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miércoles, 11 de julio de 2018

Veranum tempus, el verano entre los antiguos romanos


Representaciones del verano en mosaicos (De izquierda a derecha Casa de Baco, Complutum Alcalá de Henares, Palacio Imperial de Ostia, Villa Dac Bur Ammera, Libia)

Entre los romanos se consideraba que durante el año solo existían dos estaciones climatológicas. La primera muy larga abarcaba lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, y la segunda, más breve, era el hibernum tempus, es decir, el invierno. La más prolongada se llamaba ver, palabra que dio lugar al verano actual, pero, cuando al comienzo de esta estación se le llamó primo vere 'primer verano' y más tarde, prima vera, surgió la primavera, mientras que la época en que más calor hacía tomó el nombre de veranum tempus (verano), aunque el nombre en latín era aestas (del que deriva estío). Al periodo final de éste, que coincidía con la época de las cosechas, se le llamó autumnus, que derivaba de auctus (crecimiento) y que en nuestra lengua se convirtió en otoño.

En la antigua Roma se consideraba el inicio del estío o de la época más calurosa del año cuando aparecía en el firmamento, antes de la salida del sol, la estrella Sirio, la más brillante de la constelación Canis Mayor, y por eso a los días más calurosos del año entre los meses de Julio y Agosto, se les llamaba canicula (canícula).



Alegoría del verano cosechando trigo. Antigua Uthina, Museo del Bardo, Túnez

El verano de Roma era especialmente insano por los rigores del calor y por el peligro de contraer enfermedades (como la fiebre palúdica) provocadas por la cercanía de terrenos pantanosos e insalubres, lo que provocaba la salida en época de verano de todos los ciudadanos romanos que podían permitirse residir en otros lugares más saludables y con un clima más benévolo.

“Tras prometerte que sólo cinco días estaría en el campo, quedo como un mentiroso y todo el mes de agosto se me echa de menos. Ahora bien, si quieres que esté sano y tenga la salud que conviene, la misma licencia que me das cuando estoy enfermo, has de dármela cuando temo enfermar, Mecenas; mientras los primeros higos y el calor le ponen al enterrador una escolta de enlutados lictores.” (Horacio, Epístolas, I, 7)



En Bayas, pintura de Frederick Pepys-Cockerell

Según Plinio el joven, algunos consideraban el clima de montaña, en su época, más beneficioso que el de la costa, por lo que los ciudadanos más adinerados disponían de residencias en distintas localizaciones geográficas para elegir estancia de acuerdo a la estación del año en la que se encontraban.

“Te agradezco sinceramente la preocupación e inquietud que me has demostrado, al intentar persuadirme de que no pase el verano en mi villa de la Toscana, cuando te enteraste de mi intención de hacerlo así, ya que piensas que el lugar es insalubre. En verdad que la zona de la costa toscana inmediata al litoral es pestilente y peligrosa para la salud, pero mis propiedades se encuentran lejos del mar, más aún incluso yacen al pie de los Apeninos, considerados los más saludables de los montes.” (Plinio, Epístolas, V, 6)


La ciudad de Bayas, situada en la costa de Campania, convertida en lugar de recreo veraniego en la época imperial, tiene sus orígenes en el siglo III a. C., cuando era un lugar fundamentalmente religioso. En el siglo I a. C., Pompeyo limpió el litoral de piratas y los patricios romanos comenzaron a construir allí sus residencias de verano.

“Mientras tú, Cintia, veraneas en pleno centro de Bayas,
por donde pasa la vía de Hércules a lo largo del litoral,
y mientras admiras las aguas cercanas del famoso Miseno,
ha poco sometidas al reino de Tesproto, …”
(Propercio, Elegías, I, 11)



Villa de los Pisones, Bayas, ilustración de Jean-Claude Golvin

Sus aguas termales naturales ricas en azufre, un clima excelente y un paisaje atractivo acabaron por transformarla en el lugar predilecto de los futuros emperadores para tomar un respiro lejos de la política de Roma, desde Augusto hasta el excéntrico Calígula, pasando por Nerón o Adriano, que murió allí.

Los miembros de la élite romana hacían ostentación de sus posesiones en Bayas, la cual tenía dos complejos termales, sólo superados en tamaño y prestigio por las termas de Roma, acuarios, piscifactorías rudimentarias para asegurar el pescado y marisco fresco todos los días, villas y edificios opulentos decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles y réplicas de esculturas griegas, un muelle privado, fastuosos jardines y la Piscina Mirabilis, con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que asegurasen el suministro de agua dulce. Era la cisterna más grande del Imperio, lo que da una idea de la importancia de este enclave.

Sin embargo, sus fiestas desenfrenadas y legendarias, donde corría el vino a raudales, sus numerosos burdeles, los banquetes opulentos con toda clase de vicios y sus largas veladas nocturnas entre excesos, ostentación, vanidad y hedonismo le valieron el epíteto de «ciudad del pecado» y conmovieron a historiadores, poetas y escritores, provocando sus críticas.



En el frigidarium, Pintura de Alessandro Pigna

Séneca, que le puso el sobrenombre de «pueblo del vicio», escribió que por el puerto de Bayas sólo se encontraba a borrachos que a duras penas se mantenían en pie, que había fiestas allá donde uno fuera, también en los barcos, y que la música sonaba por todas partes.

"Y tú abandona cuanto antes la corrompida Bayas:
esas playas ocasionarán la separación de muchos,
playas que han sido enemigas de las castas doncellas: 

¡ay, mueran las aguas de Bayas, ruina de Amor!" (Propercio, Elegías, I, 11)

Pero Bayas no siempre fue un lugar de reposo lejos del ajetreo de la capital. La política no descansaba ni en verano y la ciudad costera tenía su crónica de poder: allí la élite de Roma también iba a conspirar, como hizo el mismo Nerón, quien urdió, también al cobijo de Bayas, el asesinato de su propia madre.

"IV. Contentó la industria de Aniceto, ayudada también del tiempo con la ocasión de los quincuatruos, fiestas dedicadas a Minerva, que Nerón celebraba en Bayas; con que pudo sacar de Roma a su madre, usando de halagos y persuasiones, y diciendo que se habían de sufrir los enojos paternos, y que era justo hacer los hijos todo lo de su parte para aplacarles el ánimo; y él lo hacía porque, pasando voz de que madre e hijo se habían reconciliado, viniese ella a su poder con mayor confianza; cebándola también con aquellas fiestas y regocijos, cosa con que se engaña más fácilmente la natural credulidad de las mujeres. Sale tras esto a recibirla a la marina, porque ella venía de Ancio, y dándole la mano al saltar en tierra, y abrazándola, la lleva a Baulo -así se llamaba la casa de placer que, bañada del mar, se asienta en aquella ensenada, entre el cabo de Miseno y el lago de Bayas-. Estaba entre las galeras una la más adornada y compuesta, como si hasta esto hubiera hecho aparejar Nerón en honra de su madre, la cual solía gustar que la llevasen por aquellas costas en alguna galera, con la mejor gente de marina por remeros. Se le aparejó un banquete de cena para que la noche ayudase también a encubrir la maldad. Es cierto que Agripina fue advertida de la traición, y que, mientras estuvo dudosa en si le daría crédito, mostró aprecio de que la llevasen en silla a Bayas. Mas recibida aquella noche con mucho amor, y puesta por su hijo en el lugar más honrado de la mesa, las caricias y regalos grandes le aliviaron el miedo; porque discurriendo Nerón con su madre, unas veces familiarmente y entreteniéndola con conversaciones juveniles y otras componiendo el rostro con severidad, dando a entender que trataba con ella cosas muy graves, entretuvo la cena lo más que pudo; y acabada la acompañó hasta la mar, clavando a la despedida los ojos en ella, y abrazándola con mayor ternura de lo que acostumbraba, o por cumplir en todo con la disimulación, o porque aquella última despedida de su madre que iba a morir le enterneciese algún tanto el ánimo, aunque fiero y cruel." (Tácito, Anales, XIV, I, 4)


