miércoles, 24 de enero de 2024

Felix Dies Natalis, el cumpleaños en la antigua Roma

Detalle de pintura de larario con genio ofreciendo un sacrificio. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles. Foto Samuel López

La sociedad romana de finales de la república celebraba dentro del ámbito privado los cumpleaños de los miembros de la familia y de los amigos con obsequios y banquetes. En cada celebración se realizaba el culto a la deidad personal de cada individuo con una ofrenda y votos de que la ofrenda se renovaría el año siguiente en caso de seguir contando con su protección. Existía la creencia de que cada persona tenía su propio espíritu divino que la acompañaba desde el momento de su nacimiento y la protegería durante toda su vida. Entre los romanos este guardián protector se llamaba genius y se le honraba principalmente con una libación de vino en el día del cumpleaños, además de ofrecer flores e incienso.

“El Genio es el dios bajo cuya tutela cada cual, según ha nacido, vive; él, bien porque cuida de que seamos engendrados, bien porque es engendrado a una con nosotros, bien, incluso, porque una vez engendrados nos levanta y nos guía como tutor, ciertamente se llama «Genio» a partir de «engendrar»….Al Genio, por tanto, principalmente a lo largo de toda la vida ofrecemos sacrificios cada año, aunque no sólo éste, sino que también existen además otros dioses en número considerable que apuntalan, cada cual en su propia porción, la vida de los hombres; a quien quiera conocerlos lo instruirán suficientemente los libros de los indigitamenta. Pero todos éstos hacen presente el efecto de sus poderes en cada hombre una única vez, razón por la cual no son requeridos con ritos anuales a lo largo de todo el espacio de la vida. El Genio, en cambio, hasta tal punto ha sido puesto a nuestro lado como observador asiduo, que ni siquiera un punto en el tiempo se aparta, sino que, desde el seno de nuestra madre, una vez acogidos, nos acompaña hasta el día extremo de la vida.” (Censorino, Sobre el día del nacimiento, 3)

Detalle de pintura del larario, thermopolium de Lucius Vetutius Placidus, Pompeya.
Foto Samuel López

El genius del pater familias era honrado en todas las casas, pero las mujeres podían hacer ofrendas a su Juno, que actuaba como el genio masculino.

“Juno natal, acepta los sagrados puñados de incienso, que te ofrece con tierna mano una joven diestra. Es toda tuya hoy, para ti se ha arreglado contentísima, para alzarse ante tu altar digna de verse.”
(Sulpicia, Elegias de Tibulo, III, 12)

Pintura de John William Waterhouse

Pasar por muchos cumpleaños era un motivo de orgullo y, por supuesto, de satisfacción porque era indicio de haber tenido una larga vida.

“Aquí estoy, en silencio, describiendo mi vida en verso. Gocé de una brillante reputación y de la mayor de las prosperidades. Yo, llamado Praecilio, natural de Cirta, fui un hábil banquero. Mi honradez fue maravillosa y siempre me atuve a la verdad; fui siempre educado con todos los hombres y ¿a qué afligido no socorrí? Siempre me mostré alegre y hospitalario con mis queridos amigos; mi vida sufrió un gran cambio con la muerte de la virtuosa Valeria. Durante todo el tiempo que me fue posible, disfruté de las mieles del sagrado matrimonio; celebré cien felices cumpleaños con virtud y felicidad; pero ha llegado el último día y el espíritu abandona mis agotados miembros. En vida me gané los títulos que estáis leyendo, pues la Fortuna así lo quiso. Nunca me abandonó. Seguidme de igual manera; ¡aquí os espero! Venid.” (CIL 87156, Constantina, Argelia)


Entre los romanos se daba la idea de que el cumpleaños de otros (familiares, amigos) podía tener tanta importancia como el de uno mismo o incluso más, expresando así los sentimientos que existían entre unos y otros.

“Si quieres creerme, Quinto Ovidio, porque te lo mereces, me gustan tus calendas natalicias de abril, como las mías de marzo. ¡Dichosos ambos días y fechas dignas de que yo las señale con piedrecillas más que buenas! El uno me dio la vida; el otro, un amigo. ¡Me dan más, Quinto, tus calendas! (Marcial, Epigramas, IX, 52)

Pintura de Alma-Tadema

Los familiares y amigos podían ser invitados a las celebraciones de cumpleaños incluso con invitación. Claudia Severa envió una invitación a la fiesta de su cumpleaños alrededor del año 100d.C. a Sulpicia Lepidina, esposa de Flavio Cerial, comandante de la Cohorte IX Batavorum milliaria en el castellum de Vindolanda.

