lunes, 10 de febrero de 2020

Bellum ad piratas, la guerra contra los piratas en la antigua Roma I

Acuarela de Albert Sebille, Bibliothèque Des Arts Decoratifs, París


Los romanos consideraban el mar un elemento extraño, hostil y peligroso. Lo contemplaban como el fin de la tierra, a diferencia de los griegos que lo veían como una prolongación de su vida cotidiana. Por lo tanto, siendo el pueblo romano tan supersticioso, el inicio de una navegación solía acompañarse de ciertos rituales, y no era habitual embarcarse si existían malos augurios sobre la travesía.

“Iréis sin mí, Mesala, atravesando el mar Egeo. ¡Ojalá os acordéis de mí tú mismo y tu compaña! A mí me retiene Feacia, enfermo en tierras desconocidas. Aleja ya, negra Muerte, tus insaciables manos, aléjalas. Muerte horrible, te lo suplico: no está aquí mi madre para albergar en su triste regazo mis descarnados huesos ni mi hermana para derramar perfumes de Siria sobre mi ceniza y llorar con los cabellos sueltos ante mi tumba. Ni tampoco Delia, que, cuando me despidió de la ciudad, se cuenta que había consultado todos los dioses. Ella tomó por tres veces las suertes sagradas de un muchacho y, de cada una de las tres, el joven le respondió certeros augurios. Todos daban por seguro mi regreso; sin embargo, nunca quedó tan convencida como para no llorar y contrapesar mi partida. Yo mismo, como consuelo, a pesar de haber dado ya la orden, angustiado buscaba continuamente excusas que me retrasaran. Ponía como pretexto o las aves o los presagios funestos, que me retenía el día consagrado a Saturno ¡Oh, infinitas veces, dispuesto a comenzar el viaje, me dije que mi pie me había dado malos augurios por haber tropezado en la puerta! ¡Que nadie se atreva a marcharse sin el consentimiento de Amor o sepa que se marcha con la prohibición del dios!” (Tibulo, Elegías, I, 3)

No obstante, para los romanos el viaje por mar fue en multitud de ocasiones inevitable, debido a la dificultad en las rutas terrestres o, a la presencia de bandidos en las mismas; además, algunas relaciones comerciales sólo se podían establecer por vía marítima, y la expansión territorial pasaba por el control del mar, lo que obligó a aumentar la flota romana y a construir puertos para los navíos, como el de Ostia o el de Miseno entre otros.

Puerto romano de Ostia, Galería de Mapas, Museos Vaticanos, foto de Ken Trethewey

Uno de los elementos que tenía a su disposición cualquier individuo que se dispusiera a hacer un viaje por mar durante finales de la República y el Principado para disminuir la percepción del riesgo y hacer más atrayente la opción de emprender un viaje era la posesión de un amuleto mágico. Se atribuía a algunas piedras semi-preciosas ciertas propiedades mágicas que se recogían en una serie de tratados de época bizantina conocidos con el nombre de “lapidarios”. Se decía que el coral protegía contra los vientos, olas, mar tumultuoso, relámpagos, encantamientos, torbellinos, malos espíritus, piratas y accidentes nocturnos. 

Camafeo romano de coral
“(El coral) protege a las naciones que marchan a la terrible guerra, o a cualquiera que comience una larga travesía y lo lleve consigo, o a aquel que atraviese el divino mar en una sólida nave. Con él se evita la rápida lanza del guerrero Enialio (Ares), las emboscadas de los piratas asesinos y escapar del espumoso Nereo que levanta las olas” (Lapidario Órfico, 578-584).

Con el tiempo los romanos se convirtieron en los amos del Mediterráneo, pero el riesgo de la navegación persistía. La aprensión por los viajes marítimos puede reconocerse en el siguiente texto del Digesto

“Es legítimo hacer una donación `mortis causa’ no solo cuando una persona se ve obligada a hacerlo por mala salud, sino también por el peligro de muerte inminente, bien a manos de enemigos, ladrones; por la crueldad u odio de algún poderoso, o cuando alguien va a emprender un viaje por mar.” (Digesto, XXXIX, 6, 3)

Los piratas eran considerados por los romanos delincuentes que actuaban fuera del ámbito de la sociedad romana y que formaban parte de una comunidad propia, con sus propias leyes y que se organizaban de manera estratificada y jerárquica, sin acatar las leyes romanas. Conformaban sociedades saqueadoras que atacaban a cualquiera a quien pudieran arrebatar sus posesiones. Así actuarían, por ejemplo, los piratas Ilirios antes de nuestra era y los sajones de la antigüedad tardía. 


“Tras el territorio de los sindos y de Gorgipia, siguiendo por el mar, viene la costa de los aqueos, zigos, y los heníocos, casi toda ella carente de puertos y montañosa, pues forma parte del Cáucaso. Viven de la piratería en el mar y tienen barcas pequeñas, ligeras y estrechas, que sólo admiten veinticinco hombres y rara vez son capaces de acoger a treinta en total. Los griegos las llaman kamárai… Así pues, a base de equipar flotas de kamárai y de abordar unas veces a las naves de carga y otras algún territorio o incluso una ciudad, se han hecho dueños del mar. A veces los ayudan los dinastas del Bósforo proporcionándoles fondeaderos, un lugar de mercado y una posibilidad de venta de los objetos saqueados; y cuando vuelven a su propia tierra, como no tienen donde permanecer varados, poniéndose sobre los hombros las kamárai, las suben a los bosques en los que viven arando una mísera tierra y las vuelven a bajar cuando llega el momento adecuado para navegar. Y lo mismo hacen en tierras ajenas, pues conocen regiones boscosas en las que, después de esconder las kamárai, vagan a pie noche y día para hacer esclavos. Sin embargo, a los que capturan los dejan de buen grado en libertad a cambio de un rescate, informando a los que están desolados por la pérdida una vez que ya han zarpado. En los lugares con una dinastía local hay alguna ayuda por parte de los gobernantes hacia quienes han sufrido daños, pues muchas veces contraatacan y traen de vuelta las kamárai con todos sus hombres. En cambio, el territorio dominado por los romanos está bastante desasistido a causa de la negligencia de los gobernadores allí enviados. (Estrabón, Geografía, XXI, 2, 12)

Istmo de Corinto. Ilustración de H. M. Herget. © National Geographic Society/Corbis

La organización de los grupos de piratas estaría basada en la redistribución de los bienes obtenidos entre todos los miembros de la comunidad. El líder, elegido por su valor guerrero, debería ser capaz de garantizar a la comunidad el éxito en el saqueo y la distribución igualitaria de los rendimientos del mismo, conservando para sí mismo lo que considerase oportuno.

