domingo, 1 de junio de 2025

Succinum, el ámbar en la antigua Roma

Ámbar del Báltico. Colección privada

 “Se sabe que el ámbar es un producto de las islas del Mar del Norte, que es conocido por los Germanos como glaesum y que, por tanto, una de esas islas, cuyo nombre nativo es Austeravia, fue llamada por nuestras tropas Glaesaria, o isla del Ámbar, cuando César Germánico dirigía operaciones allí con su flota {16 d.C.}.

El ámbar fluye de una especie de pino, como sale la resina del pino y del cerezo la goma. Se rompe por la abundancia del humor, y a continuación se espesa y endurece, por congelación o frío o calor, o por la acción del mar, cuando las grandes mareas baten estas islas, son despedidos: a la costa, las olas lo mueven ya que parece estar suspendido, sin llegar al fondo.  Nuestros ancianos, que pensaron que era el jugo de un árbol, lo llamaron succinum.” (Plinio Historia Natural, XXXVII, 42)

El ámbar es una resina fósil procedente de la solidificación de la sustancia protectora segregada por las coníferas extintas hace millones de años y que, expuesta al oxígeno, sufre un proceso químico por el que pierde los líquidos volátiles como aceites, ácidos y alcoholes y entonces se endurece hasta quedarse como una piedra que se ha utilizado para crear pequeños objetos artísticos o protectores durante siglos.

Amuletos de ámbar. Museo Nacional de Dinamarca, Copenhague

Cuando los árboles caían, los troncos cubiertos de resina eran transportados por las corrientes de los ríos hasta las regiones costeras, donde quedaban enterrados en depósitos sedimentarios durante miles de años. Las condiciones geológicas y geotérmicas marcan la composición final del ámbar.

La inicial morfología líquida y pegajosa de la resina permitió que en ella quedaran preservados pequeñas criaturas del ecosistema forestal de aquel momento, como insectos, arácnidos, cangrejos, reptiles, plantas, hongos, y algún que otro microorganismo.

“Reptando una víbora por las ramas llorosas de las Helíades, una gota de ámbar se escurrió sobre la bicha completamente de frente. Ella, mientras se admira de verse detenida por el viscoso rocío, quedó rígida aprisionada de pronto por un hielo macizo. No te enorgullezcas, Cleopatra, por tu regio sepulcro, si una víbora yace en un túmulo más noble.” (Marcial, Epigramas, IV, 59)

Izda. Ámbar con lagarto, Galería y Museo del ámbar, Vilnius, Lituania.
Drcha. cangrejo en ámbar, foto Lida Xing, National Geographic

El complejo proceso que resulta en la formación del ámbar dio lugar a la especulación sobre su naturaleza y origen. Los intentos por explicar cómo se formaba se extendieron desde los antiguos poetas griegos a los autores de la antigüedad tardía que dieron respuestas desde el ámbito científico, geográfico o mitológico.

Plinio enumera muchas de las teorías que los antiguos dieron para explicar su formación dándolas por falsas.

“Nicias insiste en explicar que él ámbar es una humedad procedente de los rayos del sol, pues mantiene que, puesto que el sol se pone por el oeste sus rayos caen con más fuerza sobre la tierra y dejan allí una gruesa exudación, que es posteriormente arrojada en las costas de Germania por las mareas del océano.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 36)

Ámbar en una playa del Báltico. Foto mihail39

El relato mitológico sobre el origen del ámbar más repetido es la historia de Faetón, un ejemplo clásico de arrogancia seguida de venganza, que primero recogió Hesíodo y luego dramatizó Eurípides, seguidos por numerosos autores, siendo la del poeta Ovidio una de las más conocidas.

Según él, Faetón, hijo del dios Helios, pide a su padre conducir el carro del sol por el cielo durante un día, pero lo hace de forma tan negligente que Zeus se ve obligado a matarlo con un rayo para salvar al mundo de la destrucción. El cuerpo del joven cae al legendario rio Eridanus, y sus hermanas, las Heliades, que esperan en la orilla lloran desconsoladamente mientras se convierten en álamos. Sus lágrimas se transforman al caer en el precioso ámbar que arrastrado por las aguas acabarán como ornamento de las mujeres romanas.

