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Relieve romano con vestales. Museo Arqueológico de Palermo |
Los orígenes del culto de Vesta y de la institución de las
vestales se remontan al origen mítico de Roma, lo que indica su antigüedad y
muestra su relevancia en la política y religión romanas.
Desde tiempos antiguos, Vesta era una de las doce
divinidades principales del panteón romano, hija de Saturno y Ops, y, aunque se
asimiló a la griega Hestia, tuvo en Roma una función más importante, ya que se
convirtió en una diosa estatal que guardaba el fuego de la comunidad y evitaba
su extinción como símbolo de la continuidad de Roma.
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Detalle del fresco con la diosa Vesta en el lararium de la Casa del Horno, Pompeya |
Las fuentes literarias relacionan el origen del culto a Vesta con la llegada al Lacio de Eneas, el héroe troyano, de quien desciende Rea Silvia, madre de Rómulo y Remo y la primera vestal que se menciona en la tradición romana. Eneas se casó con Lavinia, hija de Latino, rey del Lacio, de quienes nació Ascanio, el cual fundó la ciudad de Alba Longa, de la que fueron reyes Númitor y su hermano Amulio, el cual expulsó del trono al primero y mató a todos sus sobrinos varones, escogiendo como vestal a su sobrina Rea Silvia, a la que dejó sin esperanza de tener hijos por la obligación de mantener su virginidad intacta.
“Amulio y Númitor eran hermanos.
Amulio, el más joven, llegó a ser rey de Alba valiéndose de la fuerza. A su
hermano Númitor, por cierto, lo tenía en la cárcel y a Silvia, la hija de éste,
la hizo sacerdotisa de Vesta, para que no tuviera hijos que vengaran su
transgresión, ya que entre las vestales es ley que permanezcan siempre
vírgenes.” (Polieno, Estratagemas, VIII, 1)
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Amulio dedica la hija de su hermano a la diosa Vesta. Aguafuerte de Giovanni Battista Fontana. Museo Británico |
“Dicen que Roma había celebrado
cuarenta Festivales de las Parilias cuando la diosa guardiana de la llama fue
acogida en un templo, obra de un rey pacífico; más temeroso que el del poder de
los dioses no crió a nadie la tierra sabina. Las construcciones que ves ahora
techadas con bronce lo eran entonces con paja, y las paredes eran paños de
mimbre flexible. Este pequeño lugar que sostiene el atrio de Vesta era entonces
el gran palado real del barbudo Numa. Sin embargo, la estructura del templo que
todavía existe se dice que era la de antes, y cabe probar la razón de esta
estructura. Vesta es igual que la tierra: las dos tienen por debajo un fuego
vigilante.” (Ovidio, Fastos, VI, 255)
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Templo redondo de Vesta en Roma. Ilustración de Jean-Claude Golvin |
La norma básica del sacerdocio de las vestales era mantener la virginidad durante el periodo en el que cumplían su función como mediadoras entre los dioses y los mortales. En las sociedades antiguas tanto la virginidad como la castidad se relacionaban con el bienestar del hogar y de la comunidad y eran un elemento primordial a la hora de expiar una situación cuando el mal se había producido.
“Preguntas ¿por qué la diosa es
atendida por sacerdotisas que son doncellas? También a este respecto encontraré
las causas. Dicen que Juno y Ceres nacieron de Ops por la semilla de Saturno;
la tercera fue Vesta. Dos se casaron y ambas tuvieron partos, según se cuenta;
una de las tres se resistió a soportar a un esposo. ¿Qué de extraño hay si una
virgen se contenta con una asistenta virgen y reclama para sus ritos manos
castas? Por Vesta no debes entender otra cosa que la llama viva, y ves que de
la llama no nace de ser alguno. Con razón es virgen quien no da de si semilla
alguna ni la acepta, y gusta tener compañeras vírgenes. Durante mucho tiempo
creí, tonto de mí, que había estatuas de Vesta; más tarde aprendí que no había
ninguna en su templo ovalado. En aquel tolo se guarda un fuego inextinguible;
ni Vesta ni el fuego poseen imagen alguna.” (Ovidio, Fastos, VI, 285)
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Denario romano. Anverso Calígula. Reverso Diosa Vesta |
Las vestales eran reclutadas cuando tenían entre 6 y 10 años
por el pontifex maximus, la más alta autoridad religiosa de la ciudad. Las
elegidas no debían tener ningún defecto físico ni antecedentes familiares
indignos, y sus padres debían estar vivos. Existían algunas dispensas que
eximían a las familias de entregar a sus hijas, aunque en general suponía para
ellas un gran honor.
“1 Quienes han escrito sobre el
ritual de arrebatar a la vestal (entre ellos destaca el testimonio de Antistio
Labeón), aseguran que no ha de tener menos de seis años ni más de diez; 2 que
no ha de ser huérfana de padre o madre; 3 que no ha de tener la lengua torpe ni
padecer sordera, ni ha de estar* marcada por alguna otra tara física; 4 que ni
la joven ni su padre sean personas emancipadas, aunque ella esté bajo la
potestad del abuelo en vida del padre; 5 que sus padres, juntos o por separado,
no hayan padecido esclavitud ni se hayan visto envueltos en profesiones
deshonrosas. 6 Dicen, sin embargo, que merece dispensa aquella muchacha cuya
hermana haya sido elegida para este sacerdocio, o bien aquella cuyo padre es
flamen o augur o quindecenviro de las cosas sagradas o septenviro epulón o
salió. 7 También, suele concederse la dispensa de este sacerdocio a la
prometida del pontífice y a la hija del encargado de las trompetas en los
rituales82. 8 Por otro lado, Ateyo Capitón ha dejado escrito que no debe ser elegida
la hija de quien tenga la residencia fuera de Italia y que ha de ser rechazada
la de quien tenga tres hijos.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, I, XII, 1-8)
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Una nueva vestal, pintura de Louis-Hector Leroux |
En los primeros tiempos, siguiendo el ejemplo de los pueblos
latinos más antiguos, el sacerdocio de Vesta estaba reservado a las familias
nobles y, aunque con el tiempo se admitieron candidatas plebeyas, parece que
siempre provinieron mayoritariamente de la élite social y política.
“Era usual y honorable entre los
albanos designar como servidoras de Vesta a las doncellas más ilustres.” (Dionisio
de Halicarnaso, I, 76, 4)
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Vestales, pintura de Ciro Ferri, Galleria Spada, Roma |
Originalmente, la elección de las vestales recaía en la libre elección por parte del Pontífice máximo, pero para limitar ese poder se promulgó la ley Papia de Vestalium lectione, por la cual se sorteaban las vestales de entre una lista con 20 nombres, aunque ya habían sido preseleccionadas por él mismo, lo que evidencia su intervención igualmente.
“10 No conservamos testimonios
escritos de autores antiguos sobre la costumbre y ritual observado en el rapto
de la vestal, salvo que la primera muchacha arrebatada lo fue por el rey Numa.
11 Sabemos, no obstante, que la ley Papia prescribe que bajo la supervisión del
Pontífice Máximo sean escogidas entre el pueblo veinte muchachas y que ante la
asamblea se elija por sorteo a una de ellas y que, una vez elegida, el
Pontífice Máximo la arrebate y sea convertida en vestal.” (Aulo Gelio,
Noches Áticas, I, XII, 10-11)
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Elección de una vestal. Album Universal Images Group. Universal History Archive |
“13 Parece que el término
‘arrebatar’ tiene su origen en que la muchacha es cogida por la mano del
Pontífice Máximo y, como si fuera botín de guerra, separada del padre bajo cuya
potestad está.
14 En su libro I, Fabio Píctor
nos ha conservado las palabras que el Pontífice Máximo debe pronunciar cuando
arrebata a la joven. Son éstas: “En tanto que candidata seleccionada por la más
excelsa de las leyes, yo te arrebato, Amata, como sacerdotisa vestal, para que
cumplas los ritos sagrados y para que desempeñes la función de sacerdotisa
vestal en bien del Pueblo Romano y de los Quintes”.
