viernes, 7 de noviembre de 2025

Venatio, captura de animales en la antigua Roma (II)

 

Mosaico con captura de osos, Túnez, Getty Museum, Los Ángeles

“Tú, Clío, ve suplicante a Trivia a la cima del Taigeto y al frondoso Ménalo. Que la hija de Latona, no despreciándote cuando le supliques, favorezca la pompa del anfiteatro. Que ella misma escoja hombres audaces que enlacen con habilidad los cuellos de las fieras y que claven sus venablos con un golpe certero. Que ella misma guíe a las bestias terribles y a los monstruos cautivos desde sus guaridas y que deje por un tiempo su arco sediento de matanza. Que vengan osos, a los que, cuando se precipiten con su gran mole, admire desde los astros de Licaón la fiera Hélice y que los leones rujan heridos mientras el pueblo empalidece, leones como los que Cibeles desearía enfrenar en su carro migdonio y los que los brazos de Hércules preferirían haber estrangulado. Que rápidos como el rayo se apresuren al encuentro de las heridas los leopardos nacidos de razas mezcladas, cuando por casualidad un adúltero macho de color verde fecundó el vientre, más noble, de una leona: los hijos recuerdan a su padre en sus manchas y a su madre en su vigor. Que yazca en el anfiteatro todo lo que cría Getulia en sus llanuras pobladas de fieras, todo lo que se oculta en la nieve de los Alpes y si algo teme la selva de la Galia. Que la arena se empape de generosa sangre. Que los espectáculos dejen desolados todos los montes.” (Claudiano, Consulado de Manlio Teodoro, 290-310)

Mosaico de la caza, Villa romana de la Olmeda, Palencia, España

Los romanos fueron grandes aficionados a las cacerías y siempre disfrutaron de los espectáculos violentos, por lo que cuando Roma empezó a crecer y extender sus territorios los editores que se encargaban de la organización de los espectáculos trasladaron su realización a las plazas, foros o el circo de la ciudad al interior de la ciudad y las cacerías de animales que se podían ver en dichos lugares se llamaron venationes en las que originalmente se cazaban animales autóctonos, como jabalíes, ciervos y osos, a los que con la conquista de nuevos territorios se añadieron animales exóticos anteriormente desconocidos por los romanos.

 “Hubo en Roma, durante el principado de Gordiano, treinta y dos elefantes (de los que el mismo había enviado doce y Alejandro diez), diez alces, diez tigres, sesenta leones domesticados, treinta leopardos domesticados, diez belbi o hienas, mil parejas de gladiadores de propiedad imperial, seis hipopótamos, un rinoceronte, diez leones salvajes, diez jirafas, veinte asnos salvajes, cuarenta caballos salvajes y otros animales de este tipo, innumerables y variopintos, que Filipo, en los juegos seculares, o regalo o mato. Gordiano, preparaba todas estas fieras, las domesticas y las salvajes, para el triunfo sobre los persas; pero su imperial deseo no prevaleció, pues Filipo exhibió todas ellas en los espectáculos, en los juegos seculares y en el circo, cuando celebro el milenario de la fundación de la Ciudad en el consulado que compartió con su hijo.” (Historia Augusta, Los tres Gordianos, 33, 1)

Mosaico de Antioquía, Siria. Museo de Honolulu

Los animales exhibidos a finales de la República parecen haber sido suministrados por estados sujetos al dominio romano o territorios conquistados como parte de los tributos debidos a Roma. Durante el Imperio fue una práctica común que los reyes extranjeros regalaran animales procedentes de sus territorios a los emperadores romanos. Dicha costumbre se extendió hasta el final del Imperio.

“Pero Augusto, por su parte, regresó a Samos y una vez más pasó el invierno allí. En reconocimiento por su hospitalidad, garantizó la libertad a los habitantes y también atendió muchas cuestiones de gobierno. Un gran número de embajadas se presentó ante él, y los indios, que ya habían hecho propuestas, ahora concertaron un tratado de amistad, enviando unos tigres entre otros regalos, los cuales fueron vistos entonces por vez primera por los romanos y creo que también por los griegos.” (Dión Casio, Historia romana, LIV, 9, 7)

Detalle de mosaico de la Villa Adriana, Tïvoli.
Altes Museum, Berlín

Sin embargo, la mayoría de animales tenían que ser capturados en sus hábitats locales e importados por los editores con mucha antelación para que estuviesen en el lugar previsto para la celebración de las venationes a tiempo.

Los encargados de capturar a los animales llegaban hasta los lugares más remotos e inhóspitos con tal de encontrar las especies más reclamadas por el público que solían ser las desconocidas y exóticas por su procedencia. Llegaban para ello a las regiones más lejanas del norte de Europa, África y Asia.

“A precio de oro se va a las selvas en busca de fieras, se explora el último rincón de Hammón en África para que no nos falte el monstruo cotizado por sus mortíferos colmillos; se amontonan en nuestras naves animales exóticos hambrientos, y el tigre desfila en jaula de oro a beber sangre humana ante los aplausos del pueblo.” (Petronio, Satiricón, 119)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Los editores de las venationes procuraban hacer uso de sus numerosos contactos en distintos territorios del Imperio para hacerse con animales tanto salvajes agresivos, por ejemplo, los felinos como los herbívoros más dóciles. Se puede citar al senador romano Símaco, quien se encargó de organizar los juegos que celebrarían la llegada de su hijo Memio a la pretura, y que recurrió a un alto cargo de la administración provincial del África proconsular, donde él mismo había sido proconsul Africae, para que le envíe inofensivos antílopes y gacelas que eran también muy apreciadas en las venationes.

