimientos generales, como saber escribir y las reglas aritméticas, y unos conocimientos prácticos relacionados con la gestión patrimonial que se podían obtener tras varios años de aprendizaje junto a un dispensator “maduro” de la familia. De esta forma, se posibilitaría la ocupación de ese puesto por un trabajador cualificado tras la muerte o manumisión del anterior dispensator sin tener que acudir al mercado donde un esclavo con conocimientos de este tipo estaba muy cotizado.

Detalle del sarcófago de Valerius Petronianus, Museo Arqueológico de Milán.
Foto de Giovanni Dall´Orto

Como ejemplo representativo del dispensator que ha sido manumitido y que ha aprovechado sus conocimientos en finanzas y gestión patrimonial para enriquecerse tenemos el personaje satírico Trimalción, el rico liberto que da una fastuosa cena en la que hace ostentación de su riqueza y de su falta de refinamiento, muy propio de un “nuevo rico” que anteriormente fue siervo. Así, en la descripción de la pintura situada a la entrada de la casa de este personaje se recoge su idealizada vida servil, quien  fue adquirido en un mercado de esclavos y tras estudiar contabilidad desempeñó el oficio de dispensator.

“Yo, cuando recobré la serenidad, no acababa de observar la superficie total de aquella pared. Había un mercado de esclavos con sus rótulos al cuello, y el propio Trimalción, con largas melenas de esclavo y un caduceo en la mano, entraba en Roma bajo la dirección de Minerva. Luego, se veía cómo había estudiado contabilidad, cómo había llegado a administrador: un hábil pintor había representado exactamente toda su vida con las respectivas leyendas.” (Petronio, Satiricón, 29)

Mosaico, Museo Arqueológico de Trier, Alemania. Foto Samuel López

Que todos los dispensatores engañaban a sus amos  era algo que se aceptaba por quienes necesitaban de sus servicios. Esta actitud de resignación ante este vicio se consideraba consustancial al oficio en cuestión. El emperador Tiberio exigía que todos los dispensatores le rindiesen cuentas personalmente, pues no estaba dispuesto a asumir la tolerancia que ante esta situación mostró Augusto. 

“Enriqueció a los muchos senadores que habían caído en la pobreza y que por esa razón ya no querían ser miembros del Senado. Pero no lo hizo sin criterio, sino que borró del álbum senatorial a algunos por su vida desenfrenada y, a otros, por su pobreza, cuando no pudieron ofrecer ninguna explicación razonable para su situación. Todo cuanto les donaba se contaba puntualmente ante su atenta mirada. Y porque bajo Augusto los pagadores se apropiaban de grandes cantidades de aquellos fondos, él vigiló con celo extremo que no sucediera lo mismo bajo su gobierno.” (Dión Casio, LVII, 10, 3)


Un dispensator con experiencia de años era difícilmente sustituible y era habitual que envejeciera en su puesto sin haber desempeñado más labores que las propias de esa profesión. La naturaleza del empleo exigía una total sumisión y fidelidad hacia el dominus, lo que era más presumible encontrar entre quienes aspiraban a dejar de ser esclavos, que entre los que ya habían dejado de serlo. Era costumbre que llegado a la vejez tras una dispensatio ejercida razonablemente durante años, el amo premiase al esclavo otorgándole la manumisión, bien mientras él todavía vivía, bien a su muerte por vía testamentaria.

“Un testador habiendo constituido a su hijo como heredero de todas sus posesiones, le dirige las siguientes palabras: Permite que Diciembre, mi contable, Severo, mi administrador, y su esposa Victorina, sean libres en ocho años, y deseo que permanezcan al servicio de mi hijo durante ese tiempo. Además, te encargo, mi querido hijo Severo, que trates a Diciembre y Severo, a los que no he concedido la libertad inmediatamente, con la debida consideración, para que te puedan proporcionar servicios adecuados, y espero que los tendrás como buenos libertos.” (Digesto, XL, 5, 41, 15)

Detalles de mosaico, Museo Arqueológico de Trier, Alemania. Foto de Samuel López


Bibliografía



Offlcium dispensatoris, Joaquín Muñiz Coello
Labor Domi: Relaciones económicas y sociojurídicas en la familia romana, Ana M. Rodríguez González
La casa romana, Pedro Ángel Fernández Vega
Esclavitud y sociedad en Roma, Keith Bradley
Domestic Staff at Rome in the Julio-Claudian Period, 27 B.C. to A.D. 68, Susan Treggiari
Cicero's 'Familia Urbana, Andrew Garland
Jobs in the Household of Livia, Susan Treggiari
Images of Black Slaves in the Roman Empire, Michele George
Ausonius’ Ephemeris and the Hermeneumata Tradition, Joseph Pucci
Roman Slavery: A Study of Roman Society and Its Dependence on slaves, Andrew Mason Burks
The Cambridge World History of Slavery, Keith Bradley y Paul Cartledge, editors
The Material Life of Roman Slaves, Sandra R. Joshel y Lauren Hackworth Petersen
The Position of Roman Slaves: Social Realities and Legal Differences; Martin Schermaier, editor
Slavery and the Roman Literary Imagination, William Fitzgerald
Slavery in the Late Roman World, AD 275-42; Kyle Harper






martes, 16 de julio de 2024

Aquae ductus, acueductos y agua pública en la antigua Roma (I)

 

Acueducto de las Ferreras, Tarragona. Foto Samuel López

Desde la fundación de la ciudad de Roma y durante siglos sus habitantes se conformaron con consumir el agua que extraían del Tíber y la que proporcionaban los pozos y los manantiales urbanos.

“Desde la fundación de la ciudad durante 441 años los romanos se contentaron con el uso de las aguas que extraían, bien del Tíber, o de los pozos, o de los arroyos. Los arroyos han tenido, hasta el momento actual, el nombre de cosas sagradas y son objeto de veneración, teniendo reputación de sanar a los enfermos; como, por ejemplo, los arroyos de las ninfas proféticas (Camenae), de Apolo, y de Yuturna.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 1, 4)

Acueducto de Gorze, Metz, Francia. Ilustración Jean-Claude Golvin

Roma está rodeada de aguas subterráneas, lo que facilitó enormemente el suministro de la ciudad. El agua de manantiales era considerada la de mejor calidad entre los romanos, aunque se sabía que este tipo de aguas no siempre tenía garantizada su pureza.

“A estas ventajas, a este encanto tan solo le falta el murmullo del agua corriente, aunque tiene pozos, mejor aún manantiales, pues están muy cerca de la superficie. En verdad que, es una sorprendente característica de este litoral que en cualquier parte que remuevas el suelo, al momento brota un agua pura y sin la menor huella de contaminación a pesar de la proximidad del mar.” (Plinio, Epístolas, II, 17, 25)

Fuente de Fordingianus, Cerdeña

Las aguas de los pozos se consideraban buenas y se empleaban habitualmente, pero eran normalmente destinadas a uso individual y particular, y no como fuente de captación de agua para las conducciones de abastecimiento a poblaciones, ya que la elevación del agua costaba mucho dinero, y la maquinaria de elevación manejada necesitaba mantenimiento y explotación continuamente. Ocasionalmente el pozo se pinchaba con una tubería que dirigía el agua drenada del pozo a un depósito, o directamente a una conducción.

