lunes, 4 de noviembre de 2024

Ad catacumbas, catacumbas en la antigua Roma

Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López

Los primeros cristianos en Roma llamaron al lugar de enterramiento bajo tierra coemeterium (actual cementerio), pero el nombre de catacumba, procede de ad catacumbas (en la hondonada), porque las conocidas ahora como catacumbas de San Sebastián se hicieron aprovechando una cantera de tierra puzolana, al sur de la ciudad de Roma. Posteriormente el topónimo catacumba pasó a denominar el cementerio subterráneo cristiano.

Las catacumbas fueron esencialmente cementerios o necrópolis subterráneas donde los fieles acudían para cumplir con los rituales en honor de sus difuntos y venerar a los mártires en el día de su aniversario de muerte, considerada como nacimiento a una nueva vida. Estaban formadas por un laberinto de galerías estrechas (ambulacros), cuyos pavimentos guardaban sepulcros individuales bajo tierra (hormas) cubiertos por lastras de mármol o piedra. En las paredes laterales de los pasillos se excavaban nichos a varios niveles (loculi) que albergaban sepulturas para difuntos de condición modesta. Cada lóculo se cerraba con una lápida de mármol, piedra o ladrillos, con el nombre del difunto o difuntos inscrito. Los nichos representan el sistema sepulcral más humilde e igualitario, con el objeto de respetar el sentido comunitario que animaba a los primeros cristianos. La uniformidad de las sepulturas se correspondía con la ideología de la nueva religión, que garantizaba a todos el mismo tratamiento y la igualdad frente a Dios.

"Tuve un nacimiento romano. Si quieres saber mi nombre, Julia me han llamado; viví virtuosa con mi esposo Florencio, a quien dejé tres hijos con vida. Después, he recibido la gracia de Dios, acogida en paz como neófita." (Poesía Epigráfica Latina, 1874, Catacumba de San Calixto)

Santa Cerula, Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia

El cubiculus era una gran cámara sepulcral donde se enterraba a los miembros de una familia o de un grupo de la comunidad. Se decoraba con imágenes y pinturas alusivas al grupo, a uno de sus integrantes o bien al credo religioso que profesaban. Algunas tumbas de estos cubículos se coronaban por un arco, llamado arcosolium.

Catacumbas de Comodilla, Roma, Italia

Las criptas eran espacios mucho más amplios que los cubículos, en los que se daba sepultura a uno o más mártires y donde se oficiaba misa. Las criptas se encontraban generalmente en el primer nivel de galerías. En el cielo raso de las criptas había lucernarios, perforaciones hacia el exterior que permitían el ingreso de luz natural, y airear el ambiente debido a la presencia de grupos de fieles.

“Después, cuando, a pesar del fácil recorrido, la oscura noche del lugar parece ennegrecerse a través de esa cueva misteriosa, aparecen claraboyas construidas en lo alto del techo, diseñadas para lanzar rayos brillantes sobre la caverna.
Aunque angostos atrios bajo sombríos pórticos van urdiendo por aquí y por allá confusos recodos, no obstante, la luz penetra por abundantes orificios de la bóveda, bajo las entrañas huecas de ese monte excavado.
Así se puede bajo tierra contemplar el brillo del sol en su ausencia y disfrutar de su lumbre. A semejante gruta es encomendado el cuerpo de Hipólito, en un lugar junto al que se situó un altar consagrado a Dios.”
(Prudencio, Libro de las Coronas, XI, 150)

Ilustración de las Catacumbas de San Calixto, Roma, Italia

El incremento de la población durante la segunda mitad del siglo II, unido a la práctica de la inhumación que precisaba de grandes cantidades de tierras públicas provocó el incremento de los precios del suelo. Por lo tanto, para superar estas dificultades, a finales del siglo I y comienzos del II, algunas familias y asociaciones romanas empezaron a recurrir a la sepultura subterránea, ahorrando terreno en superficie y garantizando una digna sepultura a sus muertos. Numerosos son los ejemplos de hipogeos funerarios paganos localizados en los suburbios, cubiertos muchas veces por frescos.