El naufragio de Agripina, Gustav Wertheimer

Como no todos tenían los medios para escaparse a un lugar de vacaciones donde evitar el calor en una domus mejor acondicionada, existía la posibilidad de darse un baño en cualquiera de los ríos que se hallaban por todo el imperio romano. Esta circunstancia dio pie a algunos autores a ensalzar el encanto y la ventaja del mundo rural o de zonas alejadas de la ciudad de Roma, donde se podía disfrutar de lo mejor de ella, pero sin caer en el exceso y la desvergüenza que se podía encontrar en la urbe o en las ciudades de recreo vacacional.

"Vi yo mismo cómo gentes cansadas
de los muchos sudores del baño, desdeñaban los estanques
y los fríos de las piscinas para disfrutar de las
aguas vivas; luego, reanimados por la corriente, golpeaban
el helado río con su ruidoso nadar. Porque si llegase
aquí un forastero desde las costas de Cumas, creería
que la euboica Bayas había regalado copias pobres a estos
lugares: tanto refinamiento y tanta elegancia seducen,
mas el deleite no se excede en lujo ninguno."
(Ausonio, El Mosela, 8)


A la hora de construir las casas se tenía en cuenta la climatología para ubicar y disponer las habitaciones de forma que quedasen resguardadas del intenso calor del sol en verano y al mismo tiempo permitiesen, con el uso de ventanas, las corrientes de aire que refrescasen el ambiente.

“Su encanto es grande en invierno, mayor aún en verano. Pues antes del mediodía refresca la terraza con su sombra, después del mediodía la parte más próxima del paseo y del jardín, la cual, según que el día avance o decline, cae por un lado o por otro, ya más pequeña, ya más grande. La misma galería cubierta está por completo libre de los rayos del sol, cuando el astro en todo su ardor cae a plomo sobre su tejado. Además, por sus ventanas abiertas deja entrar y hace circular el céfiro, y nunca la atmósfera llegar a ser pesada y agobiante.” (Plinio, Epístolas, II, 17)



Peristilo y pórtico en la casa de Menandro, Pompeya, foto de Carole Raddato

En las casas o villas más grandes se podían encontrar triclinios de verano o invierno, emplazados en distintos lugares según la orientación de la casa. El arquitecto Vitruvio da consejos sobre la ubicación de estas habitaciones:

“Los triclinios de primavera y de otoño se orientarán hacia el este, pues, al estar expuestos directamente hacia la luz del sol que inicia su periplo hacia occidente, se consigue que mantengan una temperatura agradable, durante el tiempo cuya utilización es imprescindible. Hacia el norte se orientarán los triclinios de verano, pues tal orientación no resulta tan calurosa como las otras durante el solsticio, al estar en el punto puesto al curso del sol; por ello permanecen muy frescas, lo que proporciona un agradable bienestar”. (De Arquitectura, VI, 4)

Los triclinios de verano que se situaban en los jardines se rodeaban de vegetación exuberante y de fuentes de agua que proporcionaban un entorno ameno y un ambiente más fresco para disfrutar de las cenas con invitados.




Triclinio de verano, Casa del Efebo, Pompeya

En verano los niños no asistían a clase, pues éstas se llevaban a cabo en las calles con frecuencia por lo que cuando el calor apretaba los niños no atenderían a las lecciones de los maestros con demasiada atención. Se iniciaban unas vacaciones que se prolongaban desde julio hasta primeros de octubre. 

“Maestro de escuela, deja descansar a tu inocente
cuadrilla. Ojalá que, a cambio, numerosos
melenudos oigan tus lecciones y se encariñen
de ti los que hacen coro a tu delicada mesa y que
ningún contable ni un rápido escribiente se vean
rodeados por un corro mayor. Los días luminosos
se abrasan con los fuegos del León y el
ardiente julio cuece las mieses ya tostadas. El
cuero escítico, erizado de horribles correas, con el
que fue azotado Marsias de Celenas, y las
tristes palmetas, cetro de los pedagogos, que
descansen y duerman hasta los idus de octubre: en
el verano, los niños, si están sanos, bastante aprenden.”
(Marcial, Epigramas, X, 62)


Para hacer más llevaderas las calurosas tardes era habitual el descanso y la siesta.

“Me leían en mi villa Laurentina unos libros de Asinio Galo en los que se realizaba una comparación entre su padre y Cicerón. Apareció un epigrama de Cicerón sobre su querido Tirón. Luego, habiéndome retirado a mediodía a dormir la siesta (pues era verano), y no pudiendo conciliar el sueño, empecé a reflexionar que los más grandes oradores no solo se habían deleitado con este tipo de escritura, sino que incluso habían sido elogiados por ello.” (Plinio, Epístolas, VII, 4)


La siesta, pintura de Alma-Tadema

Los romanos hacían que esclavas o esclavos, durante sus momentos de descanso o en sus convites, colocados detrás de los comensales, estuviesen agitando constantemente el aire con los abanicos, que solían ser de plumas, para producir una brisa refrescante y librarlos de la incomodidad de los insectos en los días de calor.

“En verano dormía con las puertas de su cámara abiertas y a menudo bajo el peristilo de su palacio, en el que el aire era refrescado por varios surtidores de agua y donde tenía además un esclavo encargado de abanicarle.” (Suetonio, Augusto, 82)

El abanico rígido fue conocido por los latinos, que lo llamaban flabelo (flabellum). Las matronas romanas lo tenían en gran estima. Las esclavas que lo manejaban eran llamadas flabelíferas. Los abanicos construidos con delgadas tablillas de maderas olorosas tuvieron gran aceptación. Abanicos más ligeros, conocidos con el nombre de muscaria, se usaban en Roma para espantar las moscas y ahuyentarlas de las personas, o bien de los alimentos y de las ofrendas de los sacrificios.




La protección del sol era habitual en las calles de la antigua Roma, y especialmente para las matronas que no deseaban perder su habitual palidez y querían evitar la sequedad de la piel. Acostumbraban a llevar en sus salidas una sombrilla (umbracula), a semejanza de los paraguas actuales, que permitía mantener el rostro cubierto. Algunos personajes principales se acompañaban, en sus desplazamientos, de esclavos que sostenían un parasol más amplio que les proporcionaba sombra.



El cambio de indumentaria al pasar de una estación a otra también sería frecuente. Tejidos gruesos y capas se apartarían y aparecerían telas más ligeras y fáciles de limpiar. Era costumbre que los nobles caballeros romanos cambiasen incluso de anillos y luciesen durante el periodo estival uno de oro menos pesado y sin piedras preciosas (aurum aestivum).