“¿Qué agua, entonces, de todas las que hay será más probable que sea buena y sana? El agua de pozo, sin duda, si juzgamos del uso general que se hace de ella en las ciudades: pero solo en el caso de pozos en que se mantiene en continua agitación por las repetidas extracciones, y que se depura con la tierra como filtro. Estas condiciones son suficientes para asegurar la salubridad del agua: con respecto a la frescura, el pozo debe estar a la sombra, y el agua no expuesta al aire.” (Plinio, Historia Natural, XXXI, 23)

Pintura de Ettore Forti

Desde muy antiguo existía un modelo de abastecimiento de aguas en ciudades por el que se recogía el agua de lluvia en cisternas. En algunas ciudades se alternaban las cisternas públicas y privadas como principal medio de aprovisionamiento para suplir las necesidades hídricas de la población.

“En el aljibe central se colocarán unas cañerías, que llevarán el agua hacia todos los estanques públicos y hacia todas las fuentes; desde el segundo aljibe se llevará el agua hacia los baños, que proporcionarán a la ciudad unos ingresos anuales; desde el tercero, se dirigirá el agua hacia las casas particulares, procurando que no falte agua para uso público.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 6, 2)

Cisterna llamada Piscina Mirabilis, Nápoles. 

Cuando los nuevos hábitos de aseo personal y ocio de la población se hicieron más sofisticados y demandaban cada vez mayor cantidad de agua, los sistemas tradicionales de captación de agua quedaron obsoletos, lo que obligó a nuevas inversiones en conducción de agua a las ciudades.

La gran mayoría de las ciudades romanas se asentaban sobre la ribera de un río, normalmente caudaloso, pero todas ellas tenían en común con Roma que no usaban esas aguas del río para consumo humano; preferían construir grandes acueductos o conducciones, a pesar del coste, para traer el agua de otro lugar, ya que buscaban aguas limpias, puras y lo más sanas y agradables al gusto y tacto. Para buscarlas iban a manantiales de montaña o a ríos de montaña donde había pocos lodos y material en suspensión y las aguas eran transparentes.

“... Los médicos investigan qué tipos de aguas son los más adecuados para el consumo. Condenan con razón las estancadas e inmóviles, considerando mejores las que fluyen, que se purifican y mejoran con el recorrido y la agitación... También tienen que reconocer que las aguas de los ríos no son las mejores, como tampoco la de algunos torrentes, y que la mayor parte de los lagos son saludables. Entonces, ¿cuáles y de qué tipos son las mejores? Unas en unos sitios y otras en otros ...” (Plinio, Historia Natural, XXXI, 21, 31)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Una vez hallado ese manantial, río o cualquier fuente de aguas puras y saludables, la ingeniería hidráulica romana se ponía en marcha para que en vez de que corrieran montaña abajo, poder encauzarlas para llevar el río de montaña a la ciudad, canalizarlo y distribuirlo; pero siempre intentando mantener las condiciones en que se encontraba el agua en la montaña, esto es corriendo y fluyendo continuamente. Para ello, había que evitar que el agua entrara en contacto con el exterior, e impedir que estuviera estancada; pero controlando las velocidades altas para que no erosionasen y arrastrasen material en suspensión. Todo ello condicionó la red entera de abastecimiento a las ciudades, que fue evolucionando a lo largo de la extensa historia de la antigua Roma, a la vez que el propio uso que los romanos hacían de ella.

“Consideremos cuánto añade la riqueza de las aguas a la belleza de la ciudad de Roma. ¿Dónde estaría la belleza de nuestras termas, si esas dulces aguas no llegasen hasta ellas?

La más pura y deliciosa de todas las corrientes corre por el acueducto Aqua Virgo, nombrado así porque ninguna suciedad la corrompe. Porque mientras todas las demás, tras copiosas lluvias muestran alguna contaminación con tierra, solo esto por su siempre pura corriente nos haría creer que el cielo estaba siempre azul sobre nosotros. Y, ¿cómo expresar estas cosas con las mejores palabras? El acueducto Aqua Claudia fluye por encima de una mole tan alta que, cuando alcanza el monte Aventino, cae desde arriba sobre esa alta cumbre como si estuviera regando un valle inferior. Es verdad que el rio Nilo, creciendo en ciertas estaciones, inunda la tierra con sus aguas bajo un cielo sin nubes; pero es mucho más hermosa una vista del acueducto Aqua Claudia con una corriente continua sobre todas esas cumbres sedientas, trayendo el agua más pura por una multitud de tuberías a tantos baños y casas. Cuando el Nilo se retira, deja barro detrás; cuando llega inesperadamente trae un aluvión. ¿No nos atreveremos a decir que nuestros acueductos superan al famoso Nilo, el cual supone a menudo una amenaza para los habitantes de sus riberas, bien por lo que trae o por lo que deja detrás?”  (Casiodoro, Variae, VII, 6)

Acueducto Aqua Claudia, Roma. Foto Chris 73

La ingeniería romana hidráulica se adaptó en todo momento a las riquezas naturales de agua en el lugar, desarrollando toda una serie de técnicas de captación, pero en el momento de elegir la mejor opción se tenía en cuenta la calidad del agua a transportar, y la cantidad de agua demandada.

A la hora de construir un acueducto el primer factor que se analizaba era la calidad de las fuentes, para lo que se llevaban a cabo exámenes prácticos recogidos por Vitruvio, quien afirma que las fuentes debían ser visiblemente puras y limpias, estar libres de musgo y cañas, y que, además, se debían examinar las condiciones físicas generales de los habitantes de los alrededores, por haber sido eventuales consumidores de dicha agua.

“Deben realizarse las siguientes experiencias y pruebas para detectar la calidad del agua. Si se trata de aguas corrientes y al descubierto, antes de emprender su conducción, obsérvese y examínese atentamente la constitución de los miembros de las personas que viven en sus alrededores; si poseen cuerpos robustos, un color fresco de la piel, unas piernas sin defectos y ojos limpios, el agua será de inmejorable calidad.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 4)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Una vez seleccionada la fuente los constructores del futuro acueducto examinaban el terreno por el que discurriría el trazado. Debían evitarse tanto los desniveles hacia arriba como los valles demasiado extensos y, como debía haber una pendiente, la correcta elección de la zona podía significar mucha diferencia en el precio final de la obra.

Como resultado de estos cálculos, y teniendo especialmente en cuenta los problemas provocados por los diferentes obstáculos que presentaba el terreno sería el librator el responsable de decidir la profundidad que debían tener las zanjas en los tramos de canal enterrado o semienterrado, o la altura de los muros y las arcadas en el caso de que el canal tuviese que ser elevado por encima de la cota de suelo. Para hacerlo marcaba la ruta con estacas de madera para calcular la distancia y la diferencia de altitud que había entre el punto de partida y el de llegada.

