martes, 14 de diciembre de 2021

Naumachia, espectáculo y poder en la antigua Roma

La Naumaquia, Ulpiano Checa, Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja, Madrid

En la antigua Roma, los espectáculos de masas eran eventos que atraían a miles de personas de todas las clases sociales y servían no solo para entretener y distraer al pueblo de los problemas que les afectaban, sino para demostrar la fuerza y esplendor de la civilización romana frente a los bárbaros extranjeros. Asimismo, servían para mostrar los valores más admirados por los romanos: el coraje, la resistencia, la valentía…

Las naumaquias (en latín, naumachiae) fueron  ejemplo de la complejidad y violencia que entrañaban  los espectáculos públicos llevados a cabo en la antigua Roma. Consistían en la representación teatral de una gran batalla naval que había tenido lugar realmente en el pasado, con un grado de realismo tal que los participantes (los llamados naumachiarii) se vestían con los uniformes de los dos pueblos enfrentados para matarse entre ellos.

“Fue empresa de Augusto el enfrentar aquí las escuadras y poner en movimiento los mares con la trompeta naval. ¿Qué parte corresponde a nuestro César? Tetis y Galatea han visto en las aguas fieras desconocidas, Tritón ha visto sobre las espumas del mar carros [con ruedas] chispeantes y ha pensado que pasaban los caballos de su señor; y mientras Nereo prepara los enconados combates con los navíos enfurecidos, se ha horrorizado al ir a pie por las limpias aguas. Todo lo que se contempla en el circo y en el anfiteatro, esto lo ha presentado en tu honor, oh César, el agua rica [en portentos]. Que no se hable ya de Fucino ni de los estanques del †siniestro† Nerón: que los siglos venideros no conozcan más que esta naumaquia.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XXVIII)


En el año 46 a.C., para celebrar su victoria sobre los seguidores de Pompeyo en la Segunda Guerra Civil de la República Romana, Julio César volvió a Roma y organizó una serie de diversas y fastuosas celebraciones. Durante de más de un mes hubo carreras de caballos, espectáculos de música y teatro, batallas de soldados, luchas de fieras, aunque el momento culminante se produjo con la primera naumaquia conocida de la Historia. Celebrada en un enorme estanque (stagnum) construido en el Campo de Marte y llenado con las aguas del río Tíber, la naumaquia de Julio César enfrentó a dos flotas formadas por birremes, trirremes y cuatrirremes, con 4000 remeros y 2000 tripulantes a bordo.

“Para la batalla naval se excavó un lago en la Codeta menor y allí se enfrentaron birremes, trirremes y cuadrirremes de la flota tiria y egipcia con gran número de combatientes. Para asistir a todos estos espectáculos fue tan grande la afluencia de público procedente de todas partes, que muchos forasteros dormían en tiendas colocadas en medio de las calles o de las calzadas, y con frecuencia, debido a la multitud, se produjeron muchas víctimas por aplastamiento y asfixia, entre ellas dos senadores.” (Suetonio, Cesar, 39)



Estas batallas solían estar basadas en la historia de Grecia, por lo que, a lo largo de los más de dos siglos,  se representaron episodios como la victoria de los atenienses sobre los persas en la batalla de Salamina (480 a.C.), o el triunfo de Córcira sobre su metrópolis, Corinto (635 a.C.). Para reflejar la mayor verosimilitud,  la naumaquia debía seguir el mismo desarrollo que había tenido la batalla real, de modo que se construía escenografía de la época, se usaban los remos para mover las naves, se empleaba maquinaría de guerra…

Las naumaquias constituían un espectáculo extravagante cuya celebración requería una gran planificación, además de una enorme infraestructura  y extraordinariamente cara, que no estaba al alcance de los magistrados que solían financiar divertimentos públicos para promocionar su carrera, por lo que quedaba en mano de los emperadores costear dichos eventos, lo que explica que solo se conozcan una decena a lo largo de la Historia de la antigua Roma.

Vestíbulo Casa de los Vettii, Pompeya

Para que pudieran realizarse había que cumplir con unas condiciones previas: tener un gran botín para gastar, obtenido habitualmente gracias a un importante triunfo militar; construir los barcos que participarían, por lo general de tamaño algo inferior al de las naves reales; disponer de un lugar apropiado donde llevarla a cabo y, puesto que se trataba de verdaderos combates donde la violencia, las mutilaciones, la sangre y los ahogamientos eran una constante, los combatientes eran prisioneros de guerra y condenados a muerte, lo que no impedía que estos  hicieran todo lo posible por no perecer en los duros enfrentamientos de las naumaquias.

“Los que iban a tomar parte en la batalla naval eran criminales condenados y había cincuenta buques por cada parte; la una llamada de "rodios" y la otra de "sicilianos". Al principio formaron todos en conjunto y se dirigieron a Claudio de esta manera: "Salve, Emperador", los que vamos a morir te saludamos" Cuando esto en modo alguno les valió para salvarles y se les ordenó que libraran el combate naval, simplemente trataron de navegar a través de las líneas de sus oponentes hiriéndose lo menos posible. Continuaron así hasta que se les obligó a masacrarse unos a otros.” (Dión Casio, Historia romana, LXI, 33)

Pintura de Giovanni di Stephano Lanfranco, Museo del Prado, Madrid

Como espectáculo portentoso era esencial mantener un cierto grado de realismo y evitar que una representación nefasta o problemas técnicos hicieran fracasar el principal cometido: proporcionar diversión. Para conseguirlo había que conseguir una coordinación perfecta entre todos los participantes y ello solo podía hacerse haciendo practicar a los cautivos y esclavos antes de iniciar la batalla real. Es posible que, a pesar de la dificultad de controlar a un número tan alto de prisioneros, estos acudieran a las instalaciones habilitadas en el puerto de Nápoles, donde permanecía la flota en tiempo de paz. Para mantener la seguridad de los espectadores se evitaría utilizar armas de largo alcance y se entrenaría como combatir y vencer al enemigo presentando batalla real y no eludiendo la lucha. Lo más común en estas celebraciones era que ninguno de los participantes, que podían ser cientos o miles de hombres, saliera con vida.

“Estaban sobre las calzadas las cohortes pretorias y la gente de a caballo, y tenían delante de sí grandes torres y plataformas, desde donde podían descargar las balistas y catapultas. Lo restante del lago ocupaban las dos armadas que habían de pelear, con las galeras empavesadas y a punto de guerra; y como si fuera todo aquello un teatro, se hinchieron de innumerable cantidad de gente, venida de las tierras comarcanas y de la misma Roma a ver aquel espectáculo y dar gusto al príncipe, no sólo las riberas y los collados, sino las cumbres más altas de los montes. Estaba Claudio con el vestido imperial, llamado paludamento, y no lejos de él Agripina con un manto de brocado de oro corto a lo soldadesco, ambos en soberbios tronos. Se peleó, aunque entre malhechores, con ánimo de hombres valerosos, y después de largo combate y muchas heridas, mandando poner fin a la batalla, fueron los combatientes librados del último trance.” (Tácito, Anales, XII, 56)


En raras ocasiones llegó a utilizarse el mar o un lago natural. Parece que la única conocida que se desarrolló en el mar fue la que celebró el hijo menor de Pompeyo, Sexto, en el estrecho de Mesina en el año 40 a.C.

“Celebró espectáculos por el triunfo, y con los que habían sido hechos prisioneros organizó una naumaquia en el Estrecho, frente a la misma Regio, para que la vieran los que estaban en la costa de enfrente, haciendo que unos barcos de madera chocaran contra otros de pieles para mofarse de Rufo.” (Dión Casio, Historia romana, XLVIII, 19)


En el año 2 a.C., el emperador Augusto organizó una de las naumaquias más conocidas, descrita con detalle en su autobiografía, Res Gestae Divi Augusti. Se realizó en un gigantesco lago artificial que el emperador mandó construir, del cual no hay restos de su estructura, y solo se sabe que estaba en la orilla izquierda del río Tíber. Según los datos proporcionados por Augusto, este recinto medía 533×355 metros y tenía una profundidad de 1.5 metros, por lo que en total habría albergado más de 200.000 metros cúbicos de agua. El motivo para su celebración pudo ser la inauguración del templo dedicado al dios Marte vengador, la cual se produjo en el año 2 a.C. Gracias a las fuentes se sabe que participaron treinta naves, entre las que estaban incluidas las birremes y las trirremes, y más de 3000 hombres sin contar a los remeros. Asimismo, como temática Augusto eligió representar la batalla naval que enfrentó a persas y atenienses en el año 480 a.C., la batalla de Salamina.

“Ofrecí al pueblo un espectáculo de combate naval al otro lado del Tíber, en el lugar que ahora ocupa el bosque de los Césares. Para lo que hubo que cavar el terreno mil ochocientos pies a lo largo y mil doscientos a lo ancho. En él se enfrentaron treinta naves con espolones, trirremes o birremes. y aún más de menor tamaño. En esas escuadras lucharon, sin contar los remeros, cerca de tres mil hombres.” (Augusto, Res gestae, 23)

Naumaquia de Augusto, Ilustraión Jean-Claude Golvin

La mayor naumaquia fue la celebrada por el emperador Claudio en el año 52 en el lago Fucino para conmemorar la inauguración de los drenajes de agua para su desecación, el espectáculo recreó el enfrentamiento entre las flotas de los sicilianos y los rodios, cada una de las cuales tenía doce trirremes y un total de 19.000 combatientes, según Tácito.

“Hizo Claudio poner en orden cien galeras de tres y de cuatro órdenes de remos por banco y guarnecerlas con diecinueve mil hombres, ciñendo en torno las orillas del lago con una calzada, como si fuera tierra firme, fundada sobre gruesas estacas trabadas y reforzadas entre sí, para quitar a los combatientes la esperanza de la huida. Abrazaba con todo eso el circuito bastante espacio para el uso de los remos, y para conocer el arte de los pilotos en el divertir o procurar el encuentro y en las demás cosas que se acostumbran en batalla de mar. (Tácito, Anales, XII, 56)

Vestíbulo Casa de los Vettii, Pompeya

El primer ejemplo de naumaquia en un anfiteatro, realizada gracias a un amplio y complejo sistema de canales, colectores y compuertas, se dio durante el gobierno del emperador Nerón.

“Ofreció asimismo una naumaquia con monstruos marinos nadando en agua salada, y unas danzas pírricas ejecutadas por efebos, que recibieron individualmente, al término de su actuación, el diploma de la ciudadanía romana.” (Suetonio, Nerón, XII, 1)

En el año 57 organizó uno de estos espectáculos en un anfiteatro de piedra y madera que había hecho construir en el Campo de Marte, y unos años después, en el 64, poco tiempo antes de quemarse en el gran incendio de Roma, organizó otra.

“En el curso de un espectáculo que ofrecía en uno de los teatros llenó repentinamente el sitio con agua del mar, para que los peces y los monstruos marinos pudieran nadar en ella, exhibiendo una batalla naval entre hombres que representaban a persas y atenienses. Tras esto, inmediatamente hizo drenar el agua, secar la superficie y ofreció de nuevo combates entre fuerzas terrestres, que lucharon no solo en peleas singulares, sino en grupos mayores igualados en número.” (Dión Casio, Historia romana, LXI, 9, 5)

Ilustración Rick Jacobson

El emperador Tito organizó en el año 80 unas fiestas que duraron 100 días por la inauguración del anfiteatro Flavio y no faltaron en ellas los espectáculos acuáticos. Para conmemorarlo, se celebraron dos naumaquias: una en el lago artificial creado por Augusto, y otra en el propio Coliseo, donde aún no se habían construido las enormes estructuras de piedra debajo de la arena, mandadas hacer por el emperador Domiciano posteriormente, y que imposibilitaron la celebración de más naumaquias.

El tercer día hubo un simulacro de batalla naval entre atenienses y siracusanos, que recordaba el ataque de Atenas a Siracusa, durante la Guerra del Peloponeso, en los años 415-413 a.C.

