domingo, 1 de junio de 2025

Succinum, el ámbar en la antigua Roma

Ámbar del Báltico. Colección privada

 “Se sabe que el ámbar es un producto de las islas del Mar del Norte, que es conocido por los Germanos como glaesum y que, por tanto, una de esas islas, cuyo nombre nativo es Austeravia, fue llamada por nuestras tropas Glaesaria, o isla del Ámbar, cuando César Germánico dirigía operaciones allí con su flota {16 d.C.}.

El ámbar fluye de una especie de pino, como sale la resina del pino y del cerezo la goma. Se rompe por la abundancia del humor, y a continuación se espesa y endurece, por congelación o frío o calor, o por la acción del mar, cuando las grandes mareas baten estas islas, son despedidos: a la costa, las olas lo mueven ya que parece estar suspendido, sin llegar al fondo.  Nuestros ancianos, que pensaron que era el jugo de un árbol, lo llamaron succinum.” (Plinio Historia Natural, XXXVII, 42)

El ámbar es una resina fósil procedente de la solidificación de la sustancia protectora segregada por las coníferas extintas hace millones de años y que, expuesta al oxígeno, sufre un proceso químico por el que pierde los líquidos volátiles como aceites, ácidos y alcoholes y entonces se endurece hasta quedarse como una piedra que se ha utilizado para crear pequeños objetos artísticos o protectores durante siglos.

Amuletos de ámbar. Museo Nacional de Dinamarca, Copenhague

Cuando los árboles caían, los troncos cubiertos de resina eran transportados por las corrientes de los ríos hasta las regiones costeras, donde quedaban enterrados en depósitos sedimentarios durante miles de años. Las condiciones geológicas y geotérmicas marcan la composición final del ámbar.

La inicial morfología líquida y pegajosa de la resina permitió que en ella quedaran preservados pequeñas criaturas del ecosistema forestal de aquel momento, como insectos, arácnidos, cangrejos, reptiles, plantas, hongos, y algún que otro microorganismo.

“Reptando una víbora por las ramas llorosas de las Helíades, una gota de ámbar se escurrió sobre la bicha completamente de frente. Ella, mientras se admira de verse detenida por el viscoso rocío, quedó rígida aprisionada de pronto por un hielo macizo. No te enorgullezcas, Cleopatra, por tu regio sepulcro, si una víbora yace en un túmulo más noble.” (Marcial, Epigramas, IV, 59)

Izda. Ámbar con lagarto, Galería y Museo del ámbar, Vilnius, Lituania.
Drcha. cangrejo en ámbar, foto Lida Xing, National Geographic

El complejo proceso que resulta en la formación del ámbar dio lugar a la especulación sobre su naturaleza y origen. Los intentos por explicar cómo se formaba se extendieron desde los antiguos poetas griegos a los autores de la antigüedad tardía que dieron respuestas desde el ámbito científico, geográfico o mitológico.

Plinio enumera muchas de las teorías que los antiguos dieron para explicar su formación dándolas por falsas.

“Nicias insiste en explicar que él ámbar es una humedad procedente de los rayos del sol, pues mantiene que, puesto que el sol se pone por el oeste sus rayos caen con más fuerza sobre la tierra y dejan allí una gruesa exudación, que es posteriormente arrojada en las costas de Germania por las mareas del océano.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 36)

Ámbar en una playa del Báltico. Foto mihail39

El relato mitológico sobre el origen del ámbar más repetido es la historia de Faetón, un ejemplo clásico de arrogancia seguida de venganza, que primero recogió Hesíodo y luego dramatizó Eurípides, seguidos por numerosos autores, siendo la del poeta Ovidio una de las más conocidas.

Según él, Faetón, hijo del dios Helios, pide a su padre conducir el carro del sol por el cielo durante un día, pero lo hace de forma tan negligente que Zeus se ve obligado a matarlo con un rayo para salvar al mundo de la destrucción. El cuerpo del joven cae al legendario rio Eridanus, y sus hermanas, las Heliades, que esperan en la orilla lloran desconsoladamente mientras se convierten en álamos. Sus lágrimas se transforman al caer en el precioso ámbar que arrastrado por las aguas acabarán como ornamento de las mujeres romanas.

“Y no lloran menos las Helíades y ofrecen lágrimas, regalo inútil para la muerte, y, golpeando los pechos con sus manos, de noche y de día llaman a Faetón, que no ha de oír sus desgraciadas quejas, y se postran junto a su sepulcro. Cuatro veces había llenado la luna su disco juntando sus cuernos: aquéllas, según su costumbre (pues el uso se había convertido en costumbre), habían emitido sus quejas: de éstas Faetusa, la mayor de las hermanas, al querer recostarse en tierra, se quejó de que sus pies se ponían rígidos; la brillante Lampetie, que intentaba llegar junto a ella, fue retenida por una repentina raíz; la tercera, cuando se disponía a desgarrar sus cabellos con las manos, arrancó hojas; ésta se duele de que sus piernas están retenidas en un tronco, aquélla de que sus brazos se han convertido en largas ramas; y, mientras admiran estas cosas, una corteza rodea las ingles y poco a poco abarca el vientre y el pecho y los hombros y las manos, y tan sólo restaban sus bocas llamando a su madre. ¿Qué puede hacer su madre a no ser ir acá o allá a donde la lleva su impulso y, mientras puede, dar besos? No es suficiente: intenta arrancar sus cuerpos de los troncos y con sus manos quiebra tiernas ramas; y de ellas manan gotas de sangre como de una herida. «Estáte quieta, madre, te lo ruego», grita cada una de las que están heridas, «estáte quieta, nuestro cuerpo se desgarra en el árbol. Y ya adiós» —la corteza llegó a sus últimas palabras. De allí fluyen las lágrimas y, goteando de las ramas recién surgidas, se endurece al sol el ámbar que acoge el transparente río y lo envía a las jóvenes latinas para que se adornen.” (Ovidio, Metamorfosis, II, 340)

Grabado de las Metamorfosis de Ovidio, The National Gallery of Art, Washington D.C.

Aunque pueden hallarse depósitos de ámbar en distintos lugares del mundo, el que se utilizó en época romana para la mayoría de objetos procedía sin duda de la zona del mar Báltico y parte norte de Alemania. Los pueblos que habitaban la zona no encontraban utilidad alguna en dicha piedra, pero lo recogían para comerciar con ello, ya que los romanos lo tenían en gran aprecio.

“Y bien, la costa derecha del mar suevo baña a los pueblos estíos, que tienen los ritos y costumbres de los suevos; su lengua está más próxima a la británica. Veneran a la madre de los dioses. Como distintivo de su religión, portan amuletos en forma de jabalíes. Esto asume el papel de las armas y de la protección de los hombres, y proporciona seguridad al devoto de la diosa, aun en medio de los enemigos. Es raro el uso del hierro, frecuente el de palos. Cultivan el trigo y otros productos con una paciencia inhabitual en la desidia característica de los germanos.

Pero exploran también el mar y son los únicos que buscan el ámbar, al que llaman gleso y que recogen en las zonas de bajura y en la misma orilla.  Pero no han investigado ni averiguado, como bárbaros que son, cuál es su naturaleza y su proceso de formación; es más, durante largo tiempo yacía entre los demás residuos arrojados por el mar, hasta que nuestra afición al lujo le dio fama. Ellos no lo utilizan para nada: se recoge en bruto, se transporta sin refinar y se extrañan cuando reciben dinero a cambio.” (Tácito, Germania, 45, 2)

Amuletos de ámbar, Museo de Ciencia, Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología

Los griegos llamaron al ámbar elektron, palabra cuyo origen es incierto, pero que podría hacer referencia a las propiedades magnéticas de esta brillante resina. Cuando se le aplica fricción, el ámbar se carga negativamente y atrae partículas ligeras como la paja, la pelusa o las hojas secas. Su capacidad de producir electricidad estática ha fascinado a muchos desde tiempos muy antiguos.

“Hay quienes lo conocen con el nombre de harpaga porque, cuando se lo frota con los dedos y se calienta, atrae hojas, pajas y el borde de los vestidos, como el imán hace con el hierro.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XVI, 8, 7)

En la antigüedad antes de que se desarrollase el vidrio incoloro, algunas piedras preciosas, el cristal de roca e incluso el ámbar podían ser utilizados como materiales transparentes. El ámbar más claro y transparente al que se le daba una superficie curva y se le pulía en profundidad podía llegar a ser utilizado como lupa.

Cabeza femenina en ámbar,
Museo Arqueológico Nacional de Ferrara, Italia

Una vez que al ámbar se le quitan las capas exteriores y se le expone al aire, su color, grado de transparencia y textura superficial pueden cambiar. El ámbar se oscurece por el efecto del oxígeno sobre la materia orgánica. Una pieza casi transparente se volverá amarilla, una de color miel se verá roja, anaranjada o marrón y su superficie se hará cada vez más opaca.

“Existen varios tipos de ámbar. De ellos el más pálido tiene el mejor olor, pero ni este ni el ámbar de color de cera tienen valor. El de color rojizo es más apreciado, sobre todo cuando es transparente, aunque, no debe ser demasiado brillante, sino que brille parecido al fuego. El ámbar más buscado es el de Falerno, llamado así porque recuerda al color de este vino y es transparente y resplandece suavemente como para alcanzar un suave tono de miel cocida.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 47)

Objeto de tocador en ámbar. Museo Británico, Londres

En las gemas antiguas era deseable que existiese una correspondencia entre el color y el tema escogido para representar. El brillo y el color del ámbar se asociaban al resplandor que emanaba de los dioses y héroes desde la época de Homero, que evocaba vitalidad y energía. 

“Marchaba en el desfile procesional sin casco, con la cabeza descubierta, vestido con una clámide teñida de púrpura en la que se representaba con bordados de oro el combate de los Lapitas contra los centauros. La hebilla tenía engastada una Atenea de ámbar que sostenía ante su coraza, a modo de escudo, una cabeza de Gorgona.” (Heliodoro, Las Etiópicas, III, 3, 5)

Anillo en ámbar, Carlisle, Tullie House Museum & Art Gallery Trust,
Inglaterra

El papel del ámbar en el duelo, que se evidencia en su uso funerario, se enfatiza de forma constante en la mitología. En el funeral de Ayax los dolientes amontonan gotas de ámbar en su cuerpo.

