martes, 4 de abril de 2023

Spolia, arte expoliado en la antigua Roma


Pintura de Alma-Tadema

“Hemos señalado, pues, tres razones para explicar la opinión que los hombres tienen de la divinidad: la naturaleza, los poetas y los legisladores. Ahora podemos añadir como cuarta razón las artes plásticas y artesanales en la elaboración de estatuas e imágenes de los dioses. Me refiero a los pintores, escultores, talladores de piedras y, en suma, a todo aquel que demuestra ser capaz de imitar con el arte la naturaleza de la divinidad. Unas veces se trata de un ligerísimo esbozo que fácilmente engaña a la vista. Otras veces es una mezcla de colores y un trazado de líneas que refleja casi con exactitud lo que se pretende. A veces, con el trabajo de tallar la piedra o labrar la madera, va quitando el artista lo que sobra hasta dejar la imagen que aparece al final. Otro sistema consiste en fundir el bronce y otros materiales preciosos por el estilo y verterlos en moldes. Otras veces, en fin, se moldea la cera que es lo que más fácilmente se acomoda al arte y mejor admite rectificaciones. Así trabajaban Fidias, Alcámenes y Policleto. Así también Aglaofonte, Polignoto y Zeuxis y el primero de todos, Dédalo.” (Dión Crisóstomo, Discurso Olímpico, 44)

Desde los últimos siglos de la República los ciudadanos más acaudalados exhibían elementos arquitectónicos y esculturas de procedencia griega con la idea de ser considerados personas refinadas que pertenecían a la élite cultural. Desde ese momento muchos romanos contemplaban a Grecia y sus colonias con admiración por la monumentalidad de sus ciudades y la riqueza de sus tradiciones artísticas y literarias.

"Fidias no sólo sabía modelar de marfil sus estatuas, las modelaba también de bronce. Si le hubieses suministrado mármol u otra materia aún más vil, hubiese modelado con ella una obra de la calidad más perfecta posible." (Séneca, Epístolas, 85)

Taller de Fidias, Pintura de Raffaelo Sorbi

En ocasiones, la existencia de una mayoría de estatuas griegas respondía al convencimiento de que Roma había asumido la herencia cultural de los helenos y entendido que se podía alcanzar esa forma de vida al mismo tiempo que se conquistaba y gobernaba.

Es por ello que los romanos heredaron de los griegos la afición por acaparar obras de arte, aunque en tiempos de Roma se hizo más relevante el coleccionismo como un medio para expresar ostentación, victorias bélicas y poder. La posesión de piezas artísticas otorgaba al coleccionista el prestigio y reconocimiento necesarios para manifestar su posición social.

La masiva afluencia de valiosos objetos artísticos aumentó debido a los continuos pillajes y saqueos cometidos por el ejército romano en los territorios conquistados. El expolio de obras de arte proporcionó a las arcas romanas infinidad de piezas que aportaron financiación para sus campañas bélicas y que fueron expuestas en la ciudad.

“Así que cualquiera de nosotros, que no somos tan afortunados como ése ni podemos ser tan refinados, si alguna vez quiere ver algo de tal categoría, que vaya al templo de Felicidad, al monumento de Cátulo, al pórtico de Metelo, que procure ser admitido en la villa tusculana de alguno de ésos, que contemple el foro adornado, si ése presta a los ediles algo de lo que retiene.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 57)

Baños de Caracalla, Pintura de Virgilio Mattoni de la Fuente

Los botines de guerra procedentes de Grecia y Oriente se exhibían en los desfiles triunfales, y posteriormente se destinaban a los templos, aunque el triunfador conservaba su parte.

Han pasado a la historia, entre otros, los saqueos de la ciudad siciliana de Siracusa en el 211 a.C. tras la victoria de Marco Claudio Marcelo, quien recibió una ovación (inferior al triunfo) a su llegada a Roma, que él se encargó que pareciera un triunfo por la cantidad de objetos mostrados en el desfile.

“La víspera de su entrada en Roma celebró el triunfo en el monte Albano. Después, durante la ovación, entró en la ciudad precedido por un botín considerable. Junto con una representación de la toma de Siracusa, con catapultas, ballestas y todas las restantes máquinas de guerra, iban los objetos con que una realeza opulenta había decorado una larga paz, gran cantidad de bronce y plata labrada y otros objetos y telas preciosas, así como muchas estatuas famosas con las que se había engalanado Siracusa como las principales ciudades de Grecia.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXVI, 21, 6)

Triunfo romano, Pintura de Vincenzo Camuccini

Parece ser que a partir de ese momento se desató en Roma la pasión por las obras de arte griegas, ya que por primera les fue posible a los habitantes de Roma y sus visitantes contemplarlas con facilidad al ser muchas de ellas depositadas en los templos a los que se tenía acceso y derecho de visita.