“En el segundo día hubo una carrera de caballos y al tercero una batalla naval entre tres mil hombres, a la que siguió un combate de infantería. Los "atenienses" vencieron a los " siracusanos" (esos fueron los nombres usados por los combatientes), ejecutaron un desembarco sobre el islote y asaltaron y capturaron una muralla que había sido construida alrededor del monumento.” (Dión Casio, Historia romana, LXVI, 25)

Naumaquia de Tito, Ilustración Jean-Claude Golvin

Las estimaciones más actuales han observado que los más de 4200 metros cúbicos de capacidad del Coliseo se podrían llenar en poco más de una hora, gracias al gran número de canales y compuertas que hacían caer el agua dentro de la arena. El vaciado también se realizaría rápidamente, a través de dieciocho colectores distribuidos en la arena.

Domiciano utilizó el anfiteatro para las batallas navales como había hecho su hermano.

“Dio continuamente espectáculos magníficos sin reparar en los gastos, tanto en el anfiteatro como en el circo, donde, además de las acostumbradas carreras de bigas y cuadrigas, presentó también dos combates, uno entre infantes y el otro entre jinetes; en el anfiteatro dio incluso una batalla naval.” (Suetonio, Domiciano, IV, 1)



El emperador Domiciano intentó eclipsar las fiestas acuáticas organizadas por su hermano, e hizo construir un nuevo y grandioso lago artificial donde organizó un gigantesco combate naval.

“Dio batallas navales en las que se enfrentaron casi auténticas escuadras, después de haber cavado junto al Tiber un lago que rodeó de asientos.” (Suetonio, Domiciano, IV, 2)

Durante esta representación cayó una gran tormenta sobre los espectadores, a los que no se permitió abandonar sus puestos, lo que motivó que muchos enfermasen.

“En el Circo, por ejemplo, ofreció combates de infantería contra infantería y luego entre caballería, así como una batalla naval en un lugar nuevo. En este último evento perecieron prácticamente todos los combatientes, así como muchos de los espectadores. Pues, aunque cayó una gran lluvia y se desató de repente una violenta tormenta, no permitió que nadie abandonase el espectáculo; y aunque él mismo cambió sus vestiduras por unas capas de gruesa lana, no permitió que los demás mudaran su atuendo, de manera que no pocos cayeron enfermos y murieron.” (Dión Casio, Historia romana, LXVII, 8)


Con el paso del tiempo, las naumaquias se hicieron cada vez menos frecuentes, debido a sus desproporcionados gastos. No obstante, en los Fasti Ostiensi (calendario de efemérides de la historia de Roma) se menciona que el emperador Trajano llevó a cabo una en un estanque próximo a la colina del Vaticano en el año 109, con una duración de seis días el contexto de las celebraciones por sus victorias sobre los dacios.

I] mp. Trajanus naumachiam suam dedicavit.

Templo de Isis, Pompeya. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

La última referencia a estas celebraciones data del año 248, cuando el emperador Filipo el Árabe festejó el milenario de la fundación de Roma con una naumaquia llevada a cabo donde estuvo más de doscientos años antes el lago artificial de Augusto.

“Así pues, Marco Julio Filipo, árabe de la Traconítida, después de haber asociado en el poder a su hijo Filipo, tras apaciguar los asuntos en Oriente y fundar la ciudad de Filipópolis en Arabia, vino a Roma. Una vez construido un lago artificial más allá del Tiber, porque esta zona sufría de escasez de agua, celebraron con juegos de todo tipo el milenario de la ciudad de Roma.” (Aurelio Víctor, Vida de los Césares, 28)

Ilustración flaviobolla, Deviant Art

Con frecuencia se realizaban en estanques de las villas de recreo romanas excavadas a propósito y rodeados de gradas para los espectadores, en lagos artificiales creados con la intención de realizar pequeñas batallas navales, o en anfiteatros que se inundaban para la ocasión.

“Aunque procuras no hacer cosa alguna que se salga de la cuenta y medida, te diviertes de vez en cuando en las fincas paternas: se reparten barcas entre los ejércitos; bajo tu mando se repite la batalla de Accio, con esclavos que hacen como si combatieran; el adversario es tu hermano, un estanque es el Adriático, hasta que la Victoria veloz al uno o al otro con su fronda corone. Quien crea que así te acomodas a sus aficiones, entusiasmado elogiará tu juego con ambos pulgares.” (Horacio Epístolas, I, 18, 60)

Mary Evans Picture Library

Algunas naumaquias celebradas con motivo de juegos fundados en honor de las victorias de Augusto, como los 
ludi Actiati, que conmemoraban su triunfo en Accio, podían llevarse a cabo de una forma lúdica o deportiva sin violencia y muertes como parece reflejar la referencia de Ausonio en su obra Mosela, escrita mucho después de que las naumaquias dejaran de ser habituales.

“Juegos de ese tipo son los que contempla Líber en la bahía de Cumas, cuando avanza a través de los collados sembrados del sulfúreo Gauro y por los viñedos del vaporífero Vesubio mientras Venus, alegre por los triunfos de Accio conseguidos por Augusto, manda a los desenfrenados Amores jugar fieros combates, iguales a los que llevaron a cabo las escuadras del Nilo y las trirremes del Lacio bajo los acantilados de Léucade, morada de Apolo; o bien las naves de Eubea vuelven a contar los peligros de Mila en la guerra contra Pompeyo en el sonoro Averno; combates de navíos sin daño y luchas de naumaquias festivas, cual se ve en el Péloro siciliano, refleja el mar brillante bajo verde imagen; no es otro el espectáculo que inspira a los jóvenes descarados el floreciente río y los esquifes de rostros pintados.” (Ausonio, Mosela, 205-220)



Durante los últimos siglos del imperio con motivo de conmemoraciones y homenajes a personajes notables de la sociedad se celebraron juegos escénicos que podían incluir batallas navales con un tono mucho más lúdico que las celebradas durante los primeros siglos.

“Que las naves entablen alegres un combate en un mar improvisado y que las aguas, dejándose penetrar, espumeen con los melodiosos remeros.” (Claudiano, Consulado de Manlio Teodoro, 332)

Ilustración de acuarela y tinta, Wayne Ferrebee, 2021


En las provincias del imperio parece probable que se desarrollaran las naumaquias en ciudades con las infraestructuras suficientes y el aporte necesario de agua, proporcionado por los acueductos, para poder llevar a cabo un evento de tal magnitud. Hay evidencias de que zonas de la orchestra de algunos teatros podían inundarse para ofrecer al menos juegos acuáticos  los espectadores.

Los juegos acuáticos siguieron teniendo cierta permanencia en la sociedad romana más tardía, pero estaban mayormente dedicados a escenificar representaciones teatrales en las que los actores vestían como personajes mitológicos y desarrollaban su actuación sobre el agua.

“Un entrenado coro de Nereidas se puso a jugar por toda la superficie del mar y decoró las plácidas aguas con variadas tablas. Hubo un amenazador tridente de dientes rectos y un áncora de diente curvo: nos imaginamos los remos y nos imaginamos una barca y que brillaba la constelación de los Laconios, grata a los navegantes, y que se henchían las amplias velas con un seno bien visible. ¿Quién vio jamás tantas maravillas en las aguas transparentes? O Tetis enseñó estos juegos o los aprendió.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XXVI)



Las naumaquias se convirtieron en unos de los mayores espectáculos de masas creados por el imperio romano, que recurrió a la grandiosidad y al efectismo, para impresionar a los ciudadanos con una combinación de realismo histórico y triunfalismo que atraía e impresionaba a la plebe que acudía entusiasmada a contemplar tan magna demostración de poder.



Bibliografía
https://www.academia.edu/24722066/Naval_Battle_Shows_and_Aquacades; Naval Battle Shows and Aquacades; Rabun Taylor
https://is.muni.cz/th/lspnx/Theatricality_of_Naumachiae.pdf; Theatricality of Naumachiae; Lucia Steltenpohlová
https://www.academia.edu/14152201/Venues_for_Spectacle_and_Sport_other_than_Amphitheaters_in_the_Roman_World; Venues for Spectacle and Sport (other than Amphitheaters in the Roman World; Hazel Dodge
https://docplayer.es/31983821-Circo-y-fieras-en-la-roma-antigua-pantomimas-y-naumaquias.html; Circo y fieras en la Roma antigua. Pantomimas y naumaquias; José María Blázquez Martínez
https://www.centronaval.org.ar/boletin/BCN822/822calandra.pdf; Naumaquias, el mayor espectáculo de Roma; Oscar J. Calandra



viernes, 5 de noviembre de 2021

Concordia matrimonialis: armonía conyugal en la antigua Roma



El amor no solía jugar ningún papel en el matrimonio de los romanos, al menos en el primero, pues las parejas eran escogidas por quienes tenían la patria potestas sobre los hijos. Esta potestad se entendía como un medio puesto al alcance de los patres familias para obtener beneficios para sus respectivas familias, de forma que acordaban el matrimonio de sus hijos sin ninguna interferencia y conservaban esta prerrogativa mientras los filii continuaran siendo dependientes, pues los progenitores podían ordenar el divorcio de los hijos casados para volverlos a casar en función de los intereses familiares.

Plinio el joven escribe una carta recomendando un pretendiente para la hija de un amigo en el que habla de los antecedentes familiares del joven, de su formación e incluso de su aspecto.

“Me pides que busque un marido para la hija de tu hermano, responsabilidad que con razón me impones a mi antes que a otros… No hay nada más importante ni más agradable que pudieras encomendarme, nada que pueda ser asumido por mi más honrosamente que elegir un joven, digno de ser el padre de los nietos de Aruleno Rústico. En verdad que debería haber buscado durante mucho tiempo un candidato adecuado, si no hubiésemos tenido a mano y como si lo hubiésemos previsto con antelación a Minicio Aciliano, que me ha mostrado siempre un afecto muy profundo, como un joven puede mostrar a otro joven (en efecto, es un poco más joven que yo), y un respeto como a persona de más edad… Su patria es Brixia (Brescia), en aquella parte de nuestra Italia que todavía conserva y mantiene intacta mucha de aquella decencia y sobriedad y también de aquellas antiguas virtudes campesinas. Su padre es Minicio Macrino, el primero del orden ecuestre, porque no quiso ningún honor mayor; … Su abuela materna es Serrana Procula del municipio de Patavio. Ya conoces las costumbres del lugar: pero Serrana es incluso un ejemplo de dignidad para sus conciudadanos. Tuvo la suerte de tener como tío a Publio Acilio, hombre de seriedad, prudencia y lealtad casi excepcional. En suma, no hay nada en toda esa familia que no te agrade como si se tratase de la tuya. El propio Aciliano tiene gran energía y actividad, pero unidas a una gran modestia. Ha desempeñado muy honorablemente la cuestura, el tribunado y la pretura; así, pues, te ha librado de la necesidad de apoyarle en su carrera política. Tiene un rostro noble, bien nutrido de sangre y de color encendido; la belleza de todo su cuerpo es adecuada a su condición de hombre libre y a su dignidad de senador. No creo de ningún modo que estas características hayan de ser obviadas, pues deben ofrecerse como una especie de recompensa a la virginidad de las novias. No se si debo añadir que los recursos económicos de su padre son amplios… Ciertamente para una persona que piense en los hijos y en las sucesivas generaciones, también este cálculo ha de incluirse a la hora de elegir un partido.” (Plinio, Epístolas, I, 14)

Pintura de Alma-Tadema

No existió libertad de elegir cónyuge para los hijos, ni para los varones ni para las mujeres, hasta la época posclásica en la que por influjo de la religión católica junto al consentimiento de los padres era prestado también el de los contrayentes.

En la alta sociedad romana el primer matrimonio de los hijos se celebraba a una edad muy temprana tras unos esponsales cuando eran aún unos niños. Esta premura se debía, además de para acrecentar la importancia de la familia en la sociedad, al hecho de que la esperanza de vida no era alta y se intentaba garantizar la continuidad de la familia cuanto antes.

“A ti también, mi tía Driadia, con llorosas melodías y voz piadosa te rindo homenaje yo, nacido de tu hermana, casi tu hijo. Del tálamo y las teas conyugales la muerte envidiosa te arrebató y las honras fúnebres transformaron tu lecho en un féretro.” (Ausonio, Parentalia, 25)

Era, por tanto, habitual que los contrayentes fueran unos adolescentes que apenas se conocían al inicio de su vida en común.

