lunes, 23 de junio de 2025

Convivium, cena con espectáculo en la antigua Roma

En casa de Lúculo, pintura de Gustave Boulanger

“Que manteles más blancos que la nieve se extiendan sobre la mesa redonda y que esta se cubra con laurel, hiedra y pámpanos. Apilad grandes cestos con codeso y azafrán, crisantemo salvaje y casia, aligustre y caléndula; adornad el aparador y el lecho con guirnaldas de dulce aroma. Que perfumen tu desordenado cabello con suave bálsamo; que el incienso de Arabia humee hasta el alto techo. Con la noche, que muchas luces cuelguen del brillante techo, que cada lámpara arroje solo llama de bálsamo de Oriente. Que los sirvientes carguen sobre sus hombros viandas dignas de reyes, con sus cuellos doblados por la plata ricamente cincelada. Que se mezcle nardo con vino de Falerno en tazas, copas y jarras; que coronas de rosas cubran trípodes y copas. Pisaremos donde se balancean guirnaldas de muchas jarritas de ungüentos; en círculos laberínticos nuestros miembros lánguidos conocerán el entretenimiento; Por el paso, por la vestimenta, por la voz, cada uno interpretará la temblorosa Ménade. Que Corinto, la que se asienta entre dos mares envíe sus citaristas entrenados en las mejores escuelas para el canto y la danza. Que sus armoniosos dedos acompañen sus melodiosas voces, dejado el plectro a un lado, y hábilmente recorran las cuerdas que recobran vida con su toque.

Danos, también, la flauta de bronce amada del desnudo sátiro; danos tocadores de flauta de sonido profundo para nuestro coro, los cuales soplarán aire a los tubos desde sus carrillos hinchados.

Danos canciones para el trágico coturno y para el cómico zueco; danos la elocuencia de retores y la melodía de poetas, de cada uno lo mejor.”  (Sidonio Apolinar, Epístolas, IX, 13)

En el texto anterior Sidonio Apolinar describe de forma lírica un banquete celebrado entre las élites romanas en el que se incluyen entretenimientos musicales y poéticos.

Fiesta de cumpleaños de Herodes, Pintura de Edward Armitage

En la antigua Roma la hora de la cena llegaba a la caída de la tarde cuando se cerraban los negocios, las actividades laborales, y las estancias en las termas, a la hora octava en invierno y a la hora nona en verano. En un principio para que una cena se considerase decente debía darse por terminada antes de que fuese noche cerrada, aunque la hora en que se terminaba de cenar dependía de que se tratara de una cena sencilla o de un banquete.

“Pues el rico, cuando cena solo con su mujer o con sus allegados, no pone cuidado en mesas de limonero ni en copas de oro, sino que usa lo que tiene a mano, su mujer no lleva oro ni púrpura, se presenta sencilla. Pero cuando se celebra un banquete, esto es, cortejo y teatro, se introduce también el drama de la riqueza:

Saca de las naves lebrillos y trípodes

se agotan los estantes de las luces, se cambian las copas, se cambian las vestimentas de los coperos, todo se mueve, oro, plata, vajilla incrustada de piedras preciosas, confesando que se es rico para otros. Pero se necesita templanza, ya se cene solo, ya se dé una gran fiesta.” (Plutarco, Sobre la riqueza, Moralia, 528b)

Foto Stefano Bianchetti

En las cenas de la mayor parte de la población los comensales serían los miembros de la familia y quizás algún allegado o amigo cercano, pero con la relajación de costumbres en la sociedad romana favorecida por la prosperidad económica, los ciudadanos más acomodados se convertirían en anfitriones de convites en los que se pretendía disfrutar de una diversión amena y renovar lazos sociales con los invitados.

“El comensal viene a participar no sólo de manjares, vino y golosinas, sino también de conversaciones, esparcimientos y afabilidad que acaban en estima.” (Plutarco, Moralia, 660B)

Ya entre las civilizaciones más antiguas era habitual celebrar una comida principal al día en la que los comensales se reunían para compartir los alimentos, relacionarse socialmente mientras mantenían animadas conversaciones y disfrutar de entretenimientos variados. A este momento los griegos lo llamaban symposion (beber en común), porque lo esencial era el consumo del vino, pero los romanos lo llamaron convivium, porque lo relevante de la cena era la convivencia, el acto de reunirse los comensales para comer y hablar de temas literarios, políticos o filosóficos de forma civilizada, y, a veces, disfrutar de entretenimientos ligeros.


Así, por ejemplo, en las cenas ofrecidas por el emperador Trajano se podía tener una cena frugal con conversaciones y entretenimientos tranquilos como la descrita por Plinio.