Medición con groma. Foto De Agostini

En época imperial romana, a mediados del siglo II d.C., trabajaba en Numidia, la actual Argelia, Nonio Dato como ingeniero de la Legio III Augusta estacionada en Lambesis. El año 137 fue reclamado a una ciudad cercana en la costa, Saldae (hoy Bajaia), para horadar un monte con el fin de llevar agua a la ciudad mediante un acueducto de 21 km: el túnel previsto tenía una longitud de 482 m. Nonio hizo el proyecto de forma que la excavación se iniciase por las dos bocas. Después volvió a Lambesis. Pero diez años después, cuando el proyecto estaba en fase de realización, fue llamado de nuevo a Saldae. El gobernador de la Provincia, Vario Clemente, escribió al comandante de la legión para pedirle que le enviara de nuevo a su oficial pues todo iba mal en el túnel. Una larga inscripción grabada en las bocas de la galería se  ha conservado con el relato de los hechos. 

“La perforación de las dos galerías, en estado ya muy avanzado, se había alargado más de lo que era la anchura de la montaña. Estaba claro que ambas galerías se habían desviado del trazado proyectado... Desde ambos extremos habían equivocado la dirección. Esta había sido fijada mediante estacas clavadas sobre el monte... Yo me puse a distribuir las tareas con detalle de manera que cada uno supiese con exactitud cuál era el trecho del monte que le correspondía. Así pues, organicé una especie de competición entre los marineros y los soldados de las tropas auxiliares galas, para que estos se encontraran a mitad de la montaña. De esta forma, yo, que desde el inicio había estudiado los niveles y había establecido las direcciones, tomé medidas para que el trabajo se llevase a cabo de acuerdo con los planos del proyecto que había entregado al procurador Petronio Celer. Así se culminó mi trabajo y cuando el agua comenzó a fluir, el gobernador Vario Clemente inauguró el acueducto (151-152 d.C)” (CIL VIII, 2728)

Ruinas de Lambesis (Tazoult), Argelia. Foto Tripadvisor

Asimismo, los técnicos se servían de instrumentos para asegurarse de los desniveles necesarios en el terreno a fin que el agua corriese:  la groma era el principal aparato para comprobar alineaciones y corregir las perpendiculares. Consistía en una pértiga vertical que soportaba un travesaño que podía girar en el plano horizontal. Cada brazo de este travesaño soportaba en su extremo una plomada; la dioptra es una groma perfeccionada usada para medir ángulos horizontales y verticales. La herramienta constaba de un tubo de observación unido a un soporte giratorio; la libra era una niveladora de agua que más tarde serviría para nivelar los diferentes sectores de la galería; el chorobates, que Vitruvio tenía como el instrumento más preciso para nivelar el campo, constaba de un tronco de unos seis metros de longitud, que servía para la medición de niveles, gracias a unas plomadas y a una ranura horadada en la superficie, que se llenaba de agua.

“El primer paso es un estudio del nivel del terreno. El nivel se fija con la ayuda de la dioptra, con niveles de agua, o bien con un corobate. El mejor método es usar un corobate, pues la dioptra y los niveles de agua fallan en ocasiones. El corobate es una regla con una longitud aproximada de veinte pies. En sus extremos posee unos brazos transversales que se corresponden con exactitud, poseen la misma medida y están fijados en los extremos de la regla, formando un ángulo recto; entre la regla y estos brazos van unos travesaños sujetos por medio de espigas, que tienen unas líneas trazadas en perpendicular, con toda exactitud; además, lleva unos hilos de plomo suspendidos en cada uno de los extremos de la regla; cuando la regla está en su correcta posición, si los hilos de plomo rozan de manera idéntica a las líneas trazadas, es señal de que el corobate está perfectamente nivelado.” (Vitruvio, De arquitectura, VIII, 5, 1)

Chorobates, Ilustración de Jean-Pierre Adam

Después había varios equipos de trabajo que se encargaban de la construcción. El aquilex era un experto en la construcción de acueductos que tenía a su cargo en algunos casos a obreros ciertamente especializados y, en otros, mano de obra no cualificada, entre ellos los cunicularii, encargados de cavar las zanjas.

El canal por donde iba el agua se adaptaba al terreno por distintos procedimientos y por tanto las conducciones tanto de transporte de agua hacia la ciudad como cuando se entraba dentro de la población y se distribuía, podían hacerse de cuatro formas básicas: subterráneas, abiertas, sobre puentes y muros a media ladera. De todas ellas, las conducciones abiertas eran las menos frecuentes, pues podía echarse a perder la calidad del agua y a la vez hacer proliferar vegetación en ella. Por lo tanto, eran solamente aptas cuando se usaban para agricultura, minería e industria.

“… Si la conducción se hiciese por zanjas o canales, las obras de albañilería deben ser lo más sólidas posible y con una pendiente de no menos de un cuarto de pulgada por cada cien pies de longitud, siendo además necesario que la construcción esté cubierta con bóveda, a fin de que el sol no toque de ningún modo el agua…” (Vitruvio, De Arquitectura, VII, 2)

Ilustración romanaqueducts.info

Las conducciones subterráneas eran las más frecuentes y parece, que, en un principio, los romanos soterraron los canales por varias razones, entre ellas, para evitar la contaminación, la sustracción ilegal de agua y su interceptación por los enemigos.  

“Los antiguos trazaron los acueductos a una elevación inferior, bien porque no habían resuelto el arte de la nivelación de forma correcta, bien porque hundieron sus acueductos a propósito en el suelo, para que a los enemigos no les fuera fácil bloquearlos, ya que todavía se daban guerras frecuentes entre los italianos.” (Frontino, Los acueductos de Roma, XVIII)

Además, las conducciones cuando entraban en la ciudad, y especialmente distribuyéndose en ella eran más prácticas que se hicieran subterráneas, para no entorpecer el resto de los servicios e infraestructuras.

Acueducto de Gadara, Jordania. Foto Pafnutius

La conducción de agua que se hacía bajo tierra, por canales, suponía un inmenso trabajo colectivo, pues una vez fijado el recorrido, se excavaban una serie de pozos a 70 metros de distancia entre sí, y, cuando se alcanzaba la profundidad deseada, empezaba la construcción del canal, o specus. Los pozos servían para retirar la tierra en cestas y para bajar el material constructivo.

Ilustración Dea/Album

Mediante una grúa se descolgaban los bloques de piedra, que podían traerse de una cantera cercana. Estos se unían sin argamasa y configuraban de este modo las paredes del túnel. Para impermeabilizar el canal generalmente se aplicaba como revestimiento una capa de opus signinum, una argamasa fabricada con fragmentos de tejas y ánforas desmenuzadas.

Cuando el caudal a conducir era menor, y por tanto la sección necesaria era menor, solía enterrarse una tubería de piedra o de cerámica, que podía conducir el agua rodada en mejores condiciones de estanqueidad. Las tuberías de arcilla cocida fueron frecuentemente empleadas, pero las de plomo, aunque nocivas, eran de mayor calidad y soportaban mejor las presiones y los movimientos provocados por la presión en los sifones.

“La dimensión de éste debe adecuarse al volumen del agua. Si atraviesa una llanura, la planta tendrá una inclinación insensible de pie y medio entre cada tramo de sesenta o cien pies, a fin de que el agua pueda adquirir potencia de deslizamiento. Si hubiera algún monte interceptándolo, se traerá el agua flanqueando sus laderas, o bien se harán túneles a nivel del agua por los que pasará el acueducto. Pero si hubiera entremedias una depresión, se construirán pilares y arcos debidamente elevados hasta el curso del agua, o bien se dejará que descienda metida dentro de caños de plomo, remontándola al terminar el valle.” (Paladio, Tratado de agricultura, IX, 11)


La conducción abierta a media ladera encauzaba el agua entre la ladera y el muro que podía hacerse de sillería, ladrillo o esculpido en la propia roca del monte. Su construcción solamente se destinaba para lugares inaccesibles o controlados, y solamente en trechos pequeños. En ocasiones, el canal, o specus, también se tapaba, y esto era frecuente a la entrada de la población.

