lunes, 15 de mayo de 2023

Philòkaloi, coleccionismo en la antigua Roma

Un amante del arte romano. Pintura de Alma-Tadema

El coleccionismo de obras de arte y otros objetos valiosos traídos de fuera fue un importante elemento de elitismo cultural a finales de la República y durante el período imperial, cuando aumentó la demanda de piezas artísticas por parte de personas de alto poder adquisitivo que acumulaban lujosas obras de arte y objetos valiosos procedentes sobre todo de Grecia con las que adornaban sus casas y villas. Juvenal describe cómo se podían ver estas piezas artísticas en casas y villas de los ricos.

“Entonces, todas las casas estaban hasta arriba y había un enorme montón de monedas, clámides espartanas, vestidos de púrpura de Cos, y amén de las pinturas de Parrasio y las estatuas de Mirón, el marfil de Fidias cobraba vida, así como también en todas partes había trabajos abundantes de Policleto, y rara era la mesa sin una obra de Méntor.” (Juvenal, Sátiras, VIII, 100)

El malabarista egipcio. Pintura de Alma-Tadema

Para una parte de los ricos ciudadanos romano, el arte era una mera forma de presumir de riqueza. El personaje de Trimalción, que Petronio inmortaliza en su relato Satiricón, retrata a la perfección el comportamiento de aquellos nuevos ricos romanos, que se rodeaban de objetos lujosos por pura vanidad en su afán de imitar la vida y conducta de la tradicional nobleza romana.

“Siento verdadera pasión por la plata. Andan por el centenar las copas que tengo de ese metal con una urna de cabida ...
En ellas se ve cómo Casandra mató a sus hijos; los tiernos cadáveres yacen por el suelo como palpitantes todavía de vida. Tengo un jarro con asas que me dejó uno de mis patronos; en él aparece Dédalo encerrando a Níobe en el caballo de Troya. En unas copas tengo grabados los combates entre Hermerote y Petraites. Todo ello en plata maciza. Mi conocimiento en esas materias no lo vendería por toda la plata del mundo.”
(Petronio, Satiricón, 52, 1-3)

Tesoro de Berthouville, Gabinete de Medallas y Antiguedades, Biblioteca Nacional de Francia

Otros, en cambio, eran coleccionistas cultos, capaces de valorar las obras por su belleza estética o perfección técnica. Eran los llamados philókaloi, «amantes de lo bello», hombres que llegaban a invertir grandes sumas de dinero en todo tipo de objetos artísticos.

“Era un 'amante de la belleza', hasta el punto de ser criticado por su manía de comprar. En los mismos lugares poseía varias villas, pero una vez que se encaprichaba con las nuevas, se despreocupaba de las antiguas. En todas tenía muchos libros, muchas estatuas, muchos bustos, y no se limitaba a tenerlos, sino que los veneraba, sobre todo el de Virgilio, cuyo cumpleaños celebraba con mayor devoción incluso que el suyo propio, especialmente en Nápoles, donde solía visitar su tumba como si fuese un templo.” (Plinio, Epístolas, III, 7, 8 Silio Itálico)

Una galería de pintura. Pintura de Alma-Tadema

Algunos ricos propietarios combinaban su amor por las obras artísticas con su dedicación a la literatura o filosofía con la instalación de bustos en mármol o bronce de sus autores favoritos en sus bibliotecas privadas.

“Hay una nueva tendencia también, que no debemos olvidar. No solo consagramos en nuestras bibliotecas, en oro o plata, o en cualquier caso en bronce, a aquellos cuyos espíritus inmortales conversan con nosotros en esos lugares, sino que incluso vamos tan lejos como reproducir sus rasgos ideales, aunque su recuerdo se haya extinguido, y nuestro lamento da existencia a parecidos que no se nos han transmitido, como en el caso de Homero.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 2, 9)

Busto de Homero. Museo Británico, Londres

No solo era posible encontrar piezas escultóricas en las bibliotecas, sino también pinturas hechas en tablas por encargo a pintores locales o renombrados en distintas partes del Imperio.

“Herenio Severo, hombre muy erudito, tiene grandes deseos de colgar en su biblioteca unos retratos de tus conciudadanos Cornelio Nepote y Tito Cacio y me ha pedido que, si hay alguno ahí en vuestra localidad, como es muy probable, que le encargue copias pintadas. Te transmito esta petición antes que a ningún otro, en primer lugar, porque has atendido siempre todos mis deseos con la mayor deferencia; luego, porque sientes una grandísima admiración por la literatura, y un profundo respeto por sus estudiosos, y por último, porque veneras y estimas en gran medida a tu patria, y a todos los que han contribuido a acrecentar su renombre, como a la propia patria. Te pido, pues, que encuentres un pintor lo mejor posible. Pues, si es muy difícil lograr del modelo una semejanza ideal, aún resulta mucho más penoso hacer un retrato de otro retrato. Te ruego que no permitas al artista que hayas seleccionado que se aparte del original, ni siquiera para embellecerlo. Adiós.” (Plinio, Epístolas, IV, 28)

Un artista romano. Pintura de Alma-Tadema

El coleccionista en la antigua Roma interesado en la escultura creaba su colección de acuerdo a su educación cultural, su forma de ser y su riqueza. El concepto griego de paideia, como transmisión de conocimientos y valores jugó un papel importante a la hora de apreciar todo lo antiguo como parte de la educación de las élites romanas, las cuales tendían a ganar prestigio, reconocimiento y poder de cualquier manera posible. Coleccionar obras antiguas suponía un nexo de unión entre miembros de las clases sociales más adineradas y cultas que podía interrelacionarse con otros semejantes a ellos en cualquier parte del imperio, independientemente de su situación geográfica, sus tradiciones o su religión.

“Aquí tienes todos los chismorreos de la ciudad, pues Tulo es el centro de todos los chismorreos. Se espera con gran expectación la venta pública de sus bienes, pues fue tan rico que había adornado unos jardines enormes el mismo día en el que los había comprado con innumerables estatuas antiquísimas; tan gran cantidad de obras de artes bellísimas tenía guardadas en sus almacenes que yacían olvidadas.” (Plinio, Epístolas, VIII, 18)

Jardines romanos. Pintura de Alma-Tadema


El coleccionista elegía un tema para su colección escultórica dependiendo de sus gustos culturales y por la rareza, ejecución o valor económico de las obras. Con su elección el propietario mostraba su erudición, su riqueza y su prestigio social ante los demás. Cuanto más difícil era obtener una pieza más aumentaba la valoración social del coleccionista.

