viernes, 5 de noviembre de 2021

Concordia matrimonialis: armonía conyugal en la antigua Roma



El amor no solía jugar ningún papel en el matrimonio de los romanos, al menos en el primero, pues las parejas eran escogidas por quienes tenían la patria potestas sobre los hijos. Esta potestad se entendía como un medio puesto al alcance de los patres familias para obtener beneficios para sus respectivas familias, de forma que acordaban el matrimonio de sus hijos sin ninguna interferencia y conservaban esta prerrogativa mientras los filii continuaran siendo dependientes, pues los progenitores podían ordenar el divorcio de los hijos casados para volverlos a casar en función de los intereses familiares.

Plinio el joven escribe una carta recomendando un pretendiente para la hija de un amigo en el que habla de los antecedentes familiares del joven, de su formación e incluso de su aspecto.

“Me pides que busque un marido para la hija de tu hermano, responsabilidad que con razón me impones a mi antes que a otros… No hay nada más importante ni más agradable que pudieras encomendarme, nada que pueda ser asumido por mi más honrosamente que elegir un joven, digno de ser el padre de los nietos de Aruleno Rústico. En verdad que debería haber buscado durante mucho tiempo un candidato adecuado, si no hubiésemos tenido a mano y como si lo hubiésemos previsto con antelación a Minicio Aciliano, que me ha mostrado siempre un afecto muy profundo, como un joven puede mostrar a otro joven (en efecto, es un poco más joven que yo), y un respeto como a persona de más edad… Su patria es Brixia (Brescia), en aquella parte de nuestra Italia que todavía conserva y mantiene intacta mucha de aquella decencia y sobriedad y también de aquellas antiguas virtudes campesinas. Su padre es Minicio Macrino, el primero del orden ecuestre, porque no quiso ningún honor mayor; … Su abuela materna es Serrana Procula del municipio de Patavio. Ya conoces las costumbres del lugar: pero Serrana es incluso un ejemplo de dignidad para sus conciudadanos. Tuvo la suerte de tener como tío a Publio Acilio, hombre de seriedad, prudencia y lealtad casi excepcional. En suma, no hay nada en toda esa familia que no te agrade como si se tratase de la tuya. El propio Aciliano tiene gran energía y actividad, pero unidas a una gran modestia. Ha desempeñado muy honorablemente la cuestura, el tribunado y la pretura; así, pues, te ha librado de la necesidad de apoyarle en su carrera política. Tiene un rostro noble, bien nutrido de sangre y de color encendido; la belleza de todo su cuerpo es adecuada a su condición de hombre libre y a su dignidad de senador. No creo de ningún modo que estas características hayan de ser obviadas, pues deben ofrecerse como una especie de recompensa a la virginidad de las novias. No se si debo añadir que los recursos económicos de su padre son amplios… Ciertamente para una persona que piense en los hijos y en las sucesivas generaciones, también este cálculo ha de incluirse a la hora de elegir un partido.” (Plinio, Epístolas, I, 14)

Pintura de Alma-Tadema

No existió libertad de elegir cónyuge para los hijos, ni para los varones ni para las mujeres, hasta la época posclásica en la que por influjo de la religión católica junto al consentimiento de los padres era prestado también el de los contrayentes.

En la alta sociedad romana el primer matrimonio de los hijos se celebraba a una edad muy temprana tras unos esponsales cuando eran aún unos niños. Esta premura se debía, además de para acrecentar la importancia de la familia en la sociedad, al hecho de que la esperanza de vida no era alta y se intentaba garantizar la continuidad de la familia cuanto antes.

“A ti también, mi tía Driadia, con llorosas melodías y voz piadosa te rindo homenaje yo, nacido de tu hermana, casi tu hijo. Del tálamo y las teas conyugales la muerte envidiosa te arrebató y las honras fúnebres transformaron tu lecho en un féretro.” (Ausonio, Parentalia, 25)

Era, por tanto, habitual que los contrayentes fueran unos adolescentes que apenas se conocían al inicio de su vida en común.

