Vaso griego con symposium |
"Mañana a su humilde casa, queridísimo Pisón,
te invita a las nueve tu camarada caro a las Musas
para el banquete anual de la vigésima. Si dejas exquisiteces y vinos de Quíos, en cambio verás amigos sinceros y escucharás discursos mucho más dulces que aquellos del palacio de los feacios.
Si, por tanto, Pisón, quieres volver la mirada hacia
nosotros, celebraremos, en lugar de una modesta fiesta de la
vigésima una más opulenta." (Filodemo de Gádara, el Epicúreo (I a.
C.)
La
celebración de una comida principal al día en la que los comensales se reunían
para compartir los alimentos, relacionarse socialmente con animadas conversaciones y disfrutar de
entretenimientos variados ya era costumbre entre las civilizaciones más
antiguas, y los griegos la mantuvieron en el llamado symposium.
Symposium, pintura griega, Paestum, Italia |
Cuando a la caída de la tarde cesaban los negocios, se
cerraban los tribunales o terminaban su paseo o sus estancias en las termas,
los romanos eran invitados a cenas o se convertían en anfitriones de convites
tan elaborados como permitieran sus posibilidades económicas, por el hecho de
poder permanecer juntos más rato por el grandísimo placer de reunirse y hablar
de temas literarios, filosóficos o políticos. La invitación se debía en otros
casos a motivos familiares como aniversarios, bodas, natalicios, y llegadas o
despedidas de amigos.
Las celebraciones nupciales parece que reunían a muchos
invitados debido a que se juntaban familias, amigos y convidados que respondían
a compromisos sociales.
“Tales fiestas son no solo
amistosas, sino también familiares, al mezclar con la familia otra casa; y lo
que es más importante que esto, al unirse dos casas en una sola, ya que tanto
el que acepta como el que da piensan que hay que acoger con bondad a los
familiares y amigos de uno y otro, duplican el número de invitados…se recibe e
invita a los demás, la gente, por temor a olvidarse de alguien, invita a todos
los íntimos, familiares y los que de alguna manera están emparentados con
ellos.” (Plutarco, Moralia, IV, 3)
En las villas del
campo los invitados llegaban de las villas vecinas o los amigos paraban
inesperadamente para descansar y disfrutar de la diversión durante la noche de
viaje. También había estancias de varios días en las que los amigos invitados
disfrutaban de la exquisita hospitalidad del
propietario.
“Inmediatamente después de bañarse, se acuesta, dejando la cena para un poco más tarde… Durante todo ese tiempo sus invitados tienen entera libertad para hacer lo mismo o cualquier otra cosa, si así lo prefieren. La cena es tan exquisita como sencilla, y se sirve en una vajilla de plata sin grabados y de gran antigüedad. Los comensales tienen también a su disposición copas de bronce de Corinto, que son muy apreciadas por Espurina, sin que se deje llevar por una pasión excesiva por ellas. Con frecuencia, entre plato y plato se intercala alguna pieza cómica a fin de que también los placeres puramente físicos se vean aderezados por el ejercicio intelectual. La
cena se prolonga siempre un poco después del anochecer, incluso en verano. Sin
embargo, a nadie le resulta larga en exceso, pues transcurre en todo momento en
medio de una gran afabilidad.” (Plinio, Epist. III, 1)
Pintura romana, Catacumba de San pedro y San Marcelino, Roma |
La mayoría de cenas eran parecidas a reuniones familiares
cotidianas con un número limitado de invitados, en las que participaban la
esposa y los hijos del anfitrión, algunos parientes y amigos cercanos y sólo se buscaba la diversión sana y las
relaciones sociales.
Tabla con invitación, Vindolandia, Gran Bretaña |
En las tablas de Vindolandia se ha recuperado la invitación a un cumpleaños, que una matrona envía a otra, esposa de un prefecto.
La invitación por parte del anfitrión podía deberse a
diversos motivos, desde la simple relación de amistad, al más puro interés en
obtener beneficios políticos o económicos, pasando por el mantenimiento de los
vínculos de clientelismo, o la responsabilidad contraída con libertos y
parásitos. La cena se convierte así en un acto de renovación de lazos sociales
en medio de un relajado ocio.