“Trasladó a Roma las obras de arte de la ciudad, las esculturas y cuadros, que abundaban en Siracusa, que evidentemente eran un botín quitado al enemigo, conseguido por derecho de guerra. A partir de ahí, por otra parte, nació la admiración por las obras de arte griegas, y a raíz de esto, el abuso del expolio indiscriminado de todo lo sagrado y lo profano que últimamente se ha vuelto contra los dioses romanos, empezando por el propio templo que Marcelo decoró espléndidamente. Los extranjeros, en efecto, solían visitar los templos dedicados por Marco Marcelo atraídos por las magníficas obras de ese género, de las que queda sólo una pequeñísima parte.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXV, 40, 1-3)

Recreación del Templo de Venus y Roma, en Roma

En el año 209 a.C. Fabius Maximus expolió una cantidad de estatuas y pinturas de la ciudad de Tarento igual a las tomadas en Siracusa, aunque los romanos más conservadores le alabaron por dejar la mayoría de las imágenes de los dioses tarentinos intactas.

“A la matanza siguió el saqueo de la ciudad. Dicen que fueron cogidos treinta mil esclavos, una enorme cantidad de plata labrada o acuñada, tres mil ochenta libras de oro, y casi tantas estatuas y cuadros como los que adornaban Siracusa. Pero Fabio fue más magnánimo que Marcelo a la hora de respetar esa clase de botín; cuando un escriba le preguntó qué quería que se hiciera con unas estatuas de gran tamaño —se trataba de dioses representados en actitud de combate, cada uno con sus atributos—, ordenó dejarles a los tarentinos sus dioses, airados con ellos.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXVII.16.7)

El triunfo de Flaminius en el 194 a.C. tras la derrota de Filipo de Macedonia duró tres días e incluyó la exhibición de estatuas de mármol y bronce expoliadas no solo de las ciudades griegas conquistadas, sino de las colecciones privadas de los reyes macedonios

“Una vez llegados a Roma, el senado se reunió fuera de la ciudad para escuchar un informe pormenorizado de Quincio sobre las operaciones desarrolladas, y de buen grado decretó un triunfo bien ganado: La ceremonia triunfal duró tres días. El primero hizo desfilar las armas ofensivas y defensivas y las estatuas de bronce y de mármol, siendo más las que había arrebatado a Filipo que las conquistadas en las ciudades. El segundo día hizo desfilar el oro y la plata, labrada, sin labrar, y acuñada. Había dieciocho mil doscientas setenta libras de plata sin labrar, y de plata labrada numerosos vasos de todas clases, en su mayoría cincelados, algunos de notable valor artístico; había también muchos objetos manufacturados en bronce, además de diez escudos de plata. De plata acuñada había ochenta y cuatro mil monedas áticas, llamadas tetracmas, que pesan casi tres denarios cada una. En oro había tres mil setecientas catorce libras, un escudo macizo, y catorce mil quinientos catorce filipos.” (Tito Livio Ab Urbe Condita, XXXIV.52.4- 5)

Piezas de oro de Macedonia

Tras la derrota del rey Antíoco en la batalla de Magnesia en el año 190 a.C., Lucio Cornelio Escipión Asiático celebró un triunfo en Roma que permitió a sus habitantes conocer el lujo con el que se vivía en el Asia Menor e hizo desear a muchos entrar en posesión de aquellos objetos tan suntuosos y valiosos.

“Fue la Conquista de Asia lo que introdujo por primera vez el lujo en Italia; porque Lucio Escipión, en su desfile triunfal, exhibió mil cuatrocientos libras de plata cincelada, con vasijas de oro cuyo peso alcanzaba mil quinientas libras. Esto tuvo lugar el año 565 de la fundación de Roma.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 148)

Piezas de oro del periodo Aqueménida

En esta época empezaron las críticas del sector más conservador y tradicionalista de la sociedad con respecto a la llegada de objetos artísticos y de lujo del extranjero, porque creía que suponía el deterioro de las costumbres y la moralidad que hasta el momento había imperado en Roma y una ofensa a los dioses de sus antepasados, como se puede ver en el discurso de Catón contra la derogación de la Ley Opia que restringía el lujo a las mujeres.

“Cuanto mejor y más boyante es cada día que pasa la situación del país, cuanto más se ensancha nuestro imperio —y ya hemos penetrado en Grecia y en Asia, llenas de todos los atractivos del placer, e incluso ponemos nuestras manos sobre los tesoros de los reyes—, más me estremezco por temor a que todo esto nos esclavice en lugar de hacernos nosotros sus dueños. Las estatuas procedentes de Siracusa, creedme, fueron enseñas enemigas introducidas en nuestra ciudad. Son ya demasiadas las personas a las que oigo ponderar en tono admirativo las obras de arte de Corinto y Atenas y reírse de las antefijas de arcilla de los dioses romanos. Yo prefiero que nos sean propicios estos dioses, y confío en que seguirán siéndolo si permitimos que permanezcan en sus moradas.” (Tito Livio, Ab Urbe Condita, XXXIV, 4)

Antefija de arcilla romana, Museo Metropolitan, Nueva York

Pero la llegada de obras artísticas desde zonas conquistadas por Roma siguió produciéndose como en el caso del triunfo de Marcus Fulvius Nobilior en el 187 a.C., tras su victoria sobre los etolios, donde Tito Livio incluye en su inventario de piezas exhibidas una enorme cantidad de estatuas de bronce y de mármol.