“Cualquier animal, cualquier esclavo, ropa o útil de cocina, lo probamos antes de comprarlo –escribía Séneca el Viejo -; sólo a la esposa no se la puede examinar para que no disguste al novio antes de llevarla a casa. Si tiene mal gusto, si es tonta, deforme, o le huele el aliento, o tiene cualquier otro defecto, sólo después de la boda llegamos a conocerlo”. (Séneca, Controversias. 2.3.2)

Pintura de la Isola Sacra, Ostia

El hecho de que el amor no fuese un elemento decisivo para contraer matrimonio en Roma, que no lo era en absoluto ni siquiera entre las clases bajas, no significa que aquél no pudiera surgir entre los esposos a partir de la convivencia.

Se puede encontrar referencias a esposos enamorados, matrimonios bien avenidos o casos concretos de viudas que no celebraron otras nupcias por fidelidad al cónyuge desaparecido. Los romanos también eran capaces de sentir amor y disfrutar de esos sentimientos, aunque no era frecuente mostrarlos en público dado el austero carácter de su sociedad. Entre los hombres, las demostraciones de amor hacia sus parejas eran consideradas un signo de debilidad masculina. Sin embargo, algunos autores recogen su tristeza por la pérdida de la esposa o la nostalgia por su recuerdo.

Estela Funeraria de Cominia Tyche,
Museo Metropolitan, Nueva York

Algunos literatos describen en poemas fúnebres dedicados a cónyuges difuntos el sentimiento de pena que aflige al que sufre la pérdida del esposo o la esposa.

“Así consuela entonces, en la muerte, a su esposo entrañable: `Tú, parte de mi alma que seguirá viviendo, ya quien así pudiera dar los años que la inclemente Átropo me roba´ ten el llanto, te ruego y no hieras tu pecho con golpes crueles y no martirices la sombra fugitiva de tu esposa. Es cierto que abandono nuestro lecho, mas respetando el orden de la muerte, pues que soy la primera en partir. He vivido días más dichosos que una larga vejez, te he visto ya hace tiempo, deslumbrante en pleno florecer, y te he visto acercarte más y más a la diestra suprema… Así dijo muriente, y abrazó el cuerpo de su compañero, y sin entristecerse, hizo pasar su alma enamorada a los labios de su esposo y con la mano amada cerró sus propios ojos. A pesar de ello, el joven, con su pecho encendido de profundo dolor, ya colma su viuda morada con fiero lamento, ya ansía desnudar su espada, ya se dirige a las estancias altas y sus acompañantes apenas le retienen, ya se inclina sobre su amada perdida y junta con ella sus labios, y atiza, cruel, el dolor adentrado en su pecho.” (Estacio, Silvas, V, 1, poema dedicado a Priscila)

Pintura de la Villa Farnesina, Roma, Palazzo Massimo


La esposa ideal no es solo la que guarda fidelidad al marido y se encarga piadosamente del cuidado de los hijos, sino que también ama al esposo, en vida y tras la muerte. Por esta razón en los epitafios se recogen los deseos de los esposos de descansar juntos a sus cónyuges en la tumba al igual que estuvieron juntos en vida.

“El sarcófago que aquí ves fue instalado por Maximus en vida para que lo acogiera tras su muerte. Él erigió este monumento también para su esposa Calepodia, para que entre los difuntos pudiera igualmente
disfrutar de su amor.”
(Antología Griega, VII, 330)

Estela Funeria de Licinia Flavilla y Sextus Adgennius Macrinus
Museo de la Romanidad, Nimes, Francia

En algunos casos se expresa claramente el deseo de unirse al cónyuge fallecido pronto, aunque no es posible si ello respondía a un deseo real o era parte de una fórmula establecida.

“Dedicado a la venerable alma de los dioses Manes. Furia Spes mandó erigir este (monumento) para Lucius Sempronius Firmus, mi muy querido esposo. Tan pronto como lo conocí, cuando éramos niños, quedamos unidos por el amor. Viví con él por poco tiempo. Nos separó una mano malvada en un tiempo cuando deberíamos haber vivido juntos. Por tanto, os ruego a vosotros, los muy sagrados espíritus de los difuntos, que cuidéis de mi querido esposo confiado a vosotros y que seáis indulgentes con él, para que pueda verle en las horas del sueño, y que él pueda persuadir al destino de que yo también pueda unirme a él cuanto antes.” (CIL 6, 18817 = ILS 8006)

Inscripción de la estela funeraria de Furia Spes,
 Museos Capitolinos, Roma

Algunas inscripciones expresan amor romántico entre los esposos y una profunda pena por la muerte del otro demostrando mencionando en algunos casos lo que les gustaba hacer juntos, demostrando que la armonía y el amor entre los esposos eran valorados a pesar de que algunos matrimonios fueran de conveniencia.