“Ya ves en qué honrosas y en qué dignas ocupaciones empleábamos estos días. Las sesiones del Consejo venían seguidas de las distracciones más encantadoras. Todos los días éramos invitados a cenar. Los platos eran frugales, teniendo en cuenta que nuestro huésped era el Príncipe. En ocasiones éramos deleitados con actuaciones de todo tipo, otras veces la noche transcurría en medio de las más deliciosas conversaciones. El último día, cuando ya nos íbamos, se nos entregaron diversos presentes, tan atento y bondadoso es nuestro César." (Plinio, Epístolas, VI, 31)

El convivium se convirtió en una parte importante de la vida social y cultural en la antigua Roma que proporcionaba la oportunidad de socializar, conversar sobre temas de interés común y participar como espectadores de diversos entretenimientos como actuaciones musicales o recitales poéticos. Pero, según la forma de ser del anfitrión, su estatus o su riqueza, la cena podía convertirse en una voluptuosa comilona o en un ejemplo de afectividad y sosiego.

Banquete romano, pintura de Pierre Olivier Joseph Coomans

Plinio relata la relajada vida del anciano Espurina en su villa disfrutando de la compañía de sus amigos y cómo una cena entre gente de igual condición se desarrollaba de forma cordial y sin gran derroche:

“Inmediatamente después de bañarse, se acuesta, dejando la cena para un poco más tarde… Durante todo ese tiempo sus invitados tienen entera libertad para hacer lo mismo o cualquier otra cosa, si así lo prefieren. La cena es tan exquisita como sencilla, y se sirve en una vajilla de plata sin grabados y de gran antigüedad. Los comensales tienen también a su disposición copas de bronce de Corinto, que son muy apreciadas por Espurina, sin que se deje llevar por una pasión excesiva por ellas. Con frecuencia, entre plato y plato se intercala alguna pieza cómica a fin de que también los placeres puramente físicos se vean aderezados por el ejercicio intelectual. La cena se prolonga siempre un poco después del anochecer, incluso en verano. Sin embargo, a nadie le resulta larga en exceso, pues transcurre en todo momento en medio de una gran afabilidad.” (Plinio, Epístolas, III, 1)

Mosaico de Tzipori, Israel

Para que un banquete convivial se considerase aceptable se prefería que los convidados fueran amigos o conocidos que compartiesen intereses comunes, que la hora y el lugar en el que se celebrase fueran adecuados, que no se diese a una hora intempestiva, que el lugar fuese agradable y cómodo, que la comida estuviese bien cocinada, pero sin extravagancias y los entretenimientos hiciesen disfrutar a los convidados, sin causar disgusto o aburrimiento.

“No sé si Febo huyó de la mesa y de la cena de Tiestes, pero nosotros Ligurino, huimos de la tuya. Es ella abundante y abastecida de exquisitos manjares, pero nada en absoluto me gusta cuando tú estás recitando. No quiero que me pongas rodaballo ni un salmonete de dos libras, tampoco quiero hongos boletos, no quiero ostras: ¡cállate!” (Marcial, Epigramas, III, 45)

Ilustración Sedeslav

Con el tiempo la propia presentación de los platos de la cena llegó a convertirse en una forma de entretenimiento más, pues aparecía ante los convidados como un espectáculo gastronómico, en el que los platos llegaban a la mesa de forma llamativa con el objeto de impresionar a los invitados y mostrar el poder económico y social del anfitrión.

El ejemplo más característico es la sucesión de platos relacionados con los doce signos del zodiaco que ofrece Trimalción a sus invitados, y, que pese a representar una cena ficticia, deja constancia de la extravagancia que algunos anfitriones podían exhibir durante las cenas de la época.

“A la oración fúnebre siguió una bandeja cuyo tamaño no respondía a nuestra expectación; su originalidad atrajo, no obstante, todas las miradas. Era una bandeja circular y tenía representados a su alrededor los doce signos del zodíaco; sobre cada uno de ellos, el artista había colocado el especial y adecuado manjar: sobre Aries, garbanzos, cuya forma recuerda la testuz del borrego; sobre Tauro, carne de ternera; sobre Géminis, testículos y riñones; sobre Cáncer, una diadema; sobre el León, un higo chumbo; sobre Virgo, la ubre de una cerda que no había criado; sobre la Libra, una balanza que de un lado tenía una torta y del otro una tarta; sobre Escorpión, un pescadito de mar; sobre Sagitario, una liebre, sobre Capricornio, una langosta; sobre Acuario, una oca; sobre Piscis, dos barbos.” (Petronio, Satiricón, 35)

Simposio, pintura de Anton von Werner

El momento de la cena llegó a considerarse en la sociedad romana un acto social, en el que ofrecer platos exóticos y sofisticados y proporcionar entretenimientos variados implicaba para el anfitrión ser diferente y estar bien considerado por su interés en complacer a sus invitados. Esto llevaba a una excesiva ostentación y falta de moderación, por lo que en las cenas donde la intención era aparentar y derrochar, no solo los platos servidos constituían un espectáculo, sino que la calidad del vino ofrecido, las vajillas en que se servían los alimento y bebidas, los perfumes con los que se rociaban a los comensales y las coronas de flores que estos lucían resaltaban un ambiente de suntuosidad y sensualidad que convertían la cena en un espectáculo placentero.