“—Camaradas de armas, conocéis de siempre mis sentimientos hacia vosotros. Pues yo, como sabéis, hijo de un sacerdote de Menfis; que perdí mi dignidad sacerdotal al retirarse mi padre, a causa de los delitos y el robo de mi hermano menor; que me refugié aquí con vosotros con la intención de vengarme y recuperar mis privilegios; y a quien vosotros habéis juzgado digno de ser vuestro caudillo; yo, pues, hasta la fecha, desde que vivo con vosotros, nunca me he atribuido mayor cantidad en el botín que los demás: si se trataba de la distribución de riquezas materiales, me complacía con un reparto a partes iguales; si se trataba de la venta de unos presos, ponía el importe a disposición de la comunidad. Y esto lo he hecho por considerar que el jefe bueno y auténtico debe correr el mayor riesgo en la acción, pero en cambio contentarse con una parte igual en los resultados.” (Heliodoro, Etiópicas, I, 19, 4)

Ilustración de Heinrich Leutemann

El jefe de los piratas, por tanto, debería ser el que más y mejor robe para poner el botín a disposición de toda la banda, la cual actuaría como un solo hombre siguiendo sus órdenes, pero podría encontrar la oposición de alguno de sus hombres, si este creía que su actuación, más valerosa o esforzada, era digna de un mayor reconocimiento.

“— ¿Y a mí, por qué no se me ha dado ya la recompensa, por haber sido el primero en abordar el barco?
—Porque — contestó Traquino— no la has pedido. Tampoco, por otro lado, se ha hecho todavía la distribución del botín.
—-Bien — replicó—-; entonces reclamo a la cautiva.
—Excepto a ella —advirtió Traquino—, coge lo que quieras.
— Estás violando entonces —le interrumpió Peloro— la ley pirata, que asigna el privilegio de una elección libre a quien haya abordado el primero una nave enemiga, y a quien haya entrado en combate antes que nadie.
—No es que esté quebrantando esa ley — respondió Traquino—, mi buen amigo; por el contrario, me estoy valiendo de esa otra que ordena a los subordinados ceder ante sus jefes. La pasión por esa muchacha me domina, y quiero casarme con ella; lo justo es que yo tenga la preferencia. Y tú, si no haces lo que se te manda, no tardarás mucho en lamentarlo, y esta copa que tengo te dará tu merecido.
— ¿Estáis viendo — exclamó Peloro, volviendo la vista hacia los presentes— la recompensa de mis esfuerzos? ¡Así también a cada uno de vosotros se os privará algún día de vuestra recompensa y sufriréis en vuestra carne esa tiránica ley!”
(Heliodoro, Etiópicas, V, 31, 3-4)

Pintura de Edwin Longsdale Long

La piratería en el Occidente romano puede haber tenido que ver con las disputas entre etruscos, griegos y púnicos por el control del Mediterráneo, que tendrían una motivación de base esencialmente económica con el objetivo de monopolizar las actividades pesqueras y comerciales en la zona.

En la mitología griega, el dios Dionisos es raptado por los mismos piratas etruscos que él ha contratado para su viaje y que quieren venderlo. Él los convierte en delfines con lo que los hombres conocen su divinidad y comienzan a venerarlo.

“Queriendo ser transportado de Icena e Naxos, alquiló una trirreme de piratas tirrenos, que embarcándolo costearon Naxos y se lanzaron rumbo a Asia con la idea de venderlo. Pero él transformó el mástil y los remos en serpientes y llenó el casco de hiedra y clamor de flautas: entonces aquellos se volvieron locos y huyeron por el mar convirtiéndose en delfines. Así los hombres comprendieron que él era un dios y lo veneraron.” (Apolodoro, Biblioteca Mitológica, III, V 2-3)

Detalle de Mosaico, Museo del Bardo, Túnez, foto de Giorces

Durante la época en que los romanos dominaban el Mediterráneo las rapiñas excesivas ejercidas por los publicani (recaudadores de impuestos) en algunas regiones del Mediterráneo, así como la insoportable presión fiscal causaron en muchas poblaciones un sentimiento de rechazo hacia lo romano. Esta situación se vería agravada notablemente con el caos que trajeron las continuas guerras libradas por Roma contra sus enemigos, fundamentalmente en Oriente, donde el fenómeno de la piratería cilicia alcanzará niveles preocupantes. La carencia en muchas zonas del Mediterráneo de un espacio urbano que facilitase el desarrollo de un modo de vida estable basado en la agricultura y el comercio, condenaba a estas gentes a lanzarse al mar. El pirata recurre a esa actividad por necesidad y para poder vivir al carecer de otra alternativa.

“A un grado tan grande de desgracia llegó esta guerra para los romanos e italianos todos, y también para la totalidad de los pueblos de allende Italia, en parte devastados por la guerra con los piratas, Mitrídates y Sila, y en parte esquilmados con muchos tributos debido a que el tesoro público estaba exhausto por causa de las revueltas civiles. Todos los pueblos y reyes aliados, y las ciudades, no solo aquellas que eran estipendiarias, sino también las federadas que se habían entregado voluntariamente a los romanos y aquellas que, en virtud de alguna alianza u otro mérito, eran autónomas y estaban libres de tributos, todas, entonces, fueron obligadas a pagar tributos y obedecer, y algunas fueron despojadas de territorios y puertos que les habían sido entregados bajo tratado.” (Apiano, Guerras Civiles, 102)

Puerto de Marsella, serie Voyages d´Alix

El Mediterráneo ha sido tradicionalmente un mar de piratas, ya que su abrupta orografía, salpicada de numerosas islas, orillas pedregosas y costas intrincadas que favorecían el refugio y la proliferación de actividades piráticas. La cercanía en prácticamente todo el Mediterráneo de las montañas al mar generaba en algunas zonas una importante escasez de tierras fértiles que obligaba a no pocas poblaciones a lanzarse al mar para sobrevivir en épocas de carestía.

“Había, en efecto, un tal Terón, hombre perverso, que navegaba por el mar con intención injusta, y tenía un equipo de ladrones que se mantenían anclados al acecho contra los puertos, con pretexto de dedicarse al transporte, componiendo una banda de piratas.” (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, I, 7)

https://pinturasdeguerra.tumblr.com/

Las gentes dedicadas a la piratería tenían un profundo conocimiento del mar, por lo que sabían moverse y maniobrar en él con absoluta rapidez. Precisamente será este elemento, la rapidez, la característica principal del modo de proceder de los piratas. Su actuación a bordo de flotillas pequeñas y naves ligeras como la liburna los hacían sumamente operativos para ataques por sorpresa y rápidas huidas. En este sentido, las calas, bajíos, farallones y costas rocosas del Mediterráneo, en particular en su parte oriental, daban grandes facilidades para espiar, atacar por sorpresa y escapar rápidamente. Generalmente los piratas rehuían el enfrentamiento a campo abierto. Su elemento clave era la sorpresa. 

