sábado, 16 de julio de 2022

Beatus Ille, vida campestre en la antigua Roma

Toledo Museum of Art, Estados Unidos


Febo, ayuda a estos intentos que no pretenden nada grande,
ni siquiera lo que de ti quiere sacar el vulgo malicioso.
Aleja las riquezas, que los cargos les caigan a esos otros
que los quieren, que a otros los ayude privanza grande;
que este haga de almirante en los navíos o alegre
mande en campamento ajeno con servicial esmero;
que una provincia tema los doce fasces de otro;
oiga el de más allá aplausos sin parar reiterados.
Que yo atienda a un campo de pobre suelo y a versos
despreocupados, y que no pase un día sin un hermano;
que a mi vida descansada le lleguen diversiones
limpias, que mi alma de nada se espante ni nada anhele;
que largo tiempo ignorado me acabe una vejez sin achaques
y mis dos hermanos recojan los huesos en mi sepelio.
 (Antología Latina, 804)

La ciudad en la antigua Roma, según algunos autores, era un espacio de corrupción moral, donde los excesos evitaban que sus habitantes pudieran llevar una vida adecuada y donde incluso los hombres buenos estaban siempre ocupados por las obligaciones profesionales o políticas. Por el contrario, en el campo se podía vivir feliz, despreocupado y dedicado a los placeres de la vida sencilla.

Los campesinos de los que hablan los literatos viven esa sencillez, contentos con sus recursos, aunque estos sean limitados, en un hogar apacible donde la familia juega un papel fundamental con ofrendas a los dioses, principalmente los relacionados con el entorno rústico, para atraer la prosperidad a sus hogares.

"Pero, ante todo, da culto a los dioses y cumple cada año el rito a la gran Ceres oficiando sobre la lozana hierba, cuando ha tocado a su fin el largo invierno, entrada ya la serena primavera. En esta época están gordos los corderos y los vinos entonces se enmollecen, entonces el sueño es dulce y en las montañas la sombra espesa. Que la campesina mocedad se te una a ti para adorar a Ceres, en cuyo honor exprime los panales de miel en leche y vino dulce y por tres veces que la víctima propicia vaya en procesión alrededor de las mieses nuevas, que la acompañen con regocijo la gente y el coro entero y con gritos llamen a Ceres a sus casas y que nadie meta la hoz en las espigas sazonadas, antes de que, en honor de Ceres ceñida la frente con corona de encina, dance en desordenados movimientos y pronuncie los himnos de ritual." (Virgilio, Geórgicas, I, 340)

Pintura de Alma-Tadema


La vida rural se desarrolla alrededor de la agricultura, que es la principal fuente de ingresos, y las necesidades de las cosechas y el ganado rigen la vida en base a las jornadas diarias y las estaciones del año.

La sociedad romana pre-imperial asociaba la pobreza con la virtud, ensalzando al virtuoso hombre pobre como alguien dedicado a su labor, ya fuera la agricultura o el ejército, que se conformaba con tener lo suficiente para subsistir.

"Si en algún tiempo la fría lluvia retiene en su casa al labrador, es ocasión de hacer holgadamente muchas cosas que tendrían luego que ser improvisadas bajo un cielo sereno. El labrador aguza la dura punta de la embotada reja, de troncos de árbol excava las barricas, o empega los ganados o numera sus montones. Otros afilan las estacas y las horcas de dos ganchos y preparan las ligaduras amerias para la flexible vid." (Virgilio, Geórgicas, I, 260)


La imagen tradicional del campesino feliz en la literatura Latina suele incluir a la familia como elemento relevante para conseguir una producción fructífera de la tierra o los animales. Tanto la esposa como los hijos ayudan en las labores del campo.

"¡Cuánto más digno de ser alabado es éste al que, dispuesta su descendencia, la perezosa vejez lo sorprende en su modesta casa! Él mismo sigue a sus ovejas, su hijo a los corderos y su mujer le prepara agua caliente cuando regresa cansado. Así sea yo, y me sea lícito blanquear mi cabeza con canas y, viejo, evocar los recuerdos de un tiempo pasado." (Tibulo, I, 10, 40)



Los intelectuales de la época veían la vida en el campo como un refugio donde olvidar las preocupaciones de la vida en la ciudad. Horacio describe su finca sabina, regalo de su patrono Mecenas, como un símbolo de la tranquilidad necesaria que el poeta necesita para componer su obra.