Existió la tradición de reutilizar esculturas antiguas tanto en el entorno público como privado, quizás porque otorgaba más prestigio y para los particulares podía indicar que la familia era importante y adinerada desde hacía mucho tiempo.

“La naturaleza ambiciona poco, la opinión no tiene medida. Acumúlese en ti cuanto muchos ricos hayan poseído, elévete la fortuna a una riqueza que supere la medida concedida a un particular, cúbrate de oro, revístate de púrpura, condúzcate a tal suerte de delicias y opulencia que cubras la tierra con el mármol, séate concedido no sólo poseer, sino hollar las riquezas; añádanse estatuas y pinturas y cuanto las diversas artes produjeron al servicio del lujo; no aprenderás sino a codiciar bienes mayores que éstos.” (Séneca, Epístolas a Lucilio, 16)

Los romanos de la decadencia. Thomas Couture. Museo d´Orsay, París.

Cabe la posibilidad de que las esculturas reutilizadas a finales del Imperio fueran una forma barata para los coleccionistas de hacerse con piezas deseadas, pudiendo aprovecharse de la abundancia de esculturas disponibles al clausurarse templos o al caer en desuso edificios e incluso cementerios de donde se podían extraer las obras antiguas, algunas de las cuales simplemente yacían tiradas por el suelo.

La reutilización de las obras escultóricas podía también responder a una moda estética de mezclar piezas que eran muy diferentes en material, color o estilo y exhibirlas todas juntas, creando una sensación distinta tanto en el coleccionista como en el observador.

“De allí teníamos el gusto de ir a los baños, no a los de Nerón ni a los que regaló Agripa o aquel cuya estatua ven en Salona de Dalmacia (Diocleciano), sino a termas bien provistas para el pudor personal.
Después de lo cual, tus copas y un lecho en medio de tus musas nos acogían, así como estatuas y cuadros como no produjeron ni Mentor, Praxiteles, o Escopas con el bronce, el mármol o los colores, ni esculpió el mismo Policleto, ni es capaz de dibujar el pincel de Fidias.”
(Sidonio Apolinar, Poemas, 23, 495)

Después del baño. Pintura de Alma-Tadema

Conservar las estatuas antiguas en zonas públicas podía ayudar a preservar la historia pasada con sus recuerdos y tradiciones referentes a sucesos victoriosos y personajes gloriosos e indicaba continuidad. Para el coleccionista privado reutilizar esculturas antiguas en vez de adquirir unas nuevas era mantener un signo de romanitas y un vínculo con el pasado que le permitía formar parte de la grandiosa historia de Roma. Para algunos la excesiva exhibición de bustos en las casas era un signo de alarde intelectual que no se correspondía con la realidad.

“Conque en casa de los más perezosos verás todo lo que existe de oratoria e historia, lejas levantadas hasta el techo; pues ya además de los baños y las termas también se decoran una biblioteca, como adorno imprescindible de su casa. Yo los disculparía del todo, si su extravío fuera por culpa de un deseo excesivo de erudición: en realidad, esas obras acaparadas de venerables talentos, clasificadas con sus bustos, se disponen para embellecimiento y adorno de las paredes.” (Séneca el joven, Sobre la tranquilidad del espíritu, 9, 6)

Pintura de Guglielmo Zocchi

Ni siquiera la llegada del cristianismo como religión oficial del imperio terminó con la idea de mantener las obras escultóricas de temática pagana en lugares públicos y privados como símbolo de la educación y tradición romanas. Todas las ciudades y residencias privadas de la parte oriental del imperio fueron embellecidas con estatuas de la época clásica a partir de la época de Constantino. Solo las esculturas dedicadas al culto de dioses paganos fueron consideradas demonios que debían ser sometidas a procesos de purificación, lo que llevó a muchos fanáticos cristianos a unirse para encontrar las obras malditas en posesión de los idólatras y destruirlas.

“Después se inició la búsqueda por las casas también (pues había muchos ídolos en la mayoría de los patios), y de los que se encontraron algunos fueron quemados y otros arrojados a las letrinas.” (Vida de Porfirio, Marco el Diácono, 71)

Cornelio, el centurión. Menologion de Basilio II. Biblioteca Vaticana

Una de las colecciones más importantes que se podían encontrar en una domus o villa romana era la de retratos de hombres ilustres, como filósofos, literatos o militares, que podían inspirar a los coleccionistas o sus visitantes por sus obras y su grandeza.

“Llamaba a Virgilio el Platón de los poetas y tenía su busto junto con el de Cicerón en su segundo larario, donde tenía también los bustos de Aquiles y de otros ilustres personajes. En cambio, deificó a Alejandro colocándole en un larario mayor entre los más eximios y los «divinos».” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 31)


Los retratos de emperadores o miembros de la familia imperial abundaban en la mayoría de las residencias de los ciudadanos ricos romanos, bien por demostrar su lealtad política a la casa imperial actual o por mantener el recuerdo de los ya difuntos para testimoniar la importancia política de la familia a lo largo de los años o siglos.

Además, la utilización de los retratos imperiales antiguos, algunos de los cuales podían reconvertirse en emperadores más actuales, podía servir para indicar la dignidad imperial y la grandeza de Roma que motivaba al coleccionista a sentirse orgulloso de su pertenencia a la sociedad tradicional que representaban.

En algunas residencias particulares se podían encontrar retratos de personajes y emperadores que abarcaban varios siglos, lo que permitía exhibir al propietario, ya fuera verdad o no, el favor otorgado por la casa imperial a la familia durante generaciones y la lealtad de la misma hacia la institución por el mismo periodo de tiempo.

Bustos de emperadores de la villa de Chiragan. Arriba: izda Octavio Augusto, centro Trajano, drcha Antonino Pio. Abajo: izda Cómodo, centro Septimio Severo, drcha Maximino Hercúleo. Museo Saint Raymond, Toulouse, Francia

En Roma todos los interesados en el arte conocían los nombres de los artistas considerados maestros, tanto los antiguos como los contemporáneos y los viajeros que visitaban otras ciudades buscaban las atracciones artísticas que podían verse en ellas. Cada ciudad consideraba sus obras artísticas como auténticos tesoros y todos sus habitantes se deleitaban en su contemplación, independientemente de su capacidad de interpretar su significado o simbología. Muchos miembros de la élite romana desarrollaron tal conocimiento artístico que llegó a convertirse en parte de su ocio y tema de conversación. Incluso se esperaba que los más famosos oradores fueran entendidos en el arte de la escultura y pintura y supieran el nombre de los más famosos artistas.