“La víspera del sacrificio estábamos sentados junto al mar llenos de aflicción y cavilando sobre ello. Algunos de los bandidos avistan una nave que había perdido su rumbo y la atacan. Los del barco caen en la cuenta de con quiénes han tropezado y tratan de virar en redondo, pero, como los piratas les ganan por la mano alcanzándolos, recurren a defenderse. Precisamente había entre ellos uno de esos que recitan en los teatros los textos de Homero. Éste se armó con el equipo homérico, pertrechó también así a sus acompañantes y se dispusieron a la lucha. A los primeros asaltantes se les enfrentaron vigorosamente, pero, al arribar más barcas con piratas, terminan por hundirles la nave y exterminar a los hombres que cayeron al agua.” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, III, 20)

La aparición de una nave pirata causaría pavor a los tripulantes y viajeros de las naves que surcaban el mar, los cuales se sentirían demasiados aterrorizados por el aspecto del barco y de sus ocupantes y posiblemente incapaces en la mayoría de casos de hacerles frente.

“La nave pirata presenta un aspecto guerrero con sus orejones de proa y su espolón, y a bordo hay garfios de abordaje, lanzas y picas de punta ganchuda. Para impresionar a cuantos se crucen en su camino y para ofrecer una apariencia más salvaje, el barco está pintado de colores brillantes y su proa parece mirar con ojos amenazadores, mientras que la popa se yergue esbelta en forma de media luna, como la cola de un pez”. (Filostrato, Imágenes, I, 19)

Mosaico con trirreme romana, Museo de Cartago, Túnez, foto de Mathiasrex

En primer lugar, existían los abordajes y saqueos en plena navegación, fundamentalmente destinados al secuestro de personas, bien para venderlas como esclavos, bien para exigir un rescate. Mucho más rentables serían los ataques y saqueos a las poblaciones costeras. El enemigo caía por sorpresa, capturaba todo el botín – humano y material – que fuera posible y se hacía rápidamente a la mar, incluso los templos y santuarios sufrían saqueos.

“Sus músicas, sus cantos, sus festines en todas las costas, los robos de personas principales y los rescates de las ciudades entradas por fuerza eran el oprobio del imperio romano. Las naves piratas eran más de mil, y cuatrocientas las ciudades que habían tomado. Habíanse atrevido a saquear de los templos, mirados antes como asilos inviolables, el Clario, el Didimeo, el de Samotracia, el templo de Démeter Ctonia en Hermíona, el de Asclepio en Epidauro, los de Posidón en el Istmo, en Ténaro y en Calauria; los de Apolo en Accio y en Léucade, y de Hera el de Samos, el de Argos y el de Lacinio. (Plutarco, Pompeyo, XXIV)

Los piratas venden su botín. Pintura de Henryk  Siemiradzki

Los piratas solían operar en el mar, si era posible lejos de los puertos, de donde podía venir ayuda. Sin embargo, realizaban también incursiones en tierra firme, si bien evitaban adentrarse demasiado para no alejarse de sus barcos, su medio de escape. Solían atacar cuando el mar estaba totalmente en calma, pues en estas condiciones una nave difícilmente podía maniobrar y escapar, o tras un naufragio, aprovechando el caos y la debilidad de los ocupantes del navío siniestrado. 

“Los piratas se acercaron y se colocaron a nuestro flanco, intentando adueñarse de la nave sin derramamiento de sangre. Describiendo círculos alrededor de nosotros, sin comenzar aún el ataque, nos impedían avanzar en cualquier dirección y actuaban igual que si hubieran puesto sitio a una ciudad, o como si se esforzaran por tomar la nave mediante capitulación.” (Heliodoro, Etiópicas, V, 24, 4)

Obviamente, los individuos con posición y riqueza eran las víctimas favoritas, pues a parte del botín suponían una recompensa por su liberación. Sin embargo, nadie estaba seguro y a los más pobres se les arrebataban sus pocos bienes y se les podía vender como esclavos. 

“Mientras ella se entregaba a tales lamentaciones, los piratas pasaban de largo, costeándolas, islas pequeñas y sus ciudades. Pues no era su carga propia de pobres, sino que buscaban hombres ricos.” (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, I, 11, 4)


Los piratas gozaban de una imagen negativa como individuos fuera de la ley, ajenos a la comunidad, y percibidos como peligrosos y una amenaza a erradicar. 

“Es poco creíble que los piratas refrenaran su lujuria, embrutecidos como están por toda clase de crueldades, ellos, que se toman a broma el bien y el mal, que van saqueando tierras y mares, que se dedican, arma en mano, a asaltar la propiedad ajena; a esos hombres, crueles ya sólo de aspecto y acostumbrados a la sangre humana, que siempre van blandiendo grilletes y cadenas, pesada carga para sus prisioneros, ¿fuiste tú capaz de impedirles que te violaran? Para ellos, en medio de crímenes mucho peores, violar a una virgen es de lo más inocente.” (Séneca, Controversias, I, 2, 8)

Ilustración de Anton Batov

La piratería no fue considerada siempre como un problema, al menos por un notable colectivo de personas que estaban vinculados al sector financiero y de los negocios, que verían en la piratería una actividad sumamente lucrativa y facilitarían en muchos casos la infraestructura necesaria para esta actividad. Una cita de Plutarco pone de manifiesto estos hechos:

“Hombres ya poderosos por sus riquezas, de linaje ilustre y considerados superiores por su inteligencia, entraron en las bandas de piratas y participaron en sus empresas.”
(Plutarco Pompeyo, XXIV, 3)

El comercio de esclavos demuestra que, a pesar de la connotación negativa que para Roma tenía el fenómeno pirático, este también aportaba, sobre todo a sus élites económicas, importantes beneficios. La esclavitud era una mano de obra esencial para Roma a raíz de los cambios económicos operados a lo largo del siglo II a.C. y los piratas, especialmente los cilicios, actuaron como grandes suministradores de esclavos, aunque para para introducirlos en el mercado la única opción era entrar en contacto con los mercaderes de esclavos que manejaban el tráfico.

“Pero de noche, unos piratas frigios que descendían a lo largo de la costa prendieron fuego al trirreme, y a la mayoría los degollaron, pero a mí y a Policarmo, encadenándonos, nos vendieron en Caria.” (Caritón de Afrodisias, Quereas y Calirroe, VIII, 8, 1)

Piratas Ilirios, Ilustración de la Historia de las Naciones de Hutchinson

Frente a la actividad legítima y legal de los mercaderes de esclavos que actuaban en tiempos de guerra amparados por la autoridad militar, los piratas, al ser considerados como «fuera de la ley», quedaban desprovistos de legitimidad en sus acciones y los hombres libres capturados por ellos conservaban su libertad, algo que no ocurría con un prisionero de guerra que, automáticamente, perdía su condición de ciudadano y pasaba a formar parte del componente humano del botín.