Hipogeo de Via Livenza, Roma, Italia

Muchos fueron los motivos que empujaron a la comunidad cristiana a sepultar a sus difuntos en cementerios independientes. Ante todo, el crecimiento numérico de los fieles, la toma de conciencia de pertenecer a una comunidad religiosa, el vínculo que sus adeptos sentían hacia ella, la necesidad -según los rituales cristianos primitivos- de honrar a los difuntos con los refrigeria y, en última instancia, la adquisición, por parte de la iglesia de territorios destinados a sepulturas.

Para garantizar a todos los cristianos la dignidad de una sepultura, Tertuliano señala la presencia de una caja común, que sobrevivía con las contribuciones voluntarias mensuales de los fieles. Hasta ese momento los fieles de la nueva religión sepultaban a sus difuntos en los cementerios comunes.

“E incluso si existe una especie de caja común, no se reúne ese dinero mediante el pago de una suma honoraria, como si la religión se comprara. Cada uno aporta una contribución en la medida de sus posibilidades: un día al mes, o cuando quiere, si es que quiere y si es que puede; porque a nadie se obliga, sino que se entrega voluntariamente. Estas cajas son como depósitos de misericordia, puesto que no se gasta en banquetes, ni en bebidas, ni en inútiles tabernas, sino en alimentar y enterrar a los necesitados, y ayudar a los niños y niñas huérfanos y sin hacienda, y también a los sirvientes ancianos, e igualmente a los náufragos, y a los que son maltratados en las minas, en las islas o en prisión, con tal de que eso ocurra por causa del seguimiento de Dios; se convierten en protegidos de la religión que confiesan.” (Tertuliano, Apologeticum, XXXIX, 5-6)

Ilustración de las catacumbas de San Calixto, Roma, Italia

El impresionante trabajo de excavación fue realizado por los fossores, obreros especializados que se encargaban de la realización de las sepulturas y de los túmulos de los difuntos. A partir del siglo IV formaron parte de la misma jerarquía eclesiástica. Muchas veces eran los propios fossores quienes realizaban las decoraciones pictóricas de los hipogeos.

Ilustración de la necrópolis de Carmona, Sevilla, España

A finales del siglo II, la comunidad cristiana de Roma recurrió a la construcción de cementerios subterráneos, que a diferencia de los hipogeos paganos, se distinguían por su mayor extensión, susceptible de continuas ampliaciones, realizando originales soluciones estructurales, que confirieron a estos monumentos un carácter exclusivo y peculiar. El trazado original preveía en lo posible el desarrollo mediante un sistema de galerías y una planimetría absolutamente regular, intensiva y extensiva de las áreas subterráneas.

“A menudo, entraba en esas criptas, profundamente excavadas en la tierra, con los cuerpos de los difuntos alineados en ambas paredes, donde todo estaba tan oscuro que parecía que iban a cumplirse las palabras de los salmistas: <Dejadles bajar rápidamente al infierno>. Aquí y allá la luz, que no entraba por ventanas, sino por unos huecos en el techo, aliviaba el horror de la oscuridad.” (San Jerónimo, Comentario sobre Ezequiel, 40, v. 5)

Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López

En el siglo III, a partir de la promulgación del edicto de Milán en el año 313 finalizaron las persecuciones religiosas y se produjo el gran florecimiento del número y extensión de los cementerios comunitarios o catacumbas, que se convirtieron definitivamente en propiedad de la Iglesia. Desde este momento se incrementan las áreas monumentales y se favorecen los cubículos familiares que guardan diversas formas y dimensiones y se caracterizan por una mayor complejidad arquitectónica con el uso de bóvedas, arcos, columnas, pilares y otros elementos. Se incrementam, además, los hipogeos privados, de reducidas dimensiones y ricamente decorados, con escenas bíblicas del antiguo y nuevo testamento, junto a pasajes de la mitología clásica pagana.

Catacumbas de Via Latina, Roma, Italia

Para atraer a los fieles se da mayor importancia a los lugares más próximos a las sepulturas de los mártires, que se convierten en lugares de peregrinación para los devotos. Para facilitar la oración, en la época del papa Dámaso (366-384), se ensanchan las galerías, se crean aulas y habitaciones subterráneas y se excavan basílicas hipogeas con la intención de que adquieran un mayor valor didáctico.

Son también relevantes las inscripciones con composiciones poéticas sobre lápidas de mármol convertidas en invocaciones para solicitar la protección de los mártires en un intento por parte de la iglesia de oficializar el culto a los santos y controlar la devoción popular.