"Sirvieron en vajilla de oro como manjares lo que había producido la tierra, el aire, el piélago y el Nilo, lo que un lujo frenético por una vana ambición había buscado en todo el mundo, sin que lo ordenase el hambre. Pusieron gran cantidad de aves y fieras, que son divinidades en Egipto, y el cristal ofrece aguas del Nilo para las manos y grandes copas adornadas con piedras preciosas reciben el vino, pero no de uva mareótide, sino un generoso falerno al que, a pesar de su aspereza, en pocos años Méroe proporcionó vejez, obligándolo a fermentar. Reciben coronas entretejidas con flores de nardo y con rosas que nunca faltan y derramaron sobre sus cabelleras humedeciéndolas abundante cinamomo, que todavía no se había evaporado en el aire de aquel país extranjero y no había perdido el aroma de su tierra, y amomo recién traído de una mies vecina." (Lucano, Farsalia, 10)

Pintura pompeyana, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

Sin el néctar de Baco y Dionisos no se podría entender la institución de la comissatio, final del convivium romano, cuando se realizaban libaciones para obtener el favor de los dioses. En ese momento las mesas se apartaban tras la finalización de la cena y teniendo los comensales puestas sus coronas de flores, lanzaban los dados y el que obtenía la mayor puntuación era nombrado magister bibendi, el cual decidía cómo mezclar el vino y el agua, fijaba las normas para beber y debía contener los excesos en lo concerniente a la bebida para que la celebración discurriera con normalidad y no se ofendiera la hospitalidad del anfitrión, por lo que decidía las penas por no cumplir con las normas establecidas, pues para disfrutar del convivium, había que beber solo lo suficiente para perder la inhibición y estimular una conversación relajada.

“Mas, por la tarde, a la hora de cenar, debe tomarse vino, ya que no nos dedicamos a la lectura de ciertos pasajes que requieren una especial sobriedad. En este momento, la atmosfera es más fresca que durante el día, de suerte que es preciso suplir el calor natural que disminuye por uno de fuera, es decir, tomando vino en escasa cantidad; pues no conviene ir "hasta la copa del exceso.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo)


El magister era el único cualificado para señalar el número de copas que habían de beberse, la cantidad de vino que había que escanciar en cada copa, y, sobre todo, el modo de beberlas: haciendo rondas que comenzaban por el invitado de honor, bebiendo todos al tiempo y pasando llena la copa que cada cual acababa de vaciar con un deseo de buen augurio o brindando a la salud de uno de ellos con tantas copas como letras tenía en su tria nomina de ciudadano romano o el nombre de su amante.

“Levia celébrese con seis ciatos, con siete Justina, con cinco Licas, Lide con cuatro, Ida con tres. Que todas las amigas sean enumeradas por el falerno escanciado, y puesto que no viene ninguna, llégate tú a mí, Sueño.”  (Marcial, Epigramas, I, 71)

No siempre se cumplían estas normas, como describe Horacio en una sátira, ya que, encontrándose en su finca sabina, se siente más relajado y a gusto por no tener que las reglas en cuanto a la comida y la bebida en otros hogares, por ejemplo, de la misma ciudad de Roma.

“¡Oh noches y cenas divinas, en las que como con los míos ante mi propio hogar, y a los traviesos esclavos nacidos en casa les doy un bocado de cuanto yo pruebo! Al gusto de cada cual, vacían los comensales copas dispares, libres de leyes absurdas: el que es un valiente, las toma bien fuertes, y otro gusta más de remojarse con tragos ligeros.” (Horacio, Sátiras, II, 6, 65)

Imagen Look and Learn

También en esta parte de la cena se hacía entrega, según una costumbre de las clases más altas, de los regalos a los invitados o apophoreta, nombre de la etiqueta que llevarían los obsequios ofrecidos por el anfitrión, y cuyo valor variaba en función de la suerte de cada uno.

“Este bloque, que está formado por múltiples hojas, contiene para ti los quince libros de poemas de Nasón.” (Marcial, Epigramas, XIV, 192 Las “Metamorfosis” de Ovidio en pergamino)

Augusto organizaba subastas de objetos que podían ser de poco valor o piezas de colección, como entretenimiento durante la comissatio.

“Solía también poner a la venta, en el transcurso del banquete, lotes de objetos de lo más dispar, así como cuadros vueltos del revés, y frustrar o colmar las esperanzas de los compradores según el capricho del azar, haciendo que en cada lecho se organizara una subasta y que se comunicaran las perdidas o las ganancias.” (Suetonio, Augusto, 75)

Fiesta de Saturnalia, pintura de Roberto Bompiani

Entre las clases acomodadas era frecuente ofrecer a los invitados espectáculos variados como representaciones teatrales (mimos y atelanas), actuaciones de acróbatas o músicos y danzas de todo tipo.