"En estas cosas pierdo el día de mala manera, no sin formular un deseo: «¡Oh campo!, ¿cuándo he de verte?; ¿cuándo me será permitido, ya con los libros de los antiguos, ya con el sueño y las horas de asueto, lograr el dulce olvido de esta vida agitada?" (Horacio, Sátiras, II, 6, 60)

En el campo la vida gira en torno a lo que realmente importa para llevar una vida sin complicaciones, sin dar importancia a banalidades y temas que solo interesan a los que quieren medrar en la vida social de la ciudad. Por eso el propietario que decide vivir en el campo se rodea de un círculo de amistades que comparte sus mismos intereses y que puede hablar de cualquier asunto con total libertad.

"¡Oh noches y cenas divinas, en las que como con los
míos ante mi propio hogar, y a los traviesos esclavos nacidos en
casa les doy un bocado de cuanto yo pruebo! A l gusto de cada
cual, vacían los comensales copas dispares, libres de leyes absurdas:
el que es un valiente las toma bien fuertes y otro gus-
ta más de remojarse con tragos ligeros. Y entonces empieza la
tertulia, no a cuento de las villas o casas ajenas, ni de si Lepor
sabe bailar o no sabe; sino que tratamos de lo que más nos interesa
a nosotros y es malo ignorar: de si los hombres son felices
por la riqueza o por la virtud; de qué nos arrastra hacia la amis-
tad: el interés o la honradez; y de cuál es la naturaleza del bien,
y cuál su máximo grado."
(Horacio, Sátiras, II, 6, 65)

Mosaico de El Bardo, Túnez

La idea general de los autores de la época es que la gente del campo lleva una vida más moderada y saludable que los que viven en la ciudad, más dependientes de caprichos extravagantes y distracciones mundanas que hacen más difícil su vida diaria.

"Mientras tú quizás andas de aquí para allá sin descanso, Juvenal, por la bulliciosa Subura o te pateas el monte de la soberana Diana; mientras de puerta en puerta de los poderosos te hace aire la toga que hace sudar y, en tu vagar, el Celio mayor y menor te fatigan, a mí, después de muchos diciembres reencontrada, me ha acogido y me ha hecho un campesino mi Bílbilis, orgullosa de su oro y de su hierro. Aquí cultivo perezoso con un trabajo agradable el Boterdo y la Plátea —las tierras celtíberas tienen estos nombres demasiado rudos—, disfruto de un sueño profundo e interminable, que a menudo no lo rompe ni la hora tercia, y ahora me recupero de todo lo que había velado durante tres decenios. No sé nada de la toga, sino que, cuando lo pido, me dan de un sillón roto el vestido más a mano. Al levantarme, me recibe un hogar alimentado por un buen montón de leña del vecino carrascal y al que mi cortijera rodea de multitud de ollas. Detrás llega el cazador, pero uno que tú querrías tener en un rincón del bosque. A los esclavos les da sus raciones y les ruega que se corten sus largos cabellos el cortijero, sin un pelo. Así me gusta vivir, así morir." (Marcial, Epigramas, XII, 18)

Mientras que los ricos habitantes de la ciudad disfrutan de especialidades culinarias presentadas de forma espectacular y de procedencia exótica, sin preocuparse por su calidad como sustento, los residentes en el campo se conforman con una dieta sencilla que comparten con sus invitados y que proviene de sus propias tierras. Horacio se refiere a un conocido suyo, Ofelo, anterior pequeño propietario reconvertido en colono a sueldo:

"Yo nunca me he permitido comer en día que no fuera de fiesta más que verdura con una punta de ahumado pernil; y si tras mucho tiempo un huésped llegaba a mi casa, o bien, si no teniendo trabajo que hacer, en tiempo de lluvias, me acompañaba a la mesa un vecino estimado, nos arreglábamos bien; no con pescado traído de la ciudad, sino con pollo y cabrito. Luego, las uvas que tenía colgadas y las nueces nos proporcionaban el postre, junto con unos higos abiertos. Tras esto, el juego consistía en beber sin otro juez que la culpa; y el vino de las libaciones a Ceres, para que se alzara con una espiga bien alta, distendía las frentes que la inquietud arrugaba." (Horacio, Sátiras, II, 2, 115)

Ilustración de Jean-Claude Golvin


Plinio el joven describe su villa en el campo como el lugar más propicio donde la aristocracia podía combinar el otium y el negotium fácilmente. Sus tierras son extensas y productivas, con pastos y agua y accesible para el transporte de mercancías a la ciudad y así poder ser de provecho al Imperio.