“Por todas partes se afanaron alrededor del cadáver; en tomo a él colocaron muchos troncos, y muchas ovejas, mantos de hermosa labor, bueyes de muy gloriosa raza y sus propios caballos, orgullosos de sus velocísimas patas, resplandeciente oro e incontables armas de hombres, cuantas antaño les arrebató a sus víctimas aquel ilustre guerrero; y además, ámbar transparente, que, según cuentan, no son sino las lágrimas de las hijas de Helio, el supremo adivino las que éstas derramaron junto a la corriente del gran Erídano cuando lloraron la muerte de Faetonte, y que Helio, para rendir imperecedero homenaje a su hijo, convirtió en ámbar, un gran tesoro para los hombres; éste lo arrojaron entonces los argivos sobre la pira de extensa superficie, para así glorificar a Ayante, ese ínclito guerrero ya fallecido; en torno a él colocaron también, en medio de grandes gemidos, valioso marfil y plata de color brumoso, e igualmente ánforas de ungüento, y todo lo demás, cuanto acrecienta una gloriosa y espléndida opulencia.” (Quinto de Esmirna, Posthoméricas, V, 620)

Museo Arqueológico Nacional de Aquileia, Italia

El ámbar puede arder debido a su composición orgánica y lo hace con una llama brillante que emite un humo negro y difunde un agradable olor que recuerda a la resina de pino. Era frecuente en la sociedad romana que las mujeres tuvieran una bola de ámbar entre sus manos, la cual con la fricción desprendería un atrayente aroma, además de una sensación fresca si hacía calor y una caliente si el ambiente era frio.

“Un nombre como para que lo señalen unas letras formadas con piedras eritreas, como para que lo señale una gema de las Helíades desgastada por el pulgar; como para que las grullas lo eleven hasta las estrellas escribiéndolo con sus alas; que es digno de resonar únicamente en la casa del César.” (Marcial, Epigramas, IX, 12)

Ámbar ardiendo

El ámbar en la antigüedad, por su color y traslucidez, no se veía solo como un objeto de adorno, sino que se le concedía poder curativo.

“La relación de la historia con el rio Po es muy clara, porque incluso hoy las aldeanas de la Galia Traspadana llevan piezas de ámbar como collares, principalmente como adorno, pero también por sus propiedades medicinales. El ámbar se supone que es un profiláctico contra la tonsilitis y otras afecciones de la faringe, porque el agua de los Alpes tiene propiedades que dañan la garganta humana de varias formas.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 44)

Collares de ámbar, Nuseo Nacional de Dinamarca, Copenhague

En las civilizaciones antiguas los objetos considerados como joyas entre los que se incluían los de ámbar podían tener un efecto protector para el que los llevase y pasar así a ser considerados amuletos. En vida, los amuletos se llevaban como objetos que podían atraer buena suerte, salud, amor, evitar peligros o curar enfermedades.

Algunos amuletos podían ser para uso permanente como los que protegían del mal de ojo, por ejemplo, la cabeza de Medusa.

“Os aconsejo destruir todos los templos que encontréis. No hagáis votos a los árboles o recéis a las fuentes. Evitad a los encantadores como si fueran veneno del diablo. No os colguéis ni a vuestra familia relicarios diabólicos, palabras mágicas, amuletos de ámbar o hierbas. Quien lo haga que no dude que ha cometido un sacrilegio.” (Cesáreo de Arles, Sermones, 14, 4)

Cabezas de Medusa en ámbar, izda. Museo Getty, Los Ángeles. Drcha. Colección particular

Pero otros podían ser de carácter temporal, como en el caso de las mujeres, que los utilizaban para controlar o aumentar la fertilidad, proteger a los recién nacidos y a todos sus hijos, o asegurar un buen parto.

“El ámbar tiene uso en farmacia, aunque no es por esto por lo que les gusta a las mujeres, sino para proteger a los recién nacidos cuando se les pone como amuleto.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 50)

El amuleto infantil más característico en Roma es la bulla, conocida como Etruscum aurum que en las familias más acomodadas se hacía generalmente de oro, bronce u otros materiales brillantes, como el ámbar, y que, por su forma y color similares al sol en su brillo, se convertía en objeto protector y mágico. 

Bulla romana en ámbar. Museo Británico, Londres

Esta resina tan apreciada a lo largo de los siglos siempre ha sido objeto de un intenso negocio, lo que implica la necesidad de su transporte a largas distancias. En un principio existían dos yacimientos principales, el del Báltico y uno de menor productividad en el mar del Norte. La zona principal de explotación se situaba, como en la actualidad, en los alrededores de Kaliningrado, y su distribución salía hacía el puerto de Marsella, cruzando la región del Elba, del Rin inferior y al llegar al Ródano, seguía rio abajo hasta llegar a Marsella.

“Nos satisface saber que habéis oído de nuestra fama, y habéis enviado embajadores que han recorrido tantas naciones extranjeras para buscar nuestra amistad.

Hemos recibido el ámbar que nos habéis enviado. Sabéis que recogéis esta sustancia tan ligera de las costas del océano, pero no sabéis cómo llega hasta ahí. Pero, como un autor llamado Cornelius [Tácito] nos informa, se recoge en las islas más interiores del océano, y se forma originalmente del jugo de un árbol (de ahí su nombre succinum), y poco a poco se endurece con el calor del sol.

Se convierte así en un metal exudado, una blandura transparente, a veces brillando con el color del azafrán, a veces resplandenciendo con la claridad de una llama. Después se desliza hasta la orilla del mar, y entonces se purifica con el ir y venir de las mareas, y llega hasta vuestras costas para ser allí depositado. Hemos pensado que sería mejor decirlo, por si creíais que vuestros supuestos secretos habían escapado a nuestro conocimiento.

Os enviamos algunos obsequios con nuestros embajadores, y nos alegrará recibir más visitas vuestras por la ruta que habéis abierto, y mostraros futuros favores.” (Casiodoro, Cartas, V, 3, De teodorico a los Aesti)

Hojas de laurel en ámbar con la inscripción An(num) N(ovum) F(austum) F(elicem)
[Feliz y Próspero Año Nuevo], Museo Arqueológico Nacional de Aquileia

Otra vía salvaba el rio Vístula y atravesaba la región de Kiev hacia el mar Negro hata llegar a la ciudad comercial griega de Olbia, donde esta ruta oriental enlazaba con las antiguas vias interurbanas que unían el cercano Oriente con Asia central, lejano Oriente y la India. Pero entre estas rutas la que más destaca es la que salía del mar del Norte o del Báltico, atravesaba el Vístula, llegaba a las orillas del Danubio en Carnuntum, rodeaba los Alpes orientales y llegaba a la ciudad de Aquilea, que era un relevante centro comercial en la parte norte del Adriático.

El ámbar podía viajar por vias marítimas saliendo del norte de Europa con destino a los centros comerciales de la cuenca mediterránea o del cercano Oriente.

Embarcación en ámbar, Museo Getty, Los Ángeles

El ámbar era un material apreciado por su color y brillo, pero además era caro porque acceder a él implicaba contar con las legiones que debían proteger su transporte por tierras a veces hostiles.

Roma tenía presencia militar constante en Germania y las legiones jugaban una parte importante en la economía de la región. Plinio cuenta la historia de un caballero romano enviado a Germania para traer ámbar para los juegos de gladiadores de Nerón consiguiendo tanto material que se pudo decorar todo el espectáculo con el ámbar.

“La distancia desde Carnuntum en Panonia hasta las costas de Germania desde las que nos llega el ámbar es de unas 600 millas, un dato que se ha confirmado hace poco. Todavía vive un caballero romano al que Julianus, el editor de los juegos gladiatorios de Nerón, encargó traer ámbar. Este cabllero viajó por la ruta comercial y las costas y trajo tanta cantidad que las redes que se usaron para alejar a las fieras del parapeto del anfiteatro estaban anudadas con piezas de ámbar. Además, muchos de los elementos usados en un día, cuya exposición se variaba cada día, tenía guarniciones de ámbar.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 45)

Colgante con casco de gladiador en ámbar.
Museo de Arqueología de Londres

La Ruta de Ámbar se asentó definitivamente en época flavio-trajanea y se mantuvo sin variación hasta el siglo III d.C. cuando la presión que los pueblos germanos no podía ser contenida por Roma. A partir de ese momento, la ciudad de Aquileia en Italia se convirtió en el lugar donde el ámbar en bruto se transformaba y se distribuía como producto elaborado.

“Aquileya, al ser una importantísima ciudad, ha contado de antiguo con una numerosa población del país. Como puerto comercial de Italia adonde concurren todos los pueblos ilirios, suministra al comercio marítimo mercancías traídas del interior por tierra y por los ríos, y expide a los pueblos del interior los artículos traídos por mar que les son necesarios y que los territorios ilirios no producen debido a sus fríos inviernos.” (Herodiano, Historia del Imperio romano, VIII, 2, 3)

Anillo, cabeza dionisiaca y dado en ámbar. Museo Arqueológico Nacional de Aquileia, Italia

Los artesanos que trabajaban el ámbar no tendrían que hacerlo en exclusiva sino que con toda probabilidad serían expertos en tallar otros materiales orgánicos como la madera, el marfil o el cuerno, incluso los talladores de gemas podrían haberse dedicado a ello también. La fragancia que emana del ámbar haría más agradable su manipulación.

“Hermosa figura -con una mente a la antigua- que yaces aquí enterrada, motivo por ello de llanto, tú que con perfume de nardo y ámbar proferías con palabra diligente los dogmas a la manera de los filósofos. Destacabas entre todos por la propia gracia del diaconado tú, retoño tan admirable procedente de la espléndida descendencia del ínclito origen romúleo, por parte de cualquiera de tus padres. Con estas cualidades, él prefirió morir antes que vivir de manera hipócrita y eligió y grabó en su mente todos sus propósitos.” (Poesía epigráfica latina, 796)

Si se trabajaba el material en bruto habría que quitar cualquier materia orgánica o no que se hubiera quedado adherida sobre la superficie mediante algún objeto afilado, polvos abrasivos y agua. El agua actúa como refrigerante y lubricante al modelar la resina que puede reblandecerse o derretirse al aplicar mucha fricción.

Entalle con figura en ámbar

Las piezas de ámbar pueden además haber sido raspadas, talladas, e incluso grabadas, hasta lograr el objeto deseado. El pulido final con aceites, un abrasivo o un mismo paño, liberaría su perfume natural, que podría haber sido reforzado untando aceites perfumados.

Izda. Jarra en ámbar Museo Metropolitan, Nueva York. Drcha. Perfumero en ámbar,
Museo Arqueológico Nacional de Aquileia, Italia

Los griegos también llamaron elektron a una aleación natural compuesta de unas cuatro partes de oro y una de plata con trazas de otros metales como platino o cobre. Este metal se utilizó en la antigüedad con asiduidad y los griegos lo denominaban oro blanco porque su brillo no era tan intenso como el del oro.

“Menos reluce el auténtico ámbar que su amarillo metal y su feliz aleación de plata supera al níveo marfil.” (Marcial, Epigramas, VIII, 50)

Anillo en electrum (aleación) con figura de Paris. Colección particular

El ámbar como los metales preciosos y algunas especias era reconocido en todas las civilizaciones como un objeto prestigioso y lujoso, apropiado para intercambio, obsequio o exhibición de estatus. Por su valor sería depositado en ajuares funerarios y legado como herencia familiar.

