jueves, 12 de noviembre de 2020

Circus romanus, aurigas y caballos de carreras en la antigua Roma


Mosaico de Trier, Alemania

Desde el inicio de la época imperial los juegos circenses se hicieron muy populares y se convirtieron en un espectáculo lúdico, en los que los encargados de guiar los carros eran ya conductores profesionales, cuya imagen era conocida por miembros de todos los ámbitos sociales y sus carreras eran seguidas por todo el público en general. Los conductores de carros eran los ídolos de la multitud y, ante los asistentes eran la cara visible del equipo (factio) al cual pertenecían.

“Después, entregado a su ambición de gloria, mandó que el pueblo subiera al Circo y que los aurigas compitieran de la forma acostumbrada. Allí también subió él, deseando contemplar el espectáculo. Y, como mucho antes había oído que el emperador Justiniano era hincha a rabiar del color «véneto», que es el azul, quería también en ese punto llevarle la contra y estaba resuelto a acomodarle la victoria al verde. Salieron, pues, los aurigas de los arrancaderos y se aplicaron a la tarea, y el caso fue que el que vestía de azul se adelantó y marchaba en cabeza. Le seguía pegado a sus ruedas el que llevaba el color verde. Cosroes pensó que éste lo había hecho adrede y, muy enfadado y con voz amenazante, gritó que el César se había anticipado de forma no reglamentaria y mandó que los caballos que iban delante se detuvieran, para que en lo que quedaba de carrera compitieran, pero yendo detrás. Una vez que se hizo tal como él mandó, a todos les pareció que de ese modo Cosroes y la facción verde eran los vencedores.” (Procopio, Las Guerras Persas, II, 11, 31)

Pintura en el Museo Nacional Romano de Mérida, España


La mayoría de conductores de carros pertenecían a la clase social más baja, siendo generalmente esclavos o libertos, por lo que además de ser famosos eran considerados infames al igual que otros colectivos que se integraban en los espectáculos públicos (actores, mimos, gladiadores o bailarines).

Mientras eran esclavos podían ser comprados y vendidos y transferidos de unos equipos a otros, sin ser siquiera consultados, por lo que era posible que llegaran a competir en todos los equipos, yendo de uno a otro.

“Marcus Aurelius Mollicius Tatianus, nacido esclavo, vivió 20 años, 8 meses y 7 días. Ganó 125 palmas; para los rojos 89, para los verdes 24, para los azules 5, para los blancos 7.” (CIL VI 10049)

Una vez que eran libres y se habían convertido en los favoritos del público, ellos podían actuar como sus propios agentes y ofrecer sus servicios al mejor postor.

Pintura en el Museo Nacional Romano de Mérida, España


Su nacimiento humilde y su profesión, enclavada dentro de los entretenimientos, provocaba el desprecio de las élites, que les consideraba deshonestos, desvergonzados, e inmorales, y, además, eran profesionales que cobraban, lo cual era visto, sobre todopor los aristócratas, como propio de gentes de baja consideración social que se ganaban el sustento con sus manos.

“Ten ya consideración, Roma, con tu cansado cumplimentero y con tu cansado cliente. ¿Hasta cuándo, dando los buenos días entre maceros y clientes de baja condición, ganaré cien cuadrantes en todo el día, siendo así que Escorpo en una sola hora se lleva como vencedor quince pesados sacos de oro recién acuñado?” (Marcial, Epigramas, X, 74)

Por el contrario, su habilidad, valentía y triunfos les trajeron la aclamación popular en el circo.

“Yo soy el famoso Escorpo, la gloria del circo clamoroso, tus breves aplausos y deleites, Roma, el que la envidiosa Laquesis, arrebatándome en mi noveno trienio, al contar mis victorias, creyó que era un anciano.” (Marcial, Epigramas, X, 53)

Detalle de mosaico, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia


La condición de héroes populares que llegaban a alcanzar atraía la envidia de los nobles porque algunos adquirían cierta relevancia social y eran honrados con monumentos e inscripciones que les recordaban, y, además, se relacionaban hasta con los emperadores que les hacían magníficos regalos y les encumbraban hasta altos cargos políticos, por lo que eran a menudo acusados de corrupción.

“Llamó para ocupar la prefectura del Pretorio a un bailarín que había actuado en Roma como actor, nombró prefecto de las guardias al auriga Cordio y prefecto de los víveres al barbero Claudio.” (Historia Augusta, Heliogábalo, 12,1)

Algunos de estos conductores de carros empezaban su aprendizaje muy pronto, apenas unos niños, y, por ello, podían tener una prematura muerte. Sextus Vistilius Helenus murió con 13 años, tras haber pertenecido a la facción verde y ser entrenado por Orpheus y ser luego traspasado a los azules, donde entrenó con Datileus. 



La enorme celebridad que rodeaba a los colectivos que trabajaban en los espectáculos llevó incluso a miembros de familias senatoriales y de los caballeros a la competición, y, aunque es cierto que estaba prohibido legalmente, no hay evidencias de que esa prohibición afectara realmente a los conductores de carros, que sufrían una menor deshonra social.

“Hubo otra exhibición que resultó a un tiempo más vergonzosa y más impactante, cuando hombres y mujeres, no solo del orden ecuestre, sino incluso del senatorial, aparecieron como intérpretes en la orquesta, en el Circo y en el anfiteatro, como gentes de la más baja condición. Algunos de ellos tocaban la flauta y bailaban en pantomimas, o actuaban en tragedias y comedias, o cantaban acompañados de liras; conducían caballos, mataban fieras salvajes o luchaban como gladiadores, algunos voluntariamente y otros contra su voluntad.” (Dión Casio, Historia Romana, LXI, 17, 3)

Caracalla, vestido de auriga.
Museo Británico, Londres


En la familia de Nerón, la Domicia, algunos de sus miembros habían conducido carros, como es el caso de su abuelo Lucio Domicio Ahenobarbo, que fue auriga en su juventud y llegó a ser cónsul. Para muchos ese comportamiento indicaba arrogancia falta de respeto a las leyes y las tradiciones.

“De este personaje nació Domicio, que fue más tarde conocido de todos por haber sido el albacea designado por Augusto en su testamento para ejecutar sus últimas voluntades, y que se distinguió no menos en su adolescencia por su habilidad como auriga que luego, cuando obtuvo las insignias triunfales a raíz de la guerra de Germania.” (Suetonio, Nerón, 4, 1)

Pintura de la casa de la cuadriga, Pompeya, Museo Arqueológico de Nápoles. Foto Roger Ulrich


El mismo Nerón fue tan aficionado a las carreras que primero corría de forma privada y luego comenzó a hacerlo en público, justificando que era una práctica que habían realizado los gobernantes de Roma para glorificar a los dioses romanos.

“Hablaba de que las competiciones de carros y caballos eran algo propio de reyes y cultivado por los antiguos caudillos; que los poetas las habían hecho ilustres con sus cantos, y que estaban destinadas a honrar a los dioses.” (Tácito, Anales, XIV, 1)

Durante su viaje a Grecia, Nerón participó en varios juegos entre ellos las Olimpiadas, en las que guio un carro con diez caballos. La conducción de un tiro de este tipo era difícil, poco habitual, peligrosa y, en el caso de Nerón, temeraria. La prueba, que debía consistir en dar doce vueltas al hipódromo, estaba por encima de la destreza de Nerón, quien terminó por caer del carro y estuvo a punto de ser atropellado. Una vez que había subido de nuevo al vehículo, fue incapaz de mantenerse firme por lo que, según Suetonio, abandonó. A pesar de ello, se le otorgó la corona triunfal.

“Condujo también carros en diferentes localidades, e incluso participó en los Juegos Olímpicos guiando uno tirado por diez caballos, a pesar de haber criticado al rey Mitrídates por este mismo motivo en uno de sus poemas; por lo demás, fue derribado del carro y vuelto a colocar en él, pero, incapaz de mantenerse firme, tuvo que desistir antes de que hubiera finalizado la carrera, lo que no le impidió recibir la corona.” (Suetonio, Nerón, XXIV, 2)


Pintura de Ettore Forti


El agitator era un conductor con gran experiencia y habilidad que llevaba las riendas de un carro con cuatro caballos (quadrigarius) que podía tener también responsabilidad en la dirección del equipo, sobre todo, en el Bajo Imperio. 
El agitator que llegaba a 1000 victorias se convertía en miliarius.

“... el que va a la cabeza de todos los agitatores miliarios es Epaphroditus, agitator de la facción azul, el cual, en tiempo de nuestro emperador Antoninus Pius Augustus, venció 1.467 veces, de ellas 940 en carreras de un solo carro por facción.” (CIL 10048)


Mosaico con imagen del equipo azul (factio veneta), 
Museo Arqueológico Nacional,  Madrid. Foto Carole Raddato

El conductor de carros con dos caballos (bigarius) era denominado auriga y constaba como menos experimentado. Esta clasificación no dependía de la edad, sino que un conductor de más de veinte años podía ser un inexperto profesional, aunque cualquiera podía convertirse en un quadrigarius si obtenía la experiencia y maestría suficiente. Eutyches murió a los 22 años cuando todavía era un auriga con poca experiencia (rudis auriga) y no se había convertido en un agitator.

"A los dioses Manes, al auriga Eutyches, de XXII años. Flavius Rufinus y Sempronia Diofanes dedicaron este monumento a su siervo que bien lo merecía. Descansan en este sepulcro los restos de un auriga principiante, bastante diestro sin embargo el manejo de las riendas. Aunque se atrevía a montar carros de cuatro caballos, no despreciaba los de dos. Los crueles hados, a los que no es posible oponer resistencia, tuvieron celos de mi juventud. Y, al morir, no me fue concedida la gloria del Circo, para evitar que me llorara la fiel afición. Malignos ardores abrasaban mis entrañas, que los médicos no lograron vencer. Te ruego, caminando, derrama flores sobre mis restos como cuando me aplaudan mientras vivía." (CIL II 4314)




Los aurigas y agitatores eran tan populares que el pueblo conocía la edad y el lugar de nacimiento de los más afamados, así como el número de sus victorias alcanzadas; y sus nombres e imágenes se encontraban por todos los sitios. Los poetas celebraban sus victorias y lloraban su muerte. 