“Y no lloran menos las Helíades y ofrecen lágrimas, regalo inútil para la muerte, y, golpeando los pechos con sus manos, de noche y de día llaman a Faetón, que no ha de oír sus desgraciadas quejas, y se postran junto a su sepulcro. Cuatro veces había llenado la luna su disco juntando sus cuernos: aquéllas, según su costumbre (pues el uso se había convertido en costumbre), habían emitido sus quejas: de éstas Faetusa, la mayor de las hermanas, al querer recostarse en tierra, se quejó de que sus pies se ponían rígidos; la brillante Lampetie, que intentaba llegar junto a ella, fue retenida por una repentina raíz; la tercera, cuando se disponía a desgarrar sus cabellos con las manos, arrancó hojas; ésta se duele de que sus piernas están retenidas en un tronco, aquélla de que sus brazos se han convertido en largas ramas; y, mientras admiran estas cosas, una corteza rodea las ingles y poco a poco abarca el vientre y el pecho y los hombros y las manos, y tan sólo restaban sus bocas llamando a su madre. ¿Qué puede hacer su madre a no ser ir acá o allá a donde la lleva su impulso y, mientras puede, dar besos? No es suficiente: intenta arrancar sus cuerpos de los troncos y con sus manos quiebra tiernas ramas; y de ellas manan gotas de sangre como de una herida. «Estáte quieta, madre, te lo ruego», grita cada una de las que están heridas, «estáte quieta, nuestro cuerpo se desgarra en el árbol. Y ya adiós» —la corteza llegó a sus últimas palabras. De allí fluyen las lágrimas y, goteando de las ramas recién surgidas, se endurece al sol el ámbar que acoge el transparente río y lo envía a las jóvenes latinas para que se adornen.” (Ovidio, Metamorfosis, II, 340)

Grabado de las Metamorfosis de Ovidio, The National Gallery of Art, Washington D.C.

Aunque pueden hallarse depósitos de ámbar en distintos lugares del mundo, el que se utilizó en época romana para la mayoría de objetos procedía sin duda de la zona del mar Báltico y parte norte de Alemania. Los pueblos que habitaban la zona no encontraban utilidad alguna en dicha piedra, pero lo recogían para comerciar con ello, ya que los romanos lo tenían en gran aprecio.

“Y bien, la costa derecha del mar suevo baña a los pueblos estíos, que tienen los ritos y costumbres de los suevos; su lengua está más próxima a la británica. Veneran a la madre de los dioses. Como distintivo de su religión, portan amuletos en forma de jabalíes. Esto asume el papel de las armas y de la protección de los hombres, y proporciona seguridad al devoto de la diosa, aun en medio de los enemigos. Es raro el uso del hierro, frecuente el de palos. Cultivan el trigo y otros productos con una paciencia inhabitual en la desidia característica de los germanos.

Pero exploran también el mar y son los únicos que buscan el ámbar, al que llaman gleso y que recogen en las zonas de bajura y en la misma orilla.  Pero no han investigado ni averiguado, como bárbaros que son, cuál es su naturaleza y su proceso de formación; es más, durante largo tiempo yacía entre los demás residuos arrojados por el mar, hasta que nuestra afición al lujo le dio fama. Ellos no lo utilizan para nada: se recoge en bruto, se transporta sin refinar y se extrañan cuando reciben dinero a cambio.” (Tácito, Germania, 45, 2)

Amuletos de ámbar, Museo de Ciencia, Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología

Los griegos llamaron al ámbar elektron, palabra cuyo origen es incierto, pero que podría hacer referencia a las propiedades magnéticas de esta brillante resina. Cuando se le aplica fricción, el ámbar se carga negativamente y atrae partículas ligeras como la paja, la pelusa o las hojas secas. Su capacidad de producir electricidad estática ha fascinado a muchos desde tiempos muy antiguos.