Canal romano, LLamas de Cabrera, León

Las conducciones sobre puentes o arcos, son las más conocidas y admiradas, y han tomado el nombre en latín de la conducción completa: “Acueductos” (aquae ductus). Suponían una parte importante del total de la longitud de las conducciones que abastecían la ciudad de Roma. Cuando una conducción de agua tenía que atravesar un valle o depresión y el rodeo encarecía la obra se elevaba el canal sobre arcos para permitir superar el obstáculo sin que la conducción añadiese a la dificultad inicial la de perder la pendiente adecuada. Se componía básicamente de un puente de arcadas sobre el que iba el canal cerrado, normalmente con bóveda. Los puentes, o acueductos, podían ser de una hilera de arcos, de dos hileras o hasta tres.

“Pero ahora, siempre que un conducto de agua se ha deteriorado por el tiempo, para conservar longitud, en ciertas partes se pone bien sobre un muro de albañilería o sobre arcos, evitando al mismo tiempo las curvas subterráneas que se encuentran en las cabeceras de los valles. El acueducto Anio Vetus, que ocupa el sexto lugar en altura, podría suministrar agua a las partes más altas de la ciudad si se levantase sobre muros de obra o arcos, donde la situación de los valles y lugares bajos lo hicieran necesario.” (Frontino, De los acueductos de Roma, I, 18)

Acueducto de Segovia. Foto Samuel López

Cuando un acueducto llegaba a una depresión muy profunda que era imposible atravesar se prefería dar un rodeo, pero si esto era imposible, se utilizaba el sifón, por el que se hacía descender al agua velozmente hacia el fondo de la depresión para que posteriormente el agua pudiera ascender. Este sistema era muy complejo, ya que la velocidad debía estar muy bien calculada, pues si había poca el agua no llegaría de nuevo arriba, pero, por otra parte, un exceso provocaba que el agua saltara al llegar arriba, siendo imposible que continuara por el "specus" (conducto).

“Si no resultara excesivamente largo hacer un camino alrededor, se hará un circuito; pero, si encontramos valles muy profundos, se dirigirá el curso del agua siguiendo la parte en declive. Cuando las tuberías lleguen al fondo del valle, se elevará un puente no muy alto, lo suficiente para mantener el nivel del agua en la mayor longitud posible; esta construcción formará una especie de «vientre», que los griegos llaman «coelia». Cuando el agua alcance la pendiente de enfrente, aumenta su volumen ligeramente después de atravesar la longitud de este «vientre» y se ve forzada a elevarse y a remontar hasta la cima de la pendiente.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 6, 5)

Sifón, Patara, Turquía. Foto Facebook Traianus

Tras la captación, y antes de canalizar las aguas a las conducciones que la transportaban hasta la ciudad, se aseguraba que ésta fuese lo más pura y transparente posible; pero en muchas ocasiones llegaba muy turbia y con mucho material en suspensión, entonces los ingenieros hidráulicos romanos construían balsas de decantación de las arenas y lodos, esto es; se hacía pasar el agua por unos desarenadores, piscinae limariae. Frontino comenta que así se hizo con la conducción del Anión Nuevo, tras su captación.

“Se capta el agua del Anio Nuevo en la via Sublacense, en el cuadragésimo segundo miliario, en los Montes Simbruinos, y del rio, que fluye embarrado y descolorido incluso sin el efecto de las tormentas, porque hay tierras ricas y cultivadas en la vecindad, y, como resultado, orillas no fijas. Por ello, desde las bocas de captación del conducto se intercaló un depósito de decantación en donde el agua en el espacio que hay entre el río y la galería de conducción, pudiese sedimentarse y aclararse.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 15)

Otras veces estos se establecían en los lugares de llegada del agua a la ciudad, y muchas otras eran los propios depósitos de distribución los que actuaban de decantadores.

Foto e ilustración de la piscina limaria del acueducto de Segovia.
Fuente: leticiateguiaporsegovia.com

Los ingenieros romanos regulaban el caudal del agua mediante los resaltos hidráulicos, las cascadas, y las escaleras hidráulicas, cuya finalidad era regularizar la pendiente media de la conducción, aumentar el oxígeno disuelto en el agua para su autodepuración y acomodarse al terreno para conseguir la mínima pérdida de carga. Los ingenieros, aparte de regular el caudal mediante depósitos intermedios, situaron dos equipos más: los aliviaderos laterales, que en la mayoría de las ocasiones servían de fuentes surtidores; y los desviadores que eran cuartos de regulación.

Los pozos de registro, de inspección o arquetas, tenían como finalidad la aireación del canal, de acceso para su inspección y de aliviadero de seguridad para que el canal no entrase nunca en carga.

“Resulta práctico levantar unos depósitos a intervalos de veinticuatro mil pies, con el fin de que, si se produjera alguna ruptura en alguna de las partes de la conducción, no sea preciso abrir toda la obra, ni toda la estructura y con facilidad se descubra el lugar donde ha sucedido la avería.” (Vitruvio, De Arquitectura, VIII, 6, 7)

Pozo de registro del acueducto de Albarracín-Cella. Foto Traianus

En los tramos donde el acueducto iba enterrado, se ponía la señalización correspondiente al eje del canal, llamado cippus que tenía dos objetivos: indicar la trayectoria de la conducción subterránea; y advertir al usuario de que debía dejar a ambos lados una franja de protección donde no se podía construir, plantar árboles etc.

“Los cónsules Q. Aelius Tubero y Paulus Fabius Maximus habiendo hecho un informe sobre que los derechos de paso de los acueductos que llegan a la ciudad han sido ocupados con tumbas y construcciones y han sido plantados árboles, han solicitado al Senado qué ordenan al respecto: que, con el propósito de reparar los canales y conductos de obra, y generalmente todas las estructuras públicas que pudiesen destruirse, se decreta que se guardará un espacio libre y sin ocupar de quince pies a cada lado de los arroyos, arcos, y muros; y que sobre los conductos subterráneos y canales, ambos dentro de la ciudad y junto a la ciudad, si hay edificaciones cerca, habrá un espacio vacante de cinco pies; y no se permitirá construir una tumba en estos lugares a partir de ahora, ni ninguna estructura, ni plantar árboles. Si hubiera árboles dentro de este espacio actualmente serán arrancados de raíz excepto cuando estén en una finca rural o dentro de edificios. Quienquiera que contravenga estas provisiones pagará una multa por cada infracción de 10.000 sestercios, de los cuales la mitad se dará como compensación al demandante por cuyas acciones el violador de este voto del Senado habrá sido condenado; la otra mitad se pagará al tesoro público. Sobre estos asuntos los curatores aquarum juzgarán y tendrán competencias.” (Frontino, De los acueductos de Roma, II, 127)

Acueducto de Gier, Lyon, Francia.
Ilustración Jean-Claude Golvin

Estas piedras o hitos llevaban una inscripción que normalmente estaba compuesta por tres elementos:1) Nombre de la conducción, 2) Emperador, o autoridad en su caso, 3) Número del hito, y distancia en pies al siguiente. El siguiente ejemplo muestra cómo era. (CIL VI 40879)



Cippus del acueducto Aqua Marcia

En la ciudad el acueducto desembocaba en el castellum aquae, construcción que garantizaba la distribución del agua hacia diversas derivaciones, y del que había dos tipos diferentes, unos que únicamente distribuían el agua, y otros que al mismo tiempo permitían almacenar una determinada cantidad de la misma. Entre estos últimos se pueden distinguir tres estructuras diferentes: el lacus, probablemente un embalse natural; la piscina que estaba a cielo abierto y el depósito, una cisterna que podía presentar distintas formas. 