19 A la joven arrebatada por el
Pontífice Máximo se le llama Amata, porque tal parece haber sido el nombre de
la primera que fue arrebatada.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, I, XII,
13-14; 19)
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Un guerrero sabino confía su hija a las sacerdotisas. Giuseppe Cades, Palazzo Altieri, Roma |
Las niñas seleccionadas ingresaban así en el colegio de las
vestales, constituido por seis integrantes; en un principio eran dos, y luego
cuatro, según Plutarco. Eran recibidas por la Virgo Vestalis Maxima en el Atrium Vestae (“casa de las vestales”), junto al templo en el foro, donde
debían permanecer al servicio de la diosa por un periodo de treinta años: los
diez primeros dedicados a aprender los ritos, los diez siguientes
perfeccionándolos y los diez últimos enseñando a las vestales más jóvenes.
“Dicen que primero fueron
consagradas por Numa las vestales Gegania y Berenia, y después Canuleya y
Tarpeya, y que últimamente por Servio se añadieron otras dos; y este es el
número que se ha conservado hasta estos tiempos. El término prefijado por el
rey a la continencia de estas sagradas vírgenes es el de treinta años: de él,
en la primera década aprenden lo que tienen que hacer; en la segunda ejecutan
lo que aprendieron, y en la tercera enseñan ellas a otras. (Plutarco, Numa, 10)
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Dedicación de una nueva vestal, pintura de Alessandro Marchesini, Museo del Hermitage |
Al término de este periodo eran libres y podían contraer
matrimonio, derecho obtenido por la lex Horatia, dada en favor de la vestal
Taracia, porque había regalado al pueblo romano el Campo Tiberino o de Marte.
Otras decidían permanecer en el templo y se dedicaban a formar a las niñas que
en un futuro pasarían a formar parte del sacerdocio vestal.
“Después de pasado este tiempo,
a la que quiere se le permite casarse y abrazar otro género de vida,
retirándose del sacerdocio; aunque se dice que no han sido muchas las que se
han valido de esta concesión, y que a las que se han valido de ella no les han
sucedido las cosas prósperamente, sino que, entregadas al arrepentimiento y al
disgusto por el resto de sus días, ha sido causa de superstición para las
demás, tanto que hasta la vejez y la muerte han aguantado permaneciendo
vírgenes.” (Plutarco, Numa, 10)
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Versión coloreada del grabado Escuela de Vestales de Louis-Hector Leroux |
Para reemplazar a una vestal que hubiera muerto durante su
período de servicio, se presentaban candidatas en los aposentos de la Vestalis
Maxima para realizar una selección de las candidatas más virtuosas no parece
que se practicara el sorteo si alguna persona respetable se presentaba
voluntariamente y ofrecía una hija que cumpliera las condiciones necesarias.
“Después de esto, el César
propuso que se eligiese una virgen para sustituir a Occia, quien, durante
cincuenta años y en la más perfecta castidad, había presidido los cultos de
Vesta. Y dio las gracias a Fonteyo Agripa y a Domicio Polión porque con el ofrecimiento
de sus hijas competían en su afán de servicio a la república. Se prefirió a la
hija de Folión tan sólo porque su madre todavía permanecía casada con su primer
marido, mientras que Agripa con el divorcio había desacreditado su casa. Pero
el César consoló a la que había quedado en segundo lugar con una dote de un
millón de sestercios.” (Tácito, Anales, II, 86)
A diferencia de las vestales tradicionales, estas candidatas
no tenían que ser preadolescentes, ni siquiera vírgenes (podían ser viudas
jóvenes e, incluso, divorciadas, aunque esto estaba mal visto y se consideraba
desafortunado) en todo caso, rara vez eran de una edad superior a la vestal
fallecida a la que se estaba reemplazando.
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Estatua de ¿vestal? Museo of Fine Arts de Boston |
Desde el momento en que se incorporaba al sacerdocio, su
familia perdía la patria potestad sobre ella y quedaba exenta de una tutela
masculina, convirtiéndose en sui iuris. Además, adquiría el derecho a hacer
testamento (también en virtud de la ley Horacia), administrar su hacienda y
realizar operaciones financieras sin necesidad de tutores, así como a prestar
testimonio durante un proceso, con total libertad y sin necesidad de un
representante.
“Si alguno pues diere tutor en
testamento a su hijo e hija y ambos llegaren a la pubertad, el hijo saldrá de
la tutela, pero la hija continuará en ella: porque en virtud de la ley Julia y
Papia Poppea las mujeres solo se libran de la tutela por el derecho que les da
el nacimiento de muchos hijos, exceptuando las vestales, a quienes los antiguos
declararon libres de toda potestad, en honor del sacerdocio: así lo determinó
también la ley de las Doce Tablas.” (Gayo, Instituciones, I, X, 145)
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Una vestal, pintura de Giovanni Mochi. Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile |
Su manutención y otros gastos eran sufragados por el Estado,
y también podían percibir donaciones y herencias. En los últimos años del
Imperio, los gobernantes empezaron a reducir sus privilegios, como se puede ver
en el informe de Símaco por el que reclama del emperador que el fisco no
retenga las herencias legadas a las vestales.
“¿Cuánto beneficio ha obtenido
vuestro erario sacro despojando a las vírgenes vestales de sus prerrogativas?
¿Se deniega bajo los emperadores más desprendidos lo que otorgaron los más
ahorrativos? Su única recompensa se encuentra en aquella especie de tributo a
su castidad: así como las cintas sirven de ornamento a su cabeza, se considera
que estar libre de cargas es una distinción del sacerdocio. Reclaman un título
de inmunidad que está, por decirlo así, vacío, dado que por su pobreza están a
salvo de desembolsos. En consecuencia, quienes les sustraen algo contribuyen en
mayor medida a su enaltecimiento, puesto que la virginidad consagrada al
bienestar público crece en mérito cuando carece de recompensas. ¡Esas economías
han de apartarse de la pureza de vuestro erario! ¡El tesoro de unos príncipes
buenos no debe acrecentarse con los perjuicios de los sacerdotes sino con los
despojos de los enemigos! ¿Compensa esa débil ganancia el resentimiento? Por
otra parte, la avaricia no se aviene con vuestro carácter. Por esto son más
desgraciados aquellos a los que les han sido arrancados sus antiguos subsidios.
Efectivamente, bajo unos emperadores que se mantienen alejados de la propiedad
ajena, pues resisten a la codicia, se efectúa la sustracción sólo para agraviar
al que sufre la pérdida, porque el móvil no es el ansia de rapiña. El fisco
retiene también los campos legados por voluntad de los agonizantes a las
vírgenes y a los ministros del culto. Os ruego, sacerdotes de la justicia, que
se restituyan a los santuarios de vuestra Urbe las herencias procedentes de
particulares.” (Símaco, Informes, 3, 11-13)
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Grabado. The New York Public Library Digital Collections |
Además, y en atención a la importante función de las
vestales, su persona era sacrosanta, por lo que la inviolabilidad provocaba el
respeto máximo de los ciudadanos de Roma, que apreciaban la necesidad de
proteger a las vestales consagradas para respetar su sacrificio vital dedicado
a la Diosa Vesta.
“A cada una de las vírgenes
Vestales se les adjudicó un lictor, porque una de ellas, regresando al
atardecer a casa después de la cena, no fue reconocida y fue ultrajada.” (Dión
Casio, Historia romana, 47, 19)
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Lictor. Jardín del Museo Arqueológico de Verona. Foto de Jose Luiz Fernández Ribeiro |
Las vestales eran transportadas en un carpentum (un carruaje
de dos ruedas, cubierto, y precedido por un lictor) teniendo la preferencia de
paso, incluso el veto de un tribuno de la plebe, considerado igualmente sagrado,
no podría oponerse a los movimientos de una virgen vestal, así, la vestal
Claudia permitió que su padre, Appius Claudius Pulcher (cónsul en el 143 a.C.),
y a quien el Senado le negaba los honores del triunfo, fuera al Capitolio, ella
se subió al carro de su padre evitando que un tribuno de la plebe le impidiera
atravesar la Via Sacra y poder llegar así al Capitolio para celebrar su triunfo.
