martes, 20 de agosto de 2024

Familia urbana, esclavos domésticos en la antigua Roma

 

Gran Palacio de Estambul, Turquía

“Balión.— A ti te doy el cargo de la limpieza de la casa; buena tarea te espera: deprisa, adentro. (A otro.) Tú, prepara los divanes, ten limpia la plata y ponla en la mesa. Encargaos de que me lo encuentre todo a punto cuando vuelva del foro, que todo esté barrido, regado, limpio, preparado, fregado, guisado; porque hoy es el día de mi cumpleaños y vosotros todos debéis celebrarlo junto conmigo. (A un esclavo.) Pon en agua el jamón, corteza de tocino, papada y tetilla de cerdo, ¿te enteras? Quiero acoger a lo grande hoy en mi casa a personas de mucho rango, para que tengan la impresión de que nado en la abundancia.” (Plauto, Pseudolus, 133)

La vida doméstica ocupaba un espacio relevante en el estilo de vida de la antigua Roma. Durante los primeros tiempos de Roma cada miembro de la familia tenía asignadas unas tareas, las cuales en las casas más ricas pasarían a ser desempeñadas por sirvientes. Las guerras que Roma emprendió para conquistar nuevos territorios proporcionaron gran cantidad de prisioneros que se convirtieron en esclavos, cuyo trabajo llegó a ser fundamental para el buen funcionamiento de la mayoría de hogares romanos. Fueran cuales fueran sus labores, los esclavos hacían del hogar un lugar más cómodo y eficiente en el que vivir para sus dueños. 

"Entretanto, en su casa, despreocupados, lavan ya la vajilla y avivan el fuego con la boca y resuenan los estrígiles barnizados, preparan las toallas y llenan la jarra de aceite. Esto hacen diligentemente, repartiéndose la tarea los esclavos." (Juvenal, III, 261)

Pintura de Camilo Miola

La familia urbana estaba compuesta por los esclavos que atendían las necesidades particulares y domésticas de los hogares romanos y, que, formaban verdaderas cuadrillas de sirvientes los cuales ejercían labores especificas o cualificadas. En algunos casos, gracias a la proximidad y la convivencia con sus amos, llegaron a gozar de algunos privilegios y ciertas prerrogativas que les permitían obtener prebendas y mantener cierta dignidad o, incluso, autoridad.

“Has visto a tu amigo irritado contra el portero de algún abogado, de algún rico, porque no le han recibido, y tú mismo te irritaste por él contra el esclavo más despreciable. ¿Te irritarías contra un perro encadenado? éste, después de ladrar mucho, se amansa con el bocado que se le arroja: aléjale y ríe. El portero se cree importante porque guarda una puerta asediada por los litigantes; y su amo, que descansa dentro, dichoso y afortunado, considera como muestra de grandeza y poder una puerta bien guardada: no piensa que es más difícil de pasar el dintel de una cárcel.” (Séneca, De la Ira, III, 37)

Pintura de Roberto Bompiani, Galería Nacional Romana

Cuando en un hogar humilde la economía doméstica no era de grandes recursos, una esclava o un esclavo habrían de servir para la realización de los trabajos más cotidianos.

"Demifón — Porque... porque su aspecto no dice con lo que nos hace falta en casa. Nosotros lo que necesitamos es una esclava que sepa tejer, moler, hacer leña, que hile su ración, barra la casa, reciba sus palos, que tenga a diario la comida a punto para toda la familia; esa mujer no podrá hacer nada de todo esto." (Plauto. Mercator, 396)


En ocasiones las personas con ingresos modestos podían tener un esclavo personal que llevara a cabo ciertas labores que permitieran a su dueño utilizar su tiempo en otros menesteres.

Por aquel entonces los príncipes habían dado un edicto ordenando que los hijos de los soldados veteranos fueran enrolados en la milicia- Entonces su padre, que no veía con buenos ojos su santa conducta, lo entregó, cuando tenía quince años, para ser recluido, aherrojado, atado con los juramentos militares. Sólo tenía un servidor que lo acompañaba, y al cual él, a pesar de ser su señor, invirtiendo los papeles le prestaba servicio. A menudo le quitaba su calzado y lo limpiaba, comía con él, y frecuentemente lo servía.” (Sulpicio Severo, Vida de San Martín de Tours, II, 2.5)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

En las casas ricas había gran cantidad de esclavos, comprados no solo por la necesidad de que las tareas más cotidianas del hogar se llevaran a cabo de la forma más diligente posible, sino como signo de prestigio social, ya que la visión de muchos esclavos con buen aspecto y trabajando mostraría a los visitantes de la casa la riqueza de su propietario.

Siervos y libertos formaban parte de la familia doméstica y asumían las diversas faenas de la casa con atribuciones muy específicas. Existía una enorme especialización de tareas y cada esclavo ocupaba un puesto determinado en la jerarquía doméstica, de acuerdo con el nivel de confianza y cercanía que habían conseguido del dueño o patrono.

En tiempos de Plauto (III-II a.C.), el atriense era el esclavo más importante de la casa, que asignaba las tareas a otros esclavos y velaba por el perfecto estado de limpieza, y se encargaba además de ciertos asuntos de su señor.