“¡Qué desgraciada es la custodia de un gran capital! Lícino, el multimillonario, ordena a su cuadrilla de esclavos vigilar toda la noche con una batería de cubos contra el fuego, obnubilado con la protección del ámbar, las estatuas y las columnas frigias, el marfil y la enorme concha de carey: la tinaja del Cínico no arde.” (Juvenal, Sátiras, XIV, 305)

Izda. horquillas para pelo, Autun, Francia. Centro, Jarrón con tema báquico, Museo Británico, Londres. Drcha. Muñeca articulada de ámbar, Museo de Albacete, España

Los artesanos vidrieros romanos consiguieron dar a algunas de sus trabajos un color parecido al del ámbar antes de su oxidación, lo que permitiría tener objetos similares a los realizados en la resina fósil pero mucho más baratos.

“Había allí numerosos invitados y, como es de suponer, con la aristocrática señora estaba la flor y nata de la ciudad. Mesas lujosas en que resplandece el alerce y el marfil, lechos cubiertos con tejidos de oro; grandes copas de un arte tan variado en su elegancia como único en calidad. Aquí, un vidrio artísticamente tallado; allí, una cristalería sin el menor defecto; más allá, la plata reluciente y el oro deslumbrante, el ámbar maravillosamente vaciado y hasta piedras, para beber: todo lo más inverosímil está allí reunido.” (Apuleyo, Metamorfosis, II, 19)

Izda. Taza de ámbar de Hove. Museums of Brighton & Hove, Inglaterra. 


Bibliografía


Ancient Carved Ambers in the J. Paul Getty Museum, Faya CauseyFrom Aqvileia to Carnvntvm: Geographical Mobility along the Amber Road, Felix Teichner
La ruta del ámbar, Walter Raunig
The gold of the north: Amber in the Roman Empire in the first two centuries AD, Olle Lundgren
The Magic of Amber, Aleksandar Palavestra y Vera Krstić
Objetos de ámbar del ‘ajuar de La Antigua’ (Mérida, España)

miércoles, 7 de mayo de 2025

Vestales, las sacerdotisas de Vesta en la antigua Roma

 

Relieve romano con vestales. Museo Arqueológico de Palermo

Los orígenes del culto de Vesta y de la institución de las vestales se remontan al origen mítico de Roma, lo que indica su antigüedad y muestra su relevancia en la política y religión romanas.

"Rellenaron el foso con tierra y, una vez relleno, colocaron encima un altar y un nuevo hogar se puso en marcha, prendiendo fuego. Luego, apretando la mancera, trazó Romulo un surco para las murallas; al yugo iban una vaca blanca y un buey blanco como la nieve. Las palabras del rey fueron estas: «Asistidme en la fundacion de la ciudad, Jupiter y padre Marte y madre Vesta; volveos hacia mí, todos los dioses que la piedad exige tener presentes. Que se levante esta obra mía bajo vuestros auspicios. Que sea larga su duración y el poder de esta tierra soberana, y caiga dentro de su marco la salida y la puesta del sol." (Ovidio, Fastos, IV, 820)

Desde tiempos antiguos, Vesta era una de las doce divinidades principales del panteón romano, hija de Saturno y Ops, y, aunque se asimiló a la griega Hestia, tuvo en Roma una función más importante, ya que se convirtió en una diosa estatal que guardaba el fuego de la comunidad y evitaba su extinción como símbolo de la continuidad de Roma.

Detalle del fresco con la diosa Vesta en el lararium de la Casa del Horno, Pompeya

Las fuentes literarias relacionan el origen del culto a Vesta con la llegada al Lacio de Eneas, el héroe troyano, de quien desciende Rea Silvia, madre de Rómulo y Remo y la primera vestal que se menciona en la tradición romana. Eneas se casó con Lavinia, hija de Latino, rey del Lacio, de quienes nació Ascanio, el cual fundó la ciudad de Alba Longa, de la que fueron reyes Númitor y su hermano Amulio, el cual expulsó del trono al primero y mató a todos sus sobrinos varones, escogiendo como vestal a su sobrina Rea Silvia, a la que dejó sin esperanza de tener hijos por la obligación de mantener su virginidad intacta.

“Amulio y Númitor eran hermanos. Amulio, el más joven, llegó a ser rey de Alba valiéndose de la fuerza. A su hermano Númitor, por cierto, lo tenía en la cárcel y a Silvia, la hija de éste, la hizo sacerdotisa de Vesta, para que no tuviera hijos que vengaran su transgresión, ya que entre las vestales es ley que permanezcan siempre vírgenes.” (Polieno, Estratagemas, VIII, 1)

Amulio dedica la hija de su hermano a la diosa Vesta.
Aguafuerte de Giovanni Battista Fontana. Museo Británico

Tras la fundación de la ciudad de Roma se estableció en ella la sede principal del culto a Vesta, siguiendo la devoción que existía en otras ciudades más antiguas como Lavinium, Alba Longa o Tibur. Allí se construyó por orden de Rómulo o Numa Pompilio, según las fuentes, el templo de Vesta, en el cual se mantendría siempre encendido el fuego sagrado de la ciudad, custodiado por sus sacerdotisas, las vestales.

“Dicen que Roma había celebrado cuarenta Festivales de las Parilias cuando la diosa guardiana de la llama fue acogida en un templo, obra de un rey pacífico; más temeroso que el del poder de los dioses no crió a nadie la tierra sabina. Las construcciones que ves ahora techadas con bronce lo eran entonces con paja, y las paredes eran paños de mimbre flexible. Este pequeño lugar que sostiene el atrio de Vesta era entonces el gran palado real del barbudo Numa. Sin embargo, la estructura del templo que todavía existe se dice que era la de antes, y cabe probar la razón de esta estructura. Vesta es igual que la tierra: las dos tienen por debajo un fuego vigilante.” (Ovidio, Fastos, VI, 255)

Templo redondo de Vesta en Roma. Ilustración de Jean-Claude Golvin

La norma básica del sacerdocio de las vestales era mantener la virginidad durante el periodo en el que cumplían su función como mediadoras entre los dioses y los mortales. En las sociedades antiguas tanto la virginidad como la castidad se relacionaban con el bienestar del hogar y de la comunidad y eran un elemento primordial a la hora de expiar una situación cuando el mal se había producido.

“Preguntas ¿por qué la diosa es atendida por sacerdotisas que son doncellas? También a este respecto encontraré las causas. Dicen que Juno y Ceres nacieron de Ops por la semilla de Saturno; la tercera fue Vesta. Dos se casaron y ambas tuvieron partos, según se cuenta; una de las tres se resistió a soportar a un esposo. ¿Qué de extraño hay si una virgen se contenta con una asistenta virgen y reclama para sus ritos manos castas? Por Vesta no debes entender otra cosa que la llama viva, y ves que de la llama no nace de ser alguno. Con razón es virgen quien no da de si semilla alguna ni la acepta, y gusta tener compañeras vírgenes. Durante mucho tiempo creí, tonto de mí, que había estatuas de Vesta; más tarde aprendí que no había ninguna en su templo ovalado. En aquel tolo se guarda un fuego inextinguible; ni Vesta ni el fuego poseen imagen alguna.” (Ovidio, Fastos, VI, 285)

Denario romano. Anverso Calígula. Reverso Diosa Vesta

Las vestales eran reclutadas cuando tenían entre 6 y 10 años por el pontifex maximus, la más alta autoridad religiosa de la ciudad. Las elegidas no debían tener ningún defecto físico ni antecedentes familiares indignos, y sus padres debían estar vivos. Existían algunas dispensas que eximían a las familias de entregar a sus hijas, aunque en general suponía para ellas un gran honor.

“1 Quienes han escrito sobre el ritual de arrebatar a la vestal (entre ellos destaca el testimonio de Antistio Labeón), aseguran que no ha de tener menos de seis años ni más de diez; 2 que no ha de ser huérfana de padre o madre; 3 que no ha de tener la lengua torpe ni padecer sordera, ni ha de estar* marcada por alguna otra tara física; 4 que ni la joven ni su padre sean personas emancipadas, aunque ella esté bajo la potestad del abuelo en vida del padre; 5 que sus padres, juntos o por separado, no hayan padecido esclavitud ni se hayan visto envueltos en profesiones deshonrosas. 6 Dicen, sin embargo, que merece dispensa aquella muchacha cuya hermana haya sido elegida para este sacerdocio, o bien aquella cuyo padre es flamen o augur o quindecenviro de las cosas sagradas o septenviro epulón o salió. 7 También, suele concederse la dispensa de este sacerdocio a la prometida del pontífice y a la hija del encargado de las trompetas en los rituales82. 8 Por otro lado, Ateyo Capitón ha dejado escrito que no debe ser elegida la hija de quien tenga la residencia fuera de Italia y que ha de ser rechazada la de quien tenga tres hijos.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, I, XII, 1-8)

Una nueva vestal, pintura de Louis-Hector Leroux

En los primeros tiempos, siguiendo el ejemplo de los pueblos latinos más antiguos, el sacerdocio de Vesta estaba reservado a las familias nobles y, aunque con el tiempo se admitieron candidatas plebeyas, parece que siempre provinieron mayoritariamente de la élite social y política.

“Era usual y honorable entre los albanos designar como servidoras de Vesta a las doncellas más ilustres.” (Dionisio de Halicarnaso, I, 76, 4)

Vestales, pintura de Ciro Ferri, Galleria Spada, Roma

Originalmente, la elección de las vestales recaía en la libre elección por parte del Pontífice máximo, pero para limitar ese poder se promulgó la ley Papia de Vestalium lectione, por la cual se sorteaban las vestales de entre una lista con 20 nombres, aunque ya habían sido preseleccionadas por él mismo, lo que evidencia su intervención igualmente.

“10 No conservamos testimonios escritos de autores antiguos sobre la costumbre y ritual observado en el rapto de la vestal, salvo que la primera muchacha arrebatada lo fue por el rey Numa. 11 Sabemos, no obstante, que la ley Papia prescribe que bajo la supervisión del Pontífice Máximo sean escogidas entre el pueblo veinte muchachas y que ante la asamblea se elija por sorteo a una de ellas y que, una vez elegida, el Pontífice Máximo la arrebate y sea convertida en vestal.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, I, XII, 10-11)

Elección de una vestal. Album Universal Images Group. Universal History Archive

El momento en el que eran arrebatadas a su familia se llamaba captio y era similar a lo que ocurría en la ceremonia nupcial, y ahí el pontífice pronunciaba unas palabras:

“13 Parece que el término ‘arrebatar’ tiene su origen en que la muchacha es cogida por la mano del Pontífice Máximo y, como si fuera botín de guerra, separada del padre bajo cuya potestad está.