“Cualquier animal, cualquier esclavo, ropa o útil de cocina, lo probamos antes de comprarlo –escribía Séneca el Viejo -; sólo a la esposa no se la puede examinar para que no disguste al novio antes de llevarla a casa. Si tiene mal gusto, si es tonta, deforme, o le huele el aliento, o tiene cualquier otro defecto, sólo después de la boda llegamos a conocerlo”. (Séneca, Controversias. 2.3.2)

Pintura de la Isola Sacra, Ostia

El hecho de que el amor no fuese un elemento decisivo para contraer matrimonio en Roma, que no lo era en absoluto ni siquiera entre las clases bajas, no significa que aquél no pudiera surgir entre los esposos a partir de la convivencia.

Se puede encontrar referencias a esposos enamorados, matrimonios bien avenidos o casos concretos de viudas que no celebraron otras nupcias por fidelidad al cónyuge desaparecido. Los romanos también eran capaces de sentir amor y disfrutar de esos sentimientos, aunque no era frecuente mostrarlos en público dado el austero carácter de su sociedad. Entre los hombres, las demostraciones de amor hacia sus parejas eran consideradas un signo de debilidad masculina. Sin embargo, algunos autores recogen su tristeza por la pérdida de la esposa o la nostalgia por su recuerdo.

Estela Funeraria de Cominia Tyche,
Museo Metropolitan, Nueva York

Algunos literatos describen en poemas fúnebres dedicados a cónyuges difuntos el sentimiento de pena que aflige al que sufre la pérdida del esposo o la esposa.

“Así consuela entonces, en la muerte, a su esposo entrañable: `Tú, parte de mi alma que seguirá viviendo, ya quien así pudiera dar los años que la inclemente Átropo me roba´ ten el llanto, te ruego y no hieras tu pecho con golpes crueles y no martirices la sombra fugitiva de tu esposa. Es cierto que abandono nuestro lecho, mas respetando el orden de la muerte, pues que soy la primera en partir. He vivido días más dichosos que una larga vejez, te he visto ya hace tiempo, deslumbrante en pleno florecer, y te he visto acercarte más y más a la diestra suprema… Así dijo muriente, y abrazó el cuerpo de su compañero, y sin entristecerse, hizo pasar su alma enamorada a los labios de su esposo y con la mano amada cerró sus propios ojos. A pesar de ello, el joven, con su pecho encendido de profundo dolor, ya colma su viuda morada con fiero lamento, ya ansía desnudar su espada, ya se dirige a las estancias altas y sus acompañantes apenas le retienen, ya se inclina sobre su amada perdida y junta con ella sus labios, y atiza, cruel, el dolor adentrado en su pecho.” (Estacio, Silvas, V, 1, poema dedicado a Priscila)

Pintura de la Villa Farnesina, Roma, Palazzo Massimo


La esposa ideal no es solo la que guarda fidelidad al marido y se encarga piadosamente del cuidado de los hijos, sino que también ama al esposo, en vida y tras la muerte. Por esta razón en los epitafios se recogen los deseos de los esposos de descansar juntos a sus cónyuges en la tumba al igual que estuvieron juntos en vida.

“El sarcófago que aquí ves fue instalado por Maximus en vida para que lo acogiera tras su muerte. Él erigió este monumento también para su esposa Calepodia, para que entre los difuntos pudiera igualmente
disfrutar de su amor.”
(Antología Griega, VII, 330)

Estela Funeria de Licinia Flavilla y Sextus Adgennius Macrinus
Museo de la Romanidad, Nimes, Francia

En algunos casos se expresa claramente el deseo de unirse al cónyuge fallecido pronto, aunque no es posible si ello respondía a un deseo real o era parte de una fórmula establecida.

“Dedicado a la venerable alma de los dioses Manes. Furia Spes mandó erigir este (monumento) para Lucius Sempronius Firmus, mi muy querido esposo. Tan pronto como lo conocí, cuando éramos niños, quedamos unidos por el amor. Viví con él por poco tiempo. Nos separó una mano malvada en un tiempo cuando deberíamos haber vivido juntos. Por tanto, os ruego a vosotros, los muy sagrados espíritus de los difuntos, que cuidéis de mi querido esposo confiado a vosotros y que seáis indulgentes con él, para que pueda verle en las horas del sueño, y que él pueda persuadir al destino de que yo también pueda unirme a él cuanto antes.” (CIL 6, 18817 = ILS 8006)

Inscripción de la estela funeraria de Furia Spes,
 Museos Capitolinos, Roma

Algunas inscripciones expresan amor romántico entre los esposos y una profunda pena por la muerte del otro demostrando mencionando en algunos casos lo que les gustaba hacer juntos, demostrando que la armonía y el amor entre los esposos eran valorados a pesar de que algunos matrimonios fueran de conveniencia.

“A los espíritus de los Manes. Aquí yace […]nia Sebotis, hija de Publius. Quintus Minucius Marcellus, hijo de Quintus, de la tribu Palatina, erigió este (monumento) para su querida esposa, la más piadosa y casta, que nunca quería estar en público sin mí, ya fuera en los baños o cualquier otro sitio. Nos casamos cuando ella era una virgen de catorce años y tuve una hija con ella. Viví con ella el tiempo más dulce, y me hizo feliz. Por tanto, preferiría que estuvieras viva pues me habría gustado que me hubieses sobrevivido. Vivió veintiún años, dos meses y veintiún días.” (AE 1987, 179)

Retrato funerario, Egipto, Museo Metropolitan

La visión del matrimonio que ofrecen algunas obras literarias como los Parentalia de Ausonio es la de la unión amorosa de dos personas que tiene como finalidad no solo la procreación de hijos libres sino también el afecto y la compañía.

Ausonio describe el dolor por la muerte de su esposa presentando su sufrimiento como la continuación natural del amor que sintió por ella cuando vivía y lamentando tener que pasar su vejez en soledad, lo que se convierte en una tortura.

“Ahora, dolor y suplicio y herida incurable, he de recordar la muerte de mi esposa arrebatada. Noble por sus antepasados e ilustre por su origen senatorial, Sabina fue aún más ilustre por sus dignas costumbres. Tu pérdida en nuestros primeros años la lloré, todavía joven, y, célibe durante nueve Olimpíadas, aún te sigo llorando. En mi vejez ya no puedo apaciguar el dolor sufrido; pues de continuo se recrudece como recién pasado. Admiten el sosiego del tiempo otros enfermos: estas heridas las hace aún más graves el paso lento del día. Rizo, sin compañía, mis canas pacientes y cuanto más solo, más triste vivo. La herida aumenta porque calla la casa silenciosa y tiene frío nuestro lecho, porque con nadie comparto ni lo malo ni lo bueno.” (Ausonio, Parentalia, 9)

Museo Nacional de Arqueología, Burdeos

Durante los partos muchas mujeres y los propios recién nacidos morían lo que provocaba que los viudos volviesen a casarse, incluso en su madurez, por el afán de procrear y dejar descendencia. Este hecho facilitó que en algunos matrimonios la diferencia de edad fuese considerable, siendo los esposos bastante más mayores que sus esposas, lo cual no tenía que ser obstáculo para que el matrimonio funcionara y existiera entre ambos amor y pasión, como ocurrió en el caso del cuarto matrimonio de Pompeyo, que se casó con Julia, la hija de Julio César cuando él tenía cuarenta y seis años y ella veintitrés. Según algunos autores Pompeyo se enamoró rápidamente de ella y su amor fue correspondido.

“Él pasaba la vida en casas de recreo de Italia, yendo con su mujer de una parte a otra, o porque estuviese enamorado de ella, o porque siendo amado no se sintiese con fuerzas para dejarla, pues también esto se dice, y era voz común que aquella joven amaba desmedidamente a su marido; aunque no sería por la edad de Pompeyo, sino que la causa era, a lo que parece, la continencia de éste, que después de casado no se distraía con otras mujeres, y aun su misma gravedad, que no le hacía desagradable en el trato, y, antes, tenía para las mujeres un cierto atractivo, si no hemos de dar por falso el testimonio de la cortesana Flora.” (Plutarco, Pompeyo, 53)

Estela funerario de los libertos Publius Aiedius Amphio y Aiedia Fausta Melior,
Museo De Pérgamo, Berlín

A pesar de las facilidades que se daban para el divorcio, o por causa de ello, el hecho de que un matrimonio durase toda la vida estaba muy bien considerado por los romanos, por lo que la referencia a las relaciones largas y bien avenidas eran resaltadas en la literatura y en los epitafios.

“Raros son los matrimonios tan largos como el nuestro- los que terminan con la muerte, no acortados por el divorcio. Se nos concedió que el nuestro durase hasta cuarenta y un años sin ninguna ofensa. Desearía que nuestra unión se hubiese alterado por algo que me hubiese ocurrido a mí, no a ti; habría sido más justo para el más mayor ceder ante el destino.” (Laudatio Turiae)

De ahí que en las ceremonias nupciales estuviese presente una mujer univira con su esposo aún vivo, esto es, que solo se hubiese desposado una vez, porque era símbolo de prosperidad conyugal. El hecho de haber contraído matrimonio una sola vez durante su vida era frecuentemente mencionado en los epitafios dedicados a mujeres por sus esposos junto a otros epítetos que destacaban sus virtudes. Además, no solo ocurría en caso de familias nobles, sino también en otros estratos sociales.

“A los dioses inferiores
Para Aurelia Domitia, liberta de Augusto,
univira, una bendita esposa, muy dedicada y respetuosa con su familia.
Pompeianus, su esposo, con quien vivió veinte años.
Vivió treinta seis años.”
(CIL 6.13303)

Detalle del altar funerario de Fabia Stratonice,
Badisches Landesmuseum,
Karlsruhe, Alemania. Foto Dan Diffendale 

Otros epítetos indicaban también el hecho de haberse desposado una sola vez (uniiga) y de haber yacido solo con el esposo (unicuba). Este hecho quería resaltar la fidelidad y el afecto entre esposos en una época en que los divorcios eran relativamente frecuentes.

“Aquí yazgo, una mujer casada. Por descendencia y nombre soy Veturia, esposa de Fortunatus, hija de Veturius. Treistemente, viví veintisiete años y estuve casada dieciséis, una mujer de un solo lecho (unicuba) y un solo matrimonio (uniiuga). Después de haber alumbrado seis hijos, morí. Solo uno me sobrevive.” (CIL 3, 3572)

Sarcófago de Veturia, Museo Nacional de Budapest

En la época de Plinio el joven la elección de una esposa adecuada era una condición indispensable para que el matrimonio de un hombre con cierto rango social fuese afortunado porque su honor podía quedar dañado por la conducta deshonesta de su esposa. El escritor señala que la presencia de una buena y devota esposa es señal de una vida bien vivida y destaca que una esposa digna de elogio debe elegirse cuidadosamente y luego debe ser formada por su esposo para aprender a comportarse de acuerdo al carácter y ambición del mismo y llegar a convertirse en una matrona que ayude a reforzar la reputación del esposo.

Plinio relata que la excelente conducta de Plotina, esposa de Trajano, beneficia a la propia reputación del emperador, pues este la ha instruido correctamente y por lo tanto toda la actitud de la emperatriz refleja la del esposo. Plotina cumple con las cualidades que se exigen a una esposa dedicada a su hogar, autocontrol, modestia y sumisión al esposo.

“En tu caso tu esposa contribuye a tu dignidad y a tu gloria. ¿Quién hay que sea de costumbres más puras que ella?, ¿quién que se conforme mejor a los ideales de nuestra antigüedad? ¿Acaso si un Pontífice Máximo tuviese que elegir una esposa, no la elegiría a ella o a una semejante a ella? Si bien, ¿dónde podría hallarse una como ella? ¡Cómo no reclama nada para sí de tu elevada posición a no ser el derecho de alegrarse por ella! ¡Con qué constancia muestra en todo momento que su afecto recae sobre ti, no sobre tu poder! Sois el uno para el otro los mismos que fuisteis en el pasado, os amáis por igual, y nada os ha dado la fortuna que ya no tuvieseis, a no ser el que comenzáis a saber con qué serenidad podéis sobrellevar ambos la fortuna.” (Plinio, Panegírico de Trajano, 83, 5-6)

Efigies de Trajano y Plotina

En una de sus cartas Plinio presenta a su esposa Calpurnia, bastante más joven que él, en su papel de dedicada esposa y resalta su mutuo afecto, su interés por la gloria del esposo y las expectativas del esposo por un futuro compartido.