“Leónidas. — Para hacerle migas esos costados llenos de cicatrices a fuerza de zurriagazos! ¡Quita tú y déjame acabar con éste, que me pone siempre fuera de quicio, ladrón, que no consigo encargarle lo que sea una sola vez, sino que tengo que decírselo y repetírselo cien veces lo mismo, que no puedo ya dar abasto a mi trabajo, demonios, a fuerza de gritar y de ponerme hecho una furia! ¿No te he dicho, bandido, que quitaras la mierda esta de delante de la puerta, no te he dicho que sacudieras las telarañas de las columnas? ¿No te he dicho que sacaras brillo a la clavetería de la puerta? ¡Nada! Voy a tener que ir siempre con un bastón, como si estuviera cojo. Como llevo ya tres días en el foro nada más que ocupándome de encontrar a alguien que quiera dinero a réditos, aquí vosotros entre tanto, ea, a dormir, y el amo vive en una pocilga, no en una casa. ¡Toma, pues! (Le pega.) (Plauto, Asinaria, 424)


En la época de Cicerón (I a.C.), la posición de atriense se había devaluado y se equiparaba a la de cocineros y limpiadores. Hacia la mitad del siglo I d.C., el atriense se ocupaba principalmente del atrio y años después se ocupaba, al igual que el portero, de las faenas domésticas más serviles.

“Cuando César Tiberio se dirigía a Nápoles, llegó a su casa de campo de Miseno, edificada por Lúculo en lo alto de una colina, desde donde se divisa por delante el mar de Sicilia y por detrás el de Tocania. Uno de esos criados del atrio que llevan la ropa arremangada – cuya túnica de lino de Pelusio le bajaba desde los hombros con los flecos colgando -, se puso a regar con una artesilla de madera la tierra reseca. Iba jactándose de sus atentos servicios, pero daba risa verlo. Desde allí, como conocía las veredas del jardín, le adelantó corriendo hasta otro paseo arbolado y asentó el polvo. Reconoce César qué clase de hombre es y comprende rápidamente sus intenciones. Cuando pensaba que había hecho un buen negocio. “Eh”, le dice su señor. Naturalmente, el esclavo acude rápido saltando de alegría con la seguridad de obtener alguna dádiva. Entonces, la majestad de tan gran emperador se burló así del esclavo. “No has hecho gran cosa y tu trabajo no conduce a nada. Mucho más caras vendo yo las bofetadas.” (Fedro, Fábulas, II, 5)

Basílica de Delfos, Grecia. Foto Helen Miles Mosaics

Cualquier hogar por modesto que fuese podía alardear de tener un portero, ostiarius o ianitor, el cual desempeñaba su puesto desde la cella ostiaria o cuarto del portero, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta, lo que puede indicar la falta de confianza de los dueños en el esclavo que ocupaba tal puesto.

“Portero amarrado, ¡oh indignidad! A la dura cadena, haz girar sobre sus goznes esa puerta tan difícil de abrir. Te pido poca cosa, entreabrirla solamente. Y por su media abertura penetraré de lado… Como lo deseas, las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo del postigo, córrelo presto; así quedes por siempre libre de tu dura cadena, y en adelante no bebas jamás el agua de los esclavos… ¿Me engaño, o sus hojas resuenan al girar los goznes, y su ronco son me da la señal apetecida?” (Ovidio, Amores, VI)

Posteriormente, ya sin cadenas, cumplía la función de anunciar a los visitantes. Se le representa a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, serían mejor recibidos.

“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero? Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)

Pintura de Stefan Bakalowicz

En las casas donde había un gran número de esclavos el señor podía permitirse el lujo de tener a su servicio un cubicularius, siervo de confianza, al que se le permitía el acceso a la alcoba para realizar sus labores y que se convertía en depositario de todas las intimidades de su dueño. Entre sus tareas destaca ayudar a vestir y desvestir a su señor, preparar su lecho, disponer sus elementos de aseo, despertarle a la hora requerida y velar su sueño sin hacer ruido, por lo que es más que probable que tal esclavo durmiese junto a la puerta de acceso al dormitorio del amo, y, quizás en algún caso, dentro del propio cubiculum.

"Hay alguna evidencia de que el cubicularius dormía en el mismo cubiculum que el señor, por lo que era responsable de lo que ocurriera a su amo durante la noche. El oficial, Trebius Germanus, ordenó que se infligiera un castigo a un esclavo que no había llegado a la pubertad, porque el chico casi había alcanzado tal edad; y no le faltaba razón, porque además estaba durmiendo a los pies de su dueño cuando mataron a este, y no dijo que había sido asesinado después." (Digesto, XXIX, 5, 6, 14)

Según el poeta galo Ausonio, era perfectamente natural despertar al esclavo que le ayudaba en el aseo matinal, justamente antes de ofrecer sus oraciones matinales; y que le tendía las ropas de calle a su señor. 

“Muchacho, ea, levántate y dame
los zapatos y la ropa de lino.
Dame cualquier manto que hayas
preparado para que salga.
Dame, que lave con el rocío de la fuente
las manos, la cara y los ojos.
Procura que esté abierta la capilla
sin adorno ninguno por fuera:
palabras piadosas, deseos sanos
lo son la riqueza de la religión.”
(Ausonio, Ephemeris 2)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

La doncella (ancilla) es una sirvienta mostrada por los poetas frecuentemente como cómplice, mediadora y hasta instigadora, ejerciendo un rol de celestina que no debe encubrir lo fundamental de sus labores de asistente.