“¿Quién no conoce que las estatuas de Canaco son demasiado rígidas, y no imitan con verdad? Las de Calamis son todavía duras, pero menos que las de Canaco: las de Miron se acercan más a la verdad, y casi pueden llamarse bellas: las de Polícleto son todavía más hermosas y casi pueden decirse perfectas. Lo mismo sucede en la pintura, donde aplaudimos las formas y las líneas de Ceusis, de Polígnoto, de Timantes y de todos los demás que sólo usaron cuatro colores. Pero en Aecio, Nicómaco, Protógenes y Apeles, es ya todo perfecto.” (Cicerón, Bruto, 70)

Pintura de Alma-Tadema

El aparente conocimiento que algunos ciudadanos tenían sobre las obras de arte que les pertenecían o incluso de las de otros y sobre las que daban su parecer y hacían girar algunos de sus comentarios en las cenas con sus invitados podía dar lugar al respeto por su erudición cultural o a la crítica más cruda por su alarde de sabiduría o por su reconocida ignorancia.

“Cuando te quedas absorto ante un cuadrito de Pausias, ¿hasta qué punto yerras menos que yo, cuando de puntillas admiro los combates de Fulvio, de Rútuba o de Pacideyano, pintados con minio y carbón (carteles de gladiadores de la época), y tal como si aquellos hombres lucharan de veras, y dieran tajos y los esquivaran blandiendo sus armas? Davo (el esclavo que habla) es un sinvergüenza y un vago; en cambio tú eres tenido por juez agudo y sutil en materia de antigüedades.” (Horacio, Sátiras, II, 7, 95)

Pintura de Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

Aunque el interés de la sociedad romana por el arte había surgido en un principio con respecto a la exposición pública de las obras, con el tiempo fueron varios los romanos ilustres que intentaron concebir una colección artística como un bien del patrimonio cultural público defendiendo la idea de que las obras artísticas debían ser expuestas en público y no ubicarlas en las casas y villas privadas para el recreo de la vista solo de sus dueños.

En el caso de Plinio el joven, que se declara poco conocedor del arte, su intención al comprar una valiosa pieza es la de exponerla en un lugar público, como un templo, buscando quizás el reconocimiento de la gente por su contribución a la decoración de dicho lugar y su generosidad.

“Con el dinero que he recibido de una herencia, me acabo de comprar una estatua de bronce corintio, pequeña, pero encantadora y bien terminada, al menos según puedo juzgar yo, que tengo en todas las materias en general, y en ésta en particular un conocimiento limitado. Sin embargo, esta estatua creo que puedo apreciarla. Se trata de una figura desnuda, que no puede ocultar sus defectos, si es que hay algunos, ni disimular sus virtudes. Representa un anciano de pie, sus huesos, tendones, nervios, venas, arrugas se ven como si se tratase de un ser vivo; los cabellos escasos y en retirada, la frente ancha, el rostro anguloso, el cuello delgado; los músculos flácidos, el pecho caído, el vientre hundido; por la espalda, según se puede deducir, aparenta la misma edad. El bronce en sí, según revela su genuino color, es viejo y antiguo; en definitiva, todas estas características, del mismo modo que pueden atraer la atención de los artistas, pueden deleitar a los profanos. Esto fue lo que me convenció para comprarla, aunque sea un novato. Pero no la compré para tenerla en casa (pues no tengo todavía ningún bronce corintio en casa), sino para colocarla en un lugar concurrido en mi ciudad natal, probablemente en el templo de Júpiter; me parece que es un regalo digno de un templo y de un dios. Así, pues, cumple este encargo, como sueles realizar todas las tareas relacionadas conmigo, y ordena ya en este momento que se haga un pedestal, del tipo de mármol que quieras, que lleve mi nombre y mis títulos, si piensas que deben añadirse.” (Plinio, Epístolas, III, 6)

Estatua de un artisano.
Museo Metropolitan, Nueva York

El comercio artístico privado siguió floreciendo y para atender la demanda de obras de arte solicitada por los más ilustres miembros de la sociedad romana surgieron comerciantes especializados o marchantes, expertos en arte griego, que ejercían de intermediarios en las transacciones. Se encargaban de buscar las piezas, hacer tratos con los comerciantes, pagar las piezas y mandarlas a su lugar de destino. Así ocurre en el caso de Cicerón, quien llegó a contraer grandes deudas debido a la gran inversión que hizo en estatuaria griega para decorar sus distintas villas y jardines, con su amigo Ático que vive en Grecia, al que escribe numerosas cartas en relación a la compra de estatuas y otros detalles decorativos.

“He pagado a Lucio Cincio, de acuerdo con tu carta, los veinte mil cuatrocientos sestercios por las estatuas de Mégara. Tus Hermes pentélicos con cabezas de bronce, acerca de los cuales me hablas en la carta, me agradan plenamente ya desde ahora; por eso quisiera que los mandes junto con las estatuas y demás objetos que te parezcan apropiados a ese lugar, a mis preferencias y a tu buen gusto, en la mayor cantidad y con la mayor rapidez posible; pero sobre todo los que te parezcan apropiados para el gimnasio y el pórtico: pues tengo tanto interés en esta cuestión que he de recibir tu ayuda, aun cuando también poco menos que la censura de otros. Si no está el barco de Léntulo, flétamelas donde te parezca.” (Cicerón, Cartas a Ático, I, 8)

Herma de Dionisos,
Museo Getty, Los Ángeles

A menudo había familias con miembros destacados en los lugares donde el mercado era más floreciente, o con libertos repartidos por Atenas y el Egeo encargados de comprar obras. Es el caso de la que quizá sea la familia que más se enriqueció con el negocio del arte: los Cossutii, cuyos libertos dejaron su firma en varias esculturas, réplicas de originales, halladas en distintos puntos de Italia. Estos comerciantes, o sus legados en Grecia, enviaban las obras a Italia por mar y disponían de almacenes en los puertos de origen para depositarlas hasta el viaje.

Estatua de un sátiro firmada por Cossutii,
Museo Británico, Londres

Durante el siglo I a.C., las antigüedades se coleccionaban más que nunca por su valor económico. En estas fechas comerciantes de todo el imperio se reunían en Roma y los marchantes ocupaban manzanas enteras de la ciudad. Se agrupaban a lo largo de la Via Sacra y en la Saepta Julia donde se podían encontrar tiendas de todo tipo bajo los soportales.