“[Este templo] renovado [encierra] los cuerpos de unos [fieles] servidores del Señor que, [al derramar su sangre], liberaron sus almas para poder al tiempo poseer el [reino] de los vivos. La tumba que, en alto, [a la izquierda], sale al paso de los fieles oculta a Félix y la de la [derecha] a [Adaucto]; en tiempos todavía del papa Siricio, las [consagró] Félix, [cumpliendo una vez más las promesas] que había hecho a los mártires a cambio de su ayuda.” (Poesía Epigráfica Latina, 1971)

Pintura de Jules Eugene Lenepveu

Las más célebres son las inscripciones damasianas, compuestas por el Papa Dámaso para conmemorar las tumbas de los mártires en las catacumbas; en algunas de ellas se ofrece información relevante sobre la vida de los santos y mártires.

“La gloria de Cristo ha mostrado que el mártir Eutiquio pudo vencer los crueles mandatos del tirano y al mismo tiempo las numerosas maneras de hacer daño de los verdugos. A la inmundicia de la prisión le sigue un nuevo tormento para su cuerpo, le disponen como lecho trozos de escombros para que no pudiera llegar a conciliar el sueño. Y pasaron doce días negándosele el alimento; lo envían al calabozo y su sangre santificada lava todas las heridas que le había causado el terrible poder de la muerte.
En el sopor de la noche el insomnio perturba la mente, se muestra el secreto lugar que retiene el cuerpo del santo, se le busca, una vez encontrado se le venera y él los favorece y ayuda en todo. Dámaso ha relatado su conducta meritoria. Rinde culto a este sepulcro.”
(Poesía Epigráfica Latina, 370)

La intensificación de las sepulturas en las zonas cercanas a los mártires llevó a la creación de áreas retro sanctos, para sepulturas privilegiadas que se otorgaban a los difuntos que verdaderamente lo merecían.

Los cristianos descubrieron el importante papel comunicativo de las inscripciones sobre piedra o estuco a la hora de propagar su doctrina. Mediante los epitafios de las catacumbas públicas y privadas los cristianos podían reclamar la atención del lector y hacerlo reflexionar sobre la vida virtuosa de los santos, la inmensa recompensa de la vida eterna y la esperanza en la redención de las almas.

Aquí yace en paz Amelius, que vivió 34 años, 3 meses y 15 días, a su querido hijo lo dedicó su madre, Rufa. Trier, Rheinisches Landesmuseum, Alemania

Con la cristianización la tumba deja de ser la morada eterna para convertirse en un lugar de acogida y recuerdo, ya que el alma viaja hasta los cielos donde se reunirá con los santos. Así que expresiones funerarias tradicionales como sit tibi terra leuis o la dedicatoria a los Manes de los difuntos, irán dando paso a la imagen de Cristo redentor, o a las promesas de intercesión que el difunto -como mediador- asegura a la comunidad cristiana.


“Primer ministro del altar durante mucho tiempo, elegí ser portero de este santo lugar. Pues, regresando a la tierra que es nuestro verdadero hogar, yo, Sabino, hago enterrar aquí en el suelo mi cuerpo silencioso. No me agrada, mejor, me incomoda estar pegado a las tumbas de la gente piadosa: por los méritos de los santos está cerca la vida mejor. No se necesita el cuerpo, dirijámonos, pues, a ellos con nuestra alma, la cual, bien a salvo, puede llegar a ser la salvación del cuerpo. Pero yo que, entonando salmos con mi voz armoniosa, he cantado poemas sagrados con melodías diversas, establecí aquí, en el propio umbral, la morada de mi [cuerpo], convencido de que el momento [deseado] habrá de llegar enseguida, [cuando] la tuba que resuena con sonido [angelical] procedente del cielo, [deje escapar su sonido], reuniendo a los piadosos para ascender al campamento celestial. [Y tu], diácono y mártir [Lorenzo], [une] entonces también [al diácono Sabino a tus coros angélicos].” (Poesía Epigráfica Latina, 1423)

Junto a los nombres de los difuntos, los deseos sobre la vida eterna y las peticiones de protección a los santos que se inscriben en las lápidas funerarias se añaden símbolos que permitían a los cristianos iletrados identificar los mensajes como propios de su fe. Así, por ejemplo, el ancla podría simbolizar la seguridad de su fe en Dios y la esperanza en las promesas que hizo sobre la vida eterna. El ancla, junto al símbolo del Chi Rho, que son las dos primeras letras de Cristo en griego, llevan una cruz, no explícita, en su diseño, lo que permitía su utilización durante las épocas de persecución.