En el mundo del comercio de esclavos la posición central la ocupaba la isla de Delos, que tenía para Roma, por su estratégica posición en el Egeo, un papel esencial como centro redistribuidor de mercancías orientales hacia Italia. Roma declaró a la ciudad puerto franco quizás como competencia al gran centro comercial de Rodas, lo que convirtió a la isla en el principal mercado de esclavos del Mediterráneo durante el siglo II a.C. El crecimiento de Delos y las posibilidades económicas que dicho puerto ofrecía atrajeron a la zona a un gran número de comerciantes itálicos, lo que explicaría la permisividad de Roma con respecto a los piratas en esos momentos.

“La exportación de esclavos sobre todo era lo que los incitaba a los actos delictivos, pues se producía con ello una gran ganancia y no sólo eran fáciles de capturar, sino que además había un mercado grande y rico no demasiado lejos, el de Delos, capaz de recibir y despachar en un mismo día miles de esclavos, hasta el punto de que surgió por ello un dicho: «mercader, desembarca, descarga, todo se ha vendido». Causa de ello es que los romanos, que se hicieron ricos tras la destrucción de Cartago y de Corinto, usaban muchos esclavos y los piratas, percatándose de la facilidad de la ganancia, florecieron en masa dedicándose ellos mismos a la piratería y además comerciando con los esclavos.” (Estrabón, Geografía, XIV, 5, 2)

Relieve con esclavos prisioneros de Esmirna, Turquía,
Museo Ashmolean, Oxford, foto de Carole Raddato

No obstante, en la última etapa de la República la isla de Delos, debido fundamentalmente a la intervención romana en contra de la piratería, rebajó su actividad hasta llegar a un periodo de clara decadencia.

Los piratas, bien organizados, consideraban más rentable abastecer de esclavos a las ciudades de la región y contar con su colaboración que atacarlas y saquearlas, lo que vislumbraría la existencia, al igual que en Delos, de comerciantes directamente asociados a los piratas en virtud de intereses económicos comunes, mientras las autoridades locales cerraban los ojos ante tal comercio.

“Casualmente habían estado anclados junto a ellos en Rodas unos piratas, fenicios de linaje, en un gran trirreme.
Echaron el ancla como si llevaran mercancías, y eran muchos y valientes. Estos se informaron de que en la nave había oro y plata y muchos esclavos de alto precio. En consecuencia, decidieron atacarla y matar a los que les opusieran resistencia y a los demás llevarlos a Fenicia para venderlos junto con las riquezas. Los despreciaban, considerándolos incapaces de luchar contra ellos.
El jefe de los piratas se llamaba Corimbo, hombre joven, de gran altura y mirada terrible. Llevaba los cabellos largos y sucios.
Después que los piratas hubieron decidido esto, primero navegaron tranquilamente junto al navío de Habrócomes, y finalmente (era alrededor del mediodía, y todos los de la nave estaban acostados, por obra del vino o la pereza, dormidos los unos, otros sin fuerza) fueron contra ellos los hombres de Corimbo maniobrando con la nave (pues era un trirreme) con gran rapidez.
Y cuando estaban cerca, saltaron a la nave armados, con las espadas desnudas. Y entonces unos se arrojaron a sí mismos por la sorpresa al mar y perecieron, y otros, que quisieron defenderse, fueron degollados.”
(Jenofonte de Éfeso, Efesíacas, I, 13, 1-4)

Barco romano, ilustración de joaoMachay

Hacia el 231 a.C. el rey de Iliria murió y su viuda, Teuta, se hizo con el gobierno del reino hasta que su hijastro tuviese edad para reinar. La reina permitió que los piratas surcaran los mares con total libertad, ya que en su país la piratería no era ilegal. los piratas ilirios se hicieron ampliamente conocidos y temidos por robar y saquear barcos mercantes, principalmente romanos, por lo que Roma envió dos embajadores para convencerla de que apartara a sus barcos piratas de las rutas comerciales romanas. Cuando llegaron allí, Teuta se negó, diciendo que los piratas no habían infringido ninguna ley y que ella no iba a cambiar las leyes para satisfacer a los comerciantes romanos. Además, sintiéndose insultada ordenó que se les incautaran los barcos a los embajadores, y mató a uno y mantuvo prisionero al otro. 

“Ya en tiempos anteriores los ilirios molestaban sin causa a los navegantes procedentes de Italia. En aquella época en que asediaban Fénice, muchos se separaban de la flota; a un tiempo saqueaban a unos comerciantes italianos, degollaban a otros y, a no pocos, los cogían vivos y se los llevaban. Hasta entonces los romanos habían hecho poco caso de los que acusaban a los ilirios, pero en vista de que iban llegando más quejas al senado, enviaron legados a Iliria, en calidad de inspectores, acerca de aquellas acusaciones, a Cayo y Lucio Coruncanio. Cuando llegaron a ella los esquifes procedentes del Epiro, Teuta, admirada por la cantidad y belleza del botín transportado, pues por aquel entonces Fénice aventajaba mucho en prosperidad a las ciudades restantes del Epiro, se reafirmó doblemente en su propósito de maltratar a los griegos. Sin embargo, primero se contuvo por ciertos conflictos internos. Pero reducidos pronto los ilirios que se habían sublevado, puso asedio a la ciudad de Isa, que era la única que no se le había sometido. Y fue precisamente en aquel momento que se presentaron los legados romanos. Se les concedió una audiencia, y hablaron de las injusticias que se habían cometido contra ellos. Durante toda la entrevista Teuta les escuchó de modo desdeñoso y altanero. Concluido el parlamento de los romanos, les manifestó que, de nación a nación, procuraría que a los romanos no les sucediera nada injusto de parte de los ilirios, pero que en lo que se refería a los ciudadanos particulares, no era legal que los reyes impidieran a los ilirios sacar provecho del mar. El más joven de los legados romanos, indignado por lo que allí se había dicho, exclamó con una franqueza natural, pero en modo alguno oportuna:
Los romanos, oh Teuta, tienen la bellísima costumbre de castigar públicamente los crímenes privados y de socorrer a las víctimas de la injusticia. De manera que, si un dios lo quiere, intentaremos rápida e inexorablemente obligarte a enderezar las normas reales respecto a los ilirios. Ella recibió esta franqueza con un coraje mujeril e irracional. Se enfureció hasta tal punto ante lo que había oído, que menospreciando las normas promulgadas entre los hombres, cuando los romanos ya partían, mandó a unos sicarios que asesinaran al legado que había hablado con tanta libertad. Llegó a Roma noticia de lo sucedido, y los romanos, irritados por el crimen de aquella mujer, se dispusieron al punto; alistaron un ejército y concentraron una flota.” (Polibio, Historias, II, 8, 2-12)

Mapa de la antigua Iliria

Cuando el Senado romano se enteró de la muerte de su embajador, Roma declaró la guerra a Iliria y en el año 229 a.C. envió una flota de 200 barcos y alrededor de 20,000 soldados. El poder militar de Roma venció a las fuerzas ilirias y para el 228 a.C., Roma controlaba ya toda la costa de Iliria. Teuta se rindió a Roma en el 227 a.C., y fue obligada a pagar tributo, aunque se le permitió seguir gobernando en una región mucho más pequeña, por lo que decidió dejar el trono, según parece. 