“Exhibió durante sus banquetes tragedias, comedias, atelanas; a tañedores de sambucas, a lectores y poetas, de acuerdo siempre con las circunstancias.” (Historia Augusta, Adriano, 26. 4)

Arpista. Museo del Louvre. Foto Samuel López
(Exposición Músicas en la Antigüedad, CaixaForum, Madrid)

Los anfitriones más austeros y moderados recurrían a lecturas, narraciones históricas, recitales poéticos o musicales, e, incluso, pequeñas piezas teatrales, entretenimientos en los que solían intervenir los propios esclavos de la casa.

“Mientras ceno, si estoy acompañado de mi esposa o de algunos amigos, me hago leer un libro; y después escuchamos una comedia o algo de música; después doy un paseo con los míos, en cuyo número hay algunos bien instruidos. De este modo la tarde se prolonga en variadas conversaciones y, aunque los días son los más largos del año, la jornada se consume rápidamente.” (Plinio, Epístolas, IX, 36, 4)

Ilustración de Angus McBride

Sin embargo, era frecuente que las actuaciones fueran de mimos, bufones o bailarinas que se contoneaban sensualmente, lo que no era del gusto de todos, aunque se recomendaba tolerancia y respeto por los gustos de todos.

“He recibido tu carta, en la que te quejas del aburrimiento que has pasado en una cena, aunque era ciertamente suntuosa, porque entre las mesas deambulaban mimos, danzarines y bufones. ¿Quieres desarrugar un poco el entrecejo? Ciertamente, yo no tengo nada semejante en mi casa, pero soporto a los que lo tienen. ¿Por qué no los tengo? Porque no me deleitan en modo alguno, como si se tratase de una cosa sorprendente o alegre, las obscenidades de un afeminado, ni las desvergüenzas de un bufón, ni las estupideces de un tonto. Pero no te estoy exponiendo una conducta a seguir, sino mis preferencias. Por otra parte, piensa cuántos son los que consideran los entretenimientos que a ti y a mi nos cautivan y atraen, unos ridículos, otros muy aburridos; cuántos, cuando se introduce un recitador, un tocador de lira o un actor piden sus zapatos para irse o se recuestan con un aburrimiento no menor que aquel con el que tú has soportado estas monstruosidades (pues así las llamas). Seamos, pues, tolerantes con las diversiones de los demás, para que ellos lo sean con las nuestras. Adiós.” (Plinio, Epístolas, IX, 17)

Detalle de mosaico de Germanicia, Turquía

Las famosas puellae gaditanae eran unas jóvenes, originalmente procedentes de Gades (Cádiz) que bailaban contoneando su cuerpo al son de ritmos extranjeros y tocando las castañuelas, vestidas con sedas y transparencias proporcionando un espectáculo sensual y sugerente, en el que destacaba la interacción con los asistentes a los que se animaba a acompañar con sus aplausos.

“A lo mejor esperas que las Gaditanas empiecen a excitarte con su armoniosa danza y que, animadas por el aplauso, las jóvenes bajen al suelo sus trémulas nalgas; junto al marido echado, las esposas ven un espectáculo que cualquiera se avergonzaría de describírselo a ellas." (Juvenal, sátira XI)

Detalle de mosaico del Aventino, Museos Vaticanos

Algunos bailes de los que se podía disfrutar durante los banquetes tenían antecedentes griegos, como la danza jonia, que habría tenido en un principio un significado religioso y que acabó como espectáculo de entretenimiento. Lo mismo bailaban hombres y mujeres y consistía en saber moverse haciendo subir la túnica cada vez más arriba del cuerpo, lo que acabó convirtiéndolo en una representación de tipo lascivo y provocativo, muy habitual en las actuaciones de los cinaedi, hombres afeminados que se dedicaban a hacer distintas actuaciones artísticas.

El personaje de Pseudolo hace una parodia de sí mismo al explicar cómo intentó realizar una danza jonia ante algunos comensales durante una cena estando demasiado borracho.

“Los dejé en sus lechos, bebiendo, besándose con sus rameras, y a mi ramera también; los dejé disfrutando con toda su alma. Pero cuando me puse en pie, todos me piden que baile. [Bailando ridículamente] Me adelanté de este modo para complacerlos con gracia, porque aprendí la danza jonia mejor que nadie y, cubierto con el manto, comencé así unos pasos como diversión. Me aplauden sin cesar y gritan «otra», para que lo vuelva a hacer. Empecé de nuevo, de esta manera: no quise repetir lo mismo; me acerqué a mi amiga para que me besase y, al volverme, me caigo: este fue el final de mi espectáculo.” (Plauto, Pseudolo, 1271-1278)

Museo Arqueológico Nacional de Atenas

La aparición de grupos de acróbatas o danzarines hace suponer que estos actuarían en espacios lo suficientemente amplios para que pudiese llevarse a cabo su representación, lo que implica que se haría en triclinia de grandes casas o villas o en jardines.