“Que rompa las palmas idumeas, triste, la
Victoria; golpea, Favor, tu pecho desnudo con
mano cruel; mude el Honor sus atavíos y a las
llamas inicuas arroja en ofrenda, Gloria
entristecida, tu cabellera coronada. ¡Ay qué
crimen! Caes, Escorpo, malogrado en tu primera
juventud, y unces tan pronto los caballos negros.
Aquella meta, siempre veloz y ceñida para tus
carros, ¿por qué ha estado también tan cerca para tu vida?”
(Marcial, Epigramas, X, 50)

Estatua de Scorpus, Museo Pio Clementino, Museos Vaticanos


En los epitafios se insiste en la gloria alcanzada por el difunto mediante la práctica de su actividad deportiva, con referencia al favor popular y aclarando el motivo según el cual el difunto había agradado al pueblo, o la razón por la que su fama sería eterna, lo que constituye al mismo tiempo un consuelo y un elogio.

“Yectofian, auriga afortunado del bando de los verdes,
émulo de los antiguos que conocían el arte verdadero,
acostumbrado a guiar caballos, a rozar postes con la cuadriga y a llevar las riendas con su mano adonde se le antoje, no se alza así con la victoria el Tantálida de hombro marfileño: él se llevó la palma una vez, en cambio tú ya muchas veces.”
(Luxorius, Antología Palatina, 328)

Mosaico con imagen del equipo verde (factio praesina), Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Foto Carole Raddato


En la inscripción dedicada al auriga Fusco por sus seguidores, hay una larga enumeración de elogios relativos tanto a las virtudes y cualidades morales del difunto como a su carrera deportiva, que pone de relieve la gloria alcanzada en vida por el difunto.

“Hemos consagrado un altar a Fusco, del equipo azul,
hecho con nuestros recursos, aficionados como éramos y devotos suyos, para que todos lo reconozcan como monumento funerario y prenda de afecto.
La fama la mantienes completa, por tus carreras has merecido alabanzas. Has competido con muchos; a nadie has temido, desdichado. A pesar de sufrir envidias, siempre has callado, íntegro. Has vivido honradamente, mortal, has ido al encuentro de tu destino. 
Quienquiera que seas tú, que lo lees, intenta ser como él. Detente, caminante, lee con calma, si recuerdas quién fue, si has conocido cómo fue este hombre.
Teman todos a Fortuna; tú, sin embargo, dirás solo esto:
‘Fusco tiene ya la inscripción de la muerte, tiene una tumba. La piedra cubre los huesos, ¡ya está bien! Fortuna, que te vaya bien’. Hemos vertido lágrimas por este inocente, y ahora verteremos vino. Rogamos que reposes plácidamente. ¡Ninguno comparable a ti!”
(CIL II 4315)

Aurigas. Ilustración de Papiro


Los romanos buscaron emular la buena suerte, los triunfos y la riqueza de los agitatores y aurigas llevando sus imágenes en amuletos o anillos en los que se incrustaba una gema del mismo color que su equipo favorito, o una inscripción que recordaba los entusiastas gritos de ánimo de la multitud, como, por ejemplo: NICA PRASINE (El equipo verde vencedor)





Los nombres de los aurigas y agitatores junto con el de los caballos principales eran conocidos por todos y corrían de boca en boca.

“A pesar de hallarse apartado de esos círculos, evocaba al resto de los ciudadanos y describía la agitación de la ciudad, el gentío, los teatros, el hipódromo, las estatuas de los aurigas, los nombres de los caballos y las conversaciones callejeras sobre esos temas, pues es realmente grande la pasión por los caballos, y ya se ha apoderado incluso de muchos hombres reputados de serios.” (Luciano, Nigrinus, 29)

Según Amiano Marcelino la plebe se entretenía a todas horas y en todo lugar hablando sobre los éxitos y fracasos de los aurigas y sus caballos, y los más ancianos aseguraban que el Estado no podría seguir existiendo si en la próxima carrera su auriga favorito  no era el primero en salir desde las barreras o fracasaba al rodear la meta.

“Entre éstos, aquellos que han vivido ya hasta la saciedad y dominan al resto gracias a su larga existencia, juran una y otra vez por sus canas y por sus arrugas que el estado no podrá subsistir si, en la siguiente carrera, su auriga favorito no sale el primero de la línea de salida y no realiza giros muy arriesgados con sus caballos de mal agüero.” (Amiano Marcelino, Historia Romana, 28.4.30) 


Circo de Arles, Galia (Francia). Ilustración de Jean-Claude Golvin


Sin embargo, a pesar de la admiración popular, la fama de los aurigas iba acompañada de una pésima reputación, debido a la supuesta vida libertina que se atribuía a los integrantes de cualquier espectáculo. Además, solían volverse arrogantes y maleducados, incluso en su relación con los espectadores.

“Cada vez que el circo, Ciríaco, jalea tu derrota
ensucias con infamias a los vencedores y al público.
No te quejas de que has perdido la vista con los achaques de la vejez ni criticas los latigazos flojos de tu mano. Pero, ya que propagas infamias contra el nombre de otro, ¿por qué no piensas que ellas encajan mejor en ti? No estás a la altura, pues perdiste arrojo y juventud: como esas cosas las tienen otros, las consideras meras infamias. Pero que el único castigo que reciban tus falsas habladurías sea que, derrotado siempre, sólo insultes.”
(Antología Latina, 306)


Museo Paleocristiano de Cefalonia, Grecia


A pesar del interés del Estado en convertir a los protagonistas de las carreras del circo en ídolos para entretener al pueblo, el auriga podía convertirse en un alborotador que podía disgustar al poder imperial. Su misma popularidad podía llevarlo a estar implicado en revueltas callejeras por la rivalidad que enfrentaba a los diversos partidarios de las facciones circenses. Una plebe contrariada podía rebelarse en cualquier momento contra el Estado, y la presencia de un agitator que movilizaba a la gente era la excusa para estas manifestaciones de violencia. En 355 d.C. la excusa para la revuelta popular fue el arresto del auriga Filoromo, ordenado por el prefecto urbano Leoncio. El pueblo, descontento, vio con este arresto la oportunidad de desatar su furia contra el prefecto. Según Amiano, toda la plebe salió a la calle e incluso cercó a Leoncio con temible ira, pero el prefecto no cedió, y envió a sus hombres contra ellos. 

“Pues bien, el primer motivo que suscitó una revuelta en su contra fue algo vil e insignificante. Y es que, cuando se dio la orden de detener al auriga Filoromo, toda la plebe le siguió dispuesta a defenderle como si fuera algo propio. De hecho, atacaron con terrible ímpetu al gobernador pensando que era una persona débil, pero él, firme y resuelto, envió a sus soldados y, tras apoderarse y torturar a alguno de los amotinados, sin ningún tipo de protesta ni de resistencia, les castigó con el destierro en una isla.” (Amiano Marcelino, Historia Romana, 15.7.2)


Museo de Historia de Girona


Los aurigas eran por tanto perseguidos por su fama de alborotadores sociales, pero también podían serlo por estar implicados en envenenamientos y por la práctica de la magia. En efecto, los aurigas poseían, aparte de su pericia como conductores de cuadrigas, fama de hechiceros y de expertos envenenadores, y se creía que utilizaban los conocimientos que tenían sobre magia y venenos para vencer al rival.

“Finalmente, después de castigar muchos hechos de este tipo, condenó a muerte a un tal Hilarino, un auriga que, al ser acusado, confesó que había confiado su hijo, un niño aún, a un hechicero, para que le enseñara algunos secretos castigados por las leyes, pues de este modo podría servirse en casa de estas artes sin ningún testigo. Pero como el verdugo no le vigiló con atención, el condenado escapó de repente y se ocultó en una capilla del grupo de los cristianos, aunque fue sacado de allí enseguida y murió decapitado.” (Amiano Marcelino, Historia Romana, 26.3.3)




La pasión por el equipo o un conductor y sus caballos en particular tenía una contrapartida en el odio de los partidarios de otros equipos, quienes, a veces, envalentonados por las posibles ganancias de las apuestas, encargaban a los magos tablillas de maldición con inscripciones e imágenes que invocaban  a los demonios para que mutilaran o mataran a los competidores y sus caballos.

La maldición dirigida contra el auriga rival o contra sus caballos recibía el nombre de deuotio, que consistía en una fórmula mágica que llamaba a las fuerzas infraterrenales a hacer morir, torturar o «atar» (es decir, paralizar física y/o anímicamente) a la persona señalada. Esta fórmula, a la que podía añadírsele dibujos, se grababa sobre una lámina metálica, habitualmente de plomo, que podía ser fácilmente doblada o enrollada, y que, tras haber sido escrita, se entregaba a las divinidades infernales mediante su colocación en una tumba, bajo la vigilancia del muerto, siguiendo un ritual con el que se pretendía aumentar su efectividad.

Una de estas tablillas proviene de Hadrumetum (Túnez), y fue encontrada en la tumba de un niño).

"Yo te conjuro, démon, quien quiera que seas, y te pido que, a partir de ahora, de este día y de este momento, tortures y mates los caballos de los verdes y de los blancos, y hagas chocar y destroces a sus cocheros Clarus y Felix y Primulus y Romanus y no los dejes con vida; yo te conjuro por el que te ha liberado de los dioses del mar y del aire. IAÔ, IASDAÔ, OORIÔ, AÊIA."(ILS 8753)


Museo Nacional Romano de Mérida


Los aurigas y los caballos eran envidiados por su fama y estaban expuestos a la ira de algunos aficionados que podían recurrir a la magia para controlar el resultado de una carrera y hacerlo favorable a sus propios deseos.

“Yo te vuelvo a conjurar por Gea a ti, akti(...)phi Eresquigal Neboutosouan, en el nombre de Hécate Trimorfa, portadora del látigo, la que hace temblar, la que porta una antorcha, Subterránea que calza sandalia de oro y chupa la sangre y cabalga. Yo pronuncio el verdadero nombre que hace temblar el Tártaro, la tierra, el fondo del mar y el cielo, phorbabor phorbabor phororba suneteiromoltieaio guardia Napupheraio necesidad Maskelli Maskello phnoukentabaoth oreobarzagra esthanchouchenchoucheoch para que me sirvas en el circo el ocho de noviembre y ates cada miembro, cada tendón, la espalda, las muñecas, los codos de los aurigas del equipo rojo: Olimpo, Olimpiano, Escorcio y Juvenco. Tortura su entendimiento, sus entrañas, sus sentidos, para que no sepan lo que hacen.

