Pintura con lares, Museo Arqueológico de Nápoles |
El lararium del hogar , habitáculos donde residían los dioses tutelares de la casa, simbolizaba la expresión del sentimiento religioso, pietas, de la familia romana. El perfecto cumplimiento de los ritos domésticos garantizaba la fertilidad, prosperidad y el buen funcionamiento de la domus.
El culto doméstico podría definirse
como el conjunto de ritos desarrollados en el interior de la casa por la familia,
y que estaban destinados a la veneración de las divinidades encargadas de proteger
y garantizar la subsistencia y la perpetuación de todos los miembros.
CARINO.— (Solo, volviéndose a la puerta, de donde
acaba de salir)
Lar, Museo Arqueológico de Nápoles. Foto Samuel López |
Las principales divinidades
veneradas eran: los Lares, divinidades
tutelares de la casa que cuidaban de la salud y prosperidad de la familia y su
entorno doméstico, incluidos los esclavos. Los Penates, protectores de la
despensa. El Genio, espíritu tutelar del pater familias. Los Manes,
espíritus de los antepasados familiares. Pero no eran
las únicas, pues, como en cualquier otro aspecto de la vida romana, todos los
lugares de la casa y todas las actividades cotidianas así como los momentos
destacados de la vida familiar (nacimientos, matrimonios…), estaban protegidos
por divinidades específicas, a las que en muchas ocasiones se veneraba sólo en
momentos puntuales del año.
“Entonces he comprado este poquillo de
incienso y estas coronas de flores, que le pondré a nuestro lar en el hogar,
para que haga feliz a mi hija en su matrimonio.” (Plauto, Aulularia,
385)
El culto privado y de ámbito doméstico entre los romanos
estaba vinculado desde antiguo a las fiestas de carácter agrícola y
familiar, y el pater familias, al que se
reconocía su dominio sobre la religión doméstica, actuaba como
sacerdote. Podía organizar el larario como él desease, incluyendo a todos los
dioses por los que sintiese una devoción especial.
Larario, John William Waterhouse |
“Hacía
un sacrificio por la mañana en su larario en el que tenia las estatuillas de
los emperadores divinizados, aunque solamente una selección de los mejores, y
las de seres de gran honorabilidad, entre los que se hallaban Apolonio y, según el testimonio de un escritor de su época, Cristo, Abraham, Orfeo y otros personajes parecidos a ellos, y las
estatuas de sus antepasados.”
(Historia augusta, Alejandro Severo, 29, 2)
La ubicación del lararium solía ser el peristilo o el
atrio y consistía en una pequeña
construcción en forma de nicho, con un techo y un frontón soportado por
columnas, adosada a los muros de la casa.
El paterfamilias
como máxima autoridad religiosa
doméstica podía delegar determinadas
funciones en otros miembros de la familia, incluidos los esclavos.
“Todo está callado y en silencio, y raramente una criada el primer día
de mes acostumbra a abrir la cerrada capillita de los dioses Lares.” (Propercio, Elegías, IV, 3, 53)
Otro miembro del hogar podía encargarse
del culto y el cuidado del Larario si el pater familias no podía o quería
hacerlo. El propio Lar familiaris se
encarga de narrar en el Aulularia de
Plauto cómo recibía las atenciones de la hija del paterfamilias,
ya que éste descuidaba sus obligaciones como oficiante.
“Pero qué, cada vez se ocupaba menos de mí y me hacía menos
ofrendas. Yo por mi parte hice exactamente lo mismo, o sea que se murió tan
pobre como había vivido. Dejó un hijo, que es el que vive actualmente aquí en
la casa, que es de la misma condición que el padre y el abuelo, y tiene una
hija única que no deja pasar un día sin venir a rezarme, me ofrece incienso,
vino o lo que sea y me pone coronas de flores”. (Plauto, Aulularia, Prólogo)
Catón recoge en su obra que las obligaciones religiosas recaían en el villicus y la villica (el capataz o su esposa) en ausencia del dominus en una villa rustica en el campo.
Catón recoge en su obra que las obligaciones religiosas recaían en el villicus y la villica (el capataz o su esposa) en ausencia del dominus en una villa rustica en el campo.
Los Lares
recibían muestras de piedad por parte de la familia en sus actividades
cotidianas a la vez que eran objeto de veneración periódicamente, en las
calendas, nonas e idus de cada mes y en la fiesta anual de las Caristia.