“El veintitrés de diciembre celebró su triunfo sobre los etolios y Cefalonia. Desfilaron ante su carro coronas de oro con un peso total de ciento doce libras, mil ochenta y tres libras de plata, doscientas cuarenta y tres libras de oro, ciento dieciocho mil tetracmas áticos y doce mil cuatrocientos veintidós filipos, setecientas ochenta estatuas de bronce y doscientas treinta de mármol.” (Tito Livio Ab Urbe Condita, XXXIX, 5.13-16)

Izda. Doríforo, Museo Británico, Londres. Centro: Venus, Museo Británico, Londres. Drcha. Apoxyomenos Croata, Museo del Louvre, París. 

Las obras que llegaban como botín de guerra también se utilizaban para decorar los conjuntos monumentales de la ciudad y muchos de ellos se entregaban como exvotos a los templos, así, después de la toma de Ambracia en 189 a.C., el mismo cónsul Marco Fulvio Nobilior confiscó unas esculturas de las Musas que, tras su desfile triunfal, pasaron a decorar un templo de Hércules que él mismo financió en el Campo de Marte.

“Aquel, que con los etolios guerreó, siendo compañero suyo Ennio, Fulvio, no dudó en consagrar a las Musas el botín de Marte.” (Cicerón, Arquias, XI, 27)

El desfile del triunfo de Emilio Paulo tras la batalla de Pidna en el 168 a.C. contenía tantas estatuas y pinturas que se necesitaron 200 carros para transportarlas y un solo día no fue suficiente para verlas.

“La ceremonia toda se repartió en tres días, de los cuales en el primero, que apenas alcanzó para el botín de las estatuas, de las pinturas y de los colosos, tirado todo por doscientas yuntas.” (Plutarco, Emilio Paulo, 32)

El Triunfo de Emilio Paulo, Pintura de Carle Vernet. Museo Metropolitan, Nueva York

En 146 a.C., la conquista de Corinto por el cónsul Mumio se saldó con un saqueo de la ciudad. Entre las piezas expoliadas había una pintura de Dionisos que Mumio instaló en el templo de Ceres y que pudo haber sido la primera pintura foránea en convertirse en propiedad pública en Roma.

“La alta estima en que se tuvo a las pinturas de extranjeros en Roma comenzó con Lucius Mummius, quien obtuvo el nombre de Achaicus por sus victorias, porque con ocasión de la venta del expolio, habiendo comprado el rey Atalo una pintura del Padre Líber pintada por Arístides por seis mil denarios, Mummius se sorprendió por el precio, y, sospechando que podía tener un mérito que él desconocía, y a pesar de las quejas de Atalo, deshizo la compra, e hizo que colocaran el cuadro en el Templo de Ceres; el primer ejemplo, creo, de una pintura extranjera en ser expuesta en Roma.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 8)

Pintura del Dios Baco, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Con el tiempo fue tal la acumulación de objetos artísticos en los santuarios que los sacerdotes se vieron obligados a habilitar espacios específicos para su exposición, que se convertirían en verdaderos museos de arte. Muchos templos, sin detrimento del carácter privado del culto y sacrificios, además de estatuaria, exhibieron valiosos conjuntos de vasos, ánforas, camafeos de respetable tamaño y otras piezas preciosas. Los templos que gozaban de escasa relevancia arquitectónica en cuanto a su decoración pudieron basar su atractivo en la acumulación de dichos objetos artísticos expuestos en su interior.

“Después de festejar el triunfo y de consolidar con firmeza el Imperio romano, Vespasiano decidió levantar un templo a la Paz. En muy poco tiempo se terminó esta construcción, que presentaba un aspecto por encima de lo que podía concebir la mente humana. Utilizó en él las extraordinarias riquezas de su propiedad y, además, lo embelleció con las obras más destacadas de la Antigüedad en pintura y escultura. En efecto, en aquel templo fueron reunidos y expuestos todos los objetos que antes los hombres para verlos tenían que recorrer todo el orbe habitado, porque deseaban contemplar estas piezas, que estaban unas en un país y otras en otro. También colocó allí como ofrenda los vasos de oro del Templo de los judíos, de los que estaba orgulloso. Ordenó guardar en su palacio la Ley hebrea y los velos de púrpura del santuario.” (Flavio Josefo, Guerra de los Judios, VII, 158-162)

Ilustración Foro de Roma con Templo de Vespasiano y otros

Los jefes militares podían destinar una parte de los trofeos de guerra a su propio disfrute, decorando con ellos sus residencias. El historiador y ensayista griego Plutarco dejó escrito que uno de los más notables coleccionistas fue Lucio Licinio Lúculo, general romano del siglo I antes de Cristo que combatió a las órdenes de Sila para acabar alcanzando el consulado en el 74 antes de Cristo. Lúculo hizo gala de una sensibilidad por las artes inusual en alguien de su rango, que le llevó a amasar una valiosa colección de estatuas y pinturas, sobre todo tras sus campañas militares por el Mediterráneo Oriental en la primera mitad del siglo I antes de Cristo.