“Claudia Severa envía saludos a su Lepidina.

Para el 11 de septiembre, hermana, el día que se celebra mi cumpleaños, te envío una cordial invitación para asegurarme de que vendrás con nosotros, para hacer más feliz el día con tu llegada, si vienes. Dale recuerdos a tu Cerial. Mi Elio y mi hijito te envían sus saludos.”
(Tablilla de Vindolanda, 291, Museo Británico)

Tablilla de Vindolanda, Museo Británico, Londres

Si un pariente o amigo no podía estar presente en la celebración de cumpleaños, se esperaba que honrara tal día de forma adecuada. Así lo desea el emperador Augusto con respecto a su nieto Cayo.

“Veintitrés de septiembre. Salud, mi querido Cayo, delicioso borriquito mío, a quien siempre echo de menos, ¡vive Dios!, cuando estás lejos de mí. Pero, especialmente en días como hoy, mis ojos buscan a mi querido Cayo, y espero que, dondequiera que hayas estado hoy, hayas celebrado contento y con buena salud mi sexagésimo cuarto cumpleaños. Porque, como ves, hemos pasado ya el año sexagésimo tercero, climaterio común de todos los ancianos. No obstante, ruego a los dioses que, todo el tiempo que me quede aún de vida, podamos disfrutarlo sanos y salvos en una república feliz, conduciéndonos como personas honradas y preparando mi sucesión”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, XV, 7, 3)

Moneda con el rostro de Cayo César

La importancia que se daba a que los familiares y personas bajo su dependencia celebrasen el cumpleaños de uno se hace patente con la gran cantidad de inscripciones halladas en las que se establece un legado con el objeto de posibilitar que otros celebren el cumpleaños del benefactor.

Una inscripción de Ferentinum en el Lacio detalla la fundación establecida por un tal A. Quintilio Prisco, que había alcanzado un alto cargo municipal.

“… que en su cumpleaños a perpetuidad los ciudadanos, habitantes y mujeres casadas que estén presentes reciban una libra de pastas y una medida de vino mulso, y que a los decuriones de los triclinios se les de además diez sestercios, así como a los niños de status decurional, y que al consejo de Augustales y a los que cenan con ellos se les reparta pastas, mulso y ocho sestercios, y en mi comedor se le dará a cada persona un sestercio más… Los representantes municipales deberían ofrecer sin distinción entre libres y esclavos treinta modios de nueces y seis urnas de vino, como conviene a los jóvenes que están creciendo.” (CIL X 5853 = ILS 6271)

Hipogeo de los Aurelios, Roma. Foto David Macchi (Romapedia)

El natalicio era un día para recordar a los difuntos, por lo que los familiares solían visitar sus tumbas y dejar algunas ofrendas. También se establecían legados para hacer repartos de comida o dinero en el cumpleaños del difunto con el objeto de ser recordado en dicho día.

En el siglo II Fabio Hermógenes de Ostia, caballero público y sacerdote del divino Adriano, recibió a su muerte un funeral público y una estatua ecuestre en el foro. Su padre, reconfortado por los honores concedidos a su hijo, donó 50.000 sestercios a la ciudad. De los intereses de este regalo se debería repartir una sportula anual en el cumpleaños del difunto delante de su estatua a los que estuvieran presentes.

“La orden de los decuriones reunida en el templo de Roma y Augusto decidió, en presencia de su padre, añadir la promesa de que el dinero se distribuiría en el cumpleaños de Hermógenes, el hijo, en el foro, delante de su estatua, a los presentes.” (CIL XIV, 353)

Foro de Arlés, Francia.
Ilustración de Jean-Claude Golvin

Cuando uno celebraba su propio cumpleaños seguía un ritual que parece repetirse en cuanto a honrar al genio propio. Pronunciar votos por la salud y por la prosperidad del hogar, adornar con flores la figura del genio o el altar, ofrecer incienso, granos de trigo, libaciones de vino y derramar perfumes parecen haber formado parte de dicho ritual.