“Yo nunca digo que no cuando me
invitan a comer. Es una desgracia que no se use ya la forma de invitar que había,
en mi opinión. !Hércules!, pero que
estupenda y sabia en grado sumo que era
antes: Ven a tal y tal sitio a cenar,
venga, acepta, no te niegues, ¿Te viene bien? Anda, ven, digo, no consentiré
que dejes de venir. Hoy en día, en cambio, se ha puesto de moda en su lugar otra
forma de hacer la invitación, necia, Hércules, e inepta por demás: Te invitaría
a cenar, si no cenara yo fuera hoy !Mal
rayo parta a la dichosa frasecita y ojalá que reviente el embustero que la
dice, si es que cena en casa! Esta nueva manera de expresarse me obliga a coger
usos barbaros, y a ahorrarme el pregonero y anunciar yo mismo la subasta de mi
venta”. (Plauto, Estico, acto II, esc.II)
En época muy
lejana la hospitalidad, o acogida que una comunidad dispensaba a un extranjero,
a un mendigo o a un suplicante, tenía un importante valor jurídico- diplomático y al mismo
tiempo un significado religioso. El vínculo de amistad con un extraño se
sellaba con un banquete ritual, donde el vino tenía un importante papel.
“Nieto de Etruscos reyes, ¡oh Mecenas!:
Ha días ya que un delicioso vino
Te reservo en tonel nunca tocado,
Y rosas y perfumes exquisitos
Con que te unjas el cabello. Acude.” (Horacio,
odas, III, 29)
Las cenae romanas
podían ser muy diferentes según las circunstancias, el temperamento de cada
anfitrión o su calidad moral; según el romano que la ofreciera, la cena podía
convertirse en una grosera comilona o en un ejemplo de distinción y delicadeza.
La costumbre era cenar después del baño, al término de la hora octava en
invierno y de la nona en verano. La hora
en que se terminaba de cenar difería según se tratara de una cena sencilla o de
un banquete de gala. En principio una cena decente debía terminar antes de que
se hubiera hecho noche cerrada. Un invitado podía decidir no asistir a la cena
a la que había sido invitado si no iban a guardarse las normas sociales
establecidas o si lo que se ofrecía no correspondía a su gusto:
“Acepto tu invitación a cenar en
tu casa. Pero desde ahora te pongo esta condición: que sea sencilla, que sea
frugal, que abunde únicamente en conversaciones filosóficas y que también por
lo que a éstas se refiere observe la medida justa… No obstante, por lo que a
nuestra cena se refiere, ésta debe caracterizarse por la moderación, tanto en
su suntuosidad y en su coste, como en duración.” (Plinio, Ep. III, 12)
Convivium, Pintura romana, Palacio Massimo, Museo Nacional Romano |
El anfitrión debía demostrar la espléndida situación
económica de la que disfrutaba, pero al mismo tiempo tenía que evitar que su
patrimonio se viese dañado por el gasto excesivo. Tanto el derroche irresponsable como la tacañería eran
criticados con severidad por los moralistas.
“Ayer, lo confieso, diste un perfume exquisito a tus
convidados, pero no trinchaste nada. ¡Es cosa curiosa oler bien y morirse de
hambre! El que no cena y lo perfuman, Fabulo, creo en verdad que está muerto.”
(Marcial, 3, 12)
El anfitrión en su papel de patrón debía extender su
generosidad a sus clientes y a sus benefactores, así como a los denostados
gorrones, siempre en busca de la deseada cena con la que aliviar su hambre. Estos
se dejaban ver por lugares públicos, como el foro, mercados, termas y pórticos
a la caza de un posible anfitrión.
“Selio no deja nada sin probar, nada a lo que no se
atreva, cuando se ve al fin en la necesidad de tener que cenar en casa. Corre
al pórtico de Europa y alaba sin cesar tu persona, Paulino, y tus pies dignos
de Aquiles. Si en el pórtico de Europa no ha resuelto nada, marcha a los Septa,
por si el hijo de Filira o el de Esón le proporcionan algo. Decepcionado
también aquí, se hace asiduo de los templos de la diosa de Menfis y se sienta,
oh ternera triste, junto a las cátedras de tus devotos. De aquí se dirige hacia
el techo sostenido por cien columnas y desde allí al monumento donación de
Pompeyo y a sus dos arboledas. Y no desdeña ni los baños de
Fortunato ni los de Fausto, ni
las tinieblas de Grilo o el antro eólico de Lupo; porque en las termas públicas
se baña una vez y otra y otra. Después de haberlo probado todo, pero sin la
anuencia de los dioses, una vez bañado, corre de nuevo a los bujedos de la
templada Europa, para ver si anda por allí algún amigo retrasado. Por ti y por
tu hermosa joven, lascivo portador, te lo suplico, toro, invita a Selio a
cenar.”