“Preparamos los juegos de la pretura, cuyo ornato echa en falta animales exóticos para que el espectáculo romano resplandezca con un lujo novedoso. Por lo tanto, deseo que por (tu) diligencia se me proporcionen antílopes y gacelas; la frontera cercana os los suministra en abundancia. En consecuencia, dígnate unir en alianza nuestra amistad por medio de una prenda votiva; no seré incapaz de corresponderte si igualmente exige algo tu provecho.” (Símaco, Cartas, IX, 144)

Detalle del mosaico de la caza pequeña, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Cuando la organización de las venationes se hizo más compleja la responsabilidad del suministro de los animales recayó en los magistrados que estaban en campaña electoral. Así, por ejemplo, Marcus Caelius Rufus, cuando optaba al cargo de edil y debía organizar una venatio en Roma, escribió insistentemente a Cicerón gobernador de Cilicia entonces, solicitando un envío de panteras (nombre dado a varios tipos de felinos entre los romanos).

“En casi todas mis cartas te he hablado de las panteras. Sera un baldón para ti si a Patisco, que ha enviado diez panteras a Curión, no lo superas con creces. Curión a su vez me las ha regalado y ha añadido otras diez de África, a fin de que no vayas a creer que solo sabe regalar fincas rústicas. Solo con que te acuerdes y hagas traer las panteras de Cibira y con qué además envíes una petición a Panfilia (pues dicen que allí la caza es más abundante), conseguirás lo que quieras. Me afano ahora con particular empeño en esto porque creo que voy a tener que hacer frente a todos los preparativos con independencia de mi colega. Haz tuyo, por favor, este encargo. Te gusta estar habitualmente ocupado, mientras que yo por lo general no me ocupo de nada. En este asunto solo tienes que preocuparte de hablar, es decir, dar una orden y un recado. Pues, en cuanto las tengas capturadas, para su alimentación y transporte dispones de los agentes que he enviado para la deuda que ha de cobrar Sición. Pienso incluso, a la menor esperanza que me des por carta, en enviarte a otros.” (Cicerón, Cartas a familiares, VIII, 9)

De la respuesta de Cicerón a una de estas cartas se puede saber que la captura de los animales estaba costando, a pesar de ser trabajadores especializados los que están encargados de ello, por la escasez de animales por la zona.

“En cuanto a las panteras, los cazadores profesionales cumplen mi orden con diligencia, pero hay una asombrosa escasez, y las que quedan se quejan vivamente, según cuentan, de que, en mi provincia, salvo ellas, ningún otro ser corre peligro. Por tanto, han decidido —siguen contando— dejar nuestra provincia para ir a Caria. Con todo, se está actuando a conciencia, y, sobre todo, por parte de Patisco. Todo lo que haya, será para ti; pero de qué se trate, ciertamente no lo sé. Tu edilidad, te lo prometo, me preocupa sobremanera. La fecha misma me lo recuerda, y es que te escribo precisamente durante los Juegos Megalenses.” (Cicerón, Cartas a familiares, II, 11)

Mosaico de la villa romana de las Tiendas, Museo Nacional de Arte Romano, Mérida, España

Los editores de los juegos pretendían ofrecer los mejores juegos posibles ya que se jugaban su futuro político y se esforzaban en superar a los celebrados anteriormente por sus antecesores, pero debían hacer frente ellos mismos a los gastos de su organización lo que suponía un alto coste, y en el caso de las venationes conllevaba la obtención de los animales, su captura, traslado, alimentación y exhibición, además del impuesto al que estaba sujeto el tráfico de animales, gravados con el portorium, tasa que debía pagar todas las mercancías que provenían de otras circunscripciones aduaneras.

“Los cuestores de nuestro orden nunca han pagado derechos de aduana por sus fieras: en efecto, a nuestros antepasados les pareció oneroso que se sumase un gasto desmesurado a quienes soportaban las cargas de la dignidad senatorial. Hace muy poco, cuando preparaba un espectáculo de gladiadores, se me otorgó a mí esta prerrogativa, más en nombre del pueblo romano que en el mío propio. Ahora se exige a mi hermano Cinegio, varón clarísimo y candidato a la cuestura, el impuesto de la quincuagésima, que únicamente se debe admitir para los tratantes de osos, puesto que están dedicados a ese negocio. El resultado de esta situación de injusticia espera tu intervención.” (Símaco, Cartas, V, 62)

Según Símaco, el impuesto era injusto porque el traslado de los osos no le proporcionaba ningún beneficio, sino que entraba dentro de las obligaciones del cargo para el que había sido nombrado.

Museo del Bardo, Túnez

Es por ello que los editores se esforzaban en lograr donaciones u obsequios de animales, bien de parte del emperador, bien de amistades o algunos contactos influyentes, mostrando posteriormente su agradecimiento.