“Pronunciemos palabras de fiesta: el dios del cumpleaños
se acerca al altar. Todos los presentes, hombres y mujeres,
guarden silencio. Quémese piadoso incienso en la lumbre, quémense
los perfumes que el blando árabe envía de su rico país.
El propio Genio acuda a contemplar sus honras; flexibles guirnaldas
le adornen su sagrada cabellera. Sus sienes rezumen gotas
de nardo puro y quede saciado de torta y embriagado de
vino. Concédate, Cornuto, todo lo que pidas. Ea, ¿por qué vacilas?
Él lo consiente: pídele.

Desearás, me imagino, el amor fiel de tu esposa. Creo que
los propios dioses lo han decretado ya. Lo preferirás a todos
los campos que por el mundo entero un fuerte labrador pueda
arar con buey robusto y a todas las perlas que se crían en las
Indias felices, por donde enrojece la ola del mar de Oriente.
Tus deseos se cumplen. Ojalá vuele Amor con sus alas resonantes
y a vuestro matrimonio traiga cadenas de oro; cadenas
que duren siempre, hasta que la lenta vejez marque arrugas
y encanezca los cabellos. Que llegue ésta, dios del cumpleaños,
otórgueles a los abuelos nietos y juegue ante tus pies un
tropel de niños.”
(Tibulo, Elegías, II, 2)

Genio y Lar, villa de Terzigno, Italia. Museo Británico, Londres

Cuando los parientes, amigos o clientes celebraban el cumpleaños de un familiar o patrón, si eran realmente piadosos, seguían los mismos ritos que al celebrar el suyo propio.

“El cumpleaños de mi esposa requiere el honor acostumbrado:
id, manos mías, a los piadosos ritos. Así, en otro
tiempo, el heroico hijo de Laertes celebraría con toda
probabilidad, en el extremo del mundo, el día festivo de su
esposa. Que mi lengua, olvidándose de mis desventuras,
guarde un respetuoso silencio, ella que, según creo, se
olvidó ya de pronunciar palabras de buen augurio. Debo
ponerme el vestido blanco, que me pongo una sola vez en
todo el año y cuyo color contrasta con mi destino; que
se levante un verde altar, construido de gramíneo césped,
y que una corona entretejida cubra el tibio hogar. Dame,
mancebo, el incienso que produce espesas llamas y el vino
que crepite al verterlo en el fuego sagrado.”
(Ovidio, Tristes, V, 5)

Detalle de la pintura del lararium, Casa de las paredes rojas, Pompeya

En la relación social entre patrones y clientes se puede ver la dependencia y gratitud de los últimos con respecto a los primeros y que se demuestra con la celebración del cumpleaños del patrón por parte de los que dependían de su generosidad. Así, el poeta Horacio celebra el aniversario de su patrón Mecenas, con una pequeña fiesta en la que se hace el sacrificio de un cordero. La oda está escrita en forma de invitación a una tal Filis, a la que confiesa que da más importancia al cumpleaños de su patrón que al suyo propio, con el objeto de que llegue a Mecenas la noticia de que su patrocinado le ha honrado en el día de su natalicio y de que este siga concediéndole su favor.

“Tengo un cántaro de vino albano lleno, de más de nueve
años; hay apio en mi huerto, Filis, para trenzar coronas y copiosa
hiedra, que te hace brillar cuando con ella te ciñes los cabellos.
La plata llena la casa de sonrisas y el ara, revestida de
verbenas castas, ansia que la sangre del cordero inmolado la
rocíe. No hay cosa en que la servidumbre no se afane: de aquí
para allá corren mezclados los mozos y las mozas; las llamas se
agitan volteando en su cresta el negro humo.

Mas, para que sepas a qué alegrías se te invita, has de celebrar
los idus que el mes de abril dividen, el que a la marina Venus
se consagra; fecha que con razón es para mí solemne y casi
más sagrada que mi propio natalicio, pues mi querido Mecenas
desde ese día cuenta los años que le van llegando.”
(Horacio, Odas, IV, 11)

Ilustración Sedeslav

De la importancia que se daba al día del cumpleaños hay muestra entre los políticos y generales que intentaban que acontecimientos importantes de su vida o carrera coincidiesen, como fue el caso de Pompeyo el Grande quien esperó siete meses para volver de su campaña en Oriente y poder celebrar su triunfo en el día de su cumpleaños.