“Nuestros sellos deben llevar la imagen de una paloma, de un pez, de un navío a pleno viento; de una lira, de la que se servía Polícrates o de un ancla que Seleuco hizo grabar en su anillo.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, III, 11)

Catacumbas de San Sebastián, Roma, Italia

El pez se menciona con frecuencia en el Nuevo Testamento en relación con los milagros de Cristo, en las parábolas, y con la función de los apóstoles como pescadores de hombres. Además es junto con el pan, símbolo de la eucaristía. El nombre del pez en griego ichtys corresponde a un acróstico Iēsoûs Khrīstós, Theoû Huiós, Sōtḗr que significa Jesucristo, Hijo de Dios Salvador.

“Veo a los comensales que se reparten en mesas separadas, y todos llenos con abundancia de comida, de forma que ante sus ojos aparece la abundancia ofrecida por la bendición del Evangelio y la imagen de esas multitudes a quien Cristo, el verdadero Pan y Pez del agua de la vida, llenó con cinco panes y dos peces.” (Paulino de Nola, Epístolas, 13, 11)

Símbolos de la paz son la paloma y la rama de olivo, y la primera representa también al Espíritu Santo, el cual desciende sobre Jesús en su bautismo.

Lápida paleocristiana del siglo III

Con el tiempo estos símbolos fueron sustituidos por la cruz, el crucifijo o escena de crucifixión.

Las primeras manifestaciones de la pintura cristiana de época romana proceden de las catacumbas y se remontan a finales del siglo II y comienzos del siglo III d. C., y, contrariamente a lo que podría creerse, las catacumbas romanas nunca fueron pintadas para hacerlas más bellas estéticamente en su conjunto, sino que solamente un pequeño número de cámaras o de arcos funerarios fueron decoradas con pinturas por parte de los pocos cristianos afortunados de la época.

Durante el siglo III, con la llegada del cristianismo a las clases medias y altas, se produce un hecho fundamental para la historia del arte cristiano: la aparición de una clientela artística cristiana con el suficiente nivel económico como para despertar el interés de los talleres artísticos, donde trabajan los artesanos en base a unos modelos previamente establecidos, que se ven obligados a proveerse de un repertorio iconográfico cristiano que pueda satisfacer la creciente demanda de los nuevos clientes. Existe una limitación del repertorio iconográfico que utiliza la imaginería cristiana del siglo III que la lleva a repetir, casi con monotonía, las mismas escenas una y otra vez. Estas evocan un sentimiento religioso y un código ético que prefesan un grupo de cristianos. Es posible que la Iglesia seleccionase o recomendase las escenas que debían representarse, aunque no está claro que su intención fuese puramente didáctica.

Adán y Eva, junto al árbol de la vida. Catacumbas de San Pedro y Marcelino, Roma, Italia

La imaginería funeraria que ha llegado hasta nuestros días es esencialmente optimista, ya que no aparece ninguna escena violenta, ninguna angustia, debido a que estos cristianos han puesto sus esperanzas en otro mundo, su optimismo reside en el más allá y no en el presente en que viven.

“La situación, pues, se mueve entre estos dos condicionantes: los que en esta vida corporal y terrena han sido felices, serán eternamente desgraciados, porque ya disfrutaron de los bienes que prefirieron; y esto sucede a los que adoran a los dioses y desprecian a Dios; los que, en pos de la justicia en esta vida, han sido desgraciados, despreciados, pobres y vejados frecuentemente con persecuciones e injurias a causa de la propia justicia -y éste es el único camino para llegar a la virtud-, serán eternamente felices, gozando incluso de bienes, puesto que ya soportaron los males; y esto sucede a los que, despreciando a los dioses terrestres y los bienes perecederos, siguen la celestial religión de Dios, cuyos bienes, de la misma forma que el que los concede, son eternos.” (Lactancio, Instituciones divinas, VII, 11)

En las pinturas anteriores a la época de Constantino se muestran motivos ya presentes en la pintura de tradición funeraria pagana que se vinculan a la paz, la felicidad la salvación y el estilo de vida cristiano, y que indican que las imágenes cristianas se adaptaron a las prácticas funerarias que estaban fuertemente enraizadas en la sociedad romana. Así aparecen pájaros, frutas, máscaras, genios, guirnaldas, peces, escenas bucólicas y motivos marinos.