“Aportas a la celebración de nuestros juegos algo habitual y algo inusitado; así, como eres generoso en los actos tradicionales e inventor de novedades, piensas en todo para conciliarle a nuestro cuestor el favor de la plebe, como ha probado ahora la ofrenda de siete perros escóticos, que tanto admiró Roma el día de los juegos preliminares que pensó que habían sido traídos en jaulas de hierro.” (Símaco, Cartas, II, 77)

Para poder llevar a cabo una venatio se debía atrapar a los animales con vida y transportarlos desde su lugar de origen hasta la arena donde se iba a desarrollar el espectáculo.

Museo del Bardo, Túnez. Foto Andy Hammond

Opiano describe la captura de una osa utilizando perros y redes a los que se atan cintas y plumas con las que atraer la atención del animal, técnica llamada formido. Los capturadores se esconden y hacen sonar una trompeta que hace salir al animal de su guarida y la dirigen hacia la red donde acaban por atraparla y encerrarla en una jaula.

“Una gran muchedumbre acude a las sombrías espesuras de la selva, hombres hábiles con perros de aguzado olfato en traílla, para buscar las confusas huellas de las mortíferas bestias. Pero, cuando los perros observan las huellas de sus plantas, las siguen, y guían a los rastreadores con ellos, manteniendo sus largas narices pegadas al suelo. Y si después ven alguna huella fresca, en seguida corren ansiosos y exultantes, dejando en olvido la huella anterior. Y, cuando llegan al final de su tortuoso rastreo y a la astuta guarida de la fiera, al punto, un perro arde en deseos de saltar de la mano del cazador, y ladra con gañidos, con inmensa alegría en su corazón. […] el cazador, refrenando su ímpetu con correas, vuelve contento a unirse a sus camaradas. Y les muestra la espesura, y donde él y su ayudante se emboscaron y dejaron a la salvaje bestia.

Ellos apresuradamente hincan sólidas estacas, despliegan las redes grandes, y arrojan alrededor las redes de bolsa; en las dos alas ponen dos hombres, en los extremos de la red, bajo un montón de ramas de fresno. Desde las alas mismas y los jóvenes que vigilan la entrada tienden por la izquierda una bien retorcida y larga cuerda de lino, un poco alzada del suelo, como a la altura del ombligo de un hombre; de ella penden cintas de muchos colores, variadas y brillantes, alarma para las bestias salvajes; y de ella cuelgan incontables y brillantes plumas, las bellas alas de las aves del aire, de buitres, de blancos cisnes y zancudas cigüeñas.

A la derecha colocan emboscadas en las hendiduras de la roca, o techan cabañas rápidamente con verdes hojas, a poca distancia unas de otras, y en cada una de ellas esconden cuatro hombres, cubriendo completamente sus cuerpos con ramas. Tan pronto como todo ello está dispuesto en orden, suena la trompeta su bronca nota, y la osa brinca desde la espesura con terrible rugido, y su duro aspecto se asemeja al rugido.

Los jóvenes corren en bloque, y de cada lado vienen sus batallones en contra de la bestia, y la hostigan. Ella, abandonando el estruendo y los hombres, corre directamente al lugar donde ve un espacio vacío de campo abierto. Luego, por turno, se levanta una emboscada de hombres por detrás, y alborotan con formidable griterío, conduciéndola hacia el frente de la cuerda elevada y la polícroma alarma. Y la infortunada fiera está totalmente desconcertada, y huye aturdida, y teme todo al mismo tiempo: la emboscada, el estrépito, la trompeta, el vocerío, la inquietante cuerda. Pues con el restallante viento las cintas ondean arriba en el aire, y las plumas oscilantes silban estridentemente. Por lo cual la osa, mirando a todas partes en derredor, se aproxima a la red, y cae en la emboscada de linos.

Entonces, los que están situados en los extremos de la red saltan, y rápidamente tiran por arriba del cordel de esparto con que se cierra la red, y amontonan las redes paño sobre paño, porque entonces los osos muestran su rabiosa furia con sus mandíbulas y sus terribles zarpas, y, a veces, huyen inmediatamente de los cazadores, escapan de las redes, y hacen la caza inútil.

Y en ese mismo instante, algún hombre fornido pone un grillete en la garra derecha de la osa, y la despoja de toda su fuerza, y la ata hábilmente y amarra a la bestia a las estacas de madera, y la encierra en una jaula de encina y pino, después de que ella ha practicado toda clase de contorsiones y vueltas.” (Opiano, De la caza, IV, 360)

Museo de la Civilta romana, Roma

La caza de felinos suponía un reto para los capturadores pues debían atrapar a los animales vivos y entregarlos al editor de la venatio o su intermediario en la mejor condición física, teniendo cuidado en no ser heridos ellos mismos durante la captura.

En el caso de los leones y leopardos, preferidos entre el público romano, hay que tener en cuenta que son depredadores nocturnos, que suelen cazar en solitario, excepto las leonas que actúan en grupo. Por su velocidad, agudo olfato, naturaleza cautelosa y potencial agresividad la captura de produciría mediante un cebo, un pequeño animal que se ataba en algún lugar cercano donde merodeaba el felino, y los captores esperaban hasta que aparecía y le hacían caer en su trampa, reduciendo el riesgo de ser heridos por un león furioso y permitiendo atraparlo sin dañarlo.