“Entraron varios bailarines; uno de ellos, insípido y ridículo, enderezó una escalera de mano y ordenó a un muchacho que subiera por ella hasta el último escalón danzando y cantando; le hizo saltar a través de aros encendidos, y le obligó a sostener un ánfora con sus dientes. Trimalcio sólo admiraba esas habilidades, lamentándose que un arte tan hermoso estuviese tan mal retribuido. Para el sólo había dos espectáculos dignos de verse en todo el mundo: el acrobático y el de las luchas de codornices; los demás, bufones inclusive, son verdaderos engañabobos.

—Compré una vez una compañía de comediantes, pero he querido que se limitasen a representar farsas romanas y di orden a mi jefe del coro de que no cantasen más que canciones latinas.” (Petronio, Satiricón, LIII)

Acróbatas. Izda. Colección particular. Drcha. The Walters Art Museum, Baltimore

En las casas de algunos ricos ciudadanos romanos se celebraban a veces espectáculos de combates entre gladiadores, al igual que se hacían representaciones teatrales o recitales musicales. La agresividad tanto del anfitrión como de los invitados se muestra en la avidez por ver sangre y desear la muerte del vencido.

“Los romanos presentaban los juegos de gladiadores, una práctica que les fue dada por los etruscos, no solo en los festivales y en los teatros, sino también en sus banquetes. Es decir, algunas personas a menudo invitaban a sus amigos a comer y a otros pasatiempos agradables, pero además podía haber dos o tres parejas de gladiadores. Cuando todos habían comido y bebido lo suficiente, llamaban a los gladiadores. En el instante en que la garganta de alguno era cortada, aplaudían con placer.” (Nicolás de Damasco, Atlética, 4.153)

Pintura de Francesco Netti

Los siervos del banquete, los ministri, eran escogidos por su buen aspecto y sus rasgos exóticos, pues generalmente procedían de lugares remotos, y los anfitriones los vestían con ropas lujosas, joyas y los ponían a servir las mesas y escanciar el vino para lucirse con vistosidad y permitir al propietario exhibir el lujo que su riqueza le otorgaba.

“Al día siguiente, Aquémenes vino a buscarle siguiendo instrucciones de Ársace para que fuera a servir su mesa. Se puso Teágenes un lujoso vestido persa que ésta le había enviado y se adornó, entre el gusto y la repugnancia a la vez, con brazaletes y gargantillas de oro incrustados de pedrería. Aquémenes intentó mostrarle y enseñarle cómo había que escanciar, pero Teágenes se dirigió a una trébede donde estaban puestas las copas y cogiendo una de las más valiosas dijo:

— No me hacen ninguna falta maestros; sin que nadie me enseñe voy a servir la copa a la señora, y no me daré ninguna importancia por hacer una operación tan fácil. A ti, buen amigo, es la fortuna lo que te ha obligado a aprender esto, pero a mí, son mi naturaleza y mi instinto los que me indican lo oportuno en lo que tengo que hacer.” (Heliodoro, Las Etiópicas, VII, 27, 1-2)

Sirviente de banquete. Casa del Celio, Roma.
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

El espacio físico donde se llevaba a cabo la cena formaba parte también del espectáculo ofrecido por un ambicioso anfitrión, al igual que lo hacía la lujosa vajilla, el suntuoso mobiliario, y la elección de los esclavos que se ocupaban del servicio de mesa. Entre los personajes más notables y ricos se impuso decorar los comedores y salones con los materiales más caros, como mármoles y otras piedras que combinando sus colores añadían vistosidad al entorno.

“Un monumento augusto, ingente, no marcado por cien columnas, sino por tantas cuantas podrían sustentar a los dioses y al cielo si Atlante remitiera sus esfuerzos. La morada vecina del Tonante se halla asombrada, y se gozan los dioses de verte a ti instalado en mansión semejante. Pero no te apresures a exceder las alturas de los cielos. Es tan vasto el palacio, y más libre el impulso ascendente de su área, que abarcan muchas tierras y otro tanto de aéreos espacios, mas es menor tan solo que su amo: él llena la morada y con su genio ingente le da la vida. Rivalizan allí con sus fulgores los mármoles de Libia y del Ilión, y compiten las piedras numerosas de Siene y de Quíos y las que rivalizan con la glauca Dóride, y la piedra de Luna, usada solamente para servir de base a las columnas. La vista se eleva a lo lejos: con ojos cansados apenas podrías vislumbrar los techos y los tomarías por artesonados dorados del cielo.” (Estacio, Silvas, IV, 2)

Domus Flavia en el Palatino, Gran Triclinio. Ilustración Jean-Claude Golvin

Séneca describe algunos de los artilugios que se empleaban para sorprender a los invitados, tuberías para dejar salir perfumes con los que enmascarar los posibles desagradables olores procedentes del sudor y vómitos de los asistentes a estas cenas, mecanismos que permitían la entrada y salida de agua para abastecer los canales y cascadas que servían para refrescar el ambiente y la construcción de diferentes techumbres que permitían su intercambio según el momento de la cena.