“Este era aplacado bien si alguien le había libado con uva o le había dado una guirnalda de espigas para su sagrada cabellera y alguien, cumplido su voto, le llevaba en persona pasteles y detrás, acompañándolo, su hija pequeña miel pura.” (Tibulo, Elegías, I, 10)
Las ofrendas del larario eran variadas, pero principalmente consistían en flores y guirnaldas para decorarlo, vino para tomar en honor del genio, incienso, cereales, además de miel, perfumes, frutas, pastelillos o sacrificios de animales. El señor de la casa les dedica una plegaria: “Que este hogar sea para nosotros una fuente de bienes, de bendición de felicidad y de buena suerte.” (Plauto, Los tres escudos)
Mediante la celebración de los ritos
preceptivos ante el larario, la familia buscaba la protección de su propiedad,
que incluía inicialmente el campo del que dependía la subsistencia y se
restringió posteriormente a la casa; buscaba también la protección del
alimento, así como de los medios de los que dependía y de su lugar de
almacenaje; buscaba, igualmente, garantizar la perpetuación de la estirpe.
“Si a los cielos
levantas abiertos tú los brazos,
Al nacer de la luna,
Fidile campesina;
Si a tus Lares
aplacas con humo del incienso,
Y a los Lares ofrecen
tus manos, en las palmas,
Tortas de trigo puro;
si una ávida lechona
Inmolas en honor de
los cielos -, tus vides
No sentirán del
Abrego jamás la pestilencia,
Ni los hongos
parásitos han de volver estériles
Las cañas de tus
mieses.” (Horacio, Odas, III, 23)
Alejandro Helios, Walters Museum, Baltimore, Estados Unidos |
Las divinidades protagonistas del
culto doméstico están también ligadas a los orígenes míticos de Roma. Los
Lares, según narraba
Ovidio, se consideran hijos del dios Mercurio, identificado con el Hermes
griego, y cumplían algunas de las funciones que se adjudicaban a esta divinidad.
En cuanto a sus atribuciones,
parece que el Lar familiaris entró
en la casa como un numen dedicado
a la protección y la vigilancia que proporcionaba bienestar y prosperidad, a la
vez que defendía la morada de intrusos y
era el representante divino de la familia.
Pintura con lar, Museo de Minneapolis, Estados Unidos |
Las primeras fuentes se refieren a
él en singular y, sólo a partir de finales de la República, en plural. Inicialmente,
las imágenes de culto se realizaban con materiales modestos, madera, y posiblemente,
terracota, pero son las hechas en bronce y piedra, así como las pinturas, las
que han llegado hasta la actualidad.
“Lares de mis antepasados, sálvadme: vosotros sois los
mismos que me criaron,
un chiquillo corriendo delante de vosotros.
"No sintáis vergüenza por estar hechos de madera antigua: Así erais cuando vivíais en casa de mi abuelo. En aquellos tiempos se mantenía mejor la fe, cuando un dios de madera pobremente vestido, se guardaba en un estrecho nicho." (Tibulo Elegías, I, 10)
Generalmente
se representa a los Lares bajo la figura de esbeltos adolescentes con atributos característicos en sus manos, un rhyton (cuerno para beber), una patera o
una sítula, una cornucopia o cuerno de la abundancia. Sus piernas a veces
aparecen simular un movimiento de danza. Su indumentaria, como conviene a las
divinidades ágiles, suele ser corta.
El romano dirigía al lar su plegaria de la mañana y en las comidas le reservaba una parte de cada plato. Es al Lar al primero al que el pater familias saluda al entrar en el hogar. Cada acontecimiento feliz, nacimiento, boda o retorno de un viaje sin sobresaltos, implica la ofrenda de un sacrificio a los dioses lares ante el fuego, verdadero punto neurálgico que no debía extinguirse nunca puesto que simbolizaba el alma de la casa.
Dioses Lares, Museo Arqueológico de Nápoles. |
Los Penates eran los espíritus protectores de la
despensa y procuraban que no faltara el alimento. Se los llama dioses troyanos
porque Eneas los trajo de Troya durante el periplo que le llevó a Roma. En
la Eneida,
Virgilio recoge la tradición según la cual Eneas huyó de Troya en su viaje
hacia la Península Itálica llevándose consigo no sólo a su padre y a su hijo,
sino también a los dioses de su familia, los Penates, a lo cuales rindió culto
al desembarcar en el Lacio (Virgilio, Eneida, VIII, 121).
