miércoles, 12 de febrero de 2020

Bellum ad piratas, piratería en la antigua Roma II

Continuación de Bellum ad piratas, la guerra contra los piratas en la antigua Roma I


Relieve de la tumba de Pompilio Cuadricula, Ostia, foto de Roger Ulrich


El problema de Roma con los piratas no se limitaba a su lucha contra ellos, sino que a veces algunos romanos eran acusados de colaboración con estos grupos de bandidos. Por ejemplo, Cicerón, en su alegato contra Verres, acusó al ex-pretor de haber colaborado con los piratas en Sicilia y de haber aceptado sobornos por parte de su líder. Dicha imputación, ya de por sí bastante grave, tenía gran relevancia porque las comunicaciones marítimas se estaban viendo continuamente afectadas por los ataques de los piratas.

“Que recuerde que, en el debate anterior, excitado por el griterío del pueblo romano, hostil y adverso, confesó que no había mandado ejecutar con el hacha a los jefes de los piratas; que ya entonces sintió temor de que le supusiera un motivo de acusación el haberlos soltado por dinero; que confiese lo que no se puede negar: que, como particular, retuvo a los jefes de los piratas, vivos e incólumes, en su propia casa después que regresó a Roma.” (Cicerón, Verrinas II, 1, 2)

Aunque la finalidad primordial de las campañas militares contra los piratas estaba en proteger las rutas comerciales, esenciales para la propia supervivencia del Estado, más adelante con la política de Augusto, tuvieron un claros elementos de propaganda e ideología.

“Ved, pues, que nos parece que el César nos proporciona una gran paz porque ya no hay guerras ni batallas ni mucho bandidaje ni piratería, sino que en cualquier época se puede viajar, navegar de Oriente a Poniente.”
(Epicteto, Disertaciones sobre Arriano, III, 13, 9)


Mosaico del Museo Cívico Luigi Tonini, Rímini, foto de Ilya Shurygin

A pesar de que Augusto en su obra Res Gestae anuncia que ha eliminado cualquier amenaza para la seguridad del territorio bajo su gobierno, en realidad la piratería continúo siendo una amenaza para el tráfico marítimo durante el Alto Imperio.

Es verdad que la paz se mantuvo por el uso de fuerzas armadas y por el hecho de que los habitantes de la región tenían ahora mejores oportunidades para prosperar mediante actividades pacíficas gracias al dominio romano. Sin embargo, los que no podían acceder a los beneficios del gobierno romano podían todavía encontrar atractivo el recurso a la piratería. 


http://www.loicderrien-illustration.com/

Una inscripción encontrada en Ilión para honrar a un procurador muestra que bajo el reinado de Tiberio se seguía luchando contra los piratas que operaban en el Helesponto.

El consejo y el pueblo (de Ilión) honraron a Tito Valerio Proclo, el procurador de Druso César por destruir los grupos piratas en el Helesponto y proteger la ciudad de todas las maneras sin impuestos. (Columna del templo de Apolo Thymbraeus)

A finales del siglo I d.C. se documenta la existencia de praefecti orae maritimae, magistrados, que, aun siendo de rango menor, tenían como misión la defensa del litoral en zonas de sensible riesgo pirático, como eran las provincias de Tarraconense, Bética, Mauritania y Bitinia. Estos prefectos eran asistidos en su cometido de vigilancia de puertos y accesos por cohortes y flotillas provinciales. Sin embargo, su aparición debió producirse ya a finales de la república y tuvo continuidad en al menos el siglo I d.C., como atestigua la inscripción del cursus honorum de Quintus Pomponius Rufus que fue prefectus orae maritimae de la Hispania Citerior y la Galia Narbonense durante el gobierno de Galba.

prae(fectus) orae marit(imae) Hisp(aniae) citer(ioris) Gallia[e] N[a]rbon(ensis) bello qu[od] imp(erator) G[a]lba pro re p(ublica) gessit

(praefectus orae maritimae de la Hipania citerior y de la Galia Narbonense en la guerra en la que el emperador luchó por la república)

Pintura mural de la casa de los Vettii en Pompeya.