“A los espíritus de los Manes. Aquí yace […]nia Sebotis, hija de Publius. Quintus Minucius Marcellus, hijo de Quintus, de la tribu Palatina, erigió este (monumento) para su querida esposa, la más piadosa y casta, que nunca quería estar en público sin mí, ya fuera en los baños o cualquier otro sitio. Nos casamos cuando ella era una virgen de catorce años y tuve una hija con ella. Viví con ella el tiempo más dulce, y me hizo feliz. Por tanto, preferiría que estuvieras viva pues me habría gustado que me hubieses sobrevivido. Vivió veintiún años, dos meses y veintiún días.” (AE 1987, 179)

Retrato funerario, Egipto, Museo Metropolitan

La visión del matrimonio que ofrecen algunas obras literarias como los Parentalia de Ausonio es la de la unión amorosa de dos personas que tiene como finalidad no solo la procreación de hijos libres sino también el afecto y la compañía.

Ausonio describe el dolor por la muerte de su esposa presentando su sufrimiento como la continuación natural del amor que sintió por ella cuando vivía y lamentando tener que pasar su vejez en soledad, lo que se convierte en una tortura.

“Ahora, dolor y suplicio y herida incurable, he de recordar la muerte de mi esposa arrebatada. Noble por sus antepasados e ilustre por su origen senatorial, Sabina fue aún más ilustre por sus dignas costumbres. Tu pérdida en nuestros primeros años la lloré, todavía joven, y, célibe durante nueve Olimpíadas, aún te sigo llorando. En mi vejez ya no puedo apaciguar el dolor sufrido; pues de continuo se recrudece como recién pasado. Admiten el sosiego del tiempo otros enfermos: estas heridas las hace aún más graves el paso lento del día. Rizo, sin compañía, mis canas pacientes y cuanto más solo, más triste vivo. La herida aumenta porque calla la casa silenciosa y tiene frío nuestro lecho, porque con nadie comparto ni lo malo ni lo bueno.” (Ausonio, Parentalia, 9)

Museo Nacional de Arqueología, Burdeos

Durante los partos muchas mujeres y los propios recién nacidos morían lo que provocaba que los viudos volviesen a casarse, incluso en su madurez, por el afán de procrear y dejar descendencia. Este hecho facilitó que en algunos matrimonios la diferencia de edad fuese considerable, siendo los esposos bastante más mayores que sus esposas, lo cual no tenía que ser obstáculo para que el matrimonio funcionara y existiera entre ambos amor y pasión, como ocurrió en el caso del cuarto matrimonio de Pompeyo, que se casó con Julia, la hija de Julio César cuando él tenía cuarenta y seis años y ella veintitrés. Según algunos autores Pompeyo se enamoró rápidamente de ella y su amor fue correspondido.

“Él pasaba la vida en casas de recreo de Italia, yendo con su mujer de una parte a otra, o porque estuviese enamorado de ella, o porque siendo amado no se sintiese con fuerzas para dejarla, pues también esto se dice, y era voz común que aquella joven amaba desmedidamente a su marido; aunque no sería por la edad de Pompeyo, sino que la causa era, a lo que parece, la continencia de éste, que después de casado no se distraía con otras mujeres, y aun su misma gravedad, que no le hacía desagradable en el trato, y, antes, tenía para las mujeres un cierto atractivo, si no hemos de dar por falso el testimonio de la cortesana Flora.” (Plutarco, Pompeyo, 53)

Estela funerario de los libertos Publius Aiedius Amphio y Aiedia Fausta Melior,
Museo De Pérgamo, Berlín

A pesar de las facilidades que se daban para el divorcio, o por causa de ello, el hecho de que un matrimonio durase toda la vida estaba muy bien considerado por los romanos, por lo que la referencia a las relaciones largas y bien avenidas eran resaltadas en la literatura y en los epitafios.