Húndeles los ojos para que no puedan ver, ni ellos ni los caballos que van a conducir: Egipcio y Calídromo, y cualquier otro caballo que sea uncido con éstos: Valentino, Lampadio, (...) y Mauro, que pertenece a Lampadio; Crisaspis, Iuvante e Indo, Palmato y Soberbio (...), Búbalo, que pertenece a Censorapo, y Erina. Y si va a conducir cualquier otro caballo aparte de éstos, o bien si cualquier otro caballo va a ser uncido con éstos, que los adelanten y no logre la victoria.”
(Cartago, siglo III, Papyrus C. Jordan ZPE 100)


Bulla etrusca. Museo Gregoriano Profano. Vaticano. Foto de Jean Paul Gramont


La magia podía también proporcionar un encantamiento para garantizar la victoria para uno mismo obligando a los caballos a correr, aunque estuviesen cansados.

“Si quieres que los caballos corran, incluso cuando están exhaustos, para que no tropiecen y que sean tan rápidos como el viento, y que ningún otro caballo les sobrepase, coge una lámina de plata y escribe sobre ella los nombres de los caballos y los nombres de los ángeles y el nombre del príncipe que los manda y di:

Yo os conjuro ángeles de la carrera, que corréis entre las estrellas, para que proporcionéis fuerza y coraje a los caballos que (X) va a guiar y a su auriga. Haced que corran y no se cansen ni tropiecen. Dejadles correr y ser tan veloces como un águila. No dejéis que ningún otro caballo se ponga delante de ellos, y no dejéis que ninguna otra magia o brujería les afecte.

Coge la lámina y escóndela en la pista de la carrera del que quieres que gane.”
(PGM III, lines 15-30)

Para protegerse contra estos maleficios, los aurigas recurrían frecuentemente a todo tipo de amuletos, como por ejemplo campanillas colgadas del pecho de sus caballos. Entre otros amuletos existían los contorniatos, especialmente los que contenían escenas referentes al circo o los que aparecían decorados con la cabeza de Alejandro Magno, a quien se atribuía una virtud de protección contra la magia. Los contorniatos eran unas medallas o monedas usadas como un importante medio propagandístico del Senado (pues eran acuñados por la prefectura urbana, magistratura ligada al Senado), mediante los cuales la aristocracia intentaba ganarse los favores de la plebe al distribuirlas durante los espectáculos.




Los conductores de carros procedían, generalmente, de las provincias orientales, ya que dicha ocupación contaba con una larga tradición en las ciudades bajo influencia helenística, y, por tanto, eran, mayoritariamente, libertos o esclavos.

“Aunque a Memnón lo engendró como madre suya
la Aurora, sucumbió él a manos del Pélida.
En cambio, a ti, hijo, si no me equivoco, de la Noche,
te ha madurado Éolo y has nacido en las cuevas de Céfiro. Y ya no nacerá ningún Aquiles que pueda superarte, pues, siendo Memnón por tu cara, no lo eres por tu genio.”
(Antología Latina, 293, El auriga egipcio que siempre ganaba)




Algunos de los más famosos aurigas, después de triunfar en Oriente, llegaban a Italia para igualar su fortuna. Estos vendrían seguramente precedidos por la fama de sus éxitos. Cuando los aurigas no eran conocidos, por venir de fuera de la ciudad de Roma, se ponia en marcha una estratégica campaña de propaganda antes de los juegos para ganarse los favores de la plebe, de modo que al comenzar éstos, los conductores de los carros participantes fueran ya conocidos por todo el mundo.

Éste es el caso de Símaco, quien trajo desde Sicilia a los mejores especialistas para la editio praetoria de su hijo Memio. Para su buen éxito necesitaba asegurarse el favor de la plebe, por lo que debía dar a conocer a sus aurigas anteriormente.

“Acabo de recibir una carta de Euscio con la que me ha comunicado que nuestros aurigas y algunos actores han sido embarcados y, de acuerdo con mis disposiciones, enviados a Campania. Que en consecuencia ordenen vuestras venerables personas que los exploradores más diligentes lleguen hasta la costa de Salerno para que los acojan y acompañen a Nápoles o traten de hallar algún indicio de su llegada. También quiero que nuestro amigo común Félix esté advertido de que, si llegan felizmente a Campania, ayude con provisiones y dinero a esas personas que han de sernos enviadas con una navegación sin escalas, porque mucho antes de los juegos debemos por una parte entrenarlos en uncir los caballos y por otra atraer las simpatías de la plebe hacia la novedad que representan.” (Símaco, Epístolas, VI, 42)

Detalle del mosaico de los caballos, Cartago, Túnez


Un cierto tiempo antes de los juegos, una multitud de carteles, con los nombres y la imagen de los aurigas, invadiría la ciudad, colocándose, como deja ver una ley del 394, en pórticos y otros lugares públicos.

Teodosio, Arcadio y Honorio, Augustos, a Rufino, Prefecto del pretorio

“Si una imagen que representa un pantomimo con vestido humilde o un auriga con su traje en pliegues desordenados o un despreciable actor se situase en los pórticos públicos o en aquellos lugares en municipios donde Nuestras imágenes están habitualmente consagradas, tal imagen será inmediatamente quitada, y no se permitirá nunca a partir de ahora observar imágenes de personas infames en un lugar respetable. No prohibimos que tales imágenes se ubiquen en las entradas de los circos o delante del escenario de un teatro.”
(Heraclea, 394, Código Teodosiano, XV, 7, 12)


Hermas de aurigas, Museo Palazzo Massimo, Roma


En la antigüedad se sabía que era tan importante la fuerza o la rapidez de un caballo a la hora de ganar una carrera en el circo, como la astucia del conductor para guiar su carro hasta la victoria. Ejercer como conductor de carros era un oficio que exigía mucho esfuerzo y dedicación, además de cierto atrevimiento para tomar riesgos y salir victorioso.

“Haz ver tu arte hípica obteniendo una victoria artística, de tu mente astuta, pues otro hombre que no tuviera experiencia, que desviara el carro de su curso en medio de la competición, vagaría de aquí a allí, y la inestable carrera de los caballos reacios no le enderezaría con el látigo ni con el bocado les haría obedecer. Conque ese auriga, al dar la vuelta lejos del poste de la meta sería arrastrado allí donde quisieran llevarlo los caballos desobedientes y arrebatadores. En cambio, aquel que fuera instruido en las argucias técnicas como muy diestro auriga, incluso si cuenta con caballos peores los mantendrá rectos y apuntará siempre al jinete que tiene por delante, siempre dará la vuelta más cerca en torno a la meta de la carrera y hará doblar su carro al galope alrededor del poste sin tocarlo nunca. Tú vigila y aprieta la rienda rectora, haciendo que el corcel de la izquierda gire cerca de la meta. Y, cargando el carro con tu peso, haz que se recline, poniéndote de lado, y acercándote, pero sin tocarlo. Conduce tu carrera con cierta medida necesaria, teniendo buen cuidado, de forma que parezca que la llanta de tu carro rodante toca la punta del poste con el cercano círculo de la rueda. Pero cuídate de la piedra, no vaya a ser que al arañar la meta con el eje se pierdan a la par tu carro y tus corceles. Y mientras conduzcas tu carro de un extremo al otro según transcurra la pista, obra semejante a un timonel. De dos maneras distintas —instigando con la fusta y derramando amenazas de golpear a los caballos— apremia al corcel de la derecha para que se deslice más velozmente por la pista, adaptando a sus mandíbulas aflojadas el bocado sin que le roce. Conviértete enteramente en un piloto que timoneara su nave en un recto curso, pues la mente del auriga con diestra voluntad es como el timón de un carro.” (Nono de Panópolis, Dionisiacas, XXXVII, 195) 

Museo de historia de Girona


Algunos conductores de carros llegaban a reunir grandes fortunas, conseguidas seguramente, más que por la generosidad de los promotores de las fiestas, por la competencia entre los diversos equipos, cada uno de los cuales intentaba atraerse a los mejores corredores.

El auriga más famoso de todo el Imperio Romano fue el hispano C. Apuleyo Diocles, que venció en más de mil carreras. Una inscripción hallada en Roma, fechada poco después del año 146, cuenta su historial circense. En 92 carreras se disputaban premios de dinero entre 30.000 y 60.000 sestercios. C. Apuleyo Diocles ganó en total 35.863.120 sestercios.

Convirtió a dos caballos en centenarios, ganadores de cien o más carreras; y a uno en bicentenario. Con Cotynus y Pompeianus, como caballos iugales, ganó en un solo año 99 veces. Aunque él mismo reconoce que otros competidores le sobrepasaron, como Fortunatus, del equipo verde que hizo 386 primeros con su caballo Tuscus, mientras que el mejor palmarés de Diocles con Pompeianus fue 152 veces como vencedor. 



Superó con sus triunfos a sus más famosos antecesores en el circo. Diocles participó en 4257 carreras de las que ganó 1462 y quedó segundo en 1437. En un solo año, obtuvo 134 victorias y en carreras de un solo carro, que eran las más apreciadas, obtuvo 18 triunfos. Desde la fundación de Roma, fue el primer auriga que venció ocho veces en carreras premiadas con 50.000 sestercios y, además, con los mismos tres caballos logró 29 premios de esta clase. Dos veces corrió en un día por un premio de 40.000 sestercios, con un tiro de seis caballos, saliendo victorioso las dos veces, cosa no conocida con anterioridad. Con siete caballos, enganchados uno al lado del otro y sin yugo, lo que no se había visto nunca, triunfó en una carrera de 50.000 sestercios y en una, de 30.000 sestercios, corrió y venció sin fusta. También él, que consiguió sus mayores éxitos con el equipo de los rojos, empezó primero corriendo por los blancos y siguió luego en los verdes.

“Cayo Apuleyo Diocles, auriga de la facción roja, de nación hispano lusitano, con 42 años, 7 meses y 23 días. Corrió por primera vez en la facción blanca, siendo cónsules Acilio Aviola y Cornelio Pansa (122 d.C.). Venció por primera vez en la misma facción siendo cónsules Manio Acilio Glabrión y Cayo Belicio Torcuato (124 d.C.). Corrió por primera vez en la facción verde siendo cónsules Torcuato Asprenate por segunda vez y Anio Libón (128 d.C.). Ganó por primera vez en la facción roja siendo cónsules Lenas Ponciano y Antonio Rufino (131 d.C.), condujo cuádrigas (durante) 24 años. (CIL 10048)


Mosaico del equipo rojo (factio russata), Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Foto Carole Raddato


En el hipódromo de Constantinopla existió una modalidad de carrera, que no tuvieron en Roma y otras provincias, denominada diversium que consistía en que el ganador de la mañana competía con el carro y los caballos del perdedor por la tarde, habiendo además un cambio de equipos, si en la carrera matutina el vencedor había triunfado con los verdes en la carrera vespertina corría por los azules.