“Al llegar la primavera Teuta envió una legación a los romanos y establece un pacto con ellos, en el que consiente en abonar los tributos que se le impongan, en retirarse de toda la Iliria, a excepción de unos pocos lugares, y —lo que más interesaba a los griegos— en no navegar hacia el sur del Lisos con más de dos esquifes, y éstos desarmados.” (Polibio, Historias, II, 12, 3)

Reina Teuta de Iliria, foto de Kaloresi, flickr (recortada)

Roma tenía muchas rutas comerciales importantes a lo largo del Mediterráneo oriental entre Grecia e Italia, y los mercaderes romanos eran constantemente amenazados por los piratas que asaltaban sus barcos y robaban sus bienes. Las quejas de los comerciantes llegaron al Senado romano hasta que ya no pudieron ser ignoradas.

Según Estrabón la piratería en Cilicia se inició cuando un tal Diodotus Tryphon lideró una revuelta contra los seléucidas alrededor del 140 a.C. y estableció su base en Coracesium en la Cilicia Traquea. El rebelde animó a los cilicios a emprender ataques piráticos que no finalizaron hasta que fueron derrotados, siendo favorecidos por el declive del gobierno seléucida. Los reyes ptolemaicos de Egipto y Chipre hicieron poco por frenar a los cilicios cuando vieron a sus enemigos debilitados por los ataques de los piratas, y los rodios, aunque hubiesen querido ayudar poco podían hacer, al haber ya desaparecido su anterior poder marítimo.

Los cilicios rompieron con la tradición pirática en el Mediterráneo Oriental, donde los archipiratas, jefes de auténticas flotas de barcos piratas actuaban al servicio de los estados durante los siglos III y II a.C. A causa de las guerras mitridáticas, los piratas se convertirían en una fuerza casi militar, que actuaba mayoritariamente por libre, estableciendo una serie de “colonias piráticas” por toda la costa mediterránea, que estarían regidas por tiranos, al igual que lo estaban las ciudades principales de Cilicia y Panfilia. 

“Pues estando el lugar naturalmente dotado para la piratería tanto por tierra como por mar (por tierra dado el tamaño de las montañas y de las tribus que había detrás de ellas, que tenían llanuras y tierras de cultivo grandes y fáciles de saquear, y por mar debido a la riqueza en madera para la construcción naval y también en puertos, fortalezas y calas), consideraron con vistas a todo esto que era mejor que el lugar estuviera gobernado por reyes que por los legados romanos enviados para administrar justicia, que ni iban a estar allí siempre ni con una fuerza armada.” (Estrabón, Geografía, XIV, 5, 5)

Mapa del Mediterráneo y de Asia menor en la antigüedad. 1stMithritadicwar89BC-pt.svg

La negligencia de los romanos permitió a la piratería alcanzar niveles insospechados, lo que generó un escenario de desorden, violencia y anarquía. Los piratas con su presencia interferían constantemente las comunicaciones marítimas y el comercio, además de suponer una alteración del orden y de la forma de vida defendida por la República.

“El poder de los piratas, que comenzó primero en la Cilicia, teniendo un principio extraño y oscuro, adquirió bríos y osadía en la Guerra Mitridática, empleado por el rey en lo que hubo menester. Después, cuando los Romanos, con sus guerras civiles, se vinieron todos a las puertas de Roma, dejando el mar sin guardia ni custodia alguna, poco a poco se extendieron e hicieron progresos; de manera que ya no sólo eran molestos a los navegantes, sino que se atrevieron a las islas y ciudades litorales. Entonces, ya hombres poderosos por su caudal, ilustres en su origen y señalados por su prudencia, se entregaron a la piratería y quisieron sacar ganancia de ella, pareciéndoles ejercicio que llevaba consigo cierta gloria y vanidad. Se formaron en muchas partes apostaderos de piratas, y torres y vigías defendidas con murallas, y las armadas corrían los mares, no sólo bien equipadas con tripulaciones alentadas y valientes, con pilotos hábiles y con naves ligeras y prontas para aquel servicio, sino tales que más que lo terrible de ellas incomodaba lo soberbio y altanero, que se demostraba en los astiles dorados de popa, en las cortinas de púrpura y en las palas plateadas de los remos, como que hacían gala y se gloriaban de sus latrocinios.” (Plutarco, Pompeyo, XXIV)

Las ciudades costeras del Mediterráneo oriental, en Grecia y Asia Menor se veían constantemente asediadas por ataques de piratas buscando capturar a sus pobladores para venderlos como esclavos. Estos piratas operaban bien de forma independiente, en un pequeño grupo, o bien bajo la protección de algunos de los reyes de las ciudades-estado que existían por esa zona. 

Puerto de Delos. Ilustración de H. M. Herget. © National Geographic Society/Corbis

Una inscripción de la segunda mitad del siglo II a.C. realizada por orden del demos de Siros (Cícladas griegas) describe los honores concedidos (entre ellos una corona de oro) a un ciudadano de Sifnos (Cícladas griegas) por su ayuda a un esclavo y su comportamiento con la ciudad ante un posible ataque pirata.

“Hace algún tiempo hubo noticias de que muchos barcos criminales iban a atacarnos en el campo y en la ciudad en busca de personas para capturar y por las que pedir rescate, y se produjo un gran revuelo en la ciudad cuando se anunció que habían ondeado en el territorio de los Sifnios, y por ello los de Siros eligieron a un hombre para ir a Sifnos, Ctesicles, por la noche, entonces Onesandros, queriendo demostrar su buena voluntad hacia el demos, cuando supo por Ctesicles lo que se ha dicho, le acogió con amabilidad y pagó a Ecfantos para que fuera a Sifnos, con otros jóvenes, para explorar y averiguar si las noticias eran ciertas,… Igualmente, los esclavos raptados por los piratas, Noumenios y Botrys, fueron llevados a Escatia y los piratas tomaron puerto en la isla enfrente de Sifnos. Uno de ellos, Noumenios, se escapó nadando de los piratas, y Onesandros le recibió, habiendo averiguado que era de Siros, y lo alimentó por un tiempo, lo vistió y lo envió a nuestra ciudad a su costa.” (IG XII 5.653, adaptada)

El inevitable choque de intereses entre los piratas y los comerciantes, cuyo principal volumen de actividad radicaba en la provincia de Asia, va a suponer el fin de la tolerancia romana. 