“Durante el verano agita un anillo de oro en sus dedos sudorosos, sin poder soportar el peso de una piedra preciosa mayor.” (Juvenal, Sátiras, I)

El fuerte calor del verano no impedía la asistencia de los ciudadanos a los espectáculos públicos que se celebraban durante las numerosas fiestas del calendario romano. En los anfiteatros se instalaba un toldo (velum) que podía ser desplegado a discreción dependiendo de cómo fuera la climatología, días de mucho calor o lluvia.

“Durante los juegos, cuando el sol era más ardiente, mandaba descorrer de pronto el toldo que preservaba a los espectadores y prohibía que saliese nadie del anfiteatro.” (Suetonio, Caligula, 26)






Algunas casas disponían de una piscina (natatio) en los jardines donde la familia e invitados podrían refrescarse durante los días más calurosos dándose un "chapuzón". 

"Después de leer se dedicaba al ejercicio, juego de pelota, correr o algo de lucha suave. Entonces, tras untarse el mismo con aceite, se bañaba, pero raramente en un baño caliente, porque siempre usaba una piscina, permaneciendo en ella alrededor de una hora." (Historia Augusta, Alejandro Severo)

Incluso alguno recurría a la extravagancia de hacer que se refrescase el agua del aseo diario con nieve.

“Prolongaba sus comidas desde el mediodía a medianoche, y de cuando en cuando tomaba baños calientes, o bien durante el verano baños refrescados con nieve.” (Suetonio, Nerón, 27)



Piscina de la villa de Minori, Italia

Refrescar las bebidas con agua a la que se añadía nieve o hielo era algo frecuente entre los antiguos romanos. Aunque ciertos personajes no estaban de acuerdo con esta práctica a la que consideraban una sofisticación innecesaria y dañina, como Séneca:

“Esos helados del verano ¿piensas que no producen callosidades en el hígado?” (Séneca, Epístolas, XV, 95)

Sí era habitual desde muy antiguo la costumbre de construir neveros o pozos de nieve en ciertos lugares, dentro de las ciudades, donde se almacenaba la nieve traída de las montañas que permitía la conservación de alimentos durante las estaciones del año más cálidas.

“La mala fama de Chipre
por su excesivo calor, tenla en cuenta —te lo
aviso y te lo ruego, Flaco— cuando la era trilla
las mieses crujientes y se ensaña abrasadora la
melena del león.
Semo de Delos, en el libro segundo de su Historia de la
Isla, cuenta que en la isla de Cimolos se preparan en verano
unas neveras excavadas, donde, habiendo depositado
unos cacharros llenos de agua tibia, la sacan en nada distinta
de la nieve.”
(Ateneo. Banquete de los Eruditos, libro III)






Esa misma nieve serviría a muchos para enfriar el agua y las bebidas que se consumían en los días veraniegos, sobre todo, durante los largos banquetes de los más ricos ciudadanos de Roma.

“Calisto, échame dos dobles de falerno y tú, Alcimo, derrite sobre ellos las nieves veraniegas.” (Marcial, Epigramas, V, 64)

Había un recipiente de origen griego y de nombre psykter (psictero) diseñado para mantener el vino fresco. Se echaba el vino en un vaso de cerámica o metal que a su vez se introducía en la crátera llena de hielo o agua fría.

“Bebía siempre agua fría pura y, en el verano, vino aromatizado con rosas.” (Historia Augusta, Alejandro Severo, 37)



Psykter, Museo Metropolitan, Nueva York

Otros muchos ciudadanos se conformarían, para aliviarse del calor, con buscar la sombra de los árboles y beber el agua que se conserva fría de forma natural por venir directamente de las montañas, como la de los ríos o manantiales.

“Los veranos sin nubes los suavizarás en el aurífero Tajo, tupido por la sombra de los árboles; tu sed ardiente la aplacará la helada agua del Dercenna y del Nuta, más fría que la nieve.” (Marcial, Epigramas, I, 49)

El recurso que tenían los ciudadanos menos favorecidos era intentar refrescarse en los baños públicos o ir a nadar a los ríos cercanos, y beber el agua que podían obtener en las numerosas fuentes públicas distribuidas por la ciudad.




Escena callejera, pintura de Ettore Forti

El verano era una época peligrosa para la salud en la antigua Roma. El calor ayudaba a la propagación de epidemias y debilitaba el cuerpo de niños y ancianos. A veces se recomendaban ciertos alimentos que podían ayudar a pasar el riguroso calor del verano sin contratiempos para la salud, y, aunque algunos tenían cierta base científica, los más se basaban en la tradición cultural y la superstición.

“Pasará con buena salud los veranos el que ponga fin a su almuerzo con moras negras, cogidas del árbol antes de que el sol apriete.” (Horacio, Sátiras, II, 4)

No faltaban en la literatura los consejos para pasar el calor del verano de la manera más placentera posible, animando al mismo tiempo al placer sensual y carnal.


“¿De qué sirve agotado del polvo estival alejarse, en lugar de
estar echado en el lecho rociado de vino? Aquí hay jardines
y cabañas, cestillos, rosas, flautas, liras y cenadores
frescos por la sombra de las cañas.
………………………………………………………………………
Ahora con su repetido canto las cigarras rompen los matorrales,
ahora en su frío agujero se esconde el abigarrado
lagarto. Si eres discreto, recostado, remójate [ahora] con
el vidrio veraniego ' o, si, más bien, quieres hacer uso
de nuevas copas de cristal. Ea, repara aquí tu cansancio
bajo la sombra de pámpanos y ciñe tu cabeza pesada con
una guirnalda de rosas, [graciosamente] gustando los besos
de una tierna doncella.”
(Apéndice Virgiliano, La Tabernera)   




En casa de Luculo, pintura de Gustav Boulanger


Bibliografía

Bayas, la ciudad del vicio de los romanos; Lorena Pacho, El Mundo (Arqueología), 20 agosto, 2017
La casa romana, Pedro A. Fernández de la Vega, Ed. Akal
Enciclopedia Británica
http://etimologias.dechile.net

lunes, 20 de marzo de 2017

Salus per aquam, las aguas termales en la antigua Roma



San Casciano, Toscana , Italia

Las aguas minero-medicinales se conocen desde tiempo inmemorial, pues la diversidad de olor, sabor y temperatura, con respecto a las del agua común, hicieron que el hombre les prestara especial atención e intentara averiguar qué provecho podría obtenerse de tal circunstancia.
La práctica de los baños como medio recreativo, terapéutico y medicinal pasó de Grecia a Roma y los romanos, siempre admiradores de los griegos, la adoptaron como algo habitual, aunque preferían las aguas termales calientes a las aguas minerales frías, quizá por la complacencia con la que se entregaban al uso de los baños calientes como parte de su vida doméstica. Los romanos lograron sobrepasar con mucho a los griegos a la hora de emplear y aplicar las aguas minerales en los tratamientos para los enfermos.