“Después de un largo y prolongado paseo al azar por los Saepta, aquí donde la Roma de oro malgasta sus riquezas, Mamurra examinó unos apetecibles esclavos y los devoró con los ojos; no esos que se prostituyen a la entrada de los tugurios, sino los que guardan los tablados de un escondido expositor y a los que nunca ve el pueblo ni la gente de mi condición. Después, una vez harto, hizo que le sacaran las mesas y los veladores que no estaban a la vista y pidió ver el rico marfil expuesto en lo alto y, después de haber medido cuatro veces un lecho de seis plazas de concha de tortuga, se lamentó de que no fuera lo bastante grande para su mesa de cidro. Consultó con sus narices si los bronces olían a Corinto y encontró defectuosas las estatuas, hasta las tuyas, Policleto, y, después de quejarse de que las copas de cristal estaban estropeadas por pequeñas motas del vidrio, señaló diez copas de múrrina y las apartó. Sopesó unas viejas copas dedaleras y, si es que había alguna, las copas ennoblecidas por la mano de Méntor, y contó las esmeraldas engastadas en oro cincelado y todo cuanto tintinea más que orgullosamente desde una oreja blanca como la nieve. Las sardónicas, en cambio, las buscó por todas las mesas y puso precio a unos jaspes grandes. Cuando a la hora undécima, cansado, ya se marchaba, compró dos cálices por un as, y se los llevó él mismo.” (Marcial, Epigramas, IX, 59)

En el anticuario, Pintura de Ettore Forti

En Grecia y Asia no solo se compraban y enviaban a Roma estatuas y vasijas, sino columnas enteras. Algunas colecciones de arte podían contener objetos naturales curiosos, como los que cita Suetonio que tenía Augusto en una villa donde se retiraba a descansar, huesos de animales enormes.

“Detestaba las casas de campo grandes y suntuosas, e incluso hizo demoler hasta los cimientos las que su nieta Julia había levantado con grandes gastos; en cuanto a las suyas, aunque modestas, las embelleció no tanto adornándolas con estatuas y cuadros como dotándolas de paseos y de bosques, así como de objetos notables por su antigüedad o por su rareza, como los restos colosales de enormes monstruos y animales salvajes que se conservan en Capri y que se conocen con el nombre de huesos de los gigantes y armas de los héroes.” (Suetonio, Augusto, 72, 3)

El deseo de poseer obras artísticas de prestigio permitió que se desarrollase un importante comercio de obras de arte, por el cual muchos artistas griegos llegaron a tierras itálicas con el fin de ofrecer sus servicios a los adinerados coleccionistas.

“Damophilus y Gorgasus fueron escultores muy alabados, además de pintores; habían decorado el santuario de Ceres en el Circo Máximo en Roma con esculturas y pinturas, y hay una inscripción en el edificio en versos griegos en los que se indicaban que las decoraciones de la derecha las había realizado Damophilus y las de la izquierda eran de Gorgasus.” (Plinio, Historia Natural, XXXV, 154)

Cornalina. Museo Metropolitan, Nueva York

Algunos artistas podían estar al servicio de un rico patrono y trabajar solo para él, o bien aceptar trabajos encargados por otros por los cuales cobraban un alto precio, sobre todo, si estaban bien considerados y sobresalían por su labor y por su fama.

"Este artista (Arquesilao) hizo la estatua de Venus Genetrix en el foro de César, que fue erigida antes de su finalización porque había gran prisa para dedicarla; y ese mismo artista había sido contratado por Lúculo para hacer la estatua de Felicidad por 1.000.000 de sestercios, lo cual no se llevó a cabo por la muerte de ambas partes." (Plinio, Historia Natural, XXXV, 156)

Estatua de Venus Genetrix,
Museo del Louvre, París

Cuando a finales de la república fue reduciéndose la llegada de obras de arte, sobre todo de Grecia, a Roma en la misma medida que iba creciendo la demanda de piezas hechas por artistas griegos de renombre comenzó el comercio de copias que imitaban dichas obras famosas. Muchos clientes pertenecían a una clase social adinerada, que podía viajar y entrar en contacto con otras culturas y, por lo tanto, tener cierto conocimiento del mercado del arte.

“Allí conocí entonces mil figuras de bronce y de marfil vetusto y cuadros que, con su mentido cuerpo, parecían a punto de hablar. Pues, ¿quién en parte alguna podría competir con la visión de Vindex para reconocer los rasgos venerables de los artífices y a las obras sin firma devolverles su autor? Él te mostrará qué bronces se deben a los largos insomnios del maestro Mirón, qué mármoles viven gracias al cincel laborioso de Praxíteles, qué marfil ha pulido el pulgar del escultor de Pisa, qué obra ha cobrado vida en la fundición de Policleto, qué rasgo revela desde lejos al viejo Apeles; porque siempre que deja reposar su lira, es esto lo que sirve a su descanso, y este el amor que bebe de las grutas de Aonia.” (Estacio, Silvas, IV, 6)

El vendedor de estatuas, pintura de Ettore Forti

Algunos falsos eruditos intelectuales se hacían los entendidos en arte, pero otros no tendrían un conocimiento tan profundo y se harían con piezas que pasaban por ser famosas y que ellos enseñarían con el mayor orgullo de poseerlas, a pesar de ser meras imitaciones.

“¿Qué historia es esa de la estatua, dije yo?
-¿No has visto -dijo-, al entrar, una estatua preciosa levantada en el patio, obra de Demetrio el realizador de retratos?
¿Te refieres, dije yo, al lanzador de disco, el que está ligeramente inclinado en posición de lanzamiento, vuelto hacia la parte en que lleva el disco, mientras se apoya suavemente en la otra, con aspecto de pegar un salto y salir él también hacia adelante en el momento del lanzamiento?
No es eso, replicó; esa de que hablas es una de las obras de Mirón, el discóbolo, precisamente. Tampoco me refiero a la que está al lado, el que se está ciñendo la cabeza con una cinta, hermoso él, obra de Policleto. Deja de lado a los que se hallan a la derecha, según se entra, entre los que están los tiranicidas ", obra de Critias y Nesio. A ver si ves cerca de la fuente la figura de un hombre, con una cierta barriga, calvo, con el vestido cubriéndole medio cuerpo, con algunos pelos de su barba movidos por el viento, las venas bien señaladas, que parece un hombre de carne y hueso, a esa estatua me refiero. Parece que es Pelico el general corintio.”
(Luciano, El aficionado a la mentira, 18)

Estatuas del Discóbolo y del Diadumeno, Museo Británico, Londres

Otros muchos clientes se conformaban con las piezas que sabían eran imitaciones, bien por la imposibilidad de conseguir los originales por su alto precio, por haber desaparecido o estar en otras manos, o bien porque les bastaba la belleza y el verismo de las copias para satisfacer su deseo de poseer obras artísticas valiosas.