Catacumbas de San Sebastián, Roma, Italia

Las representaciones de jardines pueden interpretarse como el paraíso del que gozan los difuntos y la representación de flores, pétalos o guirnaldas dispersas por la superficie de los cubículos podían aludir a ese mismo paraíso.

“Y siendo esto así, consolaos con estas palabras y con la esperanza de la verdad recobrad vuestros corazones llenos de fe. Tened la seguridad de que Celso, vuestra común prenda, disfruta en la luz del cielo de la leche y de la miel de los vivos; acaso el fecundo Abrahán le da calor acogiéndolo en su regazo y el cariñoso Eleazar lo alimenta con el rocío de su dedo, o bien que en la compañía de los niños de Belén, a los que el perverso Herodes mató por odio, juega en medio del perfumado bosque del Paraíso y teje coronas que serán premio de los venerables mártires. Junto con éstos el niño acompañará al Cordero Real unido a los coros de las vírgenes.” (Paulino de Nola, Poemas, 31)

Hipogeo de Crispia Salvia, Marsala, Sicilia

El pavo real que fue ampliamente representado en la imaginería pagana debido a una antigua creencia de que la carne del pavo real era incorruptible y permanecía sin descomponerse incluso después de la muerte. San Agustín puso a prueba esta teoría y quedó sorprendido por el tiempo que resistió, según desvela en La ciudad de Dios:

“Y ¿quién sino Dios, creador de todas las cosas, dio a la carne del pavo real muerto la prerrogativa de no pudrirse o corromperse? Lo cual, como me pareciese increíble cuando lo oí, sucedió que en la ciudad de Cartago nos pusieron a la mesa una ave de éstas cocida, y tomando una parte de la pechuga, la que me pareció, la mandé guardar; y habiéndola sacado y manifestado después de muchos días, en los cuales cualquiera otra carne cocida se hubiera corrompido, nada me ofendió el olor; volví a guardarla, y al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo modo, y lo mismo pasado un año, a excepción de que en el bulto estaba disminuida, pues se advertía estar ya seca y enjuta.” (Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios, XXI, 4)

Este extraño fenómeno y el hecho de que las plumas del pavo real se mudan anualmente para dar paso a plumas nuevas llevó a muchas culturas del mundo antiguo a considerar al pavo real como un símbolo de inmortalidad y resurrección. Además, a los cristianos el patrón en forma de ojo en el plumaje del pavo real les recordaba el ojo que todo lo ve de Dios, y, por todo ello, los pavos reales se encontraban frecuentemente en las catacumbas e iglesias cristianas y se representaban de forma prominente en tumbas, como una alegoría perfecta de la vida eterna y la inmortalidad del alma.

Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López

Las escenas de banquete, que ya aparecían en el mundo funerario pagano, también se representan en las catacumbas, pues las primeras comunidades cristianas celebraron, casi desde sus mismos inicios y sin que importara de qué tradiciones paganas o judías procediera, una comida en común o ágape de carácter religioso que se centraba en la acción de gracias y, que, en un principio, cumplía la doble función de saciar el hambre, especialmente de los acólitos más pobres, y de establecer un sacramento de unión y confraternización a semejanza de la última cena de Cristo.

“Nuestra cena da razón de sí por su nombre: se llama lo mismo que el amor entre los griegos. Sea cual fuere el gasto que produce, es una ganancia hacer un gasto por motivos de piedad, ya que los pobres y los que se benefician de este refrigerio no se asemejan a los parásitos de vuestra sociedad, que aspiran a la gloria de esclavizar su libertad a instancias del vientre, en medio de gracias groseras, sino porque ante Dios tiene más valor la consideración de los que tienen pocos medios. Si es honroso el motivo del banquete, valorad, teniéndoos a la causa, el modo en que se desarrolla: lo que se hace por obligación religiosa no admite ni vileza ni inmoderación. No se sientan a la mesa antes de gustar previamente la oración a Dios; se come lo que toman los que tienen hambre; se bebe en la medida en que es beneficioso a los de buenas costumbres […] Después de lavarse las manos y encender las velas, cada cual según sus posibilidades, tomando inspiración en la Sagrada Escritura o en su propio talento, se pone en medio para cantar a Dios: de ahí puede deducirse de qué modo había bebido. Igualmente la oración pone fin al banquete.” (Tertuliano, Apologético, 39)