“Oh, altas cumbres resplandecientes entre bosques
montañosos y ahora temibles para las bestias nativas,
donde sólo el matorral ocupaba las alturas antes desiertas
y tétrica sombra se asentaba en caminos inaccesibles,
¿con qué alabanza os cantaré y en qué largo verso os realzaré,
pues en vosotras se ha erigido y colocado nuestra salud?
Ahí también ante mansiones para él extrañas el calor
se pasma recrecido y la tierra suministra cálidas aguas.
[¿Quién no consideraría estéril este suelo? Brotan humeantes
los pastos, lozanea de hierbas el pedernal recocido.
El interior de la tierra pare fomentos inocuos para el cuerpo
y el ardor atempera su naturaleza con benigno fuego.
Y cuando así las peñas duras de calor se derriten,
las plantas desprecian los fuegos y reverdecen.”
(Antología Latina, 350)



Fontcalda, Tarragona, España (Foto: losviajeros.com)

 Es posible que los primeros en utilizar las aguas minerales fueran enfermos que, no encontrando alivio con otros remedios, experimentaran cierta mejoría al bañarse en estas aguas de forma casual y que al observar en ellas algunas características especiales, como podían ser los vapores emanados, llegaran a atribuirles cualidades sagradas.

“Felices las gentes que habitan cerca de ti, quienes pueden considerar a Apono como propiedad suya. A ellos no los dañan las pestes de la tierra, ni el soplo corrompido del Austro, ni Sirio, con su implacable ardor, sino que, aunque Láquesis los condene con su mortífero hilo, buscan en aquel lugar destinos más prósperos para sí. Y si por casualidad hincha sus miembros un humor maligno oí sus vísceras verdean debilitadas por un exceso de bilis, no abren sus venas, ni curan sus heridas con otra, ni toman brebajes preparados con amargas hierbas: con tus aguas reparan sin sufrimiento el vigor perdido y se calma el malestar mientras el enfermo se entrega al ocio.” (Claudio Claudiano, Aponus)


Agua termal de Bullicame, Viterbo, Italia

Por ello, el agua fue considerada en la antigüedad como emanación de una divinidad benefactora, que otorgaba su esencia divina a aquellas aguas que se distinguían por sus virtudes curativas, es decir, a las aguas consideradas medicinales.
Aunque los médicos advirtieran los efectos terapéuticos obtenidos por el uso de determinadas aguas y recomendaran el uso del agua mineral para el tratamiento de un gran número de enfermedades, para la inmensa mayoría del pueblo era la intervención de un poder sobrenatural con poderes mágicos el que lograba la curación y por ello era venerado en esas aguas.

 En la antigua Grecia ya era frecuente la relación entre salud, agua y religión y muchos de los grandes santuarios como Epidauro y Delfos, estaban ubicados en manantiales con propiedades curativas. Muy diversas divinidades fueron veneradas en relación con las aguas termales. En muchas provincias romanas, las ninfas, divinidades protectoras de la naturaleza, recibieron culto junto a los manantiales de aguas termales.

“Una vieja sirvienta con los pies impedidos,
al oír la buena noticia de unas aguas sanadoras,
se presentó un día deslizándose con el cayado de encina que servía de sostén a la lisiada.
La compasión se apoderó de las Ninfas que
habitan en las laderas del resonante Etna, la húmeda mansión de su padre, el voraginoso Simeto.
Las ardientes aguas del Etna endurecieron
sus débiles extremidades:
ella cedió a las Ninfas su báculo y éstas, alegres con el regalo, consintieron en dejarla partir sin muleta.” (Antología Palatina, 489)

Ninfas del agua, Museo de Chesters, Northumberland, Inglaterra, (foto Flickr Mike Bishop)

El culto a las aguas entre los celtas de la Edad del Hierro está bien documentado, aunque no fue hasta la llegada de los conquistadores romanos cuando las fuentes termales alcanzaron gran valor en toda Europa. Por ejemplo, en el caso de la actual Bath, en Inglaterra, se fundó una ciudad con el nombre de Aquae Sulis, sobre tres manantiales de aguas termales.

Manantial de Bath, Inglaterra, foto de Andrew Dunn

Se construyó un complejo termal que constaba de una gran sala de baños y un templo principal dedicado a Sulis Minerva, además de otros edificios civiles y religiosos. Una dedicatoria en nombre de Adriano indica el patronazgo imperial y el compromiso del emperador con el culto del santuario.

“Hay en su interior muchos y grandes ríos, fuentes termales hermoseadas con suntuoso fasto para goce de los humanos: es patrona de estas fuentes la diosa Minerva, en cuyo santuario el fuego perpetuo jamás se convierte en blancas cenizas, sino que cuando el fuego se descompone se convierte en una masa pétrea.” (Solinus, Colección de hechos memorables).


Minerva Sulis, Bath, Inglaterra

Contiguo al templo y al manantial de agua caliente se encontraba el balneario en el cual se podían distinguir diferentes ambientes: el conjunto de las termas occidentales, el de las orientales, una sala de calor seco (laconicum), un baño circular y una gran piscina (natatio).
La existencia de estas instalaciones y la posibilidad de venerar a una divinidad local hicieron factible la celebración de mercados, durante los cuales podían hospedarse y acceder a los baños en el mismo lugar, que acabó favoreciendo la creación de la ciudad de Bath.



Termas de Bath, Inglaterra

Este mismo proceso se dio en la creación de numerosas ciudades junto a manantiales termales por toda Europa, a los que los romanos daban el nombre de Aquae o un nombre derivado: Aquae Flaviae (Chaves, Portugal), Aquae Bilbilitanorum (Alhama de Aragón) y Aquae Caprense (Baños de Montemayor, Cáceres) en España, Aquae Sextiae (Aix-en-Provence) y Aquis Calidis (Vichy) en Francia, Aquae Mattiacae (Wiesbaden) y Aquae Granni (Aquisgrán) en Alemania, Aquincum (cerca de Budapest), además de muchas otras. También en las provincias fuera de Europa se edificaron instalaciones termales sobre manantiales mineromedicinales: Aquae Flavianae, en el Hamma, Argelia. Otras ciudades ya funcionaban como lugares con tratamiento de aguas termales antes de la llegada de los romanos, como Hierápolis en Turquía, que se estableció como complejo termal bajo el imperio seléucida en el siglo II a. C.


Pileta de les Ladres, Ax-les-Thermes, Francia

Dioses relacionados con la salud fueron también Salus, Esculapio e Higia cuyas estatuas solían presidir estancias y piscinas sacralizando así con su presencia el baño termal. Apolo, en su función de dios oracular al que se acudía frecuentemente para consultar remedios para la curación, es otra de las divinidades relacionadas con el culto al agua. Otras divinidades que recibían culto como protectoras de la salud eran Minerva, Mercurio y entre otros dioses de origen oriental como Isis o Mitra.

La inscripción más importante en Hammat-Gader, Israel, lleva el nombre y el título de la Emperatriz Eudoxia, esposa de Teodosio II (408-450 d. C). En estilo poético, glorifica las fuentes termales y menciona las partes de los baños, tres figuras de la mitología griega, Higia, Galatea y Paean, el médico de los dioses. La emperatriz visitó los baños, aunque no se sabe el motivo de su estancia allí.