“¿Hay
algo más sagrado y más protegido por toda la religión que la casa de cada
ciudadano? En ella se encuentran los altares, el fuego, los dioses penates; en
ella tienen lugar los sacrificios, las prácticas religiosas y las ceremonias;
es un refugio tan sagrado para todos que está
prohibido arrancar a nadie de él”. (Cicerón, De su
casa)
Los Penates llegaron a personificar
cualquier divinidad que, a ojos del paterfamilias,
pudiera ofrecer protección a la casa y la familia, y por su ambigüedad original
pudieron adoptar cualquier forma divina, e incluso humana. Sufrían las
vicisitudes de la familia y estaban unidos de forma indisoluble a la casa. También
pasaron a tutelar los negocios y las profesiones.
“Númenes habitadores de
estas mansiones vecinas, templos que ya nunca volverán a ver mis ojos, dioses
que abandono y que residís en la noble ciudad de Quirmo, recibid para siempre
mi postrer salutación. Aunque embrazo tarde el escudo después de recibir la
herida, no obstante libertad ni destierro del odio que me persigue, y decid al
varón celestial el error de que fui víctima, no vaya a juzgar mi falta un
odioso crimen. Lo que vosotros sabéis, sépalo asimismo el autor de mi castigo;
porque aplacando a este dios, ya no puedo llamarme desdichado." Tal
plegaria dirigí a los dioses; mi esposa estuvo más insistente y entrecortaba
con los sollozos sus palabras. Postrada ante los Lares y los cabellos en
desorden, besó con sus trémulos labios los fuegos extintos y elevó a los
adversos Penates cien súplicas que no habían de reportar ningún provecho a su
desventurado esposo.” (Ovidio, Tristes, I, 3)
Su vínculo con el penus
, la
despensa, pudo verse reducido, cuando la
familia, por efecto de la evolución de la sociedad, dejó de depender únicamente
de los alimento almacenados en ella. Asimismo su lugar de culto se trasladó
junto al fuego desde el atrio a la cocina cuando la nueva distribución de las
casas se impuso.
Los Penates mantenían el vínculo de
las divinidades domésticas con la continuidad de la estirpe, pues son llamados paternos
o patrii en
diversas fuentes literarias, en referencia a que se transmitían por herencia,
como dioses de la familia, de padres a hijos a través de las generaciones.
“Veranio, el preferido
para mí entre todos mis trescientos mil amigos, ¿has regresado a casa, a tus penates y a tus queridísimos hermanos y tu anciana
madre? Has regresado. ¡Noticia dichosa para mí!” (Catulo, Poemas, IX)
Los Penates domésticos no tenían una iconografía concreta, sino que
todos los dioses del panteón romano podían aparecer representados en las
capillas domésticas como Penates e, incluso, personajes considerados por el paterfamilias
como modelos a seguir.
Lares, Genio, Penates y Mercurio, Pompeya |
Los Penates eran venerados en el
momento del banquete, en el que se unían señores, hijos y siervos y les agradecían
la comida y la bebida a punto de ser ingeridas, mediante la ofrenda en el fuego
de una pátera llena de sal y harina, o bien arrojando a éste su parte correspondiente de los víveres,
acción a través de la cual quedaban todos bendecidos.
El Genius
era, en el mundo romano, el
principio generador, la esencia y la fuerza vital de todo ser, lugar o cosa. Su
origen se encuentra, como el de los Lares, en las etapas formativas de Roma. Estaba
íntimamente ligado a la perpetuación de la estirpe y a la continuidad del
nombre de la familia, conceptos que se encontraban en la base de la religión
romana, como el propio Genius.
Todas las personas contaban con esta especie de alter
ego, incluidas las mujeres, protegidas
por la Iuno .
Sin embargo, según una concepción únicamente romana, la familia se perpetuaba solo por línea patrilineal, precisamente porque se consideraba que su esencia
se encontraba, desde su origen, en el Genius del
paterfamilias.