“En primer lugar, van y marcan un sitio donde vive cerca de las cuevas un rugiente león de abundante melena, inmenso terror para los bueyes y los mismos pastores. Después observan el anchuroso sendero con las huellas gastadas de la bestia salvaje, por donde ella va a menudo al río a beber una dulce bebida.  Allí cavan un redondo hoyo, ancho y grande, y en medio de la fosa colocan un gran pilar recto y alto. En la parte superior de éste cuelgan un cordero lechal, arrancado de su madre recién parida. Y por fuera rodean el hoyo con un vallado construido con piedras amontonadas, para que el león no pueda ver el engañoso agujero cuando se acerque.

Y el corderillo colgado en lo alto bala, y su sonido sacude el hambriento corazón del león, que corre en su busca con exultante ánimo, buscando el rastro del balido y escudriñando aquí y allá con fieros ojos; y rápidamente se acerca a la trampa, y da vueltas alrededor, hostigado por la fuerza del hambre; en seguida, obedeciendo el impulso de su estómago, salta por encima de la valla, y le recibe la ancha boca de la fosa, y cae sin darse cuenta en el fondo del imprevisto abismo. Da vueltas en todas direcciones, corriendo siempre hacia atrás y hacia adelante, como un veloz caballo de carreras en torno al poste de meta, constreñido por las manos del conductor y por la brida.

Y los cazadores, desde su puesto de observación a distancia lo ven, y corren presurosos; y con bien cortadas correas atan y bajan una bien trenzada y ensamblada jaula, en la que ponen una pieza de carne asada. Y el león, creyendo que va a escapar en seguida del hoyo, salta alegremente; pero para él ya no hay preparado ningún regreso. Así acostumbran a cazar en la aluvial y sedienta tierra de los libios.” (Opiano, De la caza, IV, 80)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Así describe Opiano, la caza del león en África, pero también relata cómo se solía hacer en Mesopotamia con el método de perseguir al felino hasta conducirlo a un cercado y atraparlo con redes.

“Pero junto a las riberas del Éufrates de hermosa corriente, los cazadores aprestan caballos de brillantes ojos, de fuerte corazón, para la guerra de la caza. Puesto que los caballos de ojos brillantes son más rápidos en la carrera, y osados para luchar valerosamente, y son los únicos que se atreven a hacer frente al rugido del león, mientras los otros caballos tiemblan y apartan sus ojos, temiendo la fiera mirada de su señor, como dije anteriormente cuando canté a los caballos.

Hombres a pie extienden un seto circular de cuerdas de lino, levantando las redes sobre estacas muy juntas, y a cada lado avanza tanto el ala como se dobla el cuerno de la luna nueva. Tres cazadores emboscados se echan cerca de las redes, uno en el medio, los otros dos en las esquinas, a tal distancia que, cuando el hombre que está en el centro los llame, los hombres de las alas pueden oírlo. Los otros ocupan su puesto como es costumbre en la sangrienta guerra, llevando en sus manos en cada sitio ennegrecidas antorchas resplandecientes. Cada uno de los hombres sostiene un escudo en su mano izquierda -el estruendo del escudo provoca inmenso terror entre las mortíferas bestias- y en la derecha llevan una llameante antorcha de pino; porque extraordinariamente teme el poder del fuego el león de abundante melena, y no es capaz de mirarlo sin acobardarse. Y cuando los cazadores ven a los leones de valiente corazón, corren juntos todos los hombres a caballo, y les siguen los hombres a pie, metiendo ruido, y el estruendo llega al cielo.

Y las bestias no permanecen allí, sino que se dan la vuelta y huyen, rechinando sus dientes de cólera, pero evitando la lucha. […]  los reyes de las bestias cierran sus ojos, y, entonces, aterrados por el estrépito de los hombres y la llama de las antorchas, por propia iniciativa, se aproximan a los trenzados costados de las redes.” (Opiano, De la caza, IV, 115)

Mosaico de la Hippo Regius romana, Argelia

Para atrapar a los cachorros de felinos se utilizaba entre otros, un ardid que consistía en capturar todos los cachorros de una camada y mientras la leona o la tigresa perseguían al hombre montado a caballo, este soltaba uno de los animalillos y mientras la madre volvía a la guarida con su cachorro para ponerlo a salvo (solo pueden transportarlos de uno en uno puesto que lo hacen con la boca), el captor huía con el resto de la camada. Esto proporcionaba varias ventajas al comerciante: por un lado, tener varias crías por si alguna moría durante el viaje, minimizando riesgos económicos, y por otro, que creciesen durante el trayecto de forma que ocupaban poco lugar en las embarcaciones, se adaptaban al ser humano, comían menos, eran más manejables y terminaban siendo adultas a su llegada a destino, listas para participar en la arena.

“Los hircanos y los indios tienen el tigre, animal de una velocidad temible y especialmente demostrada cuando se le roban todas sus crías, que siempre son numerosas. Se las captura al acecho con el caballo más veloz y después se pasa a otro de refresco. Cuando la fiera recién parida encuentra vacío su cubil — pues los machos no cuidan de su prole— se precipita tras él, siguiendo sus huellas por el olfato. El raptor, al acercarse el rugido, suelta a uno de los cachorros, ella lo coge con la boca e, impulsada aún más rápidamente por el peso, regresa, y de nuevo vuelve a la persecución, y así una y otra vez, hasta que, cuando el cazador vuelve a la nave, la fiera se enfurece en vano en la costa”. (Plinio, Historia Natural, VIII, 25, 66)

Detalle de mosaic con escena de catura de una tigrse y sus crias.
Worcester Art Museum, Massachusetts

Otro favorito en las venationes era el avestruz, no tan peligroso de capturar, pero sí bastante complicado. Por la velocidad que obtienen al correr, era difícil su persecución a caballo, y parece que hostigarlas con perros hasta encerrarlas en un cercado era el método más utilizado. Por su facilidad para vivir fuera de su entorno, en época del Imperio parece que se criaban avestruces en cautividad para exhibirse en las venationes.