“¿no te recordaban mis
descendientes que la gloria de una mujer consiste en imitar las virtudes
domésticas, así la noble Q. Claudia o la famosa virgen vestal Claudia que,
abrazada a su padre, en medio del triunfo, no permitió ser descendida de la
carroza por su adversario, el tribuno de la plebe? (Cicerón, En defensa
de M. Celio, XXXIV)
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El paso de las vestales. Henri Paul Motte |
Las vestales tenían un lugar de honor reservado en los
juegos y representaciones públicas, Las vestales también gozaban del privilegio
de contemplar los juegos del circo desde las primeras filas e incluso apostar.
“Está ella sentada, bien visible
por las venerables galas de sus ínfulas y disfruta con los que azuzan a los
gladiadores. ¡Vaya un espíritu delicado y suave! Se pone en pie ante los
golpes, cada vez que el vencedor clava su espada en el cuello del otro ella
dice que ese es su preferido, y esta doncella recatada ordena, volviendo su
pulgar, que revienten el pecho del hombre caído, para que no quede pizca alguna
de aliento oculta en lo hondo de aquellos órganos vitales, mientras el
gladiador se retuerce en estertores con la espada clavada bien hondo.”
(Aurelio Prudencio, Contra Símaco II, 1095)
Nerón permitió su entrada a los juegos atléticos porque en
Olimpia algunas sacerdotisas podían presenciarlos.
“Invitó al espectáculo de los
atletas incluso a las vírgenes vestales, porque en Olimpia hasta las
sacerdotisas de Ceres tienen acceso a él.” (Suetonio, Nerón, XII, 4)
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Vestales en el Coliseo, pintura de Louis-Hector Leroux |
Las vestales podían dar testimonio sin antes prestar el
juramento habitual confiándose en su palabra sin ningún tipo de duda; además, personas
notables les confiaban importantes documentos estatales, como tratados
públicos, y testamentos debido a su carácter incorruptible.
“Había hecho su testamento bajo
el consulado de Lucio Planco y Gayo Silio, el tercer día antes de las nonas de
abril, un año y cuatro meses antes de su muerte; escrito en dos códices, en
parte por él mismo y en parte por sus libertos Polibio e Hilarión, había sido
depositado en poder de las vírgenes vestales, que lo sacaron ahora a la luz
junto con tres rollos igualmente sellados. Todos estos documentos fueron
abiertos y leídos en el Senado.” (Suetonio, Augusto, 101, 1)
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Las vestales entregan el testamento de Augusto al Senado romano, pintuura de Ernest Joseph Bailly, Museo de Bellas Artes de Gante, Bélgica |
Las vestales tenían el poder de liberar a los prisioneros y
esclavos condenados solo con tocarlos; si una persona condenada a muerte veía a
una vestal durante su camino a la ejecución, era indultada automáticamente
siempre que este encuentro se hubiera producido de manera fortuita.
“Concédenseles grandes
prerrogativas, entre ellas la de testar viviendo todavía el padre, y hacer sin
necesidad de tutores sus negocios, como las que son madres de tres hijos:
llevan lictores cuando salen a la calle; y si por caso se encuentra con ellas uno
que es llevado al suplicio, no se le quita la vida; pero es necesario que jure
la virgen que el encuentro ha sido involuntario y fortuito, no preparado de
intento; el que pasa por debajo de la litera cuando van en ella paga con la
vida.” (Plutarco, Numa, 10)
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Ilustración de Francesco Coleman |
El emperador Augusto les concedió los mismos derechos que
adquirían las matronas que tenían tres hijos, aunque ellas ya gozaban de la
mayoría de dichos derechos por su condición sacerdotal. Además, podían hacer
testamento y ser enterradas dentro del pomerium, es decir dentro de los límites
de la ciudad, privilegio que se reservaba a muy pocas personas.
“Concedió a las vestales los
mismos privilegios, todos, de los que gozaban las mujeres que habían parido.”
(Dión Casio, Historia romana, LVI, 10, 2)
Además, después de su fallecimiento, sus cenizas, que
estaban libres de toda impureza, eran enterradas dentro del pomerium, esto es,
dentro de los límites de la ciudad, un privilegio reservado a muy pocas
personas y algo excepcional según la ley romana de las Doce Tablas que
regulaba, entre otras cosas, los enterramientos.
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Vestal tumbada junto a un fuego en una tumba. Pintura de Giuseppe Bernardino Bison |
Por su ascendente religioso y su posición privilegiada se
recurría a su influencia para interceder ante otras autoridades y pedir
clemencia para los que habían solicitado su ayuda.
“Mesalina, aunque la adversidad
disminuía su capacidad de decisión, determinó sin vacilación salir al encuentro
de su marido y hacerse ver por él, un proceder que con frecuencia le había
servido de ayuda, y envió un aviso para que Británico y Octavia se adelantaran
a abrazar a su padre. Y a Vibidia, la más anciana de las Vírgenes Vestales, le
pidió que se entrevistara con el Pontífice Máximo y le pidiera clemencia.”
(Tácito, Anales, XI, 32)
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Vestal. Wenzel Tornoe |
Las vestales aparentemente eran atendidas por médicos
durante sus enfermedades, pero si tenían que dejar el templo para recuperarse
de su mal, acudían al hogar de una mujer casada que se hacía cargo de su
cuidado.
“Estoy muy inquieto por la
enfermedad de Fania. La contrajo mientras cuidaba a la vestal Junia, al
principio por propia voluntad (pues Junia es pariente suya), luego también por
orden de los pontífices. Pues las vírgenes vestales, cuando son obligadas por
una grave enfermedad a abandonar el templo de Vesta, son confiadas al cuidado y
protección de mujeres casadas.” (Plinio, Epístolas, VII, 19)
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Una Vestal. Pintura al óleo de Alejo Vera y Estaca. Museo del Prado |
El aspecto con el que las vestales se presentaban en público
destacaba por el simbolismo que las relacionaba con su estado virginal, pero
que contenía elementos propios tanto de las matronas como de las novias. Según
algunas fuentes las vestales cortarían su cabello y envolverían su cabeza con
las infulae, cintas entrelazadas de lana, que simularían el peinado de una novia,
el llamado seni crines, que consistía en formar seis trenzas que rodeaban la
cabeza como si fuera un turbante.
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Detalle del relieve del palacio de la Cancilleria, Museo Gregorio Profano, Vaticano |
Las infulae se atarían a la nuca y terminarían en las vittae
que colgaban como gruesos cordones sin nudos sobre los hombros. Las vittae
rojas simbolizaban el compromiso de las vestales en mantener encendido el fuego
sagrado y las blancas representaban su voto de castidad, su pureza y
virginidad.
“La ínfula es una banda parecida
a una diadema, de la que cuelgan unas cintas a ambos lados; la mayoría son
anchas y retorcidas [y de color son] rojas y blancas.” (Servio,
Comentario a la Eneida, 10, 538)
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Detalle del cuadro Virgen Vestal de Angelo Martinetti |
El último elemento que se colocaba sobre sus cabezas era un
velo blanco, llamado suffibulum (sufíbulo), el cual era utilizado por las
sacerdotisas cuando realizaban determinadas ceremonias o rituales que les eran
encomendadas. Este velo se sujetaba con un broche sobre el pecho.
Como atuendo solían llevar la stola, túnica característica
de la matrona, que podía sujetarse con un cinturón atado con el nudo de
Hércules, y como manto utilizaban la tradicional palla.
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Vestal máxima. Museo Nacional Romano, Roma |
Las vestales debían encargarse de diversas ocupaciones,
algunas de tipo cotidiano y otras relativas a la función pública que tenían.
Las vírgenes de Vesta tenían la obligación de mantener el
fuego consagrado a Vesta encendido sin permitir que se apagase, por lo que
debían turnarse para custodiarlo. Su extinción se veía como un presagio funesto
para la ciudad, lo que implicaba realizar unos ritos de regeneración.