El Genius,
por tanto, se perpetuaba en el hijo tras la muerte del padre y así
sucesivamente. Según
Cicerón: "conservar los ritos de la familia y de los padres es como
conservar una religión transmitida por los dioses, porque la antigüedad se
aproxima mucho a los dioses." (De Las Leyes, II, 11)
Genio, Museo Arqueológico de Nápoles |
Como fuerza procreadora, el Genius se convirtió en la manifestación de
las facultades relacionadas con la juventud y la inteligencia. Se identificaba,
asimismo, con todo acto bueno y agradable. Estaba vinculado al lectus genialis, el lecho matrimonial, en el que
se
materializaba la continuidad
familiar, y presidía el acto de la generación, manifestándose especialmente el
día del nacimiento. Era él quien determinaba el carácter del recién nacido y
protegía su existencia.
“Muy antiguo es,
Póstumo, aquello de violar el lecho ajeno y burlarse del Genio que preside la sagrada cámara nupcial.” (Juvenal, VI)
El Genius del
paterfamilias
se representaba como un hombre maduro vestido con una toga,
normalmente praetexta,
que le cubría la cabeza, en actitud de
oficiante. Los atributos que portaba podían variar, siendo los más comunes una
cornucopia, en la mano izquierda, y una patera,
en la derecha. En cuanto a la Iuno,
en las escasas ocasiones en las que aparece representada, lo hace como una
mujer madura, vestida con túnica larga y con una palla
sobre ella, con la que se cubre la
cabeza en actitud piadosa.
En el culto del Genius
del paterfamilias
participaban todos los miembros de
la familia,
lo cual reforzaba la autoridad del pater y
dominus,
a la vez que servía para rendirle pleitesía y mostrarle fidelidad,
especialmente por parte de los miembros no de sangre (esclavos y libertos).
“Ven aquí, festeja al Genio con juegos, al Genio con
danzas y rocía sus sienes con mucho vino y que de su resplandeciente cabello destilen perfumes y lleve
ensortijadas guirnaldas en la cabeza y el cuello”. (Tib. I, 7)
Genio, Walters Museum, Baltimore, Estados Unidos |
“Digamos palabras
favorables: el Cumpleaños llega a los altares. Cualquiera que esté presente,
hombre o mujer, calle su lengua. Que se quemen los píos inciensos en los
hogares, que se quemen los perfumes que el exquisito árabe envía desde su
opulenta tierra. Que el Genio en persona asista para ver sus ofrendas, que
delicadas guirnaldas ornen su sagrada cabellera, que sus sienes destilen nardo
puro y esté saciado con la ofrenda y ebrio de vino y te conceda, Cornuto,
cualquier cosa que le pidas.”
(Tibulo, Elegías, II, 2)
Pero también
en las fiestas de los muertos, en las Larentalia y
Parentalia,
se veneraba a los Genii de
los antepasados con ofrendas propiciatorias (Ovidio, Fastos, II, 545-547)
Domiciano como Genio, Museos Capitolinos |
“Pasa el día el
labriego en sus colinas ligando
vides a desnudos troncos; vuelve alegre al
hogar, y allí se invita, igual
que a un dios, a su banquete sobrio.
Te invoca en sus
preces. De su copa vierte
en tu honor el vino generoso;y te asocia a los Lares, como Grecia a Cástor y a su Hércules heroico. (Horacio, Odas
IV, 5)
La diosa Fortuna formó también
parte de las divinidades merecedoras de culto privado. Los romanos consideraban
la fortuna como una fuerza nacida con el ser humano que le acompaña hasta la
muerte y que de forma caprichosa puede serle propicia o desfavorable en sus cometidos
privados y públicos, por lo que merecía las atenciones proporcionadas a los
demás dioses protectores del hogar.
“Cuando la fortuna nos
ayuda y sonríe con benévola faz, todos siguen al esplendor de las riquezas;
pero así que truena la tormenta, todos huyen y desconocen al mortal poco antes
asediado por una turba de aduladores. Esta verdad que conocí en los ejemplos de
los antepasados, ahora me la confirma la experiencia de mi propia desventura.” (Ovidio, Tristes, I, 5)
Antes de que la casa fuera la
morada de los Lares o los Penates, ésta fue sagrada por contener a la primera y
más sensible forma divina, el fuego del hogar. La sacralización del fuego se
remonta a los tiempos prehistóricos, en los que éste era garante de luz, de
calor, de alimento o de protección, y al
que había que conservar por la propia dificultad de obtenerlo. La reunión
alrededor del hogar, en el que se mantenía siempre vivo, hizo que se
convirtiera en símbolo de unión de la comunidad y de la familia. Así, como
centro de la vida, llegó a la cultura romana, en la que simbolizó, tanto en la
esfera privada como pública, la perpetuación de la estirpe, pues, al igual que el
fuego debía mantenerse encendido de
forma continua, lo mismo debía hacerse con la llama de la familia.