“Si alguien persigue al avestruz, no se arriesga a remontar el vuelo, sino que echa a correr desplegando las alas. Y, si corre el riesgo de ser capturada, con las patas dispara hacia atrás las piedras que encuentra en su camino.” (Claudio Eliano, Historia de los animales, IV, 37)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

La gran demanda de animales para exhibir en las venationes, que se produjo tras la llegada del Imperio debido a la necesidad de los nuevos gobernantes de ganar popularidad y promocionar su imagen como monarcas generosos y deseosos de complacer a su pueblo, implicó que aumentara el número de individuos dedicados a la captura y traslado de los animales.

“Una causa votiva merece el apoyo de tu espíritu esclarecido. (El espectáculo) de la pretura espera una ofrenda nueva con la ayuda de Dios. Los precedentes de otros y mi propio entusiasmo me empujan a exhibir en ella ante los ciudadanos cocodrilos y numerosos animales exóticos. Dígnate por ello acoger benévolamente bajo tu cuidado a mi amigo Ciríaco, para que promueva las empresas. Contarás para el futuro con un deudor que no olvidará una gracia tan grande.” (Símaco, Cartas, IX, 151)

Lo más habitual sería que el editor de la venatio contratase a una compañía que funcionaría como intermediaria, ya que pagaría a nativos conocedores de los animales que se requerían para el espectáculo y que eran expertos en atraparlos. Una vez capturados los animales se trasladarían en caravanas organizadas por dichas compañías a las ciudades de destino o puertos de embarque.

Izda. Mosaico del Baptisterio, Mount Nebo, Jordania. Drcha. Mosaico de Urfa,
Museo de los Mosaicos HaleplibahÇ, Turquía

Además, existen testimonios de que el ejército participaría en partidas de captura de animales por mandato de los oficiales que debían satisfacer los pedidos de los editores o del propio emperador. Según algunos autores esta actividad serviría como entrenamiento militar para los soldados romanos.

“Siempre que el oficial al mando esté entrenando con su ejército y toma la decisión de dirigir una cacería, lleva a la infantería entera en una persecución en uniforme de batalla. Los rastreadores de estas poderosas bestias habrán informada de antemano del avistamiento de un lugar donde un león está acechando.  Por tanto, inician su ataque con sigilo; se ponen en círculo, un hombre junto al otro, protegiéndose con sus escudos, unidos unos a los otros, de forma que su solapamiento crea la imagen de azulejos. Las trompetas suenan y los hombres dejan escapar un grito al unísono. La asustada bestia salta desde su guarida y al ver tanto el muro de hombres armados y las antorchas encendidas que portan (porque los soldados las llevan en vez de lanzas), se queda donde está sin moverse y no salta sobre la cerrada hilera de escudos. Donde la pendiente del terreno es más favorable, se coloca una máquina y encima una jaula amplia, abierta y con un cabrito dentro Detrás del león, hombres totalmente armados gritan, usando palos para golpear pieles secas que llevan. El león, atemorizado por el ruido, el espectáculo, y el griterío, carga contra la jaula, con los hombres escondidos detrás de la máquina para no ser vistos por el león, y los que rodean la jaula se protegen con altos maderos. De esta forma, el león, creyendo que la jaula es la única via de escape, es capturado.” (Julius Africanus, Cestes, VII, 14)

Grabado de Jan Collaert

Una inscripción de la ciudad de Montana en Moesia (actual Bulgaria) indica como varios animales fueron capturados por el ejército para una venatio en Roma, probablemente la que presentó Antonino Pio en el año 148 d.C. para celebrar el 900 aniversario de la fundación de Roma. La inscripción, dedicada a la diosa Diana, menciona a Tiberius Claudius Ulpianus, tribuno de la primera cohorte Cilicia, además de destacamentos de la primera legión Itálica, la décimo primera legión Claudia, y la flota Flavia Moesia, todas las cuales fueron asignadas por el gobernador de Moesia, Claudius Saturninus, para capturar osos y bisontes para una venatio imperial.

“A Diana, Tiberio Claudio Ulpiano tribuno de la I cohorte de Cilicia con destacamentos de la I legión Itálica, de la undécima legión Claudia y de la flota Flavia Moesia por una venatio cesariana encargada por Claudio Saturnino, legado augustal y propretor, consagró con osos y bisontes felizmente capturados, siendo cónsules Largo y Mesalino.” (AE 1987, 00867)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Según testimonios epigráficos varias unidades militares serían asignadas por sus superiores para capturar animales salvajes para los juegos y los vivaria imperiales. Algunos de los soldados se consideraban venatores immunes, cazadores especializados que estaban exentos de algunas rutinas militares a cambio de su labor en la captura de animales y la vigilancia de los vivaria del ejercito o imperiales.