“Las Vírgenes Vestales guardarán
el fuego perpetuo de la ciudad.” (Cicerón, De las Leyes, II, 20)
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Universal Images Group |
Las vestales eran responsables de preparar la mola salsa,
una mezcla de farro molido y sal que los sacerdotes y sacerdotisas derramaban
por encima de las víctimas en cada sacrificio público en la ciudad de Roma.
“Las tres Vestales mayores desde
el día después de las nonas de mayo hasta el día antes de los idus de mayo, en
días alternos, ponen granos en cestas de cosecha, y ellas mismas los tuestan,
machacan y muelen, y después almacenan lo que así se ha molido.” (Servio,
Comentario de las Bucólicas, VIII, 82)
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Ofrendas. Ilustración Andrea Oppiani |
Esta harina se mezclaba con el muries, una salmuera que se
empleaba en distintos ritos sacrificales y funerarios, para hacer la mola salsa
en la fiesta de la Vestalia en junio, en los ludi romani en septiembre y en las
Lupercalia en febrero.
“La muries se hace, como
Veranius enseña, de sal refinada que ha sido machacada en un mortero, puesta en
una jarra de arcilla, y cubierta con yeso y cocinada en un horno; a esta,
después de haberla cortado con una sierra de hierro y puesto en una vasija de
arcilla, que está dentro del Templo de Vesta en la despensa exterior, las
vestales añaden agua de la que fluye continuamente, en la cantidad que sea
necesaria, excepto de la que viene por conductos, y finalmente la usan en
sacrificios.” (Festus, 152L)
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Ilustración de William Humphrey. Yale Center for British Art |
También preparaban el suffimen, el sahumerio que se ofrecía
en los altares de los dioses durante la fiesta de Parilia, en la que se
purificaban los rebaños y se conmemoraba el nacimiento de la ciudad.
“Anda a buscar, pueblo, el
sahumerio del altar virginal. Vesta te lo dará, por el don de Vesta serás puro.
Los materiales para ese sahumerio serán la sangre de un caballo y la ceniza de
un ternero; el tercer ingrediente, el tallo vacío de un haba dura.” (Ovidio,
Fastos, IV, 731)
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Vírgenes vestales. Pintura de Anthoni Schoonjans. Museo de Arte Histórico de Viena |
Otra de las ocupaciones de las vestales era custodiar el
penus (despensa) y los sacra (objetos sagrados) guardados en el templo de
Vesta. Entre los pignora imperii, objetos venerados por el pueblo de Roma que
garantizaban su continuidad, se hallaba el Palladium, una pequeña estatua de
Palas Atenea, que se creía había sido traída por Eneas de Troya. Siendo
pontífice máximo Lucius Caecilius Metellus se incendió el templo de Vesta y
este entró arriesgando su vida para recuperar la estatua de Atenea.
¡Ay, cuánto miedo pasaron los
padres la vez que salió ardiendo Vesta y casi quedó aplastada por su propio
tejado! Los fuegos sagrados ardían junto con los fuegos criminales, y la llama
profana se había mezclado con la llama piadosa. Las oficiantes lloraban
estupefactas con el pelo suelto; el propio miedo les había quitado las fuerzas
del cuerpo. Metelo se presentó volando en el medio y dijo a grandes voces:
«Venid a ayudar; no es auxilio llorar. Levantad en vuestras manos virginales
las prendas del destino; no es con deseos sino con vuestras manos como hay que
sacarlas. jPobre de mí! ¿Dudais?» —dijo. Veía que dudaban y que atemorizadas se
habían postrado hincando las rodillas. Tomó agua y, levantando las manos, dijo:
«jPerdonadme, santos lugares! Hombre como soy, voy a entrar donde no puede
entrar un hombre. Si es un crimen, caiga sobre mí el castigo del delito: que
quede libre Roma a riesgo de mi propia vida». Dijo, y se lanzó dentro. La
diosa, una vez sacada, aprobó la acción y. fue puesta a salvo por la devoción
de su pontífice.” (Ovidio, Fastos, VI, 437)
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Las vestales reciben el Palladium de manos de Metelo. Pintura de Bénigne Gagneraux. Museo de Bellas Artes de Dijon, Franca |
También en el templo se guardaban las estatuas de los
Penates, dioses estatales de los romanos, pero también dioses de la despensa en
la religión doméstica. Recibían su culto por su vinculación con el fuego del
hogar de la casa.
Un objeto curioso que recibía culto era una efigie con forma
de falo. Se sabe que el fascinus o amuleto fálico se usaba como amuleto de
fertilidad y contra las maldiciones y las vestales podían haber venerado al
dios Fascinus por su papel protector de Roma y del fuego sagrado.
“Y el niño está también bajo la
divina protección de Fascinus, guardián no solo de infantes, sino también de
generales. Es venerado como un dios por las Vestales como parte de los ritos
romanos, y colgando bajo los carros de los generales triunfadores, los defiende
de la envidia como si fuera un médico.” (Plinio, Historia Natural,
XXVIII, 7, 39)
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Vestales. Pintura de Jean Raoux, Museo de Bellas Artes de Lille, Francia |
Solo las vestales podían ver y manipular los sacra, aunque
en ocasiones de peligro cuando los objetos debían ser puestos a salvo, ellas
recibirían ayuda para transportarlos y esconderlos.
“Mientras todo esto ocurría, el
flamen de Quirino y las vírgenes vestales, sin pensar en sus propiedades
particulares, deliberaban sobre cuáles de los objetos sagrados debían conservar
con ellos y cuáles dejar atrás, pues no tenían bastantes fuerzas para llevarlas
todas, y también sobre cuál sería el lugar más seguro para custodiarlas.
Pensaron que lo mejor para ocultar lo que no podían llevar sería ponerlo en
pequeñas tinajas y enterrarlas bajo la capilla próxima a la casa del Flamen,
donde ahora está prohibido escupir. El resto lo repartieron entre ellos y se lo
llevaron, tomando la carretera que conduce desde el puente Sublicio al
Janículo. Mientras subían esa colina, fueron vistos por Lucio Albinio, un
plebeyo romano que abandonaba la Ciudad con el resto de la multitud que no era
apta para la guerra. Incluso en esa hora crítica, no se olvidó la distinción
entre lo sagrado y lo profano. Llevaba con él, en una carreta, a su mujer e
hijos, y le pareció un acto de impiedad que se le viera junto a su familia en
un vehículo mientras los sacerdotes nacionales avanzaban penosamente a pie,
llevando los vasos sagrados de Roma. Ordenó a su esposa e hijos que bajasen,
puso a las vírgenes y a su sagrada carga en la carreta y los llevó a Caere, su
destino.” (Tito Livio, Ab Urbe condita, V, 40)
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Lucio Albino rescata a las vestales. Atribuido a Antonio Giuseppe Basoli. Smithsonian Institution |
Las vestales limpiaban diariamente el templo y los objetos
sagrados con agua natural de lugares sagrados, ya fueran ríos o manantiales. El
agua era llevada en vasijas con fondos cóncavos ya que no podía tocar la
tierra, ni se cogía la de acueductos.
“El futtile es una vasija de
boca ancha y base estrecha, que se usa en los ritos de Vesta, ya que el agua
destinada a ellos no se deja en el suelo, porque si se hace, se requiere una
expiación. Por eso se diseñó una vasija que no pudiese sostenerse de pie, sino
que se derramase cuando se depositase en el suelo.” (Servio, Comentario
a la Eneida, XI, 339)
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Vestal llevando cántaro de agua. Pintura de Louis-Hector Leroux |
Además, una vez al año, el 15 de junio, en el marco de las
celebraciones de las Vestalia, las vestales se debían ocupar de la stercoratio,
que consistía en barrer el templo de Vesta y llevar la basura a un lugar
situado hacia la mitad de la colina Capitolina por el que se arrojaba al rio
Tiber, porque para la sociedad romana, el fuego sagrado debía estar libre de
polvo y cenizas.