Para ser admitido
como comensal en una cena, el gorrón
utilizaba todo tipo de artimañas: ofrecer sus habilidades para ser exhibidas
durante la cena, como contar chistes, alabar al potencial anfitrión de forma
exagerada, o arrimarse como una sombra a
alguna persona anteriormente invitada.
“Oye a Selio alabarte, cuando le echa las redes a una
cena, tanto si recitas como si defiendes un pleito:
¡Así se hace!, ¡fenómeno!, ¡vamos!, ¡bravo!, ¡magnífico!, ¡así me gusta!, “ya has
conseguido la cena: cállate.” (Marcial, II, 27)
Mosaico de orfeo, Zippori, Israel |
La figura social y jurídica del patrón y cliente, unidos por
lazos religiosos y de parentesco, se
había mantenido con fuerza hasta los últimos años de la república, pero a
finales del siglo I d.C. se había convertido en una relación carente de sentido
y, sin apenas obligación. La salutatio o saludo matutino había sido el deber
más importante del cliente y la sportula, una aportación económica, era la
principal obligación del patrón. La invitación a la cena ofrecida por el patrón
era uno de los favores esperados por el cliente para seguir manteniendo un
cierto nivel de aceptación social. El gasto de la invitación a ciertos clientes
que nada aportaban era algo que muchos
patrones no soportaban de buen grado.
“Métete bien en la cabeza que
cuando te invitan a comer estás recibiendo la entera paga de antiguos servicios
prestados. El producto de tu amistad con un grande es una comida, tu patrón te
la echa en cara y, aunque te la dé pocas veces, te la echa en cara sin embargo.
Conque si después de dos meses le parece bien incluir a su cliente olvidado, no
vaya a ser que le quede libre una de las tres colchonetas en el lecho
incompleto, te dice “Ven a casa”. Es el colmo de tus deseos. ¿Qué más
pretendes? … Tú te crees un hombre libre y
el invitado de tu patrón: él te considera prisionero del olor de su cocina.” (Juvenal,
sat. V)
El vínculo que el
señor contraía con el liberto incluía la invitación a cenar, que a veces podía
suponer un compromiso desagradable para el que fuera esclavo con anterioridad
porque le podía hacer recordar su origen y dependencia del patrón. Ya en el
transcurso de la comida, los ciudadanos libres y los libertos podían llegar a
enfrentarse y llegar a rudas peleas.
Al considerarse el acto de la cena como una especie de rito
social, muchos anfitriones consideraban que ofrecer una comida sofisticada y un
entretenimiento original les haría
diferenciarse de los demás y ser mejor vistos. Por tanto la ostentación y el
exceso eran elementos a tener en cuenta en los convites en los que faltaba la
moderación e imperaba el desorden.
“… aparecieron cuatro danzarines, quienes al son de la
música retiraron la tapa superior del repositorio. Esto nos permitió ver
debajo, es decir, en otro plato, pollos suculentos y ubres de puerca, y en el
centro una liebre, adornada con alas para que se asemejase a Pegaso.
En los lados del repositorio
pudimos ver también cuatro Marsias. De
sus odrecillos escurría garo con pimienta sobre unos pescaditos que parecían
nadar en un canalillo. Aplaudimos todos, siguiendo el ejemplo de la servidumbre,
y a grandes carcajadas nos lanzamos a tan exquisitos manjares.”
(Petronio, Satyr. 36)
Aún así, en la
mayoría de cenas y banquetes se guardaban las convenciones sociales que exigían
la moderación en el gasto de los alimentos, el buen gusto en los divertimentos
y una actitud adecuada en lo referente al consumo de bebidas, puesto que la
embriaguez era considerada como una falta de moral en la antigüedad.
Para que un banquete convivial se considerase aceptable se
prefería que los convidados fueran
amigos o conocidos que compartiesen intereses comunes, que la hora y el lugar en el que se celebrase fueran
adecuados, una hora no intempestiva y un triclinium
lo suficientemente amplio para acomodar a todos los invitados con comodidad.
Por último, se deseaba una comida bien cocinada y abundante, pero sin
artificios.
“Le anuncian sus devotos a la ternera de Faros la hora
octava y la cohorte de lanceros ya se retira y recibe el relevo. Esta hora
templa las termas, la anterior exhala excesivos vapores y la sexta da calor en
las desmesuradas termas de Nerón. Estela, Nepote, Canio, Cerial, Flaco, ¿venís?