“Raros son los matrimonios tan largos como el nuestro- los que terminan con la muerte, no acortados por el divorcio. Se nos concedió que el nuestro durase hasta cuarenta y un años sin ninguna ofensa. Desearía que nuestra unión se hubiese alterado por algo que me hubiese ocurrido a mí, no a ti; habría sido más justo para el más mayor ceder ante el destino.” (Laudatio Turiae)

De ahí que en las ceremonias nupciales estuviese presente una mujer univira con su esposo aún vivo, esto es, que solo se hubiese desposado una vez, porque era símbolo de prosperidad conyugal. El hecho de haber contraído matrimonio una sola vez durante su vida era frecuentemente mencionado en los epitafios dedicados a mujeres por sus esposos junto a otros epítetos que destacaban sus virtudes. Además, no solo ocurría en caso de familias nobles, sino también en otros estratos sociales.

“A los dioses inferiores
Para Aurelia Domitia, liberta de Augusto,
univira, una bendita esposa, muy dedicada y respetuosa con su familia.
Pompeianus, su esposo, con quien vivió veinte años.
Vivió treinta seis años.”
(CIL 6.13303)

Detalle del altar funerario de Fabia Stratonice,
Badisches Landesmuseum,
Karlsruhe, Alemania. Foto Dan Diffendale 

Otros epítetos indicaban también el hecho de haberse desposado una sola vez (uniiga) y de haber yacido solo con el esposo (unicuba). Este hecho quería resaltar la fidelidad y el afecto entre esposos en una época en que los divorcios eran relativamente frecuentes.

“Aquí yazgo, una mujer casada. Por descendencia y nombre soy Veturia, esposa de Fortunatus, hija de Veturius. Treistemente, viví veintisiete años y estuve casada dieciséis, una mujer de un solo lecho (unicuba) y un solo matrimonio (uniiuga). Después de haber alumbrado seis hijos, morí. Solo uno me sobrevive.” (CIL 3, 3572)

Sarcófago de Veturia, Museo Nacional de Budapest

En la época de Plinio el joven la elección de una esposa adecuada era una condición indispensable para que el matrimonio de un hombre con cierto rango social fuese afortunado porque su honor podía quedar dañado por la conducta deshonesta de su esposa. El escritor señala que la presencia de una buena y devota esposa es señal de una vida bien vivida y destaca que una esposa digna de elogio debe elegirse cuidadosamente y luego debe ser formada por su esposo para aprender a comportarse de acuerdo al carácter y ambición del mismo y llegar a convertirse en una matrona que ayude a reforzar la reputación del esposo.

Plinio relata que la excelente conducta de Plotina, esposa de Trajano, beneficia a la propia reputación del emperador, pues este la ha instruido correctamente y por lo tanto toda la actitud de la emperatriz refleja la del esposo. Plotina cumple con las cualidades que se exigen a una esposa dedicada a su hogar, autocontrol, modestia y sumisión al esposo.

“En tu caso tu esposa contribuye a tu dignidad y a tu gloria. ¿Quién hay que sea de costumbres más puras que ella?, ¿quién que se conforme mejor a los ideales de nuestra antigüedad? ¿Acaso si un Pontífice Máximo tuviese que elegir una esposa, no la elegiría a ella o a una semejante a ella? Si bien, ¿dónde podría hallarse una como ella? ¡Cómo no reclama nada para sí de tu elevada posición a no ser el derecho de alegrarse por ella! ¡Con qué constancia muestra en todo momento que su afecto recae sobre ti, no sobre tu poder! Sois el uno para el otro los mismos que fuisteis en el pasado, os amáis por igual, y nada os ha dado la fortuna que ya no tuvieseis, a no ser el que comenzáis a saber con qué serenidad podéis sobrellevar ambos la fortuna.” (Plinio, Panegírico de Trajano, 83, 5-6)

Efigies de Trajano y Plotina

En una de sus cartas Plinio presenta a su esposa Calpurnia, bastante más joven que él, en su papel de dedicada esposa y resalta su mutuo afecto, su interés por la gloria del esposo y las expectativas del esposo por un futuro compartido.