Estos prefectos pudieron haber estado encargados de evitar la acción de aquellos que provocaban con engaños naufragios de navíos para asaltarlos y saquear sus cargas. Esta piratería no tan intensa originó un corpus legal destinado a evitar sus consecuencias y a perseguir a quienes la practicaban. Se prohibía terminantemente robar los restos de un naufragio, incluso llevarse aquellos bienes que hubiesen quedado extraviados como consecuencia de esos desastres. Esta normativa ofrecía garantías jurídicas a los dueños de los bienes afectados que podían litigar con quienes se hubieran apropiado indebidamente de esas propiedades. Las penas para los ladrones capturados era similar a la que se aplicaba a los bandidos y piratas.

"El divino Antonino estableció lo que sigue en un rescripto haciendo referencia a aquellos que son culpables de pillaje durante un naufragio: Lo que me escribiste concerniente al naufragio de un navío o un barco se hizo con el propósito de asegurar qué pena pienso se debería imponer a aquellos que han robado algo de un navío. Pienso que se puede determinar fácilmente, porque hay gran diferencia donde las personas toman la propiedad que está a punto de perderse, y donde de forma criminal cogen lo que puede salvarse. Por tanto, si un considerable botín parece haberse obtenido por la fuerza, deberás tras una sentencia, desterrar a los hombres libres por tres años, después de hacerlos azotar, o, si son de rango inferior, los condenará a trabajos públicos por el mismo tiempo; y condenarás a los esclavos a las minas después de azotarlos. Cuando la propiedad no sea de gran valor, puedes liberar a los hombres libres, después de azotarles con varas; y a los esclavos después de azotarlos." (Digesto, 47, 9, 4, 1)

Soldados romanos en birreme

Cuando en los últimos años del imperio también se hizo necesaria la persecución de los piratas, estos magistrados u otros similares estarían a cargo de la protección de las poblaciones costeras desde tierra adentro, debido a la escasez de barcos en las flotas romanas.

En época de los flavios en el Mediterráneo oriental algunos de los supervivientes de la primera guerra judaica se lanzaron a la piratería desde la ciudad de Joppa, atacando las costas de Siria y Fenicia hasta Egipto. Vespasiano entró en la ciudad con sus tropas en el año 67 d.C. y se encontró que los habitantes se habían ido al mar en sus barcas, aunque a causa de una tormenta, la mayoría naufragó. Miles murieron y Vespasiano destruyó la ciudad y dejó un contingente de caballería e infantería para evitar el regreso de los piratas.

“Estando en este estado las cosas, se juntó mucha gente de los que habían huido de las ciudades destruidas, y de los que habían también huido de los romanos, por discordias y sediciones; reconstruyeron Jope, destruida antes por Cestio, y se asentaron allí. Por estar apretados en aquella tierra que había sido antes tan destruida, decidieron echarse a la mar; y haciendo naos y galeras de piratas, pasaban a Siria, Fenicia y a Egipto, y hacían allí grandes latrocinios de tal manera que no había ya quien osase salir contra ellos, ni aun navegar por la mar de aquellas partes.” (Flavio Josefo, La Guerra de los Judios, III, 15)

Puerto de Cesárea Marítima, ilustración de Vincent Henin

El siglo III fue un período de especial debilidad en cuanto a la historia del Imperio romano se refiere. Fue una época de crisis económica y militar durante el cual los bárbaros de más allá de las fronteras aumentaron su nivel de amenaza y su audacia en sus ataques mediante su propia reorganización y fortalecimiento de su habilidad guerrera.

"Cuando me la han presentado, me he lanzado con mano resuelta y ávida sobre tu carta, como quien ha de enterarse de noticias prósperas, pero al recorrer en mi lectura la enumeración de tus pérdidas, el desagrado ha sucedido al placer.

Y lo cierto es que como es habitual en la naturaleza humana, los reveses que has soportado junto con un gran número de gentes encuentran algún alivio en la compañía; por el contrario, pienso que te ha afectado más profundamente este golpe depredador de los piratas, que ha echado específicamente sobre ti una dura suerte, porque no cuenta con otro partícipe y ha duplicado el dolor.” (Símaco, Epístolas, VIII, 27)

Una inscripción de Rodas, que data de la época de los severos, quizás del 220 d.C., honra a Aelius Alexander, un magistrado local, que fue encargado de suprimir la piratería en esos años.