“Pero antes de conquistar a una joven, procura conocer a su criada: ella te facilitará el acercamiento. Has de ver en qué medida es partícipe de los planes de su señora, y que no vaya a ser una cómplice poco fiel de tus secretos devaneos. Sobórnala con promesas, sobórnala con súplicas: lo que pretendes, lo obtendrás muy fácilmente, si ella quiere.”
(Ovidio, Arte de amar, I, 353)

Relieve de Virunum, Carinthia. 
Landesmuseum für Kaernten, Klagenfurt, Austria

El custos era el guardián que custodiaba las estancias privadas de los miembros de la familia. Tenía un papel especialmente preponderante con respecto a la vigilancia de la señora de la casa, durmiendo ante la puerta de su dormitorio y a la que acompañaba cuando esta salía a la calle para prestarle protección personal y para asegurarse de que su moralidad no se pusiera en entredicho. Es por ello que en muchos casos esa función la desempeñaba un eunuco, que debido a su condición podía encargarse de realizar labores más íntimas para su ama, sin levantar suspicacias entre los otros miembros de la familia.

“De aquí le vino la gloria a Eutropio. Y siendo la única virtud en todos los eunucos conservar castos los lechos conyugales, solo él se hizo grande mediante el adulterio. Y sin embargo no cesaron los azotes para su espalda, cuantas veces se había enardecido la pasión decepcionada de su irritado dueño; y éste lo entregó como dote para su yerno y como doncella para su hija mientras el eunuco le suplicaba en vano y le recordaba sus trabajos por tantos años ya. Y el futuro cónsul y gobernador del Este peinaba la cabellera de su señora y, desnudo, le llevaba con frecuencia en un recipiente de plata el agua a su dueña mientras se bañaba. Y cuando ésta se había tendido agotada por el ardiente calor, el patricio la abanica con rosadas plumas de pavo real.” (Claudio, Claudiano, Contra Eutropio I, 100-109)

La obligación del custos era mostrar total fidelidad a su ama lo que no evitaba que pudiera ser susceptible de ser sobornado por los pretendientes de ésta para tener la oportunidad de acercarse a ella.

“Tú que tienes el encargo de vigilar a tu señora, Bagoa, descansa un momento, mientras trato contigo unos pocos asuntos, pero que hacen al caso. Ayer vi a la joven paseándose por el pórtico aquel que está adornado con el batallón de las hijas de Dánao ". Como me gustó, enseguida se lo hice saber y solicité por escrito sus favores; pero ella, en respuesta, escribió con mano temblorosa: «no es posible), y al preguntarle por qué no era posible, me volvió a decir que el motivo era que tu vigilancia sobre ella, tu dueña, es demasiado severa.

Si eres razonable, oh guardián (custos), atiéndeme, no hagas méritos para ganarte odios: todos desean la muerte de aquel a quien temen.” (Ovidio, Amores, II, 2)


Pintura de la Villa de Agripa, Museo Palazzo Massimo, Roma

Los romanos adoptaron la costumbre griega del esclavo acompañante del niño a la escuela, al que denominaban con su nombre griego de paedagogus. Su labor consistía en vigilar su conducta moral y su modo de vestir tanto en casa como en la ciudad; asimismo, le reprendía si se comportaba de forma inadecuada, le acompañaba en sus salidas, y asistía con él a las lecciones. Por su origen, generalmente griego, podría introducir a su discípulo en el estudio del idioma. Este esclavo al igual que la nodriza podía permanecer junto al niño hasta su edad adulta, recibiendo el cariño de su pupilo o quizás siendo una molestia para él si se entrometía demasiado en su vida.

“Fuiste, Caridemo, el mecedor de mi cuna y el guardián y compañero asiduo de mi infancia. Ya se ennegrecen los paños del barbero con la barba que me corta y mi chica se queja porque se pincha con mis labios. Pero para ti no he crecido: te tiene horror mi cortijero, ante ti tiembla mi intendente, ante ti mi propia casa. Tú no me permites ni jugar ni enamorarme; quieres que a mí no se me consienta nada y quieres que, a ti, todo. Me reprendes, me vigilas, me das las quejas, lanzas suspiros y a duras penas se domina tu cólera para no echar mano a la férula. Si me visto de púrpura o me perfumo los cabellos, exclamas: “¡Nunca habría hecho eso tu padre!”. Y me llevas cuenta, con el ceño fruncido, de las copas que bebo, como si la jarra ésa fuera de tu bodega. Déjame; no puedo aguantar de liberto a Catón. Que ya soy yo todo un hombre, dígalo mi amiga.” (Marcial, Epigramas, XI, 39)


El pedisequus o la pedisecua eran esclavos que acompañaban a sus señores cuando salían a la calle, llevaban sus objetos personales, e, incluso, portaban una antorcha para volver a casa de noche. Su posición dentro de la casa no era la mejor considerada y, a veces, el trabajo lo desempeñaba un niño o niña.

 “Esa persona había visto a menudo a Alipio en casa de un senador al que acudía con regularidad a saludar y tan pronto lo reconoció, agarrándolo de la mano lo apartó de la muchedumbre y, tras preguntarle el motivo de tan grave mal, oyó lo que había sucedido. Y a todo el grupo circundante de exaltados que vociferaban amenazantes les ordenó que fuesen con él. Y llegaron a casa del muchacho que había cometido el hecho.

A todo esto, un chiquillo estaba delante de la puerta y era tan pequeño que, sin temer de ahí nada para su dueño, podría fácilmente desvelar todo: de hecho, estuvo junto a aquél en el foro, como criado (pedisequus). A éste, después de reconocerlo, Alipio lo delató al arquitecto; el cual, a su vez, mostró el hacha al chiquillo preguntándole de quién era; éste enseguida dijo: «nuestra». Después, tras ser interrogado, desveló el resto.” (Agustín de Hipona, Confesiones, VI, 9, 14)

Pintura de la tumba de Silistra, Bulgaria

Las doncellas encargadas de ayudar a sus amas a embellecerse, las cosmetae, sabían cómo emplear los diversos productos necesarios para proporcionar el resultado perfecto que agradase a sus señoras.