Catacumbas de San Pedro Y Marcelino, Roma, Italia

Otro motivo son las representaciones de oficios relacionados con el mundo de los obreros, los artesanos y los comerciantes que ofrece un interesante muestrario social. Entre ellos destaca la figura de los mencionados fossores.


Junto a estos motivos que ya aparecían en la iconografía pagana se empiezan a representar escenas que remiten al Antiguo y Nuevo Testamento. Del primero se repite con frecuencia el episodio de Daniel en el foso de los leones, el de Jonás engullido por la ballena y expulsado por ella, Noé salvado de las aguas, los tres hermanos en el horno, todos salvados por la providencia divina. 

“Pero tocó a Dios, con cuya inspiración se escribían estos sucesos, el disponer y distinguir primeramente estas dos compañías con sus diversas generaciones, para que se tejiesen de una parte las generaciones de los hombres, esto es, de los que vivían según el hombre, y de otra las de los hijos de Dios, esto es, de los que vivían según Dios, hasta el Diluvio, donde se refiere la distinción y la unión de ambas sociedades: la distinción, porque se refieren de por si las generaciones de ambas, la una de Caín; que mató a su hermano, y la otra del otro, que se llamó Seth, porque también éste había nacido de Adán, en lugar del que mató, Caín; y la unión porque declinando y empeorando los buenos, se hicieron todos tales que los asoló y consumió con el Diluvio, a excepción de un justo que se llamaba Noé, su mujer, sus tres hijos y sus tres nueras, cuyas ocho personas merecieron escapar por medio del Arca de la sumersión y destrucción universal de todos los mortales.” (San Agustín, La Ciudad de Dios, XV, 8)

Noe. Izda. Catacumbas de San Pedro y Marcelino. Drcha. Catacumbas de los Giordani

En todas estas escenas los personajes aparecen en actitud de oración o agradecimiento por la intervención divina para su salvación, además de servir como petición a Dios de que conceda esa misma ayuda a los difuntos.

"Dios, salva a Lucius, como salvaste a Daniel y Noé"

Las escenas relativas al Nuevo Testamento muestran la vida pública de Cristo, los milagros principalmente, como la resurrección de Lázaro, la curación del paralítico, y más, pero no se representan todavía escenas de su Infancia, la Pasión ni la Resurrección.

Milagro de la resurrección de Lázaro. Izda. Catacumbas de San Calixto. Centro Catacumbas de Via Anapo. Drcha. Catacumbas de San Pedro y Marcelino

Las posteriores representaciones del bautismo de Jesús, la samaritana del pozo, y otras reflejan el elemento purificador del agua bautismal que da lugar a una nueva vida y a la salvación del alma.

“Y sucedió que en aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y nada más salir del agua vio los cielos abiertos y al Espíritu que, en forma de paloma, descendía sobre él; y se oyó una voz desde los cielos: —Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido.” (Marcos, 1, 9)

Bautismo de Cristo. Catacumbas de San Pedro y Marcelino

Una de las imágenes más comunes es la del Buen Pastor, que representa a Cristo como un humilde pastor que lleva una oveja sobre los hombros, mientras cuida de su pequeño rebaño. Esta imagen evoca las figuras griegas de época pre-arcaica del moscóforo, portador del ternero y del crióforo, portador del carnero, que se asociaban al dios Hermes, patrón de los pastores y guía de las almas al inframundo, de ahí la posible comparación con Cristo, cuya naturaleza dual, como hombre y como hijo de Dios, le permitía guiar su rebaño (los hombres) de un mundo al otro ofreciendo la salvación del alma.

“Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pastor. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.” (Juan, 10, 9-16)

El Buen Pastor. Izda arriba, catacumbas de San Calixto, drcha arriba catacumbas de Priscilla, izda abajo catacumbas de Domitilla, drcha abajo catacumbas de San Pedro y Marcelino

Más hacia finales del siglo III y durante el IV se hacen frecuentes las imágenes de la Orante, de los santos y la Virgen María con el niño.