Fuera cual fuera la tipología de estos depósitos, debían estar localizados sin duda en una zona sobreelevada con respecto a su área de distribución para garantizar que el agua alcanzara satisfactoriamente todos aquellos lugares a los que estaba destinada a abastecer.

“Cuando el agua llegue a los muros de la ciudad, se construirá un depósito y tres aljibes, unidos a él para recibir el agua; se adaptarán al depósito tres tuberías de igual tamaño que repartirán la misma cantidad de agua en los aljibes contiguos, de manera que cuando el agua rebase los dos aljibes laterales empiece a llenar el aljibe de en medio.” (Vitruvio, De arquitectura, VIII, 6, 1)

Castellum aquae, Nimes, Francia. Foto Przemyslaw Sakrajda

En la ciudad de Roma fue habitual que dentro de ella o en sus proximidades, se hiciesen acueductos que soportasen dos y hasta tres canales, uno encima de otro.

Entre los años 144 y 140 a.C. el pretor Q. Marcius se encargó de la construcción del acueducto Aqua Marcia, que canalizaba agua destinada principalmente al consumo personal por su buena calidad. Por encima de él se construyeron los acueductos Aqua Tepula y Aqua Julia, que compartían trayecto y estructura en algún tramo en su camino a la ciudad. En 125 a.C. los censores G. Servilius Caepio y Lucius Cassius Longinus terminaron el Aqua Tepula, por el que fluía agua templada y que por su limitada capacidad y peor calidad de agua se destinó especialmente a consumo industrial. En el año 33 a.C. Marco Agripa se hizo cargo de la construcción del Aqua Julia, cuya canalización iba por encima del Aqua Tepula y del Aqua Marcia y destinado a usos públicos, siendo por su mayor altura capaz de abastecer a muchas más regiones de la ciudad. 

Estructura con las tres canalizaciones,
Aqua Marcia (abajo), Aqua Tepula (medio), Aqua Julia (arriba)

El agua del Aqua Tepula se añadió al del Aqua Julia en el año 33 a.C. cuando se cruzaban unos kilómetros antes de cruzarse ambos con el Aqua Marcia. Los tres tenían partes que circulaban bajo tierra y otras sobre arcos.

El carácter práctico de los romanos les hizo tener en cuenta que usar el mismo trayecto de un acueducto ya hecho ahorraría tiempo, trabajo y materiales, y, además, usar las mismas estructuras aseguraba que los cálculos para su correcto funcionamiento serían correctos.

“Cuando M. Agripa era edil, después de su primer consulado, el duodécimo miliario desde la ciudad cerca de la via Latina, en un cruce de caminos dos millas a la derecha según se va desde Roma, captño las fuentes de otro manantial, y aprovechó la conducción del acueducto Tepula. El nuevo acueducto se llamó Julia por el hombre que lo planeó, sin embargo, siendo el suministro tan repartido, el nombre de Tepula no se perdió. La conducción del Julia tiene 15426 pasos y medio de largo, de los cuales hay 7000 en arcos sobre el suelo; muy cerca de la ciudad, empezando en el séptimo miliario, 528 van en una estructura de obra; en otros arcos hay 6472 pasos.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 9)

Acueducto Aqua Marcia con restos de los otros acueductos, Roma. Foto Chris 73

Los romanos siempre supieron que era esencial mantener en óptimo estado el suministro hidráulico, por lo que contaban con un grupo de trabajadores especializados o aquarii, que se encargaban del buen funcionamiento y limpieza de los acueductos. Estos técnicos estaban al frente de un servicio de reparaciones y limpiaban regularmente los canales para evitar las obstrucciones y el deterioro de la calidad del agua.

Los técnicos romanos intentaban evitar que el suministro de agua se viera afectado por las averías durante largo tiempo.  

“Nadie pondrá en duda, pienso yo, que los conductos más vigilados deben ser los que están más próximos a la ciudad, es decir, los que se asientan sobre piedra tallada a partir de la séptima milla, porque no sólo son una obra de enorme dimensión, sino porque cada uno soporta muchas conducciones. Y si fuese menester interrumpirlos, dejarían a la ciudad privada de la mayor parte del aprovisionamiento de agua.

Hay, sin embargo, soluciones para afrontar incluso dificultades de este tipo: se construye un andamio y se le eleva hasta la altura del conducto dañado, luego un lecho con canalizaciones de plomo se empalma a través del espacio del acueducto interrumpido.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 124)

Se prestaba especial atención al mantenimiento de las arquerías, que era el que presentaba mayores inconvenientes.

“La acción del paso del tiempo o la inclemencia de los temporales la padecen ordinariamente las partes de los acueductos que están sostenidas sobre arcos o las que están adosadas a las laderas de las montañas y, entre las arcadas, aquéllas que pasan a través de un río. Y precisamente por este motivo, las reparaciones pertinentes deben ejecutarse con diligente rapidez. Las partes subterráneas, que no se encuentran a merced de los rigores de las heladas ni de los calores, son las que menos daños soportan.”

Acueducto Pont du Gard, Francia. Ilustración Jean-Claude Golvin

Las autoridades romanas pronto se dieron cuenta de que debían vigilar que no hubiera captaciones clandestinas de agua por particulares que sobornaban a los aquarii.

“Una segunda discrepancia se debe a que una cantidad de agua se capta junto al depósito de toma, otra, considerablemente inferior, se encuentra en las arquillas y finalmente la más pequeña, en el lugar de la distribución. La causa de este hecho es el fraude de los fontaneros, a los que he sorprendido desviando el agua de los conductos públicos para provecho de los propietarios, al borde de cuyas tierras pasa el acueducto, agujerean las estructuras de los canales, de donde resulta que los conductos públicos interrumpen su recorrido normal en beneficio de particulares o para uso de sus jardines.” (Frontinus, Los acueductos de Roma, II, 75)

Recreación de la utilización de una cisterna. Villa romana de Arellano.
Universidad de Navarra

Un objetivo principal de los acueductos fue satisfacer la demanda de agua de las ciudades y sus habitantes para así garantizar que estos pudieran desarrollar el modo de vida al que se aspiraba en el periodo romano. Una parte importante del agua que traían tenía como finalidad garantizar el ocio y el esparcimiento, principalmente a través de los baños públicos, donde era utilizada para el llenado de las diferentes piscinas y el desarrollo de las actividades que tenían lugar en estos espacios. Los acueductos también garantizaban la supervivencia de los jardines y abastecían los juegos de agua de las numerosas fuentes ornamentales, e incluso permitían el funcionamiento de construcciones tan extravagantes, como la Naumaquia construida por Augusto en Roma, abastecida por el Aqua Alsietina.