“Sucede con la vida de Lúculo lo que con la comedia antigua, donde lo primero que se lee es de gobierno y de milicia, y a la postre, de beber, de comer, y casi de francachelas, de banquetes prolongados por la noche y de todo género de frivolidad, porque yo cuento entre las frivolidades los edificios suntuosos, los grandes preparativos de paseos y baños, y todavía más las pinturas y estatuas y el demasiado lujo en las obras de las artes, de las que hizo colecciones a precio de cuantiosas sumas, consumiendo profusamente en estos objetos la inmensa riqueza que adquirió en la guerra.” (Plutarco, Lúculo, 39)

En casa de Lúculo, Pintura de Gustave Boulanger

Otro nombre asociado a las grandes colecciones del período republicano es el de Crisógono, un liberto de Sila que llegó a acaparar, gracias a su colaboración en las proscripciones de Sila, metales preciosos, valiosos cuadros, estatuas, mármoles y una impresionante colección de vasos de Corinto y de la isla de Delos.

“El otro baja de su mansión del Palatino; posee para recreo del espíritu una amena finca en los suburbios de Roma, además de innumerables predios, todos ellos espléndidos y cercanos; su casa está repleta de vasos de Corinto y de Delos, entre los que se encuentra la famosa autepsa (calentador de agua) comprada hace poco a un precio tan elevado que los transeúntes, al oírselo anunciar al pregonero, pensaban que lo que se vendía era una finca. Además de eso, ¿cuántos objetos cincelados en plata, cuántos tapices, cuántos cuadros pintados, cuántas estatuas, cuántos mármoles diríais que hay en su casa? Ni más ni menos todos los que, en medio de la confusión y la rapiña, pudieron reunirse de muchas y ricas familias en una sola casa.” (Cicerón, Pro Roscio, 133)

Mansión pompeyana, pintura de Gustave Boulanger

Se puede decir que los generales fueron los primeros grandes coleccionistas de Roma durante el periodo republicano. Pompeyo o César practicaron un tipo de coleccionismo ligado al poder que emanaba de su condición consular en el siglo I antes de Cristo. Sus victorias militares incrementaron sus colecciones, expuestas frecuentemente con un objetivo propagandístico en las vías sacras de la capital. Como ejemplo, la compra de dos cuadros del pintor griego Timomachus por parte de Julio César - una Medea y un Ayax – por una suma de 80 talentos de plata, con la intención de exponerlos en el templo de Venus Genetrix.

“Fue el dictador César quien primero introdujo la exhibición pública de pinturas en tan alta estima consagrando un Ayax y una Medea en el templo de Venux Genetrix.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 9)

Desfile triunfal por el foro. Ilustración J. Hoffbauer, Biblioteca de Artes Decorativas, París

No solo templos sino otros edificios públicos fueron utilizados como museos o espacios expositivos ya a partir del siglo II a.C. cuando los generales victoriosos empezaron a hacer accesible al público los botines de guerra y sus colecciones personales. Cayo Asinio Polión obtuvo permiso para reconstruir el Atrium Libertatis junto al foro de César tras su victoria militar en Iliria en el año 39 a.C. El edificio guardaba los archivos del censo aparte de otras estancias administrativas, pero Asinio lo convirtió también en biblioteca y galería de arte donde exponer su colección formada por las piezas expoliadas en sus batallas, piezas obtenidas por otros medios o encargadas exprofeso para ser exhibidas en dicho lugar.

“Asinio Polión, un hombre de ardiente temperamento, decidió que los edificios que erigió en su propia conmemoración deberían ser lo más atractivos posible; por lo que se pueden ver grupos que representan a las ninfas tomadas por los centauros, una obra de Arquesilao; las Tespiades de Cleomenes; Océano y Júpiter de Heniochus; Las Appiades de Stephanus; Hermerotes de Tauriscus, un nativo de Tralles, no el cincelador de plata; Un Júpiter Hospitalis de Papylus, un discípulo de Praxiteles; Zethus y Amphion, con Dirce y el toro, todo esculpido en un solo bloque de Mármol, obra de Apollonius y Tauriscus, y traído a Roma desde Rodas.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 4)

El último grupo escultórico citado representa la muerte de Dirce arrastrada por un toro al que la atan Zethus y Amphion para vengar a su madre Antíope. La obra, expuesta en el Atrium Libertatis, sería apreciada por su propietario y otros conocedores de arte por su procedencia griega, su elaborada técnica y por el drama mitológico que representa.

Toro Farnese, Museo Arqueológico de Nápoles

Con la llegada de Augusto al poder la exposición de obras de arte en edificios públicos sirvió como propaganda política para impulsar la imagen del emperador ante el pueblo.