“Este es el día en que tú,
Tíber, envías al mar a través de las aguas etruscas la purificación de Vesta.” (Ovidio,
Fastos, VI, 710)
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Vestal custodiando el fuego sagrado. Pintura de Louis-Hector Leroux |
En la Antigua Roma se pensaba que las oraciones y plegarias
de las vestales tenían una gran fuerza y eran verdaderamente efectivas, por lo
que se las tenía como poderosas y eran hasta cierto punto temidas, ya que su
virginidad y castidad les ofrecía un lugar privilegiado para la comunicación
con los dioses.
Las vestales participaban en las supplicationes, rogativas
de carácter público que podían ser de varios tipos: expiatorias, propiciatorias
o gratulatorias. Las expiatorias se realizaban para establecer la pax deorum, y
eran necesarias cuando se presenciaba en Roma una serie de prodigios nefastos
que no tenían explicación y debían ser tratados urgentemente para recuperar el
favor de las divinidades. Estos prodigios se vinculaban con situaciones de
amenaza para la comunidad, que podían ser internas (enfermedades o plagas que
afectaban especialmente a las embarazadas y al ganado) o externas (guerras,
etc.).
“Se encargó a los cónsules que
expiaran los prodigios con víctimas mayores y celebraran un día de rogativas.
Todo ello se llevó a cabo, en virtud de un decreto del senado. Más que todos
los prodigios anunciados de fuera o vistos en la ciudad, atemorizó a las gentes
el hecho de que se apagara el fuego del templo de Vesta, y por orden del
pontífice Publio Licinio fue azotada la vestal que había estado de guardia
aquella noche. Aunque esta circunstancia se había debido no a una admonición de
los dioses sino a un descuido humano, se acordó, no obstante, hacer una
expiación con víctimas mayores y una rogativa en el templo de Vesta.”
(Tito Livio, Ab urbe condita, XXVIII, 11, 6)
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Vestal durmiendo. Pintura de Louis-Hector Leroux |
Las propiciatorias servían para atraer el favor de los
dioses y se realizarían en ocasiones de las festividades públicas y religiosas.
“Estad vigilantes, no sea que
aquel fuego eterno, guardado gracias a las labores nocturnas y velas de
Fonteya, se diga que ha quedado extinguido con las lágrimas de vuestra
sacerdotisa. Tiende a vosotros la virgen vestal sus manos suplicantes, las
mismas que tiene como rito tender a los dioses inmortales en favor vuestro.
Cuidad de que no resulte peligroso e insolente el que desdeñéis vosotros sus
ruegos: si los dioses rechazaran sus preces, lo nuestro no podría mantenerse
incólume.” (Cicerón, En defensa de Marco Fonteyo, 48)
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Súplica a la diosa. Pintura de Louis-Hector Leroux |
Las gratulatorias se hacían para agradecer a los dioses y se
acabaron vinculando a las gestas de personajes importantes y miembros de la
familia imperial.
“Cuando regresé a Roma
procedente de Hispania y Galia, tras haber concluido con éxito los asuntos que
me hicieron ir a esas provincias, durante el consulado de Ti. Neron y P.
Quintilio, el Senado acordó la consagración del altar de la Paz Augusta, en acción
de gracias por mi regreso, junto al Campo de Marte, y ordenó que los
magistrados, los sacerdotes y las vírgenes vestales hiciesen en él un
sacrificio anual.” (Augusto, Res Gestae, 12, 2)
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Dos vestales. Pintura al óleo de Nicolaas Verkolje |
El fuego sagrado que las vestales custodiaban era el símbolo
de la continuidad de la vida, la unión entre los vivos y sus antepasados, por
lo que las vestales tenían la obligación de evitar que la llama se apagase,
pues la extinción implicaría un suceso muy grave (prodigium) para la población romana,
que podía identificar la desaparición del fuego sacro con el incumplimiento del
voto de castidad por parte de la vestal. Por tanto, siempre existía una cierta
ansiedad en la vida de las sacerdotisas de Vesta para evitar que el cansancio,
la distracción o cualquier otro motivo causara la extinción del fuego que
provocaría la ira de los dioses. Que el fuego de Roma se apagase era un
presagio funesto, y debía ser restaurado de forma ritual y con su respectiva
expiación o piaculum (súplicas, procesiones o sacrificios) por el peligro que
corría la sociedad.
“Se dice que una vez se apagó el
fuego por descuido de la que en aquel momento lo vigilaba, Emilia, pues entregó
su cuidado a otra virgen de las recién elegidas y que estaba todavía
aprendiendo. Se produjo un gran alboroto en la ciudad entera y una inspección a
cargo de los pontífices, no fuera a ser que hubiera alguna mancha de la
sacerdotisa que estaba con el fuego. Entonces dicen que Emilia, que era
inocente, turbada por lo ocurrido, en presencia de los sacerdotes y de las
otras vírgenes, tendió sus manos sobre el altar y dijo: «Vesta, guardiana de la
ciudad de Roma, si te he realizado las ceremonias santa y justamente durante
casi treinta años con alma limpia y cuerpo puro, aparécete a mí, ayúdame y no
permitas que tu sacerdotisa muera de la manera más lamentable; pero si he hecho
algo impío, expía el sacrilegio de la ciudad con mi castigo». Tras decir esto
desgarró la túnica de gasa que vestía y dicen que lanzó el jirón sobre el altar
a continuación de la plegaria, y de las cenizas, enfriadas largo tiempo y que
no guardaban lumbre, resurgió una gran llama a través de la gasa, de modo que
la ciudad no necesitó ni expiaciones ni un nuevo fuego.” (Dionisio de
Halicarnaso, Historia antigua de Roma, II, 68, 3)
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Sacrificio a Vesta. Francisco de Goya. Colección Félix Palacios Remondo, Zaragoza |
Durante todos los años de servicio, las vestales estaban
obligadas a guardar castidad y si, en algún momento, no cumplían con ello, se
les castigaba con severidad, la mayoría con una muerte cruel puesto que eran
enterradas vivas. Romper la norma de mantener la castidad se tenía como delito
de incestum y se consideraba una ofensa a los dioses, una ruptura de la pax
deorum que necesitaba un acto de expiación para purificar los objetos sagrados
que habían estado en contacto con la vestal transgresora.
Cuando la sociedad romana atravesaba por una época de gran
tensión social y se producían prodigios que advertían de peligros para la
comunidad necesitaban hallar una explicación para su aparición y creían que se
había llegado a la ruptura de la pax deorum debida a que alguna de las vestales
había realizado los ritos estando impura por haber roto el voto de castidad.
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Relieve con sacrificio en honor de Vesta procedente de Villa Albani. Museo de la Civilización Romana, Roma. Foto Mary Harrsch |
Cuando una vestal era acusada de haber cometido el crimen de
incestum el colegio de los pontífices realizaba una investigación y un juicio.
Durante el juicio era interrogada la vestal y los testigos. Tras las pesquisas
el colegio daba un veredicto y si la vestal era culpable se le condenaba a ser
enterrada viva. Mientras al amante se le azotaba hasta morir en el Foro.