“Y que ventura si la
honrada esposa
Cuidado de hijos y de
hogar comparte,
Como la mujer Sabina
o la de Apulia
Tostada por el sol y
por el aire;
Si ella con secos
leños
Aviva el fuego, al
declinar la tarde, para el marido que rendido vuelve del campo a sus
penates…” (Horacio, Epodos, II)
Ofrenda a los lares, John William Waterhouse |
La divinidad identificada de forma más directa con el fuego ha sido tradicionalmente Vesta, encargada de cuidar el hogar en el que ardía. El fuego de Vesta fue, con toda probabilidad, cuidado y atendido por las hijas o la mujer del paterfamilias. En él, la diosa recibía un plato con alimentos y otras ofrendas similares a las de los demás dioses domésticos.
Los Manes eran los espíritus de los muertos, objeto de
veneración y de terror porque salían para atormentar a los vivos. Los romanos
pensaban que los espíritus podrían castigarles si no les rendían culto, por lo
tanto se ocupaban de mantener las tumbas y ofrecer flores y alimentos como
leche, miel, vino puro o huevos. Por
ello se hacían ritos nocturnos de purificación para alejarlos. En las lápidas
sepulcrales se encuentran las inscripciones DIS MANIBUS (D.M.), como fórmula de
consagración del difunto a los Manes divinos.
El culto a los antepasados tenía su
escenario principal en la tumba. Sin embargo, los ancestros gozaban también de
un espacio en la casa como protectores de la familia y se les rendía culto.
Casa de Julio Polibio, Pompeya |
Las representaciones pictóricas del lararium presentan a los lares, solos o acompañados, y frecuentemente en actitud danzante y situados de forma simétrica en torno a una escena. Entre ellos aparecen altares, en ocasiones con serpientes que se enroscan en su fuste, o más frecuentemente el Genius haciendo el sacrificio. A la escena se puede sumar un flautista, un esclavo que lleva a la víctima propiciatoria e incluso la figura de la Juno. Sus diferentes tamaños representan su posición jerárquica. También se dibujan alimentos y objetos de uso cotidiano. La parte inferior de estas escenas, perfectamente separada, suele estar reservada a la representación de una o dos serpientes, que se acercan o se enroscan alrededor de un altar con ofrendas en su parte superior.
Pero muchas otras divinidades, con la
función de Penates, aparecen también representadas en las pinturas de lararios, junto
a los Lares y al Genius o
en composiciones independientes: Apolo, Mercurio, Baco, Venus, Hércules, Vesta,
Fortuna, o divinidades orientales como Isis.
En cuanto a su cronología, si bien
algunas de ellas son de comienzos del gobierno de Augusto, la mayoría fueron
realizadas a lo largo del siglo I d.C., coincidiendo con la difusión del IV
Estilo.
Los lararia en forma de nicho suelen estar realizados con estuco, con
una losa de piedra o, más frecuentemente, con una tegula (teja),
que sobresale de la pared creando un repisa en la que colocar las estatuas u
objetos de culto. Existen casos en los que un larario pictórico engloba un nicho, el cual forma
parte de la propia escena representada.
La aparición de un altar marca un
lugar destinado al culto y a la veneración de los dioses. Suele estar realizado en mampostería y, menos
frecuentemente, en piedra.
Larario, Casa de Narciso, Pompeya |
Las formas son también diversas, bien cuadrangulares o rectangulares, bien cilíndricos, pudiendo aparecer exentos o adosados a la pared. En la parte superior presentan pulvini laterales y un focus para el fuego o una depresión en la superficie que actúa como tal. La mayoría de los altares aparecen revestidos de estuco o pintados, con una decoración variada: imitaciones de mármol, objetos religiosos, como guirnaldas o candelabros ; motivos vegetales, como flores; escenas de serpientes acercándose a un altar; etc.