“A la salud del emperador César Marcus Antonius Gordianus Pius Félix Augustus y Tranquilina Sabina Augusta, los venatores immunes con vigilancia de los vivaria Pontius Verus, soldado de la sexta cohorte pretoria, Campanius Verax, soldado de la sexta cohorte pretoria, Fuscius Crescentio, guardián del vivarium de las cohortes pretoriana y urbana, lo erigieron por un voto a Diana a su costa.” (CIL VI, 130, año 241)

Mosaico de los Horti Liciniani, Centrale Montemartini, Roma. Foto Carole Raddato

Algunos cazadores podían especializarse en la captura de un animal en exclusiva, como, por ejemplo, el oso. Una inscripción de Colonia recoge la actividad de estos cazadores.

“Tarquitius Restutus Pisauro de la legión I Minerva informa de la captura de cincuenta osos en un periodo de seis meses.” (CIL XIII, 8174)

Inscripción de Tarquitius Restutus Pisauro

Los vestigiatores eran posiblemente los rastreadores que localizaban a los animales en sus guaridas y facilitaban la labor de los captores.

Después de la captura de los animales salvajes había que facilitar su transporte hasta su destino, las ciudades africanas donde se celebraban venationes o a los puertos donde serían embarcadas a las ciudades de destino. Aunque los animales para los juegos debían ser transportados por tierra en algunas circunstancias, el método preferido era por mar, que solía ser más rápido y barato.

Mosaico de Isola Farnese. Badisches Landesmuseum Karlsruhe, Alemania

Se intentaba que el viaje por mar fuera lo más corto posible, ya que los animales podían ponerse enfermos y era difícil alimentarlos en mar abierto. El mal tiempo podía causar retrasos y que los animales no llegasen a tiempo para las venationes previstas o que incluso llegasen sin vida.

“Has actuado de forma egregia, al haber dado el espectáculo de una forma tan condescendiente, tan generosa, pues a través de estos actos se revela también los grandes espíritus. Me hubiera gustado que las panteras africanas, que habías comprado en gran cantidad, hubiesen llegado el día previsto; pero, aunque faltaron al quedar detenidas por el mal tiempo, tú has merecido sin duda que se reconozca que no dependió de ti el que no se hayan exhibido. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VI, 34)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

Para el transporte por tierra las jaulas se cargarían en carros tirados por bueyes y para el transporte por río o mar se embarcarían en naves con diseño especial para albergar a dichos animales. Los barcos estarían especialmente preparados para alojar a animales voluminosos y deberían ir sujetos, probablemente en jaulas, para no herirse durante el viaje y no causar accidentes.

El poeta Claudiano describe poéticamente en su panegírico dedicado a la aceptación de Estilicón de su consulado en el año 400, el transporte de animales exóticos para la venatio que se celebraría en su honor.

“Todo lo que es temible por sus colmillos, destacado por sus crines, respetuoso por sus cuernos, o de erizadas cerdas, es capturado, toda la belleza y terror de las selvas.  No las oculta su cautela, ni sus fuerzas hacen frente con su corpulencia, ni su agilidad las sustrae en rápida carrera. Unas gimen enredadas en las trampas, otras van encerradas en prisiones de encina. No hay suficientes carpinteros para alisar las maderas; se construyen frondosas jaulas con hayas y fresnos sin pulir. Una parte iba por mares, por ríos, en embarcaciones repletas; lívida se paraliza la mano de los remeros y temía el marinero la mercancía que llevaba. Otra parte es transportada por tierra sobre ruedas y en larga caravana obstruyen los caminos las carretas llenas de los despojos de las montañas; las cautivas fieras son arrastradas por agitados bueyes, con los que antes saciaban su hambre, y cuantas veces las han contemplado vueltos hacia atrás, asustados se retiran de la lanza del carro.” (Claudiano, Consulado de Estilicón III, 315-330)

Detalle del mosaico de la Gran Caza, Villa del Casale, Piazza Armerina, Sicilia

El comercio de animales entre Italia y África parece haber sido organizado predominantemente por compañías navieras en los puertos norteafricanos a donde llegaban las caravanas que los traían tras su captura y los representantes de dichas navieras en el puerto de Ostia, desde donde se organizaba su traslado a Roma y otras ciudades en las que se celebraban las venationes.

El transporte por tierra de los animales podía conllevar algunos problemas burocráticos ya que las exigencias de los encargados del traslado podían chocar con la disposición de quienes debían proveer los servicios para el alojamiento y manutención de las personas y los animales que formaban parte de la caravana. Un edicto de Teodosio y Honorio del año 417 restringe la estancia de las caravanas en una misma ciudad a siete días. El gasto de alimentación de tantos animales debía suponer un gasto enorme para ciertas ciudades, sobre todo, las menos ricas, especialmente si las caravanas pasaban por ellas más de una vez al año.