“Esto fue lo que sucedió en el
campamento, y mientras tanto, en la propia Roma aparecieron muchas señales de
los dioses bajo la forma de voces y visiones inusuales, como indicaciones de la
cólera divina. Y todo apuntaba a esto, según manifestaron los adivinos y los
intérpretes de prodigios: que algunos dioses estaban irritados porque no
recibían los honores acostumbrados, pues sus ritos no se estaban realizando ni
con pureza ni con piedad. Después de esto, tuvo lugar una búsqueda exhaustiva
por parte de todos y, por fin, se denunció ante los pontífices que una de las
vírgenes que guardaban el fuego sagrado, cuyo nombre era Opimia, estaba
contaminando los ritos por haber perdido la virginidad. Y los pontífices,
averiguando mediante torturas y otras pruebas que el delito denunciado era
cierto, le quitaron a ésta de la cabeza las cintas y, conduciéndola en
procesión a través del Foro, la enterraron viva dentro de la muralla, y a los
dos hombres que fueron convictos de haber llevado a cabo la violación, los azotaron
públicamente e inmediatamente les dieron muerte. Y después de esto, los
sacrificios y los augurios fueron favorables, mostrando que los dioses habían
depuesto su cólera contra ellos.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia
antigua de Roma, VIII, 89, 4-5)
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Ejecución de una vestal. Pintura de Heinrich Friedrich Füger. Museo del Hermitage |
La vestal culpable sería previamente apartada de los objetos
sagrados (sacra); después, el día de la ejecución de la condena, la
desposeerían de la ínfula y sería conducida en litera (cubierta con telas
ligadas con cintas) con un velo, pues nadie podía ver su rostro impuro, desde
el Foro en silenciosa procesión hasta la Puerta Colina, situada en un lugar
conocido como Campus Sceleratus, dentro de la ciudad. Aquí se supone que se
encontraba la habitación subterránea donde era abandonada, después de una oración
del pontifex maximus, y en la cual se depositaba un poco de comida (pan,
aceite, leche y agua) y una lucerna; una vez dentro, cubrían la entrada con
tierra. No había ningún monumento en superficie, ya que ningún signo visible
debía indicar el lugar. De la misma forma, después de la expiación no había
ninguna ceremonia.
“La que ha violado la virginidad
es enterrada viva junto a la puerta llamada Colina, donde a la parte de adentro
de la ciudad hay una eminencia que se extiende bastante, llamada en latín el
montón. Se hace allí una casita subterránea muy reducida, con una bajada desde
lo alto; se dispone en ella una cama con su ropa, una lámpara encendida, y muy
ligero acopio de las cosas más necesarias para la vida, como pan, agua, leche
en una jarra, aceite, como si tuvieran por abominable destruir por el hambre un
cuerpo consagrado a grandes misterios. Ponen a la que va a ser castigada en una
litera, y asegurándola por afuera, y comprimiéndola con cordeles para que no
pueda formar voz que se oiga, la llevan así por la plaza. Quedan todos pasmados
y en silencio, y la acompañan sin proferir una palabra, con indecible tristeza:
de manera que no hay espectáculo más terrible, ni la ciudad tiene día más
lamentable que aquel.
Cuando la litera ha llegado al
sitio, los ministros desatan sus cintas, y el Pontífice Máximo, pronunciando
ciertas oraciones arcanas y tendiendo las manos a los Dioses por aquel paso, la
conduce encubierta, y la pone sobre la escalera que va hacia abajo a la casita;
desde allí vuelve con los demás sacerdotes, y después de que la infeliz baja,
se quita la escalera, y se cubre la casita, echándole encima mucha tierra desde
arriba, hasta que el sitio queda igual con todo aquel terreno; y ésta es la
pena que se impone a las que abandonan la virginidad que habían consagrado.” (Plutarco,
Numa, 10)
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Suplicio de una vestal. Pintura de Michel Honoré Bounieu. Museo de Bellas Artes de Marsella, Francia |
Pinaria fue una vestal de época del quinto rey de Roma,
Tarquinio Prisco (ca. 616-579 a. C.), a la que se condenó por incesto, siendo
la única condenada en época monárquica documentada por las fuentes. Al rey
Tarquinio Prisco se le atribuye el entierro en vida de las vestales impuras,
porque a través de un sueño se le sugirió este castigo para ser aplicado a
Pinaria. Por tanto, fue condenada y sepultada viva.
“Parece que también aquél fue el
primero en idear las penas con que los pontífices castigan a las sacerdotisas
que no conservan su virginidad, inducido por su propia reflexión o, como creen
algunos, obedeciendo a un sueño. Estas penas los intérpretes de ritos sagrados
dicen que fueron encontradas tras su muerte en los Oráculos Sibilinos. Y en
efecto, bajo su reinado una sacerdotisa, Pinaria, hija de Publio, fue
descubierta yendo impura a los sacrificios.” (Dionisio de Halicarnaso,
III, 67, 2)
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Enterramiento de una vestal. Litografía. Museo Británico, Londres |
La vestal Minucia en el año 337 a.C. fue acusada de romper
su castidad, aunque en realidad parece ser que había destacado por su forma de
vestirse y comportarse. Finalmente fue condenada y enterrada viva.
“Aquel año la vestal Minucia
empezó por levantar sospechas al cuidar su atuendo más de lo normal, después
fue acusada ante los pontífices por el mismo esclavo que la había denunciado.
Éstos le ordenaron por medio de un decreto que no participase en las funciones
religiosas y que conservase en su poder a sus esclavos. Se celebró el juicio y
fue enterrada viva junto a la puerta Colina a la derecha de la vía pavimentada,
en el campo del Crimen; creo que aquel lugar recibió este nombre por el
atentado contra la pureza.” (Tito Livio, VIII, 15, 7-8)
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Encierro de una vestal. Pintura de Pietro Saja |
La Vestal Opimia fue enterrada viva en el año 216 a. C. tras
ser acusada de incesto junto con Floronia, que se suicidó. La condena de ambas
vestales se produjo en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, momento de
pánico general y presagios funestos debido a las derrotas infligidas por Aníbal
y que vio apagarse dos veces el fuego sagrado de Vesta. El culpable del estupro
cometido contra Floronia fue el escriba de los pontífices, Lucio Cantilio,
quien fue azotado con varas hasta la muerte por el pontífice máximo en el
Comicio.
“Aparte de tan graves desastres,
también cundió el miedo, especialmente porque aquel año, entre otros hechos
fuera de lo común, dos vestales, Opimia y Floronia, fueron convictas de incesto;
una de ellas fue enterrada viva, como era costumbre, junto a la puerta Colina,
y la otra se quitó ella misma la vida; Lucio Cantilio, escriba pontificio, de
los que ahora llaman pontífices menores, que había pecado con Floronia, fue
azotado con varas en el comido por el pontífice máximo hasta que murió bajo los
golpes.” (Tito Livio, Ab urbe condita, XXII, 57, 2)
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Vestal entrando en su tumba. Grabado de Bartolomeo Pinelli |
Cornelia fue una vestal elegida en el año 62 que pertenecía
a una importante familia senatorial patricia y que fue acusada y declarada
inocente en su juventud. Con toda probabilidad puede ser ella la Vestal Máxima
que en el año 90 o 91 fue acusada y encontrada culpable bajo el gobierno de
Domiciano.
Según Plinio todos estos hechos supusieron un deshonor para
Domiciano y mostraban su carácter tiránico, ya que Cornelia fue juzgada sin
estar presente y sin ser oída por los pontífices, reunidos en Alba Longa bajo
la presidencia del emperador y pontífice máximo. Cuando era llevada al castigo,
la vestal gritaba que no había roto sus votos y que sus ritos habían propiciado
las victorias militares y los triunfos del emperador.
"(Valerio Liciniano) Reconoció en
efecto haber abusado de una vestal, pero no está claro si lo hizo porque era
verdad, o porque temía un castigo aún mayor, si lo hubiese negado. En efecto,
Domiciano estaba fuera de sí y lleno de cólera, aislado en medio del odio
general. Pues deseando ardientemente enterrar viva a la vestal máxima Cornelia,
en la idea de que daría esplendor a su reinado con ejemplos de esta naturaleza,
usando de su condición de pontífice máximo, o más bien de la crueldad de un
tirano o del capricho de un déspota, convocó a los demás pontífices no en la
Regia, sino en su palacio de Alba. Y, cometiendo un crimen superior al que
parecía querer castigar, condenó a Cornelia por haber quebrantado sus votos de
castidad, en ausencia y sin ser oída, aunque él mismo no sólo había mantenido
una relación incestuosa con su propia sobrina, sino que incluso había provocado
su muerte; pues murió viuda a causa de un aborto. Los pontífices fueron
enviados inmediatamente con el encargo de enterrarla y ejecutarla. Cornelia,
tendiendo sus manos ya a Vesta, ya a las otras divinidades, profería a gritos
numerosas protestas, especialmente ésta: «El emperador piensa que he roto mis
votos de castidad, cuando yo realizaba las ceremonias sagradas con las que él
venció y celebró sus triunfos». No se sabe con certeza si dijo estas palabras
para ablandar el corazón de Domiciano o para burlarse de él; por confianza en
si misma o por el desprecio que sentía por él. Las repetía sin cesar mientras
era conducida al suplicio; no sé si era inocente, pero actuaba como si lo
fuese. Más aún, cuando bajaba a la famosa cámara subterránea y su manto se
enganchó, se volvió y recogió sus pliegues; y como el asesino le hubiese
ofrecido su mano, se apartó y se echó hacia atrás, y rechazó aquel contacto
repugnante como si su cuerpo fuese ciertamente puro y casto, y en un último
gesto de castidad y observando todas las reglas del recato «se preocupó en gran
manera de caer de una manera llena de pudor».