14 En su libro I, Fabio Píctor nos ha conservado las palabras que el Pontífice Máximo debe pronunciar cuando arrebata a la joven. Son éstas: “En tanto que candidata seleccionada por la más excelsa de las leyes, yo te arrebato, Amata, como sacerdotisa vestal, para que cumplas los ritos sagrados y para que desempeñes la función de sacerdotisa vestal en bien del Pueblo Romano y de los Quintes”.

19 A la joven arrebatada por el Pontífice Máximo se le llama Amata, porque tal parece haber sido el nombre de la primera que fue arrebatada.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, I, XII, 13-14; 19)

Un guerrero sabino confía su hija a las sacerdotisas. Giuseppe Cades, Palazzo Altieri, Roma

Las niñas seleccionadas ingresaban así en el colegio de las vestales, constituido por seis integrantes; en un principio eran dos, y luego cuatro, según Plutarco. Eran recibidas por la Virgo Vestalis Maxima en el Atrium Vestae (“casa de las vestales”), junto al templo en el foro, donde debían permanecer al servicio de la diosa por un periodo de treinta años: los diez primeros dedicados a aprender los ritos, los diez siguientes perfeccionándolos y los diez últimos enseñando a las vestales más jóvenes.

“Dicen que primero fueron consagradas por Numa las vestales Gegania y Berenia, y después Canuleya y Tarpeya, y que últimamente por Servio se añadieron otras dos; y este es el número que se ha conservado hasta estos tiempos. El término prefijado por el rey a la continencia de estas sagradas vírgenes es el de treinta años: de él, en la primera década aprenden lo que tienen que hacer; en la segunda ejecutan lo que aprendieron, y en la tercera enseñan ellas a otras. (Plutarco, Numa, 10)

Dedicación de una nueva vestal, pintura de Alessandro Marchesini, Museo del Hermitage

Al término de este periodo eran libres y podían contraer matrimonio, derecho obtenido por la lex Horatia, dada en favor de la vestal Taracia, porque había regalado al pueblo romano el Campo Tiberino o de Marte. Otras decidían permanecer en el templo y se dedicaban a formar a las niñas que en un futuro pasarían a formar parte del sacerdocio vestal.

“Después de pasado este tiempo, a la que quiere se le permite casarse y abrazar otro género de vida, retirándose del sacerdocio; aunque se dice que no han sido muchas las que se han valido de esta concesión, y que a las que se han valido de ella no les han sucedido las cosas prósperamente, sino que, entregadas al arrepentimiento y al disgusto por el resto de sus días, ha sido causa de superstición para las demás, tanto que hasta la vejez y la muerte han aguantado permaneciendo vírgenes.” (Plutarco, Numa, 10)

Versión coloreada del grabado Escuela de Vestales de Louis-Hector Leroux

Para reemplazar a una vestal que hubiera muerto durante su período de servicio, se presentaban candidatas en los aposentos de la Vestalis Maxima para realizar una selección de las candidatas más virtuosas no parece que se practicara el sorteo si alguna persona respetable se presentaba voluntariamente y ofrecía una hija que cumpliera las condiciones necesarias.

“Después de esto, el César propuso que se eligiese una virgen para sustituir a Occia, quien, durante cincuenta años y en la más perfecta castidad, había presidido los cultos de Vesta. Y dio las gracias a Fonteyo Agripa y a Domicio Polión porque con el ofrecimiento de sus hijas competían en su afán de servicio a la república. Se prefirió a la hija de Folión tan sólo porque su madre todavía permanecía casada con su primer marido, mientras que Agripa con el divorcio había desacreditado su casa. Pero el César consoló a la que había quedado en segundo lugar con una dote de un millón de sestercios.” (Tácito, Anales, II, 86)

A diferencia de las vestales tradicionales, estas candidatas no tenían que ser preadolescentes, ni siquiera vírgenes (podían ser viudas jóvenes e, incluso, divorciadas, aunque esto estaba mal visto y se consideraba desafortunado) en todo caso, rara vez eran de una edad superior a la vestal fallecida a la que se estaba reemplazando.

Estatua de ¿vestal? Museo of Fine Arts de Boston

Desde el momento en que se incorporaba al sacerdocio, su familia perdía la patria potestad sobre ella y quedaba exenta de una tutela masculina, convirtiéndose en sui iuris. Además, adquiría el derecho a hacer testamento (también en virtud de la ley Horacia), administrar su hacienda y realizar operaciones financieras sin necesidad de tutores, así como a prestar testimonio durante un proceso, con total libertad y sin necesidad de un representante.

“Si alguno pues diere tutor en testamento a su hijo e hija y ambos llegaren a la pubertad, el hijo saldrá de la tutela, pero la hija continuará en ella: porque en virtud de la ley Julia y Papia Poppea las mujeres solo se libran de la tutela por el derecho que les da el nacimiento de muchos hijos, exceptuando las vestales, a quienes los antiguos declararon libres de toda potestad, en honor del sacerdocio: así lo determinó también la ley de las Doce Tablas.” (Gayo, Instituciones, I, X, 145)

Una vestal, pintura de Giovanni Mochi.
Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile

Su manutención y otros gastos eran sufragados por el Estado, y también podían percibir donaciones y herencias. En los últimos años del Imperio, los gobernantes empezaron a reducir sus privilegios, como se puede ver en el informe de Símaco por el que reclama del emperador que el fisco no retenga las herencias legadas a las vestales.

“¿Cuánto beneficio ha obtenido vuestro erario sacro despojando a las vírgenes vestales de sus prerrogativas? ¿Se deniega bajo los emperadores más desprendidos lo que otorgaron los más ahorrativos? Su única recompensa se encuentra en aquella especie de tributo a su castidad: así como las cintas sirven de ornamento a su cabeza, se considera que estar libre de cargas es una distinción del sacerdocio. Reclaman un título de inmunidad que está, por decirlo así, vacío, dado que por su pobreza están a salvo de desembolsos. En consecuencia, quienes les sustraen algo contribuyen en mayor medida a su enaltecimiento, puesto que la virginidad consagrada al bienestar público crece en mérito cuando carece de recompensas. ¡Esas economías han de apartarse de la pureza de vuestro erario! ¡El tesoro de unos príncipes buenos no debe acrecentarse con los perjuicios de los sacerdotes sino con los despojos de los enemigos! ¿Compensa esa débil ganancia el resentimiento? Por otra parte, la avaricia no se aviene con vuestro carácter. Por esto son más desgraciados aquellos a los que les han sido arrancados sus antiguos subsidios. Efectivamente, bajo unos emperadores que se mantienen alejados de la propiedad ajena, pues resisten a la codicia, se efectúa la sustracción sólo para agraviar al que sufre la pérdida, porque el móvil no es el ansia de rapiña. El fisco retiene también los campos legados por voluntad de los agonizantes a las vírgenes y a los ministros del culto. Os ruego, sacerdotes de la justicia, que se restituyan a los santuarios de vuestra Urbe las herencias procedentes de particulares.” (Símaco, Informes, 3, 11-13)

Grabado. The New York Public Library Digital Collections

Además, y en atención a la importante función de las vestales, su persona era sacrosanta, por lo que la inviolabilidad provocaba el respeto máximo de los ciudadanos de Roma, que apreciaban la necesidad de proteger a las vestales consagradas para respetar su sacrificio vital dedicado a la Diosa Vesta.

“A cada una de las vírgenes Vestales se les adjudicó un lictor, porque una de ellas, regresando al atardecer a casa después de la cena, no fue reconocida y fue ultrajada.” (Dión Casio, Historia romana, 47, 19)

Lictor. Jardín del Museo Arqueológico de Verona.
Foto de Jose Luiz Fernández Ribeiro

Las vestales eran transportadas en un carpentum (un carruaje de dos ruedas, cubierto, y precedido por un lictor) teniendo la preferencia de paso, incluso el veto de un tribuno de la plebe, considerado igualmente sagrado, no podría oponerse a los movimientos de una virgen vestal, así, la vestal Claudia permitió que su padre, Appius Claudius Pulcher (cónsul en el 143 a.C.), y a quien el Senado le negaba los honores del triunfo, fuera al Capitolio, ella se subió al carro de su padre evitando que un tribuno de la plebe le impidiera atravesar la Via Sacra y poder llegar así al Capitolio para celebrar su triunfo.

“¿no te recordaban mis descendientes que la gloria de una mujer consiste en imitar las virtudes domésticas, así la noble Q. Claudia o la famosa virgen vestal Claudia que, abrazada a su padre, en medio del triunfo, no permitió ser descendida de la carroza por su adversario, el tribuno de la plebe? (Cicerón, En defensa de M. Celio, XXXIV)

El paso de las vestales. Henri Paul Motte

Las vestales tenían un lugar de honor reservado en los juegos y representaciones públicas, Las vestales también gozaban del privilegio de contemplar los juegos del circo desde las primeras filas e incluso apostar.

“Está ella sentada, bien visible por las venerables galas de sus ínfulas y disfruta con los que azuzan a los gladiadores. ¡Vaya un espíritu delicado y suave! Se pone en pie ante los golpes, cada vez que el vencedor clava su espada en el cuello del otro ella dice que ese es su preferido, y esta doncella recatada ordena, volviendo su pulgar, que revienten el pecho del hombre caído, para que no quede pizca alguna de aliento oculta en lo hondo de aquellos órganos vitales, mientras el gladiador se retuerce en estertores con la espada clavada bien hondo.” (Aurelio Prudencio, Contra Símaco II, 1095)

Nerón permitió su entrada a los juegos atléticos porque en Olimpia algunas sacerdotisas podían presenciarlos.

“Invitó al espectáculo de los atletas incluso a las vírgenes vestales, porque en Olimpia hasta las sacerdotisas de Ceres tienen acceso a él.” (Suetonio, Nerón, XII, 4)

Vestales en el Coliseo, pintura de Louis-Hector Leroux

Las vestales podían dar testimonio sin antes prestar el juramento habitual confiándose en su palabra sin ningún tipo de duda; además, personas notables les confiaban importantes documentos estatales, como tratados públicos, y testamentos debido a su carácter incorruptible.

“Había hecho su testamento bajo el consulado de Lucio Planco y Gayo Silio, el tercer día antes de las nonas de abril, un año y cuatro meses antes de su muerte; escrito en dos códices, en parte por él mismo y en parte por sus libertos Polibio e Hilarión, había sido depositado en poder de las vírgenes vestales, que lo sacaron ahora a la luz junto con tres rollos igualmente sellados. Todos estos documentos fueron abiertos y leídos en el Senado.” (Suetonio, Augusto, 101, 1)

Las vestales entregan el testamento de Augusto al Senado romano,
pintuura de Ernest Joseph Bailly,  Museo de Bellas Artes de Gante, Bélgica

Las vestales tenían el poder de liberar a los prisioneros y esclavos condenados solo con tocarlos; si una persona condenada a muerte veía a una vestal durante su camino a la ejecución, era indultada automáticamente siempre que este encuentro se hubiera producido de manera fortuita.