“Constantinus habiendo ganado veinticinco carreras en una mañana, cambió su equipo por el de su rival y corriendo con los mismos caballos a los que había vencido, ganó veintiuna veces con ellos. A menudo había una gran lucha entre las dos facciones para ver con quien participaba, y le daban dos túnicas (verde y azul) para elegir.” (Antología Griega, XVI, 374) 

Monumento a Porfirio con diversium en la escena inferior.
Museo Arqueológico de Estanbu
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También participó en este tipo de carrera el auriga más famoso del siglo V d.C., Porfirio, quien fue reconocido estando aún con vida y en activo con varios monumentos en el hipódromo de Constantinopla. Varios epigramas permiten conocer su labor profesional, algunos recogidos de las inscripciones en dichos monumentos.

“A otros dio este honor el emperador, pero solo a Porfirio mientras aun corría. Porque frecuentemente condujo sus propios caballos a la victoria y luego lo hizo con los de sus adversarios, y fue de nuevo vencedor, por lo que surgió una entusiasta rivalidad por parte de los verdes y un sonoro clamor para él, oh rey que traes alegría tanto a los azules como a los verdes.” (Antología griega, XVI, 340)

Nacido en Alejandría, se crio en Constantinopla y adoptó el nombre de Calliopas hacia el final de sus días que se prolongaron por lo menos hasta los sesenta años. 

“¿Quién eres tú, querido joven, con tan poco vello en tu barbilla?
Extranjero, soy Porfirio.
¿Y tu país?
África.
¿Quién te ha dado honores?
El emperador, por mi labor en las carreras de caballos.
¿Quién lo atestigua?
La facción de los Azules.
Porfirio, tú deberías haber tenido a Lisipo, afamado escultor, para que diera fe de tantas victorias.”
(Antología griega, 340)

Monumento a Porfirio. Museo Arqueológico de Estanbul

“De joven venciste a los más mayores y ahora en tus últimos años triunfas sobre los conductores de cuadrigas. Habiendo cumplido ya sesenta años, tú has merecido, Calliopas, una estatua por tus victorias, por orden del emperador, para que tu nombre perdure en el futuro. ¡Ojalá fuera tu cuerpo inmortal como tu fama!” (Antología griega, 358).

Los conductores de carros llevaban una ropa especialmente diseñada para protegerse en caso de accidentes: los cascos estaban acolchados y las túnicas eran gruesas sobre las que se cruzaban unas bandas de cuero horizontales que rodeaban el torso. Las piernas también iban cubiertas por bandas que las rodeaban.


Imagen Granger


De entre los que lograban sobrevivir y llegar a una edad madura, los que se habían hecho muy famosos y muy ricos se dedicarían a vivir de sus ganancias, pero otros, no tan afortunados, se dedicarían principalmente a entrenar a los miembros del equipo que les hubiera contratado.

“A la sagrada memoria de Aurelius Heraclides, auriga de los azules y entrenador de los azules y los verdes. Marcus Ulpius Aposlaustianus lo erigió para un colega que lo merecía.” (CIL 6.10057)

Por los monumentos conmemorativos y funerarios se sabe que algunos estaban casados y tenían hijos.

En una lápida funeraria una liberta, Carisia Nesis, recoge los éxitos de su compañero, Scirtus, agitator del equipo blanco en el circo Máximo. Datada en el primer cuarto del siglo I d.C. indica que el difunto guiando una cuadriga, ganó 7 carreras, 39 veces llegó segundo y 60 tercero, ganando dos veces a las riendas de un carro tirado por seis caballos.


Lápida funeraria de Scirtus, Museos Vaticanos


Uno de los peligros de las carreras eran las caídas o naufragia de los carros en las que los conductores podían ser gravemente atropellados. Para protegerse y no perecer en estos accidentes, los aurigas, además de llevar casco, se anudaban a la cintura las riendas de los caballos para dirigir mejor el tiro y llevaban un cuchillo o daga para poder cortar las cuerdas en caso de una caída, con lo que evitaban ser arrastrados alrededor de la pista o arena.

Plinio describe una receta para aliviar las contusiones que los conductores de carros sufrían en las caídas durante las carreras.

“Las lesiones y contusiones se curan con excremento de jabalí, que se ha recogido en primavera y secado. Un método similar se emplea cuando alguien ha sido arrastrado por un carro de carreras o herido por las ruedas, o han tenido contusiones de otra forma, siendo necesario que el excremento esté fresco para que el remedio sea efectivo.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 72)

Ilustración para Ben-Hur de Ben Stahl


Por lo visto hasta ahora parece que el héroe exclusivo de la arena era el auriga. Sin embargo, había otro héroe, aunque éste era un ser irracional: el caballo. La gente, apasionada por estos animales, hablaba frecuentemente de ellos, conociendo todas sus virtudes y defectos, y sabiendo de memoria el nombre de todos sus favoritos.

“Por mis versos de once pies y de once sílabas
y por mi gracia a raudales, pero no malsana, soy
conocido por todas las naciones, yo, el famoso
Marcial, y siendo conocido por todos los pueblos
—¿de qué tenéis envidia?—, no soy más
conocido que el caballo Andremón.”
(Marcial, Epigramas, X, 9)


Museo del Bardo, Túnez


En las carreras de cuadrigas, la disposición de los caballos jugaba un papel importante. Así, los dos del centro (iugales) corrían uncidos con un ligero yugo, en el que iba enganchado el timón del carro. Su función principal era, debido a su fuerza, la de tirar del carro y estabilizarlo. En el monumento conmemorativo de Diocles se cita a cinco caballos por su nombre que iban uncidos y con los que obtuvo numerosas victorias: Cotynus, Abigeus, Galata, Lucidus y Pompeianus.

Los funales eran los caballos que corrían solamente bridados, atados simplemente a sus vecinos por el exterior. Eran los encargados de dar velocidad y proporcionar seguridad en las vueltas. El situado más a la derecha (funalis interior), era el que respondía mejor a las indicaciones del auriga y contribuía, por ello, mejor que ningún otro del tiro, a facilitar el éxito de la carrera por su habilidad y destreza para tomar los extremos curvos de la spina lo más ceñidamente posible, pero sin tocarla y así evitar que la cuadriga volcase al girar y rodear la meta.

Todos los caballos necesitaban funcionar como un equipo y ajustar su marcha con la de los otros, además de interpretar las señales que el conductor del carro les daba sobre cuando ir más despacio o más rápido.

Estos animales aparecen frecuentemente representados en los mosaicos junto con sus nombres. A fin de que el espectáculo fuera lo más brillante posible, las facciones buscaban por todo el Imperio los mejores caballos de carreras, que procedían de las provincias.

Mosaico del Museo nacional Romano de Mérida


La cría de caballos para correr en el circo fue un negocio lucrativo siempre. En un mosaico de finales del siglo II, hallado en la casa de Sorothus, se representa una yeguada, con las madres y los potros, pastando en el campo.

El papa Gregorio el Grande, en la segunda mitad del siglo VI, vendió todos los caballos que pastaban en las propiedades de la Iglesia, en Sicilia y, aunque se quedó con cuatrocientos, esta cifra no era significativa en cuanto al gran número de los caballos vendidos.

“Oh caballo dichoso, a quien le fue posible merecer las riendas de un dios tan grande y obedecer a un freno sagrado; ya si tu crin jugó con el viento por las campiñas de Iberia, ya si en un frío valle de los capadocios te bañaron las nieves del Argeo mientras nadabas, ya si en tu rápida carrera acostumbrabas a rozar los sonrientes pastos de Tesalia, recibe estos arneses imperiales y, soberbio con tu crin erguida, baña de espuma las verdes esmeraldas de tu freno.” (Claudiano, Poemas menores 47)



Diferentes regiones del imperio criaban excelentes caballos de raza para las carreras, como Sicilia, Apulia y Calabria, en Italia; Numidia, en África; Capadocia, en Asia Menor; y Etolia, Epidauro y Acarmania, en Grecia.

“Sobre los caballos de Libia, he aquí lo que yo he oído a los libios. Son los más veloces y poco o nada asequibles a cansancio. Son ligeros y no metidos en carnes, pero dispuestos a soportar la desatención del amo.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, III, 2)

En el siglo I los caballos más cotizados eran los hispanos y en el siglo III y IV los hispanos y los de Capadocia

“Para las carreras de carros, tiene fama la buena raza de los de Capadocia, pero se cree que les disputan la palma en el circo, por igual o muy cerca, los de Hispania. Tampoco los produce de inferior calidad para el circo Sicilia, aunque África suele dar los más veloces entre los de raza hispana.” (Vegecio, Medicina Veterinaria, III, 6)

Museo de Susa, Túnez. Foto de Ad Meskens


Pero como lo realmente importante era la victoria se elegía para correr en el circo a los caballos por su edad, apariencia, disposición, resistencia y destreza, más que por la yeguada a la que pertenecía. Se prefería a los machos, aunque algunas yeguas también corrían.

“Dime, descendencia de los troyanos, ¿quién puede considerar de buen linaje a las bestias mudas como no sean valiosas? Por eso sin duda alabamos al caballo veloz por quien se enfervoriza y exulta la victoria reiterada con fácil galardón en el Circo enronquecido.
Noble es aquél, provenga de la cuadra que provenga, cuya escapada de los demás es notable y la primera polvareda de la llanura es la suya.”
(Juvenal, Sátiras, VIII, 56)

Museo de Susa, Túnez. Foto Ad Meskens


El entrenamiento de las bestias empezaba al cumplir los tres años, pero no corrían antes de los cinco, y se escogían como sementales los machos más premiados.

“Por igual reclaman los domadores la juventud que el ardor de los ánimos y la rapidez de la carrera”
(Virgilio, Geórgicas, III, 118)

Los caballos del circo eran admirados por su rapidez, por la resistencia que demostraban en las continuas carreras e, incluso, por saber seguir las indicaciones de sus domadores y los conductores que les guiaban, además de por saber demostrar astucia en el desarrollo de la carrera.