¿En la actualidad, pues, juzgas acaso más sabio al que inventó el modo de hacer saltar a inmensa altura, por ocultas cañerías, el perfume del azafrán; que inunda los canales con súbita acometida de las aguas o los vacía; que ensambla los artesonados giratorios de los comedores de tal suerte que un panel suceda sin interrupción a otro distinto, y así los techos se muden tantas veces como los servicios de mesa...?  (Séneca, Epístolas a Lucilio, XC, 15)

La decoración del triclinium debía proporcionar a su propietario un entorno estéticamente agradable donde poder celebrar cenas con sus invitados. La mitología estaba presente en pinturas murales y mosaicos y podía hacer referencia a la vasta cultura del anfitrión o al deseo de alardear de su riqueza que le permitía costearse artistas capaces de representar los episodios mitológicos más conocidos, especialmente los que evocaban la cultura griega.

Triclinio de la villa de la Verrerie, Arlés.
Ilustración de Jean-Claude Golvin

Una escena ampliamente usada, sobre todo en mosaicos, fue la de Orfeo tocando su cítara para amansar a las fieras, que recuerda a una cena espectáculo descrita por Varrón en la que se celebra un banquete en una reserva de caza, donde los animales son atraídos por la música de un esclavo disfrazado de Orfeo.

“Yo sí que vi cómo se hacía, allí más bien al estilo tracio”, dice aquél, “cuando estuve en casa de Quinto Hortensio en la región de Laurentum, pues había un bosque, como él decía, de más de cincuenta yugadas con cercado de piedra, al que no llamaba lebrera, sino “reserva de caza”. Había allí un lugar elevado, donde, puesta la mesa, cenábamos, adonde mandó llamar a Orfeo.

Éste, que había venido con estola y cítara, habiéndole pedido que cantara, tocó la trompeta, y tan grande cantidad de ciervos, jabalíes y otros cuadrúpedos nos rodeó que el espectáculo no me pareció menos hermoso que el de los ediles en el Circo Máximo cuando se hacen cacerías sin animales africanos.” (Varrón, Res Rustica, III, 13, 2-3)

Mosaico de Orfeo. Museo Arqueológico Regional de Palermo, Sicilia

Un anfitrión deseoso de impresionar a sus invitados podía buscar un entorno arquitectónico que los impactara y que hablara de su gusto y refinamiento. De esta forma, en el Imperio se puso de moda hacer comedores al aire libre con un triclinium o un stibadium (lecho semicircular) en los que los comensales podían comer rodeados por fuentes o ninfeos en los que cascadas de aguas se precipitarían en estanques rodeados por esculturas y vegetación.

“En la cabecera del hipódromo está el stibadium de blanquísimo mármol, cubierto por una pérgola que está sostenida por cuatro columnas de mármol caristio. Debajo del stibadium el agua sale a chorros, casi como expulsada por los que están sentados encima; el agua se recoge en un canal y pasa a rellenar una pila de fino mármol, regulada de modo invisible para que esté siempre llena y nunca se desborde. Las viandas de mayor peso, si las hay, se apoyan en el borde de la pila, mientras que las más ligeras se llevan flotando en barquitos o aves simuladas. Enfrente hay una fuente que lanza y recoge el agua mediante un juego de cañerías que primero la echa hacia arriba y luego la traga abajo para volver a elevarla después.” (Plinio, Epístolas, V, 6)

Ilustración de J. Williamson

A la hora de disfrutar de lugares originales en donde poder disfrutar del placer de la gastronomía en entornos agradables a la vista, se escogían entornos naturales que podían, en sí mismos, constituir un espectáculo para disfrute de los invitados. Así, por ejemplo, el emperador Tiberio mandó habilitar una gruta en Sperlonga para disfrutar del entorno y del agua marina junto a la que se sitúa la cueva. En su interior había numerosas estatuas para amenizar el lugar. Aquí es donde pudo ocurrir el accidente en el que mientras el emperador cenaba con sus invitados se cayeron varias piedras del techo que causaron la muerte a varios de los comensales y sirvientes, aunque Tiberio salió ileso.

“Comiendo en la Espelunca, quinta así llamada entre el mar de Amicla y los montes de Fundi, dentro de una caverna natural, despegándose de improviso las piedras que formaban la boca o entrada, cogieron debajo algunos miembros del banquete y espantaron a todos, poniendo en huida la mayor parte de los convidados.” (Tácito, Anales, IV, 59)

Gruta de la villa de Sperlonga, Italia. Ilustración de Jean- Claude Golvin

Es posible que algunos encontraran más placentero cenar en un ambiente más rustico y sencillo que en un lugar cerrado y profusamente decorado a la moda del momento. Según Plinio, en Licia había un árbol tan grande junto a un arroyo que el legado de la provincia lo utilizó para hacer un banquete con sus invitados.