“Concédenseles grandes prerrogativas, entre ellas la de testar viviendo todavía el padre, y hacer sin necesidad de tutores sus negocios, como las que son madres de tres hijos: llevan lictores cuando salen a la calle; y si por caso se encuentra con ellas uno que es llevado al suplicio, no se le quita la vida; pero es necesario que jure la virgen que el encuentro ha sido involuntario y fortuito, no preparado de intento; el que pasa por debajo de la litera cuando van en ella paga con la vida.” (Plutarco, Numa, 10)

Ilustración de Francesco Coleman

El emperador Augusto les concedió los mismos derechos que adquirían las matronas que tenían tres hijos, aunque ellas ya gozaban de la mayoría de dichos derechos por su condición sacerdotal. Además, podían hacer testamento y ser enterradas dentro del pomerium, es decir dentro de los límites de la ciudad, privilegio que se reservaba a muy pocas personas.

“Concedió a las vestales los mismos privilegios, todos, de los que gozaban las mujeres que habían parido.” (Dión Casio, Historia romana, LVI, 10, 2)

Además, después de su fallecimiento, sus cenizas, que estaban libres de toda impureza, eran enterradas dentro del pomerium, esto es, dentro de los límites de la ciudad, un privilegio reservado a muy pocas personas y algo excepcional según la ley romana de las Doce Tablas que regulaba, entre otras cosas, los enterramientos.

Vestal tumbada junto a un fuego en una tumba.
Pintura de Giuseppe Bernardino Bison

Por su ascendente religioso y su posición privilegiada se recurría a su influencia para interceder ante otras autoridades y pedir clemencia para los que habían solicitado su ayuda.

“Mesalina, aunque la adversidad disminuía su capacidad de decisión, determinó sin vacilación salir al encuentro de su marido y hacerse ver por él, un proceder que con frecuencia le había servido de ayuda, y envió un aviso para que Británico y Octavia se adelantaran a abrazar a su padre. Y a Vibidia, la más anciana de las Vírgenes Vestales, le pidió que se entrevistara con el Pontífice Máximo y le pidiera clemencia.” (Tácito, Anales, XI, 32)

Vestal. Wenzel Tornoe

Las vestales aparentemente eran atendidas por médicos durante sus enfermedades, pero si tenían que dejar el templo para recuperarse de su mal, acudían al hogar de una mujer casada que se hacía cargo de su cuidado.

“Estoy muy inquieto por la enfermedad de Fania. La contrajo mientras cuidaba a la vestal Junia, al principio por propia voluntad (pues Junia es pariente suya), luego también por orden de los pontífices. Pues las vírgenes vestales, cuando son obligadas por una grave enfermedad a abandonar el templo de Vesta, son confiadas al cuidado y protección de mujeres casadas.” (Plinio, Epístolas, VII, 19)

Una Vestal. Pintura al óleo de Alejo Vera y Estaca. Museo del Prado

El aspecto con el que las vestales se presentaban en público destacaba por el simbolismo que las relacionaba con su estado virginal, pero que contenía elementos propios tanto de las matronas como de las novias. Según algunas fuentes las vestales cortarían su cabello y envolverían su cabeza con las infulae, cintas entrelazadas de lana, que simularían el peinado de una novia, el llamado seni crines, que consistía en formar seis trenzas que rodeaban la cabeza como si fuera un turbante.

Detalle del relieve del palacio de la Cancilleria,
Museo Gregorio Profano, Vaticano

Las infulae se atarían a la nuca y terminarían en las vittae que colgaban como gruesos cordones sin nudos sobre los hombros. Las vittae rojas simbolizaban el compromiso de las vestales en mantener encendido el fuego sagrado y las blancas representaban su voto de castidad, su pureza y virginidad.

“La ínfula es una banda parecida a una diadema, de la que cuelgan unas cintas a ambos lados; la mayoría son anchas y retorcidas [y de color son] rojas y blancas.” (Servio, Comentario a la Eneida, 10, 538)

Detalle del cuadro Virgen Vestal de Angelo Martinetti

El último elemento que se colocaba sobre sus cabezas era un velo blanco, llamado suffibulum (sufíbulo), el cual era utilizado por las sacerdotisas cuando realizaban determinadas ceremonias o rituales que les eran encomendadas. Este velo se sujetaba con un broche sobre el pecho.

Como atuendo solían llevar la stola, túnica característica de la matrona, que podía sujetarse con un cinturón atado con el nudo de Hércules, y como manto utilizaban la tradicional palla.

Vestal máxima. Museo Nacional Romano, Roma

Las vestales debían encargarse de diversas ocupaciones, algunas de tipo cotidiano y otras relativas a la función pública que tenían.

Las vírgenes de Vesta tenían la obligación de mantener el fuego consagrado a Vesta encendido sin permitir que se apagase, por lo que debían turnarse para custodiarlo. Su extinción se veía como un presagio funesto para la ciudad, lo que implicaba realizar unos ritos de regeneración.

“Las Vírgenes Vestales guardarán el fuego perpetuo de la ciudad.” (Cicerón, De las Leyes, II, 20)

Universal Images Group

Las vestales eran responsables de preparar la mola salsa, una mezcla de farro molido y sal que los sacerdotes y sacerdotisas derramaban por encima de las víctimas en cada sacrificio público en la ciudad de Roma.

“Las tres Vestales mayores desde el día después de las nonas de mayo hasta el día antes de los idus de mayo, en días alternos, ponen granos en cestas de cosecha, y ellas mismas los tuestan, machacan y muelen, y después almacenan lo que así se ha molido.” (Servio, Comentario de las Bucólicas, VIII, 82)

Ofrendas. Ilustración Andrea Oppiani

Esta harina se mezclaba con el muries, una salmuera que se empleaba en distintos ritos sacrificales y funerarios, para hacer la mola salsa en la fiesta de la Vestalia en junio, en los ludi romani en septiembre y en las Lupercalia en febrero.

“La muries se hace, como Veranius enseña, de sal refinada que ha sido machacada en un mortero, puesta en una jarra de arcilla, y cubierta con yeso y cocinada en un horno; a esta, después de haberla cortado con una sierra de hierro y puesto en una vasija de arcilla, que está dentro del Templo de Vesta en la despensa exterior, las vestales añaden agua de la que fluye continuamente, en la cantidad que sea necesaria, excepto de la que viene por conductos, y finalmente la usan en sacrificios.” (Festus, 152L)

Ilustración de William Humphrey. Yale Center for British Art

También preparaban el suffimen, el sahumerio que se ofrecía en los altares de los dioses durante la fiesta de Parilia, en la que se purificaban los rebaños y se conmemoraba el nacimiento de la ciudad.

“Anda a buscar, pueblo, el sahumerio del altar virginal. Vesta te lo dará, por el don de Vesta serás puro. Los materiales para ese sahumerio serán la sangre de un caballo y la ceniza de un ternero; el tercer ingrediente, el tallo vacío de un haba dura.” (Ovidio, Fastos, IV, 731)

Vírgenes vestales. Pintura de Anthoni Schoonjans.
Museo de Arte Histórico de Viena

Otra de las ocupaciones de las vestales era custodiar el penus (despensa) y los sacra (objetos sagrados) guardados en el templo de Vesta. Entre los pignora imperii, objetos venerados por el pueblo de Roma que garantizaban su continuidad, se hallaba el Palladium, una pequeña estatua de Palas Atenea, que se creía había sido traída por Eneas de Troya. Siendo pontífice máximo Lucius Caecilius Metellus se incendió el templo de Vesta y este entró arriesgando su vida para recuperar la estatua de Atenea.

¡Ay, cuánto miedo pasaron los padres la vez que salió ardiendo Vesta y casi quedó aplastada por su propio tejado! Los fuegos sagrados ardían junto con los fuegos criminales, y la llama profana se había mezclado con la llama piadosa. Las oficiantes lloraban estupefactas con el pelo suelto; el propio miedo les había quitado las fuerzas del cuerpo. Metelo se presentó volando en el medio y dijo a grandes voces: «Venid a ayudar; no es auxilio llorar. Levantad en vuestras manos virginales las prendas del destino; no es con deseos sino con vuestras manos como hay que sacarlas. jPobre de mí! ¿Dudais?» —dijo. Veía que dudaban y que atemorizadas se habían postrado hincando las rodillas. Tomó agua y, levantando las manos, dijo: «jPerdonadme, santos lugares! Hombre como soy, voy a entrar donde no puede entrar un hombre. Si es un crimen, caiga sobre mí el castigo del delito: que quede libre Roma a riesgo de mi propia vida». Dijo, y se lanzó dentro. La diosa, una vez sacada, aprobó la acción y. fue puesta a salvo por la devoción de su pontífice.” (Ovidio, Fastos, VI, 437)

Las vestales reciben el Palladium de manos de Metelo. Pintura de Bénigne Gagneraux.
Museo de Bellas Artes de Dijon, Franca

También en el templo se guardaban las estatuas de los Penates, dioses estatales de los romanos, pero también dioses de la despensa en la religión doméstica. Recibían su culto por su vinculación con el fuego del hogar de la casa.

Un objeto curioso que recibía culto era una efigie con forma de falo. Se sabe que el fascinus o amuleto fálico se usaba como amuleto de fertilidad y contra las maldiciones y las vestales podían haber venerado al dios Fascinus por su papel protector de Roma y del fuego sagrado.

“Y el niño está también bajo la divina protección de Fascinus, guardián no solo de infantes, sino también de generales. Es venerado como un dios por las Vestales como parte de los ritos romanos, y colgando bajo los carros de los generales triunfadores, los defiende de la envidia como si fuera un médico.” (Plinio, Historia Natural, XXVIII, 7, 39)

Vestales. Pintura de Jean Raoux, Museo de Bellas Artes de Lille, Francia

Solo las vestales podían ver y manipular los sacra, aunque en ocasiones de peligro cuando los objetos debían ser puestos a salvo, ellas recibirían ayuda para transportarlos y esconderlos. 