“Hay quienes lo conocen con el nombre de harpaga porque, cuando se lo frota con los dedos y se calienta, atrae hojas, pajas y el borde de los vestidos, como el imán hace con el hierro.” (Isidoro de Sevilla, Etimologías, XVI, 8, 7)

En la antigüedad antes de que se desarrollase el vidrio incoloro, algunas piedras preciosas, el cristal de roca e incluso el ámbar podían ser utilizados como materiales transparentes. El ámbar más claro y transparente al que se le daba una superficie curva y se le pulía en profundidad podía llegar a ser utilizado como lupa.

Cabeza femenina en ámbar,
Museo Arqueológico Nacional de Ferrara, Italia

Una vez que al ámbar se le quitan las capas exteriores y se le expone al aire, su color, grado de transparencia y textura superficial pueden cambiar. El ámbar se oscurece por el efecto del oxígeno sobre la materia orgánica. Una pieza casi transparente se volverá amarilla, una de color miel se verá roja, anaranjada o marrón y su superficie se hará cada vez más opaca.

“Existen varios tipos de ámbar. De ellos el más pálido tiene el mejor olor, pero ni este ni el ámbar de color de cera tienen valor. El de color rojizo es más apreciado, sobre todo cuando es transparente, aunque, no debe ser demasiado brillante, sino que brille parecido al fuego. El ámbar más buscado es el de Falerno, llamado así porque recuerda al color de este vino y es transparente y resplandece suavemente como para alcanzar un suave tono de miel cocida.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 47)

Objeto de tocador en ámbar. Museo Británico, Londres

En las gemas antiguas era deseable que existiese una correspondencia entre el color y el tema escogido para representar. El brillo y el color del ámbar se asociaban al resplandor que emanaba de los dioses y héroes desde la época de Homero, que evocaba vitalidad y energía. 

“Marchaba en el desfile procesional sin casco, con la cabeza descubierta, vestido con una clámide teñida de púrpura en la que se representaba con bordados de oro el combate de los Lapitas contra los centauros. La hebilla tenía engastada una Atenea de ámbar que sostenía ante su coraza, a modo de escudo, una cabeza de Gorgona.” (Heliodoro, Las Etiópicas, III, 3, 5)

Anillo en ámbar, Carlisle, Tullie House Museum & Art Gallery Trust,
Inglaterra

El papel del ámbar en el duelo, que se evidencia en su uso funerario, se enfatiza de forma constante en la mitología. En el funeral de Ayax los dolientes amontonan gotas de ámbar en su cuerpo.

“Por todas partes se afanaron alrededor del cadáver; en tomo a él colocaron muchos troncos, y muchas ovejas, mantos de hermosa labor, bueyes de muy gloriosa raza y sus propios caballos, orgullosos de sus velocísimas patas, resplandeciente oro e incontables armas de hombres, cuantas antaño les arrebató a sus víctimas aquel ilustre guerrero; y además, ámbar transparente, que, según cuentan, no son sino las lágrimas de las hijas de Helio, el supremo adivino las que éstas derramaron junto a la corriente del gran Erídano cuando lloraron la muerte de Faetonte, y que Helio, para rendir imperecedero homenaje a su hijo, convirtió en ámbar, un gran tesoro para los hombres; éste lo arrojaron entonces los argivos sobre la pira de extensa superficie, para así glorificar a Ayante, ese ínclito guerrero ya fallecido; en torno a él colocaron también, en medio de grandes gemidos, valioso marfil y plata de color brumoso, e igualmente ánforas de ungüento, y todo lo demás, cuanto acrecienta una gloriosa y espléndida opulencia.” (Quinto de Esmirna, Posthoméricas, V, 620)

Museo Arqueológico Nacional de Aquileia, Italia

El ámbar puede arder debido a su composición orgánica y lo hace con una llama brillante que emite un humo negro y difunde un agradable olor que recuerda a la resina de pino. Era frecuente en la sociedad romana que las mujeres tuvieran una bola de ámbar entre sus manos, la cual con la fricción desprendería un atrayente aroma, además de una sensación fresca si hacía calor y una caliente si el ambiente era frio.