“Del mismo modo, actúa una señora, capaz de infundir temor o temblor, al preparar un ungüento refinado, precioso y de alto precio. Debiendo servirse para eso de muchas manos, despierta a sus siervas y las hace venir hacia sí; a una, manda separar con la criba, los aromas aún no preparados para el uso; a otra, hace examinar exactamente con la balanza y establecer si hay algo necesario de menos o de más, para que nada rompa las proporciones del conjunto; a otra, ordena cocinar a fuego lo que necesita; a otra, ordena quitar lo que no puede estar; a otra, hace poner y mezclar los diversos ingredientes; a otra, le dice estar vigilante con el vaso de alabastro; a una, hace sostener con la mano un vaso, a otra, otro. A todas impone así, concentrar la atención y poner la mente y las manos en aquel trabajo; con su empeño, impide que algo vaya mal; vigila todo, no concediendo ni aún a los ojos de ellas que giren por doquier o se distraigan.” (Juan Crisostomo. A Estelequio)

Museo Nacional de Cartago, Túnez

Las damas elegantes ocupaban gran parte de su tiempo en que su cabello estuviese perfectamente cuidado y peinado, para lo que empleaban hábiles criadas (ornatrices), cuya destreza también lograba que los cabellos superpuestos se distinguieran o no de los naturales.

“Cipasis, tú, que tan bien sabes disponer los cabellos de mil maneras, pero digna de peinar únicamente a las diosas; tú, de quien he sabido por el placer del furtivo encuentro que no eres tosca, idónea desde luego para tu dueña, pero mucho más idónea para mí, ¿quién ha sido el elator de nuestras uniones?” (Ovidio, Amores, II, 8)

Pintura de Juan Giménez Martín, Congreso Nacional de los diputados, Madrid

A veces, se convertían en víctimas del enfado de las señoras cuando no estaban de acuerdo con el trabajo realizado. Epigramas y sátiras están llenos de gritos de matronas enfadadas y lamentos de sufridas esclavas:

“Si la señora tiene una cita y desea estar más hermosa de lo habitual, y tiene prisa por encontrarse con alguien que la espera en los jardines, o más probablemente cerca de la capilla de la sensual Isis, la pobre Psecas, con los cabellos desarreglados, desnuda, con la espalda y pecho sin cubrir, le compone el peinado. ¿Por qué sobresale este rizo?, pregunta y entonces una correa de piel de toro castiga el crimen del rizo mal puesto.” (Juvenal, Sátiras, VI)

Relieve romano, Museo de Trier, Alemania. Foto de Samuel López

Los romanos que podían permitirse el lujo de tener uno o más tonsores (barberos y peluqueros) a su servicio delegaban en ellos esta función y, si llegaba el caso, se ponían en sus manos varias veces al día.

 De la época imperial tenemos el testimonio de Suetonio sobre Augusto: 

“...ningún cuidado se tomaba por el cabello, que hacía le cortasen apresuradamente varios barberos a la vez; en cuanto a la barba, unas veces se la hacía cortar muy poco, otras mucho, y mientras lo hacían leía o escribía.” (Augusto, LXXIX)


En los tiempos más antiguos la matrona romana dirigía el trabajo de las esclavas hilanderas y tejedoras que realizaban las prendas de lana para la familia en cada casa. Más adelante, en las casas ricas, probablemente, se compraría el lino y la lana para que las costureras (vestificae) o sastres (sarcinatores) confeccionasen la ropa de los moradores de la domus.


“Toma parte de las deliberaciones una vieja esclava promovida al cargo de la lana y ya jubilada de la aguja.” (Juvenal, Sátiras, VI, 495)

Mosaico de Tabarka, Túnez

En las casas ricas donde había interés por la cultura había esclavos especializados en lectura que se llamaban anagnostae y los expertos en escritura eran los librarii. Estos se ocupaban de escribir al dictado, copiar documentos y cuidar de la biblioteca del señor.

Ático, hombre muy culto y de gran riqueza, fue editor y amigo de Cicerón, y tenía en su casa esclavos que copiaban las obras del célebre orador.

“Si se consideran sus servicios, contó con una servidumbre excelente; pero si es por la apariencia, se diría que era prácticamente normal. La integraban jovencitos muy instruidos, extraordinarios lectores y en su mayoría copistas, de suerte que no había ni siquiera un lacayo que no fuera capaz de realizar de manera aceptable alguna de estas dos tareas. De los que exige la organización doméstica, los demás eran también especialistas, y de los buenos. Sin embargo, entre ellos no tuvo ninguno que no hubiese nacido y se hubiese formado en su casa." (Cornelio Nepote, Vida de Ático, XIII, 3)


El notarius parece haber sido un esclavo con la función de secretario, especializado en apuntar todo lo que su señor le dictaba lo más rápido posible y ponerlo luego en limpio.

“En los viajes, como si estuviese libre de preocupaciones, dedicaba su tiempo a esta única actividad: a su lado llevaba un secretario (notarius) con un libro y unas tablillas, cuyas manos estaban protegidas por largas mangas para que ni siquiera la crudeza del invierno pudiese robarle un minuto de su tiempo.”
(Plinio, Epístolas, III, 5, 15)

Relieve de la Iglesia de Saint Rupert, Dielach, Carintia, Austria.
Foto de Johan Jartiz

Los esclavos que tenían la capacidad de leer y escribir estaban más cotizados en los mercados donde se resaltaban las habilidades que poseían y su utilidad para los compradores.