“En el circo, efectivamente, uncidos a carros, dan pruebas indudables de su sensibilidad a las órdenes y a la recompensa. En los espectáculos circenses de los juegos seculares del emperador Claudio, tras tirar a tierra en el recinto de salida a Córax, el auriga de los blancos, tomaron el primer puesto y lo mantuvieron, cerrando, dispersando y haciendo contra sus adversarios todo lo que hubieran debido hacer si hubiese estado montado el auriga más experto, y daba vergüenza que la habilidad de los hombres fuese superada por unos caballos; una vez acabada la carrera, conforme a las reglas, se detuvieron junto a la greda.” (Plinio, Historia Natural, VIII, 160)


Museo de Susa, Túnez. Fotos de Ad Meskens


A finales de la República romana y a comienzos del Imperio, los caballos de carreras más famosos procedían de Lusitania, en donde las yeguas, según se afirmaba, eran preñadas por el viento. Todavía, en la antigüedad tardía, en torno al año 400, España y Portugal criaban muy buenos caballos de carreras, como se entiende por la correspondencia de Símaco en la que solicita a criadores de caballos de dichos territorios ejemplares para celebrar la prefectura de su hijo en Roma.

“No obstante, debo pedir antes indulgencia en nombre propio, por haber pasado por alto el derecho de elegir cuatro caballos de carreras que me habías otorgado. Quiero que creas que esta omisión no se ha debido a un desdén, sino que he suspendido mi selección, que no había sido estimulada por sus cualidades, sino refrenada, porque he comprobado que ninguno de ellos es ligero con el yugo ni dócil en la monta. Parece oportuno asediar tu diligencia con ruegos, para que con vistas al ejercicio de la pretura de mi hijo se dispongan unos que sean notables por su aspecto y por su carrera. Hemos estado antes en boca de la gente por el esplendor repetido de nuestra exhibición: parece que se debe satisfacer una expectación que ha crecido con los precedentes. ¿Por qué recomendar a tu amor para gloria nuestra una causa que debe desviar durante algún tiempo hacia los ambientes populares la severidad de tu vida y la gravedad de tu espíritu? Se te llevará desde mi casa el precio que juzgues que se debe pagar a los dueños de las cuadrigas de raza; de tu amistad sólo preciso cuidado en la elección, algo fácil de lograr, dado que Hispania es rica en ganado caballar y hay gran número de manadas que dan ocasión para un examen.” (Símaco, IV, 58 A Eufrosio)

Museo Nacional Romano de Mérida


Como los caballos entrenados para los ludi circenses procedían, por lo general, de regiones específicas, era habitual que los criadores los exportaran para carreras que se realizaban en otros puntos de la geografía romana distintos al de su origen. En consecuencia, su transporte era imprescindible; el cual se desarrollaba por vía marítima y mediante unas naves específicas.

Las embarcaciones evolucionaron, desde la utilización de triereis que ya no se usaban y se transformaban para este cometido, hasta la creación de una nave  especializada para el transporte de caballos, el hippagogós, lo cual destaca la importancia que con el tiempo adquirió el traslado de estos animales por todo el imperio.

Detalle de la Columna Trajana


A pesar de que los barcos se adaptaban para su transporte, es evidente que estos viajes no debían ser nada cómodos para unos équidos que, posteriormente, estaban llamados a desarrollar una exitosa carrera y gran fama en el mundo del circo.

Símaco, de nuevo, relata lo duras que debían ser estas travesías para los animales. Según una carta enviada a Salustio, el prefecto de Roma en el 387, de su envío únicamente sobrevivieron once caballos y una parte de ellos murió al poco tiempo de recibirlos.

“Me has prestado un servicio más completo que el que te había solicitado. Efectivamente, tras haberte pedido que ayudaras a mis sirvientes en la búsqueda de caballos de carreras, has aumentado el número adquirido con cuatro troncos de cuadriga gratuitos. De ellos, el cuidado de los conductores ha traído once caballos que han sobrevivido a los demás, pero después de un corto tiempo ha sucumbido parte de los entregados.” (Símaco, Epístolas, V, 56)


Mosaico de Altiburos, Túnez


Símaco contaba con sus propios hombres de confianza para comprar y trasladar los caballos desde Hispania hasta Roma. Pero, además, solicitó a altos cargos de la administración su favor durante los viajes de sus enviados, para que pudieran realizarlos sin problemas y lo más rápido posible. Concretamente pidió permiso para usar el cursus publicus, lo que permite ver que, aunque la transacción se efectuara mediante particulares, al menos entre los aristócratas, era posible utilizar las estructuras estatales de transporte.

"Me alegro de haber logrado los permisos de posta con
que te has dignado contribuir a la pretura de mi hijo en virtud de la eficacia que te hace poderoso. Queda que, de acuerdo con la costumbre de tu espíritu espléndido, lleves a su culminación lo que has otorgado y ordenes que hagan el trayecto rápidamente y sin detenciones unos hombres míos que he enviado a las Hispanias para comprar caballos destinados
a los carros, porque nos urge la fecha de su próxima
exhibición."
(Símaco, Epistolas, IV, 7)


Relieve romano


Los nombres de los caballos circenses se pueden clasificar en distintas categorías dependiendo de si hacían alusión a su origen, cualidades físicas o aptitudes, aunque también a personajes históricos o mitológicos.

Por ejemplo, Candidus recordaba el color blanco del animal, Maculosus, porque era moteado, Icarus es un nombre que apuntaba a su destreza y rapidez; Ferox hacía referencia al carácter indomable del caballo; Ajax indicaba que era grande y fuerte, Cupidus resaltaría la belleza del animal, Pompeianus señalaba su procedencia o, quizás el propietario de la yeguada. En el palmarés de los aurigas se citaban los nombres de algunos de los caballos más afamados con los que corrieron y ganaron los premios.

Mosaico de la villa de Torre de Palma, Portugal


En un monumento de Via Flaminia del siglo II dedicado a Publius Aelius Gutta Calpurnianus se retrata a varios caballos con sus nombres y el propio Gutta recoge sus triunfos con los equipos verde y azul e incluye el nombre de los caballos con los que ganó, además de su color y origen.

“Publius Aelius Gutta Calpurnianus, hijo de Marcus Rogatus. Gané 1,000 palmas para los verdes con estos caballos: Danaus, zaino de Africa, 19 veces; Oceanus, negro, 209 veces; Victor, ruano 429 veces; Vindex, zaino 157 veces. Y gané el premio mayor 40,000 sestercios 3 veces y 30,000 3 veces.”

“Publius Aelius Gutta Calpurnianus, hijo of Marcus Rogatus. Gané con estos caballos para los azules: Germinator, negro de Africa, 92 veces; Silvanus, ruano de Africa, 105 veces; Nitidus, alazán de Africa, 52 times; Saxo, negro de Africa, 60 times. Y gané el premio mayor 50,000 sestercios una vez, 40,000 9 veces, 30,000 17 veces.”

Monumento a Publius Aelius Gutta Calpurnianus, Roma 


La locura colectiva que surgió por la afición a las carreras en el circo se extendió a todos los ámbitos sociales y los motivos relacionados con la competición se vieron reflejados en las representaciones artísticas hasta el punto de que los sarcófagos de niños fueron adornados con relieves que mostraban distintos elementos del acontecimiento deportivo. El tema recurrente fue el uso de los amorini conduciendo los carros en un intento de recordar con estos seres que no crecen la vida del pequeño difunto arrebatado tan temprano a sus padres. La fama y fortuna que se reconocía a los conductores de carros eran atributos que los afligidos padres deseaban proyectar para recordar a sus hijos. La aclamación del público y los triunfos de los aurigas demostraban que los dioses les beneficiaban, y eso es lo que los padres esperaban para sus hijos, que fueran bendecidos con la gloria de la inmortalidad. 

Sarcófago infantil. Museo de Historia del Arte, Viena. Foto Ilya Shurygin



Bibliografía 

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domingo, 25 de octubre de 2020

Pater familias, el padre de familia en la antigua Roma


Familia romana. Pintura de Alma Tadema
Pintura de Alma Tadema

La familia era la base de la sociedad romana y al frente estaba el pater familias, bajo cuya autoridad y protección se hallaban, generalmente, la esposa, los hijos, los esclavos de su propiedad y los clientes, en caso de que la familia tuviera la relevancia necesaria como para tenerlos. Por tanto, todos los miembros de la unidad familiar estaban sometidos al poder absoluto e ilimitado (potestas) del pater familias.

“Apio, anciano y además ciego, con cuatro hijos y cinco hijas, gobernaba tanto su casa como su hacienda. Mantenía su espíritu siempre tenso igual que un arco, y, ni siquiera, ya cansado por la edad, sucumbía. Mantenía su autoridad, el mando sobre los suyos. Le temían sus siervos, le respetaban sus hijos, pero todos le querían. En su casa estaban vigentes las costumbres patrias y la disciplina.” (Cicerón, De la vejez, XI)

En el caso del matrimonio cum manu, la esposa, uxor in manu, entraba a formar parte jurídicamente de la familia del marido, tanto en el aspecto personal como patrimonial, y se sometía al control disciplinario del esposo y sus parientes. Este poder permitía al esposo castigar y repudiar a la esposa, aunque en época de la República si tomaba tal decisión debía someterla al censor y ya durante el Principado, al ser poco frecuente el matrimonio cum manu, ese derecho marital se fue perdiendo. 

El médico Claudius Agathemerus y su esposa, Museo Ashmolean, Oxford


El ius necandi era el derecho que autorizaba al marido a dar muerte a la mujer en casos de ingesta de vino y de adulterio. Si el caso era descubierto in fraganti, podía el marido ejercerlo en el acto, puesto que los hechos estaban suficientemente acreditados, y tal prerrogativa estaría dictada por la costumbre y recogida en las llamadas leyes romuleas o sacra coniugalia, que facultaban al marido, en su calidad de tal, para ejercer el ius necandi sobre la mujer.

“Si la demostración de severidad en el caso anterior tuvo como motivo castigar un crimen terrible, la de Egnacio Mecenio tuvo una causa mucho más leve, ya que mató a palos a su mujer por haber bebido vino.
Además, este castigo no sólo no provocó una acusación, sino ni siquiera un reproche, porque todos pensaban que ella había pagado de un modo ejemplar la violación de la sobriedad.”
(Valerio Máximo, hechos y dichos memorables, VI, 9, 2)

El procedimiento de divorcio al igual que el adulterio no flagrante requería la citación de un consejo (consilium), cuya finalidad era eminentemente social e impedía tanto las críticas de la familia de la mujer, puesto que ellos decidían el destino del matrimonio conjuntamente con el marido, como cualquier posible sanción de parte de los censores.