“Cuando él (Zenodorus) estaba esculpiendo la estatua para los Arverni, siendo gobernador de la provincia Dubius avitus, hizo copias de dos copas cinceladas, obra manufactura de Calamis, que Germánico César había apreciado y regalado a su tutor Cassius Salanus, el tío de Avitus, las copias estaban hechas con tanta habilidad que apenas había diferencia en maestría entre estas y las originales. Cuanta mayor era la eminencia de Zenodorus, más nos damos cuenta de como se ha deteriorado el arte de trabajar el bronce.” (Plinio, Historia Natural, XXXIV, 47)

Dos skyphos de plata. Museo Metropolitan de Nueva York

Otra razón para el incremento de copias de figuras escultóricas fue que debido a la expansión de la civilización romana surgió la tradición durante el Principado de decorar con estatuas y relieves edificios públicos como termas, teatros y anfiteatros en todas las provincias. Además de que la ideología imperial creó una amplia demanda de retratos del emperador y su familia.

Era habitual que las obras con las que se comerciaba fueran réplicas realizadas expresamente para la clientela romana. Diferentes talleres, instalados no sólo en Grecia, sino en la propia Italia, se especializaron en la realización de copias de la más famosa estatuaria griega. Para ello, las tiendas-talleres contaban con moldes de las piezas originales, a partir de los cuales se hacían réplicas a diferentes tamaños. Éstas constituían un variado catálogo que se ofrecía a los clientes para que eligieran las más apropiadas. Algunos moldes de arcilla o escayola llegaron a ser tan valiosos como las propias obras terminadas en bronce o mármol.

“Varrón habla muy bien de Arquesilao, quien se llevaba bien con Lucio Lúculo, y dice que sus modelos en arcilla solían venderse más, incluso entre los artistas, que las obras terminadas de otros." (Plinio, Historia Natural, XXXV, 155)

Pintura de Jean-Leon Jerome

Las piezas hechas en bronce y mármol podían dañarse fácilmente por lo que era probable que para el proceso de copia se utilizara un molde de escayola.

El uso de escayola como material para modelar tenía varias ventajas, como el hecho de que los moldes se podían dividir en piezas y eran más fácil de transportar a los talleres, lo que era especialmente útil para satisfacer la demanda de copias que se necesitaban en las más remotas partes del Imperio, como, por ejemplo, las destinadas al culto del emperador.

Una galería de escultura. Pintura de Alma-Tadema

Bustos de escayola adornados con pintura que representaban a dioses, emperadores, filósofos y otros personajes eran sustituciones baratas para aquellos que no podían permitirse estatuas en bronce o mármol. Algunos coleccionistas sin recursos coleccionarían estos bustos y los emplearían como decoración en sus casas.

“Los que viven en Creusis no tienen ningún monumento público, pero en casa de un particular hay una imagen de Dioniso hecha de yeso y adornada con pintura.” (Pausanias, Descripción de Grecia, IX, 32, 1)



Al mismo tiempo surgió un mercado paralelo de falsificaciones, gracias a las cuales muchos se enriquecieron. La práctica de firmar las obras entre los griegos solo se dio entre algunos artistas como muestra de su orgullo personal y deseo de reconocimiento por sus trabajos. Era sabido que muchos artistas de segunda fila firmaban sus obras con los nombres de celebrados escultores, pintores, grabadores u orfebres, para obtener un precio más elevado por las piezas que realizaban. Por ejemplo, unas cuantas gemas de época helenística y romana llevan los nombres de artistas que es sabido que nunca las trabajaron, como Fidias, Escopas o Policleto. Otras llevan el nombre de un conocido cortador de gemas, como en el caso de Apolónides, inscrito en latín, por lo que no podía ser un trabajo hecho por un artista del siglo IV a.C.

“Ciertos artistas actualmente obtienen mayores precios por sus producciones si han inscrito el nombre de Praxíteles en sus mármoles, Mys en su plata pulida, y Zeuxis en sus pinturas. Tanto mayor es el favor que la envidia otorga a las antigüedades falsas que a las auténticas obras nuevas.” (Fedro, Fábulas, V, prefacio)

Pintura de Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles

El nombre del más afamado falsificador de época romana, Damasippus, aparece también vinculado a la de la especulación de obras de arte y a lucrativas transacciones inmobiliarias. Su talento parecer ser que consistía en hacer pasar obras de arte modernas por verdaderas antigüedades y en inventar una historia sobre el origen de las piezas para que el coleccionista estuviese más interesado en ella y pagase un precio más alto. Según Horacio, Damasippus desarrolló una habilidad especial para revalorizar el precio de una obra de arte, atribuyéndole una falsa procedencia mítica.

"Damasippus.—- Desde que toda mi hacienda quebró en mitad del pasaje de Jano, excluido de los negocios propios me ocupo de los ajenos. Pues antes gustaba de averiguar en qué bronce se había lavado los pies, aquel astuto de Sísifo, cuál estaba esculpido con poco arte y cuál fundido con demasiada dureza. Como un experto, tasaba en cien mil tal o cual escultura, sabía comerciar como nadie con jardines y casas egregias sacando buenas ganancias; de ahí que en los mentideros de las esquinas me pusieran «Mercurial» por apodo." (Horacio, Sátiras, II, 3, 20)

Pintura de Alma-Tadema

La imposición de las modas ejerció también una importante influencia en el desarrollo y evolución del comercio artístico. Caso paradigmático, según señalan algunas fuentes de época romana, es el de los bronces de Corinto, arrebatados a la ciudad griega con motivo de su incendio y saqueo en el 146 a.C. Se subastaron por un precio desorbitado debido quizás al efecto que tuvo sobre los romanos el haber conquistado Grecia.