“En mi vida muchas e infinitas maravillas he visto,
Pero, ¿quién, a pesar de sus muchas bocas podría proclamar, noble Clibanus,
tu fuerza, siendo un pobre mortal? Más bien
es justo que seas llamado un nuevo océano ardiente,
Paean y fuente de vida, proveedor de arroyos dulces.
De ti nace el infinito oleaje, aquí uno, allí otro,
En este lado hirviendo, pero allí a veces frío a veces tibio.
Derramas tu belleza en cuatro tetradas de manantiales.
Indio y Matrona, Repentius, Elías el Santo,
Antonino el Bueno, rocosa Galatea y la misma
Hygeia, la gran piscina tibia y la pequeña piscina tibia,
La perla, el viejo Clibanus, indio, y también otra
Matrona, Briara y la Monja, y la (fuente) del Patriarca.
Para los que sufre dolor tu fuerza poderosa (es siempre constante).
Pero (yo cantaré) de Dios, famoso por la sabiduría, (para que te salve),
Para el beneficio de los hombres y por tu (utilidad eterna).”


Hamat Gader, Israel

La devoción a la diosa Fortuna, a la que se relacionaba con el culto del agua y las fuentes subterráneas, fue propiciada en algunos establecimientos termales y también en los baños militares por su acción benefactora en la higiene de los soldados, los cuales le dedicaban ofrendas votivas e inscripciones en agradecimiento por su protección y curación.


Diosa Fortuna, Museo de Aquincum, Budapest, Hungría

De este modo, los establecimientos termales que surgen a lo largo de los siglos y que se nutren de aguas con cualidades especiales van a ser considerados lugares de culto, pues así lo demuestran las inscripciones y los ex-votos hallados en muchos de ellos. El ir de cura a uno de tales establecimientos constituía al mismo tiempo una peregrinación.

“Me apetece conocer las termas que toman su nombre de un toro, pues desviarse 3 millas no representa un serio retraso. Los manantiales no tienen allí el defecto de amargos regustos ni sus aguas calientes están saturadas de vapores de azufre. La pureza de olor y la suavidad de sabor hacen dudar al bañista qué aplicación darles mejor. Si se ha de dar crédito a la leyenda, fue un toro el que al descubrir el manantial nos proporcionó estos baños termales, pues suele anunciar su embestida arrancando terrones y frotando sus cuernos amenazadores contra un duro tronco; …” (Claudio Rutilio Namanciano, El Retorno)


Tepidarium, Termas Taurinas, Civitavecchia, Italia

Entre los restos arqueológicos de antiguos balnearios se han hallado exvotos de acción de gracias, con formas relativas al cuerpo humano, ofrecidos por dedicantes a la divinidad por la curación de su enfermedad. 


Ex-voto por curación de oído

 Algunas de estas aguas se distinguían por su temperatura, otras por la emanación de vapores, debido bien a su elevada temperatura bien a las características especiales de su composición; estas emanaciones orientaban hacia determinadas aguas una veneración especial y se consideraba que quien aspiraba estos vapores sufría el "efecto de un aturdimiento y un embriagamiento o trastorno mental" y se le consideraba poseído por las ninfas.

“Si una gruta excavada hasta lo hondo en las rocas deja como colgando a un monte, no por factura humana, sino minada en tan vasta amplitud por causas naturales, suscitará en tu alma un cierto sentimiento de religiosidad. Las fuentes de los grandes ríos las veneramos. A la súbita aparición de un inmenso caudal de las entrañas de la tierra se le dedican altares; se veneran los manantiales de aguas termales, y a ciertos estanques la obscuridad o inmensa profundidad de sus aguas los hizo sagrados.” (Seneca, Epístolas, XLI, 3)


Gruta de las ninfas, Calabria, Italia

Fueron numerosos los médicos de la Antigüedad que se interesaron por este tipo de tratamiento, y así lo hacen constar en algunas de sus obras: Hipócrates de Cos, Celso, Dioscórides, Sorano, Galeno, Oribasio, entre otros, se ocupan en mayor o menor medida de la utilización de las aguas minerales y de sus indicaciones.
No fue hasta los últimos años de la República que la hidroterapia se introdujo en Roma gracias a Asclepíades de Bitina, quien, sin embargo, no se ocupa de las aguas medicinales en particular. Después es Celso quien, en su obra De medicina, proporciona detalles sobre la hidroterapia y los beneficios que se pueden obtener de la aplicación de los baños. Aunque no es muy preciso en sus referencias al agua mineral, sí recomienda los baños salados naturales para la parálisis, los baños en fuentes medicinales frías para el estómago, y para la hidropesía las estufas secas naturales, como la de Bayas. Dioscórides, quien menciona brevemente las aguas minerales, se refiere sólo a las saladas, sulfurosas y aluminosas, y considera que tienen la propiedad de desecar.


Termas Aquae Flavianae, El Hamma, Argelia

A comienzos del siglo II Antilo y de Arquígenes son los primeros médicos que clasifican el mayor número de aguas minerales conocidas hasta el momento y Rufo de Efeso clasifica las aguas medicinales hablando en diversos lugares de sus propiedades.
Los métodos terapéuticos empleados en las termas de aguas mineromedicinales pasaron pronto a la práctica cotidiana y se emplearon también en las termas urbanas. Galeno de Pérgamo, médico de Marco Aurelio, recopiló los consejos emitidos por diversos autores en el siglo I d. C, estableciendo cuatro momentos esenciales:

Sudar mediante el ejercicio o la permanencia en el laconicum, porque el sudor ayuda a expulsar los malos humores y a limpiar la piel.
Tomar un baño caliente y frotar la piel con strigiles para eliminar la suciedad y las toxinas.
Continuar con un baño frío por inmersión, para vigorizar el cuerpo y activar la circulación.
Finalmente, darse masajes y unciones con aceite y ungüentos, para defender el cuerpo de la temperatura exterior.


Estrígilos de bronce

Los métodos terapéuticos griegos recogidos por Galeno en el siglo II siguieron aplicándose durante toda la época imperial y fueron recogidos en el siglo IV por Oribasio, médico del emperador Juliano, quien formula prescripciones muy precisas sobre la duración de los baños y las curas con aguas minerales: si el tratamiento va a durar tres semanas, recomienda empezar por bañarse durante media hora y aumentar la duración del baño hasta llegar a las dos horas al séptimo día, continuar así durante la segunda semana, y a partir de la tercera disminuir el tiempo en la misma proporción que al comienzo.
Una vez conocidas y distinguidas las diferentes clases de aguas medicinales, fue la observación y la experiencia lo que llevó a los médicos antiguos a recomendar las diferentes aguas para determinadas enfermedades.

“Unas son dulces, otras tienen distintos grados de aspereza. De hecho, se dan entre éstas las saladas, y las amargas o medicinales; entre estas últimas consideramos las sulfurosas, ferruginosas y aluminosas. Indicio de sus propiedades es el sabor. Poseen además muchas cualidades distintivas. En primer lugar, el tacto: las hay frías y calientes; después, el peso: las hay ligeras y pesadas; después, el color: las hay transparentes, turbias, azuladas, macilentas; después, la salubridad: en efecto, las hay curativas, las hay mortíferas, las hay que se petrifican; unas son ligeras, otras son grasas; unas alimentan, otras pasan sin beneficiar en nada al que las bebe; algunas, al beberlas, conceden la fertilidad.” (Séneca, Cuestiones Naturales, III)


Baños de San Filipo, Toscana, Italia

Aunque las aguas medicinales se pueden clasificar desde diversos puntos de vista como la temperatura, la localización, o la característica geológica del terreno, la que actualmente se utiliza es la misma en la que se basaron los autores de la antigüedad, su mineralización, es decir, los elementos químicos que pueden encontrarse en su composición. Aprendieron a distinguir las diferencias existentes entre las distintas aguas minero-medicinales según contuvieran azufre, nitro, sal, hierro, etc.