La figura de la orante en las catacumbas tuvo su punto culminante en el siglo III cuando los cristianos todavía no habían encontrado una forma precisa de diferenciarse de su entorno y debían recurrir a a las imágenes ya conocidas dotándolas de un nuevo significado. De esta forma la figura de la orante se asimila a la de la Pietas, divinidad romana pagana, asociada a la correcta conducción de los ritos, al mantenimiento de una actitud apropiada hacia lo divino, el respeto a los muertos y a la seguridad de la vida en el más allá, virtudes todas que eran análogas a las creencias cristianas en la vida eterna y la corrección de la conducta religiosa.

Mujer orante y virgen con el niño. Catacumbas de Priscilla

El gesto que muestra la figura de la orante (o del orante) tenía por tanto un doble aspecto ritual y funerario, en el que tanto podía suponer la petición por parte de fieles de la intervención divina para la salvación del alma del difunto, como la representación de la piedad del propio difunto solicitando la salvación eterna.

“Encomendamos nuestras oraciones a Dios cuando rezamos con modestia y humildad, con las manos no demasiado elevadas, pero con moderación y adecuadamente; y el rostro levantado sin atrevimiento.” (Tertuliano, De la oración, XVII)

También se ha interpretado como la imagen del alma del difunto que ya en el cielo enseña a los que la observan como la fe, representada por la oración y la piedad, ha permitido lograr su salvación. Asimismo, la aparición de la figura de una mujer orante en la mayor parte de casos ha llevado a considerar que se refiriera a la intervención de las viudas, citadas en el Nuevo Testamento, como encargadas, mediante sus oraciones, de buscar el poder de Dios para conseguir la salvación del alma de los difuntos.

“Las viudas presentes y que lloran copiosamente pueden no sólo librar no de la muerte presente, sino también de la muerte futura.” ( Juan Crisóstomo, Homilía XXI, 4, 7)

Orantes. Catacumba de San Calixto, Roma, Italia

En algunas de las catacumbas, como la de Via Latina en Roma, la decoración pictórica alterna temas cristianos con otros paganos, como el de los trabajos de Hércules, lo que podría llevar a la teoría, sin comprobar, de que se tratase de un cementerio privado, en el que recibiesen sepultura tanto miembros de la familia cristianos como paganos cada uno con sus propias creencias.

Catacumbas de Via Latina, Roma, Italia

A finales del siglo aparecen los temas que se verán ampliamente representados en los mosaicos y pinturas del llamado arte paleocristiano, entre ellos, la imagen de Cristo entronizado, rodeado de los apóstoles y el tema de la traditio legis, denominación iconográfica que define a la representación de Cristo entregando la ley divina a san Pedro. Esta imagen suele estar acompañada de san Pablo o de algún otro discípulo, como testigo del acto simbólico de la transmisión del mensaje de salvación evangélica. El cristianismo, como continuador del arte romano, tomó esta representación de la tradición imperial, en la que el emperador hacia entrega de un rollo (que generalmente eran leyes o algún privilegio), a alguien de su entorno o confianza.

“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.” (Mateo, 28, 19)

Escena de Traditio Legis, catacumbas de San Pedro Y Marcelino, Roma, Italia

Las invasiones de los bárbaros provocaron la destrucción y profanación de las tumbas en las catacumbas, algunas de las cuales fueron rehabilitadas, aunque en los siglos V y VI se acabaron convirtiendo en lugares de peregrinaje devocional, donde las sepulturas fueron reduciéndose cada vez más ya que se empezó a preferir el enterramiento en la superficie.

“Habiendo colocado los getas su campamento destinado a perecer al pie de la ciudad, provocaron, ya antes, guerras desastrosas contra los santos; y, con intención sacrílega, revolvieron estos sepulcros, consagrados en otro tiempo a los santos mártires, según la costumbre religiosa, a los cuales, reconociendo sus méritos por consejo divino, el papa Dámaso animó a adorar con una oración, clavándolo en una tablilla. Pero la sagrada inscripción desapareció una vez roto el mármol, y ellos, sin embargo, no tuvieron que quedar en el anonimato de nuevo, porque enseguida el papa Vigilio, que lo lamentaba sobremanera estos destrozos, tras haber sido expulsados los enemigos, renovó toda la obra.” (Poesía Epigráfica Latina, 917)

Ilustración del libro Stanley in Africa de James Penn

Aunque las catacumbas cristianas son las más conocidas porque han sido bien conservadas por la Iglesia Católica por ser lugares de enterramiento de los mártires y los primeros lugares de culto, los judíos también usaban catacumbas, siendo estas, según algunas investigaciones, más antiguas que las cristianas.