“Un nombre como para que lo señalen unas letras formadas con piedras eritreas, como para que lo señale una gema de las Helíades desgastada por el pulgar; como para que las grullas lo eleven hasta las estrellas escribiéndolo con sus alas; que es digno de resonar únicamente en la casa del César.” (Marcial, Epigramas, IX, 12)

Ámbar ardiendo

El ámbar en la antigüedad, por su color y traslucidez, no se veía solo como un objeto de adorno, sino que se le concedía poder curativo.

“La relación de la historia con el rio Po es muy clara, porque incluso hoy las aldeanas de la Galia Traspadana llevan piezas de ámbar como collares, principalmente como adorno, pero también por sus propiedades medicinales. El ámbar se supone que es un profiláctico contra la tonsilitis y otras afecciones de la faringe, porque el agua de los Alpes tiene propiedades que dañan la garganta humana de varias formas.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 44)

Collares de ámbar, Nuseo Nacional de Dinamarca, Copenhague

En las civilizaciones antiguas los objetos considerados como joyas entre los que se incluían los de ámbar podían tener un efecto protector para el que los llevase y pasar así a ser considerados amuletos. En vida, los amuletos se llevaban como objetos que podían atraer buena suerte, salud, amor, evitar peligros o curar enfermedades.

Algunos amuletos podían ser para uso permanente como los que protegían del mal de ojo, por ejemplo, la cabeza de Medusa.

“Os aconsejo destruir todos los templos que encontréis. No hagáis votos a los árboles o recéis a las fuentes. Evitad a los encantadores como si fueran veneno del diablo. No os colguéis ni a vuestra familia relicarios diabólicos, palabras mágicas, amuletos de ámbar o hierbas. Quien lo haga que no dude que ha cometido un sacrilegio.” (Cesáreo de Arles, Sermones, 14, 4)

Cabezas de Medusa en ámbar, izda. Museo Getty, Los Ángeles. Drcha. Colección particular

Pero otros podían ser de carácter temporal, como en el caso de las mujeres, que los utilizaban para controlar o aumentar la fertilidad, proteger a los recién nacidos y a todos sus hijos, o asegurar un buen parto.

“El ámbar tiene uso en farmacia, aunque no es por esto por lo que les gusta a las mujeres, sino para proteger a los recién nacidos cuando se les pone como amuleto.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 50)

El amuleto infantil más característico en Roma es la bulla, conocida como Etruscum aurum que en las familias más acomodadas se hacía generalmente de oro, bronce u otros materiales brillantes, como el ámbar, y que, por su forma y color similares al sol en su brillo, se convertía en objeto protector y mágico. 

Bulla romana en ámbar. Museo Británico, Londres

Esta resina tan apreciada a lo largo de los siglos siempre ha sido objeto de un intenso negocio, lo que implica la necesidad de su transporte a largas distancias. En un principio existían dos yacimientos principales, el del Báltico y uno de menor productividad en el mar del Norte. La zona principal de explotación se situaba, como en la actualidad, en los alrededores de Kaliningrado, y su distribución salía hacía el puerto de Marsella, cruzando la región del Elba, del Rin inferior y al llegar al Ródano, seguía rio abajo hasta llegar a Marsella.

“Nos satisface saber que habéis oído de nuestra fama, y habéis enviado embajadores que han recorrido tantas naciones extranjeras para buscar nuestra amistad.

Hemos recibido el ámbar que nos habéis enviado. Sabéis que recogéis esta sustancia tan ligera de las costas del océano, pero no sabéis cómo llega hasta ahí. Pero, como un autor llamado Cornelius [Tácito] nos informa, se recoge en las islas más interiores del océano, y se forma originalmente del jugo de un árbol (de ahí su nombre succinum), y poco a poco se endurece con el calor del sol.

Se convierte así en un metal exudado, una blandura transparente, a veces brillando con el color del azafrán, a veces resplandenciendo con la claridad de una llama. Después se desliza hasta la orilla del mar, y entonces se purifica con el ir y venir de las mareas, y llega hasta vuestras costas para ser allí depositado. Hemos pensado que sería mejor decirlo, por si creíais que vuestros supuestos secretos habían escapado a nuestro conocimiento.