“Con ocasión de su tercer triunfo, sobre los piratas y sobre los reyes y naciones de Asia y el Ponto que ya se han enumerado en el libro VII, siendo cónsules M. Piso y M. Messala, en el día anterior a las calendas de octubre, el aniversario de su nacimiento, mostró en público, con sus piezas, un tablero de juego, hecho de dos piedras preciosas…" (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 6)

Pintura El triunfo de Pompeyo, Gabriel Saint-Aubin

Hacer entrega de obsequios el día del natalicio era algo habitual, sobre todo, en el caso de que alguien tuviera algo que agradecer a otro, para lo que se elegía tal día para mostrar su aprecio con un regalo.

“¡Ea! Que la piadosa Roma sea consciente de las
calendas de octubre del elocuente Restituto;
felicitadle con todas vuestras lenguas y votos.
Celebramos su natalicio, ¡callad pleitos! Váyase
lejos el cirio del cliente esquilmado y las
inútiles tablillas de tres hojas y las pequeñas
servilletas que esperen a los festejos del gélido
diciembre. Que compitan en sus regalos los
más ricos: que el engreído tendero de Agripa
le lleve mantos compatriotas de Cadmo; que el
acusado de una noche de riñas y borrachera le
envíe al abogado túnicas especiales para la cena;
una joven difamada le ha ganado el pleito al
marido, que le traiga, pero ella en persona, unas
sardónicas auténticas; que el anciano admirador
de sus viejos antepasados le regale obras del
cincel de Fidias; que el cazador le lleve una
liebre, el colono un cabrito, el pescador sus
botines de los mares. Si cada uno envía lo que es
lo suyo, ¿qué piensas, Restituto, que ha de
enviarte un poeta?” (Marcial, Epigramas, X, 87)

Pintura de Pompeya, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Foto Samuel López

Los regalos podían ser muy variados y tener un valor sentimental o ser objetos muy preciados o necesarios. Los poetas enviaban sus poemas y, generalmente los obsequios podían ser objetos cotidianos.

"Esta recientemente pulida pluma de plata con forma de lanza, Proclo, dividida en dos puntas fáciles de separar y que se desliza veloz sobre el papel, te la envía Crinágoras en el día de tu cumpleaños, 
un regalo pequeño, pero de un gran corazón, para que sea compañera de fatigas de tus nuevos trabajos." (Antología Palatina, 312)

Stilus romano de plata

Las celebraciones de los natalicios podían ir desde una simple ofrenda al genio del pater familias hasta una fastuosa recepción con invitados y grandes gastos en viandas, vinos y mobiliario lujoso. Aunque lo más normal sería una celebración privada con algunos invitados y moderación en el gasto.

“Cuatro días antes de que la primera aurora del tórrido mes de agosto traiga al mundo su cabeza llena de espigas, se celebrará en mi casa un décimo sexto cumpleaños que exige ser feliz gracias a tu presencia. No se te presentarán las viandas en mesas adornadas de pedrería ni la púrpura de Asiría cubrirá tu sigma. Tampoco desenfundaré piezas de una plata ennegrecida sacándolas a través de múltiples cajones de un aparador resplandeciente; ni se te presentará aquí una copa cuyos lados cincelados estén recogidos por un retorcido fuste de oro rojizo. Mi vajilla es mediocre y no ha sido elaborada de manera que un grado sumo de arte pueda suplir la pobreza de la materia. La mesa rústica de tu amigo galo no acogerá los panes que suelen dorarse en la Sirte líbica. Mis vinos no son de Gaza, de Quío o de Falemo y no te daré a beber productos de la viña de Sarepta. Aquí no tengo los líquidos que ha hecho famosos el nombre que un triunviro en persona puso a una villa en nuestros campos. Te pido sin embargo que vengas; todo lo proveerá Cristo, que me ha proporcionado aquí una patria gracias a tu afecto.” (Sidonio Apolinar, Poemas 17)

Ilustración villa romana de Lullingston, Gran Bretaña

Como es la costumbre actualmente, se esperaba que la celebración del cumpleaños reuniese a los familiares más cercanos y se lamentaba que estos no pudieran estar presentes en la ocasión.

“Es verdad que el hombre no puede obtener a un tiempo por medio de la suerte todo lo que desea. ¡Cuánto más espléndidamente hubiera pasado el día de mi cumpleaños si hubierais estado presentes! Por lo menos en lo que respecta al futuro, la Suerte realizará mis deseos en una larga sucesión de años.” (Símaco, Epístolas, VI, 67)

Con el paso del tiempo parece que las celebraciones privadas de los cumpleaños perdieron su carácter piadoso de honrar al genio y los dioses y se convirtió en una mera celebración festiva.