"El paisaje es hermosísimo. Imagínate un anfiteatro inmenso, como solo la naturaleza puede crear. Una extensa y abierta llanura rodeada por montañas que tienen sus cimas cubiertas por antiguos bosques de altos árboles. Allí la caza resulta abundante y variada. Desde las cumbres bajan por sus laderas bosquecillos de árboles maderables, en medio de los cuales hay colinas fértiles y cubiertas de una abundante capa de humus (pues no es fácil encontrar roca alguna, aunque la busques) que no ceden en riqueza a los campos más llanos, y donde madura una excelente cosecha de cereales, más tardía es cierto, pero no de inferior calidad. Al pie de estos sembrados, por todos lados, se extienden unos viñedos, que, al entrelazarse entre sí, presentan en una ancha y larga superficie una panorámica uniforme, en cuyo límite nacen unos arbustos, que forman, por así decirlo, el reborde inferior de la colina. A continuación, vienen prados y tierras de labor, tierras que no pueden ser roturadas a no ser con enormes bueyes y pesadísimos arados: el suelo es tan compacto que cuando se le abre por primera vez se levanta en grandes terrones, de modo que solo a la novena arada se lo domeña. Los prados, floridos y brillantes coma tachonados de gemas, crían tréboles y otras delicadas hierbas siempre tiernas coma si fuesen nuevos brotes. En efecto, todos estos prados se alimentan de caudales inagotables, pero en las zonas donde más agua fluye no se forma ninguna zona pantanosa, pues la tierra, al estar en pendiente, vierte en el Tíber toda el agua que recibe y no puede absorber. El río, navegable, corre a través de los campos y transporta hasta la ciudad todos los productos de la tierra, pero solo en invierno y primavera; en verano baja de nivel y abandona el nombre de gran rio en su lecho arenoso, que recupera en otoño." (Plinio, Epístolas, V, 6)

Ilustración Chris Mitchell

Al mismo tiempo proporciona caza para el divertimento de sus residentes y el propietario puede encontrar paz y tranquilidad para dedicarse a escribir y sentirse más sano y dispuesto a la actividad creativa.

"Allí el ocio es más profundo, más sosegado, y por ello más despreocupado: no hay necesidad alguna de ponerse la toga, nadie de la vecindad te molesta, todo es tranquilidad y descanso, circunstancias que añaden mucho a la salubridad de la región, tanto como un cielo sereno, como un aire puro. Es allí donde mi cuerpo, mi espíritu tienen más vigor. Pues ejercito mi espíritu con los estudios, mi cuerpo con las cacerías. Mis sirvientes están también aquí más sanos que en ninguna otra parte; hasta ahora ciertamente no he perdido a nadie de los que he traído aquí conmigo (que los dioses me perdonen por hablar así). ¡Qué los dioses me conserven en el futuro este gozo, y al lugar esta gloria! Adiós." (Plinio, Epístolas, V, 6)

Escena de caza, Museo Romano de Mérida

Aparte de la caza otra actividad al aire libre que podían practicar los ociosos habitantes de las villas rústicas era la pesca con caña y anzuelo. Plutarco cita una anécdota sobre Marco Antonio y Cleopatra ocurrida mientras él pescaba con la caña:

“Estaba una vez pescando con mala suerte, y enfadándose porque se hallaba presente Cleopatra, mandó a los pescadores que, metiéndose sin que se notara debajo del agua, pusieran en el anzuelo peces de los que ya tenían cogidos; y habiendo sacado dos o tres lances, no dejó la egipcia de comprender lo que aquello era. Fingió, pues, que se maravillaba, y haciendo conversación con sus amigos, les rogó que al día siguiente concurrieran a ser espectadores. Embarcáronse muchos en las lanchas, y luego que Antonio echó la caña, mandó a uno de los suyos que nadara por debajo del agua y adelantándose, colgara del anzuelo pescado salado del Ponto. Cuando Antonio creyó que había caído algún pez, tiró, y siendo el chasco y la risa tan grande como se puede pensar, “Deja – le dijo -, ¡Oh Emperador!, la caña para nosotros los que reinamos en el Faro y en Canopo; nuestros lances no son sino ciudades, reyes y provincias.” (Plutarco, Antonio, 29)



En la Roma imperial de la época de Augusto la vida en la ciudad de Roma se había encarecido debido a los altos precios del mercado y a la escasez de algunos productos. Se necesitaban recursos para hacer frente al gasto de las necesidades básicas, como alimentos, o combustible para calentarse y para cumplir las demandas sociales a las que la pertenencia a la ciudadanía obligaba. Por tanto, muchos miraban en la ciudad miraban a sus lugares de origen enclavados en entornos rurales por la posibilidad de tener una mejor vida que en la ciudad, donde tenían que adular a los patronos que les ayudaban a sobrevivir.

"Te admiras frecuentemente, Avito, de que yo hable demasiado de pueblos remotos, habiéndome hecho viejo en la capital del Lacio, y de que tenga sed del aurífero Tajo y de mi patrio Jalón y de que añore los campos descuidados de una pequeña torre bien abastada. Me gusta aquella tierra en la que una pequeña hacienda me hace feliz y unos pocos recursos me hacen nadar en la opulencia. Aquí se le da de comer al campo, allí da de comer; el hogar se templa aquí con un fuego maligno, allí luce con una lumbre enorme. Aquí es costosa el hambre y ruinoso el mercado; allí la mesa queda enterrada por las riquezas de su propio campo. Aquí se gastan en un verano cuatro togas o más, allí una sola toga me abriga durante cuatro otoños. Anda, hazles ahora los honores a los patronos, siendo así que todo lo que no te proporciona un amigo puede proporcionártelo, Avito, un lugar." (Marcial, Epigramas, X, 58)


Algunos ciudadanos buscaban el amparo de un patrono que ayudara a cubrir sus necesidades más básicas y algunos soñaban con una propiedad en el campo que les facilitara ser autosuficientes y no incurrir en los gastos habituales de vivir en la ciudad. El poeta satírico Marcial se muestra encantado con la finca que su patrona le regala.

"Este bosque, estas fuentes, esta sombra entretejida de los pámpanos vueltos hacia arriba, esta corriente guiada de agua de riego, estos prados y rosales, que no ceden al Pesto de las dos cosechas, y todas las hortalizas que verdean y no se hielan ni en el mes de Jano, y la anguila doméstica, que nada en un estanque cerrado, y esta torre de un blanco resplandeciente que cría palomas de su mismo color, obsequios son de mi dueña. A mi vuelta después del séptimo lustro, Marcela me ha dado estas casas y estos pequeños reinos. Si Nausícaa me concediera los huertos de su padre, podría decirle yo a Alcínoo: Prefiero los míos."  (Marcial, Epigramas, XII, 31)

Ilustración de Jean-Claude Golvin

En algunas obras la descripción idílica de la vida y paisaje campestres son una mera representación de la visión que los residentes en la urbe tienen de lo que debería ser la vida rural. Así es en el caso del personaje Alfio quien aparentemente lleva una plácida vida en el campo, pero que resulta ser una fantasía, porque finalmente se revela que vuelve a su negocio en la ciudad.