Pintura de Alma Tadema


Bajo el poder del pater familias se hallaban inicialmente los hijos legítimos concebidos en un matrimonium iustum; pero junto a los hijos biológicos era posible que personas ajenas se incorporaran de forma voluntaria a la familia y, por tanto, acataran el poder del pater bien por adoptio, bien por adrogatio.

La adopción estaba sujeta a ciertas formalidades según la época. En la arcaica y clásica se efectuaba una triple venta ficticia del hijo por parte del paterfamilias originario al pater adoptante. Este último, en las dos primeras ventas lo remitía in mancipatio (emancipado) a su padre natural, pero a la tercera vez, en lugar de que el padre originario volviese a vender una vez más a su hijo (evitando la emancipación del mismo conforme a la ley de las XII Tablas) el adoptante reclamaba, de forma simulada, la patria potestad sobre el adoptado como si le perteneciese de antemano, así, el padre natural callaba y la adopción se consumaba. Este sistema se aplicaba sólo cuando el hijo era varón, ya que en los casos de mujer o nieto bastaba solo con la emancipación del pater originario sin la posterior manumisión del adoptante, seguida del acto de adopción. En la etapa de Justiniano el trámite se simplificó, ya que bastaba con que acudieran ante el magistrado todos los interesados, o sea, padre biológico, padre adoptante y adoptado, suprimiéndose así el paso previo de la triple venta.

“Adoptó a Gayo y a Lucio, después de habérselos comprado a su padre Agripa en su casa mediante el as y la balanza, y los promovió, aun jóvenes, a la administración del Estado, enviándolos también, una vez que fueron designados cónsules, a recorrer las provincias y los ejércitos.” (Suetonio, Augusto, 64)


Cayo y Lucio, nietos e hijos adoptados de Augusto


Cuando la adopción se realizaba estando el adoptado todavía bajo la autoridad paterna, se celebraba antes la ceremonia de la mancipatio, o compra simbólica, en casa del padre. La persona que quería adoptar al niño pronunciaba unas palabras rituales y mientras tocaba una balanza con una moneda. El proceso tenía que repetirse tres veces en presencia del pretor.

En cuanto a los requisitos para dar paso a la adopción, en el período antiguo y clásico sólo se necesitaba el consentimiento de los pater familias del adoptado y del adoptante, más no el del adoptado, posteriormente fue suficiente con que no se opusiese.

“Así, tomando Galba a Pisón de la mano, se dice que habló en estos términos: «Si te hubiera adoptado como ciudadano particular en presencia de los pontífices, según la Ley Curia, hubiese redundado en mi gloria incorporar a mi familia a un descendiente de Cneo Pompeyo y Marco Craso, y hubiera añadido el insigne abolengo de los Sulpicios y Lutacios al tuyo propio. Ahora, llamado como he sido por voluntad de los dioses y de los hombres a la dignidad imperial, tu noble naturaleza y el amor a la patria me han impulsado a ofrecerte, sin que ello suponga esfuerzo alguno por tu parte, el principado por el que luchaban nuestros mayores con las armas y que yo mismo alcancé por la guerra, a ejemplo del divino Augusto que colocó junto a sí en la cumbre de la gloria a Marcelo, hijo de su hermana, después a su yerno Agripa, a continuación a sus sobrinos y, por último, a su hijastro Tiberio Nerón.” (Tácito, Historias, I, 15)

La fórmula para la adrogatio fue cambiando dependiendo de la situación histórica. En una primera etapa el colegio de pontífices tenía un papel fundamental ya que corroboraba que se cumplieren los requisitos de edad, que no se tratara de una especulación dineraria y si era necesario el proceso para perpetuar una familia, y para ello se efectuaban tres preguntas o rogationes, al adrogante si deseaba tener al adrogado por iustus filius, al adrogado si deseaba que el adrogante adquiriera sobre él la patria potestas, y finalmente al pueblo representado por los comicios por curias se le inquiría para que consagrara la voluntad de los intervinientes en el acto. En una segunda época la voluntad de los pontífices se tornó decisiva y aquel que los presidía decidía por sí sólo la adrogación. Ya en la etapa del principado, se impuso la voluntad del príncipe efectuándose la adrogación por medio de un rescripto imperial. 

Sarcófago de los hermanos, Museo Arqueológico de Nápoles,
foto de Marie Lan Nguyen


La consecuencia de esta modalidad de adopción era que el adrogante asumía la potestas del adrogado como si fuera un descendiente nacido en justas nupcias, por lo cual este perdía los derechos de agnación propios de su familia, tomando el nombre de la gens y de la familia del adrogante, incluyendo el culto o sacra familiae, además de ceder todos sus bienes materiales e inmateriales.

"La aceptación de extraños para que se integren en una familia ajena en calidad de hijos puede hacerse ante el pretor o ante el pueblo. Cuando se realiza ante el pretor se denomina adopción; cuando se hace ante el pueblo se llama arrogación. Son adoptados <los hijos> cuando el padre, bajo cuya potestad están, los cede legalmente después de una tercera venta y cuando son reclamados por aquél que los adopta en presencia de quien ostenta la autoridad jurídica; en cambio, son arrogados aquellos que, teniendo por sí mismos plena autonomía jurídica, se ponen bajo la potestad de otro, siendo ellos mismos responsables de tal hecho. Ahora bien, las arrogaciones no se realizan a la ligera y sin un estudio previo. En efecto; a instancias de los pontífices se convocan los comicios llamados ‘curiados’ y se estudia si la edad de quien quiere efectuar la arrogación no es más bien idónea para engendrar hijos, o si se persigue de modo fraudulento la fortuna de quien es arrogado. Se dice que la fórmula del juramento que se presta en la arrogación fue redactada por el Pontífice Máximo Q. Mucio [Escévola]. Pero no puede ser arrogado quien no haya alcanzado la pubertad. Por otro lado, se denomina arrogación [adrogatio], porque esta forma de incorporación a una familia ajena se produce mediante proposición [rogatio] al pueblo. La fórmula de esta proposición es la siguiente: “Quered y ordenad que L. Valerio sea para L. Ticio jurídica y legalmente hijo, como si hubiera nacido de ese padre y de la madre de esa familia, y que tenga sobre él potestad de vida y muerte como un padre sobre su hijo. En los términos en que lo he expuesto os lo propongo a vosotros, Quirites”. (Aulo Gelio, Noches Áticas, V, 19)

Altar de la adopción (Adriano adoptó a Antonino Pío, quien adoptó a Lucio Vero Y Marco Aurelio), Éfeso, Museo de Historia del Arte de Viena. Foto Carole Raddato


Entre los derechos que la patria potestad otorgaba al pater familias sobre los demás miembros de la familia estaban el poder dar muerte o castigo a los hijos; venderlos como esclavos, abandonarlos tras su nacimiento, vetar sus matrimonios u obligarlos a divorciarse; cederlos a otra persona para que se aprovechara de sus servicios o prestarlos como garantía a un acreedor.

Tradicionalmente se había otorgado al pater la prerrogativa de actuar como un juez, que, tras consultar un consejo familiar, decidía la suerte del hijo que había cometido alguna falta grave, ateniéndose a los mores (costumbres) específicos de la familia.

El ius vitae necisque (derecho de vida y muerte) constituía el reconocimiento máximo del poder paterno; con base en él, el padre podía poner fin a la vida de sus hijos si lo consideraba necesario. Inicialmente, los límites los establecían el sentimiento religioso y la conciencia social, pero, durante la época republicana, el abuso podía dar lugar a la intervención del censor y a lo largo del Principado los emperadores, en caso de no haber causa justificada, llegaron a imponer la deportación con embargo del patrimonio incluido. Ya en el Bajo Imperio, el emperador Constantino sancionó por primera vez como homicidio la muerte de un hijo de familia.

“La legislación romana había dado completo poder al padre sobre su hijo y durante toda su vida, ya quisiera encerrarlo, azotarlo, mantenerlo encadenado dedicado a los trabajos del campo, o matarlo, incluso aunque el hijo estuviese ya empleado en asuntos públicos, admitido en los más altos cargos o elogiado por su entrega a la comunidad. Y en efecto, por esta ley hombres ilustres que estaban frente a los rostra lanzando al senado discursos gratos a los plebeyos, por los que conseguían gran renombre, fueron bajados de la tribuna y arrastrados por sus padres para sufrir el castigo que ellos decidieran. Y mientras eran conducidos por mitad del Foro, ninguno de los presentes tenía capacidad para liberarlos, ni cónsul, ni tribuno, ni siquiera el populacho adulado por ellos, que consideraba todo poder inferior al suyo propio. Omito decir a cuántos hombres valiosos mataron sus padres por haber llevado a cabo, guiados por su valor y celo, algún hecho noble que ellos no les habían ordenado, como se cuenta de Manlio Torcuato y de muchos otros, sobre quienes hablaré en el momento apropiado.” (Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades romanas, II, 26)

Mosaico de Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia


En el mundo antiguo los amos tenían el poder de dar muerte a sus esclavos, pero el pueblo romano lo mantuvo también para el padre sobre su descendencia, aunque, es verdad, que el pater familias tenía la facultad de aplicar castigos más suaves.

“Por esta misma época Quinto Fabio Máximo asesinó, teniendo como ayudantes en el parricidio a dos siervos, a un hijo suyo todavía adolescente, que se había retirado al campo; e inmediatamente manumitió a los esclavos como pago por su criminal acción. Llamado a juicio fue condenado bajo la acusación de Gneo Pompeyo.” (Orosio, Historias contra los paganos, V, 16)

Según la narración anterior parece que ya hacia finales del siglo II a. C., la patria potestas no podía ser ejercida arbitrariamente, no siendo aceptable que un pater condenase sin más a muerte a su hijo.

En el siguiente caso el hijo de Tarius fue sorprendido planeando el homicidio de su propio padre, por lo que este convocó a una multitud de importantes personalidades a su consejo, incluido el mismo César Augusto (quien por estar dotado de la tribunicia potestas tenía la facultad para sancionarlo), para que le ayudaran a juzgar la causa. El resultado de tal investigación fue la culpabilidad del hijo, quien en lugar de ser condenado a la pena capital fue únicamente desterrado por orden del pater a Marsella.

