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Mosaico romano, Museo Arqueológico, Nápoles (Foto Marie-Lan Nguyen) |
Cercano el momento de celebrar el día de difuntos y de todos los santos según la tradición cristiana es acertado recordar cómo celebraban los romanos los días que recordaban a sus muertos.
El temor a que los muertos puedan volver como espíritus malignos para atormentar a los vivos hace que el hombre siempre se haya servido de todos los recursos a su alcance para protegerse de ellos.
Adornar los sepulcros, realizar ofrendas y libaciones, rezar y participar en los entierros y fiestas establecidas para honrar su memoria son actos que los romanos llevaban a cabo para demostrar que la muerte no significaba el final de sus ancestros, sino a través de un continuo duelo manifestado en la celebración de diferentes fiestas funerarias los mantenían en su recuerdo como símbolo de unión familiar.
El deseo de estar presente aún después de morir se refleja en los retratos de las lápidas, los relieves con escenas de la vida de los difuntos en los sarcófagos, la representación de banquetes en los que el muerto participa en los monumentos funerarios, en los retratos pintados sobre los sarcófagos y en las tumbas monumentales que solo podían permitirse los más ricos. Los que no tenían a nadie que les recordase y mantuviese su tumba mandaban poner una inscripción en la que pedían al caminante que pasaba junto a ella que rogase por el difunto allí enterrado.
Lápida con inscripción DIS MANIBUS, Museos Vaticanos |
Las fiestas de Parentalia que tenían lugar entre el 13 y 21
de febrero para honrar a los antepasados tenían un carácter funerario y
expiatorio. Esos días se consideraban nefastos, por lo que los magistrados no
lucían sus insignias, se cerraban los templos, los fuegos de los altares se
extinguían y se consideraba de mal
augurio celebrar los matrimonios. El día 21 se celebraba la fiesta de la
Feralia, cuando los familiares visitaban las tumbas de sus ancestros y dejaban coronas de flores, sal, pan empapado
en vino puro y leche:
“Hasta su propio honor tienen las tumbas. Sosegad las almas de los padres y obsequiad con pequeños regalos a las piras extintas. Los dioses Manes exigen cosas pequeñas; reconocen el amor de los hijos en vez de regalos lujosos. Basta con una teja adornada con guirnaldas, unos cereales desparramados, un poco de sal, trigo empapado en vino y violetas sueltas. Pon estas cosas en una vasija y déjalas en medio del camino… Que los dioses también se oculten tras las puertas cerradas de los templos, que los altares no dispongan de incienso y se apaguen los fuegos. Ahora andan vagando las almas sutiles y los cuerpos enterrados en los sepulcros; ahora se alimentan las sombras con la comida proporcionada… A este día lo llamaron Feralia porque trae las exequias. Es el último día para honrar a los Manes. (Ovidio, Fastos)
“Hasta su propio honor tienen las tumbas. Sosegad las almas de los padres y obsequiad con pequeños regalos a las piras extintas. Los dioses Manes exigen cosas pequeñas; reconocen el amor de los hijos en vez de regalos lujosos. Basta con una teja adornada con guirnaldas, unos cereales desparramados, un poco de sal, trigo empapado en vino y violetas sueltas. Pon estas cosas en una vasija y déjalas en medio del camino… Que los dioses también se oculten tras las puertas cerradas de los templos, que los altares no dispongan de incienso y se apaguen los fuegos. Ahora andan vagando las almas sutiles y los cuerpos enterrados en los sepulcros; ahora se alimentan las sombras con la comida proporcionada… A este día lo llamaron Feralia porque trae las exequias. Es el último día para honrar a los Manes. (Ovidio, Fastos)
El día 22 se reunía toda la familia para comer en la fiesta
de la Caristia o Cara Cognatio, cuando los vivos se dedicaban a buscar la
reconciliación entre ellos y olvidar sus
rencores, dejando sitios libres para los difuntos recientemente fallecidos, a
los que se les servía comida.