“No se exactamente los motivos que llevaron a Augusto, el más prudente gobernante, a traer el agua alsietina, llamada Augusta, dado que no tiene nada que elogiar, ya que, por el contrario, es tan insalubre, que por esta causa no se distribuye para consumo humano; a menos que, cuando emprendió la construcción de su naumaquia, trajese esta agua para evitar extraerla de mejores fuentes de suministro, y dejase el excedente de la naumaquia para los jardines adyacentes, y para el riego por parte de particulares. Es costumbre, sin embargo, extraer agua de ahí en emergencias, y así compensar el suministro de las fuentes públicas en los barrios más allá del Tíber, siempre que los puentes estén en reparación y no se pueda distribuir el agua desde ese lado del rio.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 11)

Fuentes romanas de Pompeya. Fotos Samuel López

Las actividades productivas que se llevaban a cabo dentro de las ciudades exigían, en algunos casos, un importante abastecimiento hídrico. Es el caso, por ejemplo, de las fullonicae, talleres de teñido y abatanado de telas para los que el agua suponía un recurso esencial. Según Frontino, en Roma se prohibía que estas instalaciones derivasen agua directamente de los acueductos, debiendo limitar su abastecimiento al agua que desbordaba de las fuentes públicas. Sin embargo, la mención de Frontino indica que existían casos en los que los propietarios de estas instalaciones se debieron saltar la ley.

“Tenemos que indicar además cuál es la ley con respecto a canalizar y conservar las aguas; la primera trata de la limitación de las concesiones a los particulares, y la segunda al mantenimiento de los conductos. Al examinar lo que se decía en los documentos antiguos sobre estos asuntos en las leyes que se habían promulgado, encontré algunas cosas diferentes con nuestros antepasados. Para ellos todo tipo de agua era de uso público, y según la ley los particulares solo podían canalizar el agua que rebosaba de las fuentes, la llamada agua caduca, y solo para uso de baños y batanes; y estaba sujeto a un impuesto que se pagaba y revertía al tesoro público. Alguna cantidad de agua se concedía a las causas de ciudadanos notables, en caso de no hubiera objeciones.” (Frontino, Los Acueductos de Roma, 94)

Fullonica romana, Vaticano. Foto Ministerio de Cultura de Italia

Otra actividad industrial que precisaba agua fue la producción de salazones de pescado. Para garantizar el suministro del preciado líquido, las factorías contaron con diferentes sistemas de abastecimiento: pozos para extraer el agua desde el nivel freático; cisternas para almacenar agua de lluvia, o directamente un ramal del sistema urbano de abastecimiento.

Factoría de salazones, Baelo Claudia (playa de Bolonia), Cádiz. Foto Samuel López

Otros negocios también necesitaban suministro extra de agua aportada por un acueducto, como puede ser el caso del acueducto-puente de Pont d´Aël, en el valle de Aosta, construido para abastecer de agua a la recién fundada colonia de Augusta Pretoria, actual Aosta. En la inscripción sobre su lado norte se indica que su construcción en el año 3 a.C., se debió a Caius Avillius Caimus, miembro de una rica gens, que poseía recursos para invertir en la actividad minera que permitía extraer de las canteras locales el mármol bardiglio, muy utilizado en los monumentos públicos y privados de la ciudad romana de Aosta. El acueducto sirvió para traer el agua necesaria a la extracción y elaboración del mármol de las canteras próximas.

“Cuando el Emperador César Augusto era cónsul por décimo tercera vez Caius Avillius Caimus, hijo de Caius, de Padua (construyó este puente-acueducto) con fondos privados.”

El monumento tenía una doble función de puente y acueducto y se presenta, de hecho, dividido en dos niveles: un conducto superior pavimentado por el paso del agua, y un pasaje en la parte inferior, de alrededor un metro de ancho, que permitía el tránsito de personas y animales.

Acueducto-puente de Pont d´Aël, Aosta, Francia. Foto Turismo, valle d´Aosta

Debido precisamente a los múltiples usos del agua dentro de las ciudades, cuando en estas existían más de un acueducto se empezó a tener en cuenta la procedencia y calidad que circulaba por cada uno de ellos, para así distribuirlas según las necesidades. Es decir, las de mejor sabor y más limpieza se destinarían al consumo humano, y las de peor calidad se empleaban para los riegos, baños y usos industriales.

“El Anio Novus contaminaba a los demás porque, al llegar con un nivel muy elevado y sobre todo con mucho caudal, remedia la insuficiencia de los otros. Los fontaneros incompetentes lo desviaban a los conductos de los otros acueductos con más frecuencia de lo necesario, ensuciando incluso los acueductos dotados de suministro suficiente, y en especial el Aqua Claudia que venía por su canal independiente a lo largo de muchas millas y en la misma Roma se mezclaba con el Anio, perdiendo así su gran calidad.

Hemos descubierto que incluso la misma Marcia, muy agradable por su frescor y claridad, suministraba su agua a baños, batanes e incluso menesteres indignos de ser mencionados.

Así pues, se resolvió la separación de todos los acueductos y la distribución de cada uno de forma que, sobre todo la Marcia, pudiese utilizarse enteramente para la bebida y que cada uno de los restantes se destinasen a usos adecuados con su cualidad característica. Así, por ejemplo, el Anio Viejo, que por muchas razones y precisamente por captarse a un nivel inferior es menos salubre, debería ser utilizado para el riego de los jardines y para los servicios más perjudiciales de la misma ciudad.” (Frontino, Los acueductos de Roma, 91-92)

Porta Maggiore con los conductos del Aqua Claudia y Anio Novus, Roma. Foto Roger Ulrich

La provisión, uso y disfrute del agua fue siempre para Roma un elemento de civilización que formaba parte del proceso de romanización implantado en los territorios conquistados y los propios. La visión de la tecnología utilizada en la construcción de los sistemas de conducción del agua y su llegada a numerosas ciudades impresionaba a los habitantes locales que contemplaban el enorme poder que Roma desplegaba.

“Comenzó (Tarquinio) también a excavar las cloacas por las que toda el agua que confluye de las calles deriva al Tiber, realizando unas obras admirables e indescriptibles. Al menos yo, entre las tres construcciones más magníficas de Roma, por las que principalmente se muestra la grandeza de su poder, colocó los acueductos, los pavimentos en los caminos y las obras de las cloacas, y esta opinión no se refiere sólo a la utilidad de la construcción, sobre lo que hablaré en el momento oportuno, sino también a la magnitud de los gastos.” (Dionisio de Halicarnaso, III, 67, 5)
Acueducto Pont du Gard, Francia. Foto Samuel López

Durante la República la necesidad de obtener más agua y mejor llevaba al Senado a ordenar la construcción de un acueducto, la cual se encargaba a un alto magistrado que veía en el proyecto una forma de alcanzar prestigio político y social y ser recordado tras su muerte por ello.

El acueducto Aqua Appia, que transcurría principalmente subterráneo, fue el primer acueducto como tal, y su construcción en el año 312 a.C. se debió al cónsul Apio Claudio, cuya inscripción funeraria lo incluye junto a sus logros políticos y militares.