Os enviamos algunos obsequios con nuestros embajadores, y nos alegrará recibir más visitas vuestras por la ruta que habéis abierto, y mostraros futuros favores.” (Casiodoro, Cartas, V, 3, De teodorico a los Aesti)

Hojas de laurel en ámbar con la inscripción An(num) N(ovum) F(austum) F(elicem)
[Feliz y Próspero Año Nuevo], Museo Arqueológico Nacional de Aquileia

Otra vía salvaba el rio Vístula y atravesaba la región de Kiev hacia el mar Negro hata llegar a la ciudad comercial griega de Olbia, donde esta ruta oriental enlazaba con las antiguas vias interurbanas que unían el cercano Oriente con Asia central, lejano Oriente y la India. Pero entre estas rutas la que más destaca es la que salía del mar del Norte o del Báltico, atravesaba el Vístula, llegaba a las orillas del Danubio en Carnuntum, rodeaba los Alpes orientales y llegaba a la ciudad de Aquilea, que era un relevante centro comercial en la parte norte del Adriático.

El ámbar podía viajar por vias marítimas saliendo del norte de Europa con destino a los centros comerciales de la cuenca mediterránea o del cercano Oriente.

Embarcación en ámbar, Museo Getty, Los Ángeles

El ámbar era un material apreciado por su color y brillo, pero además era caro porque acceder a él implicaba contar con las legiones que debían proteger su transporte por tierras a veces hostiles.

Roma tenía presencia militar constante en Germania y las legiones jugaban una parte importante en la economía de la región. Plinio cuenta la historia de un caballero romano enviado a Germania para traer ámbar para los juegos de gladiadores de Nerón consiguiendo tanto material que se pudo decorar todo el espectáculo con el ámbar.

“La distancia desde Carnuntum en Panonia hasta las costas de Germania desde las que nos llega el ámbar es de unas 600 millas, un dato que se ha confirmado hace poco. Todavía vive un caballero romano al que Julianus, el editor de los juegos gladiatorios de Nerón, encargó traer ámbar. Este cabllero viajó por la ruta comercial y las costas y trajo tanta cantidad que las redes que se usaron para alejar a las fieras del parapeto del anfiteatro estaban anudadas con piezas de ámbar. Además, muchos de los elementos usados en un día, cuya exposición se variaba cada día, tenía guarniciones de ámbar.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII, 45)

Colgante con casco de gladiador en ámbar.
Museo de Arqueología de Londres

La Ruta de Ámbar se asentó definitivamente en época flavio-trajanea y se mantuvo sin variación hasta el siglo III d.C. cuando la presión que los pueblos germanos no podía ser contenida por Roma. A partir de ese momento, la ciudad de Aquileia en Italia se convirtió en el lugar donde el ámbar en bruto se transformaba y se distribuía como producto elaborado.

“Aquileya, al ser una importantísima ciudad, ha contado de antiguo con una numerosa población del país. Como puerto comercial de Italia adonde concurren todos los pueblos ilirios, suministra al comercio marítimo mercancías traídas del interior por tierra y por los ríos, y expide a los pueblos del interior los artículos traídos por mar que les son necesarios y que los territorios ilirios no producen debido a sus fríos inviernos.” (Herodiano, Historia del Imperio romano, VIII, 2, 3)

Anillo, cabeza dionisiaca y dado en ámbar. Museo Arqueológico Nacional de Aquileia, Italia

Los artesanos que trabajaban el ámbar no tendrían que hacerlo en exclusiva sino que con toda probabilidad serían expertos en tallar otros materiales orgánicos como la madera, el marfil o el cuerno, incluso los talladores de gemas podrían haberse dedicado a ello también. La fragancia que emana del ámbar haría más agradable su manipulación.