“Por la queja del personal del gobernador de Eufrates, sabemos que aquellos a quienes la oficina ducal ha asignado para la tarea de transportar animales permanecen, en vez de siete u ocho días, tres o cuatro meses en la ciudad de Hieropolis, en contra de la norma general de delegaciones, y además de los gastos por tanto tiempo exigen jaulas, lo que ninguna costumbre permite que se proporcione. Por tanto, decretamos que, si algún animal es enviado por el duque de la frontera a la corte imperial, no permanecerán más de siete días dentro de ningún municipio. Los duques y sus asistentes sabrán que, si actúan de forma contraria, pagarán una multa de cinco libras cada uno al fisco. (Código Teodosiano, 15.11.2)

Museo Británico, Londres. Foto Mary Harrsch

El hecho de tener que depender de intermediarios o agentes encargados por los editores de las venationes de negociar la compra o captura de los animales y su traslado hasta la sede de los juegos hacía desconfiar a los editores de sus intenciones y la sospecha de engaño o fraude estaba presente durante el proceso de organización de la venatio. Por ello recurrían una vez más a sus contactos para que supervisasen distintas etapas de ese proceso, como entregar los animales que realmente se habían solicitado o procurar que no hubiese retrasos en su entrega.

“Sé que conduce a testimoniar amistad que yo acepte dar parte a tu lealtad de nuestra necesidad. Te ruego por ello que acojas como un encargo cómodo lo que deberías atender en favor del afecto mutuo aun cuando no se te rogara. Nos transportan desde Dalmacia muchísimos osos para la celebración de nuestros juegos y deseamos que aparezcan rápidamente para el provecho del espectáculo próximo. Dígnate por ello tomar su paso a cargo de tu celo y dedicación, y ejerce al mismo tiempo tu vigilancia, para que por un codicioso fraude no me los cambien. Y sobre todo deben cortarse los retrasos, porque la cercanía del día de la función no da lugar a treguas en disponer los preparativos.” (Símaco, Cartas, VII, 121)

Museo Arqueológico de Sfax, Túnez

Uno de los mayores temores que tenían los editores en cuanto a los animales que deseaban exhibir en la venatio, aparte de que llegaran a tiempo, era que los animales estuvieran enfermos o que enfermaran durante su cautividad antes de su salida a la arena, con el perjuicio económico que les suponía tras la gran inversión realizada y el desprestigio social que implicaba el no poder cumplir con el espectáculo ofertado al no poder presentar los animales anunciados.

“Pero sobre los demás recursos del fantástico espectáculo destacaban unos osos enormes que él compraba en cantidad, agotando con ellos todas las posibilidades de su hacienda. Pues a los que él mismo había capturado en sus cacerías particulares, a los que había adquirido en costosas compras, se añadían los que, a porfía, le regalaban de todas partes sus amigos. El sostenimiento de esos animales era costoso y él les daba una alimentación esmerada.

Pero tanto lujo y esplendor en los preparativos de un festejo público no podía escapar a la maligna mirada de la Envidia. Pues la prolongada cautividad restó vigor a los osos; además adelgazaron con el calor estival; y a esto añádase el decaimiento producido por la inmovilidad e inacción. De pronto cogieron una peste y no sobrevivió casi ninguno.” (Apuleyo, Las Metamorfosis, IV, 13-14)

Mosaico, Casa del oso herido, Pompeya, Italia

Los animales tanto autóctonos como exóticos necesitaban un espacio que fuese lo suficientemente grande como para pasar el tiempo desde que llegaban hasta la ciudad sede de la venatio hasta el momento que se trasladaban al edificio donde se celebraba el espectáculo. Estos lugares se llamaron entre los romanos vivaria. Los vivaria originales eran parques de animales, al estilo de los que tenían los reyes mesopotámicos, donde se albergaban animales de todo tipo para esparcimiento de sus propietarios o como coto privado de caza para ellos.

“Edificó una casa que llegaba desde el Palatino hasta el Esquilino y a la que llamó primero Transitoria y luego, después de ser consumida por un incendio y restaurada, Dorada. […] albergaba […]  un estanque tan grande como un mar, rodeado de edificios que parecían ciudades, y, además, grandes extensiones de terreno, que incluían campos, viñedos, pastos y bosques, con una multitud de animales domésticos y salvajes de todo tipo.” (Suetonio, Nerón, 31, 1)

Mosaico del Baptisterio, Mount Nebo, Jordania

Ciudadanos particulares muy ricos podían permitirse la posesión de un vivarium, pero cuando la necesidad de un gran número de animales para las venationes de época imperial creció, los vivaria eran propiedad casi exclusivamente del emperador, aunque algunos eran administrados por el ejército que se hacía cargo de los animales en diversos territorios.

“Se dice que esta calamidad la predijo Arsacius, que era un soldado persa empleado en el cuidado de los leones del emperador; pero durante el reinado de Licinio se convirtió en un notable confesor, y dejó el ejército.” (Sozomenos, Historia Eclesiástica, IV, 16)

Los vivaria que recogían a los animales que posteriormente serían utilizados en los espectáculos, se hallarían adecuadamente situados cerca de los edificios de espectáculos, pero lo suficientemente alejados de los habitantes para evitar la insalubridad del lugar, así como posibles escapes de animales que eran potencialmente peligrosos como osos, leones, panteras, tigres… Se encontraba extramuros de la ciudad de Roma, alejados de los lugares neurálgicos de la ciudad romana, sobre todo del edificio del Senado, el foro, el palacio o la Curia.