“Mientras todo esto ocurría, el flamen de Quirino y las vírgenes vestales, sin pensar en sus propiedades particulares, deliberaban sobre cuáles de los objetos sagrados debían conservar con ellos y cuáles dejar atrás, pues no tenían bastantes fuerzas para llevarlas todas, y también sobre cuál sería el lugar más seguro para custodiarlas. Pensaron que lo mejor para ocultar lo que no podían llevar sería ponerlo en pequeñas tinajas y enterrarlas bajo la capilla próxima a la casa del Flamen, donde ahora está prohibido escupir. El resto lo repartieron entre ellos y se lo llevaron, tomando la carretera que conduce desde el puente Sublicio al Janículo. Mientras subían esa colina, fueron vistos por Lucio Albinio, un plebeyo romano que abandonaba la Ciudad con el resto de la multitud que no era apta para la guerra. Incluso en esa hora crítica, no se olvidó la distinción entre lo sagrado y lo profano. Llevaba con él, en una carreta, a su mujer e hijos, y le pareció un acto de impiedad que se le viera junto a su familia en un vehículo mientras los sacerdotes nacionales avanzaban penosamente a pie, llevando los vasos sagrados de Roma. Ordenó a su esposa e hijos que bajasen, puso a las vírgenes y a su sagrada carga en la carreta y los llevó a Caere, su destino.” (Tito Livio, Ab Urbe condita, V, 40)

Lucio Albino rescata a las vestales. Atribuido a Antonio Giuseppe Basoli. Smithsonian Institution

Las vestales limpiaban diariamente el templo y los objetos sagrados con agua natural de lugares sagrados, ya fueran ríos o manantiales. El agua era llevada en vasijas con fondos cóncavos ya que no podía tocar la tierra, ni se cogía la de acueductos.

“El futtile es una vasija de boca ancha y base estrecha, que se usa en los ritos de Vesta, ya que el agua destinada a ellos no se deja en el suelo, porque si se hace, se requiere una expiación. Por eso se diseñó una vasija que no pudiese sostenerse de pie, sino que se derramase cuando se depositase en el suelo.” (Servio, Comentario a la Eneida, XI, 339)

Vestal llevando cántaro de agua.
Pintura de Louis-Hector Leroux

Además, una vez al año, el 15 de junio, en el marco de las celebraciones de las Vestalia, las vestales se debían ocupar de la stercoratio, que consistía en barrer el templo de Vesta y llevar la basura a un lugar situado hacia la mitad de la colina Capitolina por el que se arrojaba al rio Tiber, porque para la sociedad romana, el fuego sagrado debía estar libre de polvo y cenizas.

“Este es el día en que tú, Tíber, envías al mar a través de las aguas etruscas la purificación de Vesta.” (Ovidio, Fastos, VI, 710)

Vestal custodiando el fuego sagrado.
Pintura de Louis-Hector Leroux

En la Antigua Roma se pensaba que las oraciones y plegarias de las vestales tenían una gran fuerza y eran verdaderamente efectivas, por lo que se las tenía como poderosas y eran hasta cierto punto temidas, ya que su virginidad y castidad les ofrecía un lugar privilegiado para la comunicación con los dioses.

Las vestales participaban en las supplicationes, rogativas de carácter público que podían ser de varios tipos: expiatorias, propiciatorias o gratulatorias. Las expiatorias se realizaban para establecer la pax deorum, y eran necesarias cuando se presenciaba en Roma una serie de prodigios nefastos que no tenían explicación y debían ser tratados urgentemente para recuperar el favor de las divinidades. Estos prodigios se vinculaban con situaciones de amenaza para la comunidad, que podían ser internas (enfermedades o plagas que afectaban especialmente a las embarazadas y al ganado) o externas (guerras, etc.).

“Se encargó a los cónsules que expiaran los prodigios con víctimas mayores y celebraran un día de rogativas. Todo ello se llevó a cabo, en virtud de un decreto del senado. Más que todos los prodigios anunciados de fuera o vistos en la ciudad, atemorizó a las gentes el hecho de que se apagara el fuego del templo de Vesta, y por orden del pontífice Publio Licinio fue azotada la vestal que había estado de guardia aquella noche. Aunque esta circunstancia se había debido no a una admonición de los dioses sino a un descuido humano, se acordó, no obstante, hacer una expiación con víctimas mayores y una rogativa en el templo de Vesta.” (Tito Livio, Ab urbe condita, XXVIII, 11, 6)

Vestal durmiendo. Pintura de Louis-Hector Leroux

Las propiciatorias servían para atraer el favor de los dioses y se realizarían en ocasiones de las festividades públicas y religiosas.

“Estad vigilantes, no sea que aquel fuego eterno, guardado gracias a las labores nocturnas y velas de Fonteya, se diga que ha quedado extinguido con las lágrimas de vuestra sacerdotisa. Tiende a vosotros la virgen vestal sus manos suplicantes, las mismas que tiene como rito tender a los dioses inmortales en favor vuestro. Cuidad de que no resulte peligroso e insolente el que desdeñéis vosotros sus ruegos: si los dioses rechazaran sus preces, lo nuestro no podría mantenerse incólume.” (Cicerón, En defensa de Marco Fonteyo, 48)

Súplica a la diosa. Pintura de Louis-Hector Leroux

Las gratulatorias se hacían para agradecer a los dioses y se acabaron vinculando a las gestas de personajes importantes y miembros de la familia imperial.

“Cuando regresé a Roma procedente de Hispania y Galia, tras haber concluido con éxito los asuntos que me hicieron ir a esas provincias, durante el consulado de Ti. Neron y P. Quintilio, el Senado acordó la consagración del altar de la Paz Augusta, en acción de gracias por mi regreso, junto al Campo de Marte, y ordenó que los magistrados, los sacerdotes y las vírgenes vestales hiciesen en él un sacrificio anual.” (Augusto, Res Gestae, 12, 2)

Dos vestales. Pintura al óleo de Nicolaas Verkolje

El fuego sagrado que las vestales custodiaban era el símbolo de la continuidad de la vida, la unión entre los vivos y sus antepasados, por lo que las vestales tenían la obligación de evitar que la llama se apagase, pues la extinción implicaría un suceso muy grave (prodigium) para la población romana, que podía identificar la desaparición del fuego sacro con el incumplimiento del voto de castidad por parte de la vestal. Por tanto, siempre existía una cierta ansiedad en la vida de las sacerdotisas de Vesta para evitar que el cansancio, la distracción o cualquier otro motivo causara la extinción del fuego que provocaría la ira de los dioses. Que el fuego de Roma se apagase era un presagio funesto, y debía ser restaurado de forma ritual y con su respectiva expiación o piaculum (súplicas, procesiones o sacrificios) por el peligro que corría la sociedad.

“Se dice que una vez se apagó el fuego por descuido de la que en aquel momento lo vigilaba, Emilia, pues entregó su cuidado a otra virgen de las recién elegidas y que estaba todavía aprendiendo. Se produjo un gran alboroto en la ciudad entera y una inspección a cargo de los pontífices, no fuera a ser que hubiera alguna mancha de la sacerdotisa que estaba con el fuego. Entonces dicen que Emilia, que era inocente, turbada por lo ocurrido, en presencia de los sacerdotes y de las otras vírgenes, tendió sus manos sobre el altar y dijo: «Vesta, guardiana de la ciudad de Roma, si te he realizado las ceremonias santa y justamente durante casi treinta años con alma limpia y cuerpo puro, aparécete a mí, ayúdame y no permitas que tu sacerdotisa muera de la manera más lamentable; pero si he hecho algo impío, expía el sacrilegio de la ciudad con mi castigo». Tras decir esto desgarró la túnica de gasa que vestía y dicen que lanzó el jirón sobre el altar a continuación de la plegaria, y de las cenizas, enfriadas largo tiempo y que no guardaban lumbre, resurgió una gran llama a través de la gasa, de modo que la ciudad no necesitó ni expiaciones ni un nuevo fuego.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, II, 68, 3)

Sacrificio a Vesta. Francisco de Goya.
Colección Félix Palacios Remondo, Zaragoza

Durante todos los años de servicio, las vestales estaban obligadas a guardar castidad y si, en algún momento, no cumplían con ello, se les castigaba con severidad, la mayoría con una muerte cruel puesto que eran enterradas vivas. Romper la norma de mantener la castidad se tenía como delito de incestum y se consideraba una ofensa a los dioses, una ruptura de la pax deorum que necesitaba un acto de expiación para purificar los objetos sagrados que habían estado en contacto con la vestal transgresora.

Cuando la sociedad romana atravesaba por una época de gran tensión social y se producían prodigios que advertían de peligros para la comunidad necesitaban hallar una explicación para su aparición y creían que se había llegado a la ruptura de la pax deorum debida a que alguna de las vestales había realizado los ritos estando impura por haber roto el voto de castidad.

Relieve con sacrificio en honor de Vesta procedente de Villa Albani.
Museo de la Civilización Romana, Roma. Foto Mary Harrsch

Cuando una vestal era acusada de haber cometido el crimen de incestum el colegio de los pontífices realizaba una investigación y un juicio. Durante el juicio era interrogada la vestal y los testigos. Tras las pesquisas el colegio daba un veredicto y si la vestal era culpable se le condenaba a ser enterrada viva. Mientras al amante se le azotaba hasta morir en el Foro.

“Esto fue lo que sucedió en el campamento, y mientras tanto, en la propia Roma aparecieron muchas señales de los dioses bajo la forma de voces y visiones inusuales, como indicaciones de la cólera divina. Y todo apuntaba a esto, según manifestaron los adivinos y los intérpretes de prodigios: que algunos dioses estaban irritados porque no recibían los honores acostumbrados, pues sus ritos no se estaban realizando ni con pureza ni con piedad. Después de esto, tuvo lugar una búsqueda exhaustiva por parte de todos y, por fin, se denunció ante los pontífices que una de las vírgenes que guardaban el fuego sagrado, cuyo nombre era Opimia, estaba contaminando los ritos por haber perdido la virginidad. Y los pontífices, averiguando mediante torturas y otras pruebas que el delito denunciado era cierto, le quitaron a ésta de la cabeza las cintas y, conduciéndola en procesión a través del Foro, la enterraron viva dentro de la muralla, y a los dos hombres que fueron convictos de haber llevado a cabo la violación, los azotaron públicamente e inmediatamente les dieron muerte. Y después de esto, los sacrificios y los augurios fueron favorables, mostrando que los dioses habían depuesto su cólera contra ellos.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, VIII, 89, 4-5)

Ejecución de una vestal. Pintura de Heinrich Friedrich Füger. Museo del Hermitage

La vestal culpable sería previamente apartada de los objetos sagrados (sacra); después, el día de la ejecución de la condena, la desposeerían de la ínfula y sería conducida en litera (cubierta con telas ligadas con cintas) con un velo, pues nadie podía ver su rostro impuro, desde el Foro en silenciosa procesión hasta la Puerta Colina, situada en un lugar conocido como Campus Sceleratus, dentro de la ciudad. Aquí se supone que se encontraba la habitación subterránea donde era abandonada, después de una oración del pontifex maximus, y en la cual se depositaba un poco de comida (pan, aceite, leche y agua) y una lucerna; una vez dentro, cubrían la entrada con tierra. No había ningún monumento en superficie, ya que ningún signo visible debía indicar el lugar. De la misma forma, después de la expiación no había ninguna ceremonia.