“Actualmente hay en Licia un plátano famoso, al que va asociado la amenidad de una fuente fresca; colocado cerca del camino, está horadado por una profunda cueva de 81 pies, formando una especie de casa, cuyo tejado es una selva frondosa, ya que está rodeado por vastas ramas tan gruesas como árboles y cubre la campiña con sus largas sombras. Y para que nada falte para asemejarse a una gruta, el interior de su oquedad está tapizado de un revestimiento circular de piedras pómez cubiertas de musgo. La cosa es tan maravillosa que Licinius Mucianus, cónsul por tercera vez y últimamente legado de esta provincia, ha creído deber transmitir a la posteridad que había cenado en su tronco con 17 convidados, sobre lechos de follaje proporcionados generosamente por el propio árbol al abrigo de todos los vientos, sin oír el ruido de la lluvia sobre las hojas; y que él se había recostado más a gusto que entre el brillo de los mármoles, la variedad de las pinturas y el oro de los artesonados.” (Plinio, Historia natural, XII, 9)

Mosaico romano. Colección particular

Con el deseo de ofrecer a sus invitados el espacio más sofisticado y poco común donde relajarse y comer en compañía, el anfitrión podía buscar el lugar más inédito en sus posesiones, aunque el efecto conseguido podía ser contrario al pretendido, impresionar al convidado y que la cena fuera un éxito. Este es el caso del comedor-aviario de Lúculo, cuya pretensión de agradar a los comensales cenando entre aves que entran y salen volando, se ve defraudada porque los invitados no parecen contentos por tener que cenar entre el olor producido por las aves.

“Lúculo deseó tener un aviario diferente, pero que se pareciese a otros, que se hizo en Túsculo; que pudiese tener el triclinium bajo el mismo techo que el aviario, donde pudiese cenar con estilo, y donde pudiese ver algunas aves servidas, y otras volando por las ventanas, pero que no encontró útil, porque las aves volando por las ventanas no son agradables de ver y que el desagradable olor es ofensivo a la nariz.” (Varrón, De Re Rustica, III, 1)

Pintura del triclinium de verano, casa del Brazalete Dorado, Pompeya

En algunas cenas el espectáculo podía llegar por la elección de un tema en el que los protagonistas eran los comensales, que se convertían en parte de la representación. Así ocurrió en una ocasión en la que el joven Octavio ofreció un banquete en el que los comensales asumieron las funciones de los doce dioses olímpicos, siendo él mismo el dios Apolo. Un director escénico los dirigía. Esta cena fue polémica porque se produjo durante una época de escasez de trigo en Roma.

“Se hablo mucho también de una cena muy secreta que dio, y que todo el mundo llamaba de los doce dioses; en ella los convidados se sentaron a la mesa disfrazados de dioses y diosas y el propio Augusto ataviado como Apolo, como le reprochan no solo las cartas de Antonio, que enumera con la mayor mordacidad los nombres de todos ellos, sino también estos versos anónimos y muy conocidos:

Tan pronto como la mesa de esos desaprensivos contrató a un director escénico y Malia vio a seis dioses y a seis diosas, mientras Cesar representaba su impía imitación de Febo, mientras se banqueteaba con! nuevos adulterios de los dioses, todas las divinidades se alejaron de la tierra y el mismo Júpiter abandonó su dorado trono.

 La extrema escasez y el hambre que por entonces padecía Roma aumentaron las murmuraciones sobre esta cena, y al día siguiente se elevaron gritos de protesta de que los dioses se habían comido todo el trigo y de que Cesar era realmente Apolo, pero Apolo el Verdugo, sobrenombre con el que era venerado este dios en una parte de la ciudad.” (Suetonio, Augusto, 70)

Versión coloreada de una ilustración de W. Friedrich

Los esclavos son también usados como parte del espectáculo, esta vez porque su indumentaria recuerda a la de los dioses del Olimpo, como es el caso de la cena de Domiciano, descrita por Estacio en sus Silvas.

“Allí, cuando César invita a los próceres hijos de Rómulo, legión purpurada, a que se acomoden en torno a mil mesas, Ceres en persona, su veste ceñida, y con ella Baco, se afana en prestar sus servicios.” (Estacio, Silvas, IV, 2)


Mosaico romano con coperos, Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Foto Samuel López

La cena o el banquete podía llegar a ser un evento estrafalario e inquietante si el anfitrión tenía un carácter autoritario e imprevisible. Tal es el caso de la cena en la que Domiciano reunió a importantes senadores y caballeros para conmemorar a los muertos en las guerras de la Dacia y decidió atemorizarlos y mantenerlos en vilo durante toda la velada, convirtiendo a los invitados en parte del espectáculo, cuya verdadera intención es resaltar la humillación y la sensación de miedo que experimentan. El decorado, la servidumbre, las viandas, los regalos, todo hace referencia a la muerte que los invitados llegan a pensar que no evitarán.