Mi sigma tiene siete plazas; somos seis, añade a Lupo. Mi cortijera me ha
traído malvas, para aligerar el vientre, y los variados productos que tiene mi
huerto, entre los cuales está la lechuga de asiento y el puerro de corte; y no
falta la menta, que hace eructar, ni la hierba afrodisíaca; huevos cortados
coronarán el pez lagarto aderezado con
ruda y habrá tetas de cerda maceradas en salmuera de atún. Con esto, los entrantes.
La pequeña cena se servirá en un solo servicio: un cabrito arrancado de las
fauces del lobo feroz y bocaditos que no necesiten el cuchillo del trinchante y
habas, comida de artesanos, y berzas vulgares. A esto se añadirá un pollo y un
pernil superviviente ya a tres cenas. Una vez hartos, os daré fruta en sazón y
vino sin zurrapas de una cántara nomentana que cumplió dos trienios en el
consulado de Frontino. Vendrán después bromas sin malicia y una libertad que
mañana no será de temer y nada que quisieras haberte callado: Que mis invitados
hablen de los verdes y los azules y mis copas no sentarán a nadie en el banquillo.”
(Marcial, Epigr. 10,48)
Mosaico romano, Museo Nacional Romano |
Resultaba altamente indelicado rehusar la invitación de un
amigo, y se habría faltado gravemente a la cortesía aceptando una invitación a
la que no se acudiese ulteriormente, pues si en tal caso no se aducían excusas
suficientemente convincentes el desairado quedaba convencido de que se había
dejado de ir a su casa por culpa de otro convivium
mejor.
“Pero, ¿qué te ocurre? ¡Me prometes acudir a una cena en
mi casa, y no te presentas! Esta es mi sentencia: has de pagarme una multa
equivalente al dinero que me ha costado la cena hasta el último as, y no es una
cifra pequeña. Había preparado una lechuga por persona, tres caracoles y dos
huevos; había además gachas de espelta aderezadas con vino mulso y nieve (pues
también este gasto lo añadirás a tu lista y es más, lo incluirás entre los
primeros, pues se echó completamente a perder sobre tu plato), aceitunas, acelgas,
calabazas, cebollas y muchos otros manjares, no menos de mil ni menos
deliciosos. Habrías visto además actuar a un cómico, o quizás habrías escuchado
a un recitador, o puede que hubieses asistido a un recital de lira, o incluso
habrías disfrutado de los tres espectáculos, pues a tanto alcanza mi
magnificencia. Y sin embargo, preferiste ostras, vientre de cerda, erizos de
mar y bailarinas en casa de algún otro. ¡Me las pagarás!, no te digo cómo de
momento. Tu comportamiento no tiene excusa. Te has portado muy mal, no se si
también contigo mismo, pero desde luego conmigo, y sí también contigo. ¡Cuánto
nos habríamos divertido juntos!, ¡cómo nos habríamos reído!, ¡qué
conversaciones tan interesantes habríamos mantenido! Puedes cenar más
suntuosamente en casa de muchos otros, pero en ninguna de ellas disfrutarás de
tanta alegría ni cordialidad, ni te sentirás tan libre de preocupaciones como
en la mía. En fin, te ruego que hagas la prueba, y si a continuación sigues
prefiriendo aceptar las invitaciones de los demás antes que las mías, lo mejor
es que me hagas llegar tu renuncia definitiva a asistir a mis convites.”
(Plinio, Ep. I, 15)
En el caso de los anfitriones con poco dinero podía darse el
caso de que hicieran una invitación pidiendo al propio invitado que corriese
con los gastos del banquete por no poder hacerse cargo. A lo sumo se ofrecía
algún regalo, como un perfume.
“Cenarás bien, querido Fabulo, en mi casa
Dentro de unos días, Dios mediante,
Si traes contigo buena y magnífica
Cena, sin olvidar a una linda muchacha,
Vino, sal y todo el humor que
puedas.” (Catulo, 13)
Pintura romana, Casa de los Castos Amantes, Pompeya |
En las cenas ofrecidas por el emperador podía tener lugar
una cena frugal con conversaciones y entretenimientos tranquilos como la
descrita por Plinio en la casa de Trajano.
“Ya ves en qué honrosas y en qué
dignas ocupaciones empleábamos estos días. Las sesiones del Consejo venían
seguidas de las distracciones más encantadoras. Todos los días éramos invitados
a cenar. Los platos eran frugales, teniendo en cuenta que nuestro huésped era
el Príncipe. En ocasiones éramos deleitados con actuaciones de todo tipo, otras
veces la noche transcurría en medio de las más deliciosas conversaciones. El
último día, cuando ya nos íbamos, se nos entregaron diversos presentes, tan
atento y bondadoso es nuestro César." (Plinio, Ep. VI, 31)
La tendencia a la moderación
en las costumbres se propugnaba desde el círculo de Trajano, y se reflejaba en
las obras literarias de la época, en las que se animaba a tener una vida feliz
alejada de los excesos.