"Es extraordinariamente inteligente y frugal; me ama, lo que es un claro indicio de su virtud. Añade a estas virtudes el interés por los estudios literarios, que le ha inspirado el amor que siente por mí. Guarda copias de mis obras, que lee una y otra vez, e incluso las aprende de memoria. iQué angustia siente cuando ve que voy a pleitear en un tribunal, qué felicidad cuando ya he terminado! Ella se arregla para que se la mantenga informada de que aclamaciones, de que aplausos he provocado, de qué éxito he tenido en el juicio. Ella misma, cuando hago una lectura pública, se sienta en un lugar próximo, oculta por una cortina, y escucha con oídos atentísimos los elogios que recibo. Ella incluso ha puesto música a mis poemas y los canta, acompañada de su cítara, que no le ha enseñado a tocar ningún artista, sino el amor que es el mejor de los maestros. Por estos motivos estoy plenamente convencido de que nuestra armonía será eterna e incluso será mayor cada día que pase." (Plinio, Epístolas, IV, 19)

Las cartas conservadas entre los esposos prueban que en esa época los hombres ya se permitían demostraciones de afecto hacia sus esposas que nos les dejaban en mal lugar entre los miembros de la clase social a la que pertenecían, en contra de lo que había ocurrido durante el tiempo de la República.

“Me comentas en una carta que mi ausencia te afecta muchísimo y que el único consuelo que te queda es tener a mano mis libros en vez de tenerme a mí, y que incluso a veces los colocas sobre mis huellas. Es muy agradable saber que me echas de menos, y muy agradable también que encuentres alivio en estos consuelos; yo, por mi parte, releo tus cartas continuamente y las cojo en las manos una y otra vez como si acabasen de llegar. Pero de este modo solo consigo avivar más tu recuerdo, pues si tus cartas tienen este encanto, ¡qué dulzura no tendrán tus palabras! Tu escríbeme, sin embargo, lo más frecuentemente que puedas, aunque tus cartas me proporcionen tanto placer como dolor. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VI, 7)

Pintura de Alma-Tadema

El poeta Ovidio en sus poemas del exilio no se limita a proporcionarse consuelo y a intentar obtener el perdón del emperador, sino que persigue obtener el afecto de su propia esposa. Él sabe que el amor debe construirse y por tanto se esfuerza por reforzarlo en las cartas que escribe a su esposa Fabia. Consciente de que el amor, tras años de relación puede terminarse, recurre al cariño y al compromiso, que, pese a la distancia, permiten cimentar la relación amorosa.

“Como tú eres la única protectora de mis intereses, ha recaído sobre ti el peso de un gran honor, ya que mi voz nunca ha enmudecido con relación a ti y debes sentirte orgullosa de los testimonios dados por tu marido. Persiste para que nadie pueda decir que son temerarios y consérvame a la vez a mí y a tu piadosa fidelidad.
Pues, mientras yo estuve en pie, tu virtud permaneció sin recibir acusación vergonzosa alguna, sino que siempre fue irreprochable. Ahora, de mi ruina se te ha formado un solar en que edificar: ¡que tu virtud levante en él un monumento digno de ser contemplado! Resulta fácil ser buena cuando se halla lejos todo aquello que impide serlo y la esposa no encuentra nada que obstaculice el cumplimiento de su deber. Pero no sustraerse a la tormenta cuando la divinidad ha comenzado a tronar, eso sí que es piedad y amor conyugal.” (Ovidio, Tristes, V, 14)

Fresco de Pompeya

Ovidio a menudo incluye epítetos relativos a las buenas esposas cara, pia y bona, al referirse a la suya. Además, añade las virtudes que la caracterizan probitas, pietas y fides, que eran las mismas que hacían de las esposas unas matronas dignas de confianza. Ella es piadosa porque se lamenta de los infortunios del esposo en el exilio y había deseado compartir su destino, aunque no lo hizo al darse cuenta que podía hacer más por él al permanecer en Roma. Ovidio le recuerda que al mismo tiempo que debe ocuparse de las gestiones para conseguir su vuelta, su honradez debe ser intachable, como muestra de la buena reputación de ambos. La lealtad refleja no solo la fidelidad matrimonial sino también la confianza depositada en ella a la hora de mantener el bienestar del hogar y la familia en ausencia del esposo.

“Créeme, cuantas veces eres elogiada en mis poemas, el que lee dichas alabanzas pregunta si las mereces. Y así como creo que muchas aplauden tus virtudes, del mismo modo no pocas querrán criticar tus hechos. Procura que la envidia de éstas no pueda decir: «Ésta es lenta en actuar en favor de la salvación de su desgraciado marido». Y, aunque me faltan las fuerzas y no puedo conducir el carro, intenta sostener tú sola el débil yugo. Enfermo y fallándome el pulso, me vuelvo hacia el médico: ayúdame mientras me quede un último soplo de vida, y lo que yo te haría, si fuera más fuerte que tú, dámelo tú a mí, ya que eres más fuerte. Así lo exigen el amor conyugal y la ley matrimonial. Tus propias costumbres, esposa, lo reclaman. Debes esto a la casa a la que perteneces, para honrarla tanto con tus obligaciones como con tu honradez. Aunque hagas todo esto, si no eres una esposa digna de elogio, no se podrá creer que honras a Marcia.” (Ovidio, Pónticas, III, 1)

Pintura de Alma-Tadema

Ejemplos de amores incondicionales, que continúan hasta la muerte y que implican sacrificio por el cónyuge, se encuentran en la literatura como símbolo del afecto entre esposos que demuestra que este podía darse a pesar de que la inmensa mayoría de matrimonios se habían debido a la conveniencia social y económica.

“Navegaba yo por nuestro querido lago Lario, cuando un amigo mayor que yo me señaló una villa y especialmente un aposento que se asomaba al lago: «Desde esa habitación», me dijo, «hace tiempo una mujer de nuestro municipio se arrojó junto con su marido». Le pregunte la causa. Me respondió que, a causa de una larga enfermedad, el marido se pudría en sus partes íntimas por unas ulceras; la esposa insistía en verlas, diciéndole que «nadie le podría indicar más francamente si su enfermedad podía curarse». Cuando las vio, perdió toda esperanza y lo animó a suicidarse; ella misma fue su compañera en la muerte, más aún su guía, e incluso le obligó a seguir su ejemplo, pues se ató con su marido y se arrojó con él al lago.” (Plinio, Epístolas, VI, 24)

Estela funeraria, Hierápolis, Turquía

En el caso de las clases medias y bajas, las esposas no solo eran compañeras de vida, sino también de profesión, por lo que junto al reconocimiento de su labor como esposa y administradora del hogar se unía el de su tarea como responsable del negocio familiar.

“En Roma, Urbanilla, fue mi compañera y socia en el negocio, ayudada por su frugalidad. Cuando todo se había conseguido con éxito y ella volvió conmigo a mi patria, Cartago me arrebató a mi piadosa compañera. No tengo ninguna esperanza de vivir sin tal esposa; ella cuidaba de mi casa y me ayudaba con sus consejos. Privada de la luz de la vida, la pobre mujer descansa en su tumba de mármol.” (CIL 8, 152)

Estatua de Urbanilla,, Cartago

Durante el primer siglo d.C. las virtudes conyugales de concordia, fidelidad, lealtad, amor y afecto se empezaron a expresar en relieves que adornaban monumentos funerarios mostrando a los esposos con las manos enlazadas (dextrarum iunctio) como símbolo de su armonía matrimonial.

“Vitalis, liberto y secretario privado del emperador (lo dedicó) a Vernasia Cyclas, su muy excelente esposa, que vivió veintisiete años. A esta fiel, afectuosa y dedicada mujer.” (CIL VI 8769)

Urna cineraria de Vernasia Cyclas, Museo Británico


El matrimonio era un marcador de status social y para los libertos representaba un importante paso en su acceso a los derechos de los ciudadanos libres y un ascenso social. Independientemente de la edad que tuvieran los esposos, deseaban dejar patente la concordia que existía entre ellos y se representaban con mayores gestos de afecto entre ellos en sus relieves funerarios destacando en sus epitafios el amor, la fidelidad y la armonía que reinaba en su relación.

Estela funeraria de Lucius Aurelius Hermia y Aurelia Philematium, Museo Británico

(A la izquierda) Lucius Aurelius Hermia, liberto de Lucius, carnicero del Viminal
Esta mujer que me ha precedido en la muerte, casta, mi única y amante esposa a la que otorgué mi alma, vivió fiel a su fiel esposo con igual afecto que el mío, nunca abandonó por avaricia sus obligaciones. Aurelia Philematium, liberta de Lucius.


(A la derecha) Aurelia Philematio, liberta de Lucius. Cuando vivía me llamé Aurelia Philematium. Fui casta y modesta, no me gustaba mezclarme con la gente. Fui fiel a mi marido. Aquel a quien he perdido fue mi coliberto y fue verdaderamente más que un padre para mí. Cuando tenía siete años, me acogió; ahora con cuarenta, la muerte me ha poseído. Él con mi diligencia ha florecido…. (CIL VI, 09499)




Bibliografía

https://emerita.revistas.csic.es/index.php/emerita/article/view/1167; Motivos amatorios en los Parentalia de Ausonio; Rosario Moreno Soldevila
https://www.jstor.org/stable/30038630; Ausonius' Elegiac Wife: Epigram 20 and the Traditions of Latin Love Poetry; R. Sklenár
Images of Eternal Beauty in Funerary Verse Inscriptions of the Hellenistic and Greco-Roman Periods; Andrzej Wypustek; Brill
https://www.academia.edu/17342934/Coniugal_Concordia_Marriages_and_Marital_Ideals_on_Roman_Funerary_Monuments_; Coniugal Concordia: Marriage and Marital Ideals on Roman Funerary Monuments; Lena Larsson Lovén
https://ruidera.uclm.es/xmlui/handle/10578/1864; EL MATRIMONIO COMO ESTRATEGIA EN LA CARRERA POLÍTICA DURANTE EL ÚLTIMO TRAMO DE LA REPÚBLICA; Santiago Castán Pérez-Gómez
https://getd.libs.uga.edu/pdfs/petersen_amy_n_200512_ma.pdf; OVID’S WIFE IN THE TRISTIA AND EPISTULAE EX PONTO: TRANSFORMING EROTIC ELEGY INTO CONJUGAL ELEGY; AMY NOHR PETERSEN
Pliny´s women; Jacqueline M. Carlon, Cambridge University Press
https://dare.uva.nl/search?identifier=b69ca042-8565-4214-ae41-999d4664e9f9; WOMEN’S DAILY LIFE IN THE ROMAN WEST; Emily Hemelrijk
http://www.jstor.org/stable/642299; The Five Wives of Pompey the Great; Shelley P. Haley
www.jstor.org/stable/3165156; Univira: An Example of Continuity and Change in Roman Society; Majorie Lightman y William Zeisel
https://www.researchgate.net/publication/200701198_Marriage_in_the_Roamn_imperial_period; Marriage in the Roman imperial period; Konstantinos Mantas


jueves, 2 de septiembre de 2021

Litterarius, escribir y editar libros en la antigua Roma

Menandro, Casa de Menandro, Pompeya. Wolgang Rieger

En los primeros tiempos de la república romana la dedicación a la literatura no gozaba de prestigio. En el siglo II a. C. el interés por la cultura griega trajo un mayor respeto por la producción literaria.