“A Tario, que condenó a su hijo al sorprenderlo mientras tramaba su muerte, después de celebrado el juicio todo el mundo lo admiró porque se contentó con exiliarlo, retuvo al parricida en el maravilloso exilio de Marsella y le proporcionó una renta anual, la misma que solía, pasarle cuando era inocente. Esta generosidad consiguió que, en una ciudad donde nunca falta un defensor a las peores gentes, nadie pusiera en duda que el reo había sido condenado con razón, porque lo había condenado un padre que no podía odiarlo.” (Séneca, Sobre la Clemencia, XV, 2)

Esta historia muestra que a menos que la culpa estuviese bien acreditada y la sanción bien establecida por la costumbre, era razonable que, para evitar la reprobación pública y un proceso abierto por su actuación, especialmente por parte de los tribunos, había que contar con un amplio respaldo moral al aplicar un castigo grave.

La norma jurídica obligaba al pater a ejercer su necis potestas sólo en los casos en que mediase una causa justa, como podía ser la comisión de un delito por parte del afectado o la defensa del honor familiar. Si la causa es de carácter delictivo, el pater podía proceder actuando como un tribunal, es decir, escuchando los testimonios de los afectados y la defensa que su hijo pudiera llevar a cabo. Si el asunto es muy delicado, era conveniente que invitase a esta deliberación a otras personas que podrían sentirse afectadas por la decisión que tomase, como los parientes de su mujer. También podría hacer partícipes a vecinos, o en general, a personas que podrían garantizarle buenos consejos, debido a su autoridad, como algunos miembros del Senado o al mismo César Augusto, como se ha visto. 




El rol social del consilium servía al pater para justificar la extrema medida que había tomado o moderar la que pudiera llevar a cabo en el futuro. Si no lo convocaba o no se comportaba a la manera de un tribunal, podía eventualmente ser sancionado, no tanto por el hecho de omitirlo, sino más bien por no tener una justa causa para dar muerte a su hijo o pariente. Incluso en el caso de comportarse casi como un juez o contar con el asesoramiento del consilium podía verse puesto en entredicho, aunque entonces podría aducir que su investigación había sido rigurosa y había recurrido a la autoridad de sus amigos con lo que probablemente evitaría la condena.

También en el caso que no haber convocado el consejo o no actuar como lo haría un juez podía verse libre de acusaciones si la causa era justa y aprobada por la tradición.

“Y Pomponia Grecina, matrona ilustre, mujer de Plaucio, el que volviendo de Britania entró en Roma con el triunfo de ovación, acusada de religión extranjera, fue remitida al juicio de su propio marido; el cual, vista la causa, conforme al uso antiguo en presencia de sus parientes, y examinada la honra y la vida de su mujer, la dio por inocente.” (Tácito, Anales, XIII, 32)

En el Bajo Imperio, por una influencia notable del cristianismo sobre las instituciones civiles romanas, el ius vitae et necis deja de ser una facultad ligada a la patria potestad y comienza a ser considerado como un crimen público: parricidio. Tradicionalmente el parricidio era la muerte de un padre a manos de su hijo, pero las leyes fueron cambiando hasta llegar a considerar parricidio cualquier muerte dentro de la familia. La pena impuesta por el emperador al parricida eras la poena cullei, en la que el parricida era metido en un saco o con serpientes o con un perro, un gallo, una víbora y una mona, y echado a un mar o río, según la época y las circunstancias de cada región. 

Poena cullei, martirio de san Julián. Foto Granger


Por su parte, Valentiniano, Teodosio y Arcadio (335 d. C.) negaron la posibilidad del indulto a los parricidas y dejaron ver que la influencia cristiana afectaba a la elaboración en sus constituciones.

El ius exponendi (derecho de exposición) era la facultad reconocida al padre de familia de exponer en un lugar público a los hijos recién nacidos, abandonándolos a su destino, derecho que también se recogía en el derecho provincial de Egipto, pero no se practicaba en el cristianismo primitivo.

“Hilarión a su hermana Alis, muchos saludos. También a mi señora Berous y a Apollonarion. Sabed que seguimos estando en Alejandría. No os preocupéis. Voy a permanecer en Alejandría. Te pido y te ruego que cuides de nuestro pequeño, y en cuanto recibamos la paga, tengo intención de enviártela. Si, entre todo lo que puede suceder, tienes un hijo y es varón, tenlo, pero si es hembra, abandónala. Le has dicho a Afrodiaias: «no me olvides», pero ¿cómo podría olvidarte? Así que te pido que no te preocupes. Año 20. Pauni 23.” (Papiro de Oxirrinco, 744)

Si el padre no reconocía al niño, bien por su origen bastardo, por deformidad, por tener un número excesivo de hijas, o por carecer de medios para su sustento, se abandonaba en un basurero para dejarlo morir de hambre o para que fuera recogido por alguien que quisiese hacerse cargo de él o criarlo como esclavo.

“Destruimos los fetos monstruosos, también a nuestros hijos, si nacen enfermos o malformados, los ahogamos; pero no es la ira, sino la razón, la que separa a los inútiles de los elementos sanos.” (Seneca, De Ira I, XV, 2) 




En el Bajo Imperio, si bien el derecho de abandono de los hijos nacidos no se suprimió, probablemente, por razones económicas y de subsistencia de la familia, sí se limitó legalmente, bien con la creación de un derecho de acogida y custodia permanente en favor de los terceros que acogían y criaban a los niños, bien con la concesión del derecho de la patria potestad

“Si alguien recoge un niño o una niña que ha sido expulsado de su hogar con el conocimiento y consentimiento de sus padre o amo, y lo cría y mantiene, tendrá derecho a quedarse con dicho niño/a con el mismo status que tenía cuando se hizo cargo, es decir, como su hijo/a o esclavo/a, lo que prefiera. Cualquier proceso para la recuperación por parte de aquellos que a sabiendas y voluntariamente abandonaron a los recién nacidos, ya sean esclavos o libres, será desestimado.” (Del emperador Constantino a Ablavius, Prefecto del Pretorio, año 331. Código Teodosiano, V, 9, 1)

El pater familias tenía también reconocido el ius vendendi o facultad de enajenar a los hijos, inicialmente para emanciparlos y, a partir de la crisis económica del siglo IV, como venta real del recién nacido para evitar la exposición de los hijos; fue tolerada por Constantino (que reconoció al padre el derecho de rescatar al hijo mediante el pago del precio recibido por la venta o la entrega de otro esclavo) y confirmada por Justiniano que limitó la venta a casos de extrema pobreza.





Este derecho nació con el fin de permitir a los padres el poder renunciar al ejercicio de la patria potestad. La emancipación fue un derecho en beneficio del pater familias, pero no de los hijos. No existía ningún impedimento legal al ejercicio de este derecho. Como consecuencia los emancipados sufrían un cambio de status y se convertían en extraños para la familia. Además, el padre de familia podía emancipar a los hijos en cualquier edad.

Los hijos vendidos ocupaban una posición equivalente a la de los esclavos, con lo que no podían heredar ni ser legatarios, salvo que fueran manumitidos en el mismo testamento. A diferencia de los esclavos, no podían ser maltratados de ninguna manera, y podían obligar a su adquirente a ser manumitidos.

“No se detuvo aquí el legislador de Roma en el poder dado al padre, sino que incluso se le permitió vender a su hijo, sin pararse a pensar si alguien consideraría esta concesión como cruel y más dura que lo que sería adecuado al cariño natural. Y una cosa que especialmente extrañaría a alguien educado en las liberales costumbres griegas, considerándola rígida y tiránica: permitió al padre negociar hasta tres veces con la venta de su hijo, dando más poder al padre sobre su hijo que al dueño sobre sus esclavos. Ya que el esclavo que es vendido una vez y luego obtiene la libertad es ya en adelante dueño de sí mismo, pero un hijo vendido por su padre, si quedaba libre, pasaba de nuevo a la tutela de aquél; y vendido y liberado por segunda vez era esclavo, como al principio, de su padre. Tras la tercera venta quedaba libre de su progenitor." (Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades romanas, II, 27)




Al rey Numa se atribuía la prohibición de vender al hijo que había sido comprometido en matrimonio.

“Si un padre permite a su hijo tomar mujer que será partícipe, según las leyes, de sus ritos y bienes, ya no tendrá el padre poder de vender al hijo.” (Dionisio de Halicarnaso, Antigüedades romanas, II, 27)

El ius noxae dandi era el poder que ejercía el pater, como jefe de la familia, para evadir la responsabilidad de un delito cometido por alguna de las personas que se encontraban bajo su potestas a través de la entrega del responsable a su víctima.

En cuanto al matrimonio, aparte del consentimiento de los cónyuges, en la época arcaica debía contarse con el consentimiento del pater familias de cada uno de los contrayentes, si estos estaban sometidos a su patria potestad. Más adelante solo era necesario que los pater familias no se opusieran. En la época alto-imperial se pusieron límites al poder paterno obligando al jefe de la familia a prestar su consentimiento, aunque voluntariamente no quisiera hacerlo. Cuando el que estaba revestido de la potestad no podía expresar su consentimiento por estar ausente o prisionero de guerra, podía prescindirse de este requisito después de los tres años de ausencia o cautiverio, e incluso antes, si se consideraba probable que no se opondría a la celebración del matrimonio. En caso de no poder prestar consentimiento por demencia, incapacidad mental o negarse sin motivo suficiente, habría que recurrir al magistrado y tener en cuenta a los miembros más relevantes de la familia. Por último, necesitaban también el consentimiento paterno las emancipadas menores de edad.

“Y tú no te resistas a esposo semejante, novia. No conviene resistirse a quien tu propio padre te entregó, tu propio padre y tu madre a quienes debes obedecer. Tu virginidad no toda es tuya, también es de tus padres. Un tercio es de tu padre, otro tercio ha sido confiado a tu madre; solo el último es tuyo." (Catulo, Poemas, LXII, 60)

Ilustración de Angelo Todaro


Durante el Bajo Imperio Honorio y Teodosio ordenaron que se debía atender a la voluntad del padre, para el casamiento de las hijas que se encontraban bajo patria potestad. Si la hija estuviera emancipada, pero fuera menor de veinticinco años, se debería recurrir al asentimiento. Si estuviera privada del padre se pediría el parecer de la madre, de sus parientes y de ella misma.