“Si uno celebra su cumpleaños, prepara adecuadamente una cena y una comida invitando a sus amigos a una lujosa mesa; en cambio, en su fiesta anual nadie trajo al dios aceite para su lámpara, ni una víctima, ni incienso. Yo, desde luego, no sé cómo podría aceptar ver este comportamiento vuestro un hombre de bien, pero yo al menos pienso que no les agrada a los dioses.” (Juliano, Discurso de Antioquía, 363b)

Pintura de Roberto Bompiani

Los romanos de la antigüedad no solo celebraban los natalicios del ámbito privado, sino también los que surgían del ámbito público, como eran los aniversarios de las fundaciones de cultos, templos o ciudades.

“Hay, pues, que evitar todos los espectáculos, no sólo para que no anide ningún vicio en nuestros corazones, los cuales deben ser tranquilos y pacíficos, sino también para que las costumbres pecaminosas de otros no nos debiliten, ni nos aparten de Dios y de las buenas costumbres. y es que las celebraciones de los juegos coinciden con las fiestas de los dioses, ya que se establecieron con motivo de sus cumpleaños o de la dedicatoria de nuevos templos. En principio, las cacerías, llamadas ofrendas, están destinadas a Saturno; los juegos escénicos, a Líber; y los circenses, a Neptuno. De todas formas, este mismo honor empezó a ser dado poco a poco a los demás dioses y cada uno de los juegos fue consagrado en honor de ellos, tal como enseña Sinnio Capitón en su libro Sobre los espectáculos. Así pues, si alguien asiste a unos espectáculos que se celebran por motivos religiosos, se aparta del culto de Dios y se acerca a los dioses, al celebrar su nacimiento y festividad.” (Lactancio, Instituciones Divinas, VI, 20, 33)

Genio de Domiciano, Museos Capitolinos, Roma.
Foto Marie Lan Nguyen


En el año 121 d.C. bajo el gobierno de Adriano se instituyó el día del aniversario de la fundación de Roma (Natalis Urbis), que se hizo coincidir con el antiguo festival agrícola conocido como Parilia, y que celebró a partir de entonces con carreras de carros en el circo.

“Pues bien, justo cuando se estaban comentando muchas cosas de este estilo, se dejó oír por toda la ciudad un estruendo de flautas, sonido de timbales y estrépito de tambores, surgidos junto con un canto. Resultó que se celebraba el festival de las antaño llamadas Parilias, y actualmente Romalias, desde que fue erigido un templo en honor a la Fortuna de la ciudad por obra del óptimo y cultísimo emperador Adriano. Ese día lo celebran cada año como una fecha señalada todos los habitantes de Roma, así como los extranjeros establecidos en la ciudad.” (Ateneo, Banquete de los eruditos, VIII, 361F)

Moneda de Adriano conmemorando la fundación de Roma. Museo Británico, Londres

Además de todas estas celebraciones, desde los tiempos del Principado, los romanos celebraban anualmente los cumpleaños de las emperadores actuales y anteriores y de los miembros de la familia imperial, e, incluso los aniversarios de los días que subieron al trono.

“Día aniversario del nacimiento de César más
sagrado que aquél en que Ida sabedora vio nacer a
Júpiter Dicteo, ven, te ruego, muchas veces, tantas
que superes la vida del pilio, presentándote
siempre con este aspecto, y si es posible más
brillante todavía. Pueda éste honrar frecuentemente
a la diosa del lago Tritón, con las hojas de oro de
Alba, y que por estas manos tan poderosas pasen
muchas coronas de encina. Celebre nuestro
emperador el retorno de los tiempos en un lustro
inmenso y las ceremonias del Tarento de
Rómulo. Muy grande es lo que pedimos, dioses
inmortales, pero debido a nuestra tierra: ¿qué
optaciones pueden ser excesivas en favor de un
dios tan grande?" 
(Marcial, Epigramas, IV, 1)

Desde que Augusto llegó al poder, fue consciente de la necesidad de otorgar un carácter público a su natalicio e implicar a toda la sociedad en su celebración. Para resaltar la importancia de ese día y regular su celebración permitió que los juegos circenses que se hacían por su cumpleaños entrasen en el calendario oficial como un festival permanente.