Mosaico de Ostia, Italia. Foto de Samuel López

La actividad pirática tuvo consecuencias relevantes en la actividad comercial romana, tanto en el tránsito de mercancías como de personas por lo que Roma decidió emprender acciones en defensa de los intereses de sus comerciantes, ya que una de las repercusiones de la actuación pirática fue la interrupción del comercio marítimo y de las comunicaciones en el Mediterráneo, siendo de especial importancia sus efectos sobre las líneas de suministro y de las regiones productoras de Roma, en especial el trigo, por la cada vez mayor frecuencia y gravedad de los ataques, de manera que el abastecimiento se encontraba amenazado. Esta situación provoca que Roma se plantee modificar su política a fin de erradicar esta actividad y mantener la paz de la región, con actuaciones dirigidas en exclusiva a acabar con el problema.

Durante las guerras púnicas las naves que traían suministros a los romanos sufrieron los ataques de los cartagineses que actuaban como piratas robando a los comerciantes.

“Los romanos recibían abundantes provisiones por mar, pero los uticenses y los cartagineses, que sufrían por hambre, saqueaban a los mercaderes. Finalmente, otras naves romanas enviadas a Escipión bloquearon a los enemigos e impidieron los actos de piratería. A partir de este momento, sufrieron severamente por el hambre.” (Apiano, Sobre África, 25)

Barco cartaginés. Foto Pinterest

En el año 146 a. C., el Senado envió una comisión presidida por P. Cornelio Escipión Emiliano, que visitó Rodas y Siria con el objetivo de evaluar las causas que favorecían la piratería.

“Los romanos tampoco se preocupaban todavía mucho de los asuntos transtáuricos, pero enviaron a Escipión Emiliano y luego a algunos otros a que inspeccionaran las tribus y las ciudades, y se enteraron de que esto ocurría a causa de la cobardía de los gobernantes.” (Estrabón, Geografía, XIV.5.2).

Las primeras expediciones contra los piratas fueron organizadas en la segunda mitad del siglo II a.C., entre las que destaca la conquista por Q. Cecilio Metelo de las islas Baleares, argumentando que eran un refugio de piratas, con esta victoria las incorporó a la provincia de Hispania Citerior, por lo que consiguió un triunfo y el agnomen Balearicus, en el 123 a.C.

Relieve del templo de Fortuna Primigenia en Palestrina, Museos Vaticanos, foto de Rabax63

Una inscripción de Astipalea, isla griega del Dodecaneso, fechada hacia 105 a.C. informa de un ataque pirata en el territorio de Éfeso, en la provincia de Asia, y el consiguiente reto a los piratas por parte de los habitantes de Astipalea, que tras ello firmaron un tratado de alianza con Roma. En dicha inscripción se da testimonio del pillaje en la costa, del ataque aun templo y la captura de personas para ser vendidos como esclavos.

“… y después de navegar hasta aquí los piratas atacaron nuestro territorio en Pígela (Jonia) y se llevaron a personas del santuario de Artemis Mounichia, tanto libres como esclavos, y robaron sus propiedades y muchos lugares en los alrededores, los de Astipalea, reunidos para la batalla en respuesta a anteriores llamadas de los efesios, salieron a navegar en busca de los piratas y, arriesgando sus vidas, sin ahorrar ningún esfuerzo mental o físico, pero exponiéndose a gran peligro en la lucha, pusieron en fuga a sus oponentes." (IG XII3, 171)

Moneda de Pígela, Jonia siglo IV a.C.

Contra las bases piratas en Cilicia la primera expedición fue dirigida por el pretor Marco Antonio el Orador en el 102 a.C. siendo los principales objetivos de esta campaña los puertos donde los piratas encontraban refugio, Side y Fáselis.

Hacia el año 102 a.C. se produce una saturación del mercado de esclavos provocada por las campañas de Mario, lo que llevó a los piratas a modificar sus vías de sustento hacía el secuestro y la petición de rescate y dirigir su actividad hacía occidente, llevando a las costas itálicas sus saqueos.

“De esta manera, puesto que el éxito coronaba sus empresas, comenzaron a adentrarse en tierra firme, donde causaban grandes daños incluso a aquellos que no tenían relación alguna con el mar. Y ello lo sufrían no solo los aliados de otras tierras, sino también la misma Italia. Pues al estimar que se harían con las riquezas, de mayor entidad, existentes en territorio italiano y que todos los demás habían de mirarlos con un más grande temor si ni siquiera dicho territorio respetaban, incluso a Ostia, además de las restantes ciudades de la costa italiana, hicieron víctima de sus incursiones marítimas, en el curso de las cuales quemaban las embarcaciones y lo saqueaban todo.” (Dión Casio, Historia de Roma, XXXVI, 22, 1-3)

Así, por primera vez el fenómeno pirático pone en peligro el tráfico en el Mediterráneo, perjudicando tanto a las exportaciones como a las importaciones, de manera que Roma pasa de tolerarlo a luchar en contra del mismo, debido a que la interrupción de la navegación ya no afecta sólo a aliados y comerciantes, acostumbrados a los saqueos, sino también a los grandes propietarios terratenientes, y a los pequeños agricultores, causando un abandono del campo en esta época, un fuerte aumento de precios por falta de suministros y, en consecuencia, agitación en el pueblo.


Relieve de un sarcófago, Gliptoteca Carlsberg, Copenhague

La situación reclamaba medidas extraordinarias y urgentes con el fin de aliviar las tensiones populares, y es Pompeyo el elegido para alcanzar ese objetivo.  La primera medida que adopta es garantizar el grano para Roma, cuyo suministro se había visto amenazado e incluso interrumpido por la acción de los piratas, pues como afirma Plutarco: 

“Ocupaban con sus fuerzas todo el Mar Mediterráneo, de manera que estaban cortados e interrumpidos enteramente la navegación y el comercio. Esto fue lo que obligó a los romanos, que se veían turbados en sus acopios y temían una gran carestía, a enviar a Pompeyo a limpiar el mar de piratas…” (Plutarco, Pompeyo)

Las circunstancias socio-políticas citadas, esto es, la inestabilidad provocada por la guerra, el colapso del mercado de esclavos, conllevan el cambio en los métodos y en el ámbito territorial de los piratas, dirigiendo, es en este momento, cuando para los romanos el problema se convierte en una batalla por la supervivencia, que amenazaba las bases económicas del estado romano.