“Apio Claudio, el Ciego, hijo de Cayo, censor, cónsul dos veces, dictador, magistrado entre reyes tres veces, pretor dos veces, edil curul dos veces, cuestor, tribuno militar tres veces. Capturó varias ciudades a los samnitas, dirigió un ejército de sabinos y etruscos. Evitó la paz con el rey Pirro. En su censura pavimentó la via Apia y construyó un acueducto en Roma. Construyó el templo de Bellona.” (CIL 11.1827)

Los acueductos construidos durante la República mostraron el poder civilizador de Roma a otros pueblos de Italia y supusieron un elemento importante en la agenda política de la aristocracia de la época, la cual incrementó su prestigio al encabezar la construcción de edificios civiles, entre ellos los acueductos, que traían agua de lugares alejados de la ciudad y satisfacían las necesidades básicas de beber, bañarse, y cocinar entre otras, de la población, pero, que principalmente suministraban el agua necesaria para hacer funcionar la fuentes y ninfeos que embellecían sus fastuosas mansiones, gracias a que se les concedía acceso privado al agua de las conducciones públicas.

“Hay en Bitinia una ciudad, que lleva el nombre Helena, la madre del emperador Constantino, porque dicen que Helena procedía de esta ciudad, que antiguamente había sido una aldea insignificante. Constantino, como pago de su crianza en ella, obsequió a este lugar con un nombre y una dignidad de ciudad, sin que se le hiciera edificación alguna que denotara su grandiosidad imperial; antes bien, permaneció externamente como en su anterior estado, y la ciudad se enorgullece únicamente con recibir el apelativo de tal y se gloría por la denominación de la nutricia Helena. Pero nuestro emperador, como si tratara de justificar la equivocación de su antepasado imperial, cuando vio, en primer lugar, que la ciudad estaba agobiada por la escasez de agua y dominada totalmente por una sed terrible, improvisó un acueducto un tanto admirable, con una dotación de agua que no se esperaba ver, suficiente no sólo para que bebiera la población, sino incluso para que se lavara, y para todo aquello con que los hombres se deleitan cuando tienen en exceso abundancia de agua. También hizo, además, para ellos un baño público, que antes no existía, y reconstruyó otro que se hallaba ruinoso y yacía abandonado, y que estaba ya deteriorado por la escasez de agua, como he dicho, y por el descuido.” (Procopio, Los Edificios, V, 2)

Acueducto de Aspendos, Turquía. Foto Samuel López

En ocasiones, los acueductos eran sufragados por grandes personajes que durante el ejercicio de sus funciones políticas emprendían obras civiles en las ciudades donde desarrollaban su actividad.

Por ejemplo, Agripa, yerno y general de Augusto, como edil y como cónsul hizo construir en Roma dos acueductos, el Aqua Julia y el Aqua Virgo, empleando los recursos mineros que él controlaba para fabricar las tuberías de plomo. Desde la época de Augusto, los emperadores figuraron entre los donantes habituales de estas costosísimas infraestructuras. Pero la tarea la emprendían los gobiernos municipales, que delegaban en los magistrados para llevar a cabo la construcción, normalmente con dinero público.

Agripa fue edil, en el año 35 a.C., en que levantó un acueducto de nombre Iulia, que vertía el agua en el llamado Aqua Tepula, aunque este segundo nombre se mantuvo, y este mismo año acometió la reparación de los acueductos Aqua Appia, Anio Vetus y Aqua Marcia. El año 19 a.C. después de la terminación de las Guerras Cántabras, en las que había participado activamente y 12 años después de haberse construido el Aqua Julia, de 18 km de recorrido, Agripa financió la construcción del acueducto llamado Aqua Virgo, con 26 km de longitud, que alimentaba de agua las nuevas termas del Campo Marzio.

“Con sus propios fondos prolongó el acueducto que recibe el nombre de Virgen hasta la ciudad y le dio el nombre de Augusto. Y este estaba tan satisfecho por aquella previsión que, en cierta ocasión en la que escaseaba el vino y los hombres hacían circular rumores terribles, afirmó que Agripa había tomado las previsiones necesarias para tal contingencia que no habrían de morir de sed.” (Dión Casio, Historia romana, 4, 11)

Restos del acueducto Aqua Virgo, Roma

Con la llegada del Imperio el uso de los acueductos permitió a los emperadores controlar el suministro de agua con el que evitaban la sed al pueblo, facilitaba el baño en las termas públicas, proporcionaba entretenimiento con espectáculos en los que el agua era esencial y embellecía las ciudades con fuentes monumentales. Sin embargo, el emperador no podía mantener una atención constante en todo lo que ocurría en las provincias, y, por tanto, dependía de los gobernadores provinciales para hacerse cargo del control de las obras civiles. Como gobernador de Bitinia con Trajano, Plinio el joven consultó al emperador acerca de la construcción de un acueducto para Nicomedia, solicitando un ingeniero. El permiso del emperador era necesario para las obras que implicaban una contribución de fondos municipales, con el fin de evitar que se dilapidara dinero público en proyectos no válidos.

“[1] Los nicomedios, señor, han gastado tres millones trescientos dieciocho mil sestercios en la construcción de un acueducto que luego ha sido abandonado sin haber sido terminado, e incluso ha sido demolido; luego se han gastado en otro acueducto doscientos mil sestercios. Puesto que éste también ha sido abandonado, es necesaria una nueva inversión para que éstos, que han malgastado tanto dinero, puedan tener agua. [2] Yo mismo he inspeccionado una fuente purísima de la que me parece que puede traerse el agua, como en un principio se había intentado, por medio de una construcción sostenida por arcos, para que no llegase solamente a las partes llanas y bajas de la ciudad. Quedan todavía unos pocos arcos; otros pueden ser levantados con sillares que han sido extraídos de la obra anterior; una parte de ella, según me parece, puede construirse de ladrillo, pues esto sería más fácil y más barato. [3] Pero sobre todo es necesario que me envíes un experto en canales o un arquitecto, para que no suceda de nuevo lo que ocurrió. Yo sólo me limito a asegurar que no sólo la utilidad de la obra, sino también su belleza, son dignísimas de tu reinado”. (Plinio, Epístolas, X, 37)

Acueducto de Alinda, Turquía. Foto Carole Raddato

Este control del agua implicaba así el control de la vida social de la ciudad, resaltaba la munificencia del emperador que a veces costeaba la obra y demostraba su poder sobre los individuos particulares que debían pedir su permiso para acceder de forma privada al suministro público del agua.

“Tengo —y hago votos para que, con tu protección, César, sea por mucho tiempo— una mínima casa de campo y tengo un pequeño hogar en la ciudad. Pero un encorvado cigoñal eleva desde un pequeño valle unas trabajosas aguas para dárselas a mis huertos sedientos; mi casa, seca, se lamenta de no beneficiarse de agua alguna, aunque el agua Marcia resuena con su caudal en mi vecindad. El agua que dieres, Augusto, a mis penates, ésa sería para mí la fuente de Castalia o la lluvia de Júpiter.” (Marcial, Epigramas, VI, 18)

Acueducto Aqua Marcia, Roma. Foto Chris 73

La construcción de obras públicas como los acueductos contribuyó a que la propaganda imperial llegase a todas partes y el recuerdo del emperador perdurase en la memoria del pueblo, sobre todo si el propio emperador la financiaba y la obra ofrecía la oportunidad de traer el agua desde un lugar alejado del de consumo, lo que constituía un hito de la civilización expansionista de Roma.