“El populacho, sin embargo, encontrando fácil escapar a la detección en las carreras y sintiéndose envalentonado por su número, elevó un gran griterío en las carreras con ocasión del cumpleaños de Diadumeniano, que caía el catorce de septiembre.” (Dion Casio, Historia Romana, LXXVIII, 20)

Pintura de Ettore Forti

En línea con la tradición de ofrecer al propio genio vino sin mezclar, flores e incienso, en un decreto del año 30 a.C. se sugería que todos los romanos deberían hacer una libación por el genio de Augusto en cada banquete público y privado. Sin embargo, con el desarrollo del culto imperial este ritual resultaba demasiado simple para un emperador que aspiraba a la divinidad, con lo que en muchas asociaciones religiosas y el ejército se empezó a sacrificar animales.

Escena de sacrificio, Templo de Vespasiano, Pompeya

En el documento hallado en la ciudad siria de Dura-Europos, se evidencia parte de lo que pudo ser un calendario con diferentes festividades que debían ser festejadas y que estaban relacionadas con la familia imperial, especialmente de la dinastía reinante en ese momento, la de los Severos. Otras fiestas guardaban relación con la religión tradicional romana o con festividades militares.

La estructura del documento se presenta en listas en las que primero se menciona una fecha, luego el motivo de la celebración, a continuación, los dioses que debían ser honrados y finalmente el ritual que debía realizarse.

“El día antes de las nonas de abril (4 de abril), con motivo del natalicio del divino Antonino Magno (Caracalla), al divino Antonino, un buey.” (Feriale Duranum)

Pintura con sacrificio de Julio Terencio, Dura-Europos, Siria

Los sacrificios, festejos y competiciones que se llevaban a cabo por el natalicio del emperador permitían reflejar la lealtad de los súbditos al emperador, además de que la intervención de ciertas autoridades civiles y religiosas en las ceremonias realizadas en las provincias jugaba un papel fundamental a la hora de cimentar las relaciones con la ciudad de Roma. En el año 9 a.C. se inauguró una nueva era en el calendario local de las ciudades de Asia menor, empezando en el cumpleaños de Augusto en el 23 de septiembre. La razón para esta reforma fue que el dies natalis del princeps, que era alabado como salvador y otorgador de paz y orden, marcó el principio de una nueva vida para todo el mundo. El dies natalis (nacimiento) y el dies imperii (día de ascensión al trono) del príncipe como parte integral del culto imperial tenían todos los elementos rituales necesarios, sacrificios, fiestas públicas, juegos, panegíricos, observancia de vacaciones, iguales a los de los festivales dedicados a los dioses. Como se creía que la prosperidad y seguridad del imperio dependía de la correcta realización de las ceremonias tradicionales, los cumpleaños imperiales se siguieron celebrando con gran fervor hasta finales del Imperio.

“En cambio, bajo el gobierno de Severo, una vez que Pertinax recibió la aprobación del pleno del senado, se organizó en su honor un funeral sin la presencia del difunto y similar al que se concede a los censores, y Severo le honró pronunciando su elogio fúnebre. Por su parte, el propio Severo aceptó del senado el nombre de Pértinax por amor a un buen príncipe. El hijo de Pértinax fue nombrado flamen de su padre. Los cofrades Marcianos que estaban encargados del culto de Marco Aurelio fueron llamados Helvianos, en honor de Helvio Pértinax. Se celebraron además unos juegos circenses festejando también el aniversario del día que asumió el poder, festejos que suprimió más tarde Severo, y otros juegos para celebrar el aniversario de su nacimiento, que aún subsisten.” (Historia Augusta, Pertinax, 15, 5)

Aureus del emperador Pertinax


Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del estado algunas cosas cambiaron se prohibieron los sacrificios con sangre y a partir del año 323 d.C. los cristianos estuvieron exentos de participar en los actos de celebración del cumpleaños del emperador. Sin embargo, los juegos y espectáculos teatrales en honor del natalicio del emperador (ludi circenses ob natales imperatorum) siguieron representándose hasta el final de la antigüedad, ya que eran los acontecimientos favoritos para todos los ciudadanos independientemente de su fe y su capacidad de reunir a la gente alrededor de la figura del emperador era vital para la vida pública de finales del Imperio.