“Habiéndome liberado por fin, si no por completo, al menos en gran parte, de las fatigas de la abogacía y de mis deberes de senador, he regresado, Bruto, atendiendo a tus insistentes exhortaciones, a esos estudios que, postergados por las circunstancias, pero siempre presentes en mi ánimo, he vuelto a reemprender ahora, después de haberlos interrumpido durante un largo período de tiempo, y, puesto que el sistema y la enseñanza de todas las disciplinas que atañen al camino recto del vivir forman parte del estudio de la sabiduría que se denomina filosofía, he pensado que yo debía arrojar luz sobre esta cuestión en lengua latina, no porque piense que la filosofía no pueda aprenderse en lengua griega y con maestros griegos, sino porque yo siempre he tenido la convicción de que nuestros conciudadanos, o se han mostrado en sus creaciones origínales más sabios que los griegos, o han mejorado cuanto han recibido de ellos, me refiero naturalmente a aquellos campos que han considerado dignos de dedicarles sus esfuerzos.” (Cicerón, Disputaciones Tusculanas, I, 1)

En la antigua Grecia de Homero y Hesíodo, las creaciones poéticas se consideraban regalos de los dioses, en particular, regalos de las Musas, bajo la guía de Apolo. Las Musas además de personificaciones de las artes condicionaban la memoria para preservar el pasado, el presente y el futuro. Instruían al poeta indicando el camino que debería seguir.

Desde sus comienzos la poesía latina adoptó la práctica griega de invocar a las Musas al comenzar sus obras.
 
“¡Vamos!: baja del cielo y entona con la flauta un largo canto,
reina Calíope; o, si es lo que ahora quieres, con tu aguda
voz o con las cuerdas de la cítara de Febo.”
(Horacio, Odas, III, 4)

Museo de Historia y Arte de Luxemburgo, foto Carole Raddato

En la época del Principado de Augusto surgieron nuevos sistemas de relaciones sociales que implicaban más atención a la experiencia personal y una nueva concepción de la naturaleza, lo que proporcionó un mayor prestigio a la poesía, que pasó de ser prácticamente oral a ser escrita para mayor comprensión de su significado.

Los poetas se convirtieron en defensores de la política seguida por Augusto y pasaron a ser figuras públicas y portadores de cierta autoridad moral. Este es el caso del poeta Horacio, admirado por Augusto y favorecido por él y su círculo de amistades.

“Le gustaban tanto los escritos de Horacio, y estaba tan seguro de que serían eternos, que no sólo le encargó la composición del Carmen Secular, sino también las odas que celebran la victoria de Tiberio y Druso, hijastros suyos, sobre los vindélicos.” (Suetonio, Vida de Horacio, 8)

Horacio. Pintura de Giacomo de Chirico

Los autores pasaron por tanto a depender de los deseos de los poderosos que les favorecían y perder su afecto podía tener consecuencias nefastas, como le ocurrió al poeta Ovidio, que fue desterrado a Tomi (Rumanía), por el propio Augusto.

“¿Qué puedo yo hacer con vosotros, libritos, afición funesta, yo que, ¡desgraciado de mí!, perecí víctima de mi propia inspiración? ¿Por qué vuelvo a las Musas poco ha condenadas, objeto de mis delitos? ¿Acaso es poco haber merecido ya una vez el castigo? Mis poemas han hecho que mujeres y hombres quisieran conocerme por mi infausta estrella; mis poemas hicieron que el César condenara mi persona y mis costumbres a causa de mi Arte, cuya desaparición ha sido ya ordenada. Quítame esta pasión y suprimirás también los delitos de mi vida. Reconozco que soy culpable a causa de mis versos: éste es el precio recibido por mi afición y laboriosas vigilias; el castigo ha sido fruto de mi inspiración poética.” (Ovidio, Tristes, II)

Los escritores que manifestaban cualquier oposición a los gobiernos tiránicos de algunos emperadores, como Nerón o Domiciano debían estar muy atentos a que sus obras no levantaran ninguna sospecha.

Durante este periodo de tiempo la literatura se integró en la vida cotidiana de los romanos y pasó a tener un papel fundamental en la vida social de la época. La producción literaria se convirtió en una alternativa a la carrera política que había perdido importancia y reducido la posibilidad de promoción social.

Catulo en casa de Lesbia. Pintura de Alma-Tadema

Las convenciones sociales institucionalizaron la dedicación de los textos literarios a individuos importantes y ricos estableciendo las bases del patronazgo (patrocinium) que permaneció durante siglos en la sociedad romana.

“Que Plocio y Vario, Mecenas y Virgilio, Valgio y el excelente Octavio y Fusco aprueben estos escritos, y ojalá los alaben el uno y el otro Visco. Dejando de lado la adulación, puedo nombrarte a ti, Polión, a ti, Mésala, y también a tu hermano, y al tiempo a vosotros, Bíbulo y Servio; junto con éstos a ti, buen Furnio, y a varios otros hombres doctos y amigos míos a los que omito a propósito. A todos ellos quisiera que esto que escribo —tenga el valor que tenga— les haga gracia, y me dolerá si les gusta menos de lo que yo espero.” (Horacio, Sátiras, I, 10, 80)

Horacio leyendo sus sátiras ante Mecenas, pintura de Fedor A. Bronninkov

Los patronos apoyaban a los poetas no solo con ayuda económica, sino que les ayudaban a integrarse en los círculos sociales de individuos con influencia política. Por ejemplo, Horacio fue recomendado a Mecenas por Virgilio y Vario, luego fue invitado a participar en reuniones en su casa y convertirse en un amicus.

Aunque los autores eran ciudadanos libres sin vínculos con los patronos, necesitaban su apoyo y amistad, porque les ofrecían bibliotecas donde podían trabajar, copistas expertos a su disposición y dinero para publicar sus trabajos. A su vez, un patrono esperaba que el autor le dedicara sus obras.

El poeta Estacio dedica algunas de sus composiciones a personajes ricos a los que ensalza y magnifica buscando, sin duda, la gratificación por sus alabanzas.

“Estacio saluda a su amigo Estela.

He vacilado larga y seriamente, Estela, joven excelente y eminentísimo en esa parcela que has escogido dentro de nuestro quehacer poético, antes de coleccionar y editar estas obritas que, frutos de un ardor repentino y de un cierto placer por la improvisación, <brotaron> una a una de mi seno. En efecto, ¿qué <necesidad había de> cargarme asimismo con la responsabilidad de la publicación, si aún temo por la Tebaida, que sigue siendo mía a pesar de haberme dejado? Sin embargo, también leemos el Cúlex, e incluso admitimos la Batracomaquia y no hay ningún poeta ilustre que no haya hecho preceder sus obras por algún escrito de estilo más relajado. Por otra parte, era tarde para retener mis poemas, puesto que, de hecho, ya los teníais en vuestro poder aquellos en cuyo honor han sido escritos. Para los demás lectores, sin embargo, es inevitable que pierdan mucho de su justificación, ya que no conservan el único encanto que tenían, el de la frescura, porque en ninguno de ellos he trabajado más de dos días, y algunos nacieron en uno solo.”
(Estacio, Silvas, I, dedicatoria)

Stepan Bakalovich, Galería Tretiakov, Moscú

Los emperadores buscaban que los poetas escribieran sus obras con el fin propagandístico de alabar sus hazañas. Así, Augusto había expresado una admiración especial por el Tiestes de Vario, en el que honró el triunfo militar de Augusto en el año 29 a. C. y resaltó el heroísmo del propio emperador y de Agripa. Al autor se le concedió un obsequio de un millón de sestercios.

Horacio habla de la admiración de Augusto por Virgilio y Varo en la epístola que le dedica.

“No desmerecen de tu estima por ellos ni de los obsequios que de ti recibieron —con grandes elogios a quien se los daba—, Virgilio ni Vario, poetas que tú tanto quieres; y es que no se muestra más claramente el rostro de los varones ilustres en las estatuas de bronce, que sus virtudes y su alma en la obra del vate.” (Horacio, Epístolas, II, 1, 245)

Recitatio de Horacio, Pintura de Adalbert von Rössler

El autor podía entregar un ejemplar original de su obra a un librero y editor (bibliopola), para que éste en su taller (taberna libraria) dispusiera la copia múltiple del libro por parte de copistas, que normalmente eran esclavos (servi librarii). Estos editores pagaban una pequeña cantidad a los escritores, pero estos no poseían derechos de autor.

“Frente al foro de César hay una librería con sus jambas totalmente escritas de punta a cabo para que pueda uno leer [los nombres de] todos los poetas. Pídeme allí. No tienes más que preguntar a Atrecto –así se llama el dueño de la librería– y, del primer o segundo estante, por cinco denarios, te entregará un Marcial pulido con piedra pómez y forrado con púrpura.” (Marcial, Epigramas, I, 117)

Librería romana. Mary Evans picture library

El librero Trifón, posiblemente un liberto de origen griego, fue reconocido como editor tanto de marcial como de Quintiliano, el cual ensalzó la calidad de su trabajo.

“Me andabas importunando todos los días, para que diese principio a la publicación de mis libros sobre la instrucción del orador, que había dirigido a mi amigo Marcelo. Por lo que a mí toca, no pensaba estar la obra en sazón, habiendo empleado en trabajarla como eres buen testigo, poco más de dos años, pero embarazado en varias ocupaciones; tiempo que por la mayor parte he gastado en discurrir sobre esta materia casi infinita, y en la lectura de innumerables autores, más que en escribir. Siguiendo por otra parte el precepto de Horacio en su Arte Poética, que aconseja no apresuremos la publicación de nuestro trabajo, sino que le tengamos reservado por el discurso de nueve años, dejaba descansar la obra, para que, calmando aquel amor que tenemos a lo que es parte de nuestro entendimiento, la pudiese yo examinar con menos pasión, leyéndola como si no fuese cosa mía. Pero si es tan deseada su publicación como me aseguras, salga enhorabuena al público, y deseemos que tenga buena ventura, pues confío que por tu cuidado y diligencia llegue a sus manos muy enmendada.” (Quintiliano, Instituciones Oratorias, Prefacio)

Horacio recitando. Vincenzo Morani

Un cierto librero llamado Doro es recordado por haber comprado una copia maestra, y, quizás el texto original, de Cicerón, y por publicar y vender la obra histórica de Livio.

“Llamamos libros de Cicerón los mismos que Doro, librero, llama suyos, y lo uno y lo otro es verdad; porque el uno los llama suyos por ser autor de ellos, el otro porque los compró, y así justamente se dice que son de entrambos, porque en esto lo son, aunque no por el mismo modo, y en este mismo sentido puede Tito Livio recibir o comprar de Doro sus propios libros.” (Séneca, De los beneficios, 7, 6, 1)

Sin embargo, el gremio de los libreros tampoco se libraba de las críticas por carecer de la cultura suficiente para discernir un libro bueno de uno malo.

"¿Quién podría rivalizar acerca de su nivel cultural con comerciantes y libreros, que tienen y venden tantísimos libros? Pues, si quieres corroborar esta opinión, verás que, en lo que a nivel cultural se refiere, no son ellos mucho mejores que tu; antes bien hablan con tosquedad como tú, cerrados de entendederas, como es lógico que sean, gentes que no han podido distinguir lo exquisito de lo vulgar." (Luciano, Contra un ignorante que compraba muchos libros, 4)


Los libros antiguos o manuscritos originales podían alcanzar altos precios en el mercado.

“Me mostró un ejemplar muy antiguo del libro II de la Eneida, comprado en el mercado de los Sigillaria por veinte áureos, del que se creía que había pertenecido al propio Virgilio.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, II, 3, 5)

Por ese interés de muchos lectores en los libros antiguos, algunos libreros sin escrúpulos pretendían conseguir mayores ganancias haciendo pasar por antiguos libros que no lo eran utilizando diversos trucos.

“Pero, ¿tú te das cuenta de lo que hacen algunos libreros?
INT. - ¿Y por qué me lo preguntas?
DIÓN-. Porque, como saben que la gente se interesa más por los libros antiguos en la idea de que están mejor escritos y en mejores materiales, entierran en trigo los libros más vulgares de los autores modernos para que acaben pareciendo antiguos por el color. Y luego, después de estropearlos bastante, los venden como si fueran antiguos." 
(Dión Crisóstomo, Discursos, XXI, 12)

Para producir libros a gran escala, los editores contrataban los servicios de esclavos y ya en el Imperio, incluso los ciudadanos romanos trabajaban como copistas (librarii), los cuales preparaban sus ediciones al dictado, sobre todo cuando el objetivo era la velocidad y la cantidad, lo que daba lugar a errores. También solían disponer de una copia maestra. En el siglo I d.C. se les pagaba una tarifa fija standard por línea.