Además, el caballero romano Céler, a quien se acusaba de ser cómplice de
Cornelia, cuando era golpeado en el Comicio con las varas, no dejaba de
repetir: «¿De qué se me acusa? No he hecho nada»" (Plinio, Epístolas, IV,
11)
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Suplicio de una vestal. Pintura de Henri-Pierre Danloux. Museo del Louvre, París |
Algunas vestales se libraron del castigo después de ser
acusadas, como en el caso de Postumia, quien alrededor del 420 a.C., fue
acusada por el pontífice Espurio Minucio, de vestirse con colores y mostrarse
alegre, símbolos externos de una presunta falta de castidad, pero fue absuelta,
aunque se le recomendó abstenerse de frivolidades y vivir castamente.
“Craso fue acusado de acercarse
a una de las vírgenes vestales, porque, queriendo comprarle una hermosa finca,
con frecuencia se hallaba, por esto, con ella en privado y le hacía la corte. Y
a Postumia, su risa pronta y su charla demasiado atrevida con los hombres la
hizo tan sospechosa que fue acusada de disoluta. Se la halló, en efecto, libre
de esta culpa, sin embargo, al soltarla el Pontífice Máximo, Espurio Minucio,
le recordó que no usara palabras más desvergonzadas que su propia vida.” (Plutarco,
Cómo sacar provecho los enemigos, 6)
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Las Vestales, pintura de José Rico Cejudo. Galería Rico Cejudo, Sevilla |
En el año 233 a.C. la vestal Tuccia fue acusada por haber
incumplido su voto de castidad, pero ella logró salvarse por la intercesión de
la diosa Vesta, lo que hace dudar de que en vez de un relato histórico sea un
mito creado con objeto de establecer una relación estrecha entre los dioses y
los sacerdotes y sacerdotisas que mantenían su culto.
“Pero aún más extraordinario que
esto y más parecido a una leyenda es lo que voy a decir. Afirman que alguien acusó injustamente a una
virgen sacerdotisa de nombre Tucia, y como no podía alegar la extinción del
fuego, presentó otras falsas evidencias de pruebas y testimonios verosímiles.
Al ser instada a defenderse la virgen dijo sólo esto: que disiparía las
calumnias con sus hechos. Tras decir esto llamó a la diosa como guía de su
camino y marchó hacia el Tiber con el permiso de los pontífices, acompañándola
la muchedumbre de la ciudad. Cuando estuvo cerca del río emprendió la audacia
considerada según el proverbio entre las primeras de las imposibles: sacar agua
del río en una criba, y llevándola hasta el Foro la arrojó a los pies de los
pontífices. Luego dicen que su acusador no fue encontrado ni vivo ni muerto a
pesar de una gran búsqueda.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua
de Roma, II, 69)
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La vestal Tuccia. Pintura de Louis-Hector Leroux |
En el año 213 d.C. la Vestal Clodia Leta fue violada por
Caracalla y, a pesar de su inocencia, acusada de incesto. Junto a ella, también
fueron acusadas del mismo crimen las vestales de origen senatorial Aurelia
Severa, Pomponia Rufina y Canucia Crescentina. Todas fueron enterradas vivas excepto
la última, quien se suicidó tirándose desde lo alto de la Casa de las Vestales.
“Mientras se jactaba de ser el
más piadoso de todos los hombres, se entregaba en un grado extravagante al
derramamiento de sangre, condenando a muerte a cuatro de la Vírgenes Vestales,
a una de las cuales él mismo había ultrajado, cuando aún tenía la oportunidad
de hacer algo así, pues más tarde toda su potencia sexual hubo desaparecido.
Por consiguiente, satisfacía sus deseos lascivos, como queda dicho, de
diferentes formas; y este ejemplo fue seguido por otros de similares
inclinaciones, quienes no solo admitieron que eran dados a tales prácticas,
sino que declararon que lo hacían por el bienestar del emperador.
Esta muchacha, de la que acabo
de hablar, se llamaba Clodia Leta, y fue enterrada viva, aunque protestaba a
viva voz: "El propio Antonino sabe que soy virgen; él sabe que soy casta
". Otras tres compartieron su sentencia; dos de ellas, Aurelia Severa y
Pomponia Rufina, fueron ejecutadas de la misma forma; pero Canucia Crescentina
se arrojó ella misma desde lo alto de la casa.” (Dión Casio, Historia
romana, Epítome del libro LXXVIII, 16, 1-3)
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Emperador rapta a una vestal |
El emperador Heliogábalo durante su corto reinado dio
muestras de su excentricidad e impiedad en numerosas ocasiones, pero
especialmente llamativo fue su acoso al culto de Vesta, en cuyo templo entró
violentamente incumpliendo la ley y la tradición, en un intento de imponer sus
propias creencias.
“Profanó la religión del pueblo
romano destruyendo sus santuarios. Pretendió extinguir el fuego perpetuo. Deseó
abolir no sólo los diferentes cultos que se celebraban en Roma, sino también
los que se celebraban en todo el orbe de la tierra, movido por la única ilusión
de que Heliogábalo fuera adorado como un dios en todo el mundo, y, mancillado
con todo tipo de inmoralidades junto con otros hombres que se habían deshonrado
a sí mismos, penetró violentamente en el santuario de Vesta, al que sólo pueden
acceder las vírgenes vestales y los pontífices. Intentó robar también el
Paladión del interior del templo, pero, habiéndose apoderado de una vasija que
la Vestal Máxima le había mostrado falsamente, pensando él que se trataba de la
vasija auténtica, y no habiendo encontrado nada en ella, la rompió
estrellándola contra el suelo. No obstante, no perjudicó en nada el culto
porque dicen que se habían fabricado muchas vasijas semejantes para que nadie
pudiera robar la verdadera. A pesar de haber sucedido esto así, se llevó una
estatua que creía que era el Paladión y la colocó en el templo de su dios,
después de haber sido bañada en oro.” (Historia Augusta, Heliogábalo, 6,
7)
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Numa Pompilio entraga el Palladium a las vestales para su custodia |
Además, aunque estaba prohibido, desposó a una de las
vestales, a quien posiblemente había deshonrado anteriormente.
“Cohabitó con Aquilia Severa,
violando flagrantemente de aquella forma la ley; pues ella estaba consagrada a
Vesta y, aun así, él la deshonró impíamente. En verdad, tuvo el atrevimiento de
decir: "Lo hice para que nacieran de mí, el sumo pontífice, y de ella,
suma sacerdotisa, niños divinos ".
De aquella forma, se envanecía de un acto por el que debería haber sido
azotado en el Foro, arrojado a prisión y luego condenado a muerte. Sin embargo,
ni siquiera estuvo mucho con esta mujer, sino que se casó una segunda, tercera,
cuarta y aún otra vez más; tras todo ello, volvió con Severa.” (Dión
Casio, Historia romana, LXXX, 9, 3)
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Retrato de Aquilia Severa. Galleria Uffizi, Florencia. Foto Francesco Bini |
La última Vestal Máxima conocida es Celia Concordia, quien
se mantuvo en su cargo hasta el año 391 d.C. cuando Teodosio, quien en el 380
d.C. con el Edicto de Tesalónica, convirtió el cristianismo en la religión
oficial del Imperio Romano, cerró el templo de Vesta; ella y sus sacerdotisas
tuvieron que abandonar la casa que ocupaban, construida por Septimio Severo en
el 191 d.C. al haber ardido la anterior en un incendio.