“Corinto permaneció desierta durante mucho tiempo, hasta que fue reconstruida de nuevo por el divino César, que, en atención a las excelentes condiciones naturales del lugar, decidió el envío de colonos, en su mayor parte libertos. Éstos, removiendo los restos y excavando las tumbas, encontraron una gran cantidad de relieves de terracota y muchos vasos de bronce. Maravillados por estas obras de arte, no dejaron ninguna tumba sin examinar, de modo que hicieron buen acopio de estos objetos y los vendieron a alto precio; llenaron Roma de nekrokorínthia; así se llamaba a los objetos sacados de las tumbas, y especialmente a las terracotas. Al principio estas terracotas tenían un precio muy alto, semejante al de los bronces de fabricación corintia; después cesó el interés, dado que empezaron a faltar y fueron en su mayor parte de una calidad inferior.” (Estrabón, Geografía, VIII, 6, 23)

Cerámica de Corinto

El afamado bronce corintio (aes Corinthium) es una aleación especial de cobre, enriquecida con oro, plata o arsénico en una determinada proporción, que, tras un complejo tratamiento con soluciones de sales de cobre, adquiere una pátina de color violeta intenso a casi negro. Los objetos solían refinarse mediante la antigua técnica de decoración metal sobre metal de incrustación con oro y plata. Ya en la antigüedad, la gente estaba fascinada por este material, que era más precioso que la plata y casi más valioso que el oro. En Grecia y Roma, por tanto, sólo se fabricaban artículos de lujo con este misterioso material. En el Antiguo Egipto, el material ya se conocía en el tercer milenio a.C. y se denominaba "cobre negro", que sólo se utilizaba para la producción de preciosos objetos de culto y figuras de los dioses.

"¿Llamas tú desocupado al que restaura con ansiosa delicadeza bronces de Corinto, vueltos valiosos por la locura de unos pocos, y gasta la mayor parte de sus jornadas entre chapas enmohecidas?" (Séneca, De la brevedad de la vida, XII, 2)

Bronce corintio con motivos egipcios. Museo Nacional de Hungría

Algunos objetos de arte eran más apreciados por el valor histórico que tenían que incluso por su valor material. Las evidencias literarias muestran cómo una pieza podía ser valorada por la relevancia que habían tenido sus anteriores dueños. Así sucede en el caso citado por Marcial y Estacio de la figura en bronce de Hércules epitrapezios (Hércules sentado en una roca con una copa en una mano y una maza en la otra), obra original de Lisipo (siglo IV a. C.) para Alejandro Magno, quien contaba a Heracles como uno de sus antepasados. La pieza estuvo luego en manos de Aníbal y del dictador Sila, para terminar en la colección de Novius Vindex, donde ambos escritores la vieron. La pieza era de pequeño tamaño para ser expuesta en un mueble y ser transportada con facilidad.

“Éste que, sentado, ablanda la dureza de las rocas tendiendo una piel de león —un dios grande en un diminuto bronce— y que, echando su cabeza hacia atrás, mira las estrellas que sostuvo, cuya izquierda se entretiene con una clava de encina y la derecha con una copa de vino puro, no es una fama ni una gloria reciente de nuestros cinceles; estás viendo un noble obsequio y una obra de Lisipo. A esta divinidad la tuvo la mesa del monarca peleo, que, victorioso sobre el mundo tan rápidamente subyugado, está muerto. Por éste había jurado Aníbal, siendo un niño, ante los altares líbicos; éste había ordenado al feroz Sila que depusiera su tiranía. Ofendido por los terrores inflados de orgullo de las cortes inconstantes, ahora se goza en habitar en un hogar privado y, como antaño fue convidado del tranquilo Molorco, así ha querido ser el dios del docto Víndice.” (Marcial, Epigramas, IX, 43)

Hércules epitrapezios,
Fuji Art Museum, Tokio

Entre los objetos domésticos que eran más apreciados entre las clases nobles y los nuevos ricos estaban las vajillas de plata cincelada o con incrustaciones. Estas se exponían a la vista de todos en mesas o armarios diseñados para tal uso y eran un signo de riqueza y prestigio para su propietario quien se sentiría orgulloso de poseer piezas tan lujosas y dignas de admiración. Aparte de por su decoración artística y su valor material, una vajilla de plata se valoraría al utilizarse para agasajar a invitados ilustres.

“Al caballero romano Gneo Calidio le fue permitido durante la pretura de todos los demás poseer servicios de plata bien trabajados, se le permitió adornar y disponer un banquete con todos los recursos de su casa cada vez que invitaba a un magistrado o a alguna autoridad. Muchos que ostentaban la suprema autoridad civil y militar estuvieron en casa de Gneo Calidio; no se ha encontrado a nadie tan demente que le quitase aquella plata tan excelente y tan famosa; nadie tan audaz que se la pidiese; nadie tan descarado que le solicitase que se la vendiera.” (Cicerón, Contra Verres, II, IV, 20, 44)

Tesoro de Sveso, Museo de Bellas Artes de Budapest, Hungría

Las piedras preciosas llegaron a Roma con las conquistas de Asia Menor, Grecia y Egipto y fueron símbolos de la prosperidad y lujo de la sociedad romana. Las familias más nobles y ricas se vanagloriaban de poseer gemas de bellos colores y excelente elaboración. Su funcionalidad se debía a que su posesión indicaba la riqueza y status social de su propietario. En ellas se grababan muy diversos motivos según la idea que se quería transmitir. Para los emperadores grabar su efigie en valiosas gemas era un elemento más de la propaganda política que se hacía sobre sus personas. Las piedras podían distribuirse entre servidores leales o militares como agradecimiento a su servicio. En algunos casos ciertas representaciones servían para vincular al retratado con un hecho victorioso o con un linaje glorioso. Julio César tuvo un anillo de sello grabado con Venus Genetrix, supuestamente antecesora de su familia.

“Se consagraba en todo por completo al culto de Afrodita y quería convencer a todo el mundo de que había recibido de ella una flor de juventud; por eso llevaba una imagen de Afrodita armada en el anillo y en los mayores peligros puso su nombre como contraseña.” (Dión Casio, Historia romana, XLIII, 43)

Venus Genetrix, Museo de Historia del Arte,
Viena, Austria

Los retratos de emperadores y miembros de la familia imperial permitían mostrar la adhesión del poseedor al régimen establecido, su vinculación política y su fidelidad al retratado o su familia. Si las figuras grabadas eran las de los dioses, su propietario exponía su relación personal con el culto a la deidad mostrada, bien como agradecimiento por deseos concedidos o como súplica por su favor. Algunas piedras estaban grabadas con figuras relacionadas con la protección de la salud o contra el mal de ojo.