“Feliz aquel que, de negocios alejado, cual los mortales de
los viejos tiempos, trabaja los paternos campos con sus bueyes,
de toda usura libre. A él no lo despierta, como al soldado, la
trompeta fiera ni teme al mar airado; y evita el Foro y las puertas
altivas de los ciudadanos poderosos,
Y así, o bien casa los altos chopos con los crecidos sarmientos
de las vides, o bien, en un valle recoleto, contempla
las errantes manadas de mugientes reses; y cortando con la po-
dadera las ramas que no sirven, otras más fértiles injerta; o exprime
mieles que guarda en limpias ánforas, o esquila a las débiles
ovejas. Y cuando el otoño asoma por los campos su cabeza,
de dulces frutas ataviada, ¡cómo goza recogiendo las
peras que ha injertado y uvas que rivalizan con la púrpura, para
ofrecértelas a ti, Priapo, y a ti, padre Silvano, que guardas los
linderos…………………………………………………………………………….
Mas cuando la invernal estación de Júpiter tenante apresta las
lluvias y las nieves, o bien a los fieros jabalíes acosa de aquí y
de allá, con machos perros, hacia las redes que les cortan la escapada,
o con la percha pulida tiende ralas mallas para engañar
a los voraces tordos; y caza con el lazo la tímida liebre y la
emigrante grulla, trofeos placenteros. ¿Quién no se olvida, en
medio de todo esto, de las malas cuitas que provoca Roma?
…………………………………………………………………………………………..
Ni el ave africana ni el jonio francolín bajarán
más gratos a mi panza que la oliva elegida de las ramas más
pingües de los árboles, o la hierba de la acedera, amante de los
prados, o las malvas saludables para el cuerpo enfermo, o la
cordera sacrificada en las fiestas Terminales, o el cabrito arrebatado
al lobo.
Entre estos festines, ¡cómo agrada ver a las ovejas corriendo
a casa ya pacidas, ver a los cansados bueyes arrastrando el
arado vuelto sobre el cuello lánguido; y a los siervos nacidos
en la casa, enjambre de una finca acaudalada, sentados en torno
a los lares relucientes!
Una vez que dijo todo esto, el usurero Alfio, que estaba a
punto, a punto de hacerse campesino, reembolsó todos sus cuartos
el día de las idus,... y ya busca dónde colocarlos en las calendas.”
(Horacio, Épodos, II, 2)



La mayor parte de los autores de la época de Augusto deseaban que con su llegada al poder se volviese a una época de moralidad y simplicidad que acabase con el vicio y la decadencia que se habían implantado en la sociedad romana a partir de la expansión de Roma debida a las conquistas de nuevos territorios. Ansiaban el regreso a una Edad Dorada, un pasado lejano en el que los antepasados vivían una apacible vida campesina antes de que existiesen las ciudades, las armas y las guerras y que se impusiesen los lujos y los excesos como la gula y la impiedad.

iDichoso aquel que llegó a conocer las causas de las
cosas y puso bajo sus pies los temores todos, la creencia
en un destino inexorable y el estrepitoso ruido del Aqueronte
avaro! ¡Pero también dichoso el que supo de los
dioses de los campos, y de Pan y del viejo Silvano y
de las hermanas Ninfas! A ese tal, ni las fasces con-
cedidas por el pueblo, ni la púrpura de los reyes le hicieron
doblegarse, ni la discordia que subleva a los hermanos
sin fe; o el dacio, que desciende desde el Istro conjurado,
ni los negocios de Roma, ni los reinos destinados
a perecer; ése no se dolió, compasivo, del pobre, ni envidió
al que tiene. Los frutos que las ramas, los que los
mismos campos, sin cultivo, generosos produjeron, no tuvo
más que cogerlos; ni vio las leyes inflexibles, la locura
del foro, ni los archivos del pueblo."
 (Virgilio, Geórgicas, II, 490)


Para que un propietario pueda dedicarse al otium necesita disponer de alguien en quien confiar para dirigir su hacienda. Esta labor solía recaer en el villicus, capataz que se encargaba de repartir las tareas y vigilar a los esclavos. En el caso de la finca sabina de Horacio, el villicus, que antes desarrollaba sus tareas como esclavo en la ciudad parece echar de menos su vida en la ciudad con sus diversiones urbanas. Horacio, quien antes disfrutaba de su estancia en la urbe, pero que se ha acostumbrado a la vida sencilla del campo, le reprocha sus quejas y le recuerda que otros esclavos le tendrán envidia por las ventajas que le reporta su puesto actual. El poeta concluye que cada uno debe dedicarse a la labor a la que está destinado.