Otros derechos de los que disfrutaba el pater familias eran el poder nombrar tutores para su mujer e hijos para después de su muerte, nombrar un heredero, y un heredero para su heredero después de morir este, recuperar un hijo o nieto detenido por deuda, demandar o cobrar por la agresión o daños sufridos por algún miembro de la familia y recibir todos los bienes o créditos generados por los negocios de sus hijos.

Los hijos de familia sólo podían disponer de los derechos patrimoniales cuando fueran sui iuris (emancipados), en caso contrario todo lo que adquirieran revertía en el patrimonio paterno. Sin embargo, con el tiempo se acabó por reconocer una capacidad limitada patrimonial a los hijos a los que el pater entregaba un conjunto de bienes en concepto de peculium, que, si bien eran todavía propiedad del pater, podía administrar el hijo.

"¿Qué ocurre si un tercero traspasa una propiedad a un niño o promete pagarle dinero como regalo o a cambio de un servicio? La respuesta corta es que el pater familias recibe todo. Pero también significa que puede usar sus hijos, además de sus esclavos, como extensiones de sí mismo para amasar una fortuna para su patrimonio." (Digesto, XLI, 1, 63, prefacio)


Relieve de Viminacium, Museo Nacional de Belgrado, Serbia


A partir del fin de las Guerras Púnicas, Roma experimentó profundos cambios sociales por los que la sociedad de agricultores austeros y ejércitos de ciudadanos lentamente fue siendo desplazada por un sentimiento nuevo de urbanidad, comercio y cultura que resultaba incompatible con los antiguos valores familiares. La tendencia era que, aunque el padre conservaba la patria potestas para obligar a los hijos a cumplir sus deseos, un buen pater no imponía su voluntad, sino que atendía y tenía en consideración los deseos de sus descendientes.

“A mi juicio por lo menos, se equivoca de pe a pa quien cree que es más firme y estable la autoridad que se ejerce con la represión que aquella que se gana con la amistad. Este es mi sistema; esta es mi convicción. El que cumple su deber obligado por las amenazas, está en guardia mientras tema que sus faltas se llegarán a saber; si espera que permanecerán ocultas, vuelve a las andadas. Viceversa, aquel a quien ganas con tus beneficios, obra de buen grado, se esfuerza por corresponder, será idéntico en tu presencia que en tu ausencia. Esto es propio de un padre, es decir acostumbrar al hijo a portarse bien espontáneamente más que por miedo a otro; en esto se diferencian padre y amo; el que no sabe eso, confiese que no sabe gobernar hijos.” (Terencio, Los hermanos, I, 1)

Familia romana. Museos Vaticanos. Foto de Agnete


Las comedias de la época representaban a una sociedad romana de la época que no se encontraba ya dispuesta a aceptar que se usaran las facultades emanadas de la patria potestas de forma arbitraria. Mostraban a padres liberales que razonaban con sus hijos, o incluso aceptaban sus caprichos, antes que a padres severos que los castigaban.

Deméneto. — De hacerme a mí caso los otros padres, Líbano, serían tolerantes con sus hijos: ésa es la única forma de granjearse su afecto y su simpatía. Por lo que a mí toca, pongo todo mi empeño en hacerlo así: yo quiero ser amado de los míos; yo quiero tomar ejemplo de mi padre, que, por mor mío, fue y se disfrazó de marinero y engañó al rufián para llevarse a la joven de la que yo estaba enamorado. A su edad, no se avergonzó de una tal impostura, granjeándose así con sus bondades el afecto de su hijo. Yo estoy decidido a seguir su conducta. Es que mi hijo, Argiripo, me ha pedido hoy dinero para sus amores; y yo quiero de todos modos condescender a su ruego. [Yo quiero favorecer sus amores, quiero que sienta afecto por su padre.] Aunque su madre le tiene atado corto, cosa que por lo general son los padres los que lo suelen hacer. A mí, desde so luego, no se me pasa por las mientes cosa semejante; sobre todo, una vez que él me ha hecho digno de su confianza, no estaría ni medio bien que yo no fuera a hacer honor a su buen natural; él ha acudido a mí, como debe hacer un hijo respetuoso con su padre y por eso es mi deseo que disponga de dinero para su amiga. (Plauto, Asinaria, I, 1)




Por ejemplo, en la comedia de Plauto llamada Stichus el pater desea divorciar a sus hijas de sus maridos ausentes desde hace tres años. La cuestión es difícil, no sólo por la importancia de la decisión, sino también por la probable oposición de sus hijas, con las cuales el padre no desea enemistarse. Al tratar el asunto, les dice que ha consultado con sus amigos y junto con ellos ha decidido que deben divorciarse, ellas se oponen y refutan los argumentos del padre, el cual finalmente se rinde y decide volver a revisar la cuestión con sus amigos,

Antifón.— A fe mía que os he sometido a un buen examen a vosotras y a vuestra manera de pensar. Pero el motivo por el que vengo y por el que quería veros a las dos es el siguiente: mis amigos me aconsejan que os saque de aquí y os lleve a casa.
Pánfila.— Pero nosotras, que somos las interesadas, somos de otra opinión, porque, o no debías de habernos dado por esposas a nuestros maridos, si es que no estabas de acuerdo con ellos, o no está bien el llevamos de aquí ahora durante su ausencia.
Antifón.— ¿Es que voy yo a consentir que, estando yo en vida, estéis casadas con unos mendigos?
Pánfila.— 
A mí me gusta mi mendigo, lo mismo que a una reina le gusta su rey. A mí me animan los mismos sentimientos ahora en la escasez que antes en medio de las riquezas.
Antifón.— 
¿En tanto aprecio tenéis a unos aventureros y unos pobretones?
Pánfila.— 
En mi opinión, no fue al dinero al que me entregaste tú por esposa, sino a mi marido.
Antifón.— ¿Por qué os empeñáis en esperarlos, cuando hace y a tres años que salieron de aquí? ¿Por qué no queréis volver a vuestra situación anterior, estando ahora en la peor de las condiciones?
Pánfila.— Padre, es una necedad el obligar a los perros a la caza: una mujer que en contra de su voluntad es dada en matrimonio a un hombre, no es para él sino un enemigo.
Antifón.— ¿Estáis las dos decididas a no obedecer las órdenes de vuestro padre?
Panegiris.— Las obedecemos, porque no queremos abandonar a quienes tú nos diste en matrimonio.
Antifón.— 
Que lo paséis bien. Me marcho y les expondré a mis amigos vuestra resolución.
Panegiris.— Yo creo que nos tendrán por mujeres honradas si se lo expones a personas que lo son.
Antifón.— Ocupaos lo mejor que podáis de vuestra hacienda. (Plauto, Estico, I, 2)


Boda romana. Pintura de Emilio Vasarri


El pater familias era también fundamental en la educación de sus hijos como responsable de enseñarles los valores tradicionales romanos de pietas, firmitas y diligentia y la historia de Roma, además de formarles en su propio negocio u oficio.

“Cuando ya empezaba a comprender, él mismo (Catón) se encargó de enseñarle las primeras letras, aunque tenía un esclavo llamado Quilón, bien educado y que enseñaba a muchos niños; porque no quería que, a su hijo, como escribe él mismo, le reprendiese o le tirase de las orejas un esclavo, si era lento en aprender, ni tampoco quería agradecer a un esclavo tal enseñanza. Por tanto, él mismo le enseñaba las letras, le daba a conocer las leyes y le hacía practicar la gimnasia, adiestrándole, no sólo a tirar con el arco, a manejar las armas y a llevar un caballo, sino también a pegar con el puño, a soportar el calor y el frío y a vencer nadando contra las corrientes y los remolinos de los ríos. Dice, además, que le escribió la historia de su propia mano, y con letras grandes, para que el hijo pudiera aprovecharse de los medios de su casa para el uso de la vida, de los hechos de la antigüedad y de los de su patria.” (Plutarco, Vida de Catón, III, 20)


Sarcófago de Marco Cornelio Estatio. Museo del Louvre


El pater familias era también el jefe espiritual de la familia que dirigía los sacrificios y las oraciones ante el altar doméstico de los lares y quien tenía la obligación de realizar los cultos familiares y como uno más de sus deberes debía propiciar y ahuyentar a los espíritus de la casa para proteger a los suyos.

“Era el mes de mayo, denominado así por el nombre de los ancestros (maiores), que aún hoy conserva parte de la costumbre antigua. Al mediarse la noche y brindar silencio el sueño, y callados ya los perros y los diferentes pájaros, el oferente, que recuerda el viejo rito y es respetuoso con los dioses, se levanta (sus pies no llevan atadura alguna) y hace una señal con el dedo pulgar en medio de los dedos cerrados, para que en su silencio no le salga al encuentro una sombra ligera y cuando ha lavado sus manos con agua de la fuente, se da la vuelta, y antes coge habas negras y las arroja de espaldas diciendo: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo y los míos”. Esto lo dice nueve veces y no vuelve la vista, se estima que la sombra las recoge y está a nuestra espalda sin que la vean. De nuevo toca el agua y hace sonar bronces temescos y ruega que salga la sombra de su casa, al decir nueve veces “Salid, Manes de mis padres,” vuelve la vista y entiende que ha realizado el ceremonial con pureza.” (Ovidio, Fastos, V)

Pater familias en los Lemuria



Bibliografía

http://rehj.cl/index.php/rehj/article/viewArticle/462; el origen de los poderes del “paterfamilias”, ii: el “paterfamilias” y la “manus”; Carlos Felipe Amunátegui Perelló
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7209641; La patria potestad en el derecho romano y en el derecho altomedieval visigodo; Guillermo Suárez Blázquez
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2201637; CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LOS CONCEPTOS DE PATRIA POTESTAS, FILIUS–, PATER–, Y MATERFAMILIAS: UNA APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE LA FAMILIA ROMANA; Mª Luisa LÓPEZ HUGUET
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4966626; Nota mínima sobre algunos modelos familiares en los tres primeros siglos del Imperio Romano; Rosa MENTXAKA ELEXPE
https://www.tdx.cat/handle/10803/403848#page=1; DERECHO, MUERTE Y MATRIMONIO: LA FAMILIA MATRIMONIAL EN EL MEDITERRÁNEO CRISTIANO, DESDE LA ANTIGÜEDAD AL FINAL DE LA EDAD MEDIA; Manuel Vial Dumas
EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO FAMILIA Y SU RECEPCIÓN EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO; Gabriel Muñoz Bonacic
http://docshare03.docshare.tips/files/13833/138334418.pdf; A Casebook on Roman Family Law; Bruce W. Frier y Thomas A.J. McGinn