Escribas copiando al dictado

Ático, hombre de vasta cultura y grandes recursos económicos, fue editor y amigo de Cicerón, y tenía en su casa esclavos que copiaban las obras del célebre orador. Los especializados en lectura se llamaban anagnostae y los expertos en escritura eran los librarii.

“Si se consideran sus servicios, contó con una servidumbre excelente; pero si es por la apariencia, se diría que era prácticamente normal. La integraban jovencitos muy instruidos, extraordinarios lectores y en su mayoría copistas, de suerte que no había ni siquiera un lacayo que no fuera capaz de realizar de manera aceptable alguna de estas dos tareas. De los que exige la organización doméstica, los demás eran también especialistas, y de los buenos. Sin embargo, entre ellos no tuvo ninguno que no hubiese nacido y se hubiese formado en su casa." (Cornelio Nepote, Vida de Ático, XIII, 3)

César dictando sus Comentarios. Pintura de Pelagio Palagi

Cicerón pide a su amigo Ático que le envíe unos copistas para ayudar en la catalogación de su biblioteca y luego en otra carta le agradece el trabajo realizado por esos esclavos y le expresa su satisfacción por el resultado de su labor.

“Encontrarás un prodigioso catálogo de mis libros, obra de Tiranión; lo que queda de ellos es mucho mejor de lo que había creído. Mándame, por favor, un par de tus copistas, que Tiranión pueda utilizar como encuadernadores y auxiliares para el resto, y ordénales que tomen un poco de pergamino con que hacer los títulos, a los que vosotros, los griegos, según creo, les llamáis sittúbas.” (Cicerón, Cartas a Ático, IV, 4a)

“Por cierto, después de haberme organizado los libros Tiranión, parece que a mi casa se le ha añadido inteligencia. En esta tarea sin duda ha sido maravillosa la contribución de tu Dionisio y tu Menófilo. No hay cosa más atractiva que aquellos estantes tuyos después de que dieron lustre a mis libros con sus títulos.” (Cicerón, Cartas a Ático, IV, 8)


Los correctores (anagnostae) hacían marcas en los manuscritos para certificar que habían sido copiados y comprobados en base a una copia de confianza. Si el corrector era un experto la copia se consideraba de gran valor y se vendía a un alto precio en las librerías.

Como los libreros atendían especialmente a la rapidez en las copias, la habilidad de los correctores añadía prestigio al editor. Aulo Gelio recoge una anécdota de cómo una copia de una obra en venta en una librería se anunciaba como hecha sin un solo error, pero un gramático encuentra uno solo.

“El poeta Julio Paulo, hombre que recordamos como muy sabio, y yo nos hallábamos sentados casualmente en una librería en el barrio de los Sigillaria. Estaban allí expuestos los Anales de Fabio, libros de auténtica y probada antigüedad, de los que el vendedor aseguraba que carecían de erratas. Sin embargo, uno de los gramáticos más conocidos, contratado por el comprador para examinar los libros, decía haber encontrado una errata en un libro; por su parte, el librero apostaba lo que quisiera a que no había error ni en una sola letra. El gramático mostraba que en el libro IV aparecía escrito lo siguiente17: “Por eso entonces por vez primera uno de los cónsules fue elegido de entre la plebe el año vigésimo segundo [duovicesimus] después de que los galos tomaron Roma”18. “No debió -dice el gramático- escribir duovicesimus, sino duo et vicesimus.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, V, 4, 1-5)



Las quejas sobre la mala ejecución de los copistas (librarii) a la hora de trasladar el escrito original a las copias que debían ser distribuidas para su venta, eran frecuentes, y los errores graves enojaban a los autores originales.

“Si algo te parece en estas páginas, lector, o muy oscuro o poco latino, el error no es mío; lo ha tergiversado el copista con las prisas por cargar versos a tu cuenta. Pero si crees que no es él, sino yo, quien ha caído en falta, entonces yo creeré que tú no tienes ni pizca de inteligencia.
—“Pero esos versos son malos”. —¡Como si yo negara lo evidente! Estos son malos, pero tú no los haces mejores.”
(Marcial, Epigramas, II, 8)

Si un autor no deseaba confiar a un editor la publicación de su obra por considerar que no le iba a prestar la atención necesaria, podía recurrir a una revisión y edición hecha por él mismo, que podía ocasionalmente ir acompañada de un sello con el nombre del autor y ciertos datos autobiográficos. Estas copias se vendían a muy alto precio debido a su alta fiabilidad por lo que algunos editores animarían a los autores a hacer sus propias copias con las cuales obtendrían mayores beneficios.

“Biblioteca de una finca deliciosa, desde donde el lector ve próxima la ciudad, si entre tus más sacrosantos poemas hubiera algún sitio para mi juguetona Talía, puedes colocar, aunque sea en el estante más bajo estos siete libros que te he enviado corregidos por la pluma de su propio autor. Estas tachaduras aumentan su precio. Pero tú, delicada, que por mi pequeño regalo serás celebrada, famosa en el mundo entero, guarda esta prenda de mi corazón, ¡oh biblioteca de Julio Marcial!” (Marcial, Epigramas, VII, 17)



Incluso las ediciones revisadas por eruditos o gramáticos (a quienes editores concienzudos empleaban para hacer copias de autores ya fallecidos) servían al público como garantía de calidad y fidelidad textual por las cuales los lectores pagaban grandes sumas.

“¿Con qué palabras podría expresar yo mi alegría por haberme enviado ese discurso mío copiado por tu puño y letra?... ¿Qué cosa parecida le aconteció a Marco Porcio, a Quinto Enio, a Gayo Graco, a Ticio el poeta, a Escipión, a Numidico, a Marco Tulio? Sus obras se consideran más valiosas y consiguen la máxima gloria si las copias de las mismas han sido escritas por mano de Lampadio o Estaberio, de Plaucio o de Décimo Aurelio, de Autricón o de Elio, o si son corregidas por Tirón, o copiadas por Domicio Balbo, o por Ático, o Nepote.” (Frontón, Epístolas, I, 7, 3-4)

Los lectores de obras literarias provenían principalmente de las cultas clases altas y de las ciudades, cuyos miembros tenían a esclavos que leían a invitados o a sus propios señores. Plinio el joven describe uno de los actos cotidianos de su tío Plinio el viejo.

“A menudo, después de tomar algún alimento, que durante el día era ligero y simple según una antigua costumbre, en verano, si tenía algún tiempo libre, se tumbaba al sol y se hacía leer un libro, mientras tomaba notas y copiaba algún pasaje." (Plinio, Epístolas, III, 5, 10)

Pintura de Alma-Tadema

Cuando un autor consideraba terminada su obra literaria, solía darla a conocer en una lectura pública, recitatio, de tal forma que los escritores con cierta posición disponían en su casa de una estancia en su casa habilitada para ello, el auditorium. En esta sala se instalaba una tarima para que el autor, el dueño de la casa o un invitado, con un cuidado aspecto, intentara desde allí convencer con su actuación y prestancia al público asistente.

“Al igual que en la vida, en la literatura creo que lo más hermoso y más adecuado a la condición humana es mezclar la severidad y la amabilidad, para que la primera no se convierta en antipatía, y la segunda en ligereza. Inducido por este principio, intercalo en las obras más serias juegos y pasatiempos. Para dar a conocer estos elegí el momento y el lugar más oportunos, y para que se acostumbrasen ya desde ahora a ser oídos también por personas desocupadas y en los comedores, coloqué a mis amigos en el mes de julio, en el que suelen ser más infrecuentes los litigios judiciales, en sillas situadas delante de los lechos.” (Plinio, Epístolas, VIII, 21)

Pintura de Alma-Tadema

En la época de Plinio el joven las lecturas privadas destinadas a una limitada audiencia se hacían casi a diario.

El método de lectura pública servía al escritor para corregir sus propios escritos y tener en cuenta la valoración que sus oyentes hacían de ellos con el fin de asegurarse que serían del gusto general antes de publicarlos.

“Yo no busco los elogios por mi discurso cuando lo leo públicamente, sino cuando soy leído, y consecuentemente empleo todos los métodos posibles de corrección. En primer lugar, examino a fondo conmigo mismo lo escrito; luego, se lo leo a dos o tres amigos; después, se lo envío a otros para que hagan los comentarios que crean convenientes, y sus comentarios, sí tengo dudas sobre ellos, los sopeso de nuevo con uno o dos amigos, y, por último, hago una lectura ante más gente, y este es el momento, créeme, en el que hago las correcciones más profundas; pues mi diligencia aumenta en razón directa de mis angustias.” (Plinio, Epístolas, VII, 17)

Catulo recitando. Foto Science source

Cuando la lectura se llevaba a cabo antes de la edición y venta de ejemplares, los comentarios de los asistentes sí eran decisivos a la hora de animar a los editores a invertir o no en la publicación, por lo que el que no podía permitirse alquilar un lugar donde desarrollar su recitatio, buscaba cualquier lugar, en el que hubiera gente reunida, como el foro, las termas o bajo los pórticos. La mayoría de escritores debían recurrir a mecenas que les cedían su auditorium para la lectura:

"Ofrece su propia casa a los que desean celebrar lecturas de sus obras, pero, además, como hombre extraordinariamente afable que es, frecuenta las salas públicas de recitaciones, pues no sólo gusta de asistir a éstas en su casa." (Plinio, Epístolas, VIII, 12)

Virgilio y Vario en casa de Mecenas, Pintura de Charles Francois Jalabert

Las mujeres asistían a estas lecturas, sobre todo, si se hacían en sus residencias.

"Y Augusto —pues casualmente estaba lejos de Roma por la campaña de Cantabria—, le pidió en cartas suplicantes y también, en broma, amenazadoras que "de la 'Eneida' le fuera enviado", según sus palabras, "o el primer esbozo del poema, o la parte que quisiera". Sin embargo, mucho después, cuando finalmente había preparado la materia, Virgilio le recitó únicamente tres libros, el segundo, el cuarto y el sexto, pero éste con gran impresión en Octavia, de la que se cuenta que, estando presente en la recitación, desfalleció ante aquellos versos acerca de su hijo: "tú serás Marcelo", y fue reconfortada con dificultad. También recitó a muchos otros, pero no frecuentemente y casi sólo esas cosas acerca de las cuales dudaba, para conocer más la opinión de los hombres." (Suetonio, Vida de Virgilio, 31-33)

Virgilio leyendo la Eneida, pintura de Vncenzo Camuccini

Era costumbre entre los escritores romanos gestionar la copia privada de unos cuantos ejemplares de su libro recientemente terminado. Para distribuir entre amistades y patronos y obtener su opinión, no siendo raro que los autores cambiaran sus textos tras haberlos entregado a un editor.

“No tengo la menor duda de que deseas, dado tu habitual afecto por mi persona, leer este libro lo antes posible, todavía fresco. Lo leerás, pero después de la revisión, que fue precisamente la causa de su lectura pública. Sin embargo, ya conoces algunos pasajes de él. Tendrás conocimiento de estos pasajes, corregidos después, lo que suele ocurrir por una demora larga, empeorados como si se tratase de partes nuevas o rehechas. Pues, cuando se cambian muchas partes de una obra, parece que también se han cambiado las partes que se han conservado.” (Plinio, Epístolas, VIII, 21)
Pintura de Alma-Tadema

Debido a lo extendida que estaba esa costumbre algunas amistades se quejarían por no haber recibido el último ejemplar de manos del propio autor, como recuerda Símaco en una epístola destinada a Ausonio.

“Y no es extraño que se haya debilitado la vena de mi elocuencia, pues hace tiempo que no la alientas con la lectura de algún poema o libro en prosa tuyo. En consecuencia, ¿con qué fundamento me reclamas con una usura enorme mis escritos cuando no me has prestado nada de tu capital literario? Tu Mosela, que has inmortalizado con versos divinos, anda volando por las manos y los pliegues de la toga de muchos, pero ha pasado sólo rozando mi boca. Dime por favor por qué has querido privarme de esa obrita.” (Símaco, Epístolas, I, 14)

Como norma general, en la antigua Roma el editor de una obra necesitaba el permiso del autor para publicarla, aunque no era estrictamente necesario, pero se enfrentaba a consecuencias económicas, si el autor, que era el encargado de darle su forma final, decidía no ponerla en circulación.