“Todas las aguas calientes tienen propiedades medicinales, aun teniendo un sabor desagradable; se debe a que las aguas están muy recalentadas, lo que provoca que adquieran virtualidades añadidas. Las aguas sulfurosas son una buena terapia para las enfermedades de los nervios, ya que van consumiendo con su poder calorífico los humores nocivos del cuerpo humano. Las aguas aluminosas son muy efectivas cuando los miembros pierden su movilidad por una parálisis o por alguna enfermedad similar, pues, al circular por los poros abiertos, con la fuerza de su calor contrarresta la frialdad de los miembros atrofiados, que recuperan su motricidad primitiva. …Existen también unas aguas frías con elementos alcalinos - como son las aguas de Penna, en la tierra de los Vestinos; las aguas de Cutilio y otros lugares semejantes- que al beberlas actúan como purgantes al pasar por los intestinos e incluso reducen los tumores de las paperas.” (Vitruvio, VIII, 3)


Termas de Caldes de Montbui, (foto wikicommons/Josemanuel)

Las instalaciones que se edificaron para albergar a los enfermos que acudían a los manantiales termales para lograr aliviar sus dolencias eran diferentes a las termas urbanas que permitían el aseo de los ciudadanos. Al no tener que calentar el agua no se requería la construcción del complejo sistema de calefacción por hipocausto. El agua no debía transportarse para no perder sus propiedades terapéuticas y el tamaño de las piscinas o bañeras dependía del tratamiento a aplicar, si era necesario sumergir el cuerpo entero o parte. Además, debía tenerse en cuenta que para mejor aprovechamiento de las cualidades medicinales de las aguas había que tener salas para vapores secos o húmedos, duchas, envoltura en fango, inhalación o bebida.


Pintura En el frigidarium, Pedro Weingartner

A los enfermos que se atendía en los establecimientos termales se les prescribía un tratamiento según su dolencia que podía consistir en, dependiendo de la parte del cuerpo afectada, beber agua, bañarse, o bien lavarse distintas partes del cuerpo, o duchas, gárgaras, o baños de vapor, o de lodo, paños de agua caliente o fría y utilización de botellas de agua caliente. Todo ello con el objetivo de obtener una mayor efectividad terapéutica. 

“Las aguas bituminosas son un buen remedio como purgantes, pues al beberlas curan las enfermedades internas del cuerpo.” (Vitruvio, VIII, 3)

Las piletas para inmersión solían tener una profundidad de 1 m. aproximadamente y había pequeñas salas individuales para aquellos que no quisieran compartir el baño común o cuya particular afección así lo exigiese.


Termas de Campo Valdés, Gijón, (foto Samuel López Iglesias)

Rufo de Éfeso al hablar de las enfermedades renales recomienda qué tratamiento hacer con una inmersión.

“Lo mejor es un baño de vapor en una bañera pequeña con la cabeza fuera, de forma que mientras el resto del cuerpo se calienta, se pueda respirar aire frío.”

La tipología general de las termas medicinales se caracteriza, precisamente, por la presencia de una estructura circular cubierta por una cúpula, en cuyo centro se abre una claraboya (oculus) para dejar paso al aire y a la luz, regulada por medio de un escudo o clipeus sujeto con cadenas, con hornacinas o nichos en los muros destinados a contrarrestar los empujes laterales de la cubierta y con una piscina en el centro llena del agua del manantial, que surge en ese mismo lugar o es llevada hasta allí por medio de canalizaciones.


Templo de Mercurio, Bayas (Baia), Campania, Italia

Con frecuencia, la cámara central está rodeada de pequeñas salas con bañeras o piscinas individuales. Las salas de vapor debían ser redondas también según recomendación de Vitruvio.

“En medio de la bóveda, en su parte central, déjese una abertura de luz, de la que colgará un escudo de bronce, mediante unas cadenas; al subirlo o al bajarlo se irá ajustando la temperatura de la sala de baños de vapor. Conviene que la sala de baños de vapor sea circular con el fin de que, desde el centro, se difunda por igual la fuerza de las llamas y la del vapor, por toda la rotonda de la sala circular.” (Vitruvio, V, 10, 5)

Otra forma de utilización de las aguas minerales era la exposición del enfermo a sus vapores, ya sea en las llamadas estufas naturales, ya sea en las salas preparadas al efecto. Celso, Antonio Musa y, sobre todo, Galeno de Pérgamo en el siglo II, establecieron un método hidro-terapéutico basado en la alternancia de calor y frío tras una abundante sudoración, que actuaba eficazmente sobre los problemas circulatorios, favoreciendo la desintoxicación y la reactivación del organismo.

“Un anfiteatro de roca viva concentra los vapores cercados; sin peso flota la tierra con una delgada corteza y, ruina fiable que nunca va a ceder el peso de las personas que la pisan, sostiene los temblorosos pies. La creerías obra hecha por la mano del hombre: tan lisamente envuelve su curvatura el límite del agua y, fina y sólida, se mantiene rígida. En el lago permanecen inmóviles las aguas, alcanzando el límite de los bordes, y temen traspasar el margen establecido. El agua que sobra la lleva una corriente precipitada por la roca inclinada y busca la superficie encorvada de la llanura. Una espina con un canal natural lleva la linfa recibida, de allí cae a anchos conductos de plomo; sin ruido alguno estos caños, impregnados de húmedos sedimentos, espumean blancos una sal nívea. Por diversos lugares esparce sus múltiples poderes y, siguiendo las artimañas con las que la guiaron las manos del hombre, continúa su camino tortuoso; corre por los acueductos en rápida corriente y calienta los arcos con las emanaciones de su fuego errante. Más adentro, con el murmullo de la roca resonante, la corriente estrellada violentamente arroja un espumoso vapor más ardiente. Luego los enfermos, agotados por el sudor, buscan las estancadas lagunas a las que el largo reposo dio una dulce frescura.” (Claudio Claudiano, Aponus)


Baños de la Hedionda, Casares, Málaga, España

Celso recomendaba sudar como terapia médica, y afirmaba que se podía conseguir mediante el calor seco (el de la arena caliente, de los lacónica y de los hornos, y el de «algunos lugares naturales donde el vapor caliente exhalado del suelo se encierra en un edificio, como en las grutas de Baia»), y mediante el baño caliente.

“Se puede provocar la sudoración de dos formas, por calor seco, o por el baño. El calor seco procede de la arena caliente, de las salas de sudoración lacónicas, de las estufas secas, donde el vapor caliente que exhala la tierra se confina en un edificio, como ocurre en los bosques de mirtos de Baia. También se puede conseguir del sol y del ejercicio. Estos tratamientos son útiles siempre que el humor provoque daño interno, y ha de dispersarse.” (De Medicina, II, 17)


Laconicum, Termas de Évora, Portugal

Plinio recomienda los baños de lodo en algunos casos, pero dejándolo secar al sol.