“El día que le sigue fue llamado
Caristia por los parientes que se quieren, y una multitud emparentada se
presenta ante los dioses de la Hermandad. Claro que resulta agradable, tras
estar en las tumbas y con los parientes muertos, dedicarse a los vivos,
contemplar, tras la pérdida de los seres queridos, lo que queda de la propia
sangre y recorrer los grados de parentesco: Vosotros, los buenos, poned
incienso a los dioses del parentesco y ofrendad alimentos, que el platito que
se envía, prenda de honor que ellos agradecen, alimente a los Lares de vestidos
sueltos y cuando la noche húmeda aconseje el plácido sueño, tomad en la mano
vino abundante, en el momento de rezar vuestras plegarias, y decid derramando
el vino con las palabras sagradas “Por vosotros, por ti, padre de la patria,
César Optimo.” (Ovidio, Fastos)
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Ágape cristiano, Catacumbas de Priscila, Roma |
Al ser un día de celebración se producía un intercambio de regalos entre los miembros de la familia e, incluso, entre patronos y clientes, como describe Marcial en sus epigramas:
“En el día de los parientes, en
que se regalan muchas aves, mientras preparo los tordos para Estela, mientras
los preparo para ti, Flaco, se me ocurre
una multitud ingente y pesada, en la que cada cual se considera el
primero y el más mío. Es mi deseo complacer a dos; ofender a los más no es
apenas prudente; enviar regalos a muchos es costoso. Haré méritos para el perdón
de la única forma que puedo: ni a Estela, ni a ti, Flaco, os enviaré tordos.”
(Marcial, Epigramas, IX, 55)
En Roma el entierro de los muertos era un deber sagrado.
Negar sepultura a un cadáver era condenar el alma muerta a errar sin descanso
y, en consecuencia, crear un peligro real para los vivos. En la literatura
grecorromana son abundantes los ejemplos de fantasmas que se aparecen a los
vivos para reclamar un entierro digno. Plinio el Joven relata como en una casa
de Atenas se aparecía un anciano que no dejaba descansar a sus moradores hasta
que puesta en venta se presentó el filósofo Atenodoro, quien sin manifestar
temor, cuando ve el espectro, marca el lugar donde se desvanece, y cuando allí
se excava, se encuentran unos huesos, que son
debidamente enterrados, por lo que no vuelven a repetirse las
apariciones. La descripción del espectro corresponde a la tradición conocida
hasta ahora del típico fantasma que habita en las casas encantadas:
“En medio del silencio de la
noche se oía un sonido metálico que, cuando se prestaba un poco más de
atención, podía identificarse con un ruido de cadenas, primero lejano y luego
cada vez más cerca. Seguidamente, aparecía un espectro. Un anciano consumido
por una por una extremada delgadez y cubierto de una terrible suciedad, de
larga barba y cabellos erizados, que llevaba grilletes en los pies y cadenas en
las manos, que agitaba al caminar.” (Plinio, Epístolas, VII, 27)
Los espíritus de los muertos pasaban a formar parte de los
dioses Manes, pero no bastaba que un hombre muriera para que entrara a formar
parte de los dioses Manes. Antes debía recibir los funerales apropiados y era
preciso que se le tributara los iusta,
el ritual funerario que permitiría mantener viva su memoria entre los vivos. El
difunto era transformado en una “divinidad” doméstica por sus parientes.