“Si me pones boletos y jabalí como si no valieran nada y
crees que no es ése mi deseo, lo acepto; si crees hacerme feliz y pretendes ser
inscrito como heredero gracias a cinco lucrinas, adiós. Espléndida, sin
embargo, es tu cena, lo confieso, muy espléndida; pero no será nada mañana, más
aún, hoy, más aún, en este mismo instante, nada que no conozca la desgraciada
esponja de un palo asqueroso, o un perro cualquiera y un urinario al borde de
la calle. De los salmonetes y de las liebres y de las tetas de cerda éste es el
final: un color de azufre y un dolor insoportable de pies. No tenga yo a tan
alto precio ni los festines albanos ni
los banquetes del Capitolio y de los pontífices. Que un dios en persona me haga
partícipe del néctar: se volverá vinagre y vino picado y aguado de una tinaja
vaticana. Busca otros invitados, maestro en cenas, a los que conquiste la regia
suntuosidad de tu mesa. A mí invíteme un amigo a unos filetillos improvisados:
una a la que puedo corresponder es la cena que me gusta.”(Marcial,
12,48)
Cuando el anfitrión era un patrón egoísta o avaro que solo
invitaba por compromiso social y no sentía aprecio por sus clientes solía
servir unos alimentos y bebidas para sí mismo y sus invitados especiales que
eran diferentes a los que proporcionaba a sus clientes o invitados
libertos. Este hecho es frecuentemente
criticado por los literatos, poniéndose en el lugar bien del anfitrión que no
está de acuerdo con ello o en el cliente que se siente humillado por tal
actitud.
“Siendo invitado a la cena ya no como antes, en calidad de cliente pagado, ¿por qué no me sirven la misma cena que a ti? Tú tomas ostras engordadas en el lago Lucrino, yo sorbo un mejillón habiéndome cortado la boca. Tú tienes hongos boletos, yo tomo hongos de los cerdos; tú te peleas con un rodaballo, en cambio yo, con un sargo. A ti te llena una dorada tórtola de enormes muslos; a mí me ponen una picaza muerta en su jaula. ¿Por qué ceno sin ti, Póntico, cenando contigo? Que sirva de algo la desaparición de la espórtula: cenemos lo mismo”. (Marcial, Epigr. III, 60)
En algunos
convites el anfitrión obsequiaba a los
comensales con algunos regalos de mayor o menor valor, pero algunos invitados
mostraban un comportamiento indecoroso, como robar enseres de la vajilla o
servilletas. Suetonio cita una ocasión en la que el emperador Claudio descubrió
que uno de sus invitados había robado una copa de oro, y cuando volvió a
tenerlo a su mesa le ofreció el vino en copas de arcilla para que se diese
cuenta que sabía lo que había hecho.
“Asinio Marrucino, no empleas bien
Tu mano izquierda entre las bromas y el vino:
Robas las servilletas de los más
despistados.” (Catulo, 12)
Pintura catacumba San Calixto, Roma |
Ciertos invitados faltaban a las buenas maneras porque además
de llevarse comida de sobra para comer otro día, la guardaban para venderla.
"No hay nada más miserable ni más glotón que Santra.
Cuando llega corriendo invitado a una cena en toda regla, que ha estado
buscando tantos días y noches, pide tres veces criadillas de jabalí, cuatro
veces lomo, y ambos muslos de una liebre y sus dos brazuelos, y no se ruboriza
por jurar en falso acerca de un tordo y arramblar con las descoloridas mollas
de las ostras... Pero cuando la servilleta ya revienta con sus mil y
un hurtos, esconde al calor de su seno unas costillas mordisqueadas y una
tórtola trinchada, luego de devorar su
cabeza. Y no considera vergonzoso el recoger con su larga diestra cualquier
sobra que hasta los perros han dejado. Y no le basta a su gula un botín
comestible: por detrás de la mesa rellena de vino aguado una damajuana. Cuando
cargó con esto hasta su casa por doscientas escaleras y, angustiado, se encerró
en su buhardilla bien atrancada, el glotón aquél, al día siguiente, lo vendió."