“El propio barro de las fuentes minerales se puede emplear para bien, pero para ser efectivo, después de aplicarse al cuerpo, se debe dejar secar al sol.” (Plinio, Historia Natural, XXXI, 32)


Termas de Ischia, Italia

La utilidad del agua del mar como elemento beneficioso para la salud (talasoterapia) se cita en los textos clásicos puesto que la sal se consideraba en el mundo antiguo como uno de los elementos minerales básicos para el tratamiento de las enfermedades.
En algunos tratamientos se recurría a beber el agua de las fuentes, a veces en cantidades tan exageradas, que, como apunta Plinio, llegaba a ser contraproducente.

“Hay otro error cometido por los que se enorgullecen de beber grandes cantidades de agua; y yo mismo he visto a personas tan hinchadas que los anillos de sus dedos estaban completamente ocultos por la piel, debido a su incapacidad de evacuar la vasta cantidad de agua que habían ingerido. Por ello estas aguas deberían tomarse con una pizca de sal de vez en cuando.” (Plinio, Historia Natural, XXXI, 32)

Por ello se citan fórmulas para tratar las enfermedades que iban enriquecidas con agua de mar, como la thalassomeli, con agua de mar, agua de lluvia y miel, que una vez reposada servía para aliviar el vientre sin provocar molestias en el estómago.


Fuente de las termas de Fordongiano, Aquae Ypsitanae, Cerdeña, Italia

Suetonio refiere cómo Augusto hacía uso de las aguas termales y del mar para aliviar algunas de sus dolencias:

“… cuando a causa de los nervios necesitaba baños de mar o los termales de Albula, se contentaba con sentarse en una pieza de madera, a la que daba el nombre hispano de dureta y sumergía las manos y los pies alternativamente.” (Vida de Augusto, LXXXII)

Algunos autores defendieron que los enfermos debían bañarse en agua templada, en bañeras para poder aguantar más tiempo, o con agua fría, a ser posiblemente directamente en el mar. Oribasio da indicaciones siguiendo a Galeno:

“La mejor agua para tomar un baño frío, sobre todo cuando se empieza a tener esa costumbre, es el agua del mar, porque está provista de una virtud refrescante suficiente, y el picor que produce la sal que ella contiene, en ocasiones puede calentar. Pero, sea cual sea el tipo de agua, debe ser pura y transparente, y no provenir del fondo o del puerto, o ser estancada de ninguna forma.” (Oribasio, X, 7, 23)

También aconseja como alternar los baños de mar con agua a diferente temperatura:

“Como los enfermos exigen a menudo el empleo sucesivo de agua a diferentes temperaturas, lo mejor es que, en el caso donde nosotros nos proponemos emplear una después de la otra, de agua caliente y fría, deberíamos comenzar por el agua caliente; y así en los baños de agua de mar deberían igualmente venir precedidos de baños de agua caliente.” (Oribasio, X, 39)


Palea Kameni, Santorini, Grecia

Con referencia a las propiedades del agua de mar incluye los baños de arena como un tratamiento saludable:

“Hacia el final del tratamiento envolveremos con arena completamente al enfermo, porque es bueno que el tratamiento se extienda por todo el cuerpo y que el efecto útil del mismo se haga sentir también a través de las partes no enfermas, sobre todo en aquellos que quieren tomar en seguida un baño frío. En ese sentido, se deberá tener previsto, al lado de las fosas, cubos de agua dulce y también bañeras de agua de mar, en las cuales se hará entrar a los enfermos cuando estos hayan terminado de transpirar. Después de la salida del baño, se les hará afusiones y fricciones con aceite.” (Oribasio, X, 8, 11)

El hecho de trasladar agua marina de áreas de reconocido prestigio por la calidad de su salinidad parece haber sido habitual en el mundo antiguo, aunque se pensaba que su transporte hacía perder su eficacia y además se consideraba una extravagancia por el alto coste que implicaba. Según Suetonio, Nerón se hizo llegar agua termal y de mar hasta su casa de Roma, la Domus Aurea.
De la importancia que se daba al agua de mar hay ejemplos como la inscripción de un establecimiento de baños en Pompeya anunciando agua de mar para atraer más clientes.

Las termas de Marcus Crassus Frugi. Baños de agua de mar y baño de agua fresca. Januarius L. Museo Arqueológico de Nápoles.

Por la importancia que todos daban al agua de mar, incluidos los habitantes de áreas de interior, se tenía en cuenta la posibilidad de obtener agua salada de forma artificial, la cual, aunque sin tener la misma calidad que la marina, cumplía razonablemente con su función terapéutica. Plinio describe cómo conseguir agua salada utilizando sales de diversa procedencia:

“Se ha descubierto un procedimiento para procurarse cada uno el agua de mar. Un sextario de sal por cuatro de agua tiene el poder curativo y las características del agua de mar más salada. Pero se considera más razonable mezclar la medida de agua mencionada anteriormente con ocho ciatos de sal, porque así calienta los nervios y no irrita el cuerpo.” (Plinio, Historia Natural, XXXI, 34)


Baño Vignoni, Toscana, Italia

Algunas ciudades, famosas por sus aguas, se convirtieron en lugares de moda, a las que los ricos aristócratas e incluso emperadores acudían asiduamente para recuperar la salud, relajarse o disfrutar del entorno en el que se enclavaban. Es el caso de Baia, en el Golfo de Nápoles, donde se construyeron villas de recreo y establecimientos termales, que se conoce actualmente por las numerosas referencias literarias y por los restos sumergidos bajo el mar.

“En ningún lugar son tan abundantes las aguas mineromedicinales como en la bahía de Nápoles, ni con más tipos de aplicaciones terapéuticas… En Baia las aguas llamadas Posidanias, que reciben su nombre por un liberto del emperador Claudio, incluso cuecen viandas. Las que fueron propiedad de Licinio Craso emiten vapores incluso en el mar, y entre las olas surge una cierta corriente salutífera.” (Plinio, Historia Natural, XXXI)

Algunos emperadores quisieron distinguirse de sus antecesores construyendo más instalaciones que contribuyeran a mejorar la atención a los enfermos que acudían a la famosa ciudad atraídos por la calidad de sus aguas termales, además de embellecer el entorno que acogió lujosas mansiones de ciudadanos romanos que huían del tumulto de la capital.

“También ésta (Baia) es una villa de Campania, y queda distante de Dicearquía unos cinco estadios. En ella hay viviendas regias dotadas de lujosos paramentos, por alardear los respectivos emperadores de superar a sus predecesores. El lugar en cuestión ofrece baños de agua caliente que brota espontáneamente del suelo, buenos para la curación de los enfermos y que contribuyen de una manera singular para llevar un género de vida regalado.” (Flavio Josefo, Antigüedades Judías, XVIII, 249)


Mosaico de Bayas (Baia), Museo Fitzwilliam, Cambridge, Inglaterra

Plutarco cuenta que Mario, que luchó contra Yugurta, rey de Numidia, fue aconsejado acudir a los manantiales termales de Bayas para tratar su frágil salud:

“Mas el pueblo se dividió, tomando unos el partido de Mario, y otros proponiendo a Sila, y diciendo que Mario se fuera a Bayas a tomar baños termales y curarse de sus dolencias, teniendo el cuerpo debilitado, como él decía, con la vejez y con el reuma.” (Vidas Paralelas, Mario, XXXIV)


Pantelaria, Sicilia, Itlaia

La temperatura del agua y el clima del entorno limitaban la estancia de los que asistían a los baños termales pues en épocas estivales los enfermos preferían buscar lugares más frescos.