"Yo llamo feliz al que vive en el campo, y tu al que
en la urbe. El que gusta de la suerte de otro, no es de extrañar
que aborrezca la suya. Igual de necios el uno y el otro, echan
la culpa al lugar, sin razón ni justicia: la culpa es del alma, que
nunca logra escapar de sí misma.
Tú, cuando eras un criado cualquiera, en tus calladas plegarias
ansiabas el campo; ahora que eres capataz añoras la urbe,
sus juegos y baños. Sabes que yo soy consecuente, y que a disgusto
me voy cada vez que los odiosos negocios a Roma me
llevan a rastras. No nos gustan las mismas cosas, y por eso no
estamos de acuerdo.
………………………………………………………………………………………
Vamos, pues, y escucha ahora qué es lo que impide que nos
entendamos. A aquel al que tan bien le caían las togas finas y
los cabellos brillantes; el que tú sabes que, sin dar nada a
cambio, gozó del favor de Cinara la avariciosa, y desde el
mediodía andaba bebido de claro falemo, le gustan las cenas
ligeras y la siesta a la orilla del río, sobre la hierba; y no se avergüenza
de cuanto se ha divertido, mas sí lo haría de no poner un
final a la juerga. Ahí nadie amarga mi bienestar con aviesa mirada,
no lo envenena con el oscuro mordisco del resentimiento;
eso sí, los vecinos se ríen al verme voltear terrones y piedras.
Tú prefieres roer con los siervos la diaria ración de la urbe, y
en tus deseos corres a convertirte en uno de ellos; mas el mozo
de cuadra, que es tan charlatán, te envidia el que puedas disfrutar
de la leña, el ganado y el huerto. El perezoso buey querría
gualdrapas, y arar querría el caballo; mi parecer será que el
uno y el otro hagan a gusto el oficio que saben."
 (Horacio, Epístolas, I, 14)

Museo Nacional Palazzo Massimo, Roma

El clima era un motivo importante para el retiro en el campo. Huir del calor sofocante del verano en la ciudad anima a los ricos hacendados romanos a trasladarse hasta sus villas rurales, donde el ambiente normalmente más fresco y la tranquilidad permite disfrutar del ocio y las actividades propias del campo.

"Te metes conmigo por quedarme en el campo, yo podría con más razón quejarme de que tú permanezcas en la ciudad. La primavera a deja paso al Verano; el sol ha completado su trayecto hasta el trópico de Cáncer y ahora avanza en su viaje hacia el polo. ¿Por qué debería desperdiciar palabras sobre el clima que tenemos aquí? El creador nos ha situado de tal forma que estamos expuestos a los calores vespertinos. Es decir, todo resplandece; la nieve se está derritiendo en los Alpes; la tierra está cosida a grietas. Los vados no son sino grava seca, las orillas duro barro, los llanos polvo; los arroyos languidecen y apenas pueden correr; en cuanto al agua, caliente no es la palabra; hierve. Todos sudamos en sedas ligeras y linos; pero allí estás en Ameria todo envuelto en tu amplia toga, hundido en un sillón, y diciendo entre bostezos: Mi madre era una Samia a alumnos más pálidos por el calor que por temor a ti. Puesto que amas tu salud, aléjate en seguida de tus sofocantes callejones, únete a nuestro hogar como el más bienvenido de todos los huéspedes, y en este, el más atemperado de los retiros evita al intemperado Sirio." (Sidonio Apolinar, Epístolas, II, 2)



Bibliografía

Rasgos de la vida hispanorromana en la Celtiberia, Miguel Dolç
Gaudia Verae Vitae y carpe diem en los Epigramas de Marcial, Aurelio González Ovies
All Country Roads Lead to Rome: Idealization of the Countryside in Augustan Poetry and American Country Music; Alice Lyons
Aristocracy and Agriculture: How Vergil’s "Georgics" Inspired a Wave of Agrarianism and Imperialism; Isabel M. Lickey
The Foliate Lyre: The Use of the Countryside In Horace's Odes; Andrew Michael Goldstei
Horace, Martial, and Rome: two Poetic Outsiders read the Ancient City; Stephen L. Dyson and Richard E. Prior
Otium as Luxuria: Economy of Status in the Younger Pliny´s Letters; Eleanor Winsor Leach
The Simple Life in Vergil's "Bucolics" and Minor Poems; Elizabeth F. Smiley
The Cambridge Companion to Horace, Town and country; Stephen Harrison

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