“De los Emperadores Valentiniano, Teodosio y Arcadio Augustos a Albinus, prefecto de la ciudad

Es necesario que nuestros aniversarios reciban igual reverencia, es decir, tanto el día que produjo el auspicioso comienzo de nuestra vida como el día que produjo el inicio de nuestro poder imperial.” (7 de agosto de 389, Código Teodosiano, II, 8, 19)

“Los emperadores León y Antemio a Armasius, prefecto del pretorio

No permitimos que nadie que esté ocioso durante este día sagrado (domingo) se dedique a placeres obscenos; y nadie podrá asistir a exhibiciones teatrales, carreras de carros o espectáculos de fieras salvajes, y cuando nuestro cumpleaños caiga en domingo, se pospondrá su celebración.” (Constantinopla, 469, Código de Justiniano, III, 12,10)

Díptico del cónsul Aerobindo,
Museo de Cluny, París


El natalicio es un tema que aparece en la poesía lírica romana de finales de la república y principios del imperio. Propercio lo emplea como momento en torno al cual se puede desarrollar la relación amorosa con su amada.

“Me preguntaba por qué las Musas me habrían visitado de mañana
de pie frente a mi lecho cuando el sol enrojecía.
Me dieron la señal de que era el cumpleaños de mi amada
y por tres veces aplaudieron con sonidos favorables.
…………………………………………………………………………………………………..
Luego, cuando hayas purificado con incienso los altares adornados
y llamas favorables hayan brillado en toda la casa,
prepárese la mesa, transcurra la noche entre copas
y un ónice de mirra perfume el olfato del olor del azafrán.
Ríndase la ronca flauta a las danzas nocturnas
y que no se ponga freno a tus palabras licenciosas.
La dulzura del banquete nos prive del sueño molesto 
y resuene el aire cercano de la vía pública.
Echemos a suertes tirando los dados para averiguar
a quién castiga más con sus alas aquel niño.
Cuando las horas hayan pasado entre multitud de copas
y Venus asista para iniciar los ritos de la noche, 
cumplamos en nuestro tálamo o sus fiestas anuales
y acabemos así el día de tu cumpleaños.”
(Propercio, Elegías, III, 10)

Pintura de John William Waterhouse

Por otra parte, el día del cumpleaños podía tornarse un tema doloroso, como en el caso del poeta Ovidio que se lamenta de que el que debía ser un día de alegre celebración se convierta en un triste momento al estar en el destierro y no poder disfrutarlo como le hubiera gustado.

“He aquí que en vano (pues ¿de qué me ha servido el
haber nacido?) se acerca la fecha de mi cumpleaños. Cruel,
¿por qué venías a añadirte a los desgraciados años de un
exiliado? Deberías haberles puesto término.
Ni mi situación, ni mis circunstancias son tales como
para que pueda alegrarme de tu llegada. Lo que me conviene
es un altar funerario ceñido por fúnebre ciprés y la
llama preparada para piras ya levantadas. Ni me agrada
ofrecer incienso que en nada aplaca a los dioses, ni en medio
de tantas desgracias se me ocurren palabras agradables.
Con todo, si algo he de pedir en este día, te ruego que
no vuelvas nunca más a estos lugares, mientras me retenga
la región casi más remota de la tierra, el Ponto, mal llamado Euxino.”
(Ovidio, Tristes, III, 13)

Ovidio en el exilio. Pintura de Ion Theodorescu-Sion



Bibliografía

Birthday Rituals: Friends and Patrons in Roman Poetry and Cult, Kathryn Argetsinger
The Birthday Present: Censorinus’ De die natali, Anna Bonnell Freidin
Remembering Anniversaries at Roman Ostia: The dies natalis of Antinous, Hero and Divine Being, Christer Bruun
a. d. VIIII Kalendas Octobres, dies natalis Augusti. Some Considerations on the Astronomical Orientation of Roman Cologne and the Imperial Cult, David Espinosa Espinosa y A. César González García
Martial's Kalendae Nataliciae, Hans Lucas
El culto a los emperadores en el ejército romano: el caso del Feriale Duranum, Fernando Lozano Gómez
Mito y religión en el de die Natali de Censorino, María del Carmen Hoces Sánchez
El dies imperii: la “revolución” de Tito Flavio Vespasiano, Giuditta Cavalletti
Imperial Birthday Rituals in Late Antiquity, Maria Kantirea. Court Ceremonies and Rituals of Power in Byzantium and the Medieval Mediterranean, Brill