“El pueblo de los Rodios y el consejo… Aelius alexander… pritano habiendo sido estratego en la ciudad justamente y con integridad, habiendo sido inspector portuario honorablemente, llevando a cabo las tareas de tesorero… habiendo sido frecuentemente inspector de obras públicas con fidelidad, y en todo siendo alabado por el consejo… y en su periodo como estratego actuando con justicia e integridad también en el Querosoneso, durante el cual él proporcionó seguridad para los marineros, capturando y entregando las bandas piráticas activas en el mar. En agradecimiento por ello el pueblo y el consejo, a causa de su buena voluntad hacia este hombre (dedicaron esto) a los dioses.” 

Puerto de Rodas, Serie Les voyages d´Alix

Las piraterías de los godos plantearon el principal desafío marítimo al que se había enfrentado Roma desde el período tardorrepublicano tanto en esta zona como en el conjunto del Imperio. Durante décadas, el mar Negro y el Mediterráneo oriental se vieron sacudidos por una serie de oleadas protagonizadas esencialmente por parte de godos, aunque con la participación de otros pueblos que vivían en las orillas del Ponto. Estas incursiones, aunque puedan parecer auténticas invasiones por el enorme despliegue de godos, boranos y hérulos que cruzaron el mar Negro, se han de considerar ataques de piratas debido a las técnicas empleadas y al objetivo de los mismos.

Ciertamente, estos pueblos no pretendían ni asentarse ni establecer un nuevo status quo con el Imperio, simplemente aspiraban a un botín y retornar posteriormente a sus hogares a través del saqueo de campos, villas y ciudades.

“Es de recordar la increíble audacia e inmerecida buena fortuna de unos cuantos cautivos Francos en época del divinizado Probo (276-282 d.C.), quien, tomando algunos barcos, saquearon desde el mar Negro hasta Grecia y Asia, y, expulsados no sin haber causado daño de muchas partes de la costa de Libia, finalmente conquistaron Siracusa, que anteriormente fue famosa por sus victorias navales, y, tras un largo viaje entraron en el océano donde empiezan las tierras, y mostraron por el resultado de su audacia que nada está vedado a la desesperación de un pirata donde hay una vía abierta a la navegación.” (Anónimo, Panegírico de Constancio, 18, 3)

Asedio de los godos a Ostia, ilustración Giuseppe Rava

No siempre el peligro venía de los pueblos más lejanos. El caso de Carausio es singular ya que una vez que había conseguido vencer a los piratas, se convirtió él mismo en un rebelde contra Roma.

Carausio había servido con honor en el ejército contra los bagaudas bajo el emperador Maximiano Hercúleo. Por sus antecedentes navales fue encargado por el emperador para que formase una flota y limpiase los mares de piratas sajones y francos en el otoño de 286 d.C., operando desde Bononia (Boulogne-sur-Mer, Francia). Concibió el Litus Saxonicum, un extraordinario sistema defensivo, con el objetivo de ofrecer una respuesta coordinada contra la piratería procedente desde el otro lado del Rin. 

Romanos en Britania, Ilustración de Harry Payne

Aunque realizó su tarea con rapidez, parece ser que no entregó al tesoro imperial la parte de botín que le correspondía, por lo que Hercúleo ordenó su arresto y ejecución (es posible que Carausio llegase a un acuerdo con los piratas por el que ofrecería su protección a cambio de una parte de lo obtenido por su pillaje). Carausio huyó con su flota (y posiblemente unos cuantos piratas) a Britania y se declaró emperador. Hasta el 290 d.C. no pudo Constancio Cloro, nombrado césar de Hercúleo, vencer a Carausio, aunque éste fue asesinado por su administrador Alecto, quién escapó a Britania y no pudo ser perseguido por Constancio por falta de barcos.