“Hermosa figura -con una mente a la antigua- que yaces aquí enterrada, motivo por ello de llanto, tú que con perfume de nardo y ámbar proferías con palabra diligente los dogmas a la manera de los filósofos. Destacabas entre todos por la propia gracia del diaconado tú, retoño tan admirable procedente de la espléndida descendencia del ínclito origen romúleo, por parte de cualquiera de tus padres. Con estas cualidades, él prefirió morir antes que vivir de manera hipócrita y eligió y grabó en su mente todos sus propósitos.” (Poesía epigráfica latina, 796)

Si se trabajaba el material en bruto habría que quitar cualquier materia orgánica o no que se hubiera quedado adherida sobre la superficie mediante algún objeto afilado, polvos abrasivos y agua. El agua actúa como refrigerante y lubricante al modelar la resina que puede reblandecerse o derretirse al aplicar mucha fricción.

Entalle con figura en ámbar

Las piezas de ámbar pueden además haber sido raspadas, talladas, e incluso grabadas, hasta lograr el objeto deseado. El pulido final con aceites, un abrasivo o un mismo paño, liberaría su perfume natural, que podría haber sido reforzado untando aceites perfumados.

Izda. Jarra en ámbar Museo Metropolitan, Nueva York. Drcha. Perfumero en ámbar,
Museo Arqueológico Nacional de Aquileia, Italia

Los griegos también llamaron elektron a una aleación natural compuesta de unas cuatro partes de oro y una de plata con trazas de otros metales como platino o cobre. Este metal se utilizó en la antigüedad con asiduidad y los griegos lo denominaban oro blanco porque su brillo no era tan intenso como el del oro.

“Menos reluce el auténtico ámbar que su amarillo metal y su feliz aleación de plata supera al níveo marfil.” (Marcial, Epigramas, VIII, 50)

Anillo en electrum (aleación) con figura de Paris. Colección particular

El ámbar como los metales preciosos y algunas especias era reconocido en todas las civilizaciones como un objeto prestigioso y lujoso, apropiado para intercambio, obsequio o exhibición de estatus. Por su valor sería depositado en ajuares funerarios y legado como herencia familiar.

“¡Qué desgraciada es la custodia de un gran capital! Lícino, el multimillonario, ordena a su cuadrilla de esclavos vigilar toda la noche con una batería de cubos contra el fuego, obnubilado con la protección del ámbar, las estatuas y las columnas frigias, el marfil y la enorme concha de carey: la tinaja del Cínico no arde.” (Juvenal, Sátiras, XIV, 305)

Izda. horquillas para pelo, Autun, Francia. Centro, Jarrón con tema báquico, Museo Británico, Londres. Drcha. Muñeca articulada de ámbar, Museo de Albacete, España

Los artesanos vidrieros romanos consiguieron dar a algunas de sus trabajos un color parecido al del ámbar antes de su oxidación, lo que permitiría tener objetos similares a los realizados en la resina fósil pero mucho más baratos.

“Había allí numerosos invitados y, como es de suponer, con la aristocrática señora estaba la flor y nata de la ciudad. Mesas lujosas en que resplandece el alerce y el marfil, lechos cubiertos con tejidos de oro; grandes copas de un arte tan variado en su elegancia como único en calidad. Aquí, un vidrio artísticamente tallado; allí, una cristalería sin el menor defecto; más allá, la plata reluciente y el oro deslumbrante, el ámbar maravillosamente vaciado y hasta piedras, para beber: todo lo más inverosímil está allí reunido.” (Apuleyo, Metamorfosis, II, 19)

Izda. Taza de ámbar de Hove. Museums of Brighton & Hove, Inglaterra. 


Bibliografía


Ancient Carved Ambers in the J. Paul Getty Museum, Faya CauseyFrom Aqvileia to Carnvntvm: Geographical Mobility along the Amber Road, Felix Teichner
La ruta del ámbar, Walter Raunig
The gold of the north: Amber in the Roman Empire in the first two centuries AD, Olle Lundgren
The Magic of Amber, Aleksandar Palavestra y Vera Krstić
Objetos de ámbar del ‘ajuar de La Antigua’ (Mérida, España)