(Marcial,VII; 20)
Algunos
invitados se quejaban de tener que soportar soporíferos recitales de poesías o
larguísimas lecturas de libros a pesar de recibir una buena cena:
“No sé si Febo huyó de la mesa y de la cena de Tiestes,
pero nosotros Ligurino, huimos de la tuya. Es ella abundante y abastecida de
exquisitos manjares, pero nada en absoluto me gusta cuando tú estás recitando.
No quiero que me pongas rodaballo ni un salmonete de dos libras, tampoco quiero
hongos boletos, no quiero ostras: ¡cállate!” (Marcial, 3, 45)
La
invitación a cenar podía llegar a veces solo por parte del anfitrión para
corresponder a los regalos que un posible invitado estaría obligado a enviarle.
Si esto no se producía, no habría la invitación esperada. Por tanto en algunos
casos el egoísmo estaría por encima de la amistad o el compromiso social.
“Me invitabas a tu banquete de cumpleaños a
pesar de no ser, Sexto, amigo tuyo. ¿Qué ha sucedido, me pregunto, qué ha
sucedido de repente, después de tantas prendas entre nosotros, después de
tantos años, que he sido preterido yo, tu viejo camarada? Pero sé la causa. No
te ha llegado de mi parte ni una libra de plata hispana depurada ni una toga
ligera ni un manto nuevo. No es la espórtula
la que es objeto de negocio: alimentas regalos, no amigos. Ya, vas a decirme:
“Que azoten al encargado de las invitaciones” (Marcial, VII, 86)
Pintura de Catacumba de San Pedro y San Marcelino, Roma |
Las cenas que seguían los convencionalismos de una forma
rígida no permitían que los invitados se sintieran cómodos. Corresponder a los
favores recibidos podía provocar el odio hacia la persona a la que se los
debía. Los más humildes criticaban el
trato desigual por parte del anfitrión y éste ante la obligación de convidar se
sentiría más rodeado de gente solo
guiada por el interés que por amigos de verdad.
“Debes examinar con quiénes
comes y bebes antes de conocer qué vas a comer y beber, porque llenarse de
carne sin un amigo es vivir la vida del león o del lobo. Esto no lo conseguirás
si no te retiras; de otra suerte, tendrás los comensales que el nomenclátor
haya seleccionado entre la multitud de los clientes. Se equivoca, en efecto,
quien anda buscando un amigo en el vestíbulo y lo pone a prueba en el
banquete.” (Sen. Epist. 19)
El exceso de halagos por parte de los invitados podía ser
mal visto por el anfitrión que consideraría al convidado excesivamente adulador y como una persona interesada al que no podía llamar amigo de verdad, ya que no
sabía lo que realmente pensaba su comensal de él y de su convite.
Esos invitados, de todas formas, pagaban su convite con el
saludo matutino, acompañando al patrón en sus paseos y cuidando de su
seguridad, con sus halagos.
¿Ese a quien han convertido en amigo tuyo la mesa
y la comida, crees que es un corazón de amistad leal? Aprecia el jabalí y los
mújoles y la ubre de cerda y las ostras, no a ti? (Marcial, 9, 14)
La invitación a cenar se convirtió en un tópico literario en
la literatura griega y latina.
En el poema convencional de invitación el poeta rechaza o se
confiesa incapaz de proporcionar los platos más lujosos, típicos de los
banquetes suntuosos, pero se citan los elementos de la cena con los que se
intentará satisfacer al invitado para que este se encuentre a gusto y que
cumplan las convenciones sociales establecidas. Se tratará de evitar los vicios
tan criticados del lujo excesivo y avaricia.
“Cenarás bien, Julio Cerial, en mi casa; si no
tienes ninguna invitación mejor, ven. Podrás estar al tanto de la hora octava;
nos bañaremos juntos: ya sabes qué cerca están de mi casa los baños de
Estéfano. De entrada se te servirá lechuga, útil para mover el vientre, y
ajetes cortados a sus propios porros; luego conserva de atún joven y mayor que
un delgado pez lagarto, pero con guarnición de huevos sobre hojas de ruda. No
faltarán los otros huevos, cocidos por unas delicadas brasas, ni queso curado
al fuego del Velabro y olivas que han sentido los fríos del Piceno. Esto bastará para el
aperitivo. ¿Quieres conocer el resto? Te mentiré, para que vengas: pescados,
moluscos, tetas de cerda y unas aves cebadas, de corral y de las marismas, que ni Estela acostumbra a ponerlas sino en contadas cenas.