“La que ha violado la virginidad es enterrada viva junto a la puerta llamada Colina, donde a la parte de adentro de la ciudad hay una eminencia que se extiende bastante, llamada en latín el montón. Se hace allí una casita subterránea muy reducida, con una bajada desde lo alto; se dispone en ella una cama con su ropa, una lámpara encendida, y muy ligero acopio de las cosas más necesarias para la vida, como pan, agua, leche en una jarra, aceite, como si tuvieran por abominable destruir por el hambre un cuerpo consagrado a grandes misterios. Ponen a la que va a ser castigada en una litera, y asegurándola por afuera, y comprimiéndola con cordeles para que no pueda formar voz que se oiga, la llevan así por la plaza. Quedan todos pasmados y en silencio, y la acompañan sin proferir una palabra, con indecible tristeza: de manera que no hay espectáculo más terrible, ni la ciudad tiene día más lamentable que aquel.

Cuando la litera ha llegado al sitio, los ministros desatan sus cintas, y el Pontífice Máximo, pronunciando ciertas oraciones arcanas y tendiendo las manos a los Dioses por aquel paso, la conduce encubierta, y la pone sobre la escalera que va hacia abajo a la casita; desde allí vuelve con los demás sacerdotes, y después de que la infeliz baja, se quita la escalera, y se cubre la casita, echándole encima mucha tierra desde arriba, hasta que el sitio queda igual con todo aquel terreno; y ésta es la pena que se impone a las que abandonan la virginidad que habían consagrado.” (Plutarco, Numa, 10)

Suplicio de una vestal. Pintura de Michel Honoré Bounieu.
Museo de Bellas Artes de Marsella, Francia

Pinaria fue una vestal de época del quinto rey de Roma, Tarquinio Prisco (ca. 616-579 a. C.), a la que se condenó por incesto, siendo la única condenada en época monárquica documentada por las fuentes. Al rey Tarquinio Prisco se le atribuye el entierro en vida de las vestales impuras, porque a través de un sueño se le sugirió este castigo para ser aplicado a Pinaria. Por tanto, fue condenada y sepultada viva.

“Parece que también aquél fue el primero en idear las penas con que los pontífices castigan a las sacerdotisas que no conservan su virginidad, inducido por su propia reflexión o, como creen algunos, obedeciendo a un sueño. Estas penas los intérpretes de ritos sagrados dicen que fueron encontradas tras su muerte en los Oráculos Sibilinos. Y en efecto, bajo su reinado una sacerdotisa, Pinaria, hija de Publio, fue descubierta yendo impura a los sacrificios.” (Dionisio de Halicarnaso, III, 67, 2)

Enterramiento de una vestal. Litografía. Museo Británico, Londres

La vestal Minucia en el año 337 a.C. fue acusada de romper su castidad, aunque en realidad parece ser que había destacado por su forma de vestirse y comportarse. Finalmente fue condenada y enterrada viva.

“Aquel año la vestal Minucia empezó por levantar sospechas al cuidar su atuendo más de lo normal, después fue acusada ante los pontífices por el mismo esclavo que la había denunciado. Éstos le ordenaron por medio de un decreto que no participase en las funciones religiosas y que conservase en su poder a sus esclavos. Se celebró el juicio y fue enterrada viva junto a la puerta Colina a la derecha de la vía pavimentada, en el campo del Crimen; creo que aquel lugar recibió este nombre por el atentado contra la pureza.” (Tito Livio, VIII, 15, 7-8)

Encierro de una vestal. Pintura de Pietro Saja

La Vestal Opimia fue enterrada viva en el año 216 a. C. tras ser acusada de incesto junto con Floronia, que se suicidó. La condena de ambas vestales se produjo en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, momento de pánico general y presagios funestos debido a las derrotas infligidas por Aníbal y que vio apagarse dos veces el fuego sagrado de Vesta. El culpable del estupro cometido contra Floronia fue el escriba de los pontífices, Lucio Cantilio, quien fue azotado con varas hasta la muerte por el pontífice máximo en el Comicio.

“Aparte de tan graves desastres, también cundió el miedo, especialmente porque aquel año, entre otros hechos fuera de lo común, dos vestales, Opimia y Floronia, fueron convictas de incesto; una de ellas fue enterrada viva, como era costumbre, junto a la puerta Colina, y la otra se quitó ella misma la vida; Lucio Cantilio, escriba pontificio, de los que ahora llaman pontífices menores, que había pecado con Floronia, fue azotado con varas en el comido por el pontífice máximo hasta que murió bajo los golpes.” (Tito Livio, Ab urbe condita, XXII, 57, 2)

Vestal entrando en su tumba. Grabado de Bartolomeo Pinelli

Cornelia fue una vestal elegida en el año 62 que pertenecía a una importante familia senatorial patricia y que fue acusada y declarada inocente en su juventud. Con toda probabilidad puede ser ella la Vestal Máxima que en el año 90 o 91 fue acusada y encontrada culpable bajo el gobierno de Domiciano.

Según Plinio todos estos hechos supusieron un deshonor para Domiciano y mostraban su carácter tiránico, ya que Cornelia fue juzgada sin estar presente y sin ser oída por los pontífices, reunidos en Alba Longa bajo la presidencia del emperador y pontífice máximo. Cuando era llevada al castigo, la vestal gritaba que no había roto sus votos y que sus ritos habían propiciado las victorias militares y los triunfos del emperador.

"(Valerio Liciniano) Reconoció en efecto haber abusado de una vestal, pero no está claro si lo hizo porque era verdad, o porque temía un castigo aún mayor, si lo hubiese negado. En efecto, Domiciano estaba fuera de sí y lleno de cólera, aislado en medio del odio general. Pues deseando ardientemente enterrar viva a la vestal máxima Cornelia, en la idea de que daría esplendor a su reinado con ejemplos de esta naturaleza, usando de su condición de pontífice máximo, o más bien de la crueldad de un tirano o del capricho de un déspota, convocó a los demás pontífices no en la Regia, sino en su palacio de Alba. Y, cometiendo un crimen superior al que parecía querer castigar, condenó a Cornelia por haber quebrantado sus votos de castidad, en ausencia y sin ser oída, aunque él mismo no sólo había mantenido una relación incestuosa con su propia sobrina, sino que incluso había provocado su muerte; pues murió viuda a causa de un aborto. Los pontífices fueron enviados inmediatamente con el encargo de enterrarla y ejecutarla. Cornelia, tendiendo sus manos ya a Vesta, ya a las otras divinidades, profería a gritos numerosas protestas, especialmente ésta: «El emperador piensa que he roto mis votos de castidad, cuando yo realizaba las ceremonias sagradas con las que él venció y celebró sus triunfos». No se sabe con certeza si dijo estas palabras para ablandar el corazón de Domiciano o para burlarse de él; por confianza en si misma o por el desprecio que sentía por él. Las repetía sin cesar mientras era conducida al suplicio; no sé si era inocente, pero actuaba como si lo fuese. Más aún, cuando bajaba a la famosa cámara subterránea y su manto se enganchó, se volvió y recogió sus pliegues; y como el asesino le hubiese ofrecido su mano, se apartó y se echó hacia atrás, y rechazó aquel contacto repugnante como si su cuerpo fuese ciertamente puro y casto, y en un último gesto de castidad y observando todas las reglas del recato «se preocupó en gran manera de caer de una manera llena de pudor».  Además, el caballero romano Céler, a quien se acusaba de ser cómplice de Cornelia, cuando era golpeado en el Comicio con las varas, no dejaba de repetir: «¿De qué se me acusa? No he hecho nada»" (Plinio, Epístolas, IV, 11)

Suplicio de una vestal. Pintura de Henri-Pierre Danloux. Museo del Louvre, París

Algunas vestales se libraron del castigo después de ser acusadas, como en el caso de Postumia, quien alrededor del 420 a.C., fue acusada por el pontífice Espurio Minucio, de vestirse con colores y mostrarse alegre, símbolos externos de una presunta falta de castidad, pero fue absuelta, aunque se le recomendó abstenerse de frivolidades y vivir castamente.

“Craso fue acusado de acercarse a una de las vírgenes vestales, porque, queriendo comprarle una hermosa finca, con frecuencia se hallaba, por esto, con ella en privado y le hacía la corte. Y a Postumia, su risa pronta y su charla demasiado atrevida con los hombres la hizo tan sospechosa que fue acusada de disoluta. Se la halló, en efecto, libre de esta culpa, sin embargo, al soltarla el Pontífice Máximo, Espurio Minucio, le recordó que no usara palabras más desvergonzadas que su propia vida.” (Plutarco, Cómo sacar provecho los enemigos, 6)

Las Vestales, pintura de José Rico Cejudo.
Galería Rico Cejudo, Sevilla

En el año 233 a.C. la vestal Tuccia fue acusada por haber incumplido su voto de castidad, pero ella logró salvarse por la intercesión de la diosa Vesta, lo que hace dudar de que en vez de un relato histórico sea un mito creado con objeto de establecer una relación estrecha entre los dioses y los sacerdotes y sacerdotisas que mantenían su culto.

“Pero aún más extraordinario que esto y más parecido a una leyenda es lo que voy a decir.  Afirman que alguien acusó injustamente a una virgen sacerdotisa de nombre Tucia, y como no podía alegar la extinción del fuego, presentó otras falsas evidencias de pruebas y testimonios verosímiles. Al ser instada a defenderse la virgen dijo sólo esto: que disiparía las calumnias con sus hechos. Tras decir esto llamó a la diosa como guía de su camino y marchó hacia el Tiber con el permiso de los pontífices, acompañándola la muchedumbre de la ciudad. Cuando estuvo cerca del río emprendió la audacia considerada según el proverbio entre las primeras de las imposibles: sacar agua del río en una criba, y llevándola hasta el Foro la arrojó a los pies de los pontífices. Luego dicen que su acusador no fue encontrado ni vivo ni muerto a pesar de una gran búsqueda.” (Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma, II, 69)

La vestal Tuccia. Pintura de Louis-Hector Leroux

En el año 213 d.C. la Vestal Clodia Leta fue violada por Caracalla y, a pesar de su inocencia, acusada de incesto. Junto a ella, también fueron acusadas del mismo crimen las vestales de origen senatorial Aurelia Severa, Pomponia Rufina y Canucia Crescentina. Todas fueron enterradas vivas excepto la última, quien se suicidó tirándose desde lo alto de la Casa de las Vestales.

“Mientras se jactaba de ser el más piadoso de todos los hombres, se entregaba en un grado extravagante al derramamiento de sangre, condenando a muerte a cuatro de la Vírgenes Vestales, a una de las cuales él mismo había ultrajado, cuando aún tenía la oportunidad de hacer algo así, pues más tarde toda su potencia sexual hubo desaparecido. Por consiguiente, satisfacía sus deseos lascivos, como queda dicho, de diferentes formas; y este ejemplo fue seguido por otros de similares inclinaciones, quienes no solo admitieron que eran dados a tales prácticas, sino que declararon que lo hacían por el bienestar del emperador.