“Vala, ¿cómo es en Velia el invierno?; ¿qué clima tiene Salerno? ¿Qué gente vive en aquella comarca y cómo es el camino? (Y es que Antonio Musa dice que Bayas no me aprovecha, pero hace que Bayas me odie, ahora que me baño en aguas heladas en mitad del invierno. En efecto, se lamenta ese pueblo de que se abandonen sus mirtos y se desprecien sus aguas sulfúreas, de las que se dice que arrancan el mal que se asienta en los nervios; y mira con malos ojos a los enfermos que osan poner su estómago y su cabeza bajo las fuentes de Clusio (Toscana), y se van a Gabios (Lacio) y a su fresca campiña.” (Horacio, Epístolas, I, 15)

La composición volcánica de toda la zona de Campania ayudó a la proliferación de manantiales sulfurosos a los cuales acudían los residentes locales y los viajeros para aliviar sus enfermedades.

“Delante de la Dicearquia (Puteoli, Pozzuoli), en la tierra de los etruscos, hay en el mar una fuente de agua hirviendo, y a causa de ello hay una isla artificial, de modo que esta agua no es inútil, sino que les sirve para los baños calientes.” (Pausanias, VIII, 7)

En Edipsos se conocían las fuentes termales como Los baños de Heracles y allí fue Sila, el dictador, aquejado de gota durante su estancia en Atenas, según Plutarco. Los manantiales sulfurosos surgen en varios puntos en el interior para acabar arrojando vapor sobre las rocas de la costa del mar de Eubea, dejando un depósito amarillento.

“Mientras Sila se detenía en Atenas, le cargó en los pies un dolor sordo con pesadez, del que dice Estrabón que es el tartamudeo de la gota. Se embarcó para Edepso, donde usó de aguas termales, entreteniéndose juntamente y pasando el tiempo con los actores.” (Plutarco, Sila, 26)


Manantiales de Edipsos, Eubea, Grecia

En Pérgamo, Turquía, fue famoso el santuario hospital dedicado a Asclepio, dios de la medicina. En el Asclepion, donde Galeno aprendió su oficio como médico, se administraba tratamientos que incluían dosis de agua de la fuente sagrada, ayuno, abluciones, baños de barro, masajes, ungüentos, hierbas, música, danza, plegarias y paseos por los jardines. Se inducía el sueño para que el dios, Asclepio, indicara al enfermo la causa y el remedio para su enfermedad y como los pacientes no eran capaces de interpretar el sueño acudían a los médicos-sacerdotes para su interpretación. Se practicaba la terapia de la incubatio, por la que mediante la sugestión algunos enfermos tendrían durante el sueño unas visiones en las que el dios Asclepio aparecía y los curaba o les indicaba el remedio para su curación. 

Asclepeion de Pérgamo

La asignación de importantes recursos militares a la construcción de instalaciones médicas termales estuvo motivada no solo por el interés general, sino por el bienestar de los propios soldados enfermos o heridos que eran enviados allí y de los soldados sanos que encontraban en estos lugares, espacio y tiempo para el ocio y esparcimiento. La presencia de las tropas ayudó al crecimiento económico de estos enclaves termales, pero también provocó cierta fricción entre los residentes y los militares allí asentados.

En una carta enviada al emperador Gordiano III en el año 238 d.C., por los habitantes de Scapropara en Tracia (Bulgaria), estos se quejan de que los soldados de dos campamentos cercanos se acercan a los manantiales termales que se encuentran en su villa y piden comida y alojamiento negándose a pagar por ello a pesar de la orden del gobernador:

“Somos propietarios y residentes de una villa cercana a dos campamentos militares, a la que muchos acuden a causa de las fuentes termales… Cada año se celebra una famosa feria a dos millas de la villa y los que vienen nos obligan a darles alojamiento y otros servicios sin pagar; y los militares hacen lo mismo. Muchos de los gobernadores de la región y muchos de tus inspectores llegan aquí por los manantiales. Los aceptamos, pero no podemos aceptar a los otros. Hemos dicho muchas veces al gobernador de Tracia que no podemos quedarnos en la villa, y que nos obligan a abandonarla por esta explotación… Por tanto, te pedimos que no seamos violentados con demandas de alojamiento, ya que el obispo ha ordenado que solo los emisarios del gobernador y los inspectores sean alojados. En caso contrario, abandonaremos nuestros hogares, y el tesoro real sufrirá una gran pérdida.”


Vista aérea de las termas romanas de Fordongiano, Cerdeña, Italia


Con un sentido práctico algún potentado romano podía prever como un buen negocio la adquisición de terrenos con manantiales termales, como cuenta Plutarco que hizo Catón:

“Aplicado luego a más crecida ganancia, miraba la agricultura más bien como entretenimiento que como granjería; y poniendo su solicitud en negocios seguros y ciertos, procuró adquirir estanques, aguas termales, lugares a propósito para bataneros y terreno de buena labor, que diese de suyo pastos y arbolados, de lo que le resultaba mucha utilidad, sin que ni de Zeus, como él decía, pudiera venirle daño.” (Plutarco, Catón, 19)

No se puede descartar que existiese una producción de envasado de agua minero-medicinal para su venta posterior, aunque no parecen existir datos sobre ello. En la pátera de Otañés, las escenas representadas parecen indicar que podía haberlo, ya que se puede ver a un joven vertiendo agua de un ánfora en un tonel sobre un carro, lo que podría interpretarse como que un particular hiciese acopio de agua para su uso personal, o que formara parte de un transporte destinado al comercio. Las otras escenas están dedicadas al culto a la diosa Salus, y al tratamiento de los enfermos.



Bibliografía:


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https://digitum.um.es/jspui/bitstream/10201/16073/1/126581.pdf; EL BALNEARIO ROMANO: ASPECTOS MÉDICOS, FUNCIONALES Y RELIGIOSOS; Encarnación Oro Fernández
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http://glirby.people.wm.edu/COLL100/Dvorjetski-HealingShrines.pdf; MEDICINAL HOT SPRINGS AND HEALING SPAS IN THE GRAECO-ROMAN WORLD; Estee Dvorjetski
http://www.traianvs.net/pdfs/2010_12_vega.pdf; Novedades sobre las Termas Legionarias en Britannia; Tomás Vega Avelaira
studylib.es/doc/8372972/la-diosa-fortuna.-relaciones-con-las-aguas-y-los-militare...; LA DIOSA FORTUNA. RELACIONES CON LAS AGUAS Y LOS MILITARES. EL CASO PARTICULAR DEL BALNEARIO DE FORTUNA (MURCIA); Rafael González Fernández
http://cojs.org/estee-dvorjetski-healing-waters-biblical-archaeology-review-30-4-2004/
https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20Patrimonio%20Cultural/La%20pieza%20del%20mes/2009/Pieza%20del%20mes%2003-2009.pdf; Pátera de Otañés