Séneca critica a un personaje que utilizaba a sus esclavos para que se aprendiesen las obras literarias más famosas y que luego se las dijesen a él para que así pudiese alardear ante sus invitados de su fingido conocimiento.

“Calvisio Sabino, en nuestra época, fue un hombre rico; poseía tanto el patrimonio de un liberto como su carácter: jamás he visto opulencia más indecorosa. Era tan mala su memoria que se le olvidaba ora el nombre de Ulises, ora el de Aquiles, ora el de Príamo, héroes que conocía con la misma perfección con que nosotros reconocemos a nuestros pedagogos. Ningún nomenclator decrépito, que en lugar de repetir los nombres se los inventa, designaba con tantos errores las tribus como aquel lo hacía con los troyanos y aqueos; no obstante, quería pasar por erudito.
Así, pues, discurrió este procedimiento expeditivo: con gran desembolso compró esclavos; uno que supiese de memoria a Homero, otro a Hesíodo, además asignó otro a cada uno de los nueve líricos. Que los hubiera comprado con gran dispendio no debe extrañarte: no los había encontrado preparados, los ajustó para que los preparasen. Una vez adiestrada esta servidumbre, comenzó a incordiar a sus invitados. Tenía a sus pies a estos esclavos, a los que pedía sin cesar le sugiriesen versos para repetirlos, pero a menudo se perdía en medio de una frase.”
(Séneca, Epístolas, 27, 5-6)

Ilustración de Otho Knille

La expansión de Roma trajo el gusto por nuevos sabores y alimentos que necesitaban de un profesional que supiese acertar en la elección, la condimentación y presentación de los platos, por lo que un esclavo experto cocinero (coquus) se convirtió en un bien codiciado y un lujo.

“Los banquetes, además, empezaron a planearse con más cuidado y mayor gasto. En aquel tiempo el cocinero, que para los antiguos romanos era el más vil de los esclavos, tanto por su valor como por la forma de tratarlo, empezó a ser valorado, y el que había sido solo un servicio necesario (ministerium) empezó a ser un artista.” (Tito Livio, Historia de Roma, 39, 6.7)

Los romanos importaron cocineros de sus tierras conquistadas y los incorporaron a su servicio como esclavos para que cocinaran en sus banquetes y enseñaran a otros esclavos sus artes culinarias. Principalmente llegaron de Grecia, Sicilia y Asia Menor.

“Los partos, también, han enseñado su moda a nuestros cocineros; e, incluso, después de todo, a pesar de su refinamiento en el lujo, ningún artículo puede satisfacer igualmente en cada parte, porque por un lado es el muslo, y por otro la pechuga solo, lo que se estima." (Plinio, Historia Natural, X, 71)


Pintura romana. Getty Museum, Los Ángeles, EE.UU.

Cuando el cocinero formaba parte del servicio, el señor le exigía que la comida estuviese a su gusto:


“Sosias, tengo que comer. El cálido sol ya ha pasado de la hora cuarta, y en el reloj la sombra se acerca a la quinta. Prueba y asegúrate – porque a menudo te engañan- que los platos sazonados estén bien condimentados y sean sabrosos. Remueve tus ollas humeantes; rápido, mete tus dedos en la salsa caliente y humedece tu lengua con ellos… ” (Ausonius, Ephemeris, VI)


Los obsonatores eran los encargados de hacer las compras, mantener bien provista la despensa y conocer el gusto particular de los señores a los que servían, para saber que alimentos presentarles según su ánimo.

“Piensa también en el pobre comprador de comida (obsonator), que observa los gustos de su amo con delicada habilidad, que sabe qué sabores despertarán su apetito, qué presentación agradará su vista, qué nuevas combinaciones incitarán a su estómago, qué comida le fastidiará por la saciedad, y qué les removerá el hambre en ese día en particular.” (Séneca, Epístolas, 47)

Mosaico de Conimbriga, Portugal

El praegustator era un esclavo que realizaba una tarea de alto riesgo ya que se encargaba de probar la comida de sus señores antes que ellos en previsión de que pudiera estar envenenada. Uno de ellos, Haloto, praegustator de Claudio, se libró de la muerte, a pesar de que el propio emperador murió posiblemente al comer unas setas envenenadas, e, incluso, no fue castigado posteriormente.

“Agripina, resuelta al crimen desde hacía tiempo, solícita para aprovechar la ocasión que se le había presentado y sin necesitar intermediarios, reflexionó mucho sobre la elección del tipo de veneno, temiendo que uno de efectos rápidos e inmediatos pusiera al descubierto su crimen, y que, si elegía uno lento y de efectos retardados, Claudio, al llegar a sus últimos momentos y comprender el engaño, retornara al amor de su hijo. Quería algo rebuscado, algo que perturbara la mente y aplazara la muerte. Entonces elige a una experta en tales artes llamada Locusta, condenada hacía poco por envenenamiento y mantenida desde tiempo atrás entre los instrumentos de su poder. Con el saber de esta mujer se preparó el veneno y se encargó de servirlo a Haloto, uno de los eunucos, que era quien solía llevarle las comidas a la mesa y probarlas.” (Tácito, Anales, XII, 66-67)


El esclavo llamado vocator se ocupaba de preparar las invitaciones y entregarlas a los invitados, además de asignar los puestos en el lecho del banquete. El nomenclator decía los nombres de los comensales según iban llegando, y anunciaba los platos que se traían a la mesa, aunque también debía recordar al amo los nombres de las personas que se presentaban al acto matutino de la salutatio y los de las personas que iban encontrando en sus salidas a la calle.