Como los cementerios de los primeros cristianos, las catacumbas judías estaban situadas fuera de las murallas de la ciudad, siguiendo las directrices que regulaban la convivencia en Roma y que aparecían recogidas en la Ley de las XII Tablas. De este modo, los enterramientos se practicaban fuera del pomerium, que delimitaba el límite sagrado de la ciudad.

“Aquí yace Regina, cubierta por esta tumba que su marido ha erigido como corresponde a su amor. Ella estuvo con él ventiun años, cuatro meses y ocho días. Ellá vivirá de nuevo, volverá a la luz otra vez, porque ella puede esperar, como es nuestra verdadera fe, la promesa de vida a los dignos y piadosos, y ha merecido tener una morada en la tierra santificada.
Todo esto te lo ha asegurado tu piedad, tu casta vida, tu amor por tu gente, tu respeto por la Torah, tu devoción por tu matrimonio que te era tan querido. Por todos estos hechos tu esperanza en el futuro está asegurada, lo que conforta a tu apenado esposo.”
(CIJ 476)

Catacumbas judías de Villa Torlonia, Roma, Italia

Como en la mayoría de cementerios subterráneos, los difuntos se enterraban en loculi tallados en la piedra de toba blanda que se sellaban con yeso. La portada a menudo se inscribiría con el nombre del difunto, así como oraciones o invocaciones. Los que podían permitírselo estaban enterrados en capillas más grandes con arcosolia, cuyas paredes y techos estaban elegantemente decorados con motivos judíos como la menorá y el Arca de la Alianza, o frutos simbólicos como la granada.

Los nombres de las catacumbas tienen diversas procedencias. Algunas llevan el nombre de miembros de familias ricas que habían proporcionado el terreno para la construcción del lugar de enterramiento, como las de Domitila, Priscila o Praetextatus; otras se denominaban por su localización o característica distintiva, como, por ejemplo, la de Ad Decimum, que debía servir como cementerio para la población en torno a la mansio (parada oficial en la calzada para servicio postal) llamada Ad Decimum porque estaba situada en el décimo miliario de la Via Latina. En el siglo IV con la extensión del cristianismo y del culto a los mártires y santos, muchos cementerios cristianos recibieron el nombre de los mártires enterrados en ellos, como es el caso de las catacumbas de San Sebastián en Roma y San Genaro en Nápoles, ambos santos y mártires ejecutados durante la persecución de Diocleciano.

Representación de San Genaro, Catacumbas de San Genaro, Nápoles, Italia. Foto Samuel López



Bibliografía

Historia de la cultura material del mundo clásico, Mar Zarzalejos Prieto, Carmen Guiral Pelegrín y M.ª Pilar San Nicolás Pedraz
Función y justificación de la imagen en el arte paleocristiano: la iconografía cristiana antes de la Paz de la Iglesia, Manel Miró Alaix
En torno a las catacumbas cristianas de Roma: historia y aspectos iconográficos de sus pinturas, Silvio Strano
Traditio Legis y otras representaciones iconográficas a través de objetos de vidrio y vidriados, Juan Carlos Olivera Delgado
El ágape y los banquetes rituales en el cristianismo antiguo, Raúl González Salinero
The Greco-Roman Influence on Early Christian Art, Tim Ganshirt
The Art of the Catacombs, Fabrizio Bisconti
The Catacombs, Vincenzo Fiocchi Nicolai
The Jewish Catacombs at Villa Torlonia (Rome) –Notes on the Architecture and Dating, Yuval Baruch, Alexander Wiegmann y Ayelet Dayan
Petition, Prostration, and Tears: Painting and Prayer in Roman Catacombs, Dale Kinney
Prayer and Piety: the Orans-figure in the Christian Catacombs of Rome, Reita J. Sutherland

 


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