Larario, Casa de los Amorcillos dorados, Pompeya |
Otro tipo es el edículo que
presenta un bloque macizo de mampostería con un interior hueco en forma de
nicho.
Los que combinan la madera con la mampostería solían utilizarse también como armarios para guardar enseres domésticos.
Larario exterior en una casa pompeyana. Foto de Samuel López |
Los que combinan la madera con la mampostería solían utilizarse también como armarios para guardar enseres domésticos.
“Y en el ángulo un
gran armario en cuya hornacina había unos lares de plata, una Venus de mármol y
una naveta de oro, no pequeña, en la que, según nos dijeron, se guardaba la
barba del patrón.” (Petronio, Satiricón, 29)
El sacrarium privado de una
domus se trata de una habitación
reservada por entero al culto, de dimensiones variables pero, por lo general,
no muy grande. En su interior puede haber nichos, altares, basamentos para
estatuas, pinturas e incluso edículos, así como mesas o bancos corridos para el
asiento de los participantes en el ritual, formando todo ello el conjunto del
larario. Algunos aparecen ricamente decorados con pinturas, estucos y mosaicos.
Sacellum abierto al atrio, Villa San Marco, Stabia, Italia. Foto de Samuel López |
Los sacella
privados se consideran equiparables
a los sacraria y
a los lararia.
Podían ubicarse en espacios abiertos o en el interior de las casas.
Estos espacios de culto doméstico
podían encontrarse en casi cualquier ambiente, desde los atrios hasta las
cocinas, pasando por peristilos, cubicula o
zonas de paso. De todos ellos, son los peristilos y viridaria (jardines interiores),
las cocinas y los atrios las zonas en las que más lararios se han encontrado. Las
casas podían, además, tener más de un larario, con independencia de la riqueza
de la domus.
Casa del Larario del Sarno, Pompeya |
Los lararios más monumentales
coinciden, por tanto, con las zonas públicas de la casa, pues esta exposición
a la vista de todo el mundo implicaba
que el dominus deseaba que se supiese
que observaba los ritos de forma estricta y que respetaba la tradición
familiar. La ostentación decorativa de
algunos lararia podría
responder más a la importancia que se daba a la representación social que a un
sentimiento religioso verdadero.
El larario privado incluyó a todo tipo de dioses e incluso
personajes a los que el señor de la domus
debía admiración o favores.
“Fue tanto el honor que tributó
a sus maestros, que mantenía imágenes suyas de oro en su larario.”
(Historia Augusta, Antonino, III,5)
El culto a los dioses domésticos continuó durante todo el
Imperio a pesar de la introducción de nuevas religiones y ritos procedentes de
otros países que no tenían nada que ver con la religión tradicional romana.
Diosa Isis, Walters Museum, Baltimore, Estados Unidos |
Descanso ante el lararium,
J.W. Waterhouse
|
“Ninguna persona, de ninguna clase u orden, ya
sean ciudadanos o dignidades, ocupe una posición de poder o haya revestido tal
honor, sea poderoso por nacimiento o humilde en linaje, posición legal y
fortuna, sacrificará una víctima inocente a imágenes sin sentido en ningún lugar y en ninguna
ciudad. No venerará, mediante sacrificios más ocultos, su lar con el fuego, su genius con vino, sus penates
con fragancias; no encenderá fuegos en su honor, no colocará incienso delante
de ellos ni colgará guirnaldas para ellos”. (Código, Teodosiano, XVI; 10,12)
BIBLIOGRAFÍA:
La Casa Romana, Pedro Ángel Fernández Vega
Aspectos de la «Fortuna Privata»: Culto individual y doméstico. Popularización del culto como protección mágica, Marta Bailón García, revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/viewFile/4453/4292
El culto en la casa romana, María Pérez Ruiz, http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3680119
El Culto Privado en la Religión Romana, Paulo Donoso Johnson, dialnet.unirioja.es/descarga/ articulo/3621504.pdf
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Aspectos de la «Fortuna Privata»: Culto individual y doméstico. Popularización del culto como protección mágica, Marta Bailón García, revistas.uned.es/index.php/ETFII/article/viewFile/4453/4292
El culto en la casa romana, María Pérez Ruiz, http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3680119
El Culto Privado en la Religión Romana, Paulo Donoso Johnson, dialnet.unirioja.es/descarga/ articulo/3621504.pdf