Un tricliniarcha, experto en ceremonial, estaba encargado de organizar los preparativos para el banquete y vigilar que todo transcurriese sin contratiempos.

Los amos romanos preferían escoger a los esclavos por su origen de acuerdo a la actividad a la que iban a destinarlos. Por ejemplo, para el servicio doméstico y, especialmente, para servir en los banquetes, escanciando el vino y repartiendo la comida, prefirieron los que procedían de lugares lejanos y poseían rasgos exóticos y buena presencia. Así, por ejemplo, los esclavos procedentes de Egipto y Etiopía aparecen en la literatura sirviendo a los comensales en las funciones que requerían mayor proximidad.

“Unos esclavos de Alejandría nos echaron agua de nieve para lavarnos las manos; les siguieron otros por el lado de los pies y nos quitaron los padrastros con destreza sin igual. Y ni aun en tan desagradable menester se quedaban callados, sino que realizaban su tarea canturreando.” (Petronio, Satiricón, 31)

Mosaico de Dougga, Túnez. Foto de Dennis Jarvis

La exhibición de estos esclavos originarios de lugares remotos con rasgos considerados exóticos servía para demostrar el lujo en el que se desenvolvía el propietario y reflejaba su deseo de emular en pequeña escala lo que la república primero y el imperio después habían conseguido, la conquista de territorios lejanos, cuyos habitantes eran muy diferentes a los romanos.

“Inmediatamente después entraron dos etíopes, de larga cabellera, con unos pequeños odres, como los que sirven para regar la arena del anfiteatro: nos echaron vino en las manos, pues allí nadie ofrecía agua.” (Petronio, Satiricón, 33)

Foto Lindsay Hebberd/CORBIS

Para hacer ostentación de lujo y riqueza ante sus invitados estos señores vestían a los esclavos elegidos por su apariencia con ropas lujosas e incluso los adornaban con joyas y los ponían a servir las mesas y echar el vino en las copas de los comensales para que se lucieran con vistosidad.

“Al día siguiente, Aquémenes vino a buscarle siguiendo instrucciones de Ársace para que fuera a servir su mesa. Se puso Teágenes un lujoso vestido persa que ésta le había enviado y se adornó, entre el gusto y la repugnancia a la vez, con brazaletes y gargantillas de oro incrustados de pedrería. Aquémenes intentó mostrarle y enseñarle cómo había que escanciar, pero Teágenes se dirigió a una trébede donde estaban puestas las copas y cogiendo una de las más valiosas dijo:

— No me hacen ninguna falta maestros; sin que nadie me enseñe voy a servir la copa a la señora, y no me daré ninguna importancia por hacer una operación tan fácil. A ti, buen amigo, es la fortuna lo que te ha obligado a aprender esto, pero a mí, son mi naturaleza y mi instinto los que me indican lo oportuno en lo que tengo que hacer.” (Heliodoro, Las Etiópicas, VII, 27, 1-2)

Pintura de una casa del Celio, Roma

Los siervos del banquete eran los ministri, que, como ya se ha visto, eran escogidos por su buen aspecto, y según la función asignada solía tener un nombre diferente. El encargado de las bebidas en general era servus o minister a potione, el que estaba a cargo de la jarra de vino servus o minister a lagoena, el que servía las copas servus o minister a cyatho, aunque los nombres podían variar. A estos esclavos se les daban nombres de orígenes griegos u orientales para incrementar su exotismo.

“Cuando, retirado todo esto, un esclavo bien remangado hubo limpiado la mesa de arce con una bayeta de púrpura, y otro retiró los desechos que había en el suelo y lo que pudiera molestar a los comensales, al modo de una doncella ática que porta los objetos del culto de Ceres, se presentan el moreno Hidaspes trayendo vinos cécubos y Alcón uno de Quíos que no conocía el agua de mar.” (Horacio, Epístolas, II, 8, 10)

Mosaico Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Foto Samuel López

Los esclavos que, a pesar de hacer servicio en el triclinio, estaban encargados de oficios secundarios y más groseros, se cubrían con toscos vestidos, y llevaban los cabellos afeitados. Entre éstos se cuentan los scoparii (sustituidos más tarde por los analectae), que habían de recoger y llevarse los restos tirados por los comensales debajo de la mesa.

“Cuando estamos recostados para la cena, uno limpia los esputos, otro agazapado bajo el lecho recoge las sobras de los comensales ya embriagados.” (Seneca, Epístolas, 47)


Cada uno de los comensales llevaba consigo un esclavo de confianza (puer ad pedes), posiblemente un niño o un jovencito, el cual asistía al banquete, permaneciendo de pie, vigilando las sandalias que su amo se quitaba antes de tenderse en el lecho y a la espera de sus órdenes o de prestarle cualquier servicio por desagradable que fuese como ayudarle si comía o bebía en exceso.

“Cota se queja de haber perdido dos veces las sandalias, por llevar a un esclavito “de pies” descuidado, el único que en su pobreza le asiste y le hace de acompañamiento. Ha tenido una idea, hombre sagaz y astuto, para que sea imposible causarle más veces semejante perjuicio: ha empezado a ir descalzo a las cenas.” (Marcial, Epigramas, XII, 87)

Fresco romano. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

Otros esclavos se ocupaban de funciones diversas que no necesitaban de una buena presencia, ni disfrutaban de una cercanía al amo tan directa. Por ejemplo, los anteambulones precedían al dominus en sus salidas al exterior y se encargaban de abrirle paso entre la multitud, bien pidiendo paso de viva voz, o haciendo uso de manos y codos.