“Así pues, los antiguos romanos habían construido alrededor de ella y por fuera otra pared de poca longitud, no por razones de falta de seguridad pues no tenía, en efecto, ni el refuerzo de unas torres, ni tampoco habían sido construidas allí almenas ni ninguna fortificación que permitiera rechazar el ataque de posibles enemigos contra las murallas-, sino a causa de un lujo indecente: para tener encerrados y mantener allí a leones y otras fieras salvajes. Por esta razón precisamente este sitio recibía el nombre de Vivario, pues de este modo llaman los romanos al lugar donde se suele cuidar a los animales que no han sido domesticados.” (Procopio, Guerras Góticas, V, 23, 16)

Mosaico de Ostia Antica, residencia presidencial de Castel Porziano, Italia

Los vivaria no solo permitían a los emperadores alojar a los animales que estaban destinados a morir en la arena, sino que también les permitía retener a los animales que deseaban que viviesen. Allí los animales eran entrenados y preparados para su actuación en los juegos. Algunos se convertían en dóciles animales perdiendo su agresivas, por lo menos con sus entrenadores, aunque el peligro, por su naturaleza salvaje siempre existía.

“Habituado a lamer la mano de su despreocupado domador, un tigre, gloria suprema de los montes de Hircania, ha despedazado cruelmente con sus rabiosos colmillos a un feroz león. Cosa inaudita y sin parangón en todos los siglos pasados. Nunca intentó nada igual mientras vivía en el interior de las selvas: ha acrecentado su ferocidad desde que está con nosotros.” (Marcial, Libro de los Espectáculos, XVIII)

Detalle del mosaico de Orfeo, Museo de Zaragoza, España

Algunos de estos animales lograron sobrevivir e, incluso, algunos obtuvieron cierta celebridad. Un emperador podía ganar popularidad incorporando tales animales aclamados en sus espectáculos.

Los emperadores también podían donar animales de sus vivaria entrando en una red de favores recíprocos que servía como fuente de animales para los editores menos pudientes. En el siguiente texto Símaco agradece a Estilicón que el emperador Honorio le haya donado unos leopardos.

“Prosigues tu consulado con generosidad hacia mí, y como un padre del pueblo estimulas la generosidad imperial igualmente hacia los futuros magistrados. ¿Con qué lenguaje debo yo celebrar entonces a una persona que justamente visible en la cima de los honores organiza incluso las solemnidades de las preturas? Sin duda piensas que también las obligaciones de los particulares deben concordar con los demás bienes de la época. Y así infundes siempre entusiasmo por hacer el bien en nuestro señor el augusto Honorio, de estirpe divina, y enseñas al príncipe invicto a estimular con dones la modesta condición de los senadores. Entre todos, el único que puede darle las gracias en mi nombre eres tú, que has sido el inspirador de un beneficio tan grande. Yo atestiguaré en la exhibición de los juegos de mi hijo a quién se deben un aplauso más justo y alegres voces de aprobación cuando la carrera de los leopardos llene el anfiteatro romano.” (Símaco, Cartas, IV, 12)

Mosaico de Ostia Antica, residencia presidencial de Castel Porziano, Italia

A finales del imperio se impuso el monopolio imperial sobre ciertos animales, especialmente los leones, que pasaron a ser de su sola propiedad y existían leyes para impedir su caza sin autorización. Los emperadores controlaban así que animales podían exhibir sus súbditos en sus propios espectáculos.

“Añade si te place lo que te tengo solicitado, que la autoridad sacra me autorice la compra de otros animales líbicos. Una vez logrado esto, consideraré un don la obtención de todo.” (Símaco, Cartas, VII, 122)

Colección particular

Las expediciones para realizar la caza eran costosas, ya que, además, la captura indiscriminada provocó que cada vez fuera más difícil encontrar los animales adecuados para estos certámenes y que las caravanas tuvieran que alejarse cada vez más para dar con su presa. A esto hay que sumar la destrucción de su hábitat natural a fin de ganar nuevas tierras para la agricultura. Así durante la segunda mitad del siglo IV, ya era imposible localizar hipopótamos en Egipto.

“Y desde entonces, durante muchas generaciones, se han traído con frecuencia hipopótamos a Roma, aunque ahora es imposible encontrarlos, ya que, según piensan los habitantes de esas regiones, los hipopótamos tuvieron que emigrar a Blemia debido al elevado número de cazadores que los perseguían.” (Amiano Marcelino, Historias, 22.15.24)

Escena nilótica con caza de hipopótamos, Museo Arqueológico Nacional Palazzo Massimo, Roma


Bibliografía


La editio quaestoria en el Bajo Imperio: el ejemplo de Quinto Memio Símaco, Enric Beltrán Rizo y Juan Antonio Jiménez Sánchez
Animalia in Spectaculis: Animales, fieras y bestias en espectáculos romanos, María Engracia Muñoz Santos
Venationes y poder en la Roma imperial: poesía panegírica y crítica, Vicente Flores Militello
La crisis de las venationes clásicas. ¿Desaparición o evolución de un espectácuro tradicional romano?, Juan Antonio Jiménez Sánchez
The Capture of Animals by the Roman Military, Christopher Epplett
Animal Spectacula of the Roman Empire, William Christopher Epplett
The Emperor and his Animals: The Acquisition of Exotic Beasts for Imperial Venationes, Nicholas Lindberg
The Venatores, Duncan B. Campbell
Exotics for Entertainment: A Reconstruction of the Roman Exotic Beast Trade (First to Third Centuries AD), Jordon Alex Houston
Venationes Africanae: Hunting spectacles in Roman North Africa: cultural significance and social function, A. Sparreboom