“En esta guerra Carausio, ciudadano de la Menapia, destacó por sus brillantes acciones; por esto y porque era un buen conocedor del arte de navegar (había trabajado en este oficio en su juventud) se le encomendó preparar una armada y rechazar a los germanos, que infestaban los mares. Muy enorgullecido por esto, como hubiera vencido a muchos bárbaros y no hubiera devuelto todo el botín al erario público, por miedo a Herculio, quien, según sabía, había dado orden de matarlo, se encaminó a Britania después de hacerse con el poder.” (Aurelio Víctor, Césares, 39, 20)

Los piratas no moraban en lugares recónditos y temidos por el viajero, sino que actuaban incluso en el corazón del Mare Nostrum, en la península Itálica y cerca de las principales ciudades del Imperio. Estos llamados “bárbaros” amenazaban los corredores de la ruta comercial más importante de la cuenca occidental, la que conducía desde la fértil África a la Roma eterna.

“El día había comenzado a sonreír hacía poco, y el sol aún iluminaba sólo las cumbres. Unos hombres armados como piratas se asomaron por encima del monte que se levanta a lo largo de la desembocadura del Nilo, en la boca que se llama Heracleótica, se detuvieron un momento y comenzaron a recorrer con la vista el mar que se extendía a sus pies. Echaron primero una ojeada hacia alta mar, pero como no se divisaba ningún barco que pudiera prometer botín para los piratas, volvieron su mirada a la ribera cercana.” (Heliodoro, Etiópicas, I, 1)

Nave romana de carga siglo I a.C. http://www.loicderrien-illustration.com/

La piratería pervivió en estos corredores marítimos durante toda la historia imperial, y cuando el poderío naval de Roma, que una vez fue poderoso, parecía haberse desvanecido, la presencia de los piratas se hizo más aparente y audaz llegando a la captura de una isla entera y la consecución de un botín inmenso como se describe en la siguiente historia.

En la Vida de Melania la Joven (383- 439 d.C.) se cuenta un suceso de piratería en el Mediterráneo central que podría considerarse característico de estos tiempos. Según el relato, Melania la Joven, después de dejar Roma y visitar a Paulino de Nola, decidió embarcar hacia África con la intención de seguir con la liquidación de sus propiedades para proseguir una vida piadosa de acuerdo a sus sentimientos cristianos. Sin embargo, este viaje en el que iba acompañada por su marido Pipiano y un enorme séquito de seguidores, fue truncado por una tempestad que les obligó a arribar a una isla cercana a Sicilia. Allí, Melania encontró una isla cautiva por una facción de piratas a los que denominaban bárbaros. Éstos capturaron a los notables de la isla junto a niños y mujeres y pedían a cambio de su liberación y de no destruir la ciudad, gran cantidad de oro. Estas gentes habían conseguido buena parte del rescate excepto 2500 monedas de oro que les fueron donadas por Melania y, de este modo, consiguieron recuperar su libertad tanto los habitantes de la isla como una dama distinguida, que presumiblemente había sido capturada en otro ataque, a cambio de otras 500 monedas adicionales. Además, Melania les entregó a estas víctimas otras 500 monedas para evitar que cayeran en la miseria.

En el siglo V d.C. no solo el Mediterráneo seguía viéndose afectado por los ataques de los piratas, sino también la costa atlántica, especialmente la de Francia.

“Así también el territorio armórico (Bretaña y Normandia) estaba amenazado por el pirata sajón para quien es un juego surcar con su barca de piel el mar bretón y hendir con un esquife cosido el verde mar. El franco abatía la primera Germania y la Bélgica segunda y tú, feroz alamán, bebías desde el campamento romano el agua del Rin, arrogante a ambas orillas: en la una te sentías en casa, vencedor en la otra.” (Sidonio Apolinar, Poemas, VII, 369)

Romanos contra sajones. Ilustración Fall3NAiRBoRnE

Los visigodos, instalados durante este siglo cerca del rio Garona se vieron afectados por los piratas, aunque no existen muchos testimonios de las medidas que tomaron para atajar sus ataques. Sidonio Apolinar escribe a Namatius, un comandante naval galorromano durante el reinado de Eurico (466-84), una carta que atestigua la existencia de piratas en esa época.