“Añadiré una anécdota sobre el mismo Macedón que muy oportunamente me viene a la mente. Cuando se encontraba en un baño público de Roma, le sucedió un hecho notable e incluso, como el desenlace ha mostrado, de mal augurio. Un caballero romano, como un esclavo de Macedón le hubiese tocado ligeramente con la mano, para que le cediese el paso, se dio la vuelta y golpeo con la palma de la mano no al esclavo, que lo había tocado, sino al propio Macedón con tal violencia que estuvo a punto de derribarlo.” (Plinio, Epístolas, 14, 6)

Si el señor no iba a pie, era llevado en una litera o silla de manos, y los porteadores (lecticarii) eran hombres fuertes, esclavos procedentes generalmente de Asia menor, igualados en estatura, que lucían ropas llamativas. Si cada miembro de la familia tenía una litera, el presupuesto en este tipo de esclavos aumentaría considerablemente.

Pintura de Ettore Forti

Entre la familia urbana también se deben contar los que ofrecían diversión y entretenimiento al señor y sus invitados, especialmente durante y después de los banquetes. Había músicos, lectores, bailarines, mimos y bufones, entre los que podía haber personas con deformidades físicas.

“Humilde es mi pobre cena —¿quién puede negarlo?—, pero no fingirás nada ni oirás nada fingido y te recostarás plácidamente sin hacer el paripé. Y el dueño de la casa no leerá un grueso volumen, ni las mozas de la licenciosa Cádiz harán vibrar en un prurito sin fin sus lascivas caderas con un temblor estudiado, sino que, algo que no es ni pesado ni sin gracia, sonará la flauta del joven Condilo.” (Marcial, Epigramas, V, 78)

Mosaico del Aventino, Museos Vaticanos

Los romanos acomodados iban a las termas acompañados por sus esclavos que, o bien vigilaban la ropa en el apodyterium o vestuario, o llevaban la lámpara de aceite, los ungüentos y las toallas, o bien se encargaban de ayudar a sus señores a salir de las piletas, también de abrirles paso hasta el labrum que estaba muy concurrido, o efectuar las frotaciones con el aceite y retirarlo con el estrígil.

Los unctores (unctrices) aplicaban aceite al cuerpo y practicaban fricciones y los tractatores (tractatrices) realizaban masajes sin fin terapéutico.

“Una masajista le recorre el cuerpo de pies a cabeza con su hábil técnica y le pasa su sabia mano por todos sus miembros.” (Marcial, Epigramas, III, 81)

Mosaico de los baños, Villa del Casale, Piazza Amerina, Sicilia

En caso de necesitar un masaje reparatorio que aliviara las molestias musculares y proporcionara bienestar general se recurría al aliptes, especialista que se encontraría mayoritariamente en gimnasios y termas.

“De noche se encamina a los Baños, de noche ordena movilizar los frascos de ungüento y su logística; disfruta sudando en medio de un cisco de órdago. Cuando se le caen los brazos agotados por las macizas pesas, el hábil masajista (aliptes) presiona con sus dedos en el pubis y obliga a la parte alta del muslo de la señora a dar un quejido.” (Juvenal, Sátiras, VI, 420)



Un esclavo con cierta especialización en la antigua Roma sería el topiarius, jardinero encargado de cuidar los jardines de las casas y villas. Entre sus funciones principales estarían podar y recortar árboles y arbustos con el fin de darles una forma determinada, bien con motivos geométricos o figurativos.

“Delante del pórtico hay un paseo adornado con arbustos de boj recortados con figuras muy diversas; desde él desciende en pendiente un bancal, sobre el que los bojes dibujan figuras de animales salvajes enfrentados por parejas; la parte llana está cubierta de acantos tan delicados que, me atrevería a decir, parece una superficie líquida. Todo alrededor hay una estrecha senda cerrada por unos espesos arbustos podados de forma caprichosa. Allí comienza un paseo para las literas a la manera de un circo, que rodea un boj de mil formas y pequeños arbustos a los que la poda no deja crecer.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

Pintura de Alma-Tadema

Los dispensatores privados, al igual que lo que ocurre con los que pertenecían a la administración imperial y a las ciudades, se encargaban de la gestión de los asuntos financieros de sus domini a través de la administración de una caja de caudales con la que llevar a cabo los pagos y los cobros. La aparición de un cargo como este en un contexto familiar nos indica la existencia de un patrimonio de suficiente envergadura como para necesitar un esclavo especializado que se encargue de su gestión.

Las tareas de estos individuos podían abarcar desde la administración de la economía doméstica hasta la gestión de inversiones, operaciones especulativas, compraventas y explotación de toda clase de negocios. Los dispensatores privados eran esclavos en una inmensa mayoría debido a que representaban la voluntad de sus amos en las actividades económicas y financieras y solo tenían responsabilidad ante ellos.