Esta muchacha, de la que acabo de hablar, se llamaba Clodia Leta, y fue enterrada viva, aunque protestaba a viva voz: "El propio Antonino sabe que soy virgen; él sabe que soy casta ". Otras tres compartieron su sentencia; dos de ellas, Aurelia Severa y Pomponia Rufina, fueron ejecutadas de la misma forma; pero Canucia Crescentina se arrojó ella misma desde lo alto de la casa.” (Dión Casio, Historia romana, Epítome del libro LXXVIII, 16, 1-3)

Emperador rapta a una vestal

El emperador Heliogábalo durante su corto reinado dio muestras de su excentricidad e impiedad en numerosas ocasiones, pero especialmente llamativo fue su acoso al culto de Vesta, en cuyo templo entró violentamente incumpliendo la ley y la tradición, en un intento de imponer sus propias creencias.

“Profanó la religión del pueblo romano destruyendo sus santuarios. Pretendió extinguir el fuego perpetuo. Deseó abolir no sólo los diferentes cultos que se celebraban en Roma, sino también los que se celebraban en todo el orbe de la tierra, movido por la única ilusión de que Heliogábalo fuera adorado como un dios en todo el mundo, y, mancillado con todo tipo de inmoralidades junto con otros hombres que se habían deshonrado a sí mismos, penetró violentamente en el santuario de Vesta, al que sólo pueden acceder las vírgenes vestales y los pontífices. Intentó robar también el Paladión del interior del templo, pero, habiéndose apoderado de una vasija que la Vestal Máxima le había mostrado falsamente, pensando él que se trataba de la vasija auténtica, y no habiendo encontrado nada en ella, la rompió estrellándola contra el suelo. No obstante, no perjudicó en nada el culto porque dicen que se habían fabricado muchas vasijas semejantes para que nadie pudiera robar la verdadera. A pesar de haber sucedido esto así, se llevó una estatua que creía que era el Paladión y la colocó en el templo de su dios, después de haber sido bañada en oro.” (Historia Augusta, Heliogábalo, 6, 7)

Numa Pompilio entraga el Palladium a las vestales para su custodia

Además, aunque estaba prohibido, desposó a una de las vestales, a quien posiblemente había deshonrado anteriormente.

“Cohabitó con Aquilia Severa, violando flagrantemente de aquella forma la ley; pues ella estaba consagrada a Vesta y, aun así, él la deshonró impíamente. En verdad, tuvo el atrevimiento de decir: "Lo hice para que nacieran de mí, el sumo pontífice, y de ella, suma sacerdotisa, niños divinos ".  De aquella forma, se envanecía de un acto por el que debería haber sido azotado en el Foro, arrojado a prisión y luego condenado a muerte. Sin embargo, ni siquiera estuvo mucho con esta mujer, sino que se casó una segunda, tercera, cuarta y aún otra vez más; tras todo ello, volvió con Severa.” (Dión Casio, Historia romana, LXXX, 9, 3)

Retrato de Aquilia Severa. Galleria Uffizi, Florencia. Foto Francesco Bini

La última Vestal Máxima conocida es Celia Concordia, quien se mantuvo en su cargo hasta el año 391 d.C. cuando Teodosio, quien en el 380 d.C. con el Edicto de Tesalónica, convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio Romano, cerró el templo de Vesta; ella y sus sacerdotisas tuvieron que abandonar la casa que ocupaban, construida por Septimio Severo en el 191 d.C. al haber ardido la anterior en un incendio.

Su nombre es también conocido por haberse visto envuelta en una polémica debida a su cargo. En el año 384, tras la muerte del senador Vetio Agorio Pretextato, que había sido pontífice de Vesta, pidió permiso al Senado, en nombre del colegio sacerdotal de las vestales, para erigir una estatua a este defensor de los cultos tradicionales. Quinto Aurelio Símaco, entonces prefecto de la Urbe, también pagano y buen amigo del fallecido, aunque estaba a favor de cualquier honor hacia su compañero, no estaba de acuerdo con que las vestales realizaran esta iniciativa, ya que iba contra la tradición y afectaba a la imagen de las sacerdotisas, porque no estaba bien visto que hicieran homenajes a un hombre.

“Las vírgenes que están al frente del culto de Vesta proyectan dedicar una estatua conmemorativa a nuestro Pretextato. Consultados los pontífices, salvo unos pocos que me han secundado, han dado su aprobación a levantar esa prueba de afecto sin considerar previamente el respeto por un sacerdocio sublime, la práctica de un largo tiempo o la situación de la época actual. Aunque yo me daba cuenta de que ni convenían al decoro de unas vírgenes tales homenajes a varones, ni se llevaba a efecto de acuerdo con la costumbre algo que no habían obtenido nunca antes Numa el fundador de los cultos, Metelo su conservador o todos los pontífices máximos, he guardado sin embargo silencio sobre esto para que no causara un perjuicio a los que aprobaban una evitar el precedente, para que una iniciativa nacida con un fundamento legítimo no llegase en poco tiempo por medio de la intriga a personas indignas.” (Símaco, Cartas, II, 36)

Base de la estatua dedicada a Pretextato, Museos Capitolinos, Roma.
Foto Massimo Cimoli

Finalmente, llevaron a cabo la dedicación, ya que la esposa de Pretextato, Fabia Aconia Paulina, erigió en su casa del Esquilino una estatua a la vestal Celia Concordia en agradecimiento por el homenaje a su marido. En su pedestal se hace referencia a la pureza y piedad que demostró la vestal en las actividades de culto, y se señala la dedicatoria que ella junto con el resto de las vestales habían realizado a Pretextato.

“Para Coelia Concordia, la Vestal Máxima, Fabia Paulina, hija de Cayo, dispuso que se erigiera una estatua por su distinguida castidad y celebrada santidad en la realización del divino culto, y principalmente porque había erigido una estatua a su marido Vettius Agorius Praetextatus, de rango senatorial, un hombre notable y digno de ser honrado incluso por las vírgenes y sacerdotisas de este alto rango.” (CIL VI 2145, c.385)

Vista de la Casa de las Vestales, Roma. Foto Samuel López

Según consta en algunas de las inscripciones honoríficas dedicadas a las vestales, estas parecen haber tenido la posibilidad de recomendar a sus familiares o sus clientes para ejercer cargos en la administración imperial o en el ejército, o bien para ser tenidos en cuenta a la hora de ascender socialmente. Así, por ejemplo, la Vestal Máxima Campia Severina hacia mediados del siglo III recomendó con éxito a su cliente, un tal Q. Veturius Callistratus, para el lucrativo puesto de gestor financiero en la biblioteca privada del emperador, lo que indica la considerable influencia que una vestal máxima tenía a la hora de intervenir en el entorno del gobierno imperial.

“Para Campia Severina, la virgen Vestal Máxima, la más santa, cuya auténtica castidad fue confirmada por el senado y celebrada públicamente con alabanza eterna. Quintus Veturius Callistratus, del orden ecuestre, que fue nombrado, gracias a su intervención, como gestor financiero de la biblioteca privada del emperador, y como procurador suyo.” (CIL VI 2132)

Estatua de Vestal.
Parque Arqueológico del Coliseo, Roma

Alabar la profesionalidad religiosa de las vestales estaba aparentemente ligado al poder religioso y social que poseían. Las sacerdotisas tenían el poder de comunicarse con los dioses y de realizar todos los rituales y obligaciones relacionados con el culto y que habían aprendido durante su aprendizaje, por el contrario, aunque la piedad era una importante virtud romana, los ciudadanos ordinarios no tenían los conocimientos necesarios para realizar los ritos relativos a los cultos que seguían y comunicarse con las fuerzas divinas, por lo que confiaban en el buen hacer de las vestales para hacerlo. Por ello, los monumentos honorarios dejan constancia del agradecimiento a las vestales de los dedicantes por la profesionalidad mostrada en el desarrollo de sus funciones, a la vez que por los favores concedidos.

“Para Flavia Publicia, la Vestal Máxima, que es la más venerable y piadosa por encima de los demás en su devoción, castidad, virtuosidad y cuya escrupulosa actuación en los sacrificios y sobresaliente forma de enseñanza son también aprobadas por la diosa Vesta. Quintus Veturius Memphius de rango ecuestre, fictor (official) de las vírgenes vestales por su deseo de honrarla y por sus buenas acciones.”  (CIL VI 32419)

Estatua de la Vestal Máxima Flavia Publicia. Casa de las Vestales,
Roma. Foto PaulineM

Una vestal y su familia disfrutaban del aprecio de la comunidad y su nombre familiar se vinculaba con la piedad y la excelencia en el cumplimiento de sus funciones religiosas, por lo que los parientes de las vestales erigían monumentos honoríficos en su honor para aumentar el honor y el prestigio de la familia.

“Para Flavia Mamilia, virgen Vestal Máxima, cuyas extraordinaria castidad y venerable piedad hacia los dioses ha alabado el senado. Aemilius Rufinus, su hermano, y los hijos de su hermana, Flavius Silvinus y Flavius Ireneus, ociciales militares, por su destacada devoción hacia ellos y su excelencia.” (CIL VI 2133, c.242)

Los sacerdotes y devotos de otros cultos también dedicaron monumentos e inscripciones para agradecer y honrar alas vestales por la concesión de sus favores.

“Para Terentia Flavola, Virgen Vestal Maxima. Aurelius Iulius Balbillus, sacerdote del dios Sol erigió este monumento por sus buenas acciones.” (CIL VI 2130, c. 215)

Estatua de la Vestal Terentia Flavola. Casa de las Vestales, Roma.
Foto Amphipolis

Bibliografía



El sacerdocio femenino de las vestales, María Elisabet Barreiro Morales
Las vírgenes vestales: guardianas de Roma, Rafael Agustí Torres
Las vestales, los sacra, los doliola, y el sacellum en la toma de Roma por los galos el 390 a.C., Hipólito Benjamín Riesco Álvarez
Las sagradas sacerdotisas de Vesta, Sergio Gispert Blanco
Virginidad-fecundidad: en torno al suplicio de las vestales, Cándida Martínez López
Castidad o castigo. El estupro de las Vestales como símbolo de desorden social en Roma, Juan Antonio Montalbán Carmona
250 mujeres de la antigua Roma, editado por Pilar Pavón
On the burial of unchaste Vestal Virgins, Celia E. Schultz
The Costume of the Vestal Virgins, Meghan J. DiLuzio
The Ritual Activities of the Vestal Virgins, Meghan J. DiLuzio
Time and Eternity: The Vestal Virgins and the Crisis of the Third Century; Morgan E. Palmer
Some observations on the «crimen incesti», Tim Cornell
Rome's vestal virgins: public spectacle and society, Joshua M. Roberts
The Vestal Virgins and Power: Tradition and Change in Third Century Rome, Outi Sihvonen 
Vestal Virgins and Their Families, Andrew B.Gallia
Vestal Virgins of Rome: Images of Power, Melissa Huang