“Bromas aparte, hazme saber lo que tú y tu familia vais a hacer al final. Pero, ¡mira! Justo cuando solo quiero terminar esta carta que se ha alargado demasiado, de repente viene un mensajero de Saintes. Durante una larga conversación con él sobre ti, obtuve su repetida afirmación de que habías tocado la trompeta de guerra para la flota, y, encarnando tanto al soldado y al marinero, que navegaste por las sinuosas costas del océano contra las galeras de los sajones, que hacen a uno pensar que por cada remero que ves puedes contar un archipirata: todos ellos dan órdenes, dando y recibiendo instrucciones en piratería. Hay desde luego una buena razón para advertirte de que tengas mucho cuidado. Esos enemigos son los peores. Atacan sin avisar y desaparecen tan pronto como son vistos. Evitan a los que se les oponen directamente y golpean a los que pillan desprevenidos. Si persiguen los atrapan, si huyen escapan. No temen al naufragio, es algo que explotan, estando acostumbrados a los peligros del mar. Dado que una tormenta, siempre que llega, hace que sus víctimas no sean conscientes de su presencia, y esconde su aproximación, ellos disfrutan con los peligros de las olas y las escarpadas rocas, arriesgando todo a la esperanza de un ataque sorpresa.” (Sidonio Apolinar, Epístolas, VIII, 6)

Los vándalos de Genserico rumbo a Roma. Ilustración de Radu Oltean,  Ancient Warfare Magazine

Durante el siglo V d.C. ya no hubo intentos de realizar expediciones punitivas contra los piratas en sus bases, debido al pobre estado de la flota romana y la escasez de barcos para ello.

Una actividad muy lucrativa para los piratas era la del secuestro y posterior petición de rescate de personajes notables, lo que se produjo abundantemente por todo el Mediterráneo. El más famoso caso fue el secuestro de Julio César, quien mostró un carácter orgulloso y desafiante al sentirse ofendido por el bajo rescate que los piratas pidieron por él.

“Se dirigió a la Bitinia, cerca del rey Nicodemes, a cuyo lado se mantuvo largo tiempo, y cuando regresaba fue apresado junto a la isla Farmacusa por los piratas, que ya entonces infestaban el mar con grandes escuadras e inmenso número de buques.
Lo primero que en este incidente hubo de notable fue que, pidiéndole los piratas veinte talentos por su rescate, se echó a reír, como que no sabían quién era el cautivo, y voluntariamente se obligó a darles cincuenta. Después, habiendo enviado a todos los demás de su comitiva, unos a una parte y otros a otra, para recoger el dinero, llegó a quedarse entre unos pérfidos piratas de Cilicia con un solo amigo y dos criados, y, sin embargo, les trataba con tal desdén, que cuando se iba a recoger les mandaba a decir que no hicieran ruido. Treinta y ocho días fueron los que estuvo más bien guardado que preso por ellos, en los cuales se entretuvo y ejercitó con la mayor serenidad, y, dedicado a componer algunos discursos, teníalos por oyentes, tratándolos de ignorantes y bárbaros cuando no aplaudían, y muchas veces les amenazó, entre burlas y veras, con que los había de colgar, de lo que se reían, teniendo a sencillez y muchachada aquella franqueza. Luego que de Mileto le trajeron el rescate y por su entrega fue puesto en libertad, equipó al punto algunas embarcaciones en el puerto de los Milesios, se dirigió contra los piratas, los sorprendió anclados todavía en la isla y se apoderó de la mayor parte de ellos.”
(Plutarco, Julio César, I-II)

Julio César prisionero de los piratas. Foto Pinterest

César prometió a los piratas que los perseguiría y los crucificaría y, tras ser liberado, una vez pagado el rescate, los apresó y acudió al gobernador de Asia, Marco Junio Junco para solicitar que los castigase, pero ante su falta de acción, los mandó crucificar él mismo.