Su nombre es también conocido por haberse visto envuelta en
una polémica debida a su cargo. En el año 384, tras la muerte del senador Vetio
Agorio Pretextato, que había sido pontífice de Vesta, pidió permiso al Senado,
en nombre del colegio sacerdotal de las vestales, para erigir una estatua a
este defensor de los cultos tradicionales. Quinto Aurelio Símaco, entonces
prefecto de la Urbe, también pagano y buen amigo del fallecido, aunque estaba a
favor de cualquier honor hacia su compañero, no estaba de acuerdo con que las
vestales realizaran esta iniciativa, ya que iba contra la tradición y afectaba
a la imagen de las sacerdotisas, porque no estaba bien visto que hicieran
homenajes a un hombre.
“Las vírgenes que están al
frente del culto de Vesta proyectan dedicar una estatua conmemorativa a nuestro
Pretextato. Consultados los pontífices, salvo unos pocos que me han secundado,
han dado su aprobación a levantar esa prueba de afecto sin considerar
previamente el respeto por un sacerdocio sublime, la práctica de un largo
tiempo o la situación de la época actual. Aunque yo me daba cuenta de que ni
convenían al decoro de unas vírgenes tales homenajes a varones, ni se llevaba a
efecto de acuerdo con la costumbre algo que no habían obtenido nunca antes Numa
el fundador de los cultos, Metelo su conservador o todos los pontífices
máximos, he guardado sin embargo silencio sobre esto para que no causara un
perjuicio a los que aprobaban una evitar el precedente, para que una iniciativa
nacida con un fundamento legítimo no llegase en poco tiempo por medio de la
intriga a personas indignas.” (Símaco, Cartas, II, 36)
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Base de la estatua dedicada a Pretextato, Museos Capitolinos, Roma. Foto Massimo Cimoli |
Finalmente, llevaron a cabo la dedicación, ya que la esposa
de Pretextato, Fabia Aconia Paulina, erigió en su casa del Esquilino una
estatua a la vestal Celia Concordia en agradecimiento por el homenaje a su
marido. En su pedestal se hace referencia a la pureza y piedad que demostró la
vestal en las actividades de culto, y se señala la dedicatoria que ella junto
con el resto de las vestales habían realizado a Pretextato.
“Para Coelia Concordia, la
Vestal Máxima, Fabia Paulina, hija de Cayo, dispuso que se erigiera una estatua
por su distinguida castidad y celebrada santidad en la realización del divino
culto, y principalmente porque había erigido una estatua a su marido Vettius
Agorius Praetextatus, de rango senatorial, un hombre notable y digno de ser
honrado incluso por las vírgenes y sacerdotisas de este alto rango.” (CIL VI 2145, c.385)
Vista de la Casa de las Vestales, Roma. Foto Samuel López |
Según consta en algunas de las inscripciones honoríficas
dedicadas a las vestales, estas parecen haber tenido la posibilidad de
recomendar a sus familiares o sus clientes para ejercer cargos en la
administración imperial o en el ejército, o bien para ser tenidos en cuenta a la
hora de ascender socialmente. Así, por ejemplo, la Vestal Máxima Campia
Severina hacia mediados del siglo III recomendó con éxito a su cliente, un tal
Q. Veturius Callistratus, para el lucrativo puesto de gestor financiero en la
biblioteca privada del emperador, lo que indica la considerable influencia que
una vestal máxima tenía a la hora de intervenir en el entorno del gobierno
imperial.
“Para Campia Severina, la virgen
Vestal Máxima, la más santa, cuya auténtica castidad fue confirmada por el
senado y celebrada públicamente con alabanza eterna. Quintus Veturius
Callistratus, del orden ecuestre, que fue nombrado, gracias a su intervención,
como gestor financiero de la biblioteca privada del emperador, y como
procurador suyo.” (CIL VI 2132)
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Estatua de Vestal. Parque Arqueológico del Coliseo, Roma |
Alabar la profesionalidad religiosa de las vestales estaba
aparentemente ligado al poder religioso y social que poseían. Las sacerdotisas
tenían el poder de comunicarse con los dioses y de realizar todos los rituales
y obligaciones relacionados con el culto y que habían aprendido durante su
aprendizaje, por el contrario, aunque la piedad era una importante virtud
romana, los ciudadanos ordinarios no tenían los conocimientos necesarios para
realizar los ritos relativos a los cultos que seguían y comunicarse con las
fuerzas divinas, por lo que confiaban en el buen hacer de las vestales para
hacerlo. Por ello, los monumentos honorarios dejan constancia del
agradecimiento a las vestales de los dedicantes por la profesionalidad mostrada
en el desarrollo de sus funciones, a la vez que por los favores concedidos.
“Para Flavia Publicia, la Vestal
Máxima, que es la más venerable y piadosa por encima de los demás en su
devoción, castidad, virtuosidad y cuya escrupulosa actuación en los sacrificios
y sobresaliente forma de enseñanza son también aprobadas por la diosa Vesta.
Quintus Veturius Memphius de rango ecuestre, fictor (official) de las vírgenes
vestales por su deseo de honrarla y por sus buenas acciones.” (CIL VI 32419)
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Estatua de la Vestal Máxima Flavia Publicia. Casa de las Vestales, Roma. Foto PaulineM |
Una vestal y su familia disfrutaban del aprecio de la
comunidad y su nombre familiar se vinculaba con la piedad y la excelencia en el
cumplimiento de sus funciones religiosas, por lo que los parientes de las
vestales erigían monumentos honoríficos en su honor para aumentar el honor y el
prestigio de la familia.
“Para Flavia Mamilia, virgen
Vestal Máxima, cuyas extraordinaria castidad y venerable piedad hacia los
dioses ha alabado el senado. Aemilius Rufinus, su hermano, y los hijos de su
hermana, Flavius Silvinus y Flavius Ireneus, ociciales militares, por su destacada
devoción hacia ellos y su excelencia.” (CIL VI 2133, c.242)
Los sacerdotes y devotos de otros cultos también dedicaron
monumentos e inscripciones para agradecer y honrar alas vestales por la
concesión de sus favores.
“Para Terentia Flavola, Virgen
Vestal Maxima. Aurelius Iulius Balbillus, sacerdote del dios Sol erigió este
monumento por sus buenas acciones.” (CIL VI 2130, c. 215)
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Estatua de la Vestal Terentia Flavola. Casa de las Vestales, Roma. Foto Amphipolis |
Bibliografía
El sacerdocio femenino de las vestales, María Elisabet Barreiro Morales
Las vírgenes vestales: guardianas de Roma, Rafael Agustí Torres
Las vestales, los sacra, los doliola, y el sacellum en la toma de Roma por los galos el 390 a.C., Hipólito Benjamín Riesco Álvarez
Las sagradas sacerdotisas de Vesta, Sergio Gispert Blanco
Virginidad-fecundidad: en torno al suplicio de las vestales, Cándida Martínez López
Castidad o castigo. El estupro de las Vestales como símbolo de desorden social en Roma, Juan Antonio Montalbán Carmona
On the burial of unchaste Vestal Virgins, Celia E. Schultz
The Costume of the Vestal Virgins, Meghan J. DiLuzio
The Ritual Activities of the Vestal Virgins, Meghan J. DiLuzio
Time and Eternity: The Vestal Virgins and the Crisis of the Third Century; Morgan E. Palmer
Some observations on the «crimen incesti», Tim Cornell
Rome's vestal virgins: public spectacle and society, Joshua M. Roberts
The Vestal Virgins and Power: Tradition and Change in Third Century Rome, Outi Sihvonen
Vestal Virgins of Rome: Images of Power, Melissa Huang