"Es extraordinariamente inteligente y frugal; me ama, lo que es un claro indicio de su virtud. Añade a estas virtudes el interés por los estudios literarios, que le ha inspirado el amor que siente por mí. Guarda copias de mis obras, que lee una y otra vez, e incluso las aprende de memoria. iQué angustia siente cuando ve que voy a pleitear en un tribunal, qué felicidad cuando ya he terminado! Ella se arregla para que se la mantenga informada de que aclamaciones, de que aplausos he provocado, de qué éxito he tenido en el juicio. Ella misma, cuando hago una lectura pública, se sienta en un lugar próximo, oculta por una cortina, y escucha con oídos atentísimos los elogios que recibo. Ella incluso ha puesto música a mis poemas y los canta, acompañada de su cítara, que no le ha enseñado a tocar ningún artista, sino el amor que es el mejor de los maestros. Por estos motivos estoy plenamente convencido de que nuestra armonía será eterna e incluso será mayor cada día que pase." (Plinio, Epístolas, IV, 19)

Las cartas conservadas entre los esposos prueban que en esa época los hombres ya se permitían demostraciones de afecto hacia sus esposas que nos les dejaban en mal lugar entre los miembros de la clase social a la que pertenecían, en contra de lo que había ocurrido durante el tiempo de la República.

“Me comentas en una carta que mi ausencia te afecta muchísimo y que el único consuelo que te queda es tener a mano mis libros en vez de tenerme a mí, y que incluso a veces los colocas sobre mis huellas. Es muy agradable saber que me echas de menos, y muy agradable también que encuentres alivio en estos consuelos; yo, por mi parte, releo tus cartas continuamente y las cojo en las manos una y otra vez como si acabasen de llegar. Pero de este modo solo consigo avivar más tu recuerdo, pues si tus cartas tienen este encanto, ¡qué dulzura no tendrán tus palabras! Tu escríbeme, sin embargo, lo más frecuentemente que puedas, aunque tus cartas me proporcionen tanto placer como dolor. Adiós.” (Plinio, Epístolas, VI, 7)

Pintura de Alma-Tadema

El poeta Ovidio en sus poemas del exilio no se limita a proporcionarse consuelo y a intentar obtener el perdón del emperador, sino que persigue obtener el afecto de su propia esposa. Él sabe que el amor debe construirse y por tanto se esfuerza por reforzarlo en las cartas que escribe a su esposa Fabia. Consciente de que el amor, tras años de relación puede terminarse, recurre al cariño y al compromiso, que, pese a la distancia, permiten cimentar la relación amorosa.

“Como tú eres la única protectora de mis intereses, ha recaído sobre ti el peso de un gran honor, ya que mi voz nunca ha enmudecido con relación a ti y debes sentirte orgullosa de los testimonios dados por tu marido. Persiste para que nadie pueda decir que son temerarios y consérvame a la vez a mí y a tu piadosa fidelidad.
Pues, mientras yo estuve en pie, tu virtud permaneció sin recibir acusación vergonzosa alguna, sino que siempre fue irreprochable. Ahora, de mi ruina se te ha formado un solar en que edificar: ¡que tu virtud levante en él un monumento digno de ser contemplado! Resulta fácil ser buena cuando se halla lejos todo aquello que impide serlo y la esposa no encuentra nada que obstaculice el cumplimiento de su deber. Pero no sustraerse a la tormenta cuando la divinidad ha comenzado a tronar, eso sí que es piedad y amor conyugal.” (Ovidio, Tristes, V, 14)

Fresco de Pompeya

Ovidio a menudo incluye epítetos relativos a las buenas esposas cara, pia y bona, al referirse a la suya. Además, añade las virtudes que la caracterizan probitas, pietas y fides, que eran las mismas que hacían de las esposas unas matronas dignas de confianza. Ella es piadosa porque se lamenta de los infortunios del esposo en el exilio y había deseado compartir su destino, aunque no lo hizo al darse cuenta que podía hacer más por él al permanecer en Roma. Ovidio le recuerda que al mismo tiempo que debe ocuparse de las gestiones para conseguir su vuelta, su honradez debe ser intachable, como muestra de la buena reputación de ambos. La lealtad refleja no solo la fidelidad matrimonial sino también la confianza depositada en ella a la hora de mantener el bienestar del hogar y la familia en ausencia del esposo.