“Como era también por naturaleza muy benévolo a la hora de tomar venganza, cuando tuvo en su poder a los piratas que le habían capturado puesto que con anterioridad había jurado que los haría colgar de una cruz, mandó crucificarlos, pero ordenando que los degollaran antes.” (Suetonio, Julio César, LXXIV)


César amenazando a los piratas. Ilustración de  Edward Mortelmans

Aunque la historia de la captura de César es la más conocida, no es la única, y la arrogancia de los romanos capturados, como la demostrada por César se refleja en otros testimonios, así como las burlas de las que eran objeto por su actitud también por parte de los captores.

“Pero su acto más cruel (el de los piratas) era el siguiente: cuando uno de sus prisioneros gritaba que era romano y decía su nombre, fingían sentir terror y miedo, se golpeaban los muslos y se arrodillaban ante él suplicándole que los perdonase; este, al verlos afligidos y en actitud de súplica, quedaba convencido. A continuación, unos le ponían sus zapatos y otros lo vestían con una toga para que en otra ocasión no se lo dejase de reconocer. Tras burlarse de él de este modo y divertirse durante mucho tiempo, al final arrojaban una escalera de mano en medio del mar y le ordenaban que bajara y se marchara contento, y si se negaba ellos mismos lo empujaban al mar y lo ahogaban.” (Plutarco, Pompeyo, XXIV, 7)

César y los piratas,"La marine antique"  Serie Les voyages d´Alix  

Todo el que se embarcaba era consciente del riesgo que corría debido a los peligros del mar, las inclemencias del tiempo y los ataques de piratas.

“Cármides. - En medio de terribles riesgos he navegado por la inmensidad de los mares, he salido con vida de peligros mortales por parte de piratas sin número, he vuelto sano y salvo a la patria, donde encuentro ahora mi perdición, desgraciado de mí, por culpa de aquellos a causa de los cuales pasé tales trabajos a mi edad. Me muero de pena, Estásimo, sostenme.” (Plauto, Tres monedas, 1090)

Ilustración Daryl Joyce

Las naves comerciales llevaban guardianes armados contratados por los comerciantes que además de impedir el robo de la carga en los puertos donde atracaban se encargaban de las cuestiones internas de orden que surgieran durante la travesía, y de defender la nave de peligros externos como los ataques de los piratas. 

Marco Antonio Herreno dedicó una inscripción a Hércules en el Foro Boario de Roma en la que daba gracias porque se había salvado del ataque de los piratas contra sus navíos después de una fuerte lucha.

“Marco Octavio Herreno, flautista en su tierna juventud, perdida luego la esperanza en su oficio, se dedicó al comercio, tuvo éxito en los negocios y consagró a Hércules la décima parte de sus ganancias. Luego, cuando mercadeaba por mar, cercado por los piratas, opuso tenaz resistencia y se marchó victorioso. Hércules se le apareció en sueños y le hizo saber que se había salvado gracias a su intervención. Entonces, Octavio obtuvo de los magistrados un terreno y consagró al dios un templo y una estatua, y en la inscripción lo llamo Hércules Víctor.” (Macrobio, Saturnales, III, 6)


Barco de Tarsus, Museo Nacional de Beirut, Líbano. http://www.lebanoninapicture.com/

La derrota de los piratas tiene su reflejo en el aspecto que podía presentar su nave tras la lucha con los vencedores romanos.

“Como una nave de piratas que, funesta por todo el mar, cargada con los despojos de sus crímenes y después de haber saqueado durante largo tiempo numerosos navíos, fue a dar con una poderosa trirreme de guerra mientras intenta conseguir una presa según su costumbre. Desprovista de sus remeros abatidos, debilitada por las rasgaduras de las alas de sus velas, privada de su timón, maltrecha por habérsele quebrado sus vergas, juguete del piélago la zarandean el viento y las olas hasta pagar al fin el castigo en el mar que ella había asolado.” (Claudiano, VI Consulado de Honorio, 130)

Cuando los vencidos eran los piratas su situación podía depender de la ley vigente o del general o magistrado que, en situaciones de guerra abierta, los haría prisioneros y los encadenaría, e incluso exhibiría como muestra de su victoria y para regocijo de la población. Así lo recuerda Cicerón en un pasaje referente a la actuación de P. Servilio Vatia (Isáurico) en Cilicia:

“Publio Servilio ha capturado vivos él solo a más jefes de piratas que todos con anterioridad. ¿Cuándo negó a nadie la satisfacción de que se le permitiera contemplar a un pirata prisionero? Pero, por el contrario, por dondequiera que pasaba, ofrecía a todos ese agradabilísimo espectáculo de enemigos atados y prisioneros y así se producían tales afluencias desde todos los puntos que acudían para verlos, no únicamente de las ciudades por las que eran llevados, sino incluso de las vecinas.” (Cicerón, II Verrinas, 5.66) 

Relieve del templo de Apollo in circo, Central Montemartini, Roma. Foto de Rober B. Ulrich

Como los piratas no se consideraban prisioneros de guerra, sino meramente bandidos o ladrones, a los generales que los vencían, supuestamente no se les debía otorgar el honor de celebrar un triunfo, aunque sí parece que tenían derecho a una ovatio (entrada en la ciudad de Roma entre ovaciones).

“La corona oval es de mirto. La llevaban los generales que entraban en Roma en medio de ovaciones. La razón por la que se celebra una ovatio y no un triunfo es que, o bien la guerra no había sido declarada ateniéndose al ritual, o bien había sido llevada a cabo contra un enemigo injustamente calificado de tal, o la categoría del enemigo era humilde y sin relevancia, como esclavos o piratas, o su rendición fue inmediata y ‘sin polvo’, como suele decirse, y la victoria ha resultado incruenta.” (Aulo Gelio, Noches Áticas, V, 6, 20)

Sin embargo, en ocasiones, los piratas cautivos sí podían ser objeto de exhibición en determinados desfiles triunfales, como se ve en la sarcástica pregunta de Cicerón en su discurso sobre la actuación de Verres en Sicilia.

“Tú mantenías vivo al jefe de los piratas. ¿Para qué? Supongo que, para llevarlo delante de tu carro durante el desfile, pues no faltaba más que, tras perder una excelente flota del pueblo romano y destrozar la provincia, se te otorgase el triunfo naval."  (Cicerón, II Verrinas, 5, 67)

Tras la captura podía llegar su condena a muerte o la aplicación de duros castigos físicos. La decisión de preservar la vida de los piratas corresponde al general, quien legítimamente puede aplicar la pena de muerte a los cautivos reducidos mediante uso de la fuerza, como, al parecer, hizo Metelo en Creta.

“Metelo había capturado a numerosos piratas y los había matado y aniquilado a todos” (Plutarco, Pompeyo, XXIX, 2)

Batalla naval de Milas, ilustración de Severino Baraldi

La decapitación por hacha o espada era habitual y los esclavos solían ser crucificados, aunque otra forma de castigo característica era la mutilación de los piratas capturados, sobre todo, a través de la amputación de las manos, que además de una represalia que sustituía a la pena capital en razón del status social del prisionero, era una acción iniciativa que impedía la participación de la víctima para la guerra y que conllevaba también una carga infamante en diversas sociedades antiguas. Algunos de estos castigos son citados por Apiano con referencia al enfrentamiento entre Brutio Sura, el prefecto de Macedonia y Metrófanes, enviado por Mitrídates:

“Brutio, avanzando desde Macedonia con un pequeño ejército, sostuvo con él un combate naval y, tras hundirle una nave pequeña y una hemiolia, mató a todos los que había en ellas ante la mirada de Metrófanes. Éste huyó aterrado y, como le acompañó un viento favorable, Brutio no pudo darle alcance, sino que se apoderó de Escíatos, que servía de almacén a los bárbaros para el botín de sus depredaciones. Crucificó a algunos esclavos de entre la población y cortó las manos a los hombres libres.” (Apiano, Historia de Roma I, Mitrídates, 29) 

Esclavos crucificados. Pintura de Fedor Andreevich Bronnikov, Tretyakov Gallery, Moscú

Entre los piratas, parece haberse producido manifestaciones religiosas que los relacionaban con dioses guerreros como Ares (o Marte), pero también con Hermes, dios del comercio, pues se veían como abastecedores y distribuidores de algunas de las mercancías más importantes para el desarrollo del mercado, sobre todo de esclavos, en el Mediterráneo. Existían varios pequeños templos consagrados a Hermes en la Cilicia Occidental. Muchos de estos santuarios estaban localizados en cuevas en el litoral, que podrían haber servido de refugios para piratas.