Con respecto a la escena teatral una copia de la obra quedaba en manos de los ediles que eran los encargados de que la obra se representase públicamente.

Pintura de Camillo Miola

Cuando el autor y el editor tenían relaciones de amistad, el primero enviaba al segundo una versión provisional de su obra, no para su inmediata publicación, sino para hacerse con una crítica constructiva de un respetado lector. Por una carta de Cicerón a Ático sabemos que a Cicerón no le gustó que su editor y amigo publicara una obra suya sin su aprobación. Ático permitió que Balbo copiara el quinto tomo de la obra De Finibus de Cicerón, antes de que este indicara que ya estaba listo. Cicerón le echa en cara que la obra llegara a manos de Balbo, antes que a las de Bruto, a quien estaba dedicada. Además, Cicerón entretanto había alterado, y, quizás, mejorado, el trabajo, y, por tanto, el texto que había obtenido Balbo no estaba completo.

“Dime, en primer lugar, ¿te parece bien publicar sin orden mía? Ni siquiera lo hacía Hermodoro, aquel que solía difundir los libros de Platón, de donde

'Hermodoro con los diálogos...'.

Pues, ¿qué?, ¿consideras correcto darlo a cualquiera antes que a Bruto, a quien 'se lo dedico' a instancias tuyas? Pues Balbo me ha escrito que había hecho copiar el quinto libro de un De Finibus procedente de ti; en el cual no he cambiado ciertamente muchas cosas, pero sí algunas. Tú obrarías adecuadamente si guardas los demás para que Balbo no tenga un texto 'sin corregir' y Bruto 'anticuado'."
(Cicerón, Epístolas, XIII, 21)


Sin embargo, a pesar de la crítica, Cicerón no menciona que se haya quebrantado ninguna ley, solo la confianza, y además no hay beneficio económico, porque solo se había cedido el manuscrito para hacer una copia, no para su edición final.

Virgilio murió sin terminar su obra La Eneida, por lo que anteriormente había pedido a sus amigos Vario y Tucca que el manuscrito no fuese publicado tras su muerte. Ello puede mostrar que existía conciencia social de que el autor poseía derechos sobre su obra incluso tras su muerte. Aunque en un principio, sus amigos respetaron sus deseos, Augusto mandó que lo publicaran, anteponiendo la divulgación de la obra al deseo del propio autor. Vario y Tucca tuvieron que ceder, pero se negaron a revisar o completar el manuscrito como reconocimiento a la autoría de virgilio.

“El Divino Augusto prohibió que quemaran los poemas de Virgilio en contra de la modestia del testamento de éste; así le cupo al poeta una prueba de reconocimiento mayor que si él mismo hubiera aprobado su propia obra.” (Plinio, Historia Natural, VII, 114)

Virgilio con las musas Clío y Melpómene, Museo del Bardo, Túnez

Entre autor y editor existiría una relación contractual para la publicación del manuscrito y su distribución, aunque eso no suponía que el autor no pudiera decidir sustituir al editor por otro que le conviniese más. Proporcionar una edición cuidada ayudaría a conservar a los autores que buscaban la buena fama de sus obras.

“Tú, que deseas que mis libritos estén contigo en todas partes, y buscas tenerlos como compañeros de un largo viaje, compra los que en pequeñas páginas oprime el pergamino. Reserva las estanterías para las grandes obras; yo quepo en una sola mano. Pero para que no ignores dónde estoy a la venta y no vayas errando sin rumbo por toda la ciudad, siendo yo tu guía no tendrás duda. Pregunta por Segundo, el liberto del docto Lucense, detrás del templo de la Paz y del Foro de Palas.” (Marcial, Epigramas, I, 2)

Escriba con tablilla de cera y stilus, Museo Arqueológico de Trier, Alemania

Como normal general los escritores estaban muy mal pagados y eran habituales sus quejas ante los beneficios obtenidos por los editores de sus obras y el poco dinero que ellos mismos recibían por su trabajo.

“Todo el tropel de Xenias en este delgado librito te costará al comprarlo cuatro sestercios. ¿Qué cuatro es demasiado? Podría costarte dos, y aún haría negocio el librero Trifón. Estos dísticos puedes enviárselos a tus huéspedes en vez de un regalo, si tan escasos son para ti las perras como para mí. Mediante unos títulos tendrás los nombres añadidos a los contenidos.” (Marcial, Epigramas, XIII, 3)

Las dedicatorias a personajes notables podían sustituir a salarios a veces inexistentes pues los individuos a los que se dedicaba el libro se ocupaban de que las ediciones de los libros fueran cuidadas y costosas lo que elevaba su notoriedad.

“Librito mío, ¿a quién quieres obsequiar? Búscate en seguida un protector, no sea que, llevado al punto a la cocina ahumada, tu papel aún húmedo se destine a envolver atunes frescos o sirvas de cucurucho del incienso y la pimienta. ¿Te marchas al seno de Faustino? Sabes lo que haces. Ahora puedes echarte a andar ungido con aceite de cedro y, hermoseado por la doble ornamentación de tu frente, regodearte en tus dos cilindros pintados, y que la púrpura delicada te cubra y que el título se enorgullezca con el rojo de la grana. Si él te protege, no temas ni a Probo.” (Marcial, Epigramas, III, 2)

Fresco de Pompeya

En el caso de que los textos no estuvieran ya en posesión de su autor, como sucede con las cartas, no hay evidencia de que el remitente mantuviera derecho sobre su publicación, pero sí que podía existir un código ético de respeto por la amistad y por el honor personal.

"A menudo me has animado a reunir y a publicar aquellas cartas mías que hubiese escrito con mayor esmero. Las he reunido sin conservar un orden cronológico, ya que no escribía una historia, sino según iban llegando a mis manos. Ahora solo falta que tú no te arrepientas de tu consejo, ni yo de haberte hecho caso. Pues entonces ocurrirá que me pondré a buscar todas las que hasta ese momento yazgan olvidadas, y no suprimiré ninguna que haya podido escribir con posterioridad. Adiós.” (Plinio, Epístolas, I, 1)



Si un amigo del autor consideraba digna de divulgación alguna de sus obras la exponía al público para dar a conocer el buen hacer del escritor, aunque esto no agradara del todo al autor por haberse hecho sin su permiso. Se consideraba que una vez compuesta no se debía retener.

“Me pareces demasiado pudoroso al acusarme de haber divulgado tu opúsculo, pues es más fácil mantener en la boca unos rescoldos ardientes que guardar el secreto de una obra brillante. En cuanto tu poema partió de tu lado, perdiste todo derecho. Un discurso hecho público es un bien común… sé indulgente con tu estilo, para que te des a conocer a menudo. Dedícanos por lo menos algún poema didáctico o exhortatorio. Pon a prueba mi silencio, que por más que deseo atestiguártelo, no me atrevo sin embargo a garantizar. Yo conozco el prurito de comentar una obra que se ha examinado, pues de algún modo alcanza una participación en el encomio el primero que divulga una obra ajena bien escrita.”
(Símaco, Epístolas, I, 31)

Algunos autores tenían que enfrentarse a que otros con menos talento intentasen apropiarse de su producción y la hiciesen pasar como si fuera propia. Había casos de citas y préstamos sin indicar su procedencia o de trabajos que sin alterar o parcialmente alterados se atribuían a otros.

Profeta leyendo un papiro, Sinagoga de Dura Europos.
Gillman slide collection

Así en los Epigramas de Marcial se encuentran varias acusaciones contra individuos que plagian sus obras.

“Corre el rumor de que tú, Fidentino, lees mis versos al público como si fueran tuyos. Si quieres que se diga que son míos, te enviaré gratis los poemas; si quieres que se diga que son tuyos, compra esto: que no son míos.” (Marcial, Epigramas, I, 29)

Ante la posibilidad de ver sus obras robadas, algunos autores podían sellar sus escritos con un sello que indicaba la atribución de la obra a su verdadero autor.

“Cirno, para mí que soy un artista instruido un sello quede
impuesto sobre estos versos: si son robados, nunca pasarán
inadvertidos, y nadie estropeará lo que de bueno hay en ellos.
Todo el mundo dirá así: "Son versos de Teognis de Mégara":
célebre entre todos los hombres.”
(Teognis de Mégara, vv 19-23)


Sello de biblioteca en terracota

Los romanos eran conscientes de que la lectura de obras de otros autores podía influir en la propia. Ovidio, exiliado en Tomi, se quejaba amargamente de que sin sus libros le faltaba inspiración y el material necesario para producir sus propios escritos.

“Justo será con mis poemas cuando conozca que han sido escritos en tiempo de destierro y en un lugar de barbarie, y se admirará de que en medio de tantas adversidades haya podido componer poema alguno con mi triste mano. Las desgracias han sofocado mi ingenio, cuya fuente ya antes era infecunda y su vena pequeña. Pero la que había se retiró por falta de ejercicio y, desecada por el largo abandono, ha desaparecido. No hay aquí abundancia de libros que me estimule y alimente: en lugar de libros, resuenan los arcos y las armas.” (Ovidio, Tristes, III, 14, 30)

Ovidio en el exilio. Ion Theodorescu Sion

Los poetas podían emplear motivos ya utilizados por otros poetas de forma que se viera como un cumplido hacia su obra. Además, una excesiva originalidad temática no estaba bien vista en una sociedad tan conservadora con respecto a la literatura como la romana. Macrobio elogió a Virgilio por haber mantenido vivo para la posteridad el espíritu de los poetas antiguos en sus propias obras.

“Si a todos los poetas y escritores se les permitió practicar entre sí tal asociación y comunidad de bienes, ¿quién podría achacar a Virgilio un delito, si para perfeccionarse tomó algo prestado de los autores antiguos? Además, hay que darle las gracias por ello, porque al transferir algunas cosas de las obras de aquéllos a la suya propia, que está destinada a perdurar eternamente, impidió que se perdiera del todo la memoria de los antiguos.” (Macrobio, Saturnales, VI, 1, 5)

Mosaico del Museo Arqueológico de Trier, Alemania, foto Carole Raddato

El deseo de fama inmortal y reconocimiento por sus obras guiaba a la mayoría de los autores de la antigüedad, por lo que muchos de ellos indicaban en alguna parte de los textos que escribían una mención a su nombre, origen, ancestros, inspiración y logros, con los que aspiraban al reconocimiento social por su creación. También era una defensa de la autoría de la obra que trataba de evitar que otros se atribuyeran el mérito.

En los versos siguientes Horacio reivindica ser el primero en la composición de metros líricos eolios en latín. Además, brinda su gloria a la musa que lo ha inspirado y reclamar el premio que cree merecer.

“He dado cima a un monumento más perenne que el bronce
y más alto que el regio sepulcro de las Pirámides; tal que ni
la lluvia voraz ni el aquilón desatado podrán derribarlo; ni la
incontable sucesión de los años, ni el veloz correr de los tiempos.
No moriré yo del todo y gran parte de mí escapará a Libitina.
Sin cesar creceré renovado por la celebridad que me espera,
mientras al Capitolio suba el pontífice con la callada virgen
De mí se dirá —allá por donde violento el Áufido retumba
y Dauno, escaso de agua, reinó sobre pueblos montaraces—
que, poderoso a pesar de mi origen humilde, fui el
primero en llevar el canto eolio a las cadencias itálicas.
Acepta este orgullo debido a tus méritos, y con el laurel
de Delfos, Melpómene, cíñeme de buen grado los cabellos.”
(Horacio, Odas, 3, 30)

Musa Melpómene, Museo Arqueológico de Trier

Los libros eran regalos disponibles para intercambiar en las Saturnales, y de su calidad en la presentación dependía su precio y el agradecimiento del obsequiado.