“Créeme, cuantas veces eres elogiada en mis poemas, el que lee dichas alabanzas pregunta si las mereces. Y así como creo que muchas aplauden tus virtudes, del mismo modo no pocas querrán criticar tus hechos. Procura que la envidia de éstas no pueda decir: «Ésta es lenta en actuar en favor de la salvación de su desgraciado marido». Y, aunque me faltan las fuerzas y no puedo conducir el carro, intenta sostener tú sola el débil yugo. Enfermo y fallándome el pulso, me vuelvo hacia el médico: ayúdame mientras me quede un último soplo de vida, y lo que yo te haría, si fuera más fuerte que tú, dámelo tú a mí, ya que eres más fuerte. Así lo exigen el amor conyugal y la ley matrimonial. Tus propias costumbres, esposa, lo reclaman. Debes esto a la casa a la que perteneces, para honrarla tanto con tus obligaciones como con tu honradez. Aunque hagas todo esto, si no eres una esposa digna de elogio, no se podrá creer que honras a Marcia.” (Ovidio, Pónticas, III, 1)

Pintura de Alma-Tadema

Ejemplos de amores incondicionales, que continúan hasta la muerte y que implican sacrificio por el cónyuge, se encuentran en la literatura como símbolo del afecto entre esposos que demuestra que este podía darse a pesar de que la inmensa mayoría de matrimonios se habían debido a la conveniencia social y económica.

“Navegaba yo por nuestro querido lago Lario, cuando un amigo mayor que yo me señaló una villa y especialmente un aposento que se asomaba al lago: «Desde esa habitación», me dijo, «hace tiempo una mujer de nuestro municipio se arrojó junto con su marido». Le pregunte la causa. Me respondió que, a causa de una larga enfermedad, el marido se pudría en sus partes íntimas por unas ulceras; la esposa insistía en verlas, diciéndole que «nadie le podría indicar más francamente si su enfermedad podía curarse». Cuando las vio, perdió toda esperanza y lo animó a suicidarse; ella misma fue su compañera en la muerte, más aún su guía, e incluso le obligó a seguir su ejemplo, pues se ató con su marido y se arrojó con él al lago.” (Plinio, Epístolas, VI, 24)

Estela funeraria, Hierápolis, Turquía

En el caso de las clases medias y bajas, las esposas no solo eran compañeras de vida, sino también de profesión, por lo que junto al reconocimiento de su labor como esposa y administradora del hogar se unía el de su tarea como responsable del negocio familiar.

“En Roma, Urbanilla, fue mi compañera y socia en el negocio, ayudada por su frugalidad. Cuando todo se había conseguido con éxito y ella volvió conmigo a mi patria, Cartago me arrebató a mi piadosa compañera. No tengo ninguna esperanza de vivir sin tal esposa; ella cuidaba de mi casa y me ayudaba con sus consejos. Privada de la luz de la vida, la pobre mujer descansa en su tumba de mármol.” (CIL 8, 152)

Estatua de Urbanilla,, Cartago

Durante el primer siglo d.C. las virtudes conyugales de concordia, fidelidad, lealtad, amor y afecto se empezaron a expresar en relieves que adornaban monumentos funerarios mostrando a los esposos con las manos enlazadas (dextrarum iunctio) como símbolo de su armonía matrimonial.

“Vitalis, liberto y secretario privado del emperador (lo dedicó) a Vernasia Cyclas, su muy excelente esposa, que vivió veintisiete años. A esta fiel, afectuosa y dedicada mujer.” (CIL VI 8769)

Urna cineraria de Vernasia Cyclas, Museo Británico


El matrimonio era un marcador de status social y para los libertos representaba un importante paso en su acceso a los derechos de los ciudadanos libres y un ascenso social. Independientemente de la edad que tuvieran los esposos, deseaban dejar patente la concordia que existía entre ellos y se representaban con mayores gestos de afecto entre ellos en sus relieves funerarios destacando en sus epitafios el amor, la fidelidad y la armonía que reinaba en su relación.

Estela funeraria de Lucius Aurelius Hermia y Aurelia Philematium, Museo Británico

(A la izquierda) Lucius Aurelius Hermia, liberto de Lucius, carnicero del Viminal
Esta mujer que me ha precedido en la muerte, casta, mi única y amante esposa a la que otorgué mi alma, vivió fiel a su fiel esposo con igual afecto que el mío, nunca abandonó por avaricia sus obligaciones. Aurelia Philematium, liberta de Lucius.


(A la derecha) Aurelia Philematio, liberta de Lucius. Cuando vivía me llamé Aurelia Philematium. Fui casta y modesta, no me gustaba mezclarme con la gente. Fui fiel a mi marido. Aquel a quien he perdido fue mi coliberto y fue verdaderamente más que un padre para mí. Cuando tenía siete años, me acogió; ahora con cuarenta, la muerte me ha poseído. Él con mi diligencia ha florecido…. (CIL VI, 09499)




Bibliografía

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