“¿Me preguntas por qué vengo a ti tan tarde? El poderoso César ha inaugurado el dorado Pórtico de Febo. Todo él en línea recta ha sido construido de columnas púnicas, entre las que destaca el tropel femenino del anciano Dánao. El Febo de mármol, más bello que el mismo Febo, me pareció como si estuviera entonando versos al son de callada lira. Y en torno al altar estaba de pie el ganado de Mirón: cuatro artísticos bueyes, estatuas llenas de vida. Después, en el centro, se levantaba el templo de mármol brillante,
más querido por Febo que su patria Ortigia; en lo alto de la cubierta estaba el carro del Sol, y sus puertas eran obra insigne de marfil de Libia; una hoja lloraba la expulsión de los galos de la cumbre del Parnaso, la otra la muerte de la hija de Tántalo. Y luego, entre su madre y su hermana, el mismo dios Pítico entona cantos al son de la lira vestido de larga túnica.”
(Propercio, Elegías, II, 31)

Apolo Citaredo, Museo Arqueológico de Nápoles, foto Jebulon

Marco Vipsanio Agripa, yerno del emperador Augusto, además de su consejero, vivió de cerca la transición entre la etapa final de la República y el nacimiento del Imperio Romano y propuso una política socio-cultural dirigida a transmitir a los ciudadanos su identificación con los valores artísticos y culturales del estado romano. Se le atribuye a él uno de los primeros intentos de la historia de fundar un museo público, al exponer en el Panteón que lleva su nombre las obras requisadas y expoliadas en los territorios recién anexionados.

“Decorado por Diógenes de Atenas, se consideran obras maestras las cariátides que se ven en los intercolumnios del templo, así como las estatuas colocadas en su tejado, insuficientemente admiradas a causa de la altura del emplazamiento.” (Plinio, Historia Natural, XXXVI, 4)

Panteón de Roma, Ilustración de Jean-Claude Golvin

El coleccionismo practicado por Agripa fue más allá de la simple exhibición imperialista de sus éxitos militares, como cuando compró por 1.200.000 sestercios dos cuadros a los habitantes de la ciudad de Cyzicus. Quería inculcar en las masas un sentimiento de nación a partir de su patrimonio, que este fuera un elemento que aglutinara los valores que consolidaban la identidad de Roma como estado.

“Tenemos un discurso suyo (de Agripa), y muy digno del más importante de nuestros ciudadanos, sobre la ventaja de exhibir en público todas las pinturas y estatuas; una práctica que habría sido más preferible que ocultarlas en nuestras villas. Austero como era en sus gustos, pagó al pueblo de Cyzicus 1.200.000 sestercios por dos pinturas, un Ayax y una Venus. También mandó que unos cuadros pequeños se encastraran en mármol en el vaporarium de sus Termas; donde permanecieron hasta que se quitaron para reparar el edificio.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 9)

Pintura de Venus, Pompeya. Casa de Marcus Fabius Rufus

Cuando la época de expolios sistemáticos pasó, los generales y emperadores siguieron con la costumbre de apoderarse de las obras artísticas de los pueblos conquistados, si bien bajo la fórmula de cobrar los impuestos establecidos a los perdedores con la cesión de sus valiosas piezas de arte a Roma.

“También estaba allí (en Cos) la Afrodita Anadiomene, pero ahora está dedicada en Roma al César divinizado, pues se la dedicó Augusto a su padre (Julio César) como fundadora de su estirpe, y afirman que a los de Cos se les eximió de cien talentos del tributo establecido en compensación por la pintura.” (Estrabón, Geografía, XIV, 19)

Venus Anadiomene, Pompeya.
Casa del Príncipe de Nápoles

En época tardo-republicana se enmarca la consolidación de las subastas, como escenario de compra-venta de piezas artísticas, aunque ya se conocían subastas en el mundo griego y en el Egipto ptolemaico. Los botines de guerra se exponían en una plaza y se adjudicarían al mejor postor. Con el tiempo la subasta se convertiría en un medio habitual de las élites para vender y comprar piezas artísticas de gran valor. La caída en desgracia de importantes y adinerados personajes supuso poner a disposición de los interesados las valiosas propiedades que habían sido arrebatadas a sus dueños, especialmente por las proscripciones llevadas a cabo durante las distintas guerras civiles acontecidas durante la República. Así, por ejemplo, critica Cicerón la adquisición por parte de Marco Antonio de las posesiones de Pompeyo mediante subasta, para luego echarlas a perder por su despilfarro.