Gemas encontradas en el muro de Adriano, Reino Unido. Foto National Geographic

Las piedras preciosas se engastaban en joyas como anillos, brazaletes, collares o broches que se convertían en las más apreciadas posesiones de sus dueños. En los anillos masculinos las gemas podían servir como sellos para firmar documentos o proteger objetos como cajas de caudales.

“Para sellar los certificados, los escritos de petición y su propia correspondencia, utilizó primero la figura de una esfinge, luego la efigie (de Alejandro Magno y, por último, la suya propia, grabada por Dioscúrides, con la que continuaron también firmando los emperadores siguientes.” (Suetonio, Augusto, 50)

Anillos con efigies: izda esfinge, centro Alejandro Magno, drcha Augusto

Los principales artistas que trabajaban las piedras preciosas eran de origen griego y algunos firmaron sus propias obras. Muchos de ellos eran esclavos o ciudadanos que estaban al servicio de un patrón que encargaba la elaboración de una pieza según sus propios gustos, por lo que los cortadores de gemas se adaptaban a los deseos y necesidades de los ricos clientes a los que servían. El tallador de gemas griego Solón (70-20 a.C.) trabajó en círculos imperiales romanos, modelando retratos idealizados del emperador Augusto y su hermana, junto a imágenes de figuras mitológicas. Dioscúrides (65-30 a.C.) fue un maestro tallador de Aigeai en Asia Menor y es uno de los pocos tallistas mencionados en la literatura.

“Próximos a él en fama fueron Apolónides, Cronius y el hombre que talló la excelente imagen del divino Augusto que sus sucesores han usado como sello, es decir Dioscúrides.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 8)

Gemas talladas por Dioscúrides

Surgió en Roma también el interés por coleccionar libros o bibliofilia. Se produjo un aumento de nuevos propietarios de bibliotecas y buscadores de volúmenes nuevos, especialmente entre las clases no tan acomodadas. Se acusaba a los nuevos ricos de acumular, simulando cierta intelectualidad, libros de los que se desconocía la temática y contenido, en un intento de contrarrestar la idea de falta de cultura que acompañaba tradicionalmente a las clases adineradas. Algunos autores se lamentaban de que el libro se hubiera convertido en un preciado bien susceptible de ser vendido en subastas, lo que podía privar a los pobres de dinero y ricos en inquietudes culturales del acceso a los libros.

“Y, desde luego, lo que estás haciendo ahora es lo contrario de lo que tú deseas hacer. Crees que vas a parecer ser alguien en el mundo de la cultura, porque te afanas en comprarte los mejores libros. Los tiros, sin embargo, van por otro lado, y eso, en cierto modo, es una prueba de tu incultura. Y, sobre todo, no compras los mejores, sino que te fías del primero que te los pondera y eres toda una presa fácil de quienes andan soltando mentiras en asuntos de libros, y un tesoro bien a punto para sus vendedores.” (Luciano, Contra un ignorante que compraba muchos libros, 31)

Biblioteca de la Antigüedad

Las obras de arte importadas de Egipto hallaban una nueva ubicación en los hogares romanos, y los artistas y arquitectos que trabajaban para una gran variedad de patrones producían arte y edificios en Roma que se parecían o recordaban la cultura visual de esta tierra. Sin embargo, las obras artísticas conservarían los rasgos típicos del conservador arte egipcio, sin adquirir las características propias del arte romano.

Los viajes a Egipto propiciaron el conocimiento de su religión, paisajes, arquitectura, obras de arte lo que animó a muchos romanos a adornar las estancias y jardines de sus casas con elementos decorativos o pinturas que recordaban figuras míticas o animales que vivían en el Nilo como las esfinges o los cocodrilos o elementos de culto a los dioses de procedencia egipcia.

“Después de esto se dirigió a Alejandría tras haber distribuido entre los soldados un sueldo muy sustancioso. El propio Severo indicó siempre posteriormente que este viaje le había resultado agradable por las ceremonias del culto del dios Serapis, por el conocimiento que había adquirido de los monumentos de la antigüedad y por la novedad de los animales y de los paisajes que había visto; porque visitó con mucha atención la ciudad de Menfis, la estatua de Memnón, las pirámides y el laberinto.” (Historia Augusta, Severo, 16-17)

Esfinge de la csa de Octavio Quartio, Pompeya

La posesión y exhibición de colecciones artísticas proporcionaría, sin duda, grandes alegrías a los dichosos propietarios que habían invertido grandes sumas en su adquisición, pero, al mismo tiempo, supondría un motivo de preocupación por el temor de que sus queridas propiedades pudieran ser robadas o dañadas en incendios o catástrofes naturales, por lo que se echaría mano de los esclavos de confianza para su cuidado y vigilancia. En el caso de las colecciones de perlas, por ejemplo, estas se ponían bajo la atención de unos esclavos a los que se designaba con el cargo de “ad margarita” que eran responsable de su protección.

“Lo que se consigue a costa de tan grandes males se conserva con cuitas y temores mayores.
¡Qué desgraciada es la custodia de un gran capital! Lícino, el multimillonario, ordena a su cuadrilla de esclavos vigilar toda la noche con una batería de cubos contra el fuego, obnubilado con la protección del ámbar, las estatuas y las columnas frigias, el marfil y la enorme concha de carey.”
(Juvenal, Sátiras, XIV, 303)

Pintura de Henryk Siemiradzki

Las críticas a coleccionar pinturas, esculturas y otros objetos de lujo se dieron entre algunos autores cristianos que acusaban a algunos de sentir adoración por el realismo de sus colecciones, como si fueran un verdadero dios.