Si había alguna parte del ceremonial que no se llevaba a cabo, o los familiares abandonaban sus obligaciones para con su pariente difunto, se corría el riesgo de que éste se convirtiera en una sombra atormentada, uno de esos espíritus maléficos, lémures, que el pater familias debía expulsar de la casa durante las fiestas de Lemuria en los días 9, 11 y 13 de Mayo, días nefastos también, siguiendo un antiguo rito que Ovidio explica en sus Fastos:
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Ofrenda doméstica, Waterhouse |
Si había alguna parte del ceremonial que no se llevaba a cabo, o los familiares abandonaban sus obligaciones para con su pariente difunto, se corría el riesgo de que éste se convirtiera en una sombra atormentada, uno de esos espíritus maléficos, lémures, que el pater familias debía expulsar de la casa durante las fiestas de Lemuria en los días 9, 11 y 13 de Mayo, días nefastos también, siguiendo un antiguo rito que Ovidio explica en sus Fastos:
“Era el mes de mayo, denominado así por el
nombre de los ancestros (maiores), que aún hoy conserva parte de la costumbre
antigua. Al mediarse la noche y brindar silencio el sueño, y callados ya los
perros y los diferentes pájaros, el oferente, que recuerda el viejo rito y es
respetuoso con los dioses, se levanta (sus pies no llevan atadura alguna) y
hace una señal con el dedo pulgar en medio de los dedos cerrados, para que en
su silencio no le salga al encuentro una sombra ligera y cuando ha lavado sus
manos con agua de la fuente, se da la vuelta, y antes coge habas negras y las
arroja de espaldas diciendo: “Yo arrojo estas habas, con ellas me salvo yo y
los míos”. Esto lo dice nueve veces y no vuelve la vista, se estima que la
sombra las recoge y está a nuestra espalda sin que la vean. De nuevo toca el
agua y hace sonar bronces temescos y ruega que salga la sombra de su casa, al
decir nueve veces “Salid, Manes de mis padres,” vuelve la vista y entiende que
ha realizado el ceremonial con pureza.”
Tras los funerales había que mantener las tumbas. Las flores
naturales escogidas siguiendo las estaciones ocupaban un lugar destacado en el
simbolismo propio del culto a los Manes. Las tumbas y el entorno eran adornados
con flores y huertos religiosos. Las flores eran símbolo de renovación y
felicidad en la vida de ultratumba. En cada celebración se depositaban en las
tumbas alimentos, bebidas y lámparas de aceite con las que el difunto debería
seguir su camino hacia el más allá.
Durante las libaciones se vertía agua, vino o
perfumes como forma de comunicación entre el pariente vivo y el difunto que
recibía esta ofrenda. En otras fiestas como las Violaria y Rosaria, también se
esparcían flores para honrar a los antepasados en sus tumbas.
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Lucerna romana |
Los romanos tendían a gastar excesivamente en los funerales
y celebraciones de fiestas funerarias. En la ley de las XII Tablas ya se
recomendaba reducir los gastos y Tertuliano, ya en época cristiana, critica con
dureza a los paganos por rendir culto a la memoria de sus antepasados con tanta
reverencia.
Los romanos creían que sus difuntos podían volver en forma
de apariciones para tomar venganza, pero también para ofrecer consuelo y
aliviar la sensación de culpa de los vivos, como en la elegía que el poeta Propercio dedica a su amada Cintia en la que
describe como ésta se aparece ante él para recordarle que se haya olvidado de
ella y que cuando ambos se encuentren en el más allá, él será eternamente suyo.
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Retrato sobre sarcófago, Fayum, Egipto |
En Roma se tenía presente la muerte como algo cercano y una
costumbre extendida era recordar la brevedad de la vida y la necesidad de
disfrutar la existencia terrena (memento
mori). Es por ello que en banquetes se hacía traer un esqueleto como
recordatorio (larva convivialis)
durante la comida o, incluso, se han encontrado mosaicos con figuras de
esqueletos o ajuares con relieves esculpidos en forma de esqueletos.
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Modioli con esqueletos de Boscoreale, Museo del Louvre
Ver entrada: Fantasmas en la antigua Roma
Ver entrada: Dis Manibus, el descanso de los difuntos en la antigua Roma
Ver entrada: Funus romanorum, ritos funerarios de la antigua Roma
Bibliografía:
http://emerita.revistas.csic.es/index.php/emerita/article/viewFile/1043/1088, Demonios, fantasmas y máscaras en la Antigüedad: consideraciones sobre el término larua y sus significados, Alejandra Guzmán Almagro.
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1281276, Los dioses manes en la epigrafía funeraria bética, Mauricio Pastor Muñoz.
http://revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/viewFile/4454/4293, Una aproximación a las creencias populares de los romanos: las Lemurias, ¿respeto o temor?, Teresa Espinosa Martínez.
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