“Eso de enviarme, Gripo, un libro a cambio de otro libro, ha sido, sin duda, por gastarme una broma. Y podría parecer gracioso, si después me mandases otro obsequio; porque si continúas con tales bromas, ya no lo serán más. Pero bueno hagamos cuentas, el mío, en estuche de púrpura, con su papiro nuevo, adornado con dos cilindros, me costó, además de mi esfuerzo, una moneda de diez ases. El tuyo, comido por la polilla y desmoronándose como los que están empapados de aceitunas Líbicas, o los que envuelven incienso o pimienta del Nilo, o cultivan el atún de Bizancio; …. lo compraste en el puesto de un pobre librero, más o menos por un as de Calígula, tal es tu regalo.” (Estacio, Silvas, IV, 9)

Sin embargo, los autores con cierto prestigio se vanagloriaban de ver que sus obras tenían buena acogida en el mercado editorial y eran vendidas y apreciadas por distintas partes del imperio romano.

“No creía que en Lugdunum (Lyon) hubiera librerías, y he recibido tanto más placer al saber por tu carta que mis opúsculos se venden en ellas. Estoy encantado de que ellos conserven fuera de Roma la popularidad que han ganado en ella. Empiezo, pues, a pensar que son bastante perfectas unas obras, sobre las que coinciden las opiniones públicas en regiones tan separadas las una de las otras.” (Plinio, Epístolas, IX, 11, 2)



Para hacer más atractivos los manuscritos en ocasiones se decoraban con ilustraciones relativas al contenido del texto. Los escritos de los últimos siglos del Imperio con temática religiosa parece que incluyeron dibujos que ayudarían a entender mejor el mensaje destinado a las comunidades cristianas. Aunque es más difícil encontrarlos en papiro por su fragilidad, los códices de pergamino si empezaron a constituir un soporte adecuado que se siguió empleando a lo largo de la Edad Media.

Papiro Goleniscev, Museo Pushkin, Moscú

En Roma, la mujer aristócrata llegó a tener un cierto status de privilegio y un poco de educación que le permitía aprender y conocer la tradición literaria, y también desenvolverse socialmente.

Hacia finales de la República e inicios del Imperio el hábito de la lectura se convirtió en una ocupación más cotidiana incluso para las mujeres, que siempre habían aparecido en la literatura como modelos de virtud cuya principal dedicación eran la casa y los hijos.

Los poetas elegíacos romanos muestran su admiración por la docta puella, una mujer liberada y culta, que atraen a sus admiradores por su belleza y su capacidad intelectual, en vez de por su linaje o virtudes tradicionales.

Catulo leyendo sus poemas. Pintura de Alma-Tadema

Propercio describe que fue lo que le atrajo de su amada Cintia:

"No me ha cautivado tanto su rostro, aunque es espléndido
(los lirios no son más blancos que mi dueña:
es como la nieve meótica si rivalizara con el bermellón íbero,
y como los pétalos de la rosa nadan en pura leche),
ni su cabello, que cae ordenadamente por su cuello suave,
ni sus ojos, dos antorchas que son mis estrellas, ni es como
cuando una joven luce con un vestido de seda de Arabia
(no soy yo un amante que se enamora por nada):
me ha cautivado su elegancia en el baile, servido ya el vino,
como cuando Ariadna dirigía las danzas de las Ménades;
y me ha cautivado cuando tantea versos en ritmo eolio,
tan experta en tañer la lira como Aganipe,
y cuando compara sus escritos con la antigua Corina,
cuyos versos piensa q u e ninguna otra puede igualar a los suyos."
(Propercio, Elegía, II, 3)

Pintura de Alma-Tadema, Museo Nacional de Gales

Se conocen muy pocas escritoras y de algunas de ellas solo se conservan sus nombres y en otros casos, fragmentos de su creación literaria. La ausencia de textos escritos por mujeres, probablemente se debió al temor de que la mujer dejara el ámbito privado para introducirse en el ámbito masculino y público, y obtuviese el poder de equipararse al hombre, pues dar a conocer los escritos convertía al autor en un ser público, conocido por la sociedad a la que pertenecía, considerado por siglos el derecho social propio del varón.

Ovidio alaba el talento creativo de su hijastra Perila, joven educada y de buenas costumbres, animada a componer poesía por el propio escritor, quien se lamenta de que ahora, quizás debido al destierro que él sufre, haya abandonado la creación literaria.

“Y dime, ¿acaso tú también te aplicas a nuestros estudios
comunes y compones doctos poemas en un metro no
patrio? Pues la naturaleza, de acuerdo con el destino,
te ha dotado de púdicas costumbres, de cualidades excepcionales
y de talento. Ese talento tuyo fui el primero en
conducirlo a las ondas de Pegaso, a fin de que no se
agotase de mala manera tu vena de agua fecunda. Fui el
primero que lo descubrió en tus tiernos años de jovencita
y, como un padre para su hija, fui tu guía y compañero.
Así pues, si permanece aún ese mismo fuego en tu pecho,
únicamente la poetisa de Lesbos superará tu obra.
Pero me temo que mi fortuna en este momento te esté
deteniendo y que tras mi desgracia tu pecho haya quedado
sin inspiración. Mientras pudo ser, con frecuencia tú me
leías tus poemas y yo te leía los míos; unas veces era tu
juez, otras tu maestro: unas veces prestaba oídos a tus
versos recién compuestos, otras, cuando interrumpías tu
labor, yo era el motivo de tu rubor. Tal vez, debido a
mi ejemplo, por el hecho de que mis libritos me perjudica-
ron, has seguido también tú el destino de mi castigo. Depon,
Perila, tu miedo; cuida sólo de que ni hembra alguna
ni varón aprenda a amar empujado por tus escritos.”
(Ovidio, Tristes, III, 7)

La edición de lujo, Pintura de John William Godward

Las únicas escritoras que podían participar de los círculos literarios reconocidos eran las que pertenecían al mismo ámbito social, generalmente de clase aristocrática y debían rodearse de patrones influyentes, al igual que hacían los escritores varones de la época.

Tal es el caso de la conocida poetisa Sulpicia que escribió poemas amorosos y tenía como protector a su tío Marcus Valerius Messala Corvinus, político, gran orador y patrón de la literatura de su época, conocido mecenas de los poetas del círculo de Tibulo y de Ovidio; y tutor, además, de su sobrina.

“Se presenta un odioso cumpleaños que habrá de transcurrir triste en el tedioso campo y sin Cerinto. ¿Qué hay más agradable que la ciudad? ¿Pueden ser adecuados a una joven una casa
de campo y un río helado en la llanura aretina?
Ya, Mésala, en exceso preocupado por mí, tranquilízate;
tus viajes con frecuencia son inoportunos, pariente mío. Apartada
aquí dejo mi alma y mis sentidos, en tanto que no [permites]
que esté a mi gusto.”
(Ciclo de Sulpicia, III, 14)

Fresco de Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Sulpicia es una joven de buena estirpe que desafía las habladurías de los de su clase y las preocupaciones de su familia por su virtud. Con sus poemas, logra el amor de Cerinto de igual forma que los poetas elegiacos cautivaban a la persona amada con sus versos.

“Por fin llegó el amor, el que se me reprocha haber ocultado
a mi pudor tanto como no habérselo desvelado a nadie.
Convencida por mis Camenas, Citerea me trajo a aquél
y lo dejó caer en mi pecho: Venus cumplió sus promesas:
que narre mis goces si alguien dice no haber tenido los
suyos. No quisiera yo enviar nada en tablillas selladas para
que nadie lo lea antes que el mío, pero me agrada haber
pecado, me molesta fingir un rostro de cara a la galería: que
de mí se diga que he sido digna de un digno.”
(Ciclo de Sulpicia, III, 13)

Horacio y Lidia, Pintura de John Collier

Plinio el joven equipara a su esposa Calpurnia a una docta puella que lee sus obras, canta sus versos y asiste a sus recitaciones, aunque conservando la virtud de la castidad, de la cual carecían las famosas Lesbia de Catulo o Delia de Tibulo.

"Es extraordinariamente inteligente y frugal; me ama, lo que indica su virtud. Añade a esto el interés por los estudios literarios, que le ha inspirado el amor que siente por mí. Guarda copias de mis obras, que lee una y otra vez, e incluso las aprende de memoria… Ella misma, cuando hago una lectura pública, se sienta en un lugar próximo, oculta por una cortina, y escucha atentamente los elogios que recibo. Ella incluso ha puesto música a mis poemas y los canta con su cítara, que no le ha enseñado a tocar ningún artista, sino el amor que es el mejor de los maestros.” (Plinio, Epístolas, IV, 19)

Pintura de Stepan Bakalovich

Ya a finales del Imperio una mujer perteneciente a una clase social elevada, Egeria, escribió en prosa un diario sobre los viajes que realizó en peregrinación a Tierra Santa describiendo además la comunidad cristiana que allí vivía. Su status social queda patente en el hecho de que es recibida por las autoridades religiosas locales, que le proporcionan guías y escoltas y su riqueza en que tiene capacidad para cubrir los gastos de su itinerario por sí misma. Su independencia demuestra que no estaba casada al menos durante la época descrita. Es un trabajo personal, sin intención de ser publicado, destinado a ser leído por sus compañeros de religión, pero que instruye sobre la educación y erudición que algunas mujeres privilegiadas tenían en ese momento histórico.

“Luego, siguiendo la marcha, llegamos a un lugar dónde aquellos montes entre los cuales íbamos se abrían, formando un valle amplísimo, muy llano y muy hermoso, y al fondo de él se veía el santo monte de Dios, el Sinaí…” (Itinerario de Egeria, 1, 2)

Museo Metropolitan, Nueva York

En los últimos siglos del Imperio el sistema de edición y publicación de obras literarias no cambió demasiado. Los escritores seguían escribiendo sus obras que eran copiadas por copistas y enviadas a los lectores que las solicitaban.

“¡Con qué interés solicitó mis propias obras, hasta el punto de enviar seis copistas —pues en esta tierra hay penuria de escribanos que conozcan la lengua latina— con el encargo de copiar para él todo lo que he dictado desde mi juventud hasta el día de hoy!” (Jerónimo, Epístolas, 75, 4)

Foto Granger

Estos mismos enviaban sus propios copistas a cualquier parte del Imperio movidos por su interés en hacerse con los escritos de autores reconocidos. El miedo de estos seguía siendo que las copias tuvieran errores que dificultaran la lectura o comprensión de los textos.

“Respecto de mis obras, que, no por su propio valor sino por tu benevolencia, deseas tener, según me dices, ya se las di a tus hombres para que las trasladaran, y las he visto ya copiadas en los códices de pergamino; no me he cansado de advertirles que las cotejaran con todo cuidado y las corrigieran. Yo no he podido releer personalmente tantos volúmenes, dada la aglomeración de pasajeros y muchedumbre de peregrinos. Además, como ellos pudieron comprobar con sus propios ojos, he estado impedido por una larga indisposición y justo por los días de cuaresma, cuando ellos partían, he empezado a respirar. Así pues, si encuentras erratas o se ha omitido algo que impida al lector la inteligencia, no deberás achacármelo a mí, sino a los tuyos y a la ignorancia, que copian no lo que tienen delante, sino lo que entienden, y mientras pretenden corregir errores ajenos, ponen de manifiesto los propios.” (Jerónimo, Epístolas, 71, 5)



Tras la terminación de sus composiciones los autores las divulgaban en las recitaciones que seguían como una fiel tradición. Libanio felicita a un tal Marcelino por el éxito de sus audiciones en Roma que ha llegado hasta sus oídos en Antioquía.

"Habría sido algo grande que pasaras tu estancia en Roma en silencio escuchando las recitaciones de los demás; muchos son los oradores a quienes Roma nutre y que siguen los pasos de sus padres. Pero el hecho es que uno escucha a aquellos que vienen de Roma que tú ya has dado algunas lecturas públicas y darás más, ya que tu obra se ha dividido en muchas partes y cada una, habiendo sido alabada, da lugar a otra más. Oigo que Roma te ha coronado por tu labor artística y ha proclamado que has superado a algunos y que los otros no te han superado a ti.” (Libanio, Cartas, 1063)

Prosa, Pintura de Alma-Tadema


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