"¿Tanta ceguedad te dominó, o, mejor dicho, tanto furor, que desconocieses que ten hombre de tu nacimiento no debía ser adjudicatario de bienes confiscados, y sobre todo de los bienes dé Pompeyo, sin atraerse el aborrecimiento y la execración del pueblo romano, la enemistad y la venganza de todos los dioses y de todos los hombres? ¡Con cuánta insolencia se apoderó inmediatamente este codicioso expoliador de los bienes de aquel varón por cuyo valor el pueblo romano era tan temido y por cuya justicia tan amado de las demás naciones! Cuando se quedó con las riquezas de este gran hombre, saltaba de gozo: parecía uno de esos personajes de comedia que de repente pasan de la pobreza a la opulencia. Pero como dice, no recuerdo qué poeta, lo mal adquirido mal acaba, siendo increíble y verdaderamente prodigioso cómo pudo disipar tan inmensas riquezas, no en pocos meses, sino en pocos días. Había allí vinos de todas clases, gran cantidad de plata excelente, ricos vestidos, multitud de muebles preciosos y magníficos en varios aposentos, menaje propio del que vive, si no con lujo, en la abundancia. En muy pocos días, todo desapareció." (Cicerón, Filípicas, II, 26-27 [64-66])

Pintura de Alma-Tadema

Los romanos no siempre aceptaban la legitimidad de los saqueos artísticos. En 70 a.C., los sicilianos presentaron en Roma una denuncia contra Verres por los actos de rapiña que cometió en la isla siendo pretor y Cicerón se encargó de la acusación.

“Declaro que en toda Sicilia, una provincia tan rica, de tanta tradición, con tantas ciudades, con tantas familias tan opulentas, no hubo ningún vaso de plata, de Corinto o de Délos, ninguna joya o perla, ningún objeto de oro o marfil, ninguna estatua de bronce, mármol o marfil, afirmo que no hubo ninguna pintura, ni en tabla ni en tapiz, que no haya buscado, examinado y robado, cuando le pareció bien.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 19)

Cicerón distingue spolia, botín de guerra arrebatado a los enemigos y spoliatio, apropiación ilegal de decoración artística y arquitectónica. Según el orador, las imágenes u objetos religiosos que se encuentran santuarios, templos y lararios privados no deberían ser nunca quitados a sus dueños.

“Pero sólo has deshonrado este monumento del Africano... ¿Qué dices? ¿No sustrajiste a los tindaritanos una efigie de Mercurio de bellísima factura, erigida por merced del mismo Escipión? ¡Y de qué modo, dioses inmortales! ¡Con qué audacia, con qué arbitrariedad, con qué descaro! Oísteis declarar anteriormente a los embajadores tindaritanos, los hombres más honorables y principales de la ciudad, que el Mercurio que era venerado por ellos con ceremonias anuales y con profunda religiosidad, que Publio Africano, tras la toma de Cartago, había entregado a los tindaritanos como monumento y señal de su victoria y también de la lealtad y alianza de aquéllos, había desaparecido por la violencia, el delito y el abuso de autoridad de éste, quien, tan pronto como llegó a aquella ciudad, al instante, como si no sólo debiera llevarse a cabo, sino que fuera inevitable, como si el Senado se lo hubiera encomendado y el pueblo romano ordenado, exigió inmediatamente que desmontasen la estatua y la transportaran a Mesina.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 39, 84)

Hermes, Museo Chiaramonti, Vaticano.
Foto Jastrow

Verres es acusado de atesorar todos los objetos de arte que excitan su interés sin importarle su propiedad o procedencia. Para ello se vale principalmente de dos hermanos artistas que se acogieron al servicio de Verres porque tuvieron que huir de su tierra por motivos legales y a los que este envía por todo Sicilia a buscar las obras de arte de las que pueda apoderarse sin tener en cuenta lo que sus propietarios tengan que decir.

“Ahora vale la pena, jueces, conocer cómo se habituó a encontrar y escudriñar todos estos objetos. Hay unos hermanos naturales de Cíbira, Tlepólemo y Hierón, de los que uno, según creo, tenía por ocupación modelar la cera y el otro era pintor. Tengo entendido que éstos, habiendo incurrido ante sus conciudadanos en la sospecha de haber expoliado en Cíbira un templo de Apolo, huyeron de su tierra, por temor a la pena resultante de un proceso y de la ley. Como sabían que Verres era un apasionado de su arte, con ocasión de que ése, cosa que supisteis por los testigos, había ido a Cíbira con unos pagarés sin valor, al huir de su ciudad se acogieron a él como exiliados, cuando ése estaba en Asia. Los tuvo consigo en aquella época y en los saqueos y robos de su legación utilizó mucho la colaboración y el consejo de aquéllos… Se los llevó consigo a Sicilia, una vez bien conocidos y demostrada su capacidad. Cuando llegaron allí, lo olfateaban y lo rastreaban todo de una manera tan admirable (diríais que eran perros de caza) que lo encontraban por cualquier medio dondequiera que estuviera. Amenazando una cosa, mediante promesas otra, una valiéndose de esclavos, otra de hombres libres, unas por medio de un amigo, otras por medio de un enemigo, las encontraban Todo lo que llegaba a gustarles había que darlo por perdido. Ninguna otra cosa deseaban aquellos a quienes se les reclamaban objetos de plata, sino que no fueran del agrado de Hierón y Tlepólemo.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 13, 30)

Tesoro de Mildenhall, Museo Británico, Londres

Una de las razones aducidas para acusar a Verres es que se dedicó a expoliar las obras de arte de Sicilia, no siendo un conquistador, sino siendo un gobernador enviado por Roma como su representante, y por tanto era indigno de tal cargo por no respetar las características religiosas e históricas de la gente bajo su mandato. Su falta de respeto a los dioses y a los habitantes que gobierna supone una amenaza al estado.