Más te prometo yo: no te recitaré nada, aunque tú nos vuelvas a
leer de punta a cabo tus Gigantes o tus Geórgicas, próximas al inmortal
Virgilio.” (Marcial, XI, 52)
En el epigrama 11, 52, Marcial empieza por la invitación
propiamente dicha con la posibilidad de acudir a los baños antes de comer. Su
propuesta para la cena es modesta, por lo que le excusa de aceptarla si recibe
otra proposición mejor.
La segunda parte del epigrama incluye la descripción detallada de
la cena que piensa ofrecer a su amigo,
con platos indispensables en cualquier banquete caracterizado por la sencillez.
En lo relativo a los entretenimientos, Marcial propone a su amigo
recitaciones poéticas, aunque promete no intervenir en ellas para que su huésped acceda a ir a su casa y pueda leer sus Gigantes
y sus Geórgicas. El principal objetivo de estos banquetes entre
literatos era presentar ante los amigos las obras escritas para que dieran su
opinión, por lo que la cena suponía un
agradable preludio, durante el que se conversaba animadamente, a las
discusiones literarias. El hecho de que Marcial ofrezca como único
entretenimiento lecturas poéticas implica que el objetivo principal del
banquete era revisar y corregir los poemas de Julio Cerial, motivo por el que
éste accede encantado a la propuesta. Sin embargo, entre las clases acomodadas
era frecuente ofrecer a los invitados espectáculos como representaciones
teatrales (mimos y atelanas), actuaciones de acróbatas o músicos y danzas de las famosas bailarinas gaditanas.
En casa de Lúculo, Gustave Boulanger |
Los nuevos ricos de la época romana son retratados como
personajes fatuos que hacen ostentación de su inmensa riqueza ante sus
invitados y que no saben comportarse según las normas sociales de los
aristócratas y moralistas romanos. En el Satiricón de Petronio hay varios
episodios donde se refleja esta nueva forma de conducta social, por ejemplo la
llegada de un nuevo comensal, cuando ya se ha iniciado el banquete.
“En este momento golpeó las puertas del comedor un lictor
y entró un nuevo comensal, todo vestido de blanco y acompañado de un gran
séquito. Cómo sería mi miedo ante tan impresionante majestad que creí había
entrado el pretor en persona. Mi reacción in mediata fue levantarme poniendo
los pies descalzos en el suelo. Agamenón, riéndose de mi temblor, me dijo:
Calma, idiota, calma. Es el séviro Habinas, un
marmolista, por cierto, que pasa por el mejor creador de lápidas funerarias.
Confortado con estas palabras,
volví a recostarme para poder contemplar lleno de asombro la entrada de
Habinas. Avanzaba ya borracho y tambaleándose, puesta ambas manos en los
hombros de su mujer. Llevaba varias coronas y el ungüento le chorreaba desde la
frente los ojos. Se aposentó en el lugar
del pretor, pidiendo a continuación vino y agua caliente.” (Petronio,
Satyr. 65)
Otra crítica a la conducta de estos nuevos ricos se debe a
que alardean de lo mucho que poseen, sacando a relucir las joyas que han
comprado a sus mujeres.
“Faltó tiempo para que Fortunata encontrara un pretexto
para quitarse las pulseras de sus amorcillados brazos y las exhibiese a la
admiración de Cintila. Terminó quitándose también las ajorcas del tobillo, y la
redecilla de oro puro contrastado. Trimalción seguía la escena con los ojos
fijos y mandó que le llevaran todas las joyas…
Para no ser menos, Cintila se quitó una bolsita dorada
que llevaba al cuello y que ella llamaba su Felición. Sacó dos pendientes y los
dio a contemplar a Fortunata.
Ya lo ves- dijo-. Te aseguro que
nadie tiene regalos tan valiosos como los que me ha hecho mi marido.” (Pet. Sat. 67)
La tradición establecía un protocolo de colocación en los
lechos según el afecto o amistad del anfitrión, o bien la posición social del
invitado. Se imponía la voluntad del dominus
de la casa y su preferencia, al igual que en la elección de alimentos y trato
durante la comida, dependiendo del nivel social de cada uno. Un trato desigual
reforzaba la idea de jerarquías diversas y dominio. Un trato más equitativo
conllevaba un sentimiento de gratitud y amistad. Ofrecer un comedor amplio con
un número justo de invitados se consideraba un signo de hospitalidad y
consideración hacia ellos, en caso contrario el anfitrión podía ser el blanco
de todas las críticas.
“Se da, en efecto, creo, un
exceso de hospitalidad cuando ésta no omite a ningún comensal, sino que los
arrastra a todos como a un espectáculo o audición. A mí, al menos, me parece
que, aunque faltara pan o vino a los invitados, nada deja tan en ridículo al
que los invita como la falta de espacio y sitio, que siempre hay que tener de
más para forasteros y extraños que se presenten no invitados, sino espontáneamente.”