Sin embargo, Hermes, al ser protector de los comerciantes, sería venerado por los auténticos comerciantes, no dedicados a la delincuencia, que sí eran atacados por los piratas en las poblaciones del litoral mediterráneo. Por ello se veían en la necesidad de recurrir a los dioses por el temor a los piratas como se puede ver en la ocasión en que los ciudadanos de Sidra (en la actual Turquía), en Asia Menor consultaron el oráculo de Apolo en Claros en el siglo I d.C. cuando los piratas se convirtieron en una plaga.

El dios les aconsejó erigir una estatua de Ares, la deidad tradicional de la guerra, en el centro de la ciudad, flanqueado por Hermes y Dike (La justicia). La estatua debería ser encadenada por Hermes y golpeada con tirsos. El dios interpreta el ritual: `Así conseguiréis que Ares se muestre pacífico con vosotros.´ También les advierte que deben organizar la resistencia y castigar a los piratas con severidad. 


Moneda de Sidra. Galieno en el anverso y las figuras de Dike y Hermes
con Ares en el centro en el reverso

Estos piratas practicaban una serie de rituales y sacrificios totalmente ajenos a las costumbres griegas como los dedicados al dios Mitra, quien se ajustaba perfectamente a las creencias de unas comunidades que habían hecho del robo su principal modo de vida y actividad económica, pues Mitra era tanto el dios que roba a sus vecinos el ganado, como el héroe que devuelve a los establos lo que antes ha sido robado, convirtiéndose el dios en un guardián que devolvía a su comunidad lo que los romanos les había arrebatado.

“Hacían también sacrificios traídos de fuera, como los de Olimpia, y celebraban ciertos misterios indivulgables, de los cuales todavía se conservan hoy el de Mitra, enseñado primero por aquellos.” (Plutarco, Pompeyo, XXIV)

Mitra tauróctono, Museo Arqueológico de Córdoba

El carácter ascético de esta religión, que llevaba a sus iniciados hasta niveles extremos de autodisciplina y solidaridad, era muy eficaz para conseguir una estrecha cohesión de grupo. Los iniciados en el culto a Mitra se consideraban a sí mismos y a sus hermanos de fe como hijos de un mismo padre, lo que podría haber servido para fomentar la cohesión de las bandas piratas, junto a la celebración de un rito de iniciación mediante un sacrificio que en los primeros tiempos sería humano, sustituido después por un animal, para ser finalmente un mero acto simbólico.

“Lo persuadí con mis palabras y la Fortuna estuvo de nuestra parte. Yo me dediqué a preparar el equipo para la estratagema. Y justo cuando iba Menelao a hablarles a los piratas del sacrificio, el cabecilla se le anticipó por voluntad de algún dios diciéndole:
—Tenemos como norma que los neófitos se hagan cargo del sacrificio, sobre todo cuando hay que inmolar a un ser humano. Te corresponde, por tanto, prepararte para el sacrificio de mañana. También tu sirviente habrá de iniciarse a la vez que tú.”
(Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, III, 22, 3-4)

El culto a Mitra pudo haber sido practicado por Cenicetes jefe de la piratería en Asia menor entre el 84 y 77 a. C., quien lo habría usado para cohesionar a una masa de gentes de muy distinta procedencia y dirigirla hacia unos objetivos comunes. Este pirata prefirió inmolarse en las llamas antes que ser hecho prisionero de los romanos.

“En las cimas del Tauro está el Olimpo, tanto el monte como la fortaleza homónima, que es la base de piratería de Cenicetes desde donde se divisa toda Licia, Panfilia, Pisidia y Milíade; pero cuando el monte fue tomado por Isáurico, Cenicetes se prendió fuego junto con toda su casa. A éste pertenecían también Córico, Fasélide y todos los territorios de Panfilia, y todo fue tomado por Isáurico.” (Estrabón, Geografía,
 XIV, 5, 8)

Columna de Trajano, foto de Paolo Ziti


Bibliografía

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