Su manera de actuar suele seguir la misma fórmula casi siempre. Cuando llega a una ciudad, manda que todos sus habitantes traigan sus valiosas posesiones y bien él mismo o sus protegidos revisan las piezas que más les gustan, objetos de plata con incrustaciones que son arrancadas y entonces devueltos a sus dueños. Todo lo arrancado es posteriormente incrustado en sus propias vasijas que guarda en su propia casa o reparte entre sus amigos.

“Cuando llegó a Haluncio nuestro celoso y diligente pretor, no quiso entrar en la ciudad, porque tenía una subida difícil y empinada. Mandó que acudiera a él el haluntino Arcágato, uno de los hombres más notables, no sólo en su localidad, sino en toda Sicilia. Le encarga que haga transportar al instante desde la ciudad al puerto todos los objetos de plata cincelada que hubiera en Haluncio y también los vasos de Corinto. Sube a la ciudad Arcágato. Hombre famoso, que quería ser apreciado y considerado por sus conciudadanos, llevaba con gran disgusto aquella misión que ése le había encomendado y no sabía qué hacer. Comunica lo que se le había ordenado. Recomienda que aporten todos lo que tuvieran. Reinaba un gran temor, pues el tirano en persona no se encontraba muy lejos. Esperaba a Arcágato y la plata, reclinado en su litera a la orilla del mar, al pie de la ciudad. Imaginad qué carreras se produjeron en la ciudad, qué griterío, qué llantos femeninos incluso. Quien lo viera, diría que se había introducido el caballo de Troya, que se había tomado la plaza: se sacaban las vasijas sin sus fundas, se arrancaban otras de las manos de las mujeres, se rompían las puertas de muchas casas, se descuajaban las cerraduras... ¿Qué pensáis en realidad? Si se requisan a los particulares, ocasionalmente, sus escudos en época de guerra y desórdenes, ellos los entregan contra su voluntad, aunque se dan cuenta de que lo hacen por el bien común; no penséis que nadie aportó, sin profundo dolor, la plata cincelada que tenía en casa, para que otro se la arrebatase.
Se saca todo. Se llama a los hermanos cibiratas. Poco es lo que desechan. A los que habían dado su aprobación se les arrancaban las incrustaciones y las placas. Así es como los haluntinos regresan a sus casas con sus objetos de plata desguarnecidos, con sus atractivos ornamentos quitados.”
(Cicerón, Contra Verres, II, IV, 23, 51)

Izda, tesoro de Hildesheim, Altes Museum, Berlín. Drcha, tesoro de Boscoreale,
Museo del Louvre, París

En otros casos obliga a los poseedores de antiguos objetos de arte a venderle piezas por debajo del precio de mercado, lo que ellos aceptan por el temor al cargo que ostenta.

“Había en casa de Heyo un sagrario que gozaba de gran respeto, herencia de sus antepasados, muy antiguo, en el que había cuatro estatuas muy bellas, de gran valor artístico y fama, que podían hacer las delicias, no sólo de ese hombre sensible y entendido, sino las de cualquiera de nosotros a los que llama profanos; una de Cupido, en mármol, de Praxiteles…; el mismo artífice hizo, según creo, aquel Cupido de la misma factura que está en Tespias, a causa del cual se visita Tespias, pues no hay ningún otro motivo para visitarla. Y aquel Lucio Mumio, aunque se llevó las Tespíadas, que están en el templo de Felicidad, y las demás estatuas profanas de aquella urbe, no tocó este Cupido de mármol, porque estaba consagrado. Pero volvamos a aquel sagrario: la estatua a la que me refería era un Cupido de mármol. Enfrente se encontraba un Hércules de bronce magníficamente realizado. Se decía que era de Mirón, según creo, y sin duda lo es. Asimismo, delante de estos dioses había dos altarcitos, que podían dar a entender a cualquiera la santidad del sagrario. Había, además, dos estatuas de bronce, no muy grandes, pero de singular encanto, con aspecto y vestimenta de muchachas, que, con las manos en alto, a la manera de las doncellas atenienses, sostenían, apoyados en sus cabezas, ciertos objetos sagrados; se llamaban ellas Canéforas; pero su autor, ¿quién es? ¿Quién? Me lo recuerdas bien. Decían que era Policleto. Cuando alguno de nosotros llegaba a Mesina, solía visitarlas…
Todas estas estatuas que he citado, jueces, se las quitó Verres a Heyo de su sagrario. No dejó ni una de ellas, o, mejor dicho, no dejó ninguna salvo una muy antigua de madera, la Buena Fortuna, según tengo entendido. No quiso ése tenerla en casa…
Veamos cuánto fue ese dinero que pudo alejar del decoro, de los deberes hacia su familia y de los sentimientos religiosos a Heyo, un hombre altamente rico y mínimamente codicioso. Tal como mandaste, pienso, ha anotado con su propia mano que todas estas estatuas de Praxiteles, Mirón y Policleto han sido vendidas a Verres por seis mil quinientos sestercios. Así lo consignó… Me agrada que estos nombres ilustres de artistas, que ésos elevan hasta el cielo, hayan caído de esa manera gracias a la valoración de Verres. ¡El Cupido de Praxiteles en mil seiscientos sestercios! De aquí proviene, sin duda, el -prefiero comprar a pedir-." 
(Cicerón, Contra Verres, II, IV, 2-6)