“La actividad de los artistas no descansa, pero no es capaz de engañar al hombre «lógico» ni a los que han vivido según el Logos: pues los pichones volaron hasta los cuadros por la semejanza que había con la paloma pintada y los caballos relincharon a los caballos artísticamente pintados.
Dicen que una mujer se enamoró de un cuadro y un hermoso joven de la estatua de Cnido, pero los ojos de los espectadores fueron engañados por el arte.
Pues ningún hombre sensato se unió a una diosa, ni se enterró con una muerta, ni se enamoró de un demonio o de una piedra. En cambio, a vosotros os engaña el arte con otro encantamiento, conduciéndoos, aunque no sea a enamoraros, sí a honrar y a adorar las estatuas y pinturas.”
(Clemente de Alejandría, Protréptico, IV, 57, 5)

Estudio de pintor, Pintura de Alma-Tadema

A finales del Imperio la influencia de la religión cristiana hizo que las tendencias del coleccionismo se inclinaran por atesorar piezas relativas al culto como forma de acercamiento a Dios y a la jerarquía eclesiástica, tan unida al poder político. Desde los inicios del cristianismo se dio a las imágenes y los iconos un sentido didáctico, con el objetivo de hacer entender a los fieles el significado de la doctrina cristiana. Todos los elementos litúrgicos, presentes durante la celebración de los ritos, tenían un alto valor simbólico para entender el culto eucarístico; y eran verdaderos tesoros de la Iglesia.

“Seguro que algunos habréis estado en esta ciudad el día que tuvo lugar lo del ladrón que, con su corazón acosado por ilícitos aguijones, puso sus avarientas manos sobre los dones sagrados y, desvergonzado y loco, de entre todas las insignias de la venerable iglesia, eligió para su rapiña una sola representación de la cruz, sin saber que iba a servir para su acusación, en vez de para su ganancia, aquella cruz que él tragó como un pez voraz traga el anzuelo para ser apresado por el cebo apresado… Había en aquel lugar, como sabéis, otros muchos adornos que arrebatar y así perdonar el oro de la cruz; de hecho, estaban guardados allí dentro los vasos del culto, esos que se emplean para acoger los sacramentos. Además, en el espacio de la propia iglesia se habían colocado, como era costumbre, las insignes ofrendas de variadas formas que contempláis allí todos los días, dispuestas al alcance de la mano o bien suspendidas simétricamente en círculo por todas las columnas como si fueran candelabros 
que llevan cirios de colores en su elevada cúspide para que sus papiros interiores devuelvan perfumadas luces… Así pues, aunque el ladrón vio que esto estaba claramente a su disposición y sin ningún riesgo para robarlo, como era menos delito y de menos valor robar una lámpara que colgaba bastante lejos de la zona del altar y era además de liviano peso por ser de plata, por eso precisamente el ladrón desgraciado, ambicioso y arrogante en el mismo robo, la hizo muy de menos, como si fuera un sacrilegio insignificante robar algo de plata y echó su osada mano sobre el oro que había visto lucir en el arte de su talla, adornado de infinitas piedras que le habían encendido el corazón de un ansia enorme por gozar por igual de aquel caudal de oro y de pedrería.”
(Paulino de Nola, Poemas, 19, 390)

Cruz de Justino II, Basílica de San Pedro, Vaticano

Se inició un nuevo tipo de colección, la posesión de reliquias relacionadas con la muerte de Cristo o con la vida y muerte de los primeros santos de la Iglesia. Una vez que los ricos coleccionistas entraban en posesión de las reliquias, para las que había un importante mercado de compra-venta, ya fueran verdaderas o falsas, las guardaban en valiosos y elaborados relicarios, recipientes hechos a menudo con maderas exóticas, metales preciosos y adornados con gemas de variados colores o con decoración en relieve. Según creían muchos las reliquias podían traer fortuna o salud a los que entraban en contacto con ellas.

“Pero dado que hice mención de esta iglesia de Irene, no estará fuera de lugar que yo deje escrito, en este punto, lo que aconteció allí. Aquí estaban enterrados desde hacía tiempo restos de santos varones en un número no inferior a cuarenta. Se daba la circunstancia de que eran soldados romanos pertenecientes a la legión duodécima, que antaño había estado de guarnición en la ciudad de Melitene, en Armenia. Pues bien, cuando los operarios estaban excavando, donde hace poco mencioné, encontraron un cofre que indicaba, por medio de una inscripción, que contenía precisamente los restos de aquellos hombres. Y Dios lo sacó a la luz, siendo así que hasta entonces había permanecido oculto adrede, por asegurar a todos, por un lado, que había aceptado los regalos del emperador con mucha satisfacción y, por otro, por pretender compensar la buena acción de un humano con un agradecimiento mucho mayor. Porque daba la casualidad de que el emperador Justiniano sufría una grave dolencia física, ya que una fuerte afección de reuma, que le había afectado a la rodilla, motivaba que se resintiera de dolores… En efecto, los sacerdotes colocaron el relicario sobre la rodilla del emperador e inmediatamente el dolor desapareció, obligado por los cuerpos de los hombres que habían servido a Dios. Y Éste no admitiendo que aquello fuera un hecho sujeto a disputa, dejaba como muestra una gran prueba de lo realizado. Pues el aceite que repentinamente manaba de aquellos restos sagrados, rebosó el cofre y se derramó sobre los pies y por todo el vestido del emperador, que era de púrpura.” (Procopio, Los Edificios, VII)

Relicario de Brescia, Museo de Santa Giulia, Brescia, Italia


Bibliografía

 

Roman Collecting, Decorating, and Eclectic Practice in the Textual Sources; Francesca C. Tronchin
Carpe Spolia: the Reuse of Public Sculpture in the Late Roman Collection; Christina Videbech
"Aes Corinthium": Fact, Fiction, and Fake; D. Emanuele
The Impact of Greek Art on Rome; Jerome J. Pollitt
Religious Conflict in Late Antique Alexandria: Christian Responses to “Pagan” Statues in the Fourth and Fifth Centuries CE, Troels Myrup Kristensen
Moulding and Casting Techniques in Classical Antiquity; F.T.J. Godin
Hellenism and the Roman Taste for Greek Art: Changing art concepts; F.T.J. Godin
Were the ancient Romans art forgers?; William Casement
"Ut Sculptura Poesis:" Statius, Martial, and the Hercules "Epitrapezios" of Novius Vindex; Charles McNelis
Architecture and Sculpture: The Activities of the Cossutii; Elizabeth Rawson
Aegyptiaca in Rome: Adventus and Romanitas; Penelope J.E. Davies
Cicero's Appreciation of Greek Art; Grant Showerman
Collecting and the Creation of History; Sarah Bassett
El coleccionismo desde la Prehistoria hasta el siglo XVI: Entre la motivación religiosa, el deleite artístico, los códigos de exhibición y el negocio; Daniel Casado Rigalt
Engraved Gems and Propaganda in the Roman Republic and under Augustus; Paweł Gołyźniak
Gems in Ancient Rome: Pliny's Vision; Jordi Pérez González



No hay comentarios:

Publicar un comentario