“En otra ocasión invitó a los más notables de entre los senadores y caballeros del modo siguiente: Dispuso una sala completamente negra por todas sus partes, techo, paredes y suelo, y preparó sofás del mismo color colocados sobre el suelo descubierto; a continuación, invitó a sus huéspedes solos, por la noche, sin sus sirvientes. 2 Y dispuso primero junto a cada uno de ellos una losa con forma de lápida, conteniendo el nombre del invitado, así como una pequeña lámpara, como las que cuelgan en las tumbas. Entonces llegaron muchachos desnudos, igualmente pintados de negro; entraron como fantasmas y, tras rodear a los invitados con una especie de danza terrorífica, ocuparon sus lugares a sus pies. 3 Tras esto, se dispuso frente a los invitados todas aquellas cosas que habitualmente se ofrecen en los sacrificios a los espíritus que parten y de la misma manera, todas ellas negras y colocadas en platos del mismo color. Así pues, todos y cada uno de los invitados temieron y temblaron, siendo mantenidos en la expectación constante de ver cortadas sus gargantas al momento siguiente; y tanto más cuanto, por parte de todos excepto Domiciano, se mantenía un silencio de muerte, como si ya se encontrasen en el reino de los muertos, con el propio emperador conversando únicamente sobre asuntos relativos a la muerte y las matanzas. 4 Finalmente los despidió; pero hizo retirar primero a sus esclavos, que habían quedado en el vestíbulo, e hizo acompañar a sus invitados por otros esclavos, a los que no conocían, para que los llevaran en carruajes o literas, llenándoles mediante esto con el mayor de los miedos. Y apenas había llegado cada invitado a su casa y empezaba a recuperar el resuello nuevamente, como se suele decir, cuando le llegaba aviso de la llegada de un mensajero del Augusto. 5 Mientras esperaban a continuación perecer ya en aquel momento, una persona entraba la lápida, que era de plata, y luego otros por turno, llevando diversos artículos, incluyendo los platos que se les habían ofrecido durante la cena, que estaban hechos del más caro material; y, al final del todo, llegaba aquel preciso muchacho que había sido como el espíritu familiar del invitado, ahora lavado y adornado. Así, habiendo pasado toda la noche aterrorizados, recibieron los regalos.” (Dión Casio, Epítomes, LXVII, 9)

Ilustración de Midjourney

En algunos banquetes la parte de espectáculo podía tener un final trágico debido al exceso con un tinte sádico de algún personaje excéntrico, como el emperador Heliogábalo, que, aunque exagerado su carácter por algunos historiadores, es descrito como una persona que se deja llevar por sus instintos más bajos y por las ideas más estrambóticas con las que pretendía causar la mayor impresión sobre sus invitados. En una ocasión construyó un comedor con un falso techo que al abrirse dejó caer un torrente de pétalos de flores sobre sus invitados, en tal cantidad que algunos de los comensales, se asfixiaron antes de poder salir del manto floreado que les había caído encima sin esperarlo.

“En sus triclinios de artesonado giratorio cubría a sus invitados de violetas y flores, hasta el punto de que algunos de ellos murieron al no poder salir al exterior.” (Historia Augusta, Heliogábalo, 21, 5)

Las rosas de Heliogábalo, pintura de Alma-Tadema

Aunque la crueldad se manifiesta de forma más extrema en el caso de los emperadores más viles, como, por ejemplo, Calígula, que presenciaba ejecuciones mientras se desarrollaban cenas ofrecidas por él mismo. Es posible que su idea de espectáculo como forma de impresionar a sus invitados consistiese en demostrar su poder mediante la tortura y la muerte.

“Incluso cuando daba expansión a su espíritu y se entregaba al juego y a los banquetes mostraba la misma crueldad en sus actos y en sus palabras. Muchas veces, mientras almorzaba o se entregaba al placer, se celebraban en su presencia severos interrogatorios recurriendo a la tortura, y un soldado, especialista en decapitaciones, cortaba la cabeza de los prisioneros que fueran.” (Suetonio, Calígula, 32, 1)

Ilustración de Heinrich  Leutemann

Bibliografía


Performing Culture: Roman Spectacle and the Banquets of the Powerful, John H. D´Arms
A Spectacular Feast: Silvae 4.2, Martha Malamud
The Greco-Roman Banquet as a Social Institution, Dennis E. Smith
Changing Places: The Archaeology of the Roman Convivium, Nicholas F. Hudson
Dazzling dining: banquets as an expression of imperial legitimacy, Simon Malmberg
Dining as Spectacle in Late Roman Houses, John Stephenson
Dining in a Classical Context, William J. Slater, ed.
Plutarch’s Septem sapientium convivium: An Example of Greco-Roman Sympotic Literature, Matthias Becker
The Roman Banquet: Images of Conviviality, Katherine M. D. Dunbabin
Comida, ética y estructura social entre Romanos y Germanos: de la Germania de Tácito a la Antigüedad tardía, Guillermo Alvar Nuño










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