Hércules en bronce. Museos Vaticanos

El continuo contacto entre los helenos, egipcios y pueblos de Asia menor explica la expansión del uso de gemas como joyas, amuletos y medicinas por todo el Mediterráneo durante la antigüedad. Artistas especializados se encargaban de pulirlas y grabarlas con imágenes o inscripciones para introducirlas en el mercado.

Se podían encontrar gemas en todo tipo de joyas y, especialmente en los anillos que los hombres utilizaban como sellos. Los generales conquistadores se hicieron con magníficas colecciones de gemas, algunas de las cuales depositaron en los templos en gratitud por sus victorias.

“El primer romano en poseer una colección de gemas (para las que normalmente usamos el término extranjero dactyliotheca, o colección de anillos) fue el hijastro de Sila, Escauro. Durante muchos años no hubo otro hasta que Pompeyo Magno dedicó en el Capitolio entre sus ofrendas una colección de anillos que había pertenecido al rey Mitrídates. Esto, como Varrón y otros autores de la época confirman, era inferior a la de Escauro. El ejemplo de Pompeyo fue seguido por Julio César, quien durante su dictadura consagró seis colecciones de gemas en el templo de Venus Genetrix, y por Marcelo, el hijo de Octavia, que dedicó una en el templo de Apolo en el Palatino.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 11)


Aunque antes de la conquista de Egipto por Augusto ya se veían en Roma obras de arte que imitaban imágenes y paisajes relacionados con el país del Nilo, la llegada de monumentos y objetos tomados tras la caída de Marco Antonio y Cleopatra hizo surgir un deseo de poseer piezas egipcias que recordaban la sumisión del pueblo egipcio al poder romano.

“Al segundo día se celebró el triunfo por la victoria naval de Accio y al tercero, por la captura de Egipto. Los desfiles fueron magníficos gracias al botín de Egipto -pues tanto se había conseguido reunir que hubiera bastado para todas las celebraciones-, pero el desfile por el triunfo egipcio fue el más caro y majestuoso. Entre otras cosas se hizo desfilar a una representación de Cleopatra, tumbada en el triclinio como si estuviera muerta, de tal modo que incluso Cleopatra, en cierta forma, acompañada por los demás prisioneros y por sus hijos, Alejandro Helios y Cleopatra Selene, pudo ser vista como parte de la procesión. Y finalmente, detrás de todos, entró César.” (Dión Casio, Historia romana, LI, 21, 6)

Desfile triunfal en Roma. Ilustración de Heinrich Leutemann

El arte egipcio debe a varias causas la admiración que despertaba en la sociedad romana, como podía ser el lujo exótico de las élites. También por su evocación del triunfo de Roma sobre Egipto y de la enorme amplitud que iba consiguiendo el imperio romano sobre sus provincias conquistadas.

“Quita, camarero, las copas y los vasos cincelados del tibio Nilo y dame sin que te tiemble el pulso las copas desgastadas por los labios de mis abuelos y lavadas por un sirviente con el pelo cortado. Restitúyase a las mesas su antiguo honor. Beber en una joya dice bien en ti, Sardanápalo, que rompes un Mentor para orinal para tu querida.” (Marcial, Epigramas, XI, 11)

Skyphos con tema egipcio de la Villa de San Marco, Stabia.
Museo Arqueológico de Nápoles




Bibliografía


The Impact of Greek Art on Rome; Jerome J. Pollitt
Collecting the Past, Creating the Future: Art Displays in the Hellenistic Mediterranean; Margaret M. Miles
Engraved Gems and Propaganda in the Roman Republic and under Augustus; Paweł Gołyźniak
Cicero's Prosecution of Gaius Verres: A Roman View of the Ethics of Acquisition of Art; Margaret M. Miles
Plundered art in the galleries of Augustan Rome; Tomasz Polański
Preparing for Triumph. Graecae Artes as Roman Booty in L. Mummius’ Campaign (146 BC); Matteo Cadario
Ancient Roman Spaces that Served as Museums; Reagan Smith
Gems in Ancient Rome: Pliny's Vision; Jordi Pérez González
Stagging Power and Authority at Roman Auctions; Marta García Morcillo
The Triumph and Trade of Egyptian Objects in Rome; Stephanie Pearson
Gaius Verres and the Roman Art Market: Consumption and Connoisseurship in Verrine II, 4; H. Anne Weis
Pasión, locura y bandidaje; Pedro Navascués Palacio

 


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