“Distraídos los Romanos en distintos puntos de la tierra, invadieron el mar los Cilicios. Interrumpieron las comunicaciones comerciales, y hollando el derecho de gentes con la guerra, cerraron los mares a la navegación cual pudiera verificarlo una tormenta. La agitación producida en Asia por las guerras de Mitrídates alentó a tan desalmados piratas, que favorecidos por los trastornos consiguientes a una guerra extranjera y por el odio que inspiraba el Monarca, cometían a mansalva sus latrocinios.
Mandados por Isidoro, se contentaron en un principio con piratear en su propio mar; mas, posteriormente extendieron sus correrías al comprendido entre Creta y Cirene, la Acaya y el golfo Maleo, que recibió el sobrenombre de áureo por la rica presa que en él hacían.”
(Floro, Gestas Romanas, VI)


Trirreme, bajorrelieve de Pozzuoli,Museo Arquológico de Nápoles. Photo A. Dagli Orti, 

En el año 101 ó 100 a.C. se promulga la lex de Provinciis Praetoriis, con la intención de implementar medidas destinadas a organizar las provincias de Asia y Macedonia. También conocida como lex de Piratis Persequendis, la ley decía que el cónsul debía informar a las gentes y los estados que era adecuado que Cilicia se convirtiese en una provincia pretoriana para asegurar la navegación de Roma, sus aliados, los latinos y los estados extranjeros que tenían relación de amistad o alianza con Roma. 

“[Y del mismo modo] a los reyes de Chipre, Alejandría, Cirene, Siria, que tienen una relación de amistad y alianza con el pueblo romano, debe enviar cartas para que vean que los piratas no utilicen su reino como base de operaciones y que ningún oficial o jefe de destacamento que ellos nombren den refugio a los piratas y que vean que en la medida de lo posible el pueblo romano los considere que contribuyen a la seguridad de todos.” (Lex, 11. 8-14)

Como la expedición llevada a cabo por Marco Antonio no resolvió el problema, en el 78 a.C. Publio Servilio Isaurico obtuvo el gobierno proconsular de la provincia de Cilicia a la que llegó con una importante flota y ejército; el mandato encomendado a Publio Servilio fue acabar con las bases piratas, como medida más efectiva que combatir en alta mar, asegurando así el tráfico comercial de la zona, pues sólo destruyendo los puntos desde los que lanzaban sus ataques los piratas, así como sus bases de interior para el aprovisionamiento, el problema quedaría zanjado, pacificando la zona de forma definitiva. El general celebró un triunfo en el 75 a.C. por sus éxitos frente a los cilicios, pero no contra los piratas que seguían siendo una carga para Roma.

“Enviado Publio Servilio para combatirlos, si bien dispersó con sus pesadas naves de guerra los frágiles y ligeros bergantines de aquéllos, no lo hizo sin que tuviera que lamentar pérdidas de consideración. No sólo los arrojó del mar, sino que además ocupó sus plazas más fuertes, depósito de sus cotidianas presas, tales como Faselis, OIympos, y la misma lsaura, ciudadela de la Cilicia. Éste anheló el sobrenombre de Isáurico, sabedor de los grandes esfuerzos que le costó semejante victoria.” (Floro, Gestas Romanas, VI)


Ilustración Giuseppe Rava

Como consecuencia de la Tercera Guerra Mitridática (74-65 a.C.), la inestabilidad en Asia provoca el cambio de territorio de los piratas, desplazando su actividad a Occidente, llegando a las costas de la península Itálica, tomando como cautivos a ciudadanos romanos y llevando el terror a sus habitantes. Es entonces cuando Roma, ante la falta de grano a causa de la acción de los piratas y el temor a una revuelta de la plebe provocada por la hambruna y la subida de precios en los productos básicos, se otorga un imperium extraordinario a Marco Antonio Crético. Para ello se le dota de un ejército y del control de las costas del Mediterráneo hasta 75 kilómetros hacia el interior; obtiene algunos éxitos iniciales, pero ataca Creta con la excusa de un acuerdo entre piratas y cretenses, y sufre una gran derrota que le obliga a firmar la paz con los insulares por medio de un tratado que nunca fue ratificado por el Senado, que en cambio envió a Cecilio Metelo para enderezar la situación, aunque su comportamiento fue excesivamente cruel. 

“Marco Antonio fue el primero que atacó la isla. Alentado por una extraordinaria esperanza y confiado en la victoria, condujo a bordo de su escuadra más cadenas que armas. Bien caro pagó su loca temeridad: los enemigos apresaron la mayor parte de sus naves; de los mástiles de las suyas ataron y suspendieron los prisioneros romanos, y virando, se dirigieron a toda vela y en son de triunfo a sus puertos. Tiempo adelante, Metelo devastó a sangre y fuego toda la isla, y encerrando a sus moradores en las ciudades y puntos fortificados, se apoderó de Cnosa, Erytrea y Cidonia, llamada por los griegos madre de las ciudades.” (Floro, Gestas Romanas, VII)

Batalla en el mar. Foto Pinterest

Sin embargo, durante los años posteriores a la actuación de Marco Antonio se incrementaron las actividades piráticas, cada vez se hacían más osadas y graves, la crisis de aprovisionamiento de grano que esta actividad provocaba daba lugar a situaciones de extrema gravedad, tanto en la propia metrópolis como en las provincias, llegando los desmanes de los piratas a los pueblos del Mediterráneo más oriental.

“Ocupaban con sus fuerzas todo el Mar Mediterráneo, de manera que estaban cortados e interrumpidos enteramente la navegación y el comercio. Esto fue la que obligó a los Romanos, que se veían turbados en sus acopios y temían una gran carestía, a enviar a Pompeyo a limpiar el mar de piratas.” (Plutarco, Pompeyo, XXV)

Cuando la situación en Roma ya era insostenible, en el año 67 a.C., el tribuno de la plebe Aulo Gabinio presentó la 
lex Gabinia, por la que se decretaba la elección de un hombre con categoría de procónsul durante tres años para eliminar la piratería en el Mediterráneo. El elegido fue Cneo Pompeyo, por entonces el general más popular de la República gracias a sus victoriosas campañas contra Sertorio y Espartaco. Tendría a su mando una gran armada: 120.000 soldados de infantería –el equivalente a veinte legiones–, 4.000 jinetes y 270 naves –70 de ellas ligeras–. Su presupuesto ascendería a 6.000 talentos áticos.

“Dos años más tarde el tribuno Aulo Gabinio propuso una ley con motivo de que los piratas, como si se tratara de una guerra, atemorizaban al mundo no sólo con saqueos, sino que, por disponer ya de escuadras, con verdaderas expediciones de bandidaje, e incluso habían asaltado ciertas ciudades de Italia. Se encomendaba a Gneo Pompeyo una misión de castigo contra ellos, con la condición de tener una autoridad semejante a la de los procónsules en todas las provincias hasta cincuenta millas desde la costa tierra adentro”. (Veleyo Patérculo, Historia Romana, II, 31)

Peter Newark Historical Pictures. The Bridgeman Art Library.

El plan de Pompeyo pasaba por proteger los graneros de Sicilia, África y Cerdeña y las rutas de transporte de grano mediante la armada y guarniciones militares; una vez garantizado el suministro de trigo, el procónsul emprendería una ofensiva naval y terrestre contra las bases de los piratas.