(Plutarco, Moralia, V, 5)
Una invitación a
cenar exigía por tanto guardar una conducta decorosa, demostrar buen humor, no
entrar en disputas y beber en la medida
adecuada, asumiendo las consecuencias de la embriaguez. El anfitrión podía temer el comportamiento de algunos convidados que bebieran demasiado y manifestaran un comportamiento bochornoso con maliciosos comentarios o disputas entre unos y otros que acabaran en verdaderas peleas con lanzamientos de cacharros.
“Entonces Vibidio dijo a Balatrón:
Si no bebemos a mogollón, moriremos sin venganza.Pidió copas mayores y la palidez empezó a mudar
La cara del patrón, que nada temía tanto como a bebedores agudos, porque se les libera demasiado la lengua, o porque hirvientes vinos ensordecen el sutil paladar.
Vuelcan jarras enteras de vino en copas de Alifas
Vibidio y Balatrón; les imitaron todos los comensales
Salvo el grupo del anfitrión, que no le dio al vidrio.” (Horacio, sat. II,8)
Un pasaje de Luciano describió cómo un nuevo cliente podía
sentirse al ser recibido como invitado de honor en un festín donde se va a convertir en el centro de atención, mientras
se siente desconcertado por si su comportamiento es el correcto, o qué
impresión causará entre los demás convidados si el anfitrión le dedica alguna
atención. Refleja el temor del individuo de
clase inferior que desconoce el protocolo de este tipo de cenas y el
miedo al ridículo ante los demás.
“Empezaré, si te parece, por el primer
banquete, al cual es de suponer que seas invitado, como en prenda de tus
futuras relaciones. Por de pronto, viene a invitarte a la cena un esclavo no
del todo grosero, y para tenerlo propicio, y no parecerle incivil, tienes que
ponerle en la mano lo menos cinco dracmas… Te pones el mejor vestido, y lavado
y compuesto cuanto te es posible, acudes, no sin temor de llegar el primero, lo
cual parecería poco elegante, así como se te tacharía de soberbia si llegases
el último. Eliges, pues, un término medio, y entras. Te reciben con suma
distinción y te hacen sentar un poco más arriba del rico, cerca de dos de sus
antiguos amigos… todo es para tí desconocido y extraño y todos los convidados
observan tus acciones… de los diversos manjares, colocados ante ti con cierto
orden, no sabes a cuál alargar primero la mano. Tienes, pues, que mirar a
hurtadillas a tu vecino, imitarle y aprender así el orden del banquete… el
brindis del rico te granjea la animadversión de muchos de los antiguos amigos: sólo por el sitio que ocupaste en el banquete,
ofendiste a algunos, irritados de la preferencia dada a un advenedizo sobre las
personas sometidas a una esclavitud de largos años. En seguida dirán de ti los
tales: ¡Sólo nos faltaba vernos pospuestos a los recién llegados! ¡Sólo para
estos Griegos se abre la ciudad de Roma! (Luciano, De los que viven a
sueldo, 15-17)
Luciano exige la libertad
del invitado y respeto para él por parte de esclavos y comensales ante la
arrogante actitud y los caprichosos deseos del anfitrión.
Banquete de Baco, Museo del Bardo, Túnez, foto de Giorces |
Bibliografía:
www.academia.edu/2965917/Paideia_nutricia_las_artes_del_saber_y_del_comer_en_Luciano, Pilar Gómez Cardódialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3401707.pdf, Un ejemplo del nuevo concepto de otium en roma tras la caída de la dinastía julio-claudia: el epigrama 11, 52 de Marcial. Francisco Javier Mañas Viniegra
sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/.../Documento_completo.pdf?.. Horacio: Las cuatro cenas del Libro II de las Sátiras, Buisel, María Delia
www.convivialiteraria.net/repository/El banquete en la sátira romana, Jesús Muñoz Morcillo 1996.pdf
http://revistas.ucm.es/index.php/RFRM/article/viewFile/RFRM0707220021A/9748, Vino, banquete y hospitalidad en la épica griega y romana, Cristina Martín Puente
Qué información más completa, me ha sido de gran utilidad. He podido utilizarla para hacer un trabajo universitario. Muchas gracias, Maribel. Saludos
ResponderEliminarBastante completa esta información y bien explicada. Qué bien que puso sus fuentes, me hacía falta jaja. Muchas gracias :)
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