“Y no tuvo bastante el Emperador con haber restablecido el volumen y calidad de los otros acueductos que también entrevió la posibilidad de eliminar las deficiencias del Anión Nuevo. Así dio la orden de abandonar la captación del agua del río y buscarla a partir del lago situado encima de la villa de Nerón, en Subiaco, en donde el agua es más clara.

De este modo, al tener ahora el Anión su fuente en la parte de arriba de Treba Augusta, ya sea porque desciende a través de rocosas montañas con muy pocas tierras cultivadas en torno a esa plaza fuerte, o bien porque decanta sus sedimentos en los estanques en los que es recibido, y por estar cubierto, además, por la sombra de los bosques circundantes, llega hasta allí muy frío y limpio.

Esta peculiaridad tan excelente de su agua, que le lleva a igualar a la Marcia en todas sus propiedades e incluso a superarle en caudal, reemplazará el agua sucia y turbia de antes, mientras una inscripción hará mención del emperador César Nerva Trajano Augusto como su reciente constructor.” (Frontino, Los acueductos de Roma, XCIII)

Acueducto de los Milagros, Mérida, España. Foto Samuel López

El efecto benefactor que sobre el pueblo tenían los acueductos era la mejor publicidad que gobernantes y potentados podían hacerse en aquella época, y, por supuesto, no desaprovechaban la ocasión de perpetuar el hecho en inscripciones colocadas al efecto.

“Tiberio Claudio César Augusto Germánico, hijo de Druso, pontífice máximo, en su décimo segundo año de poder tribunicio, cónsul por quinta vez, emperador veintisiete veces, padre de la patria, se encargó de que a sus expensas se trajera el acueducto Aqua Claudia desde el miliario 45, desde los manantiales que se llaman Caeruleus y Curtius, y que el Anio Novus se trajera desde el miliario 62 a la ciudad de Roma.” (CIL VI 1256)

Las obras de conducción de las aguas, desde su lugar de origen hasta el lugar de distribución o depósito, suponían una gran complejidad técnica y un gran coste económico. Pero la población, no apreciaba convenientemente estas realizaciones si finalmente quedaban ocultas, como ocurría la mayoría de las veces, por lo que quizás con frecuencia se prefería una obra más monumental y cara, pero con un efecto propagandístico mayor. En muchos casos las grandes arquerías podrían haberse sustituido por sifones mediante tuberías, igualmente eficaces y más baratos de construir, y en el caso de proximidad a núcleos habitados se optaba por las arquerías, cuya visión asombraba a la población y hacía que perdurara la memoria del promotor durante generaciones de forma más efectiva que cualquier otra. Esto dio lugar a que primara la necesidad de prestigio personal de un evergeta, ya fuera el propio emperador o un ciudadano particular, sobre la necesidad de paliar la real escasez de agua.

Ese parece ser el caso del acueducto de Pollio en Éfeso, donde se optó por la construcción de una estructura espectacular, en vez de una alternativa más barata con tuberías y un sifón, pero que no habría sido tan vistoso ni habría contribuido tan brillantemente a la gloria de sus patrocinadores.

“C. Sextillius Pollio hizo construir esta estructura junto a su esposa Ofillia Bassa y el hijo de esta C. Ofillius Proculus con sus propios fondos en honor de Augusto, Tiberio y Artemis efesia.”

Acueducto de Pollio, Éfeso, Turquía

Por tanto, los acueductos se convirtieron en una más de las obras que los evergetas locales procedieron a financiar no solo para obtener prestigio personal, sino también para embellecer sus comunidades y aumentar al mismo tiempo el prestigio de estas al incorporar elementos que emularan y repitieran los ya existentes en comunidades de mayor estatus o en la propia Roma.

“A la memoria de su marido Marco Fulvio Moderato y de su hijo Marco Fulvio Victorino y para cumplir el testamento de ellos, Annia Victorina, hija de Lucio, hizo este acueducto, a toda su costa, con sus arcos, cañería, depósitos y demás arreos, y lo dedicó religiosamente poniendo mesa y dando de comer a todo el pueblo.” (CIL II, 3240)

Los acueductos romanos funcionaron durante siglos con un alto grado de eficacia, permitiendo el bienestar de la población y la supervivencia de una civilización muy avanzada en todos los campos de la ciencia. Sin embargo, es verdad que necesitaban continuas reparaciones y mantenimiento, a lo que hacía frente en ocasiones el propio emperador.  Como, por ejemplo, en el caso del acueducto de Roma, Aqua Marcia, construido por Quintus Marcius Rex entre los años 144-140 BCE, a quien el Senado había comisionado para reparar algunos de los acueductos ya hechos y traer a la ciudad otras aguas tan lejos como pudiese, lo cual costó una enorme suma de dinero, y que luego fue renovado en tiempos de Vespasiano doscientos años después.

“El emperador Tito César Vespasiano, hijo del divino Vespasiano, pontífice máximo, en su noveno año de poder tribunicio, emperador quince veces, censor, cónsul por séptima vez, cónsul designado por octava vez, reparó el canal del acueducto Aqua Marcia, que estaba fuera de servicio por el paso del tiempo y devolvió el agua que se estaba canalizando al exterior ilegalmente.” (CIL VI 1246)

El Aqua Marcia cruza por dos veces el Aqua Claudia



Bibliografía


Libratio Aquarum: El arte romano de suministrar las aguas, Isaac Moreno Gallo
Sistemas romanos de abastecimiento de agua, José Manuel de la Peña Olivas
Los acueductos de Hispania: construcción y abandono, Elena Sánchez López y Javier Martínez Jiménez
La obra maestra de la ingeniería romana: Acueductos, Isabel Rodá
Aqua publica y política municipal romana, Juan Francisco Rodríguez Neila
Algunas implicaciones jurídicas de la conducción del agua a la Roma Antigua, María de las Mercedes García Quintas
Fuentes literarias aplicadas al estudio de la ingeniería hidráulica romana, Alejandro Egea Vivancos
La administración del agua en la Hispania romana, José María Blázquez Martínez
Modelos de abastecimiento urbano de aguas en la Bética romana: las cisternas, María del Mar Castro García
Roman Water Supply Systems: New Approach, Isaac Moreno Gallo
Roman Law and Archaeological Evidence on Water Management, Sufyan Al Karaimeh
A Short Introduction to Roman Water Law, Cynthia Bannon
The Inscriptions of the Aqueducts of Rome: The Ancient Period, Rebecca R. Benefiel
Gardens and Neighbors: Private Water Rights in Roman Italy: Cynthia J. Bannon
Ownership and Exploitation of Land and Natural Resources in the Roman World, ed. Paul Erdkamp, Koenraad Verboven, Arjan Zuiderhoek
Fresh Water in Roman Law: Rights and Policy, Cynthia Bannon
A Roman Engineer's Tales, Serafina Cuomo
Aqueducts and Euergetism in the Roman Republic, Solomon Klein
Water, power and culture in the Roman and Byzantine worlds: an introduction, Andrew Wilson