La estrategia de Pompeyo era increiblemente simple en su concepto, y fue magníficamente ejecutada. La gran ventaja de los piratas era su movilidad y, para atajarla, Pompeyo dividió el mar Mediterráneo (junto con el mar Negro) en trece áreas, cada una bajo el mando de uno de sus legados, los cuales tenían a su disposición una flotilla de barcos y alguna fuerza de infantería y de caballería. Su misión era patrullar su zona asignada tanto por tierra como por mar, y atacar los puntos fuertes y anclajes, además de interceptar cualquier navío pirata que entrara en su sector e impedir su salida.

Cualquier barco pirata que estuviera dentro de un puerto sería bloqueado por mar hasta que las tropas llegasen por tierra o intentara forzar el bloqueo. Si pudiera conseguir escapar, entraba forzosamente en otro sector patrullado, y vuelta a empezar. De esta forma, para los piratas el mar, que había sido su dominio y una fuente infinita de botín, se había transformado en un ambiente hostil. Ya no se podría contar con un puerto seguro para obtener agua y comida, ni poder confiar en la ayuda prestada por sus aliados.

“Se creyó que el único capaz de obtener la victoria era el afortunado Pompeyo, por lo que se le encomendó esta guerra como una continuación de la sostenida contra Mitrídates. Se propúso extinguir de una vez para siempre tal calamidad esparcida por todos los mares, y a este fin hizo contra los piratas aprestos más que humanos; y uniendo a su potente escuadra los navíos de los Rodios, distribuyó el mando entre varios lugartenientes y prefectos, ocupando todos los pasos del Ponto Euxino y del Océano.
Gelio se posesionó del mar de Toscana; PIoción del de Sicilia; Gratilo invadió el folgo Ligústico; Pompeyo el mar de las Galias; Torcuato el Baleárico; Tiberio Nerón el Estrecho Gaditano, puerta que conduce a nuestro mar; Léntulo el de Libia; Marcelino el de Egipto; los hijos de Pompeyo el Adriático; Terencio Varrón el Egeo y el Póntico; Metelo el que baña la Panfilia; Escipión el mar Asiático, y las naves de Porcio Catón cerraron como una puerta las entradas de la Propóntide.
De esta suerte, los puertos, golfos, escondrijos, refugios, promontorios, estrechos, penínsulas, en una palabra, cuanto pudiera servir de albergue a los piratas, fue comprimido y cercado como por un cordón.”
(Floro, Gestas Romanas, VI)


Ilustración serie Les voyages d´Alix, La marine antique I

Los piratas que escaparon a las redadas de Pompeyo y sus generales buscaron cobijo en sus refugios de Cilicia, pero el general se dirigió contra ellos con sesenta de sus mejores naves. Tras reunir sus efectivos en la isla de Rodas, llevó su armada a los acantilados de la Cilicia Traquea. La superioridad romana era aplastante, y los piratas, aterrados, se rindieron, esperando ser tratados con benevolencia. 

“Los que se anticiparon a huir y evadirse se acogieron como a su colmenar a la Cilicia, contra los cuales marchó él mismo con sesenta naves de las mejores; pero no dio la vela contra aquellos sin haber antes limpiado enteramente de piraterías y latrocinios el Mar Tirreno, el Líbico, el de Cerdeña, el de Córcega y Sicilia, no habiendo reposado él mismo en cuarenta días, y habiéndole servido los demás caudillos con diligencia y esmero.” (Plutarco, Pompeyo, XXVI)

Foto Pinterest

Los más recalcitrantes se concentraron en Coracesio (actual Alanya), pero no pudieron hacer frente al ataque final que Pompeyo lanzó por tierra y por mar. 

“El mayor número y los de mayor poder entre ellos habían depositado sus familias, sus caudales y toda la gente que no estaba en estado de servir, en castillos y pueblos fortalecidos hacia el monte Tauro; y ellos, tripulando convenientemente sus naves, cerca de Coracesio de Cilicia se opusieron a Pompeyo, que navegaba en su busca; y como dada la batalla fuesen vencidos, se redujeron a sufrir un sitio. Mas al fin recurrieron a las súplicas y también se entregaron con las ciudades e islas que poseían y en que se habían hecho fuertes, las cuales eran difíciles de tomar y poco accesibles.” (Plutarco, Pompeyo, XXVIII)

Ilustración Ángelo Todaro

La campaña contra los piratas duró poco más de tres meses. Según los historiadores antiguos, murieron en combate más de 10.000 piratas, mientras que Pompeyo logró un inmenso botín, formado por más de 20.000 hombres, 400 navíos, armas, multitud de materias primas y prisioneros, de los cuales, muchos estaban a la espera de ser rescatados.

“También le entregaron, al mismo tiempo, muchas armas, unas ya acabadas y otras en vías de fabricación, naves, algunas de las cuales todavía estaban en los astilleros a medio construir y otras navegando ya, bronce y hierro, reunidos para la fabricación de estas cosas, telas de lino, cables, madera de distintas clases y una gran cantidad de prisioneros, unos, en espera de ser canjeados mediante rescate y, otros, encadenados a sus respectivos trabajos.” (Apiano, Historia de Roma I, Mitrídates, 96)

Pompeyo acabó siendo clemente con los vencidos. Muchos piratas fueron asentados como colonos en distintos puntos de Anatolia, de Tarento, de la Cirenaica o del norte de Grecia para que no volviesen a los ataques en el mar y colonizaran nuevas ciudades. 

“De los piratas que todavía quedaban y erraban por el mar, trató con benignidad a algunos; y contentándose con apoderarse de sus embarcaciones y sus personas, ningún daño les hizo; con lo que concibieron los demás buenas esperanzas, y huyendo de los otros caudillos se dirigieron a Pompeyo y se le entregaron a discreción con sus hijos y sus mujeres. Los perdonó a todos, y por su medio pudo descubrir y prender a otros, que habían procurado esconderse por reconocerse culpables de las mayores atrocidades.” (Plutarco, Pompeyo, XXVII)


La ciudad de Anemurium, hoy Anamur, fundada por los fenicios en el siglo XII a.C., fue una de las más prósperas de Cilicia. Su costa fue refugio de piratas durante siglos. foto de Martin Siepman

Las victorias que Pompeyo Magno obtuvo en Oriente le proporcionaron diferentes honores como estatuas para honrar su memoria e inscripciones para agradecer su ayuda y protección. En el antiguo territorio de Ilium (actual Turquía), se encontró una inscripción en la que se le agradece el haber liberado a la población de la guerra contra Mitrídates y contra los piratas.

“El pueblo y los néoi (honran) a Cneo Pompeyo Magno, (hijo) de Cneo, imperator por tercera vez, patrón y benefactor de la ciudad, debido a su piedad hacia la diosa, que está aquí ..., y por su benevolencia hacia el pueblo, después de haber liberado a los hombres de las guerras contra los bárbaros y del peligro ocasionado por los piratas, y que ha restablecido la paz y la seguridad tanto por tierra como por mar.”








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