“Ahora, al echar adelante, todos a una, el pie derecho, un esclavo desnudo se arrojó a nuestras plantas y se puso a suplicarnos que lo libráramos del castigo: al parecer no era grave la falta que lo ponía en peligro; se había dejado robar en los baños la ropa del tesorero, lo que suponía apenas unos diez sestercios. Echamos, pues, atrás nuestro pie derecho, y presentándonos al tesorero, que estaba entonces contando las piezas de oro, le rogamos que perdonara al esclavo.” (Petronio, Satiricón, 30)

Estela funeraria de Viminacium, Serbia

El puesto de dispensator era el oficio servil que ofrecía las mayores posibilidades de promoción social y económica. Era el esclavo más valioso y reconocido en la familia servil, pues de su experiencia y preparación dependía la buena marcha económica de la casa, y para ostentar tal posición debía reunir cualidades tan importantes como la fidelidad al propietario, la intuición y prudencia necesarias para los negocios, una cierta laboriosidad o buena disposición para el trabajo y una cierta cualificación. La preparación del dispensator, en cuanto que era un oficio especializado, requería unos conocimientos generales, como saber escribir y las reglas aritméticas, y unos conocimientos prácticos relacionados con la gestión patrimonial que se podían obtener tras varios años de aprendizaje junto a un dispensator “maduro” de la familia. De esta forma, se posibilitaría la ocupación de ese puesto por un trabajador cualificado tras la muerte o manumisión del anterior dispensator sin tener que acudir al mercado donde un esclavo con conocimientos de este tipo estaba muy cotizado.

Detalle del sarcófago de Valerius Petronianus, Museo Arqueológico de Milán.
Foto de Giovanni Dall´Orto

Como ejemplo representativo del dispensator que ha sido manumitido y que ha aprovechado sus conocimientos en finanzas y gestión patrimonial para enriquecerse tenemos el personaje satírico Trimalción, el rico liberto que da una fastuosa cena en la que hace ostentación de su riqueza y de su falta de refinamiento, muy propio de un “nuevo rico” que anteriormente fue siervo. Así, en la descripción de la pintura situada a la entrada de la casa de este personaje se recoge su idealizada vida servil, quien  fue adquirido en un mercado de esclavos y tras estudiar contabilidad desempeñó el oficio de dispensator.

“Yo, cuando recobré la serenidad, no acababa de observar la superficie total de aquella pared. Había un mercado de esclavos con sus rótulos al cuello, y el propio Trimalción, con largas melenas de esclavo y un caduceo en la mano, entraba en Roma bajo la dirección de Minerva. Luego, se veía cómo había estudiado contabilidad, cómo había llegado a administrador: un hábil pintor había representado exactamente toda su vida con las respectivas leyendas.” (Petronio, Satiricón, 29)

Mosaico, Museo Arqueológico de Trier, Alemania. Foto Samuel López

Que todos los dispensatores engañaban a sus amos  era algo que se aceptaba por quienes necesitaban de sus servicios. Esta actitud de resignación ante este vicio se consideraba consustancial al oficio en cuestión. El emperador Tiberio exigía que todos los dispensatores le rindiesen cuentas personalmente, pues no estaba dispuesto a asumir la tolerancia que ante esta situación mostró Augusto. 

“Enriqueció a los muchos senadores que habían caído en la pobreza y que por esa razón ya no querían ser miembros del Senado. Pero no lo hizo sin criterio, sino que borró del álbum senatorial a algunos por su vida desenfrenada y, a otros, por su pobreza, cuando no pudieron ofrecer ninguna explicación razonable para su situación. Todo cuanto les donaba se contaba puntualmente ante su atenta mirada. Y porque bajo Augusto los pagadores se apropiaban de grandes cantidades de aquellos fondos, él vigiló con celo extremo que no sucediera lo mismo bajo su gobierno.” (Dión Casio, LVII, 10, 3)


Un dispensator con experiencia de años era difícilmente sustituible y era habitual que envejeciera en su puesto sin haber desempeñado más labores que las propias de esa profesión. La naturaleza del empleo exigía una total sumisión y fidelidad hacia el dominus, lo que era más presumible encontrar entre quienes aspiraban a dejar de ser esclavos, que entre los que ya habían dejado de serlo. Era costumbre que llegado a la vejez tras una dispensatio ejercida razonablemente durante años, el amo premiase al esclavo otorgándole la manumisión, bien mientras él todavía vivía, bien a su muerte por vía testamentaria.

“Un testador habiendo constituido a su hijo como heredero de todas sus posesiones, le dirige las siguientes palabras: Permite que Diciembre, mi contable, Severo, mi administrador, y su esposa Victorina, sean libres en ocho años, y deseo que permanezcan al servicio de mi hijo durante ese tiempo. Además, te encargo, mi querido hijo Severo, que trates a Diciembre y Severo, a los que no he concedido la libertad inmediatamente, con la debida consideración, para que te puedan proporcionar servicios adecuados, y espero que los tendrás como buenos libertos.” (Digesto, XL, 5, 41, 15)

Detalles de mosaico, Museo Arqueológico de Trier, Alemania. Foto de Samuel López


Bibliografía



Offlcium dispensatoris, Joaquín Muñiz Coello
Labor Domi: Relaciones económicas y sociojurídicas en la familia romana, Ana M. Rodríguez González
La casa romana, Pedro Ángel Fernández Vega
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Domestic Staff at Rome in the Julio-Claudian Period, 27 B.C. to A.D. 68, Susan Treggiari
Cicero's 'Familia Urbana, Andrew Garland
Jobs in the Household of Livia, Susan Treggiari
Images of Black Slaves in the Roman Empire, Michele George
Ausonius’ Ephemeris and the Hermeneumata Tradition, Joseph Pucci
Roman Slavery: A Study of Roman Society and Its Dependence on slaves, Andrew Mason Burks
The Cambridge World History of Slavery, Keith Bradley y Paul Cartledge, editors
The Material Life of Roman Slaves, Sandra R. Joshel y Lauren Hackworth Petersen
The Position of Roman Slaves: Social Realities and Legal Differences; Martin Schermaier, editor
Slavery and the Roman Literary Imagination, William Fitzgerald
Slavery in the Late Roman World, AD 275-42; Kyle Harper